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FIN
Epilogo
Termino mi segunda botella de cerveza en cinco minutos
y la tiro a la basura, cojo otra del frigorífico y me siento
sobre un taburete, últimamente mi piso está bien surtido de
cerveza, me hace falta para olvidar, aunque sé
perfectamente que no hay cerveza en el mundo que pueda
sacarla de mi cabeza. Le doy un trago largo a mi tercera
cerveza y miro mi móvil, tengo diez llamadas perdidas, sé
que son de ella, de mi pequeña, mi Valerie, el móvil suena
en ese momento anunciando la llegada de un mensaje,
debería borrarlo pero mi lado masoquista me incita a abrirlo
y regodearme un poco más en mi propia miseria "Estoy
cansada de esto Sebas, tenemos que hablar, voy para tu
piso y como no me abras pienso entrar con mi llave, se
acabaron las tonterías" releo el mensaje una y otra vez, no
puede venir hacia aquí, si la veo, si hablo con ella acabaré
pidiéndole que no se vaya, que se quede conmigo y sé que
ella lo hará aunque eso signifique perder la oportunidad de
su vida.
Es la sexta vez que me miro en el espejo, la sexta vez
que me cambio de ropa, pero no puedo evitarlo. Desde que
he tomado la decisión de ir a verlo y de atajar esta situación
de una vez por todas estoy de los nervios. Me he pasado
horas convenciéndome de que es lo correcto, de que no
puedo dejar así esta situación porque él es el único hombre
al que he amado y al que sé que amaré siempre. No puedo
dejar que lo nuestro se pierda de esta forma, necesito que
entienda que no ha da acabar aquí y si me lo pide, si me
dice "quédate" no me lo pensaré dos veces por que lo amo
con todas mis fuerzas. Me miro en el espejo una vez más y
asiento forzando una sonrisa, el maquillaje no ha logrado
tapar las ojeras y he perdido bastante peso en estos meses.
Salgo cogiendo la maleta, el bolso y las llaves si todo sale
mal no volveré a mi piso, me iré directa a Londres, es lo
mejor para mí ya que así le evitaré a mi familia verme una
vez más en este estado en el que me estoy sumiendo.
Ainoa entra en mi piso con un vestido escandalosamente
corto, me mira y sonríe.
—¿Estás seguro de esto Sebas?
Asiento guiándola hacia mi habitación, estoy seguro, esta
es la única manera de alejarla de mí, tiene que odiarme
para irse y sé que después de lo que estoy a punto de hacer
me odiará el resto de su vida.
Al final y después de esperar lo mío he conseguido un
taxi, lo que en esta ciudad resulta casi imposible, pero que
iba a hacer pedirle a Caleb que me trajera, se hubiera
negado o algo peor. Subo en el ascensor y sé que ya no
queda nada, que en pocos minutos me jugaré mi futuro a
cara o cruz. Salgo y me dirijo a su apartamento llamando a
la puerta.
Escucho el timbre y me levanto de la cama, Ainoa sigue
en la ducha así que me acerco a la puerta y dudo si abrirla o
no, no sé si voy a ser capaz de hacerlo, respiro hondo y me
miro al espejo, llevo puesto solo los vaqueros y mi pelo está
completamente despeinado.
—Allá vamos —Susurro abriendo la puerta, repaso a Val
con la mirada, está preciosa y es mía o mejor dicho lo era, a
partir de hoy no querrá volver a verme nunca más.
Cojo aire al verlo ante mí, solo lleva unos vaqueros y
siento como mi cuerpo reacciona a él como siempre lo ha
hecho.
—Creí que te habrías ido —Le digo mirándolo a los ojos,
está hecho un asco— ¿Estás dispuesto a hablar?
Asiento abriendo la puerta para que pueda pasar, ella
entra en mi apartamento casi rozándome y el olor de su
perfume penetra en mis fosas nasales, huele a fresa,
siempre huele a fresa y ese olor en ella me vuelve loco,
aprieto la mandíbula intentando contener el impulso de
arrinconarla contra alguna pared y hacerle el amor hasta
perder la razón, respiro hondo y cierro la puerta, me dirijo a
la cocina escuchando sus pasos tras de mí, abro la nevera y
saco dos botellines de cerveza, dejo uno sobre la isla de la
cocina y llevo el otro a mis labios bebiéndome media botella
de golpe.
Quiero creer que entiendo por qué se comporta de esta
forma pero es engañarme a mí misma porque en realidad no
lo entiendo. Se niega a hablar conmigo y encontrar una
solución razonable, sabe perfectamente que si me lo pidiera
me quedaría, mi hermano se lo dijo. Lo miro y media sonrisa
se dibuja en mi rostro, cojo la cerveza que ha dejado
delante de mí y la abro llevándomela a continuación a los
labios bebiéndome la mitad de esta de un solo trago.
—¿Por qué haces esto Sebas? No entiendo tu
comportamiento
Veo como lame una gota de cerveza de los labios y tengo
que hacer un enorme esfuerzo para no besarla así que me
termino la cerveza de otro trago y tiro la botella a la basura.
—¿Qué es lo que no entiendes? Yo creo que lo he dejado
muy claro, no quiero verte ni saber nada de ti.
Puedo ver en su mirada el daño que le hacen mis
palabras, pero es necesario, puede que ahora le haga daño
pero a la larga va a ser lo mejor para ella.
Sus palabras son un puñal que me atraviesa abriendo
una herida que tengo la certeza que no curara ¡¿Por qué?!
No lo entiendo, se aleja de mi como si fuera dañina como...
—Pídemelo Sebas, solo pídemelo —Mi voz es una súplica
—, sabes que me quedaré, me importas más que todo esto.
Me giro hacia el frigorífico y cojo otra botella de cerveza,
no quiero bebérmela, pero si la miro sé que flaquearé, le
pediré que se quede.
—No debería importarte tanto —Digo aun de espaldas a
ella, respiro hondo e intento comportarme como el cabrón
que soy, nunca me perdonaré a mí mismo lo que estoy a
punto de decirle más que nada porque no son más que
mentiras—, tu no me importas tanto a mi —Val da un paso
atrás abriendo desmesuradamente los ojos y yo sonrío de
manera cínica— ¿Qué era lo que creías? ¿Creíste que
acabaríamos casándonos y teniendo un par de mocosos en
una casa grande con una valla blanca? —Suelto una
carcajada que no puede ser más falsa— Eres una cría Val, lo
hemos pasado bien y hasta creí que te quería y que
podríamos llegar a algo más, pero en cuanto me dijiste lo de
Londres me di cuenta de que tu esperabas más de mí de lo
que yo alguna vez voy a poder darte —La miro a los ojos y
el dolor que veo en ellos me hace desviar la mirada—, vete
a Londres Val, no te quedes aquí por mí, yo no soy tan
importante.
No puedo creer lo que me está diciendo, no quiero
creerlo.
—Mientes, sé que mientes —Susurro notando como mis
ojos comienzan a escocerme y el pecho me duele. Mi
corazón va a mil por hora cuando en realidad debería de
haber dejado de latir por culpa de sus palabras, de esa
sonrisa con la que me mira mientras es completamente
consciente del daño que me está haciendo—. Estas siendo
cruel y no puedo entenderlo. Te lo he dado todo aun
sabiendo como eras y del daño que podías hacerme, yo...
Doy un paso más y mis ojos vuelan en ese momento a la
puerta del baño que acaba de abrirse.
Al ver las lágrimas en sus ojos he estado a punto de
abrazarla y pedirle perdón por el daño que le estoy
causando, decirle que no quiero que se vaya, pero entonces
desvía su mirada hacia la puerta del baño de donde sale
Ainoa cubierta solo por una toalla.
No puedo creer lo que estoy viendo, quiero que esto solo
sea una maldita pesadilla pero el dolor que me consume es
demasiado grande para que así sea. Ainoa sale del baño
solo con una toalla y el cabello húmedo ¡¿Qué escusa puede
darme?! No la hay, mis ojos no me engañan, aunque él no
ha perdido tiempo para hacerlo. Lo miro con los ojos
anegados en lágrimas.
—¡¿Cómo has podido?! Eres un hijo de la gran...
Se donde me encuentro exactamente en este momento
conozco su piso como si fuera el mío de todo el tiempo que
he pasado aquí en los últimos meses y de forma
inconsciente me inclino un poco cogiendo el marco de foto
que hay a mi derecha y que le lanzo con todas mis fuerzas.
No le he dado pero las esquirlas del cristal le alcanzan el
rostro.
Llevo la mano a mi rostro y noto la humedad de la sangre
entre mis dedos, pero eso no es nada comparado al dolor
que siento en mi pecho, no puedo verla así, mi pequeña
está sufriendo y yo soy el único responsable de sus
sufrimiento, he conseguido lo que quería, me odia y por
muchas explicaciones que intente darle el daño ya está
hecho, nunca me lo va a perdonar.
—Deberías marcharte Valerie —Digo con voz rasposa,
tengo un nudo en la garganta que no me deja respirar—,
como has podido comprobar estoy un poco ocupado —me
mira con rabia, tengo que hacer que se vaya antes que
acabe pidiéndole perdón de rodillas— ¿En serio creías que
cambiaría? Vamos Val, eres una chica lista, he sido un
mujeriego toda mi vida, no conozco el significado de la
palabra fidelidad, eso me lo has dicho tú en más de una
ocasión —suspiro—. Nunca he querido hacerte daño ¿vale?,
mi error fue haberme fijado en ti, Caleb tenía razón, en
cuanto me canso de una mujer paso a otra y tú no eres una
excepción.
No puedo apartar los ojos de él asimilando sus palabras
que me hieren en lo más profundo y siento que mi mundo
se acaba, que nada me queda aquí ahora que he sido
testigo de cómo él con sus actos acaba de matar todo lo
bueno que teníamos. Me fallan las piernas e intento
disimularlo ante sus ojos agarrándome al respaldo del sofá,
ese que fuimos a comprar juntos como me pidió.
—Tienes razón Sebas, eres un maldito cabrón incapaz de
amar —Aprieto los dientes intentando coger fuerza—, eres
un maldito virus que se encarga de matar todo lo bueno que
podría tener pero no te preocupes, no has de volver a gastar
un maldito pensamiento en mi porque no volveremos a
vernos nunca más. Lo miro por última vez y cogiendo el asa
de mi maleta e intentando no caer al suelo salgo del
apartamento del hombre que me enseño lo que es amar,
del hombre que acaba de matar toda posibilidad de que
vuelva a amar.
En cuanto la puerta se cierra suelto todo el aire que
estaba conteniendo, llevo una mano a mi pecho intentando
mitigar el dolor que siento en su interior.
—La he perdido —Susurro—, la he perdido para siempre.
Las lágrimas empiezan a rodar por mis mejillas sin que
haga nada para detenerlas, quiero salir a buscarla, decirle
que la amo más que a nada, que todo es mentira, pero no
puedo, ya es demasiado tarde para eso, solo me queda el
consuelo de saber que va a cumplir su sueño,
probablemente se enamorará de otro y me olvidará, algún
cabrón suertudo se llevará su amor y espero que la haga
muy feliz, más de lo que yo nunca podría haberla hecho.
—¿Estás bien Sebas?
Miro a Ainoa negando con la cabeza.
—Vete por favor —Digo agarrando fuertemente la
encimera de la cocina
—Pero…
La fulmino con la mirada dejando salir toda la rabia y la
desesperación que me están consumiendo.
—¡Lárgate de mí jodida casa! —Al escuchar mi grito
Ainoa sale corriendo asustada hacia la habitación, me
acerco al mueble bar y abro una botella de wisky bebiendo
un trago largo, no puedo dejar de pensar en el sufrimiento
que le he causado a la persona que más amo en el mundo—
¡Soy un hijo de perra!
Grito estrellando la botella contra la pared, cojo otra
botella del mueble y le doy un trago antes de lanzarla al
igual que la otra, en poco tiempo arraso con todas las
botellas y me dejo caer al suelo apoyando la espalda contra
la pared, me encojo agarrando las rodillas con los brazos y
sollozo como un niño maldiciéndome a mí mismo por no
haber sabido retenerla a mi lado, acabo de perder al amor
de mi vida y sé que nunca voy a poder superarlo.