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Ejercicio sobre la cita

Zapatos rojos
Gabriela Noemy Chávez Pacheco

Era consciente de la sangre palpitando en la planta de mis pies. Hace 30 minutos bajé del
autobús y aún no he llegado. La sombra de los árboles me cubre del sol de mediodía, pienso
en lo incómodo que deben ser las citas a esta hora mientras el sudor comienza a sentirse en
mi cuero cabelludo. Inevitablemente recuerdo ese olor característico de cuando han pasado
días desde tu última ducha.
Mi corazón late rápidamente. No es emoción. El último mensaje se había enviado hace unos
minutos, odiaba hacer esperar a la gente, debí haber salido antes. El vestido que arreglé
anoche comenzaba a molestarme, me incomoda el roce de la tela con mi piel, la bolsa que
llevo al hombro, que se desliza cada ciertos pasos, que es demasiado pequeña. No puedo
imaginar que es él quien me está esperando y no yo. La espera es un área de oportunidad. La
primera gota de sudor cayó, con ella, el maquillaje que hace unas horas había dejado
impecable, mis mejillas ya no son rojas por el tinte que apliqué, estaban coloradas por haber
subido la carretera hasta el restaurante que él eligió.
Estaba irritada, todo esto estaba fuera de mis manos, desde el no haber podido rechazar la cita
cuando lo encontré en el autobús. Me seguía mirando así, como demostrando que él seguía
interesado. El amor no existe, eso lo dice la cara de mi madre cuando pelea con mi padre.
Esto no era el destino, esto era una segunda oportunidad, una salida para arreglar las
diferencias pequeñas que proponen la entrada a las diferencias tormentosas. La idea de la
segunda oportunidad es una mentira.
Su rostro giró, todos giraron. Mi corazón seguía ahí, latiendo. Cruce el umbral, primera
mesa, esquivala, segunda, sonríe y pide permiso. Le digo que espere unos segundos, que
necesito ir al tocador. El restaurante olía a pan, a cosas dulces. Amo las cosas dulces. Llego al
baño, respiro lento, una docena de veces. Las mujeres deben. Me lavo las manos. El lleva
zapatos rojos. Odio los zapatos rojos, prefiero evitar a personas que llevan zapatos rojos sin
combinar, combinar zapatos rojos es difícil. Estoy aquí sin decirle que no siento emoción
alguna, que el deseo de verle se acabó desde que en alguna u otra conversación la sensación
de que eso no funcionaria se hizo presente. Instinto. No pude decir que no porque hay algo
que detesto más que un par de zapatos rojos, proponer algo y no hacer intento de realizarlo.
Yo hablé de esa cita, demasiado temprano, antes de las pequeñas diferencias. Vete antes de
que lo poco sea mucho. Regreso del baño, se levanta de la mesa para saludarme, me da un
beso en la mejilla y mientras eso sucede algo rojo resalta desde la parte inferior.
Una segunda cita (Nuevo título, corrección)
Soy consciente de la sangre palpitando en la planta de mis pies. Hace 30 minutos bajé
del autobús y aún no he llegado. La sombra de los árboles me cubre del sol de mediodía,
pienso en lo incómodo que deben ser las citas a esta hora mientras el sudor comienza a
sentirse en mi cuero cabelludo. Inevitablemente recuerdo ese olor característico de cuando
han pasado días desde mi última ducha.
Mi corazón late rápidamente. No es emoción. El último mensaje se había enviado
hace unos minutos, odiaba hacer esperar a la gente, debí haber salido antes. El vestido que
arreglé anoche comienza a molestarme, me incomoda el roce de la tela con mi piel, la bolsa
que llevo al hombro, que se desliza cada ciertos pasos, que es demasiado pequeña. No puedo
imaginar que es él quien me está esperando y no yo. La espera es un área de oportunidad. La
primera gota de sudor cayó, con ella, el maquillaje que hace unas horas había dejado
impecable, mis mejillas ya no son rojas por el tinte que apliqué, están coloradas por haber
subido la carretera hasta el restaurante que él eligió.
Estoy irritada, todo esto está fuera de mis manos, desde el no haber podido rechazar la
cita cuando lo encontré en el autobús. Me seguía mirando así, como demostrando que él
seguía interesado. El amor no existe, eso lo dice la cara de mi madre cuando pelea con mi
padre. Esto no era el destino, esto era una segunda oportunidad, una salida para arreglar las
diferencias pequeñas que proponen la entrada a las diferencias tormentosas. La idea de la
segunda oportunidad es una mentira.
Su rostro giró, el de todos. No me gusta ser observada. Cruce el umbral, primera mesa,
esquivala, segunda, sonríe y pide permiso. Le digo que espere unos segundos, que necesito ir
al tocador. Llego al baño, respiro lento, una docena de veces. Las mujeres deben. Me lavo las
manos, la resequedad en la izquierda me dice que si friego un poco más no tardará en
irritarse, en formar pequeñas costras, en infectarse. Cierra los ojos, aprieta las rodillas
contra tu pecho.
Estoy aquí sin decirle que no siento emoción alguna por él, que el deseo de verle se
acabó desde que en alguna u otra conversación la sensación de que eso no funcionaria se hizo
presente. No dudes del instinto. Pero yo sugerí la primera cita, lo hice demasiado temprano,
antes de las pequeñas diferencias. Vete antes de que lo poco sea mucho.
Regreso del baño, se levanta de la mesa para saludarme, antes de que eso suceda algo
rojo resalta desde la parte inferior. Él lleva un par de zapatos rojos. Combinar zapatos rojos
es difícil, por eso odio usarlos. Me siento antes de que sus manos alcancen mi rostro, es
demasiado estupido como para entender que tenerlo tan cerca provoca arcadas de repulsión
que debo tragar. El mesero coloca la carta sobre la mesa, mi estómago está ávido, mi cerebro
está hirviendo. Piensa, piensa.
El mesero espera nuestra orden, he pedido un pastel. Una rebanada de un delicioso
pastel de chocolate. El pastel de chocolate es mi favorito. Mientras esperamos a que regrese
con nuestra orden el comienza a hablar sobre las habilidades que un buen hombre debe tener,
curiosamente, una descripción de él mismo. El pastel llega, sonriendo le digo que coma el
primer bocado, acerco el tenedor a su boca. El piensa que saliendo de aquí me robara un
beso, quizá algo más. Llevo a mi boca el segundo bocado, después un tercero. La tensión en
mis piernas desaparece en cuanto veo que lleva las manos a su garganta. Un pastel con
almendras. Agita sus piernas, se levanta, la silla cae.
Me acerco a él, sujeto su rostro entre mis manos mientras por mi cara se atraviesa el
reflejo de una falsa preocupación. Él es alérgico a las almendras, me asegure de ello después
de una semana pegada al móvil, investigando. Llegué tarde a propósito, debía asegurarme
que olvidara la epinefrina en el tocador. Esa incomodidad ha sido sustituida por la adrenalina
que también provoca palpitaciones en mi corazón, él va a morir, lo sabe, toma mis manos con
desesperación mientras sus ojos enrojecen. Hay tráfico, la ambulancia no llegará a tiempo,
me permito la compasión. Le doy un beso en la mejilla mientras aquel último sonido me dice
que él tampoco debió creer en las segundas oportunidades.
Comentario
Usualmente suelo evitar corregir los textos, estoy segura de que ese es un muy mal
hábito. Creo que se debe a que siento cierta dificultad en hacerlo porque me parece que no
logro encontrar la forma de cerrar el texto si añado algo más o cambio el enfoque, en esta
historia sentí lo mismo. Claro que hice algunas correcciones, por ejemplo, algunas oraciones
funcionan mejor si las comparas con aquellas de la versión inicial, sin embargo, creo que el
final si parece cerrar con ella de forma abrupta. También vi necesario cambiar el enfoque de
la historia y por ende el título. No creo que sea un mal trabajo, al contrario, creo que dado que
no estaba planteado desde un inicio, el hecho de asesinar a alguien brinda un toque de
sorpresa pero temo que se vea poco verosímil.
Si bien el texto mejoró creo que hay algunos hilos sueltos que se deberían trabajar,
por ejemplo, quizá realizar algún apartado sobre él como ella descubrió que él era alérgico,
seguido de todo el plan para mantener la situación bajo control en todo momento. Siento que
se puede trabajar un poco más pero de nuevo, vuelvo a temer al escribir y quitar un poco de la
esencia que al principio quería mostrar.

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