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EDICIÓN ENERO 2019 | N°235

EDITORIAL

La tercera posición
Por José Natanson

¿Hay espacio político para una tercera opción, de preeminencia peronista pero abierta a otras fuerzas
y figuras independientes, capaz de romper la polarización macrismo-kirchnerismo? ¿Podrá
articularse un espacio que contenga a dirigentes como Roberto Lavagna y Sergio Massa, que se
apoye en la fuerza territorial de los gobernadores del PJ y que al mismo tiempo incluya a outsiders
con ganas como Facundo Manes y Matías Lammens, al socialismo santafesino y al radicalismo anti-
macrista de Ricardo Alfonsín y Margarita Stolbizer?
En los papeles, sí. Las encuestas muestran que los dos polos que protagonizan la discusión política
son minorías intensas de alrededor del 25/30 por ciento de la población, lo que dejaría vacante un
espacio del 40/50 por ciento de los votantes, suficiente para construir una alternativa teóricamente
competitiva. A este grupo de ni-ni se suman además quienes se mantienen dentro del macrismo y el
kirchnerismo más por rechazo al otro extremo que por una adhesión franca, fronteras blandas de
ambos universos que teóricamente podrían emigrar a una tercera alternativa que muestre decisión y
sex appeal. Los empresarios que mantienen su respaldo a Macri sólo porque no es Cristina pero que
sufren la recesión y el desplome del mercado interno, y los sindicalistas que no adhieren ni a una ni
al otro (la mayoría), completan el cuadro de posibles apoyos. Finalmente, las PASO son una
herramienta ideal para generar una competencia civilizada, con reglas de conducta, que defina
candidaturas y potencie al ganador.

El problema es que esto es así… en teoría. En la práctica aparecen una serie de dificultades que vale
la pena revisar.

La primera es de identidad. ¿Qué valores, estilos e ideas expresaría este espacio? Aunque todas las
alquimias son posibles, una fuerza potente no puede construirse solo como un promedio reactivo a
dos opciones parejamente odiadas, como una respuesta al neoliberalismo macrista y al populismo
kirchnerista, y exige algo más que una simple metáfora espacial: no puede limitarse a la pobre
metáfora de la ancha avenida del medio ni a una lectura voluntarista de la historia al estilo del tercer
movimiento histórico de Raúl Alfonsín, que quiso combinar los valores democráticos del radicalismo
con la sensibilidad social del peronismo y terminó sepultado por la crisis.

Por supuesto, esto no implica que diferentes fuerzas políticas no puedan convivir en frentes
electorales con otras tradiciones, porque la experiencia del peronismo (con el PI), el menemismo
(con la UCeDé) y el kirchnerismo (con el radicalismo de Julio Cobos) demuestran que, en ciertas
circunstancias, la sociedad está dispuesta a apoyar experimentos de este tipo. Pero sí supone advertir
que la construcción política no es un lego que simplemente toma lo mejor de este partido y descarta
lo peor de aquél. Una alianza electoral puede permitirse muchas cosas salvo ser ininteligible: la
sociedad tiene que entender que le está proponiendo.
En su muy franco, muy interesante y un poco melancólico libro de memorias (1), Felipe Solá revisa
la estrategia de Sergio Massa de cara a las presidenciales del 2015. Recuerda que el tigrense arrancó
la campaña liderando la oposición pero que con el tiempo fue quedando atrás de Macri, que al
principio no tenía ni más apoyos ni más recursos ni –ciertamente– más carisma, pero que sí tenía la
estrategia diseñada por Jaime Durán Barba: construirse como la verdadera opción de la clase media,
afirmarse en el voto anti-peronista para a partir de ahí ampliar el rango de apoyos, frente a un Massa
obstinado en pescar en un lago cada vez menos profundo.

La segunda dificultad es la definición de los candidatos. Una alianza puede constituirse formalmente,
construir un programa, una marca y hasta una identidad, pero al final debe expresarse a través de una
fórmula, el verbo encarnado de la política. Lavagna, cuya candidatura se agranda conforme la
economía se achica, parece un candidato ideal para un país en crisis, pero las encuestas le asignan la
mitad de intención de voto que a Massa. ¿Por qué debería Massa resignarse? ¿Y los gobernadores,
menos conocidos pero dotados de una fuerza territorial de la que carecen los otros? La tercera
posición tiene muchos candidatos: si no logra organizarse, es lo mismo que no tener ninguno.

La tercera cuestión es la sincronía institucional. La reforma constitucional del 94 acortó el mandato


presidencial a cuatro años, habilitó la reelección e hizo coincidir en un mismo año las elecciones
presidenciales y las de gobernadores, que también tienen períodos de cuatro años y en general
pueden aspirar a un segundo mandato consecutivo. Como los jefes provinciales pueden adelantar los
comicios en sus distritos y como la afirmación territorial es condición para cualquier aventura
posterior, la mayoría de los caciques peronistas decidió desdoblar las elecciones para garantizar su
supervivencia (2). Salvo aquellos que, como Juan Manuel Urtubey, ya van por su segundo período, el
resto tiene pocos incentivos para apostar a un riesgoso armado nacional que, si fracasa, los dejará
enfrentados al próximo presidente. Sin el apoyo de los gobernadores peronistas parece difícil que una
fuerza con chances de enfrentar al macrismo y el kirchnerismo pueda prosperar.

La última dificultad es que los otros también juegan. La política es una danza con lobos. Juega el
gobierno, que apuesta a una polarización que le permita concentrar el voto anti-cristinista y opera
para que los gobernadores se abstengan de participar en la disputa nacional. Y juega también
Cristina, que dejó de lado el sectarismo inconducente de parte de su entorno y reconstruyó la relación
con ex aliados como Hugo Moyano y Felipe Solá, alienta el surgimiento de un kirchnerismo
honestista liderado por Juan Grabois e incluso decidió imprimirle un “giro herbívoro” a su figura,
expresado en las declaraciones tranquilizadoras de Axel Kicillof y el renovado rol de Alberto
Fernández como armador político, todo lo cual puede interpretarse como un intento por ensanchar su
base de apoyos sin resignar su conducción. Sensata la estrategia de Cristina, sea para negociar desde
una posición de fuerza una articulación pan-peronista en la que se reserve el lugar de conductora, o
para lanzar su propia candidatura.

En este escenario, la posibilidad de que prospere una tercera alternativa no es imposible pero sí muy
difícil, lo que no deja de ser un problema. En primer lugar, porque el kirchnerismo y el macrismo
vienen protagonizando el juego político desde la crisis del 2001. Por más que el macrismo se haya
pasteurizado primero y bolsonarizado últimamente, por más moderada que se muestre Cristina,
ambos espacios conservan sus dirigentes, sus ideas y sus estilos, lo que en última instancia revela la
dificultad de la política argentina para renovarse. Pero sucede además que las mismas encuestas que
confirman la resiliencia de ambas fuerzas muestran el alto nivel de rechazo que generan, que entre
rechazos duros y blandos alcanza el 60 e incluso el 70 por ciento: el escenario 2019 es el de una
disputa trágica entre dos negatividades.

Pero así estamos, y de hecho las últimas encuestas muestran una asombrosa recuperación de la
imagen de Macri y un ascenso, menos acelerado pero no menos notable, de Cristina (3). Del mismo
modo que la crisis económica no alcanzó a perforar el piso del oficialismo, que aún en sus peores
momentos se mantuvo por arriba del 25 por ciento, el escándalo de los cuadernos no afectó de
manera significativa la imagen de la ex presidenta. Habría que ir aceptándolo: aunque el espacio
teórico para la emergencia de una tercera opción existe y aunque siempre puede haber sorpresas, el
paisaje político sigue dominado por los dos actores surgidos de las cenizas de diciembre, los que en
su remota presidencia Néstor Kirchner imaginó como perfectos enemigos y los que para bien o para
mal siguen concitando el mayor número de adhesiones.

1. Felipe Solá, Peronismo, Pampa, peligro, Paidós, 2017.


2. El 2019 estará marcado por una seguidilla de elecciones provinciales: marzo (Catamarca), abril
(Entre Ríos y Neuquén), mayo (Córdoba, Misiones, La Rioja, Chubut y Tierra del Fuego) y junio
(Chaco, Mendoza, San Juan, Santa Fe, San Luis, Tucumán, La Pampa, Río Negro y Santa Cruz).
3. Por ejemplo, la encuesta de Poliarquía publicada el 16 de diciembre de 2018 en La Nación muestra
que Macri pasó del 32 al 39 por ciento de imagen positiva en el último mes, en tanto que Cristina se
consolida como la principal líder de la oposición con el 30 por ciento de apoyos.

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur


EDICIÓN ENERO 2019 | N°235

INCLINACIONES IDEOLÓGICAS Y POSTURAS POLÍTICAS

Ideología
Por Ignacio Ramírez*

El sociólogo Manuel Mora y Araujo solía advertir sobre una deformación conceptual que padece
habitualmente el análisis político. Los abordajes, insistía, suelen poner el eje más sobre la oferta (los
actores, la dirigencia) que sobre la demanda (la sociedad, la opinión pública). Tan marcado es el
sesgo “ofertista” que cuando se incorpora este punto de vista a los estudios de opinión pública se lo
hace para examinar aquellos datos referidos a los protagonistas de la oferta: imagen de gobiernos y
de dirigentes.
En homenaje a Manolo, intentemos un abordaje explicativo que parta desde abajo del escenario. Los
indicadores que alumbran aspectos profundos de la opinión pública –preguntas sin nombres y
apellidos– contribuyen a la comprensión de la escena política argentina. Veamos un ejemplo: la
inseguridad.

En relación a este tema, la sociedad transita por dos grandes avenidas ideológicas. Cuando se
consulta por “cómo se soluciona el problema de la inseguridad”, un segmento importante se inclina
por respuestas “punitivistas” (aumentar las penas o darle más poder a la policía), mientras que otro
sector se pronuncia a favor de soluciones sociales (aumentar oportunidades educativas y laborales y
reducir la desigualdad). Cuando se vincula este subsuelo ideológico del territorio social con la oferta
política, surgen datos y vínculos muy elocuentes.

Entre quienes apoyan al gobierno de Mauricio Macri, más del 75% se inclina por una perspectiva
punitivista, en tanto que entre los opositores sólo el 36,5% se inclina por este enfoque. Una distancia
cualitativa y cuantitativa tan pronunciada retrata una profunda, en términos de Marc Angenot,
“ruptura cognitiva”. Se trata de un nexo íntimo entre inclinaciones ideológicas y posturas políticas
que genera una fuerte segregación, un abismo entre dos ecosistemas morales e ideológicos cada vez
más distintos y antagónicos.
La fisonomía ideológica del voto oficialista –heredero del voto antiperonista que, según Juan Carlos
Torre, había quedado huérfano en el 2001– nos permite una hipótesis: la coalición Cambiemos,
liderada por el macrismo, se parece más a “su” electorado que el radicalismo, el partido que durante
años intentó representar a este sector frente al giro a la izquierda que el kirchnerismo le imprimió al
peronismo. En otras palabras, Cambiemos ofrece una oferta de derecha a un electorado de derecha,
que el radicalismo intentaba representar de manera culposa.

Esto ayuda a explicar el enigma del año: por qué el gobierno conserva competitividad electoral a
pesar del fracaso económico y del extendido malestar social. Como hemos visto, Cambiemos no
cumple las expectativas materiales de su electorado pero sí satisface sus pulsiones ideológicas. Y
como nos recordaba Max Weber, no todo es pan y manteca.
* Sociólogo por la Universidad de Buenos Aires y DEA en Cultura, Política y Comunicación por la
Universidad Complutense de Madrid. Director del Posgrado en Opinión Pública y Comunicación
Política de FLACSO Argentina.
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur
EDICIÓN ENERO 2019 | N°235

LA CENTRALIDAD DE LA EX PRESIDENTA Y LOS DILEMAS DEL PERONISMO

Por qué Cristina sigue viva (y hasta podría volver)


Por Julio Burdman*
Aunque al comienzo del gobierno macrista parecieron cobrar impulso, las diferentes facciones del
peronismo no kirchnerista no lograron articular una propuesta política potente. En este marco,
Cristina Kirchner aparece como la líder del espacio opositor, sea o no candidata.

Muestra del Museo Evita Perón en el Museo de Historia de Moscú, 22-4-15 (Alejandro
Amdan/Presidencia de la Nación/AFP)

La persistencia de Cristina Kirchner necesita ser explicada. Porque son muchos los que siguen
sorprendiéndose de ella. Desde que dejó el poder en diciembre de 2015 se publicaron cientos de
análisis que anunciaban el fin de su carrera política. Y sin embargo ahí está. Más aun, podría volver a
la Presidencia en 2019 si decidiera postularse. Kirchnerismo y cambiemismo siguen siendo las
minorías dominantes de la política argentina.

La explicación de la persistencia K puede abordarse desde al menos dos ángulos que tienden a
parecerse entre sí. Por un lado, una lógica sistémica: ella sigue allí porque nadie pudo desplazarla y
reemplazarla. Por otro, el mérito: Cristina dejó el poder llevándose consigo un conjunto amplio de
fans que no la abandonan. En sendas caras de la misma moneda está el origen de su centralidad.

El fracaso del peronismo alternativo

Llegó el 2019 y el peronismo alternativo, ex federal, no cumplió su promesa: no se constituyó aún


como una opción relevante para las elecciones presidenciales. La materia prima de ese espacio existe
y se refleja en un conjunto de dirigentes con aspiraciones y broncas acumuladas. Su identidad está en
ciernes, porque su característica aglutinante más notoria es el rechazo al kirchnerismo y a su jefa.
Pero no se distinguen demasiado en el plano programático –aunque hayan votado diferente en
numerosas sesiones legislativas– y cargan con el peso de haber estado bajo el liderazgo de Cristina
durante largo tiempo. Al peronismo alternativo le falta una ideología propia. O, al menos, explicitarla
mejor.

No se puede decir que el peronismo alternativo no lo haya intentado. Lo viene haciendo desde que
finalizó el gobierno de Cristina Kirchner, incluso antes. Al asumir Mauricio Macri se presentó ante la
sociedad como el aspirante a liderar la oposición. Los bloques legislativos nacionales de la oposición
peronista se dividieron. En Diputados se escindió un grupo justicialista que se referenció en Diego
Bossio y que expresaba la opinión de varios gobernadores; en el Senado la relación de fuerzas fue la
inversa, ya que allí los “federales” dominaban en número bajo la coordinación de Miguel Pichetto.
De hecho, el bloque kirchnerista de senadores recién se formalizó a fines de 2017, cuando Cristina
asumió la banca.

A partir de ese momento, el peronismo alternativo coordina estrategias con quien parecía ser su
candidato natural: Sergio Massa. El entonces diputado había tenido un buen desempeño en las
elecciones de 2013, cuando derrotó al kirchnerismo en la provincia de Buenos Aires, y 2015, cuando
evitó la polarización y obtuvo un 20 por ciento en las presidenciales. Era una figura nacional y desde
el bloque renovador una suerte de árbitro de la gobernabilidad. Un opositor moderado. Viajó con
Macri al Foro Económico Mundial de Davos y diseñó una práctica de cogobierno con María Eugenia
Vidal desde la legislatura bonaerense. Massa, Bossio y Pichetto fueron el rostro de una oposición
constructiva (un analista la bautizó “opocialismo”) que acompañó a Cambiemos en el Congreso
durante un buen tiempo y fue una de las claves de su gestión. Eduardo Duhalde hablaba de
cogobierno.

Sin embargo, Massa partió de una restricción fuerte. No tenía interdependencia con los gobernadores
del peronismo. Para ellos, Massa era una pieza que había quedado suelta. Los gobernadores contaban
con su propia agenda provincial y necesitaban estar desatados de manos. Muchos de ellos, en aquel
lejano 2016, vislumbraban borrosamente una reelección de Macri que, por ósmosis, alimentaba sus
propias reelecciones provinciales. Juan Manzur (Tucumán), Sergio Uñac (San Juan), Gustavo Bordet
(Entre Ríos), Domingo Peppo (Chaco) y otros nuevos gobernadores peronistas habían asumido su
primer mandato en 2015, el mismo día que Macri. Estaban sincronizados con el ciclo cambiemita.
Pero ocurrió algo que nadie, salvo algunos pocos economistas que luego adquirieron la notoriedad
del pronóstico temprano, anticipó desde el inicio. Macri fracasó en el plano económico; su mixtura
de gradualismo fiscal y shock financiero nos llevó a una nueva y grave crisis. Durante los primeros
años el consenso no lo vio. Los gobernadores creyeron en el ciclo largo de Cambiemos y los
opocialistas en la factibilidad de la colaboración. Y el golpe fue por partida doble. Quienes no se
separaron a tiempo del oficialismo lo pagaron en las urnas: Massa obtuvo sólo 11% en las elecciones
de senador nacional de 2017 y quedó afuera del Congreso. Florencio Randazzo, la otra apuesta del
justicialismo devenido en antikirchnerista, todavía menos. Y los gobernadores peronistas
experimentaron el mismo contexto económico adverso que Macri, con el agravante de no tener una
pesada herencia a la que culpar. Los gobernadores hoy no están bien: muchos de ellos sufren en sus
provincias la competencia de otros aspirantes peronistas que amenazan su reelección.

A principios de 2018 el proyecto del peronismo alternativo adquirió otro impulso: sus economistas
anticiparon que se venía una crisis de magnitud. Efectivamente, meses después se produjo la
devaluación cambiaria, se disparaba la inflación, reaparecía el fantasma del default y desembarcaba
el FMI. Ahí fue cuando los alternativos vieron otra oportunidad: el techo bajo de Cristina y la
irreversible caída de la economía de Macri sólo dejaban lugar a una tercera opción. Reaparecían los
postulantes: Juan Manuel Urtubey, otra vez Massa, los gobernadores, Pichetto, Roberto Lavagna. La
tesis era que se abría un vacío en la política argentina que sólo ellos podían ocupar. Pero no funcionó.
Y comenzaron a echar culpas a los candidatos. Efectivamente, ninguno logra marcar una diferencia
en las encuestas. Demasiado simplista. Hoy luce más probable que el electorado no alineado con la
polarización macrista-kirchnerista se divida entre diversas opciones a que se aglutine bajo la égida de
los alternativos. Hubo, en suma, un problema en la estrategia inicial.

El kirchnerismo como fenómeno nacional

El fracaso del peronismo alternativo obliga a los dirigentes peronistas a reconocer el espacio que
sigue ocupando Cristina Kirchner. El núcleo duro de sus fans recuerda con nostalgia sus gobiernos de
políticas sociales, subsidios y apelación constante a los pobres. La pérdida de ingreso que
experimentaron los argentinos durante el gobierno de Macri agrega algo de dramatismo a esa
saudade.
Ante esa realidad insoslayable los dirigentes opositores se ven obligados a elegir. Tienen tres
alternativas: insistir con la tercera candidatura, pactar con el kirchnerismo (o sumarse a él) o adherir a
Cambiemos. Y las tres vías son complejas.

La primera no ayuda a los candidatos a gobernador o intendente, cuyas chances mejoran si están
alineados con un partido nacional competitivo (por eso tantas provincias desdoblan sus comicios). Y
apostar por el kirchnerismo o Cambiemos tampoco está exento de riesgos. Ambos combinan
adhesiones y rechazos.

Por eso son cada vez más los peronistas que empiezan a acostumbrarse a la idea de que “sin Cristina
no se puede”. El fallecido José Manuel de la Sota lo descubrió después del 11% de Massa, y aún
Eduardo Duhalde razona parecido. No falta demasiado para que la onda expansiva termine de
penetrar al massismo (Massa incluido). Es difícil para muchos de ellos, que un año atrás seguían
convencidos de la necesidad de marginar a la ex presidenta, pero la realidad tiene esa fuerza motriz
incontenible.

A su vez, la realidad de una Cristina Kirchner sin competencia plantea para ella misma una novedad.
Y no sólo en el plano de las elecciones presidenciales de este año sino para el liderazgo del
peronismo. Para muchos dirigentes del PJ no kirchnerista, que no anticiparon este escenario,
reconocer la presencia de Cristina resulta incómodo. Y contradictorio con sus compromisos
asumidos. Muchos están convencidos de que un retorno de la ex presidenta será una suerte de “caza
de brujas” hacia adentro. En su temor, albergan la esperanza de la aparición de una Cristina
pacificadora. Una leona herbívora. Porque si ella no lleva adelante una política de “tranquilización”
de diferentes sectores que hoy la ven con alarma y preocupación –peronistas no kirchneristas,
mercados, embajadores extranjeros– va a encontrar muchas resistencias. Que son, a su vez, uno de
los principales núcleos de sustentación de Cambiemos como opción electoral.

Hay que destacar, finalmente, que el estatus indiscutido de Cristina también le confiere la posibilidad
de no ser candidata a presidenta. Esto suena paradójico pero puede ser visto así: en la medida que ella
es reconocida como la única líder posible del peronismo, adquiere una potencialidad de organización
de la oferta electoral no imaginada un año atrás. Esto puede convertirse en un activo y un atractivo
para ella. No ser candidata pero retener y ostentar el poder, lo que se traduciría, por ejemplo, en una
Cristina Kirchner con autorización de parte del conjunto de los peronistas para designar candidatos y
vetarlos allí donde fuera necesario.

Pero en esta ecuación, difícil de concebir pero no imposible, faltaría un elemento más. La ex
presidenta se considera agraviada por el conjunto de la dirigencia política argentina. Ella es humana
y también espera comportamientos del orden de lo moral. Cristina Kirchner no sólo necesitaría, para
jugar un rol constructivo en el universo opositor, que le reconozcan su poder electoral, sino también
va a demandar algún tipo de reconocimiento de parte de sus pares. Un desagravio. Esto es algo que
hoy resulta difícil de aceptar para muchos dirigentes del peronismo no kirchnerista que actuaron
fuertemente en su contra. Había algunos, como el mencionado José Manuel de la Sota, que estaban
dispuestos a conceder esta instancia requerida del desagravio. Pero otros, como Miguel Pichetto, hoy
no pueden concebirlo. Como se ve, la reorganización del peronismo depende de factores racionales y
emocionales. Pero así funciona, después de todo, la política.

Esta conjetura, sin embargo, hoy resulta difícil de avizorar. ¿Por qué Cristina no sería candidata si
tiene todas las herramientas para serlo? ¿Acaso su poder sería mayor si decidiera no presentarse? Las
encuestas de ballottage son un dato determinante. Seguramente esperará hasta el final para decidir.
Mientras tanto, ya se calza las botas de su rol de lideresa de una oposición que debe ser reconstruida.

* Politólogo.
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur
EDICIÓN ENERO 2019 | N°235

UNA NUEVA IDEA DE NACIÓN

Romper la grieta
Por Martín Rodríguez*

Para muchos –honestamente y sin especulaciones tácticas– el liderazgo de Cristina se distinguió del
de Néstor Kirchner. Fueron coautores de un proyecto político que gobernó a Argentina durante doce
años. Doce de los escasos dieciocho que llevamos viviendo este siglo XXI. Y doce de los modestos
treinta y cinco que llevamos de democracia. Pero para muchos de nosotros el liderazgo de Cristina
fue atrapado por una lógica de la que es difícil salirse porque es la lógica de su otro: la grieta.
Cambiemos ama la grieta. Y lo dice para este 2019: si no hay economía, viva la grieta. Pero por los
recursos reales y simbólicos que el kirchnerismo ostenta (el peronismo bonaerense, los organismos
de derechos humanos, los movimientos sociales e incluso una parte del “pañuelo verde” y el
alfonsinismo) podríamos decir que hay una suerte de “conformidad” sobre sus propios límites. Es
decir, la sensación endogámica de que adentro del kirchnerismo estaría todo lo que se necesita y se
quiere del país. El imaginario nacional del kirchnerismo mide lo que miden sus propios límites, le
cuesta ver qué queda afuera (clases medias bajas, agronegocios, capas medias no progresistas y
aspiracionales). Es, sin saberlo, la renuncia de lo que Cambiemos acepta para su proyecto político: no
aspirar a la mayoría. Cambiemos está chocho con ser la parte y, vía comunicación política, tacticismo
y resortes políticos, mediáticos y judiciales, lograr una ocasional mayoría en una elección para al día
después volver a perderla. Dicho fácil: el macrismo aspira a ganar solo el ballottage porque no se
gobierna “para todos”, para una “inmensa mayoría”, aunque se reduzcan los daños.

Cambiemos, que es la otra cara de la grieta, explicita su renuncia a “ser mayoría” como no lo hizo
ningún proyecto político en democracia antes. Ese es su cambio cultural. Aceptar la fragmentación
social y la segmentación electoral como el ideal de una sociedad. Ni siquiera la trágica Alianza se
inhibía de apelar a una “mayoría” que veía posible tras el arrugamiento del peronismo en la
experiencia menemista. Por eso, una vuelta del peronismo (sin la exclusión de nadie) tiene como
desafío “romper la grieta”, es decir, reelaborar una idea de nación. Para el kirchnerismo eso significa
desconurbanizar su imaginario. Y para el resto del peronismo eso significa desarmar su anti-
progresismo. Porque para el “giro a la derecha” ya está este gobierno. Y tiene más recursos y
convicción para ello que nadie.

* Periodista.
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur
EDICIÓN ENERO 2019 | N°235

UNA LECTURA DEL “DISCURSO DE LOS PAÑUELOS”

Nacional, popular ¿y feminista?


Por Sol Prieto*
La agenda del movimiento feminista estará en el centro del debate electoral este año. En este
contexto, Cristina Fernández planteó la necesidad de un espacio político en el que convivan “los
pañuelos verdes” y “los pañuelos celestes”. ¿Qué implica esta afirmación y cuáles son sus
precedentes?

Buenos Aires, 31-5-18 (Marcos Brindicci/Reuters)

“Tenemos que comenzar a pensar con otras categorías. Creo que las categorías de izquierda y
derecha son categorías absolutamente perimidas, que no sirven. Sirven solamente para dividir y ser
funcionales al neoliberalismo. Tenemos que acostumbrarnos a eliminar esta forma de pensar de
izquierda y derecha. […] No puede ser esa la división. No puede ser esa la división entre los que
rezan y los que no rezan: mala división también. División que no es nacional ni popular, además.
Una división que es un lujo que no nos podemos permitir, porque en nuestro espacio hay pañuelos
verdes, pero también hay pañuelos celestes y tenemos que aprender a aceptar eso sin llevarlo a la
división de fuerzas. Esto es fundamental. Puede no gustar lo que estoy diciendo, pero es lo que
pienso.”
Estas fueron las palabras de Cristina Fernández en la conferencia de cierre del Foro Mundial del
Pensamiento Crítico de CLACSO, que se desarrolló días antes de la Cumbre del G20 en Buenos
Aires y, debido tanto a este contexto particular como a los invitados y el contenido de sus
intervenciones, fue leído como un hito político antineoliberal. Incluso hubo quienes se refirieron al
evento como “contracumbre”. En su conferencia, la ex presidenta y posible candidata habló durante
más de una hora sobre la transferencia regresiva del ingreso, sobre la crisis de la industria, sobre la
falta de consensos en relación al modelo de desarrollo, e incluso sobre la necesidad de reformular la
idea de república. Sin embargo, fue la afirmación respecto a los pañuelos la que enseguida encendió
el debate en las redes y en los medios de prensa escrita.

¿Qué quiso decir CFK y por qué lo dijo? Para algunos formó parte del lanzamiento de su campaña
presidencial e implicó un guiño a un potencial electorado religioso (“los que rezan”) y antiabortista
(“los pañuelos celestes”), partiendo de la base de que quienes apoyan el aborto legal la votarían
mayoritariamente y de que la propia ex presidenta votó a favor de la legalización del aborto en el
Senado. En relación a esta cuestión, es importante tener en cuenta que las elecciones de 2019 serán
las primeras en las cuales el aborto estará presente en la agenda y el debate públicos. Para otros, el
guiño no fue tanto a los votantes sino a dirigentes peronistas, sobre todo gobernadores, con
posiciones antiabortistas: en Tucumán, semanas antes, el peronismo había promovido y sancionado
una ley que restringía el acceso al aborto contemplado por el Código Penal, prohibiendo las
interrupciones legales del embarazo en casos de violación. Por esas semanas, además, el obispo
Agustín Radrizzani había oficiado una misa “ecuménica” en Luján por “Pan, paz y trabajo”
impulsada por sindicatos en general contestatarios a las políticas del Gobierno, a la que acudieron
muchos líderes sindicales y muchos intendentes del Conurbano. Desde esa clave, el discurso fue
interpretado como un gesto ante el sindicalismo.

También hubo quienes leyeron esta afirmación como un intento de contención dentro de su propio
bloque, dado que la senadora Silvina García Larraburru, quien lo integra, votó en contra de la
legalización aborto. Por último, hubo quienes identificaron en esa mención un mensaje al papa
Francisco, y sobre todo a los dirigentes políticos y sociales que lo asumen como su conducción
política o que tienen como principal capital político algún nivel de cercanía con la máxima autoridad
de la Iglesia Católica.

Ninguna de las exégesis del discurso de CFK es verdadera o falsa: todas son prolongaciones de las
posiciones políticas que ocupan quienes las formulan, de sus grupos de pertenencia, de sus memorias
sobre el pasado, sus intereses concretos en el presente y sus proyecciones futuras. Por ello es
importante tomar un poco de distancia de estas interpretaciones políticas y analizar dos dimensiones
que pueden aportar una respuesta al interrogante de si esta declaración se trata de un “giro”
antiabortista electoral, una consecuencia de la identidad peronista, o un acuerdo –de cara a generar
una nueva coalición– que va en detrimento del feminismo y sus demandas. Estas dos dimensiones
son: por un lado, las representaciones sobre el campo religioso, en gran medida compartidas por la
mayoría de los dirigentes políticos; y, por otro lado, las relaciones entre el peronismo y el poder
eclesiástico en el largo plazo.
Un espejo deformado

Debido a que la política democrática en sociedades de masas se organiza, en general, en base a la


definición de colectivos más o menos homogéneos que se organizan de manera más o menos
centralizada y jerárquica para representar las distintas demandas presentes en la sociedad, la mayoría
de quienes integran la arena política se representan al campo religioso como un espejo del campo
político. Desde su perspectiva, las iglesias son vistas como organizaciones jerárquicas y homogéneas,
las adscripciones nominales son vistas como adhesiones a una serie de opiniones y prácticas
homogéneas y coherentes entre sí, y las jerarquías eclesiásticas como jerarquías políticas que marcan
rumbo y agenda a sus respectivas feligresías.

Estas creencias y representaciones de la política respecto al campo religioso están enraizadas en una
cultura política de larga data derivada de un proceso de militarización y catolización integral de la
sociedad argentina (1) que se extendió sobre todo desde la década de 1930 hasta 1983, con breves
intervalos de autonomía o competencia estatal. Este proceso se dio, a su vez, sobre la base de una
peculiar forma de construcción identitaria en la que el catolicismo funcionó, sobre todo desde la
década de 1880, como un factor de homogeneización cultural en una sociedad de inmigrantes.

A pesar de que con la apertura democrática los mecanismos de catolización y militarización integral
entraron en declive, la cultura política construida durante los años de inestabilidad democrática se
mantuvo sobre todo mediante dos pilares: los intentos, casi siempre infructuosos, de tracción de
legitimidad religiosa por parte de los referentes políticos; y la presencia de una laicidad de
subsidiariedad que se traduce en la incorporación de las iglesias (sobre todo la Iglesia Católica) como
actores de discusión, diseño y sobre todo de implementación de políticas públicas, en especial
educativas, de drogas y vinculadas a la gestión de la pobreza.

Ahora bien, las creencias y representaciones que las personas dedicadas a la política tienen sobre el
campo religioso no coinciden con las dinámicas que se observan empíricamente en este campo. Los
grupos religiosos (sobre todo el catolicismo) lejos de representar espacios homogéneos y
jerarquizados, son ámbitos profundamente diversos en cuanto a prácticas, creencias y opiniones. Si
bien la Iglesia Católica es, desde el punto de vista institucional, un espacio jerárquico, la verticalidad
y la homogeneidad de los partidos y organizaciones sociales en lo que refiere a prácticas y opiniones
no se constata en el campo católico, donde la divergencia de opiniones entre las jerarquías
eclesiásticas y los creyentes constituye más la norma que la excepción.
Esto se debe a una doble dinámica común a todo el Cono Sur latinoamericano que comprende, por un
lado, a la ruptura del monopolio católico y la pluralización del campo religioso. En este nuevo
escenario, la Iglesia Católica pierde su lugar central a la hora de distinguir entre las creencias
consideradas legítimas y aquellas que no lo son, a la vez que otros actores religiosos reclaman para sí
el poder de definir el campo de lo legítimamente creíble. La otra cara de esta doble dinámica está
dada por la desinstitucionalización e individuación de las prácticas y las creencias religiosas. Este
proceso tiene que ver con la aparición de formas individuales y desinstitucionalizadas de vivir la
religión.

“Los pañuelos celestes” son apenas una porción minúscula de “los que rezan”. De acuerdo a la
Primera Encuesta de Creencias y Actitudes Religiosas en Argentina (2008) realizada por el Programa
de Sociedad, Cultura y Religión del Centro de Estudios e Investigaciones Laborales (CEIL- Conicet) (
2) el 91,8% de los argentinos cree en Jesucristo y el 91,1% cree en Dios. En cuanto a las pertenencias
religiosas, el 76,5% de los encuestados se consideran católicos, el 11,3% indiferentes, el 9%
evangélicos, el 2,1% testigos de Jehová y mormones, y el 1,2% de otras religiones.

En cuanto a las opiniones, se observa que los católicos consideran, casi en los mismos porcentajes
que la población en general, que el Estado tiene que intervenir para garantizar la salud sexual y
reproductiva. Más del 90% piensa que las escuelas deberían informar acerca de todos los métodos
anticonceptivos, que los hospitales deberían distribuir todos los métodos anticonceptivos
gratuitamente y que se deberían distribuir preservativos entre las y los adolescentes para prevenir el
VIH. También piensan mayoritariamente que se puede usar métodos anticonceptivos y ser un buen
creyente. Específicamente en lo que se refiere al aborto, el 69,1% de los católicos considera que
debería estar permitido en algunas circunstancias (incluyendo plazos), porcentaje que se encuentra
por encima del porcentaje general de argentinos que opinan de esa manera. En cambio, el porcentaje
que está de acuerdo con que la interrupción voluntaria del embarazo debería ser una decisión de cada
mujer es ligeramente inferior al de la población en general (12,3% de los católicos contra 14,1% de la
población en general). Por último, la posición más extrema respecto a esta cuestión (“el aborto
debería estar prohibido en todos los casos”) es apoyada por apenas el 13,5% de los católicos,
porcentaje inferior a la población en general que apoya esta afirmación (16,9%). Si esta opinión es
tomada como un indicador de los “pañuelos celestes”, por representar la opinión más extrema, se
puede observar que es una porción pequeña de los católicos. Considerar que “los que rezan” y los
“pañuelos celestes” son equiparables es una consecuencia de la mirada en general monolítica que la
política tiene sobre el campo religioso.

Peronismo y poder eclesiástico

Se han escrito bibliotecas enteras sobre las afinidades, pujas y dislocaciones que la emergencia del
peronismo generó en el campo católico. Una idea común de todas estas producciones es que las
afinidades doctrinarias, de cuadros y de formas de construcción política del movimiento católico y el
movimiento peronista terminaron convirtiéndose en partes en disputa. Al igual que el catolicismo
integral, el peronismo también se autodefinía como una “tercera vía” entre el comunismo y el
capitalismo. Además, tomó muchos símbolos del cristianismo, al punto de autocaracterizarse como
un movimiento “profundamente humanista y cristiano”. Y en general puso en manos del Estado y del
Partido Justicialista la responsabilidad sobre la ayuda social, la cual, hasta ese momento, era un
asunto que pertenecía a las organizaciones católicas de caridad.

El peronismo fue, al igual que el catolicismo luego de la crisis del Estado liberal, un movimiento
político que podía ofrecer una propuesta integral en la cual las personas podían ser peronistas en casi
todas las esferas de su vida. Esto generó una colisión con la Iglesia Católica debido al conflicto entre
legitimidades de distinto tipo. El peronismo, después de un largo ciclo de inestabilidad, fraude y
autoritarismo, llevó a la escena política un caudal de legitimidad que había estado ausente desde la
última elección de Hipólito Yrigoyen. La Iglesia, por su parte, contaba con una legitimidad que, por
definición, tiene otro origen, dado que es una legitimidad de tipo religioso. Esta legitimidad, además,
fue puesta en juego durante todo el período previo al peronismo con el objetivo de dotar de consenso
a gobiernos sostenidos ante todo a través de la coerción.

Esta colisión no fue inmediata. La emergencia del peronismo y sobre todo de la figura de Perón
como líder carismático generó, primero, muchas dislocaciones y discusiones en el movimiento
católico. La jerarquía eclesiástica, por su parte, mantuvo una posición prudente: por un lado
apoyaban la legislación a favor de los derechos de los trabajadores, pero por otro lado advertían sobre
la posibilidad de que el creciente poder de la clase obrera implicara un relajamiento del orden social.
Luego, los guiños culturales y económicos de Perón a la Iglesia Católica (el presupuesto destinado al
ítem culto se incrementó notablemente), llevaron a la jerarquía a tener un posicionamiento de abierto
apoyo, aunque con algunos reparos respecto del avance estatal sobre muchas esferas de la vida
cotidiana de las personas y la esfera de actividad de la propia Iglesia.

Una década después, la radicalización identitaria del peronismo se tradujo en que los diputados
oficialistas defendieran iniciativas impulsadas por Perón tales como la igualación relativa entre los
derechos de los niños “legítimos” e “ilegítimos”, la igualdad jurídica entre los cónyuges reconocida
en la Constitución de 1949, la legalización del divorcio, la supresión de la enseñanza religiosa, la
legalización de la prostitución (a través de las “casas de compañía”), e incluso un proyecto de
reforma constitucional con el objetivo de separar formalmente a la Iglesia del Estado. Esto generó
una reacción muy fuerte por parte de la Iglesia que utilizó las peregrinaciones del Día de la Virgen de
1954 y Corpus Christi de 1955 como movilizaciones antiperonistas.
Medio siglo después, el kirchnerismo retomó los hitos de ruptura y autonomía del primer peronismo,
adaptándolos a un contexto de afianzamiento de la democracia y reconocimiento de nuevos derechos
y autonomías. La sanción de leyes como la “de muerte digna”, de identidad de género, el Programa
Nacional de Salud Sexual y Reproductiva y la ley de educación sexual, la ley de matrimonio
igualitario y fallos como el de la Corte Suprema que extienden la interpretación respecto a qué
interrupciones del embarazo no deben ser penalizadas por la Justicia, pusieron en cuestión en pocos
años el nivel y tipo de dominio que el Estado tiene sobre los cuerpos, a la vez que contribuyeron a
consolidar un discurso de autodeterminación sobre los usos de los cuerpos, el sufrimiento médico,
etc. Los diferentes grupos presentes en el movimiento católico en Argentina fueron una parte
fundamental de estas discusiones. Pero, a diferencia de lo ocurrido en otros momentos en los que la
Iglesia y grupos católicos participaron de estos tipos de discusión, estas iniciativas pudieron ser
refrendadas por el voto de las mayorías a pesar de las resistencias.

De este modo, el período definido por las presidencias de Néstor Kirchner y Cristina Fernández
revirtió la tendencia de complementariedad que caracterizó la relación entre el Estado y la Iglesia
Católica en décadas anteriores: la elección de funcionarios laicos y no vinculados a familias católicas
tradicionales en la Secretaría de Culto; el apoyo a dos mujeres en la Corte Suprema que habían sido
criticadas por la jerarquía de la Iglesia debido a sus opiniones respecto de la interrupción voluntaria
del embarazo; la defensa de posiciones en torno a los derechos de las mujeres y las minorías sexuales
en las Naciones Unidas que se encontraban en contra de las posiciones del Vaticano; la reducción de
los fondos destinados a las iniciativas de caridad promovidas desde las organizaciones vinculadas a
la Iglesia incrementando el presupuesto de los programas sociales dependientes del Estado; la
sanción de una ley nacional que establece la educación sexual en escuelas primarias y secundarias y
otra ley en defensa de los derechos sexuales y reproductivos a pesar de las críticas de la Iglesia; el
despido de un obispo militar luego de que dijera que el ex ministro de Salud, Ginés González García,
debía ser “arrojado al mar con una piedra de molino atada al cuello”; la no asistencia de los
presidentes argentinos a la ceremonia del tedeum en la Catedral Metropolitana, fueron algunos de los
saltos que dio el gobierno en un sentido de autonomía política, en relación a la Iglesia, en la
definición e implementación de políticas públicas.

Un espacio en disputa

La elección de un Papa argentino en 2013, si bien enrareció el debate sobre el Código Civil, no
cambió el rumbo del kirchnerismo como actor político en esta materia. La emergencia del
movimiento feminista como sujeto visible y de cambio social encontró en los representantes del
kirchnerismo, en sus organizaciones, en su electorado y en suma en su política, un espacio masivo
disponible para ser disputado. Esta disputa, al igual que toda disputa paritaria, no es un mar de rosas:
por momentos se desarrolla con mucha intensidad y las barreras patriarcales a veces parecen estar
fuertes, incluso en los espacios identificados con el progresismo. Pero por las propias características
del peronismo, por su modo de construcción política y su historia, es un movimiento que tiende a
sobrevivir a partir de la ampliación de derechos. El caso de CFK resulta un buen ejemplo de esto:
muchas veces antes y durante su presidencia, se pronunció en contra de la legalización de la
interrupción voluntaria del embarazo (IVE). Sin embargo, en la sesión del 8 de agosto en el Senado
votó a favor del proyecto de IVE afirmando lo siguiente: “Al movimiento nacional, popular y
democrático vamos a tener que agregarle feminista”.

Cualquier lectura sobre “el discurso de los pañuelos” debería tener en cuenta estos procesos de largo
aliento que hacen del peronismo un espacio permeable a los movimientos de cambio social, y por
ende lo convierten en un espacio en disputa.

1. Fortunato Mallimaci, El mito de la Argentina laica. Catolicismo, política y Estado, Capital


intelectual, Buenos Aires, 2015.
2. Fortunato Mallimaci (dir.), Atlas de las creencias religiosas en Argentina, Biblos, Buenos Aires,
2013.

* Socióloga, becaria doctoral (CEIL-CONICET).


© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur
EDICIÓN ENERO 2019 | N°235

INGLATERRA, EL CRECIMIENTO DE LA POBREZA EN LA CIUDAD DE WIGAN

Orwell y el camino a la desesperación


Por Gwenaëlle Lenoir*
Wigan supo ser una ciudad obrera que creció durante la Revolución Industrial pero que, luego de la
Gran Depresión de los años 30, vio caer su actividad industrial y crecer el desempleo y la pobreza.
En el libro El camino de Wigan Pier (1937), George Orwell retrató este paisaje social desolado, que
hoy parece retornar.

Ilustración inspirada en una fotografía de Kurt Hutton, Wigan, 1939 (Juan Soto,
www.sotografico.blogspot.com)

Había que empezar por el principio: Darlington Street, Wigan, Lancashire. La descripción de la
pensión ubicada en el número 22 de esta calle abreEl camino de Wigan Pier (1). Este relato de
George Orwell, desconocido aún hoy en Francia, fue un éxito editorial en el Reino Unido desde su
publicación, en marzo de 1937, en la editorial de Victor Gollancz. Sigue siendo bien visto tener en la
biblioteca, a pesar de no haberlo leído, esta descripción precisa y cruel de la condición obrera durante
la Gran Depresión en Inglaterra ?la del noroeste, los escoriales y las fábricas, los pozos, las galerías y
los baldíos?.

En ese invierno de 1936, Orwell residió durante algunos días en casa de los Brooker, administradores
de una pensión miserable y de un despacho de achuras igual de miserable en el barrio de Scholes.
Queda lo suficientemente marcado como para que el 22 de Darlington Street ocupe el primer capítulo
de su libro. Suciedad, promiscuidad, pequeñez de los alojamientos, miseria de los pensionistas
(extenuados por los trabajos agotadores y mal pagos, acosados por los órganos de control
administrativo…)… Esto es para Orwell un resumen de su periplo por esa región en la que a la
dureza de las condiciones de trabajo se le suma la del desempleo. Escribe los “dédalos infinitos de
los antros”, las “sombrías partes traseras de las cocinas en las que seres decrepitantes y sufrientes dan
vueltas como cucarachas”. Y remata: “Es necesario ver y sentir ?sobre todo sentir? de tiempo en
tiempo tales lugares, para no olvidarse de que existen. Incluso si lo mejor es no quedarse ahí durante
mucho tiempo”.

Pobres cada vez más pobres

El despacho de achuras no existe más. Más allá, sobre un terraplén de césped alegre, una placa casi
invisible recuerda el paso del escritor. Bajo la garúa de un fin de verano de 2018, Darlington Street
no es para nada vistosa. Tampoco verdaderamente siniestra. Y muy larga. Las impecables hileras de
casas de dos pisos de ladrillo rojo parecen estirarse hasta el horizonte. Todas idénticas. Aunque si se
mira bien la pintura de algunas puertas está más descascarada que la de otras; algunas ventanas
tienen flores de plástico. En algunas planta bajas hay negocios ?en su mayoría definitivamente
cerrados: cortinas de hierro bajas, tablones que tapan las vidrieras?. Entre los pocos sobrevivientes,
tiendas que ofrecen al mismo tiempo pizzas, hamburguesas y kebabs. Las maderas verde primavera
del cartel de unbookmaker atraen la mirada. La miseria no salta a la vista, y Orwell, hoy, no vería en
la parte de atrás de una casa a esa mujer que “entendía tan bien como yo la atrocidad que implicaba
estar ahí, de rodillas en el frío cortante sobre las piedras resbalosas del patio de atrás de una pocilga,
hurgando con un bastón un tacho de basura nauseabundo”. Las casas siguen ahí, hombro con
hombro, y medianeras, en hileras de cientos de metros. Sus minúsculos patios a veces están
decorados con rosales y se abren a veredas anchas, cuidadas y arboladas.

El Scholes de 2018 sigue siendo un barrio pobre. Más del 17% de la población de Wigan en 2011
contaba con un subsidio del Estado (2), contra el 13,5% a nivel nacional, y el 16% vivía en un
alojamiento social, contra el 9% para el conjunto del país. Y Scholes forma parte de los barrios más
desfavorecidos de esta ciudad desfavorecida. Orwell describía las “ciudades obreras en las que la
totalidad de los ocupantes subsisten sólo gracias a los comités de asistencia pública, creados en 1930,
y a los subsidios de ayuda”. Hoy, Barbara Nettleton, fundadora de la asociación comunitaria
Sunshine (“rayo de sol”), cree indispensable hacerles saber a los habitantes que “no hay vergüenza en
ser pobre”.

Los años que le siguieron a la Segunda Guerra Mundial al final serían no más que un paréntesis. Las
minas de carbón, las hilanderías de algodón, las acerías funcionaban a plena capacidad, y Londres
instauraba el Estado de Bienestar. “De niña, no necesitaba despertador a la mañana porque escuchaba
el timbre de la fábrica de al lado ?recuerda Nettleton?. Se podía dejar un trabajo a la mañana y
encontrar otro a la tarde.”

“El primer ruido de la mañana es el paso de los obreros con sus galochas sobre la calle pavimentada”,
escribe Orwell. “Éramos un centro industrial muy activo. Había aserraderos, textiles, mecánica,
minas. Día y noche, se oía resonar el calzado de los obreros que iban o volvían del trabajo ?cuenta
Les Bond, obrero jubilado, al evocar su ciudad de Accrington, a treinta kilómetros de Wigan?. Y
después, en los años 1960, los obreros pudieron sacar préstamos para comprarse casas. Todo eso se
terminó. Todas las industrias se fueron.” Desindustrialización, globalización, neoliberalismo: esta
región, de Liverpool a Sheffield pasando por Manchester, no se recuperó de los “años Thatcher” (3).

“El fracaso de la huelga de los mineros en 1984 fue un duro golpe para la clase obrera”, se lamenta
Gareth Lane, de la Bakers, Food and Allied Workers’ Union (BFAWU, sindicato de la industria
alimentaria), aunque sea demasiado joven como para haberla vivido. “Nos cuesta remontar y
organizar a los trabajadores.” Porque, del bastión industrial, no queda nada. Incluso la memoria
parece haber sido borrada, salvo en los viejos y en los militantes. “¿Las minas, los mineros? ¡Tengo
treinta años! ¿Qué quiere que le diga?”, exclama un joven vendedor de autos mientras bebe cerveza
en el club de los mineros de Astley. Acaso no haya ni siquiera jamás notado, arriba de la barra, los
platos decorados en honor a los mineros. En uno de ellos, esta frase: “Despite pitfalls, some good,
some bad, I’m proud to be a mining lad” ?que se puede traducir más o menos así: “A pesar de los
pozos, unos buenos, otros malos, estoy orgulloso de ser un minero”?. Rodea los tres atributos
simbólicos del oficio: el casco, las galochas y la lámpara. Orwell se hacía eco de este orgullo, él que
profesaba su admiración, luego de haber bajado ahí en persona, por esos “espléndidos tipos de
humanidad” capaces de trabajar en el infierno del carbón.

El George Orwell deEl camino de Wigan Pier no tiene buena prensa acá. Desde la aparición de su
libro, en 1937, están quienes le reprocharon haber oscurecido el cuadro. Jerry Kennan, un minero
desempleado, militante político y “guía” de Orwell, afirmó que el escritor había rechazado a sus
primeros arrendatarios, no lo suficientemente miserables para él, por los Brooker, más acordes a la
imagen de mugre y pobreza que él buscaba. Esta acusación vendría de hecho de una herida de amor
propio de Kennan, que no recibió un ejemplar dedicado. El Diario de Orwell indica que fue una
enfermedad inesperada de su primera arrendataria lo que lo llevó a los vendedores de achuras. Pero
poco importa: la leyenda es tenaz, y es retomada con deleite por muchos comentadores hasta el día
de hoy. Conviene hacer que se olviden de Orwell, y sobre todo decir que todo eso ya se superó, que
caiga en el olvido de la historia.
Mas a esta historia, Brian, hijo, nieto y bisnieto de mineros, con quien nos encontramos en un bar de
Accrington, la estudió. Quería incluso dedicarse a eso. Hoy en día es obrero a tiempo completo en
una fábrica de aberturas y se ríe: “Siete años de estudios de historia… ¡todo para llegar acá!”. Igual
se considera afortunado. Sus amigos de infancia, treintañeros como él, o bien se fueron o están
desempleados o precarizados. “Los cargadores que trabajaban medio desnudos en el fondo de la mina
que describe Orwell hoy en día son reemplazados por los desempleados de los jobcentres [la agencia
de desempleo] o los trabajadores con contratos ‘cero horas’. La diferencia con la época de Orwell es
que ya no hay trabajo. ¡Pobreza sí que hay! Está incrustada acá.”

Una ayuda que se escurre

Las dos o tres calles peatonales más bien arregladas de los centros de Wigan, Sheffield o Accrington
no cambian nada: la pobreza es inocultable en las ex ciudades industriales. Los habitantes hacen sus
compras en los supermercados de comidas especializados en rebajas. Nos encontramos acá en el país
de los negocios en los que todo cuesta 1 libra esterlina (pound): Poundland, Poundstretcher,
Poundworld… Para la ropa y los accesorios, los habitantes se dirigen a los negocios de caridad como
los del Ejército de Salvación. Para las computadoras, las alhajas y los teléfonos de oferta, los Cash
Shops o Cash Converters venden productos empeñados por los que se quedaron sin plata. El ojo de
Orwell, hoy, se vería atraído no por el negro del polvo del carbón que manchaba todo, sino por los
colores chillones de estas vidrieras, tanto más vivos cuanto que los productos son de mala calidad. El
escritor describiría probablemente los BrightHouse, una cadena de mala reputación de alquiler con
opción de compra de muebles y de electrodomésticos con locales en pleno centro, enfrente de la
Municipalidad de Accrington o enfrente del gran centro comercial que se encuentra a dos pasos de
las peatonales de Wigan. Su clientela: los más pobres y los más vulnerables, según las mismas
autoridades financieras británicas (4).

Los BrightHouse no intentan ocultar las apariencias. La pintura de la vidriera está descascarada, la
alfombra gastada. Ninguna gran marca entre los lavarropas, los pantalla plana, las cocinas o los
sillones que se encuentran en alquiler con opción a compra. Pero las tasas de interés son prohibitivas:
no menos de 69,9% cuando se las calcula por año. Tomemos por ejemplo un lavarropas con una
capacidad de seis kilos, de una marca muy modesta: la etiqueta indica 180,50 libras esterlinas (206
euros). Pero BrightHouse se dirige en primer lugar a las personas que no pueden desembolsar esta
suma de una sola vez, y que tienen que pagar en cuotas. El principio es simple: mientras más pobre
es uno, más paga, y termina pagando muy caro. El mismo lavarropas va a terminar costando 535
euros si uno elige la opción de cuotas de 3,40 euros por semana en ciento cincuenta y seis semanas,
es decir tres años. La televisión de 374 euros finalmente se la va a estar pagando a 890 euros a razón
de 5,70 euros por semana en tres años. Sin contar el seguro. La cadena es próspera: 270 locales en
todo el Reino Unido. Miles de familias firman ahí contratos.

Lisa P. todavía se muerde los dedos (5). Esta joven mujer de 25 años, pelo violeta, piercing y
pantalón deportivo nunca trabajó. Le diagnosticaron la enfermedad de Crohn cuando estaba
embarazada de su primera hija, a los 17 años, y recibe un subsidio por invalidez de 342 euros cada
dos semanas, al que se le suman otros 342 euros de subsidio por enfermedad mensuales. Su
compañero recibe, por su parte, 250 euros por semana del subsidio de desempleo. Viven con sus
cuatro hijos en un alojamiento social de 91 euros por semana, sin contar las facturas, y es muy difícil
llegar a fin de mes. “Resistir a las demandas de los niños permanentemente es agotador ?suspira
mientras sus chicos traviesos juegan a la pelota en medio de los bancos de la iglesia en la que nos
encontramos con ella?. Cuando se me rompió la cocina me dejé llevar. Tuve ganas de una cocina
nueva. Fui a BrightHouse, y me tenté también con una televisión de cuarenta y dos pulgadas. Eran 34
euros por semana por todo, a dos años; pensé que iba a andar.” Un imprevisto, un accidente de pago,
y el seguro ya no corre. El televisor se descompuso. Lo tiene que seguir pagando hasta el final.

Historias como ésta, la reverenda Denise Hayes (6) puede contar docenas. Dividida en dos por unas
puertas altas, su iglesia de Saint-Barnabas, en Wigan, sirve al mismo tiempo de lugar de culto y
centro comunitario: café y té gratis, mesas y sillas, un rincón salón con sillones, billar, juegos para
los chicos, una pequeña tienda de comestibles a precios muy bajos. Por ahí pasan cada tarde madres y
padres de familia, desempleados, trabajadores precarios, alcohólicos, drogadictos, desesperados ?lo
mismo que decir toda la población de la parroquia de Saint-Barnabas, 3.600 almas?. “Cuando llegué
a este barrio, hace cuatro años y medio, la situación era mala. Hoy es peor ?afirma Hayes?. Antes, ya
era difícil saber cuál era el principal problema: la falta de trabajo, los empleos precarios, los bajos
salarios, la falta de calificación y de formación… Ahora, las autoridades le agregaron una capa más a
la miseria: la reforma de los subsidios.”

Un solo subsidio que se desembolsa cada mes, el “crédito universal”, tiene que reemplazar a seis,
entre los que se cuentan el subsidio de desempleo, el de vivienda, el de invalidez y el de familia, que
algunos reciben semanalmente, otros de manera mensual, dos veces por mes o, en el caso del de
vivienda, se le entrega directamente al propietario (privado o proveedor social). Adoptada en 2013
por los conservadores, puesta en práctica progresivamente, esta medida es vilipendiada por todos. No
adaptada a las necesidades de las poblaciones involucradas, desajustada, con fallas incesantes,
aterroriza literalmente a Tony, que cría solo a sus cuatro hijos: “Tengo que pasarme al crédito
universal a fin de año y no sé cómo me voy a arreglar”, cuenta este obrero agrícola desempleado
desde hace ocho años, mientras su hijita más pequeña patalea en sus brazos en uno de los sillones de
la iglesia de Saint-Barnabas. “Ya ahora me cuesta con mis hijos que reclaman siempre alguna cosa
?agrega?. Va a ser todavía más difícil resistirlos, con toda esa plata a principio de mes.” Tony cobra
250 euros cada lunes, “de los cuales 107 van directamente al proveedor social”. Compra la comida de
la familia lo más barata posible, “sobre todo hamburguesas, papas y pastas”, y el fin de semana ya
tiene problemas.

Los obreros deEl camino de Wigan Pier pagaban el gas almeter (contador), poniendo monedas en el
aparato. Nada cambió, o casi. Tony usa una tarjeta prepaga: “Antes, yo pagaba por factura, pero, una
vez, no pagué y casi me cortan el gas. Por eso, con esta tarjeta, sólo consumo lo que puedo pagar de
gas y de electricidad”. Una sonrisa gesticulante le anima la boca casi totalmente desdentada: “A
veces hace frío en la casa”. Hayes asegura que el 90% de sus parroquianos usan esta forma moderna
demeter. Y ella comprende la angustia de Tony: “El pasaje al crédito universal se hace de cualquier
manera. Acá, muchas personas viven de los subsidios desde hace años. Recibir en una sola vez una
suma importante es difícil de manejar. Pero lo peor es el plazo del paso al desembolso único: hay un
puente de cinco, y hasta puede ser de diez u once semanas. Durante ese lapso de tiempo no reciben
nada. Por lo que toman prestado. A los amigos si tienen suerte, o a los usureros. Y es una espiral:
nunca van a lograr llenar ese agujero”.
Algunos acumulan las dificultades. Por ejemplo los que tienen que pagar, además del resto, el spare
room tax, rebautizado desde que se lo adoptó en 2013 como bedroom tax (impuesto al dormitorio).
Imaginemos una familia con dos hijos que vive en un alojamiento social de tres dormitorios. El hijo
mayor se va de la casa. Su dormitorio, a partir de entonces libre u ocupado de tiempo en tiempo, es
considerado superfluo por el proveedor social. La familia por lo tanto verá cómo su subsidio de
vivienda disminuye en un 14%. Con dos cuartos “de más”, la disminución es del 25%. Lo mismo si
en la familia hay dos niños del mismo sexo: pueden compartir el mismo dormitorio. “La idea es
llevar a la gente a que abandone su vivienda por una más pequeña ?desentraña Hayes?. Pero hay
escasez de viviendas sociales, por lo que la gente no se va.” Muchos inquilinos se encuentran con
pagos atrasados de los alquileres. Y entonces los expulsan. “Estas personas tienen una vida caótica;
la administración la vuelve aun más caótica. ¡Se diría que lo hacen a propósito!”, fulmina la
reverenda.

Acá como en todos lados, hoy como en los años 30, quien recibe subsidios, por más pequeños que
sean, es calificado de parásito. “En las clases medias, se seguía hablando de ‘esos vagos que se
rascan a expensas de los contribuyentes’ y diciendo que ‘encontrarían todo el trabajo que quisieran si
se tomaran la molestia de buscarlo’”, escribía George Orwell. “Saquémosles los subsidios a los que
se niegan a trabajar”, proclamaba el dirigente conservador David Cameron durante su campaña
victoriosa de 2010, que le permitió convertirse en primer ministro ?hasta el voto sobre el Brexit?.
Obtener un subsidio de desempleo y conservarlo es una carrera de obstáculos. David, en sus primeros
treinta, contador, todavía tiene pesadillas con los formularios de cincuenta o cien páginas a llenar y
con la opacidad de un sistema intrusivo: “Para el monto del subsidio, se fijan dónde uno vive, con
quién, si uno tiene hijos, y son ellos los que deciden qué es lo que uno necesita. A veces lo que le dan
a uno no alcanza ni siquiera para la comida, para los pasajes de colectivo, para ir a una de las
entrevistas o a una entrevista de trabajo”.

David hoy trabaja dieciséis horas por semana para Sunshine, la organización de Nettleton. Tiene que
demostrar que busca activamente un trabajo de tiempo completo durante las dieciocho horas
restantes… “Le debo treinta y cuatro horas por semana aljobcentre”, suspira el joven. Orwell en 1936
habla delmeans test, o “test de recursos”, herramienta de vigilancia del conjunto de los ingresos del
núcleo familiar de un desempleado. Instaurado en 1931, fue “una de las instituciones más detestadas
del país durante el período de entreguerras” (7). Hoy, al doctor Aneez Esmail, médico clínico desde
hace treinta años e investigador en la Universidad de Manchester, se le va la voz: “Tengo muchos
pacientes con patologías mentales, como depresiones graves. Algunos reciben desde hace diez años
el subsidio por invalidez. ¡Brutalmente, la administración les dice que pueden trabajar y que tienen
que buscar un trabajo! ¡Pero no es gente capaz de eso!”.
Ian, por su parte, fue maquinista durante treinta y cinco años. Una mañana se despertó y no se podía
mover. “Artritis”, le diagnosticaron los médicos. Estaba inválido, con el subsidio correspondiente.
“Al principio me dejaron en paz. Y ahora consideran que puedo trabajar porque no tengo los brazos
paralizados. Me hicieron hacer un curso de empleado de oficina. Incluso con muletas, uno puede usar
una computadora”, ironiza detrás de la recepción de Sunshine, donde trabaja como voluntario en el
marco de esta reconversión. Sólo que este fan del rock tiene más de cincuenta años: “Las empresas
cuando ven mi CV, entre mi discapacidad y mi edad, pasan directamente al siguiente”.

Precarización y desesperación

Como muchos de sus hermanos originarios del subcontinente indio, el doctor Esmail hizo gran parte
de su carrera de clínico en los barrios más populares, descartados por los médicos británicos. En su
consultorio y en sus visitas a domicilio, ve cómo se profundiza la miseria desde 2008 y la austeridad,
y poco le importa el 4% de desempleo de agosto de 2018 con el que se enorgullece el gobierno
conservador: “Nunca vi tantas desigualdades, ni tanta indigencia. Cuando era estudiante, en
Sheffield, los mineros tenían orgullo, y esperanza para sus hijos. Hoy, algunos de mis pacientes no
tienen con qué pagar el funeral de un padre. El destino de la mayor parte de ellos es el desempleo o
trabajos desvalorizados y mal pagos”. Desaparecidas las minas, las hilanderías, las acerías: los
empleos de hoy en Wigan, Sheffield, Accrington o Manchester son los depósitos de las grandes
empresas de ventas on line y las cadenas de comida rápida. Empleos no calificados, casi siempre
pagados con el salario mínimo, es decir 8,94 euros bruto por hora. Jill, 53 años, se decidió a
presentarse en Amazon. Las condiciones le resultan penosas ?salario bajo, tiempo de viaje muy
largo?: “Con el recorte en el gasto público, hay menos colectivos. Tengo que cambiar dos veces de
transporte. El viaje me lleva una hora y media de ida y otro tanto de vuelta”. Pero es un trabajo de
tiempo completo. Siempre mejor que los contratos “cero horas” a los que estaba abonada en los
últimos años.
Introducidos por McDonald’s en los años 1980, los contratos “cero horas” se generalizaron después
de la crisis de 2008. Sin definición legal, se extendieron a todos los sectores de actividad y están de
hecho reconocidos por el Estado: desde 2014, un desempleado no puede rechazar uno, so pena de ver
su subsidio suspendido (8). “Es un contrato sin garantía horaria ?explica Lane, el sindicalista de
BFAWU?. El empleador te hace trabajar a su antojo, tantas horas como considere necesario. Pueden
ser cincuenta horas esta semana y ninguna la que viene. Se te avisa a último momento y no podés
decir nada.” Él mismo abandonó el colegio a los dieciséis años, antes de pasar por este tipo de
contratos “con decenas de empleadores distintos”. En general, la contratación se hace con una
agencia de empleo como intermediaria, lo que fragiliza aun más al asalariado. “Durante la Gran
Depresión, los trabajadores iban a hacer fila en los muelles y los empleadores se acercaban a
contratar a la cantidad que necesitaban. Volvimos a eso, pero peor. Los supervisores hacen lo mismo,
pero lo hacen por teléfono, por lo que la gente está muy aislada”, se enoja quien intenta, desde hace
dos años, organizar a los trabajadores de McDonald’s con el movimiento de huelgas giratorias,
apodado “McStrike” (“McHuelga”). Los contratos “cero horas” hacen que la vida se vuelva incierta:
imposible prever algo, incluyendo los momentos de esparcimiento con los hijos; imposible planificar
el mínimo gasto. Orwell, sin dudas, habría incluido a quienes se encuentran encadenados a este
sistema en el círculo de “todos los que trabajan pero que, desde el punto de vista pecuniario, podrían
del mismo modo estar desempleados, dado que el salario que reciben de ninguna manera podría ser
considerado como un salario que permita vivir de manera decente”.

En cuanto a pagar un depósito y encontrar un alojamiento por fuera del parque social, mejor no
pensar en eso. Un departamento de una sola habitación puede costar 850 euros, sin incluir gastos, en
un barrio desfavorecido de Manchester. ¿Cómo sorprenderse, entonces, de que dos asalariados con
trabajos de tiempo completo y con un contrato normal tengan que vivir en el hogar para gente en
situación de calle de Salford, en el conurbano de la ciudad? Escondido detrás de un centro médico, el
asilo de noche de ladrillos negros linda con una iglesia pentecostal. Ese sábado, los dos trabajan, y
Justin, que nos recibe en el hogar, no nos dirá nada de ellos, “por pudor”. El asilo es el único del sur
de Manchester que está abierto los siete días de la semana, los doce meses del año, y es mixto. Por
cada persona alojada, el hogar recibe 114 euros por semana de la caja nacional de subsidios. En el
comedor, una decena de hombres de todas las edades ?el más joven con la cara cubierta de acné, el
más viejo con aspecto de Papá Noel, barba larga y colita blancas, redondeces bonachonas? y dos
mujeres se encuentran sentados en mesas redondas. Una silueta envuelta en una manta está recostada
en el sillón del salón, entre la televisión encendida y un billar en el que no juega nadie. Durante el
día, el dormitorio está cerrado. Justin no lo va a abrir hasta las 21:30, para el sermón religioso. Las
puertas se cierran y las luces se apagan a las 22; hay que irse de ahí a las 6. Treinta hombres y
mujeres comparten el vasto ambiente, sin ninguna intimidad. Las camas están alineadas, todas se
parecen entre sí, excepto por unos osos de peluche en dos camas ocupadas por mujeres. Cuando el
hogar tiene que rechazar gente, y siempre ocurre eso, Justin les da una bolsa de dormir y aconseja
que se vayan a instalar al McDonald’s de la esquina, abierto las veinticuatro horas del día. “Pero
sobre todo no se tienen que dormir, si no los echan.”

El impacto de la austeridad y de los recortes presupuestarios en la gente más frágil es muy grave,
asegura el doctor Esmail: “La obesidad es uno de los marcadores de la pobreza. Cada vez más
personas tienen diabetes. Que nosotros combatimos con medicamentos caros, cuando la enfermedad
se debe a la obesidad, y ésta a la pobreza. ¡Es absurdo!” Es cierto, la pobreza extrema que existía en
los tiempos de Orwell retrocedió; la gente ya no muere de hambre. Pero los pobres son cada vez más.
“Y están cada vez más desesperados. Hemos hecho de la desesperación un modo de vida.”

1. George Orwell,El camino de Wigan Pier, Destino, Barcelona, 2012.

2. Censo de 2011; el próximo será en 2021.

3. Margaret Thatcher, primera ministra conservadora, en el poder de 1979 a 1990.

4. La empresa BrightHouse fue investigada por la autoridad de reglamentación de sociedades


financieras, que juzgó que no era un “prestamista responsable”. Hilary Osborne, “Révélations sur les
placements secrets de la reine d’Angleterre aux îles Caïmans”,The Guardian, Londres, traducido por
Le Monde, 5-11-17.

5. A pedido de la persona se cambió el nombre.

6. En la religión anglicana, las mujeres pueden ser ordenadas curas.

7. Véase Stephanie Ward,Unemployment and the State in Britain: The Means Test and Protest in
1930s south Wales and north-east England, Manchester University Press, 2013.

8. Véase Jacques Freyssinet, “Royaume-Uni. Les contrats ‘zéro heure’: un idéal de flexibilité?”,
Chronique internationale de l’IRES, Nº 155, Institut de recherches économiques et sociales, París,
febrero de 2017.

* Periodista, autora de Petites morts à Gaza, ediciones Nuits blanches, colección “Pollars”, París,
2011.
Traducción: Aldo Giacometti.
EDICIÓN ENERO 2019 | N°235

ALTA TENSIÓN ENTRE RUSIA Y UCRANIA

Disputas estratégicas en el Mar Negro


Por Igor Delanoë*
El 25 de noviembre, guardacostas rusos abordaron tres naves de guerra ucranianas que se dirigían
hacia el Mar de Azov, cuando intentaban franquear el estrecho de Kerch. El incidente muestra el
incremento de la influencia militar rusa en la región del Mar Negro al tiempo que inquieta a las
fuerzas militares occidentales.

Mimmo Rotella, Materia-Collage, 1958 (Gentileza Christie’s)

El 25 de noviembre de 2018, los guardacostas rusos abordaron tres naves de guerra ucranianas que
intentaban franquear el estrecho de Kerch. La flota, que había partido de Odessa, iba rumbo al mar de
Azov, donde Kiev dispone de algunos centenares de kilómetros de costas. Más allá del incidente, esa
escaramuza naval ocurre en un contexto securitario regional en el que Rusia tomó el control desde
que anexó Crimea, en marzo de 2014.

La rivalidad por el acceso a un mar cerrado se agrega ahora a la larga lista de tensiones que
mantienen rusos y ucranianos. El incidente del 25 de noviembre es el último, y el más grave, de una
serie de abordajes y de controles imprevistos de naves que atravesaron el mar de Azov desde
comienzos de 2018.

En virtud de un acuerdo firmado en 2003, este mar fue por mucho tiempo, y por derecho, un
condominio ruso-ucraniano. El texto jurídico acuerda una libertad de circulación total a las naves
civiles y militares de ambos países en las aguas del estrecho de Kerch. No obstante, al apoderarse de
Crimea, en 2014, Rusia se convirtióde facto en la dueña del acceso al mar de Azov, en la medida en
que ahora controla las dos orillas del estrecho que a él conduce. Su superioridad militar absoluta
sobre Ucrania, por otra parte, tiende a transformar el espacio marítimo de Azov en un “lago ruso”.

El cerrojo ruso

En mayo de 2018 Rusia inauguró un puente que lo une con la península. Su construcción, que costó
alrededor de 3.000 millones de euros, acentuó todavía más la presión sobre el estrecho de Kerch, ya
que Moscú endureció las reglas de paso instauradas unilateralmente con el objeto de proteger la obra.
Los rusos siguen temiendo, con razón o sin ella, que los ucranianos intenten destruir el puente, como
algunos en Kiev ya llamaron a hacerlo, como el diputado Ihor Mosiychuk (1).

Para los ucranianos, se trataba, en la crisis de noviembre, de desafiar elstatu quo que los perjudica, al
negarse a someterse a los procedimientos de paso impuestos por los rusos. De haberlo querido, en
efecto, muy bien habrían podido enviar esas pequeñas naves por tierra, como lo habían hecho en
septiembre en dos patrulleros. El 24 de septiembre un destacamento de dos naves de guerra
ucranianas –un remolcador y una nave de salvataje– franqueó además el pasaje de Kerch, tras haber
señalado su intención y bajo una estrecha vigilancia rusa, sin que eso provocara ningún incidente. Al
decidir esta vez que sus naves no perdieran tiempo en la larga fila de espera que se estira en las
inmediaciones del estrecho en virtud de la Convención de 2003, los ucranianos no podían ignorar que
los rusos recurrirían a la fuerza. Ellos deseaban obtener una asistencia militar por parte de la
comunidad euroatlántica, a la que se postula Kiev, por el momento en vano.

A fines de septiembre, Washington transfirió dos pequeñas lanchas patrulleras, de 10 millones de


dólares, que habían sido construidas para los guardacostas estadounidenses a fines de los años 80 (2
). Más que como un refuerzo de las capacidades navales ucranianas, conviene interpretarlo como un
gesto político. Esas lanchas fueron entregadas desarmadas y desprovistas de material electrónico.
Además, habida cuenta de su antigüedad, corren el riesgo sobre todo de ser blancos fáciles, y de
primera elección, para las baterías costeras y la fuerza aeronaval rusas.

Las preocupaciones electorales, por otra parte, también tuvieron su peso en la tentativa de forzar el
cerrojo de Kerch. Los ucranianos elegirán a su presidente en marzo de 2019. El actual jefe de Estado,
Petro Porochenko, encara este escrutinio con una posición delicada: se le adjudica alrededor del 10%
de las intenciones de voto en las encuestas, donde se ubica en cuarta posición, lejos detrás de la
favorita, Yulia Timoshenko (3). Por eso algunos en Moscú, pero también en Kiev, sospechan que
Porochenko quiso instaurar la ley marcial para alterar el calendario electoral y aumentar así sus
posibilidades de acceder a la segunda vuelta. No obstante, en vez de los sesenta días de ley marcial
que deseaba instaurar sobre el conjunto del territorio, no pudo obtener –revisando él mismo su
proyecto antes de someterlo al Parlamento– más que treinta días en diez oblasts (regiones) del este
del país. Si esta decisión no parece en condiciones de comprometer los comicios de marzo próximo,
en cambio tiende a dar al Presidente una imagen de jefe de guerra con el fin de tratar de mejorar su
popularidad en baja.

Cogestión securitaria

En este incidente, para Rusia se trataba de reafirmar la soberanía que reivindica sobre Crimea, así
como sobre el estrecho de Kerch, y de recordar que sería en vano tratar de impugnar las reglas del
juego que instauró. Impuesta desde comienzos de 2018, la ruptura de los flujos marítimos
procedentes o con destino a los puertos de Azov de Ucrania tiene un costo: entre 20 y 40 millones de
dólares de lucro cesante por año para Mariúpol y Berdyansk. Estos dos puertos tuvieron un descenso
del 27 y el 47% respectivamente de sus fletes entre 2015 y 2017 (4). La interferencia rusa, sin
embargo, no es la única responsable. El bloqueo del Donetks instaurado por Kiev cortó las dos
ciudades de sus zonas interiores; y la caída del producto interno bruto (PIB), del 40% desde 2014,
compromete su actividad. Al mantener la presión sobre la navegación ucraniana, Moscú se vale de
una palanca que, llegado el momento, podría servirle para negociar contrapartidas, como la
reapertura de los canales de agua fresca que alimentan Crimea. Su funcionamiento fue interrumpido
por Kiev tras la anexión de la península, que, desde entonces, debe contar con sus propios recursos.

La escaramuza del 25 de noviembre traduce el incremento de la influencia militar rusa en la región


del mar Negro desde la anexión de Crimea. El mar de Azov y el estrecho de Kerch forman un
corredor estratégico que une el mar Caspio con el mar Negro vía el canal Volga-Don. Estas aguas
son cada vez más regularmente tomadas por pequeñas naves de combate rusas, algunas de las cuales,
que parten de su base en el mar Caspio, se arriesgan ahora hasta el Mediterráneo Oriental, donde
cruza la 6ª flota estadounidense, pieza maestra de las fuerzas de la Organización del Tratado del
Atlántico Norte (OTAN), dominantes en esta zona (5).

Desde su anexión, Crimea recuperó su papel tradicional de puesto de avanzada en las márgenes
meridionales rusas. Moscú fortificó la península desplegando allí un conjunto de defensas antiaéreas,
con los sistemas S-400 y antibuques, las baterías costeras Bastion, así como medios de guerra
electrónica. La combinación de estos armamentos, capaces de interceptar tanto a cazabombarderos
como a misiles balísticos, hizo del mar Negro una zona de varios centenares de kilómetros cuadrados
donde las fuerzas de la OTAN ven inhibido su potencial, uno de esos “espacios de negativa de
acceso” que inquietan a los Estados Mayores occidentales. El despliegue, en el seno de la flota rusa,
de nuevos submarinos diésel, de nuevas fragatas y de una flotilla de pequeñas naves lanzamisiles,
todas capaces de disparar misiles crucero de tipo Kalibr –precisamente aquellos que fueron utilizados
en Siria contra grupos yihadistas–, dan a Rusia los medios de infligir daños a cualquier adversario
que la emprendiera contra sus intereses.

Su potencia naval se expresa aquí tanto mejor cuanto que la actividad de las marinas extranjeras en el
mar Negro está fuertemente coaccionada por la Convención de Montreux. Este texto, que data de
1936, hace de Turquía la dueña de los estrechos del Bósforo y de los Dardanelos. También limita el
número, el tonelaje y la duración de la presencia de las naves de los Estados no ribereños (artículo
18). Si los estrechos turcos y el apoyo occidental a Ankara pudieron permitir que el curso de la
historia contuviera el expansionismo de los zares, y luego de los soviéticos, en dirección al
Mediterráneo, la Convención de Montreux impide hoy que la talasocracia estadounidense contraríe el
ascenso de la flota rusa del mar Negro.

Porochenko no se equivocó en esto: inmediatamente después del incidente de Kerch, lanzó la idea de
prohibir la navegación a las naves rusas en los estrechos turcos. Esta proposición ilustra el
desconcierto de Kiev, en la medida en que Turquía siempre se empeñó en que la Convención de
Montreux fuera escrupulosamente aplicada; una exigencia que incluso la anexión de Crimea y el
incremento del dominio militar ruso no hicieron evolucionar un ápice. Desde el punto de vista de
Ankara y de Moscú, todo cuestionamiento del texto de 1936 se haría a sus expensas. Daría paso a la
entrada de actores securitarios exteriores en el campo naval regional. Esa perspectiva comprometería
elmodus vivendi que hace del mar Negro un condominio securitario ruso-turco desde la desaparición
de la URSS. Además, Turquía siempre prestó atención a no transformarlo en un terreno de
enfrentamiento entre Rusia y la OTAN, manteniendo un equilibrio sutil entre su posición de miembro
de la Alianza y su vecindad con Moscú. La adhesión a la OTAN en 2004 de Bulgaria y Rumania, que
disponen de medios navales marginales, no cuestionó fundamentalmente este abordaje.

Turquía se encuentra en la intersección de los tres espacios de negativa de acceso creados por Rusia,
uno en Crimea desde 2014, otro en el Cáucaso con sus instalaciones situadas en Armenia, y el tercero
desde 2015, con los medios desplegados en la región costera siria. Aunque preocupado por esa
comprobación, Ankara hasta ahora no tomó medidas que cuestionaran su cogestión securitaria del
espacio del mar Negro. Las sólidas relaciones con Moscú en el campo energético –confirmadas por
el gasoducto Turkish Stream, cuyo tronco submarino se terminó de instalar en noviembre pasado– y
la construcción de la primera central nuclear turca por la rusa Rosatom en Akkuyu, sobre las costas
meridionales, frente a Chipre, le ofrecen una red de seguridad.

No obstante, lo que contribuye a la resistencia de su asociación es ante todo la capacidad de los rusos
y de los turcos de concentrar sus esfuerzos en procesos comunes, más que buscar en vano objetivos
estratégicos compartidos. Moscú y Ankara son competidores en el campo geopolítico que cooperan
de manera selectiva y limitada en el mar Negro, en el Cáucaso y en Medio Oriente, a través de los
marcos que permiten canalizar esa competencia. La plataforma de Astana en el conflicto sirio es un
ejemplo de esto; la fuerza de intervención naval BlackSeaFor (6), creada en 2001, es otro. Esta
tendencia debería proseguir, habida cuenta de los antagonismos entre Washington y Ankara, nacidos
inmediatamente después de la tentativa de golpe de Estado del verano boreal de 2016 contra Recep
Tayyip Erdo?an, así como de la cooperación militar estadounidense-kurda en Siria, que irrita mucho
a los turcos.

Intereses divergentes

¿Cuáles podrían ser las respuestas de la OTAN al incremento de las tensiones en el mar de Azov y
alrededor de Kerch? Tal vez la instauración de una misión de policía de los aires permanente, sobre
el modelo de la establecida en el mar Báltico. La Alianza Atlántica también podría encarar la
creación de una flota propia. Para compensar las bajas capacidades navales búlgaras y rumanas,
también podría rematricular temporalmente unidades surgidas de las marinas exteriores al mar Negro
con los colores de Bulgaria o de Rumania, lo que permitiría soslayar las restricciones de la
Convención de Montreux. No obstante, una iniciativa rumana un poco similar había sido propuesta
durante la Cumbre de la OTAN en Varsovia en 2016, que fue rechazada en virtud de las fuertes
reservas expresadas por Bulgaria. Además, semejante iniciativa correría el riesgo de disgustar a
Ankara, que no dejaría de ver en eso un cuestionamiento al espíritu de Montreux.

A falta de eso, la única arma a disposición de la comunidad euroatlántica sigue siendo el


endurecimiento de las sanciones respecto de Moscú. Sobre este tema, sin embargo, los intereses de
los estadounidenses y los europeos divergen. El Consejo Europeo adoptó en diciembre una
resolución no coercitiva, y no se ocupó de sancionar más a Rusia (7). En cambio, la oposición
estadounidense en el Nord Stream se intensifica desde el incidente en el mar de Azov. Ese gasoducto,
cuya construcción ha comenzado, debe entregar gas ruso a Europa vía el Báltico, soslayando a
Ucrania. Al invocar la fuerte dependencia de Europa respecto de la compañía Gazprom, que
construye la sección terrestre rusa del gasoducto, la resolución de la Cámara de Representantes del
11 de diciembre prepara ciertamente una vuelta de tuerca para el sector energético ruso. Y la
administración estadounidense de Trump anuncia la posibilidad de sancionar a las empresas europeas
implicadas en el proyecto.

1. “Ukrainian MP suggests destroying Crimean bridge”, EurAsia Daily, 22-5-18, https://eadaily.com

2. Illia Ponomarenko, “Ukraine accepts two US patrol boats after 4 years of bureaucratic blockades”,
Kyiv Post, 27-10-18.

3. “Electoral sentiment monitoring in Ukraine”, Razumkov Centre, Kiev, 19-11-18.

4. “Ukraine and Russia take their conflict to the sea”, Stratfor, 24-10- 18,
https://worldview.stratfor.com

5. Tim Ripley, “Russian Caspian corvettes enter Mediterranean”, Jane’s 360, 21-6-18,
https://www.janes.com

6. Esta iniciativa ruso turca permitió contrarrestar la operación Active Endeavour, una de las
misiones de la OTAN desplegadas en respuesta al 11 de Septiembre, por la que Rumania y Bulgaria
deseaban abrirle las puertas del Bósforo.

7. “European Council conclusions on the multiannual financial framework and on external relations”,
Consejo Europeo, Bruselas, 13-12-18.

* Doctor en Historia, profesor en el Colegio Universitario Francés de San Petersburgo.


Traducción: Víctor Goldstein
EDICIÓN ENERO 2019 | N°235

EL CRÉDITO SOCIAL, SISTEMA DE EVALUACIÓN DE LOS CIUDADANOS

Chinos buenos y chinos malos


Por Ling Xi y René Raphaël*
Público o privado, local o nacional, individual o sectorial, un sistema de evaluación llamado “crédito
social” se despliega en China. Al principio imitaba al sistema estadounidense, que atribuye una
buena nota a quienes pagan sus préstamos puntualmente y hasta el último centavo. Luego se extendió
a los datos más personales…

Shanghai, 6-5-11 (Carlos Barria/Reuters)

La escena se desarrolla ante nuestros ojos cerca de la entrada anexa del Hospital del Pueblo Nº 1 de
Hangzhou, al sur de Shanghai, en la provincia de Zhejiang. La calle está tranquila. Una mujer mayor
está de plantón en una vereda separada de la calzada por una pequeña barrera que le llega a las
rodillas. Parece esperar un taxi. Los badenes se suceden unos tras otros y los autos, como esa combi
alemana, van al paso. De pronto, la mujer sortea la barrera, baja de la vereda, se inclina sobre el capó
y luego salta como una cabra antes de sentarse en el suelo, con los brazos cruzados. El joven
conductor sale de su vehículo y se acerca, preocupado. Le sigue una hora de discusiones, en
presencia de enfermeros pensativos y de un policía que pasaba por ahí, hasta la negociación de una
indemnización compensatoria.

Esta escena es un peng ci –literalmente: “tocar la porcelana”–, una tentativa de extorsión por falso
accidente, que se ha vuelto tan banal en China que las plataformas de videos en línea están repletos
de compilaciones a veces hilarantes, a menudo dramáticas. Crece la ira ante estos actos, que se
añaden a muchos otros trucos: escándalos sanitarios o alimentarios, falsificaciones, etc. Por lo tanto,
todo lo que promete erradicar a los pillos tiene el visto bueno de la población.

Así, el sistema de vigilancia llamado “crédito social” puede desplegarse tranquilamente. De hecho,
desde el verano pasado, las palabras “honestidad” (cheng) y “credibilidad” (xin) florecen en los
anuncios de propaganda que acompañan ese conjunto de mecanismos privados y públicos de
evaluación de los individuos, de los entes oficiales, de las empresas y de los sectores profesionales,
recompensando a los buenos y castigando a los malos.

Un buen Sésamo

Lin Junyue, investigador pekinés, es uno de sus teóricos. En 1999 integraba un equipo de trabajo a
pedido del entonces primer ministro, Zhu Rongji, que lo nombró ingeniero en jefe. “Algunas
empresas estadounidenses le habían pedido que creara herramientas para saber más acerca de las
empresas chinas a las que querían hacerles pedidos. Con mis colegas, por lo tanto, hicimos viajes de
estudios a Estados Unidos y a Europa, y comprendimos que debíamos construir algo mejor que eso:
un sistema sólido para documentar la solvencia de los ciudadanos y de las empresas chinas. Nuestro
informe, bautizado ‘Hacia el sistema nacional de gestión de crédito’, apareció en marzo de 2000,
justo antes de las dos Asambleas (1). El término ‘crédito social’ apareció en 2002, cuando un oficial
sugirió una simetría léxica con la seguridad social”, nos explica.

En el año 2006, el Banco Popular de China –el Banco Central– adopta el principio delcredit score
(calificación crediticia), como en Estados Unidos, donde esa nota arranca generalmente en 300 (muy
mediocre) y su techo es de 850 (muy bueno) (2). Luego Lin Junyue prosiguió sus trabajos.
“Queríamos explorar un crédito en un sentido amplio, con una recopilación de informaciones mucho
más reforzada, que emanara por ejemplo del Ministerio de Seguridad del Estado o del de
Telecomunicaciones. Este proyecto fue validado en 2012 por el Consejo de Estado”.

El investigador rechaza toda comparación fácil con la serie de televisión orwellianaBlack Mirror (3
), muy popular en Occidente, y desmiente la hipótesis de una nota individual nacional (4):
“No estamos en eso, aunque vamos más lejos que la evaluación estándar de la solvencia.
Informaciones de todo tipo van a ser progresivamente reunidas sobre un individuo o un organismo.
Esto va a permitir sobre todo que gente o empresas irreprochables, pero que no tienen ninguna reseña
histórica económica, accedan, gracias a nuevos criterios, a préstamos, a solicitaciones de ofertas y a
muchas otras posibilidades nuevas”.

Cuarenta y tres municipalidades piloto examinarán el dispositivo hasta 2020. Cada una tiene su
batería de criterios, su sistema de letras o de puntos, y hasta elije su nombre “Crédito social de la flor
del ciruelo” para Suzhou, “Crédito social de jazmín” para Xiamen. Casi todas sacan provecho de los
datos recopilados en las redes sociales o en las aplicaciones de los smartphones, pero también de una
videovigilancia cada vez más sofisticada.

En 2020, la totalidad de los principales lugares públicos urbanos deberían estar dotados de cámaras
de reconocimiento facial: es el programa “Red del cielo”. En el campo se despliega el programa
“Ojos penetrantes”, que permite a los campesinos conectar sus televisores o sus smartphones con las
cámaras de vigilancia ubicadas en las entradas del pueblo.

“La sensación de seguridad es el mejor regalo que un país puede ofrecer a su pueblo”, había
declarado el presidente Xi Jinping en un documental difundido en la televisión nacional antes del 19º
Congreso del Partido Comunista Chino, en octubre de 2017. En esa época, el film recordaba que
cerca de una cámara de videovigilancia de cada dos (42%) en el mundo se encontraba en China.

Lin Junyue, por su parte, vigila cómo las municipalidades pioneras se hacen cargo de su dispositivo
de crédito social. “En Suqian, el respeto por el Código Vial les pareció esencial en la evaluación. En
Rongcheng se concentran en la moralidad, el civismo. En Hangzhou se basan mucho en la reputación
en línea de los individuos [en función de lo que compran o del buen pago de su crédito, NDLR].
Nuestro equipo mira todo eso de cerca, al tiempo que cuida la protección de los datos personales,
porque habrá que poner un marco. Por otra parte, existe una norma internacional a este respecto: la
ISO/TC 290. Pero, como es demasiado protectora, es un freno para la economía”. Para luego
concluir: “En 2020 se establecerán las reglas, los castigos y las gratificaciones que fueron inventadas.
Se creará la infraestructura, y el país podrá adherirse”. Para Pekín, será en 2021.

La ciudad de Hangzhou, al suroeste de Shanghai, conjuga dos sistemas de evaluación desde 2015.
Uno es municipal, aún embrionario y desconocido por todos los habitantes que pudimos interrogar.
El otro es privado, popular y muy apreciado por las autoridades: el Crédito Sésamo de Ant Financial,
la rama financiera de Alibaba, joya del comercio electrónico chino cuya sede está en Hanghzou. Este
crédito privado atribuye notas que van de 350 a 950 a los usuarios de la aplicación de pago Alipay,
muy popular en China y monopólica aquí. A los que tienen notas altas les ofrecen “privilegios” y
pueden acceder a jugosos productos financieros y al microcrédito al consumo, el servicio Huabei de
Alipay.

Diseñado por arquitectos de Seattle, el edificio Z-Space es la segunda oficina en cuatro años de Ant
Financial. Por el momento, la empresa no emplea “más que” 3.600 personas, pero puede recibir a
8.000. Vigilantes con audífonos, vestidos como militares de la guardia de honor, vigilan los flujos de
jóvenes asalariados en bermudas colorinches equipados con auriculares Beats de última moda, que
irrumpen a toda velocidad en bicis eléctricas o en autos deportivos. Una de las gallinas de los huevos
de oro del grupo es Alipay (ZhiFuBao, en chino), el medio de pago telefónico que reivindicaba 700
millones de usuarios activos en septiembre de 2018, contra 500 millones un año antes. Su principio
consiste en un código QR (por Quick Response, un código de barras en dos dimensiones) con
escáner. Adiós las monedas: hasta los mendigos enarbolan un código QR alrededor del cuello.

Escoger Alipay es también permitir que Ant Financial acumule una avalancha de informaciones
personales, como el detalle de sus viajes en taxi y de sus compras en el súper, sus facturas médicas,
su generosidad. A imagen de un Facebook generando publicidades a partir de las interacciones de sus
usuarios, el Crédito Sésamo se establece a partir de las compras frenéticas efectuadas vía Alipay. Y
mucho más allá. “Con el consentimiento del usuario, Sésamo recopila y analiza cinco tipos de datos,
recogidos en la plataforma Alipay, pero también en otras grandes plataformas asociadas. Esos datos
son las transacciones de compra, el pago de pequeños préstamos al consumo, el patrimonio
inmobiliario y los productos financieros del usuario, su perfil personal como por ejemplo su nivel de
educación y sus esparcimientos, y sus transferencias de dinero efectuadas con otros usuarios de
Alipay”, nos explica Le Shen, un portavoz de Ant Financial, antes de aclarar: “Sésamo no se interesa
en los datos GPS del usuario ni en su mensajería o en su reseña histórica de llamados”.

En febrero de 2015 Li Yingyun, director de tecnología del Crédito Sésamo, explicaba el cálculo de la
nota en la revista económica chinaCaixin: “Alguien que se pasa diez horas por día jugando a juegos
de video [en línea y pagos], por ejemplo, será considerado como una persona perezosa, mientras que
alguien que compra pañales con frecuencia será considerado un padre, que por lo tanto tendrá un
sentido más agudo de las responsabilidades” (5). Desde entonces, ninguna otra información se filtró
sobre lo que capta el algoritmo.

Actualmente, los que tienen notas altas del Crédito Sésamo ya no interesan solamente a Ant
Financial. Algunas empresas, e incluso consulados, intentan atraer a esos individuos prometedores.
Así, el servicio de encuentros en línea Baihe privilegia a los solteros con mejores notas. Grandes
cadenas de hoteles, los principales operadores de bicicletas compartidas o los que alquilan autos
exceptúan del monto de la caución, particularmente elevado en China, a los puntajes superiores a
650. Una plataforma de alquiler de material fotográfico, video e informático les está reservada. Un
buen Sésamo incluso puede favorecer un pedido de visa para Singapur o para Canadá.

Desde 2004, la municipalidad de Hangzhou otorga una “carta de ciudadano” a cada residente de 16
años y más: una placa magnética multifunciones, que hace las veces de tarjeta de seguridad social, de
tarjeta de transportes, de medio de pago de las multas viales con límites apropiados, y que permite el
acceso gratuito a los parques de la ciudad. En esa época, las autoridades anunciaban que querían
crear por ese sesgo una amplia base de datos para identificar mejor las necesidades de los habitantes.
Desde junio de 2018, quien posea esa carta ciudadana, si lo desea, puede volcarse hacia una
aplicación smartphone que ofrece servicios equivalentes. Para identificarse debe informar a su
Crédito Sésamo, el que es detectado por reconocimiento facial. Esa manipulación técnica aporta la
prueba formal de una interfaz entre Alibaba y la administración de Hanghzou. Un buen Crédito
Sésamo certifica, a los ojos de esta, que uno es un buen ciudadano.

Por su parte, el Banco Central, que en 2015 no había logrado atribuir una calificación crediticia más
que a un cuarto de la población china, permitió durante mucho tiempo que Sésamo y otras siete
empresas financieras accedieran a todas las informaciones bancarias y fiscales de la población.
“Terminó por lanzar su propioCredit Score, bautizado Baihung, en mayo de 2018, con esas ocho
empresas como accionistas minoritarias”, aclara Lin Junyue.
“La vida del pueblo 360”

Hay que viajar más al este, hasta la ciudad portuaria de Rongcheng, en la provincia de Shandong,
para darse cuenta de lo que es un crédito social municipal plenamente operativo y supervisado
íntegramente por la fuerza pública. “Si Hangzhou construye su marca alrededor de las empresas de
high-tech y le da la parte del león al Crédito Sésamo, Rongcheng es más bien conocida por su gestión
activa del crédito de los ciudadanos. La ciudad se focaliza en la elevación moral de los habitantes.
Podrán comprobar que hicieron mucho en materia de estímulos”, nos previene Lin Junyue.

En Rongcheng, en efecto, se mezclan entusiasmo, convicción y… mucha improvisación. Al terminar


esta jornada, el parque que rodea la municipalidad está casi desierto. Una vieja pareja con túnicas
remendadas nos explica la razón: “Es la hora de ‘La Vida del Pueblo 360’. Muchos se precipitan a su
televisor”. Cada noche, el canal local difunde un florilegio de comportamientos que no tienen nada
de cívicos tomados por las cámaras de videovigilancia en el curso de las últimas veinticuatro horas.
Bombachas enganchadas en las rejas de una urbanización, un viejo sofá abandonado en una vereda o,
peor aun, choferes que no disminuyen su marcha en los pasos peatonales o peatones que atraviesan
por cualquier lado: las secuencias se encadenan a un ritmo vertiginoso. Los números de las
matrículas, las caras y a veces los nombres de los agitadores son exhibidos, entre dos advertencias de
policías impasibles, con los ojos atornillados a un teleprónter.

Bienvenido a Rongcheng, conocida por su pesca, su industria del trailer y su reserva invernal de
cisnes mongoles. Un pueblo convertido en una ciudad en seis años, con la absorción de las aldeas a
veinte kilómetros a la redonda. En Rongcheng y en la casi totalidad de las 919 aldeas que dependen
de su jurisdicción, el crédito social fue establecido a partir de 2013, acarreando una evolución
palpable de los comportamientos y las interacciones sociales.

Los habitantes disponen de un capital de partida de mil puntos y figuran de oficio en la categoría A.
En función de los puntos que ganen o pierdan suben a A+ o caen hacia las categorías B, C o D. Basta
con perder un punto para situarse en una puntuación de 999, deslizarse hacia la B y que el banco le
rechace un préstamo inmobiliario. En la municipalidad, en una oficina reluciente, se puede recuperar
su nota, en la forma de un certificado debidamente sellado.

Desde el momento en que un desperdicio abandonado equivale al castigo de una pérdida de tres
puntos, tanto las veredas como los ómnibus son de una limpieza sorprendente. Ni una colilla ni una
lata vacía en el horizonte. Y no es necesario ser sorprendido in fraganti por un agente para ser
sancionado: las numerosas cámaras Hikvision –el líder mundial de la televigilancia, cuyo accionista
mayoritario es el Estado chino– lo reemplazan. Atravesar la calle ya no es un imposible: en las
arterias principales, los automovilistas se detienen al acercarse un peatón, un hecho rarísimo en
China. En caso de falta, la sanción duele: 50 yuanes de multa, tres puntos menos en el permiso de
conducir (que tiene doce) y cinco puntos menos de crédito social. “Ocurrió de golpe, en la primavera
de 2017. De un día para el otro, los autos se detenían delante de nosotros. ¡No sabía qué hacer!”, se
acuerda la Sra. Yuan, con un fuerte acento de Manchuria.

Numerosos barrios de la ciudad adoptaron también una carta de buena conducta, firmada por los
vecinos. El de Qingshan, por ejemplo, exhibe sus buenos modales en grandes carteles azules. Entre
las prioridades: desterrar las películas o libros llamados “amarillos” (es decir, eróticos), dejar de
hacer crecer sus legumbres en la calle, no ir a las iglesias no registradas, evitar la grosería con sus
vecinos o pasearse en autos de lujo en los casamientos o los funerales. Ir en contra de esto es asumir
el riesgo de que su nota se venga abajo.

La vitalidad del crédito social es aun más manifiesta en los pueblitos del conurbano. Un centenar de
ellos ya disponen de una “plaza del crédito social”, donde carteles lúdicos y coloridos detallan los
mandamientos, exhiben las caras de los ciudadanos merecedores y especifican los puntos añadidos o
retirados durante el mes transcurrido.

En Dongdao Lu Jia, un lindo pueblito con callejuelas recién asfaltadas, el 10 de julio de 2018 los
habitantes recibieron un inventario de la evaluación social. Doce páginas donde se entera uno de que
talar los árboles frutales del vecino rinde un punto. Llevar a un mayor al hospital o al mercado, un
punto, con un límite de dos trayectos por mes; sacar un vehículo de un foso: un punto; ayudar a
tomar las mediciones de los contadores de agua, prestar sus herramientas: medio punto. Pero si las
gallinas no están enjauladas son 200 yuanes de multa y diez puntos menos; una pelea, 1.000 yuanes y
diez puntos; arrojar los desperdicios al río: 500 yuanes y cinco puntos; un graffiti o un adhesivo
considerado hostil al gobierno: 1.000 yuanes y cincuenta puntos. La pena más temible se desploma
sobre aquellos que van a peticionar al escalón superior sin pasar por el jefe del pueblo (6): 1.000
yuanes de multa y una caída automática a la categoría B.

“Antes el pueblo les pagaba a barrenderos, pero trabajaban mal. Ahora barremos nosotros mismos.
Eso rinde puntos y hace ahorrar plata”, cuenta Liu Jian Yi, 64 años, jovial, de uniforme y camisa
floreada. Este campesino durante mucho tiempo recorrió el país y sus obras en construcción, luego
volvió a instalarse en la casa de piedras grises donde nació. “Ahora acabo de reparar la chimenea de
un vecino. Si lo declaro a nuestro jefe del Partido y si mi amigo lo confirma, con una fotografía que
lo acredite, tendrán que otorgarme un punto. Las notas se exponen cada fin de mes en una página
WeChat, pero yo no tengo un smartphone”. Se dice que los que tienen buenas notas recibirán cestas
de ostras y bidones de aceite para el Año Nuevo chino. “El otro día, un vecino me contó que el jefe
había reunido un equipo de veteranos para ir a construir un taller para trabajadores discapacitados en
la ciudad. Nadie tenía calificaciones. Sin embargo de todos modos se hizo, con algunos sobornos. ¿Y
él es el que supuestamente nos va a atribuir puntos? ¿Eso es serio?” En Ximu Jia, de 250 habitantes,
el pueblo vecino, atravesado por un río rico en peces, se cultiva ginseng detrás de gruesas telas
negras. La primera casita, idéntica a las siguientes y rodeada de cascos de botellas brillantes, tiene
una gruesa cruz roja en su techo de hormigón. Es la iglesia protestante, abierta dos veces por semana
para una veintena de fieles. Una señora rechoncha de pelo corto aparece en el umbral. Una placa
esmaltada y clavada sobre su puerta dice: “Familia con un crédito social ejemplar”. Otro tanto en
casa de los vecinos. “Esto se remonta a tres años atrás –explica la Sra. Mu con un carraspeo–. Unos
oficiales habían recompensado el Este del pueblo sin ninguna razón. Luego el año siguiente el Oeste.
Tenían que cumplir una cuota. Este año es más serio. Todos recibieron una libreta con lo que hay que
hacer o no hacer, es como en la escuela. Con las coordenadas de los asesores para señalar nuestras
buenas acciones y reclamar los puntos.”

Su nombre no figura en la pequeña lista de los buenos samaritanos de este mes de agosto, exhibida en
el patio de la sala comunal, donde la gente juega alxiangqi (ajedrez chino) desde la madrugada, por
algunos yuanes. “Todavía no estoy lista para llamarlos y contarles que ayudé a mi vecina.” Y
susurra: “Tengo una amiga cuyo marido no devolvía un préstamo. Se perdió de pagar una
mensualidad y lo pusieron en una lista negra. Todos los vecinos estaban al tanto. Quizá no tenga nada
que ver, pero luego se separaron…”. La Sra. Mu cierra la puerta.

Probablemente haga referencia a esa lista por “delitos económicos” que el Estado chino pone todos
los meses en el sitio CreditChina.gov.cn. No se conoce el número total de empresas y de personas
que figuran en ella, solamente los añadidos recientes. En septiembre de 2018 aparecieron 228.000
individuos y 55.000 empresas por préstamos mal pagados, impuestos, multas o condenas pecuniarias
que no se pagaron.

En la red social Weibo, algunos contraventores, más allá de la humillación pública, describen las
sanciones padecidas: prohibición de postularse a pedidos de ofertas para las empresas, reservar una
habitación en hoteles lindos, inscribir a su hijo en una buena escuela vespertina, tomar aviones o
trenes rápidos durante un año. Entonces, la prioridad es retirar su nombre de la lista pagando hasta el
último centavo.

Opacidad de las operaciones

Algunos kilómetros más al Sur, en un menhir plantado en el borde de una autovía desierta, está
grabado, en caracteres rojos, que un pueblo cercano estaría en el puesto de avanzada del crédito
social. La gerente es también la jefa de la Federación local de las mujeres. Con el fin de la política
nacional del hijo único, Yu Jianxia perdió el cargo del control de nacimientos. Desde mayo de 2018
analiza los informes de sus tres asesores, pueblerinos de confianza a quienes se les cuenta buenas y
malas acciones. “Yo recopilo sus informaciones el 18 de cada mes, envío mi informe al jefe del
pueblo y del condado el 20, luego nos encontramos el 25 para discutir y atribuir los puntos. Para
validar una buena acción hacen falta por lo menos dos fotografías o un video. Y son los asesores los
que se encargan de eso, porque aquí, apenas cincuenta habitantes disponen de un smartphone.” Ella
asegura que nunca quitó puntos: “Cuando una persona deja basura en su vereda le doy un plazo de
tres días para limpiar antes de restarselos. El objetivo no es molestar a la gente, solo civilizarlos un
poco. Nuestro eslogan es ‘Hao Ren Hao Shi’ [Buena gente, buenas acciones]”.

Cada vez más lejos, en el extremo de un seto de rosales, se encuentra el pueblo de Mao Liu Jia.
Algunas personas del pueblo llegaron al rayar el alba a casa de Ma Yu Ling, de 44 años, para obtener
algunos puntos. Desde hace quince años ella vive recostada en sukang –una cama de hormigón que
se calienta por abajo–, con una cantimplora y el control remoto al alcance de la mano. Por culpa de
una enfermedad de los nervios que, mal operada, se transformó progresivamente en tetraplejia. “En
1998 Shandong TV vino a verme para ofrecerme una silla de ruedas. En esa época todavía podía
caminar. Ahora ni siquiera puedo mover el cuello de tanto que me duele.” Desde hace dos años, dos
veces por mes unas almas caritativas –nunca las mismas– llegan de Rongcheng para limpiar su casa
agrietada y acicalar a sus ocupantes. Una buena acción que rinde cuatro puntos. A veces, esos
voluntarios también les regalan bandejas de ravioles que el marido guarda en el fondo del freezer.
“Pero eso no reemplaza la baja indemnización de mi mujer –3.000 yuanes por año [386 euros]–, que
le fue suprimida el día en que nuestro hijo alcanzó la edad de trabajar. Y su cobertura médica no
cubre ni los pañales ni los vendajes y productos desinfectantes, que ella consume en grandes
cantidades. Eso representa 6.000 yuanes por año”, cavila mientras sirve un vaso de aguardiente
barata. La señora dice: “Nunca dejamos el pueblo, salvo para ir en camioneta al hospital del condado
y que una enfermera reemplace mi sonda urinaria. Recibir visitas, que me maquillen, hablar con
mujeres de la ciudad, hace bien. Y me importa un pepino si lo hacen por su nota”.

En esta parte de Shandong parecen existir tantas prácticas de crédito social como pueblos. En Teng
Jia, por ejemplo, los malos puntajes y el nombre de sus titulares son repetidos por altoparlante, el
viernes a la noche. Una mancha que lleva a los habitantes a zanjar una controversia, o a agarrarse una
curda… en el pueblo vecino, para escapar de sus asesores convertidos en centinelas.

Jeremy Daum, investigador senior estadounidense en Yale, especialista en Derecho chino y fundador-
colaborador del proyecto China Law Translate (7), traduce o resume todas las reglamentaciones
relativas al crédito social chino. Un trabajo de titanes. “Si una persona entra en un restaurante, ya
puede conocer la evaluación emitida por la Agencia de Seguridad Alimentaria referente a la limpieza
de las cocinas. Esta persona no tiene necesidad de saber si el cocinero condujo cuatro veces a su
abuela al mercado o si viajó en tren sin boleto. Así como tampoco un banquero tiene ninguna gana de
saber si su cliente figura entre los peores clasificadores de desperdicios domésticos antes de tomar la
decisión de concederle un préstamo, aunque puede tener acceso a esa información.” Para luego
aclarar, irónico: “Puede ser que un día un análisis fino de los datos pruebe que un fraude en el boleto
de tren predispone a infringir las reglas sanitarias, o que los contaminadores siempre se convierten en
malos pagadores, pero, por el momento, una nota unificada no tendría ningún sentido para el
gobierno. Yo creo que lo que importa más son las listas negras y las humillaciones públicas que ellos
ejecutan”.

Para las empresas y sus dirigentes comprometidos en el negocio de importaciones-exportaciones, la


construcción, el transporte ferroviario y aéreo, las estadísticas, el consejo jurídico y notarial, la
actualidad y la publicidad, las mutuales, la protección de la propiedad intelectual, la organización de
casamientos, actualmente se publican listas específicas que distinguen a los buenos y los malos
elementos. Pero para los ciudadanos, la opacidad de las operaciones –que no tiene nada que envidiar
a la de los gigantes de la Web estadounidenses– podría transformar el crédito social en una pesadilla.

1. La Asamblea Popular Nacional y la Conferencia Consultativa Política del Pueblo Chino se reúnen
por separado una vez por año, en marzo.

2. Véase Maxime Robin, “Ser pobre cuesta caro”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur,
Buenos Aires, septiembre de 2015.

3. Véase Thibault Henneton, “Science et prescience de ‘Black Mirror’”, en “Écrans et imaginaires”,


Manière de voir, N° 154, París, agosto-septiembre de 2017.

4. Jamie Horsley, “China’s Orwellian social credit score isn’t real”, Foreign Policy, Washington, 16-
11-18.

5. Citado por Celia Hatton, “China ‘social credit’: Beijing sets up huge system”, BBC News, Pekín,
26-10-15.

6. En China, una vieja tradición permite llevar su reclamo o su protesta al escalón superior, de la
comuna al cantón y luego a la prefectura, y después a la provincia. Véase Isabelle Thireau, “Les
cahiers de doléances du peuple chinois”, Le Monde diplomatique, París, septiembre de 2010.

7. “Legal documents related to the social credit system”, China Law Translate,
www.chinalawtranslate.com

* Perodistas.
Traducción: Víctor Goldstein
EDICIÓN ENERO 2019 | N°235

UNA ECONOMÍA DE NUEVO GÉNERO

La era del capitalismo de vigilancia


Por Shoshana Zuboff*
El capitalismo de vigilancia se impuso rápidamente como el modelo por defecto del capitalismo de
información en la red, extrayendo sin el consentimiento de los usuarios una plusvalía exponencial de
sus propios comportamientos con fines claramente publicitarios. Una carrera sin control por las
ganancias que se exacerba cada vez más.

Gyula Kosice, Rombo hidrolumínico, 1975 (Gentileza Centro Cultural Recoleta)

Aquel día de julio de 2016 fue particularmente agotador para David. Había pasado largas horas
entrevistando a testigos en litigios de seguros en un tribunal polvoriento de New Jersey. El día
anterior, un corte de luz había dejado al edificio sin aire acondicionado. Finalmente, al llegar a su
casa se sumergió en el aire fresco como si se zambullera en el océano. Por primera vez en el día,
respiró profundamente, se sirvió un aperitivo y subió para darse una larga ducha. El timbre sonó en el
preciso momento en el que el agua comenzaba a gotear sobre sus músculos doloridos. Interrumpió su
ducha, se puso una remera y un short, y bajó rápidamente las escaleras. Al abrir la puerta, se encontró
frente a frente con dos adolescentes que agitaban sus teléfonos celulares ante su mirada atónita.

—“Eh, tiene un Pokemón en su patio. ¡Es nuestro! ¿Podemos pasar a atraparlo?”

—“¿Un qué?”

Aquella noche, otros cuatro desconocidos impacientes por acceder a su jardín y furiosos por la
respuesta negativa volvieron a molestar a David. Con sus teléfonos en mano, daban gritos y
examinaban su casa para buscar a las famosas criaturas de “realidad aumentada”. A través de sus
pantallas, esa porción del mundo dejaba aparecer al Pokemón, pero a expensas de todo el resto. El
juego se había apropiado de la casa y del mundo que la rodeaba. Se trataba de una nueva pretensión
comercial: una declaración de expropiación con fines lucrativos que transforma la realidad en una
extensión de espacios vacíos listos para ser explotados en beneficio de otros. ¿Cuánto tiempo iba a
durar esto? ¿Con qué derecho? ¿A quién tengo que llamar para que esto se termine?, se preguntaba
David. Ni él, ni los jugadores que se ensañaban con su timbre sospechaban que habían sido reunidos
aquella noche por el capitalismo de vigilancia, una lógica audaz y sin precedentes…

Un espejo de dos caras

En 1999, a pesar del éxito del nuevo mundo de Google, con sus páginas web que pueden consultarse
sólo con un clic, sus capacidades informáticas en aumento y sus inversores glamorosos, la
multinacional no disponía de ninguna estrategia para hacer que el dinero de los inversores diera sus
frutos.

Los usuarios aportaban la materia prima en forma de datos comportamentales que eran recolectados
para mejorar la velocidad, la precisión y la pertinencia de los resultados para concebir productos
anexos como la traducción. Debido a este equilibrio de poderes, hubiera sido arriesgado, y hasta
contraproducente, desde el punto de vista financiero hacer que el motor de búsqueda se volviera pago
para sus usuarios. La venta de los resultados de búsqueda también hubiera sentado un precedente
peligroso para la multinacional, al asignarle un precio a informaciones de las que el robot indexador
de Google ya se había apropiado sin retribución. De no ser por los aparatos como el iPod de Apple
con sus canciones en formato digital, no habría plusvalía, ni productos que vender, ni margen y, por
lo tanto, tampoco habría ganancia.

En aquella época, Google relegaba la publicidad a un segundo plano: el equipo de AdWords, su


departamento de publicidad, tenía sólo siete integrantes que en su mayoría compartían la antipatía de
los fundadores por los anuncios. Pero en abril de 2000, la famosa “nueva economía” entraba
brutalmente en recesión y un sismo financiero sacudía al jardín del Edén de Silicon Valley. La
respuesta de Google iba a provocar una mutación crucial que transformaría a AdWords, Google,
Internet y a la naturaleza misma del capitalismo de la información en un proyecto de vigilancia
formidablemente lucrativo.

La lógica de acumulación que iba a asegurar el éxito de Google aparecía claramente en una patente
registrada en 2003 por tres de los mejores informáticos de la empresa, bajo el título:“Generar
informaciones-usuario para crear publicidad dirigida”. Esta invención, explican, apunta a “establecer
las informaciones de los perfiles de los usuarios y utilizarlas para la difusión de anuncios
publicitarios” (1). En otros términos, Google ya no se contentaba con extraer datos comportamentales
para mejorar sus servicios, sino que ahora leía la mente de los usuarios para que las publicidades
correspondieran a sus intereses. Y estos intereses serán deducidos a partir de las huellas colaterales
de su comportamiento en línea. La colecta de nuevos juegos de datos llamados “Perfil de usuario”
(del inglésuser profile information) iba a mejorar considerablemente la precisión de las predicciones.

¿De dónde provienen estas informaciones? Para retomar las palabras de sus inventores, “podrán ser
deducidas”. Las nuevas herramientas permiten crear perfiles a partir de la integración y el análisis de
los hábitos de búsqueda de un internauta, de los documentos que solicita y de una miríada de otros
signos de comportamiento en línea, incluso cuando los usuarios no brinden directamente estas
informaciones personales. El perfil de usuario, advierten los inventores, “puede ser creado (o
actualizado o ampliado) incluso cuando no se le dé ninguna información explícita al sistema”. De
este modo, manifiestan su voluntad y su capacidad de superar las eventuales fricciones ligadas a los
derechos de decisión de los usuarios. Los datos comportamentales, cuyo valor había sido “agotado”
desde el punto de vista de la precisión de las búsquedas, se convertirían a partir de entonces en la
materia prima esencial –y exclusivamente detentada por Google– para la construcción de un mercado
de la publicidad en línea más dinámico. Estas informaciones recolectadas para otros usos, además de
mejorar los servicios, constituían una plusvalía. Y es sobre la base de esta plusvalía comportamental
que la joven empresa accedería a los perfiles sostenidos y exponenciales necesarios para sobrevivir.

La invención de Google generó nuevas posibilidades de deducir los pensamientos, los sentimientos,
las intenciones y los intereses de los individuos y de los grupos por medio de una arquitectura de
extracción automatizada que funciona como un espejo de dos caras, haciendo caso omiso de la
conciencia y el consentimiento de los implicados. Este imperativo de extracción permitió realizar
economías de escala que procurarían una ventaja competitiva única en el mundo en un mercado en el
que los pronósticos sobre los comportamientos individuales representan un valor que se compra y se
vende. Pero, sobre todo, el espejo de dos caras simboliza las relaciones sociales de vigilancia
particulares fundadas sobre una formidable asimetría de saber y de poder.

Tan repentino como rotundo, el éxito de AdWords condujo a una expansión significativa de la lógica
de vigilancia comercial. En respuesta al pedido creciente de clics por parte de los publicitarios,
Google empezó por extender el modelo más allá de su motor de búsqueda para transformar Internet
en un vasto soporte de anuncios dirigidos de Google. Según las palabras de Hal Varian, economista
en jefe de Google, para el gigante californiano se trataba de aplicar sus nuevas competencias en
materia de “extracción y de análisis” a los contenidos de todas las páginas de Internet, a los más
mínimos gestos de los usuarios recurriendo a las técnicas de análisis semántico y de inteligencia
artificial susceptibles de extraer sentido. Desde ese momento, Google podía evaluar el contenido de
una página y la manera en la que los usuarios interactuaban con ella. Esta “publicidad dirigida a
partir de los centros de interés” basada sobre los métodos patentados por Google sería finalmente
bautizada AdSense. En 2004, la filial generaba un volumen de facturación cotidiano de un millón de
dólares, cifra que se multiplicó por más de 25 en 2010.

Todos los ingredientes para un proyecto lucrativo estaban reunidos: plusvalía comportamental,
ciencias de los datos, infraestructura material, potencia de cálculo, sistemas algorítmicos y
plataformas automatizadas. Todos convergían para engendrar una “pertinencia” sin precedentes y
millones de ofertas publicitarias. Las tasas de clics aumentaron de manera exponencial. Trabajar en
AdWords y AdSense era, a partir de entonces, tan importante como trabajar en el motor de búsqueda.
Desde el momento en que la pertinencia se mide en tasas de clics, la plusvalía comportamental se
convirtió en la piedra angular de una nueva forma de comercio que depende de la vigilancia en línea
a gran escala. Que Google comenzara a cotizar en Bolsa en 2004 reveló al mundo el éxito financiero
de este nuevo mercado. Sheryl Sandberg, ex directiva de Google que luego pasó a Facebook,
presidiría la transformación de la red social en un gigante de la publicidad. El capitalismo de
vigilancia se impuso rápidamente como el modelo por defecto del capitalismo de información en la
red, y atrajo poco a poco a competidores de todos los sectores.

La economía de vigilancia se basa sobre un principio de subordinación y de jerarquía. La antigua


reciprocidad entre las empresas y los usuarios se borra detrás de un proyecto que consiste en extraer
una plusvalía de nuestro comportamiento, con fines concebidos por otros –vender publicidad–.
Tampoco somos ya, como se ha afirmado, el “producto” que vende Google. Somos los objetos de los
que se extrae la materia, que es expropiada para luego ser inyectada en las fábricas de inteligencia
artificial de Google que elaboran los productos predictivos que serán vendidos a los clientes reales
–las empresas que pagan para jugar con los nuevos mercados comportamentales–.

Extracciones intrusivas

Douglas Edwards, primer responsable de la marca Google, cuenta que en una reunión que se realizó
en 2001 con los fundadores en torno a la pregunta “¿Qué es Google?”, Larry Page reflexionaba: “Si
tuviéramos una categoría, serían las informaciones personales […]. Los lugares que vimos. Nuestras
comunicaciones […]. Los receptores no cuestan nada. Las personas van a generar enormes
cantidades de datos […]. Todo lo que escucharon, vieron o sintieron podrá ser consultado. Sus vidas
enteras podrán ser consultadas” (2).

Su visión brinda un fiel reflejo de la historia del capitalismo, que consiste en captar cosas externas a
la esfera comercial para convertirlas en mercancías. En su ensayoLa gran transformación
, publicado en 1944, el historiador Karl Polanyi describe el advenimiento de una economía de
mercado autorreguladora a través de la invención de tres “mercancías ficticias”. En primer lugar, la
vida humana subordinada a las dinámicas de mercado y que reina bajo la forma de un “trabajo”
vendido y comprado. En segundo lugar, la tierra, que debe someterse a las leyes del mercado y
renace como “propiedad inmueble”. En tercer lugar, el intercambio se vuelve mercantil y resucita
como “dinero”. Los detentores actuales del capital de vigilancia crearon una cuarta mercancía
ficticia, fruto de la expropiación de las experiencias humanas reales, cuyos cuerpos, pensamientos y
sentimientos seguían manteniéndose tan intactos e inocentes como las praderas y los bosques que
abundaban en la naturaleza antes de ser absorbidos por el mercado. Según esta lógica, la experiencia
humana se encuentra mercantilizada por el capitalismo de vigilancia para renacer bajo la forma de
“comportamientos”. Traducidos en datos, estos últimos ganan terreno en la interminable fila que
alimenta a las máquinas concebidas para hacer predicciones que se compran y se venden.

Esta nueva forma de mercado parte del principio de que servir a las necesidades reales de los
individuos es menos lucrativo, y entonces menos importante, que vender predicciones de su
comportamiento. Google descubrió que tenemos menos valor que los pronósticos que otros hacen
sobre nuestros comportamientos. Eso lo cambió todo.

La primera ola de productos predictivos fue incentivada por la plusvalía extraída a gran escala de
Internet para producir anuncios “pertinentes” en línea. En la etapa siguiente, se trabajó sobre la
calidad de las predicciones. En la carrera por la certeza máxima, se hizo evidente que las mejores
predicciones debían acercarse lo más posible a la observación. Alimperativo de extracción se agregó
una segunda exigencia económica: elimperativo de predicción. Este último se manifiesta en primer
lugar en las economías de gama.

La plusvalía comportamental no sólo debe ser abundante, sino también variada. Obtener esa variedad
implicaba extender las operaciones de extracción del mundo virtual al mundo real, allí donde tiene
lugar nuestra verdadera vida. Los capitalistas de vigilancia comprendían que su riqueza futura pasaba
por el desarrollo de nuevas cadenas de abastecimiento en las rutas, en los árboles, a través de las
ciudades. Intentarían acceder a nuestro sistema sanguíneo, nuestras camas, nuestras conversaciones
matinales, nuestros trayectos, nuestrofooting, nuestras heladeras, nuestros lugares de
estacionamiento, nuestros livings.

Una segunda dimensión, todavía más audaz que la variedad, caracterizaría a partir de entonces la
recolección de datos: la profundización. Para obtener predicciones comportamentales bien precisas y,
por lo tanto, muy lucrativas, hay que sondear nuestras particularidades más íntimas. Estas
operaciones de abastecimiento apuntan a nuestra personalidad, nuestro humor, nuestras emociones,
nuestras mentiras y fragilidades. Todos los niveles de la vida personal serían captados
automáticamente y comprimidos en un flujo de datos para ser enviados a cadenas de montaje que
producen certeza. Aunque se realiza bajo la excusa de la “personalización”, una buena parte de este
trabajo consiste en extracciones intrusivas sobre los aspectos más íntimos de nuestra cotidianidad.
De la botella de vodka “inteligente” al termómetro rectal conectado, los productos destinados a
interpretar, seguir, grabar, comunicar datos comportamentales proliferan. Sleep Number, que ofrece
“camas inteligentes dotadas de una tecnología de seguimiento del sueño”, también recolecta “datos
biométricos y datos relativos a la manera en que una persona, sus hijos o cualquiera utiliza la cama,
principalmente los movimientos del que duerme, sus posiciones, respiraciones, y su frecuencia
cardíaca durante el sueño”. También graba todos los sonidos emitidos en la habitación… Nuestras
casas se encuentran en el punto de mira del capitalismo de vigilancia. Una prueba de ello es que
varias empresas competían por un mercado de 14.700 millones de dólares para electrodomésticos
conectados en 2017, contra 6.800 millones el año anterior. A ese ritmo, el monto alcanzaría los
101.000 millones de dólares en 2021. Los objetos absurdos, que se comercializan desde hace ya
algunos años, se mantienen al acecho de nuestros interiores: un cepillo de dientes inteligente, una
taza de café inteligente, horno inteligente, extractor de jugo inteligente, sin olvidar los cubiertos
inteligentes que mejoran la digestión. Otros parecen aun más inquietantes: una cámara de vigilancia a
domicilio con reconocimiento facial, un sistema de alarma que vigila las vibraciones inhabituales que
preceden a un robo, GPS de interior; detectores que se adaptan a todos los objetos para analizar el
movimiento y la temperatura; sin olvidar a las cucarachas robot que detectan los sonidos. Incluso la
habitación de los bebés ha sido repensada para convertirse en una fuente de plusvalía
comportamental.

Mientras que la carrera por los beneficios generados por la vigilancia se exacerba, los capitalistas
perciben que las economías de gama no bastan. Es cierto que la plusvalía comportamental debe ser
abundante y variada, pero el medio más seguro para predecir el comportamiento sigue siendo la
intervención de la fuente: modelándola. Existen procesos que están diseñados para alcanzar estas
“economías de la acción”. La arquitectura digital mundial de la conexión y comunicación está
dirigida a conseguir este propósito. Estas intervenciones apuntan a aumentar la certeza influyendo
sobre ciertos comportamientos: ajustan, adaptan, manipulan, reclutan por efecto de grupo, dan una
mano. Modifican nuestro comportamiento hacia direcciones particulares, por ejemplo, insertando una
frase precisa en nuestro perfil, programando en el momento oportuno la aparición de un botón de
“compra” en nuestro teléfono, apagando el motor del auto si se ha postergado demasiado el pago del
seguro, u orientándonos a través del GPS para buscar Pokemones. “Nosotros aprendemos a escribir
música. Luego, dejamos que la música los haga bailar. Podemos ajustar el contexto que rodea a un
comportamiento particular para imponer un cambio… Podemos decirle a la heladera, ‘Cerrate porque
no debería comer’ u ordenarle a la televisión que se apague para que uno se acueste más temprano”,
explica un programador.

Una nueva era

Desde que el imperativo de predicción desplazó a las operaciones de abastecimiento en el mundo


real, a los proveedores de bienes o de servicios pertenecientes a sectores bien establecidos, lejos de
Silicon Valley, se les cae la baba ante la idea de las ganancias producto de la vigilancia. En
particular, las aseguradoras de autos, impacientes por poner en marcha la telemática –los sistemas de
navegación y control de los vehículos–. Saben desde hace mucho tiempo que los riesgos de
accidentes están estrechamente relacionados con el comportamiento y la personalidad del conductor,
pero hasta ahora no podían hacer gran cosa. Un informe de los servicios financieros de la consultoría
Deloitte recomienda la “minimización del riesgo” (un eufemismo que, para una aseguradora, designa
la necesidad de garantizar las ganancias) a través del seguimiento y las sanciones al comportamiento
del asegurado en tiempo real –un enfoque bautizado “seguro de comportamiento”–. Según el informe
de Deloitte “la aseguradora puede seguir el comportamiento del asegurado en directo, registrando las
horas, los lugares y las condiciones de circulación durante sus trayectos, observando si aceleran
rápidamente o si conducen a velocidades elevadas y hasta excesivas, si frenan o giran de manera
brusca, si ponen el guiño” (3).

A medida que la certeza sustituye a la incertidumbre, las primas de las aseguradoras que reflejaban
los inevitables imprevistos de la vida cotidiana pueden aumentar o caer de un segundo al otro, a
través de la información y el conocimiento preciso de la velocidad a la que conducimos hacia
nuestros lugares de trabajo tras una mañana particularmente tensa porque tuvimos que ocuparnos de
un hijo enfermo, o de una sesión de frenadas bruscas en el estacionamiento de un supermercado.

Pero las herramientas telemáticas no apuntan sólo a saber sino también a actuar. De este modo, los
seguros del comportamiento prometen reducir los riesgos a través de mecanismos concebidos para
modificar las conductas y aumentar las ganancias. Así surgen las sanciones, como el aumento de las
tasas de interés en tiempo real, penalizaciones, bloqueos de motor, o recompensas como reducciones,
bonificaciones o puntos para utilizar en prestaciones futuras. Spireon, que se describe como “la
empresa más grande de telemática” en su ámbito, sigue y vigila vehículos y a sus conductores para
las agencias de alquiler, las aseguradoras y los propietarios del parque automotor. Su “sistema de
gestión de daños colaterales ligados al alquiler” dispara alertas cuando los conductores se retrasan en
el pago, bloquea el vehículo a distancia cuando el problema se prolonga demasiado, y lo localiza para
su recuperación.

La telemática inaugura una nueva era, la del control comportamental. Las aseguradoras deben fijar
los parámetros de conducta: cinturón de seguridad, velocidad, tiempos de pausa, aceleración o
frenadas bruscas, duración de la conducta excesiva, conducción fuera de la zona válida del permiso,
ingreso en una zona de acceso restringido. Los algoritmos, que están repletos de este tipo de
información, vigilan, evalúan y clasifican a los conductores y ajustan las primas en tiempo real.
Como nada se pierde, los “rasgos de carácter” establecidos por el sistema también se traducen en
productos predictivos que serán vendidos a los publicistas que, a su vez, apuntarán a los asegurados a
través de publicidades enviadas directamente a sus teléfonos celulares.

Un juego dentro del juego

Cuando abrió la puerta aquel día, David ignoraba que los cazadores de Pokemones y hasta él mismo
participaban de una experiencia mayor de economías de la acción. Eran los conejillos de Indias, y el
técnico de laboratorio con ambo blanco se llamaba John Hanke.
Hasta entonces vicepresidente de Google Maps y responsable de Street View, John Hanke creó en
2010 su propia plataforma de lanzamiento en Google: Niantic Labs, la empresa que le dio origen a
Pokemón Go. Hanke acariciaba la ambición de tomar posesión del mundo cartografiándolo. Ya había
fundado Keyhole, una start-up de cartografía virtual a partir de imágenes satelitales financiada por la
CIA que luego fue comprada por Google y rebautizada Google Earth. Con Niantic, se dedicó a
concebir juegos de realidad virtual en los que hay que perseguir y atrapar personas en los territorios
que Street View ya había capturado con audacia sobre esos mapas.

Este juego se basa en el principio de la “realidad aumentada” y funciona como una búsqueda del
tesoro. Una vez que se descarga la aplicación en Niantic, se utiliza el GPS y la cámara de fotos del
teléfono para encontrar criaturas virtuales llamadas Pokemones. Aparecen en la pantalla como si se
encontraran delante de uno: en el jardín de un hombre que no sospecha nada, en una ciudad, en una
pizzería, en un parque, en una farmacia, etc. Se trata de alentar a los jugadores a “salir” y a “buscar
aventuras a pie”, en los espacios a cielo abierto de las ciudades, pueblos y alrededores. Pokemón Go,
que fue lanzada en Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda el 6 de julio de 2016, se convirtió en
la aplicación más descargada y más lucrativa en Estados Unidos al cabo de una semana, alcanzando
rápidamente la misma cantidad de usuarios activos en Android que Twitter.

Sólo seis días después del lanzamiento del juego, Joseph Bernstein, reportero para el sitio de
información en línea BuzzFeed aconsejaba a los usuarios de Pokemón que se fijaran en la cantidad
de datos que la aplicación recolectaba desde sus teléfonos. TechCrunch, un sitio de información
especializado en start-ups y nuevas tecnologías, expresaba inquietudes similares en cuanto a “la larga
lista de autorizaciones requeridas por la aplicación”.

El 13 de julio de 2016, la lógica de la “caza de datos” que se esconde detrás del juego se hizo más
explícita. Además de los pagos para opciones suplementarias, “el modelo económico de Niantic
contiene un segundo componente: el concepto de lugares patrocinados”, reconoció Hanke en una
entrevista paraThe Financial Times. Este nuevo flujo de ingresos estaba previsto desde el comienzo:
las empresas“le pagarán a Niantic para figurar entre los lugares del terreno del juego virtual, teniendo
en cuenta el hecho de que esta presencia favorece la frecuentación”. La facturación, explicaba, se
realiza sobre la base de “un costo por visita”, parecido al “costo por clic” utilizado por los anuncios
publicitarios del motor de búsqueda Google.

La idea sorprende por su simplicidad: los ingresos en el mundo real deberían aumentar según la
capacidad de Niantic para llevar a las personas hacia ciertos lugares precisos, del mismo modo en
que Google aprendió a crear plusvalía apuntando a publicidades en línea para determinadas personas.
Los componentes y dinámicas del juego, asociados a la tecnología de punta de la realidad aumentada,
incitan a las personas a juntarse en lugares del mundo real para gastar su dinero bien real en
comercios del mundo real que pertenecen a los mercados de la predicción comportamental de
Niantic.

El apogeo de Pokemón Go en el verano boreal de 2016 significaba la realización del sueño del
capitalismo de vigilancia: un laboratorio que vive de la modificación comportamental que conjugaba
con facilidad escala, gama y acción. La astucia de Pokemón Go consistía en transformar un simple
juego en una partida de un orden muy diferente, el del capitalismo de vigilancia: un juego dentro del
juego. Paseando en los parques y pizzerías, los jugadores que tomaron la ciudad como terreno lúdico
servían inconscientemente como peones sobre ese segundo tablero mucho más consecuente. Los
entusiastas de ese otro juego bien “real” no forman parte del grupo de desconocidos que agitaba sus
celulares en el jardín de David. Son los verdaderos clientes de Niantic: las entidades que pagan para
jugar en el mundo real, seducidas por la promesa de ingresos garantizados. En este segundo juego
permanente, los jugadores se disputan el dinero que deja cada miembro sonriente de la tropa. “La
capacidad del juego para servir de vaca lechera a los negocios y otros adeptos de la frecuentación,
suscitó fuertes especulaciones”, afirmóThe Financial Times.

Pero no puede haber ganancias aseguradas si no se tienen los medios. Las nuevas herramientas
internacionales de modificación comportamental representan una nueva era reaccionaria en la que el
capital es autónomo y los individuos heterónomos; la posibilidad misma de un desarrollo
democrático y humano exigiría lo contrario. Esta paradoja siniestra está en el corazón del capitalismo
de vigilancia: una economía de un nuevo género que nos reinventa al prisma de su propio poder y a
través de sus medios de modificación comportamental. Debemos preguntarnos cuál es ese nuevo
poder y cómo transforma a la naturaleza humana en nombre de esas certezas lucrativas.

1. Para las referencias, remitirse a la obra de Shoshana Zuboff.

2. Douglas Edwards,I’m Feeling Lucky, Houghton Mifflin Harcourt, Boston, 2011.

3. Sam Friedman y Michelle Canaan,Overcoming Speed Bumps on the Road to Telematics, Deloitte
University Press, 21-4-14.

* Profesora Emérita de Harvard Business School. Autora de The Age of Surveillance Capitalism:
The Fight for a Human Future at the New Frontier of Power, Public Affairs, 2019.
Traducción: María Julia Zaparart
EDICIÓN ENERO 2019 | N°235

ALARMANTE CONCENTRACIÓN DE GANANCIAS Y CAMBIO CLIMÁTICO

Que paguen los pobres…


Por Philippe Descamps*
Una analogía quizá un tanto burda pero poderosa: la emisión de gases de efecto invernadero
recalienta el clima del planeta mientras la alarmante desigualdad económica recalienta el clima
social. De modo que si los poderes constituidos no atienden a ambos fenómenos, el estallido puede
ser de dimensiones catastróficas.

Afiche contra el presidente Emmanuel Macron, París, 8-12-18 (Stephane Mahe/Reuters)

En medio del pánico, la Presidencia de la República francesa había alertado directamente a los
periodistas en vísperas de las concentraciones del 8 de diciembre pasado: un “núcleo duro de varios
miles de personas” se aprestan para ir a París “a destruir y a matar”. Pero el elemento distintivo de
esa jornada fue en definitiva, en muchas ciudades de Francia, la convergencia de decenas de miles de
“chalecos amarillos” y de populares “marchas por el clima”. La irrupción de “invisibles” en el
espacio público, y particularmente en las rotondas, estaba acompañada de una maduración política
acelerada. Cada uno con sus palabras expresaba una misma percepción de un sistema que transforma
al hombre en superdepredador, tan funesto para la naturaleza como para sus semejantes.

Porque si todavía hay tiempo para evitar el caos climático (1), muchos ya sienten en el día a día el
colapso antropológico ?la destrucción de los seres humanos “transformados en bestias productoras y
consumidoras, en zapeadores embrutecidos” (2)?. En un mundo de recursos limitados, lo absurdo de
una acumulación sin fin para beneficio de unos pocos se vuelve aun más acuciante cuando se le teme
al fin de mes. Que el fuego se encienda precisamente en las calles de una capital en la que se firmó
en diciembre de 2015 el primer acuerdo universal acerca del calentamiento climático muestra la
amplitud del desafío social mundial ?y las acrobacias del gobierno francés, campeón catódico de una
causa a la cual lo esencial de su política le da la espalda–.

La huella de carbono

Al momento de la movilización, el equipo del presidente Emmanuel Macron eligió culpabilizar,


empezando por los más vulnerables. Mientras que, desde los años 50, todas las políticas públicas les
dieron prioridad a los transportes viales, y la publicidad y la industria erigían al auto particular en
atributo indisociable del hombre moderno, resulta que sólo el automovilista debería pagar los costos
de ese modelo. El esfuerzo exigido sobre los combustibles (antes de su abandono bajo la presión de
la calle) pesaba indiferentemente sobre todos, mientras que, por un lado, los gastos obligatorios
(alquiler, viáticos, suministros diversos) avanzan cada vez más sobre el poder de compra de los más
modestos y, por el otro lado, llueven regalos sobre los más acomodados. Colmo de la traición, la
escalada de presión de la “fiscalidad ecológica” tenía que compensar una parte de las exenciones de
los aportes sociales otorgadas a los empleadores, y no a la necesaria transición energética (3
). La ecología reemplazaba a Europa como pretexto presupuestario.

La urgencia de un estallido del ecosistema humano ya no deja dudas. El Grupo Intergubernamental


de Expertos en el Clima (GIEC) recordó en su último informe que las actividades humanas ya han
causado un recalentamiento de alrededor de 1 grado en la superficie del globo desde la era industrial.
De seguir al mismo ritmo, entre 2030 y 2052 se superaría el umbral de 1,5 grados, más allá del cual
los daños se volverían muy difíciles de controlar (4). Las emisiones de gases en la atmósfera que
contribuyen al recalentamiento siguen aumentando, cuando habría que empezar lo antes posible con
su disminución, empezando por establecer claramente las responsabilidades.

Estados Unidos representa el 26,3% del total de las emisiones de gas de efecto invernadero desde la
era industrial; Europa, 23,4%; China, 11,8%; Rusia, 7,4%. En 2014, un qatarí enviaba en promedio
34.500 kilogramos de gas carbónico a la atmósfera; un luxemburgués, 17.600; un estadounidense,
16.400; un tayiko, 625, y un chadiano, sólo 53 (5). Cada estadounidense, luxemburgués o saudita que
pertenece al 1% de los más ricos de su país emite 200 toneladas por año, es decir, más de 2.000 veces
más que un pobre de Honduras o de Ruanda. El 10% de los terrícolas más ricos serían ellos solos los
responsables del 45% de las emisiones (6).

Una vez conocida la huella de carbono de estas personas problemáticas e identificado el modo de
producción que les permitió prosperar con total impunidad, se vuelve más fácil imaginar una
transición deseable, una ecología tanto más popular cuanto que los gastos de energía y de transporte
pesan más en los presupuestos de los hogares modestos. Todavía hará falta quitarse la camisa de
fuerza ideológica que les impide a los ciudadanos tomar su destino en sus propias manos, y cuya
traducción jurídica se lee tanto en los tratados de libre comercio como en los que rigen en la Unión
Europea.

Entre las intenciones y la realidad

Dos palancas podrían levantar el desafío que se le presenta a la humanidad. En principio, la


reducción drástica de las desigualdades y de sus causas (véase el artículo de Daniel Zamora, página
36) para generar una voluntad común y el impulso colectivo necesario para liberarse tanto de las
energías fósiles como también de un modo de consumo regido por la frustración. Después, la
desglobalización, en el sentido de una regulación de los intercambios con criterios sociales y
medioambientales que exijan que la producción de bienes y servicios se vuelva compatible con la
reproducción de los ecosistemas.

El Brasil de Jair Bolsonaro o cualquier otro país que esté tentado con salirse de los acuerdos de París
lo pensaría dos veces si con esa retirada se estuviese arriesgando a sufrir sanciones comerciales ?
como las que no hay duda en aplicar por causas de menor envergadura que la amenaza climática–.
Francia probablemente exportaría mucha menos madera a China para importar muebles si el salario
de los obreros y las normas medioambientales fuesen comparables en ambos países ?y el fueloil
particularmente tóxico de los barcos, que paga los mismos impuestos que la nafta de surtidor–. ¿Se
puede seguir considerando como normal la ventaja comparativa que se le concede al avión ?
el modo de transporte (para ricos) más contaminante–, debido a la ausencia de impuestos al valor
agregado y al combustible? O incluso, en materia de alimentación, ¿debemos seguir alentando las
exportaciones de productos cada vez más elaborados de los que conocemos mejor la nocividad
(azúcar, sal, adyuvantes, conservantes, etc.), en vez de fortalecer los circuitos cortos de los productos
de base y de apoyar la conversión a la agricultura orgánica? No es un tema de decisión del
consumidor: a falta de políticas públicas y de regulación seria, la masa está condenada a la comida
chatarra, mientras que lo orgánico queda reservado para una elite.

Sobriedad, eficacia energética, desarrollo de las energías renovables: no faltan las alternativas que
pueden permitir liberarse del carbono, pero las inversiones escasean. Tanto las medidas fiscales de
los gobiernos europeos (bajas generalizadas del impuesto a las ganancias) como las facilidades de
crédito gigantescas concedidas por el Banco Central Europeo a los bancos privados (2,6 billones de
euros de compra de obligaciones en menos de cuatro años) demuestran que los actores privados no
están a la altura, y prefieren destinar dividendos récord a los accionistas (con un alza del 23,6% en
Francia en 2017). Al mismo tiempo, el lastre de los tratados europeos fuerza la inversión pública y
limita el poder de compra por la compresión de los “costos del trabajo”. El financiamiento de la
transición desemboca en unimpasse.

El ejemplo más edificante del hiato entre las intenciones declaradas y la realidad de la acción pública
es el del hábitat (que representa el 49% de las emisiones del gas de efecto invernadero en la región de
Île-de-France (7)). Desde la Grenelle del Medioambiente, en 2007, se despeja un consenso para
reconocer la importancia de la renovación energética. Hoy en día sabemos construir o rehabilitar
edificios para adaptarlos a un consumo muy bajo. En marzo de 2013 se lanzó un plan nacional pero
hoy está en gran parte enstand by ya que no encuentra más que unas pocas especificaciones concretas
en la ley de la evolución de la vivienda, de la distribución y de lo digital (conocida como ley ELAN)
adoptada el 16 de octubre pasado. Cerca de siete millones de personas viven en “coladores térmicos”
y sufren la precariedad energética (8). Estas renovaciones aumentarían el confort tanto en invierno
como en verano, reducirían drásticamente las facturas y el balance de carbono y permitirían crear
centenares de miles de empleos. Pero la inversión resulta demasiado importante, la amortización
financiera demasiado larga y la ingeniería técnica demasiado compleja como para que los hogares
tomen la iniciativa. Sólo inversores públicos o parapúblicos (agencias de hábitat, cajas de depósitos,
etc.) podrían paliar la carencia de la iniciativa privada para acompañar a los particulares y las
copropiedades.

En materia de desechos, la importancia del rechazo de productos no reciclables es sorprendente.


¿Pero hay que responsabilizar a los particulares, a los productores de envases o a los poderes
públicos, incapaces de contener a los industriales, de imponer consignas coherentes a escala nacional
(se tira acá lo que se recicla allá) y un etiquetaje claro acerca del destino de cada residuo? La
incitación a la generalización del compostaje y su organización, incluida la ciudad, permitiría una
gran disminución del peso de los tachos de basura, y cada cual se reconocería en esta situación, con
la condición de ver reducido en consecuencia el impuesto de basura doméstica. Los caminos hacia la
abundancia frugal ?la reducción de los desperdicios– abundan, pero los gobiernos miran para otro
lado.

Así, el Crédito de Impuesto para la Competitividad y el Empleo (CICE) fue la principal herramienta
de política económica que se puso en práctica en la presidencia de François Hollande. Transformada
por su sucesor en baja perenne de aportes sociales, este dispositivo no obliga a las empresas a nada:
ni a invertir los márgenes obtenidos en la economía real o la transición ecológica, ni tampoco a
asignar este maná a la reducción de sus propios costos en energía o en materias primas…

Del cierre de las pequeñas líneas de tren o de los tribunales de proximidad a los “colectivos Macron”,
de la liquidación de los peajes de las autopistas a la duplicación de la importación de aceite de palma
por parte de la fábrica Total de La Mède, se podrían multiplicar los ejemplos de deserción en el
frente medioambiental y de “mudanzas” del territorio por el alejamiento de los servicios públicos.
Incluso enfrentado al levantamiento de los “chalecos amarillos” y al desencanto de los electores de
todos los frentes, Macron no retrocedió en eso que parece ser esencial para él: el favor concedido a
las grandes fortunas, esos supuestos inversores que resultan ser depredadores. Si la urgencia
climática impone restaurar el poder de acción del Estado, también manda liberarlo del peso de los
grupos de presión. La amplitud de las decisiones a elaborar y la interconexión de las cuestiones a
relevar requieren herramientas institucionales mucho más audaces que las grandes consultas
anunciadas. La necesidad de implicar a toda la población y de programar las evoluciones podría
volver a darle vigor a la “planificación democrática”, mediante la cual “libertad, eficacia y justicia
social podrían finalmente ser reconciliadas y asociadas” (9).

Injusticia climática

Los acuerdos de París esbozan una forma tímida de planificación multilateral. Reunida en diciembre
en Katowice (Polonia), la COP 24 concluyó en la adopción de un manual para guiar su aplicación.
Va a permitir medir con precisión la gestión por parte de cada país de sus compromisos voluntarios
en materia de emisiones de gas de efecto invernadero. Pero estos compromisos no están todavía a la
altura del desafío. Sin un cambio más rápido, la temperatura del globo superará los 3 grados de acá a
finales del siglo. Un escenario insostenible, en particular para las naciones del Sur ?las más
vulnerables, cuando ni siquiera se beneficiaron del desarrollo en la era del carbono–. Un fondo verde
para el clima apunta a compensar este desequilibrio histórico ayudándolos a adaptarse y a no
reproducir los errores de los países industrializados. Está todavía lejos de haber alcanzado el
objetivo, aunque modesto, de 100.000 millones de dólares por año. La justicia climática, ya
inalcanzable a la escala de Francia, e incluso cuando los “chalecos amarillos” ya tienen seguidores en
varios países, sigue siendo un horizonte muy incierto a escala mundial.

1. Véase el dossier “Comment éviter le chaos climatique?”,Le Monde diplomatique, París,


noviembre de 2015.

2. Corneulius Castoriadis, Una sociedad a la deriva. Entrevistas y debates (1974-1977), Katz, Buenos
Aires, 2006.

3. Como lo formula el “informe económico, social y financiero” del proyecto de la ley de finanzas
para 2019, enviado por el gobierno a la Comisión Europea.

4. “Global Warming of 1.5 °C”, “Summary for policymakers”, informe especial del GIEC, Ginebra,
2018, www.ipcc.ch

5. “CAIT Climate Data Explorer 2015”, World Resources Institute, Washington, DC,
http://cait.wri.org

6. Lucas Chancel y Thomas Piketty, “Carbone et inégalité: de Kyoto a París”, Escuela de Economía
de París, 3-11-15. La asociación Oxfam llega a estimaciones parecidas: “Desigualdades extremas y
emisiones de CO2”,
2 Oxford, 2-12-15.

7. “Rénovation énergétique de l’habitat privé: initiatives territoriales d’accompagnement”, Agencia


del Medioambiente y del Manejo de Energía (Ademe), Anger, abril de 2013.

8. “Le tableau de bord 2018”, Observatorio Nacional de la Precariedad Energética, 2018,


www.onpe.org

9. Pierre Mendès-France,La République moderne. Propositions, Gallimard, París, 1962.

* Periodista
Traducción: Aldo Giacometti.
EDICIÓN ENERO 2019 | N°235

SAQUEO ECONÓMICO Y DESCONTENTO SOCIAL

Cuando todo vuelve a la superficie


Por Serge Halimi*
La rebelión de los “chalecos amarillos” hizo añicos el discreto encanto burgués del presidente
Macron, obligado a retroceder ante el estallido social de grupos movilizados espontáneamente. En un
mes, transporte, fiscalidad, medioambiente, educación y democracia representativa fueron puestos en
cuestión en Francia.

Manifestación de apoyo a los “chalecos amarillos” en Marsella, 7-12-18 (Jean-Paul Pelissier/Reuters)

En París, el 15 de diciembre de 2018, en la plaza de la Ópera, tres “chalecos amarillos” se alternaban


para leer un comunicado dirigido “al pueblo francés y al Presidente de la República, Emmanuel
Macron”. De entrada, el texto anunciaba: “Este movimiento no le pertenece a nadie en particular,
sino a todo el mundo en general. Es la expresión de un pueblo que, desde hace cuarenta años, ha sido
despojado de todo lo que le permitía creer en su futuro y en su grandeza”.
En menos de un mes, la bronca desatada por una tasa sobre el combustible desembocó en un
dictamen general, social y democrático a la vez. Los movimientos que incorporan a ciudadanos poco
organizados favorecen el aceleramiento de su politización. A tal punto que el “pueblo” descubre
haber sido “despojado de su futuro” un año después de haber llevado al poder a un hombre que se
jacta de haber barrido a los dos partidos que, desde hacía justamente cuarenta años, venían
sucediéndose en el gobierno.
Y luego, el primero de la cordada cayó cuesta abajo. Como, antes que él, otros prodigios de su misma
especie, igual de jóvenes, sonrientes y modernos: Laurent Fabius, Anthony Blair y Matteo Renzi, por
ejemplo. Para la burguesía liberal, la decepción es inmensa. Las elecciones presidenciales francesas
del año pasado –un milagro, una divina sorpresa, una martingala– había sembrado en ella la
expectativa de que Francia se había vuelto una isla feliz en medio de un Occidente tormentoso. A
punto tal que, en el momento de la coronación de Macron con la Oda a la alegría de fondo, el
semanario británico The Economist, perfecto representante del sentimiento de las clases dirigentes
internacionales, lo mostró con un traje resplandeciente y una sonrisa en la cara, cual Moisés
caminando sobre el agua.
El mar se cerró alrededor del niño prodigio, demasiado confiado en sus instituciones y desdeñoso de
la condición económica de los demás. Durante una campaña electoral, el malestar social sólo
apareció como escenografía, generalmente para explicar la elección de los que votan mal. Pero luego,
cuando las “viejas broncas” se acumulan y cuando, sin consideración por quienes las padecen, se
generan otras nuevas, el “monstruo”, como lo llama Christophe Castaner, ministro del Interior, puede
salir de su cueva (1). Entonces es cuando todo puede suceder.

Presión económica
El borramiento de una memoria de izquierda en Francia explica el hecho de que se hayan
identificado tan pocas analogías entre el movimiento de los “chalecos amarillos” y las huelgas
obreras de junio de 1936. Para empezar, la sorpresa de las clases superiores es la misma ante las
condiciones de vida de los trabajadores y su exigencia de dignidad: “Todos los que son ajenos a esta
vida de esclavo –explicaba por entonces la filósofa y militante obrera Simone Weil– son incapaces de
comprender el punto decisivo de esta causa. En este movimiento, se trata mucho más que de tal o
cual reivindicación, por más importante que sea. […] Después de haberse doblegado siempre, de
haber sufrido todo, de haber tenido que aguantarlo todo en silencio durante meses y años, se trata de
erguirse, ponerse de pie, tomar la palabra” (2). Tras evocar los acuerdos de Matignon, que dieron
lugar a las vacaciones pagas, la semana laboral de cuarenta horas y a un aumento salarial, León Blum
comentaría así una conversación entre dos negociadores de la patronal: “Oí al señor Duchemin
decirle al señor Richemond, mientras se le mostraba la tasa de ciertos salarios: ‘¿Cómo es posible?
¿Cómo pudimos permitir que esto ocurriera?’” (3) ¿Macron habría tenido la misma revelación al
escuchar a los “chalecos amarillos” hablar de su realidad cotidiana? Con los ojos clavados en un
teleprompter, tenso, más bien pálido, admitió en todo caso que “el esfuerzo que le habían pedido era
demasiado importante” y que “no era justo”. Su “pedagogía” puede ser más jovial cuando cambia de
destinatario.
“¿Cómo dejamos que esto ocurriera?”. Cada cual ahora conoce mejor, gracias a los “chalecos
amarillos”, la lista de injusticias cometidas por el gobierno actual: 5 euros menos por mes desde 2017
para los beneficiarios de la Ayuda Personalizada para la Vivienda (APL, por su sigla en francés) y, al
mismo tiempo, la supresión de la gradualidad fiscal sobre el capital; la eliminación del impuesto a la
fortuna (ISF) y, al mismo tiempo, la pérdida del poder adquisitivo de los jubilados. Sin olvidar lo
más costoso: la “simplificación contable” del Crédito de Impuesto para la Competitividad y el
Empleo (CICE) concedido a las empresas. El año próximo, el Tesoro Público le pagará así pues el
doble a Bernard Arnault, la fortuna número uno de Europa, propietario de Carrefour, del grupo
LVMH y de los periódicos Le Parisien y Les Échos. Solamente esta medida costará cerca de 40.000
millones de euros en 2019, es decir, el 1,8% del Producto Interno Bruto (PIB) o, si se prefiere… más
de cien veces el monto de la reducción de las ayudas para la vivienda. En un “video/diatriba” de
cinco minutos que contribuyó al inicio del movimiento de los “chalecos amarillos”, la señora Jacline
Mouraud preguntaba tres veces: “¿Pero qué es lo que hacen con la plata?”. Aquí está la respuesta.
Precios exorbitantes para llenar el tanque del auto y controles técnicos cada vez más quisquillosos
hicieron que todo saliera a la superficie. Bancos que se atiborran con cada crédito que otorgan, pero
que, por motivos económicos, “agrupan” sus sucursales, o sea, las cierran, y proceden al cierre de las
cuentas de los clientes cuando éstos, para llegar a fin de mes, hacen un cheque sin comprobar su
saldo. Jubilaciones, de por sí muy bajas, que el gobierno punciona como si fueran la cueva de Alí
Babá. Mujeres que crían solas a sus hijos y que reciben con dificultad la cuota alimentaria de sus ex
parejas, que a menudo son tan pobres como ellas. Parejas que deben seguir conviviendo a pesar de la
discordia porque no pueden pagar dos alquileres. Nuevos gastos obligatorios: internet, computadora
y smartphone, que hay que pagar no tanto por el placer de mirar series en Netflix, como por la
racionalización de los servicios del correo, del fisco, y de los ferrocarriles (SNCF), también por la
desaparición de cabinas telefónicas, que eliminaron cualquier posibilidad de prescindir de dichos
aparatos. Y guarderías que cierran, comercios que se extinguen, Amazon que multiplica sus
depósitos por todas partes. Todo este universo de anomia social, de imposiciones tecnológicas, de
formularios que hay que rellenar, de productividad que se debe cuantificar, de soledad, existe
también, en mayor o menor medida, fuera de Francia (véase Gwenaëlle Lenoir); se impone bajo
distintos regímenes políticos, y es anterior a la elección de Macron. Pero al Presidente francés parece
gustarle ese nuevo mundo y haber hecho de él su proyecto de sociedad. Es por ello también que se lo
odia.
Aunque no todos lo odian: aquellos a quienes les va bien, profesionales, burgueses, residentes de las
áreas metropolitanas, comulgan en el mismo optimismo que el Presidente francés. Mientras el país
esté tranquilo, o desesperado, lo cual da lo mismo, el mundo y el futuro les pertenecen. Un “chaleco
amarillo”, propietario de una de esas casitas en las afueras que en los años 70 eran un símbolo de
ascenso social, ironiza con amargura: “Cuando los aviones pasan a baja altura por encima de las
viviendas, nos decimos: ‘Mirá, ahí van los parisinos que sí pueden irse de vacaciones. Y encima nos
tiran combustible’” (4).

Apoyo y protección
Macron cuenta con otros apoyos además del de los burgueses nómades de la capital, incluyendo a los
periodistas. Cuenta también con el de la Unión Europea, por ejemplo. En un contexto en el que el
Reino Unido vuelve a su insularidad, Hungría rezonga, Italia desobedece y la Casa Blanca los alienta
en ese sentido, la UE no puede prescindir de Francia ni castigarla como a Grecia cuando sus cuentas
se les van de las manos. Porque, por más debilitado que esté Macron, sigue siendo una de las pocas
piezas aún valiosas en el tablero de una Europa liberal. Bruselas y Berlín procurarán, pues, que se
sostenga.
A punto tal de conceder a París algunos pecados capitales. Cuatro días antes de que el Presidente
anunciara que aceptaba varias de las demandas de los “chalecos amarillos”, lo cual acarrearía una
revisión al alza del déficit presupuestario que excede el límite sacrosanto del 3% del PIB, el
comisario europeo de Economía Pierre Moscovici, en lugar de retarlo y amenazarlo esperando
disuadirlo de mostrar tal falta de previsión, dejó en claro que no veía allí ningún inconveniente: “Mi
rol, como guardián del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, no es decirle a tal o cual país: ‘Tienen
que cortar en este o aquel gasto social, tienen que recaudar tal o tal impuesto’. […] Esta regla del 3%,
no es lo más importante. Gérald Darmanin [el ministro de Obras Públicas], decía, yo lo oí: ‘El 2,9 o
el 3,1 no son ni el infierno ni el paraíso’; respecto de eso, no está del todo equivocado y le
corresponde a Francia decidir lo que tiene que hacer. Yo hoy no voy a decir: ‘Francia corre el riesgo
de ser sancionada porque se apartó de los procedimientos de déficit’” (Radio France Inter, 6-12-18).
No podemos más que aconsejar a los españoles, italianos y griegos que traduzcan semejante
declaración (nuestras ediciones internacionales se encargarán de hacerlo…), y a un futuro gobierno
francés, cuya soberanía económica fuera más cuestionada y los desvíos presupuestarios no tan bien
aceptados, de conservar la transcripción en sus archivos.
“En los momentos de crisis, el cálculo es algo secundario”, sostuvo Macron ante los parlamentarios
de su mayoría para justificar las decenas de miles de millones de euros de déficit suplementario que
acababa de anunciar. Y Angela Merkel apoyó casi inmediatamente el retroceso de su socio francés,
enfocado, según ella, a “responder a las quejas de la gente”. La oposición de la derecha francesa
también salió rápidamente a pedir el cese de las manifestaciones. La burguesía, que conoce bien sus
intereses, sabe unirse cuando la casa está en llamas. Para “salvar al soldado Macron”, la patronal
incluso instó a las empresas a pagar un bono excepcional a sus empleados… ¡su Presidente llegó
incluso a pedir un aumento del salario mínimo! Y los medios de comunicación comerciales dejaron
de mofarse de un poder al borde del abismo: “Por el momento –resumió el editorial del diario Le
Figaro tras el discurso del Presidente de la República– hay que reconocerle al Ejecutivo el mérito de
haber preservado lo esencial. […] Se mantienen las medidas fiscales a favor de las inversiones
(anulación parcial del impuesto a la fortuna, flat tax para el ahorro…), así como la disminución de las
cargas e impuestos que pesan sobre las empresas. ¡Esperemos que dure!” (5).
No podemos descartar que se cumpla ese deseo. El poder no cayó; se recuperó, protegido por las
instituciones de la Quinta República y por su mayoría parlamentaria, que le seguirá siendo tanto más
fiel cuanto que le debe todo. También dejó en claro que el liberalismo que exhibe no le impide
desplegar vehículos blindados en París ni realizar arrestos preventivos de cientos de manifestantes
(1.723 el 8 de diciembre), como ya lo había hecho durante dos semanas consecutivas. Tampoco
reculó ante la manipulación del miedo –el Elíseo evocaba un “núcleo duro” que había ido a París “a
matar”– ni ante la invocación de un complot extranjero –ruso, por supuesto–. Por último, al hacer él
mismo hincapié en “el tema de la inmigración”, Macron confirmó su disposición al cinismo político.
El poder podrá jactarse de que los “chalecos amarillos” toman poco en cuenta el sistema
internacional. Las pretensiones “jupiterianas” del Presidente de la República, su simbiosis con el
universo financiero y cultural de los ricos contribuyeron efectivamente a dar la impresión de que su
política dependía de un capricho personal, y de que tenía por lo tanto el poder de cambiarla
radicalmente. Pero Francia ya no dispone de una moneda propia, sus servicios públicos están
subordinados a la política europea de la competencia, su presupuesto es examinado punto por punto
por los responsables alemanes, y sus tratados comerciales se negocian en Bruselas. Sin embargo, en
la lista de las cuarenta y dos reivindicaciones más difundidas por los “chalecos amarillos”, el término
“Europa” y el adjetivo “europeo” no figuran ni una sola vez.
Asimismo, los ocupantes de las rotondas y sus simpatizantes se mostraron más preocupados por
protestar contra la cantidad de parlamentarios y los privilegios de los ministros que por acusar la
impotencia de sus gobernantes. Ahora bien, como se pudo ver en el caso Ford, el patrón de una
multinacional estadounidense ya ni se digna a atenderle el teléfono a un ministro francés, ni siquiera
después de que su empresa anunciara el cierre de una fábrica en Blanquefort, cerca de Bordeaux, y el
despido de sus ochocientos trabajadores (6).

Un abismo creciente
Veinte años atrás, en su análisis sobre el movimiento de desocupados del invierno de 1997, Pierre
Bourdieu veía en éste un “milagro social”, cuya primera conquista era su propia existencia: “El
movimiento permite que los desocupados, y junto a ellos, todos los trabajadores precarios, cuyo
número crece día a día, salgan de la invisibilidad, del aislamiento, del silencio, en resumen, los saca
de la inexistencia” (7). El surgimiento del movimiento de los “chalecos amarillos”, igual de
“milagroso” y mucho más poderoso, da cuenta del empobrecimiento gradual de franjas cada vez más
amplias de la población. Pero también de un sentimiento de desconfianza absoluta, cercana al asco,
respecto de los canales habituales de representación: el movimiento no tiene ni dirigentes ni
portavoces, rechaza los partidos, excluye a los sindicatos, ignora a los intelectuales, lucha contra los
medios. Probablemente a eso se deba su popularidad, que mantuvo incluso después de las escenas de
violencia de las cuales cualquier otro poder habría sacado partido.
Es inútil intentar predecir el futuro de un movimiento tan culturalmente ajeno a la mayoría de
quienes hacen este periódico y de quienes lo leen. Sus perspectivas políticas son inciertas; su carácter
heterogéneo, que contribuyó a ganar adeptos, pone en riesgo su cohesión y su poder: el acuerdo entre
obreros y clases medias interviene más fácilmente cuando se trata de rechazar una tasa sobre el
combustible o la eliminación del impuesto sobre la fortuna que cuando la revalorización del sueldo
mínimo hace que un pequeño patrón o a un artesano teman por el aumento de sus aportes. No
obstante, un lazo unificador es posible, en la medida en que muchas de las reivindicaciones de los
“chalecos amarillos” derivan de las propias transformaciones del capitalismo: desigualdades,
salarios, fiscalidad, declive de los servicios públicos, ecología punitiva, deslocalizaciones,
sobrerrepresentación de la burguesía profesional en las instancias políticas y en los medios, etc.
En 2010, el periodista François Ruffin rescataba la imagen de dos movilizaciones progresistas que,
en Amiens, el mismo día, se habían cruzado sin juntarse. Por un lado, una marcha de obreros de
Goodyear. Por el otro, una manifestación de altermundialistas contra una ley antifeminista en
España. “Es –decía Ruffin– como si dos mundos, separados uno de otro por seis kilómetros, se dieran
la espalda. Sin posibilidad de unión entre los ‘duros’ de las fábricas y, como ironiza un obrero, ‘los
burgueses del centro que dan un paseo’” (8). En la misma época, el sociólogo Rick Fantasia había
observado también, en Detroit, Estados Unidos, la existencia de “dos izquierdas que se ignoran”, una
compuesta por militantes sin perspectiva política, la otra, por realistas sin voluntad de acción (9).
Aun si los clivajes de Amiens y de Detroit no coinciden totalmente, hacen referencia al mismo
abismo creciente entre un universo popular que recibe los golpes e intenta devolverlos, y un mundo
contestatario que (¿demasiado?) a menudo se inspira de intelectuales cuya radicalidad de papel no
presenta peligro alguno para el orden social. A su manera, el movimiento de los “chalecos amarillos”
hizo pensar también en dicha separación. No sólo a él le corresponde remediarla…

1. Christophe Castaner, “Un monstre de colères ancienne”, Brut, 8-12-18, https://brut.live/fr


2. Simone Weil, “La vie et la grève des ouvrières métallos”, La Révolution prolétarienne, París, 10-6-
1936.
3. Quand la gauche essayait. Les Lecons du pouvoir (1924, 1936, 1944, 1981), Agone, Marsella,
2018.
4. Marie-Amélie Lombard-Latune y Christine Ducros, “Derrière les ‘gilets jaunes’, cette France des
lotissements qui peine”, Le Figaro, París, 26-11-18.
5. Gaëtan de Capèle, “L’heure des comptes”, Le Figaro, 11-12-18.
6. Véase Ford Blanquefort même pas mort!, Libertalia, Montreuil, 2018.
7. Pierre Bourdieu, Contre-feux, Raisons d’agir, París, 1998.
8. François Ruffin, “Dans la fabrique du mouvement social”, Le Monde diplomatique, París,
diciembre de 2010.
9. Rick Fantasia, “¿Dónde está la izquierda?”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos
Aires, diciembre de 2010.

* Director de Le Monde diplomatique.


Traducción: Victoria Cozzo.
EDICIÓN ENERO 2019 | N°235

LA LUCHA DE LOS ESTUDIANTES FRANCESES POR EL ACCESO A LA UNIVERSIDAD

La primavera de los estudiantes rurales


Por Annabelle Allouch y Benoît Bréville*
Los estudiantes de escuelas secundarias de ciudades pequeñas y rurales se sumaron a las protestas en
Francia. Con bloqueos y tomas de colegios, se manifiestan en contra de la nueva plataforma de
inscripción universitaria –Parcoursup–, que restringiría el acceso a las especializaciones librando la
suerte de los estudiantes a un algoritmo.

Sticker pidiendo la renuncia de Emmanuel Macron, París, 8-12-18 (Benoit Tessier/Reuters)

A veces basta con un mail para entender la locura de un Ministerio que es blanco de una
controversia. El 12 de diciembre, hacía ya dos semanas que la agitación se propagaba en los colegios
franceses. Un director de servicios de la Educación Nacional escribe a los jefes de establecimientos
de su región: “Para evitar que se instalen en nuestros alumnos y sus padres elementos de información
relativos a la reforma del secundario y del examen de bachillerato truncos, incompletos y hasta
falaces, les solicito tengan a bien procurar que en nuestros establecimientos no haya tiempos de
reunión comunes entre docentes, padres de alumnos y alumnos” (1). Prohibir la discusión para
ahogar a la oposición: este método ilustra el poder desmesurado que adquirieron los directores, que
se convirtieron en “managers de la República” (2), en detrimento de los docentes –una evolución que
se verá ampliada con la reforma del secundario y el acceso a la enseñanza superior–.

Todo comenzó el 30 de noviembre, con una convocatoria de la Unión Nacional de Estudiantes de


Secundaria (UNL) que buscaba dar a conocer que “la juventud también estaba furiosa”, el sindicato
exhortaba a los alumnos a bloquear sus establecimientos para denunciar, de manera confusa, el
secundario a la carta, los concursos en la Universidad, las eliminaciones de puestos, la reducción de
los docentes generales en las especializaciones profesionales, pero también el aumento de la
contribución social generalizada (CSG), la reforma de la Sociedad Nacional de Ferrocarriles
Franceses (SNCF). La primavera pasada, la UNL había fracasado en su intento de movilización
contra Parcoursup, la nueva plataforma de inscripción en línea para la enseñanza superior. Los
problemas detectados por el sindicato seguían siendo abstractos para muchos de los estudiantes; las
organizaciones de docentes, cuyo compromiso con los estudiantes suele desempeñar un rol
importante, estaban divididas. Algunos meses más tarde, toda una generación de estudiantes de
secundario sufrió las consecuencias y la historia tomó otro rumbo.

Al día diez, más de cien colegios estaban totalmente bloqueados. No en los grandes centros urbanos,
como es habitual para este tipo de movimientos, sino en zonas rurales y periféricas, en ciudades
pequeñas y medianas –en Gien, Ingré, Laval, Beaugency–. La protesta continuó durante varios días y
se extendió enseguida a los barrios populares y a las grandes metrópolis. El 11 de diciembre, más de
450 establecimientos estaban bloqueados o fuertemente interrumpidos; las manifestaciones reunieron
a miles de estudiantes.

Un sistema injusto y angustiante

Esta cartografía particular no se explica sólo por el efecto de arrastre del movimiento de los
“chalecos amarillos”. Los territorios periféricos podrían ser los primeros en padecer las reformas en
curso. La de los colegios, prevé sustituir las ramas de especialización actuales (científica, literaria,
etc.) por un sistema “a la carta”, en el que los estudiantes podrán elegir entre doce “materias de
especialidad” según el recorrido que quieran seguir en la universidad. Aunque muchas materias
(matemáticas, historia-geografía) estarán, a priori, disponibles en todas partes, otras (tecnología
digital y ciencias de la informática, agronomía, arte) sólo lo estarán en algunos establecimientos –la
decisión la toman los rectorados, a partir de los pedidos de los directores–, con el riesgo de instalar
una lógica de especialización. Esto no perjudicará demasiado a los estudiantes de las grandes urbes,
pero en las pequeñas ciudades, los estudiantes podrían verse obligados a renunciar a la formación que
quieren o a recorrer decenas de kilómetros.

A este temor, se agrega el recuerdo de la desastrosa primera campaña de Parcoursup: listas de espera
interminables, angustia ante las respuestas negativas, opacidad en el procedimiento. Todo el mundo
conoce a alguien que quería inscribirse en una disciplina, pero se encontró en otra, o que pudo
ingresar a la especialización deseada, pero a trescientos kilómetros de su casa. Durante la conferencia
de prensa de inicio del ciclo lectivo, la ministra de la Enseñanza Superior, Frédérique Vidal, había
minimizado estas dificultades. Según ella, Parcoursup fue un “verdadero éxito” que, lejos de haber
instaurado la selección, “favoreció la democratización de la enseñanza superior”, porque todos los
candidatos recibieron propuestas “que se acercaban mucho a sus elecciones”.

En realidad, es muy difícil medir el nivel de satisfacción de los estudiantes, un elemento que
raramente se tiene en cuenta en el discurso institucional. Cada candidato del último año de
secundario era invitado, en marzo, a elegir diez opciones, sin jerarquizarlas. Entonces, se podía
“aceptar una propuesta de formación”, pero por defecto, porque se consideraba que la posición en la
lista de espera para la especialización deseada no era muy buena. Entre los 583.000 candidatos que
aceptaron una propuesta (sobre 812.000 inscriptos en marzo de 2018), más de 71.000 mantenían al
final del trámite principal (el 5 de septiembre) otras elecciones en espera; podemos suponer que
esperaban algo mejor (3). A estos insatisfechos, hay que agregar a más de 40.000 “inactivos” –los
expulsados del sistema por estar mucho tiempo pasivos– y los casi 180.000 candidatos que
“abandonaron el trámite”. Ya sea porque no obtuvieron el examen de bachillerato (la mitad), o
porque desaparecieron de los radares. ¿Renunciaron a los estudios superiores? ¿Se inscribieron en un
establecimiento privado? El Ministerio no brinda ningún detalle. Pero muchas escuelas privadas se
regocijaron con la explosión de solicitudes de inscripción.

La angustia generada por Parcoursup afectó particularmente a los estudiantes de establecimientos que
reciben a una población desfavorecida, donde los primeros resultados cayeron como un balde de agua
fría. En Nanterre, el 76% de los estudiantes de la especialización literaria sólo tuvo respuestas
negativas o “en espera”. La proporción se elevaba al 82% para los estudiantes del último año de una
escuela tecnológica de Beauvais, y hasta el 92% en una clase tecnológica de Asnières-sur-Seine (4).
En promedio, el 71% de los estudiantes de la serie general recibieron una respuesta positiva desde el
primer día, contra el 50% en las series tecnológicas y el 45% en las series profesionales (5). Aunque
estos resultados no significaban un rechazo definitivo, fueron fuente de frustración y desaliento para
muchos alumnos, que se sintieron obligados a saltar a la primera respuesta positiva subestimando sus
chances de acceder a algo mejor. De este modo, Parcoursup penalizó a los bachilleres de las
especializaciones profesionales, cuyas inscripciones a la universidad cayeron un 13,7% entre 2017 y
2018. “No todo el mundo tiene la vocación de ir a la universidad”, había anunciado el presidente
Emmanuel Macron poco después de su elección. En este sentido, la plataforma fue, efectivamente,
un “verdadero éxito”.

La gestión del tiempo se impuso como un criterio central de acceso a la enseñanza superior. En 2018,
el trámite se extendía durante cerca de nueve meses, de enero a septiembre. Durante el verano,
aproximadamente 66.000 candidatos se encontraban aún en lista de espera. Esto desorganizó las
especializaciones del nivel superior, que se veían en la imposibilidad de establecer sus listas de
inscriptos, y retrasó el acceso de los estudiantes al alojamiento: es difícil postularse para obtener un
lugar en una residencia universitaria si no se sabe dónde se realizarán los estudios… “La duración del
trámite generó un sentimiento de inseguridad”, reconoció Vidal. Para la sesión 2019, que se
extenderá de enero a junio, la ansiedad será de dos meses menos.

Este ajuste no es sólo de carácter técnico. El dispositivo Parcoursup divide los criterios de evaluación
escolar –el proceso de selección, de apreciación, de notación de los estudiantes– en una serie de fases
que el estudiante debe respetar. El sistema estructura la orientación y la candidatura según un
recorrido lineal que no contempla ningún contratiempo: de diciembre a abril, la información y la
formulación de opciones; de abril a mayo, la espera de los resultados; de mayo a julio, la elección. La
plataforma se impone, así, como un dispositivo meramente “disciplinario”, en el sentido en que
circunscribe a cada familia y a cada alumno en ciclos y tareas ritualizadas frente a los cuales no todos
son iguales: ir a buscar información sobre las especializaciones, preparar las cartas de motivación,
etc. Durante largos meses, el estudiante se convierte en el producto de una serie de operaciones de
selección, de clasificación, de cálculo, que no controla. Su futuro se decide a través de algoritmos
basados en criterios de los que no sabe nada, o casi nada.

En semejante sistema, el derecho al error o el derecho de “no saber qué hacer” no existe. Todo
descarrilamiento, todo retraso es sancionado por un llamado al orden. Cabe mencionar aquí las
advertencias que la administración dirigió a los estudiantes que se mantenían “en espera” de una
respuesta cuando ya habían sido aceptados en otra formación. “Alentamos a todos los que recibieron
una propuesta a ir a inscribirse”, repetía sin cesar el Ministerio. Para convencer a los indecisos, las
reglas cambiaron a mitad de camino. A partir de julio, los inscriptos sólo tenían tres días para
confirmar su elección; si no lo hacían, se anulaban todas las propuestas. Estos candidatos indecisos
esperaban sin dudas una propuesta mejor, pero se los acusaba de no liberar los lugares lo
suficientemente rápido. Se los convertía en responsables no sólo de su propia espera, sino también de
la de los demás.

Tradicionalmente, los sociólogos consideran que la legitimidad en evaluación escolar depende de la


organización del procedimiento. Su carácter aceptable depende de la transparencia de los criterios, de
la equidad para su utilización, pero también de la publicación de los resultados en un plazo
razonable. Sin embargo, los estudiantes de las especializaciones profesionales, que suelen provenir
de sectores populares, esperaron en promedio diecisiete días para recibir una primera respuesta
positiva, contra cuatro para los que detentaban un bachillerato general. La espera se convirtió en el
reflejo de las desigualdades sociales, al encarnar y duplicar la violencia de la clasificación.

Con Parcoursup, decenas de miles de jóvenes permanecieron en la incertidumbre durante meses, por
razones que les parecían oscuras y, a veces, injustas. Al proceder de este modo, la institución los
llevó a perder confianza en sí mismos, pero también en el sistema escolar, social y político que
produce la clasificación –una constatación que vale también para el docente que prepara al alumno y
para la familia que lo acompaña–. Este es, por el momento, el mayor logro de las reformas educativas
de la presidencia de Macron.

1. Correo difundido por el Sindicato Nacional de Docentes de Secundaria (SNES).


2. Anne Barrère, Sociologie des chefs d’établissement. Les managers de la République, Presses
universitaires de France, col. “Éducation et société”, París, 2013.
3. “Tableaux de bord Parcoursup” y “Parcoursup 2018 : propositions d’admission dans
l’enseignement supérieur et réponses des candidats”, Ministerio de la Enseñanza Superior, de la
Investigación y de la Innovación, París, noviembre de 2018.
4. “Parcoursup : les premières remontées montrent une nette inégalité entre lycées”, Sud Éducation,
25-5-18, www.sudeducation.org
5. Véase Jean-Michel Dumay, “Les lycées professionnels, parents pauvres de l’éducation”, Le
Monde diplomatique, París, marzo de 2018.

* Respectivamente: Profesora titular de Sociología en la Universidad de Picardie-Jules Verne. / Jefe


de Redacción Adjunto, Le Monde diplomatique, París.
Traducción: María Julia Zaparart
EDICIÓN ENERO 2019 | N°235

El salario mínimo según Macron


Por Jean-Michel Dumay*

En el discurso televisivo del 10 de diciembre de 2018, durante el cual decretó el “estado de


emergencia económica y social”, Emmanuel Macron declaró: “El salario mínimo vital y móvil
[SMIC en francés] de un trabajador aumentará en 100 euros al mes a partir de 2019”. ¿El problema?
Con rapidez esta afirmación resultó ser engañosa. Conocíamos los anuncios seguidos de ningún
efecto. Rara vez habíamos visto a un Presidente de la República, en plena crisis, mentir tan
descaradamente sobre una medida emblemática (1). No significó ningún “impulso” al salario
mínimo: a partir del 1 de enero de 2019, sólo se aplica la ley –lo que es lo mínimo–, o sea un
aumento del 1,5%, lo que no compensará la inflación.

Al día siguiente del discurso, los ministros responsables del servicio postventa tuvieron que remarla
para explicar que, en realidad, los 100 euros incluían los 20 euros vinculados a la reducción de las
contribuciones que en 2018 efectuaron los trabajadores (lo que constituía un logro) y 80 euros
adicionales, obtenidos mediante la aceleración del aumento de la prima de actividad (que debía
repartirse a lo largo del quinquenio). Pero aquí también los hechos están truncados. No todos los
trabajadores implicados van a recibir esos 80 euros. Lo que determina el derecho a esta prestación y
su monto son el total de los recursos y la composición del hogar. Por lo que un trabajador pagado con
el mínimo, o no mucho más allá, no puede estar seguro de recibir el aumento prometido, o de
recibirlo en su totalidad. Una enorme manipulación.

Al favorecer la prima en relación con el salario, Macron no sólo engaña a los ciudadanos: también
individualiza el aumento de los ingresos y erosiona un poco más los derechos sociales. La
bonificación puede ser reducida en cualquier momento y, a diferencia de un salario, no genera ningún
derecho (desempleo, jubilación). Además, no tiene ningún efecto de arrastre en el conjunto de las
escalas salariales a través de los convenios colectivos. Este uso indebido de la palabra “salario” que
se hace en la cumbre del Estado no es accidental.

1. Véase “Macron super-menteur”, 3-5-2018, www.la-bas.org

* Periodista.
Traducción: Teresa Garufi
EDICIÓN ENERO 2019 | N°235

Armas controvertidas
Por Julien Baldassarra

Además de las ocho muertes (siete personas atropelladas por vehículos y una mujer de 80 años que
recibió el impacto de una granada de gas lacrimógeno), varios cientos de manifestantes, en su
mayoría pacíficos, resultaron heridos durante las revueltas de noviembre y diciembre. Muchos de
ellos han sido víctimas de la agresividad de las fuerzas del orden, que igualmente han contado con
heridos en sus filas. Pero también de la obstinación de los sucesivos gobiernos franceses en dotar a la
policía y a la gendarmería de equipos inadecuados para mantener el orden. Prohibidas en la mayoría
de los países europeos, estas armas son con frecuencia denunciadas por parlamentarios, defensores de
los derechos humanos y organizaciones no gubernamentales (ONG).

Pérdida de un ojo, fractura, hemorragia interna, pulmón perforado: estudiantes de secundaria,


manifestantes y periodistas fueron gravemente heridos por “balas de defensa” arrojadas por un
lanzador LBD 40 (GL-06, su nombre de origen). Puesta en servicio en 2008 para sustituir a su
competidor, el Flash-Ball Super-Pro, esta pistola de dos cañones de fabricación suiza dispara
municiones a más de 300 kilómetros por hora. Se supone que tiene “una baja probabilidad de causar
un desenlace fatal, heridas graves o lesiones permanentes” y entra en la categoría de “medios de
fuerza intermedia”. Sin embargo, provoca heridas graves, como en Toulouse, donde a mediados de
diciembre un “chaleco amarillo” continuaba en coma después de haber recibido un disparo entre el
ojo y la oreja.

Otras armas de “letalidad reducida” son las granadas que contienen una carga explosiva. Estas
incluyen la granada lacrimógena y de aturdimiento GLI-F4 y el dispositivo eléctrico manual (GDM).
Ellos pueden causar mutilaciones, quemaduras y pérdidas de audición irreversibles. Entre el 24 de
noviembre y el 8 de diciembre, estos artefactos les arrancaron la mano al menos a cuatro personas. El
modelo GLI-F4 sustituyó a la granada “ofensiva” OF-F1, prohibida en 2014 tras la muerte del
manifestante Rémi Fraisse en el emplazamiento de la represa de Sivens, pero conserva un “efecto
explosivo”. Si bien el Ministerio del Interior no tiene previsto renovar las dotaciones de la policía y
la gendarmería, ha advertido: las GLI-F4 seguirán arrojándose hasta que se agoten las existencias.

Traducción: Teresa Garufi


EDICIÓN ENERO 2019 | N°235

LA RESISTENCIA DE LAS TRABAJADORAS DE SERVICIOS

Un segundo frente popular


Por Pierre Rimbert*
La presencia en las rotondas de gran cantidad de mujeres de clases populares, que constituyen el
corazón de los servicios esenciales y representan el poder ignorado del movimiento, amenaza con
paralizar una parte central de la economía francesa.

Protesta contra la violencia hacia las mujeres, Marsella, 24-11-18 (Jean-Paul Pelissier/Reuters)

Llevan puesto un chaleco amarillo, controlan la circulación en las rotondas, hablan de su vida
cotidiana, luchan. Enfermeras, cuidadoras a domicilio y niñeras también se calzaron el atuendo
fluorescente para hacer caer el velo que no deja ver desde afuera a estas trabajadoras entre bastidores.
Mujeres y asalariadas, con jornada laboral doble y bajos ingresos, cargan con todo el peso de la
osamenta rancia del Estado social.

Y con razón: los sectores mayoritariamente femeninos de educación, salud, trabajo social y limpieza
representan la piedra angular invisible de las sociedades liberales y al mismo tiempo su locomotora.
La interrupción de esos servicios fundamentales paralizaría a todo un país. ¿Quién se ocuparía
entonces de las personas dependientes, de los recién nacidos, de la limpieza, de los niños? Ni los
enérgicos rompehuelgas ni las fuerzas del orden que arremeten contra las barricadas podrían hacer
nada al respecto: en la escuela de gendarmería no les enseñan a cuidar a ancianos. Estas tareas, que
en el último siglo pasaron del universo familiar, religioso o caritativo al del trabajo asalariado, saltan
a la vista únicamente cuando nadie las atiende. A fuerza de infligir a estas trabajadoras, consideradas
resistentes, medios cada vez más restringidos mientras la demanda aumenta, algo se quiebra.
Empleadas de limpieza de hoteles y de estaciones de tren, cuidadoras a domicilio, empleadas de
geriátricos y personal hospitalario, desde fines de 2017, llevan adelante, una tras otra, batallas
difíciles pero muchas veces victoriosas.

Una fuerza latente

La figura del minero o del trabajador fabril, padre de familia que aporta el sustento económico, ha
simbolizado con tanta fuerza a la clase obrera durante el siglo XIX que aún hoy se asocia a las clases
populares con los hombres. ¿Quién piensa espontáneamente en las trabajadoras cuando se habla de
proletariado? Ciertamente, los obreros, que desde hace ya mucho tiempo los medios archivaron en la
galería de las especies sociales extinguidas, aún representan por sí solos más de una quinta parte de la
población activa. Pero la feminización del mundo laboral se encuentra entre las transformaciones
más profundas del último medio siglo, especialmente en la base de la pirámide social. En Francia, las
trabajadoras representan el 51% del sector asalariado popular, compuesto por obreros y empleados;
en 1968, la proporción era del 35% (1). Desde hace medio siglo, el número de empleos masculinos
no ha variado mucho: 13,3 millones en 1968 respecto de 13,7 millones en 2017; en tanto los empleos
ocupados por mujeres pasaron de 7,1 millones a 12,9 millones. En otras palabras, casi toda la fuerza
de trabajo reclutada desde hace cincuenta años es femenina –en condiciones más precarias y por un
salario una cuarta parte inferior por un puesto equivalente–. Por sí mismas, las trabajadoras médico-
sociales y educativas cuadriplicaron su número: pasaron de 500.000 a 2 millones entre 1968 y 2017
(sin contar a las docentes de nivel medio y superior).

Mientras que en el siglo XIX el auge del proletariado industrial había determinado la estrategia del
movimiento obrero, en la actualidad, en cambio, el crecimiento notable del sector de servicios
esenciales, en los que predominan las mujeres, su poder potencial de obstaculizar y el surgimiento de
conflictos sociales victoriosos hasta el momento no han alcanzado aún una traducción política o
sindical. Sin embargo, ante tal fuerza de empuje, la corteza se rompe y se imponen dos preguntas:
¿en qué condiciones estos sectores podrían desplegar su insospechada potencia? ¿Pueden organizarse
en un grupo cohesivo fuerte y numeroso, formar una alianza capaz de lanzar iniciativas, de imponer
una relación de fuerzas y de movilizar en torno a ellas otros sectores? A primera vista, la hipótesis
parece extravagante. Las trabajadoras de los servicios esenciales forman una nebulosa con estatus
dispersos, condiciones de ejercicio y de existencia heterogéneas, lugares de trabajo alejados. Pero, así
como la ausencia de unidad interna no impidió a los “chalecos amarillos” unirse, los factores que
dividen al proletariado femenino del sector de servicios parecen menos decisivos que los que lo
agrupan, empezando por su fuerza numérica y por el adversario que tienen en común.

De las clases populares a las clases medias, estas asalariadas encargadas del mantenimiento y de la
reproducción de las fuerzas de trabajo (2) se caracterizan por conformar un personal muy numeroso.
Entre ellas, se encuentran trabajadoras que prestan servicios a empresas (182.000 trabajan en la
limpieza de oficinas), pero sobre todo un proletariado que trabaja en el sector de servicios para
particulares: 500.000 empleadas domésticas, 400.000 niñeras y más de 115.000 mucamas trabajan a
domicilio. Un número aún mayor ejerce en instituciones públicas: 400.000 auxiliares de enfermería,
140.000 auxiliares de puericultura y acompañantes terapéuticas y más de medio millón de empleadas
de hospital –sin contar al personal administrativo–. A dichos efectivos femeninos se suman los
masculinos, muy minoritarios en el sector. Estas asalariadas mal pagas, que en horarios desfasados
realizan tareas poco valorizadas en condiciones difíciles, se codean en la producción de servicios
esenciales con las llamadas profesiones “intermedias” de la salud, del trabajo social y de la
educación. Mejor remuneradas, más calificadas, más visibles, las dos millones de trabajadoras de este
sector en constante crecimiento ejercen como enfermeras (400.000), docentes de primaria o
secundaria (340.000), puericultoras, animadoras socioculturales, maestras integradoras,
rehabilitadoras, técnicas médicas, etc.

Por supuesto, una brecha separa a la enfermera de un hospital público de una cuidadora a domicilio
indocumentada. Pero este grupo dispar, que junto a los hombres representa más de la cuarta parte de
la población activa, participa de la producción de un mismo recurso colectivo y presenta varios
puntos en común. En primer lugar, la naturaleza misma del sector de asistencia y cuidado de
personas, de trabajo social y de educación vuelve dichos empleos no sólo indispensables, sino
también imposibles de deslocalizar y poco automatizables, puesto que exigen un contacto humano
prolongado y/o una atención adaptada a cada caso particular. Por otra parte, todos esos sectores
padecen las políticas de ajuste; en las escuelas o en los geriátricos, sus condiciones laborales se
deterioran y se incuban conflictos. Por último, gozan de una buena reputación por parte de una
población que puede imaginar una vida sin altos hornos, pero no sin escuelas, hospitales, guarderías
o geriátricos.

Esta configuración singular permite cartografiar una coalición social potencial que podría agrupar al
proletariado del sector de servicios esenciales, a las profesiones intermedias de sectores médico-
sociales y educativos, así como a un pequeño porcentaje de profesiones intelectuales, como la
docencia de nivel medio.

Dos universos opuestos

El hecho de que la formación efectiva de este bloque enfrente tantos obstáculos quizá se deba a que
rara vez se ha intentado superarlos. A pesar del crecimiento de las estadísticas, hasta ahora, ningún
partido, sindicato u organización intentó colocar dicha base predominantemente femenina y popular
en el centro de su estrategia, relevar sistemáticamente sus preocupaciones, ni defender
prioritariamente sus intereses. Y sin embargo, los actores más conscientes y mejor organizados del
movimiento obrero ferroviario, portuario y de los docks, de los sectores eléctrico y químico saben
bien que las luchas sociales decisivas no podrán depender eternamente de ellos, como quedó
demostrado durante el conflicto sobre la reforma ferroviaria en 2018. Desde hace cuatro décadas, ven
cómo los poderes políticos destruyen sus bastiones, rompen los convenios, privatizan las empresas,
reducen el personal, mientras los medios los asocian a un pasado obsoleto. Por el contrario, los
sectores femeninos de servicio personal y del servicio público sufren de una organización a menudo
débil y sus tradiciones de lucha son aún recientes, pero crecen y ocupan en el imaginario un lugar del
cual las clases populares fueron expulsadas hace tiempo: el futuro. Mientras que los análisis sobre las
transformaciones contemporáneas exaltan o maldicen las multinacionales de Silicon Valley y las
plataformas digitales, la feminización masiva del trabajo impone una modernidad sin duda igual de
“disruptiva” que la posibilidad de tweetear fotos de gatitos.

Tanto más cuanto que podría aún amplificarse. En Estados Unidos, la lista de profesiones con más
perspectiva de crecimiento, publicada por el servicio estadístico del Departamento de Trabajo,
vaticina, por un lado, la creación de empleos típicamente masculinos tales como instalador de
paneles fotovoltaicos o de aerogeneradores, técnico de plataforma petrolera, matemático, analista de
estadísticas, programador; por el otro, un sinfín de puestos tradicionalmente ocupados por mujeres
tales como auxiliar de enfermería a domicilio, asistente médica, enfermera, fisioterapeuta,
ergoterapeuta, masoterapeuta. Frente al millón de empleos de programador informático previstos de
aquí al año 2026, se calcula que habrá 4 millones de cuidadoras a domicilio y de auxiliares de
enfermería –con un sueldo cuatro veces inferior (3)–.

Dos razones fundamentales impiden al ex siderúrgico de Pittsburgh, cuya actividad fue trasladada a
China, reconvertirse a auxiliar de puericultura. En primer lugar, la frontera simbólica de los
prejuicios, que está tan profundamente arraigada en las mentalidades, los cuerpos y las instituciones
que crea un muro entre la cultura obrera viril y los roles sociales que los clichés patriarcales asignan
al género femenino. Pero también la deserción escolar, que frena considerablemente las posibilidades
de reconversión profesional. “Los varones adolescentes de países ricos tienen un 50% más de
probabilidades que las chicas de reprobar las tres materias troncales: matemática, lectura y ciencias”,
señalaba el semanario The Economist en un número especial dedicado a los hombres, titulado “El
sexo débil” (30-5-15). Este fiasco se acompaña de un aumento extraordinario del nivel de instrucción
femenino que, por el contrario, facilita la movilidad profesional. Esta gran transformación, que ha
pasado inadvertida, instala aun más a las trabajadoras en un lugar central del sector asalariado. Desde
fines del siglo pasado, el porcentaje de mujeres entre los graduados del nivel superior supera el de los
hombres: 56% en Francia, 58% en Estados Unidos, 66% en Polonia, según la Organización de las
Naciones Unidas para la Educación, la Cienciasy la Cultura (Unesco)… En 2016, el 49% de las
francesas de entre 25 y 34 años detentaban un título de carreras cortas –técnico superior (BTS, por su
sigla en francés), diplomatura universitaria tecnológica (DUT)– o largas –licenciatura, maestría,
doctorado–, frente a un 38% de hombres graduados (4). Estos últimos siguen dominando la
investigación, las carreras prestigiosas, los puestos de poder y la escala salarial. Pero ahora la
universidad forma a una mayoría de graduadas idóneas para ocupar empleos calificados, aunque
poco prestigiosos, de la denominada economía de servicios.

En efecto, este cambio no pone en tela de juicio la preponderancia masculina en las disciplinas
vinculadas a la matemática, la ingeniería informática y las ciencias básicas. Resultado: la oposición
de género y de clase se acentúa entre dos polos del mundo económico. Por un lado, el universo
femenino, cada vez más calificado, pero precarizado, que gravita en torno a los servicios médico-
socio-educativos. Por el otro, la burbuja burguesa de las finanzas especulativas y de las nuevas
tecnologías, predominante en la economía mundial y en la que el índice de testosterona bate todos los
récords: las jóvenes empresas de Silicon Valley emplean como ingenieros informáticos a un 88% de
hombres, y las Bolsas de comercio, a un 82% (5). Entre esos dos cosmos opuestos en todo sentido,
uno domina al otro, lo aplasta y lo despoja. El chantaje en torno a la austeridad de los “mercados” (6)
y la depredación que ejercen los gigantes digitales sobre las finanzas públicas a través de la evasión
fiscal se traducen en reducciones de personal y de recursos en los geriátricos, las guarderías y los
servicios sociales. Y presentan consecuencias distribuidas de manera desigual: mientras que su
actividad debilita los servicios públicos, banqueros, directivos y programadores emplean a un gran
número de empleadas domésticas, cuidadores personales y profesores particulares.

En términos generales, los hogares de ejecutivos, profesionales universitarios y empresarios recurren


masivamente a los servicios personales a domicilio (7). Serían los primeros afectados si esas mujeres,
muchas veces procedentes de las clases populares y, en las metrópolis, de la inmigración, cesaran su
trabajo. ¿Veríamos entonces a los profesores universitarios, escribanos, médicos y sociólogos
feministas explicarles a sus mucamas que deben seguir trabajando en nombre de la obligación moral
de atención, de benevolencia y otras virtudes que la dominación masculina erigió a lo largo de los
siglos como cualidades específicamente femeninas? Es por ello que la coalición de servicios
esenciales que uniría a las empleadas y a las obreras, a las profesiones intermedias y docentes de
primaria y media sólo podría constituirse por oposición a las clases superiores que las contratan.

La fuerza de la unión

Pero, ¿puede esto lograrse? ¿En qué condiciones? Aisladas, fraccionadas, poco organizadas, en la
mayoría de los casos de origen inmigrante, las trabajadoras de servicio personal y de limpieza
acumulan las formas de dominación. Pero sobre todo, su vinculación estadística no constituye un
grupo. Transformar la coalición objetiva que se lee en los gráficos estadísticos en un bloque
movilizado requeriría una conciencia colectiva y un proyecto político. Sería tradicionalmente
responsabilidad de los sindicatos, partidos, organizaciones y movimientos sociales formular los
intereses comunes que, más allá de las diferencias de estatus y de calificación, unen a las enfermeras
y a las empleadas domésticas. Corresponde también cantar la gesta del surgimiento de un agente
histórico, su misión, sus batallas, para no dejarles a los medios hegemónicos ni a los expertos el
monopolio del relato. Dos temas podrían contribuir a ello.
El primero es la centralidad social y económica de este grupo. Tanto las estadísticas nacionales como
los medios colaboran para que el trabajo asalariado femenino de servicios esenciales siga siendo
invisible en la línea productiva. El discurso político relaciona el cuidado, la salud y la educación con
el concepto de “gasto”, a la vez que se asocia generalmente esas profesiones “relacionales” a
cualidades supuestamente femeninas de atención, amabilidad y empatía. Que la enfermera o la
docente asuman tales virtudes en su trabajo no implica que haya que reducirlas sólo a eso. Asimilar
los servicios esenciales a “costos”, subrayar las bondades proporcionadas por mujeres dedicadas a
ayudar en lugar de mencionar las riquezas generadas por trabajadoras permite eludir la identidad
fundamental de las auxiliares de enfermería, cuidadoras de personas o maestras: la de productoras (8
). Producir una riqueza emancipadora que revista los fundamentos de la vida colectiva, he aquí un
germen a partir del cual podría cristalizarse una conciencia colectiva.

El segundo tema es el de una reivindicación común al conjunto de los trabajadores, pero que se
expresa con particular intensidad en las guardias hospitalarias, en los geriátricos y en las escuelas:
obtener los medios necesarios para poder trabajar bien. La poca atención que a veces el público
presta a las condiciones laborales de los ferroviarios o de los operarios se transforma en
preocupación, incluso en indignación, cuando se trata de la reducción de la atención a un familiar
dependiente, del cierre de una guardería en zona rural o de resignarse a que un personal insuficiente
se ocupe de pacientes mentales. Todos sabemos por experiencia que la calidad de la atención crece
proporcionalmente a la cantidad de trabajo invertida en su producción. En apariencia simple, el
reclamo de medios suficientes para poder desempeñar bien el trabajo resulta muy ofensivo.
Satisfacerlo implica cuestionar el ajuste, la idea de que se puede hacer cada vez más con cada vez
menos, el aumento de productividad conseguido a expensas de la salud de los trabajadores. Y
también los discursos que culpabilizan a los empleados endilgándoles la responsabilidad de “hacerse
cargo” de atenuar los efectos de los recortes presupuestarios. Muchos geriátricos brindan, por
ejemplo, capacitaciones de “virtud humanitaria” –técnicas de “buen trato” que involucran la mirada,
la palabra, el tacto, transformadas en sello de calidad y de las cuales se jactan los establecimientos– a
los empleados a quienes se priva simultáneamente de los medios para tratar a los ancianos con la
humanidad necesaria. Como si el maltrato no derivara fundamentalmente de una obligación
económica externa, sino de una cualidad individual que le faltaría al personal…

Un agente histórico

El hecho de que la exigencia de recursos asignados a las necesidades colectivas contradiga la


exigencia de lucro y de austeridad ubica a los servicios esenciales y a sus empleados en el centro de
un conflicto irresoluble. Desde el giro liberal de los años 80, y más aun desde la crisis financiera de
2008, dirigentes políticos, bancos centrales, la Comisión Europea, propietarios ingenieros de las
nuevas tecnologías, altos funcionarios del Tesoro público, editorialistas y economistas ortodoxos
exigen la reducción del “costo” de esas actividades. Y al mismo tiempo provocan deliberadamente su
deterioro en nombre de un sentido común de los barrios ricos: el bienestar general se mide por la
prosperidad de los de arriba. Este bloque consciente de sus intereses encontró en Emmanuel Macron
su encargado de negocios.

Frente a ellos, la coalición potencial que tiene a las productoras de servicios esenciales como eje sólo
puede nacer con conciencia propia a condición de formular explícitamente la filosofía y el proyecto
que lleva a cabo en acciones cotidianas en las escuelas, en las habitaciones y en las salas de atención
de salud. Es la idea de que un financiamiento colectivo de las necesidades de salud, educación,
limpieza, y en sentido más amplio, de transporte, vivienda, cultura, energía, comunicación no
constituye un obstáculo para la libertad, sino al contrario, su condición de posibilidad. La antigua
paradoja que subordina el desarrollo personal a la atención conjunta de las necesidades básicas abre
una perspectiva política a largo plazo capaz de unir al sector asalariado femenino y de constituirlo en
agente del interés general: un socialismo de servicios con amplia cobertura que le daría los medios
necesarios para realizar su trabajo en las mejores condiciones, que se extendería prioritariamente
entre las clases populares que viven en las zonas periurbanas golpeadas por el retiro del Estado social
y que sería controlado por los propios trabajadores (9).

Porque además de lograr la proeza de organizarse, la coalición de servicios con mayoría femenina,
respaldada por el movimiento sindical, tendría la misión histórica de sumar al conjunto de las clases
populares, en particular a su componente masculino diezmado por la globalización y a veces
seducido por el conservadurismo. Este último rasgo no es en absoluto una fatalidad.

Se considerará seguramente irrealista asignar a estas trabajadoras que acumulan todas las formas de
dominación un rol de agente histórico y una tarea universal. Pero definitivamente, esta época no
complace a los realistas que en 2016 creían imposible la elección de Donald Trump sobre una
estrategia simétricamente inversa: aliar a una fracción masculina de las clases populares, golpeadas
por la desindustrialización, con la burguesía conservadora y las clases medias sin título. Contentos
con esta captura, los medios y los políticos querrían reducir la vida de las sociedades occidentales al
antagonismo que opondría ahora a las clases populares conservadoras, masculinas, obsoletas, incultas
y racistas que votan a Trump, Benjamin Netanyahu o a Victor Orbán y a la burguesía liberal culta,
abierta, distinguida, progresista que vota a los partidos centristas y centrales como el que encarna
Macron. Contra esta cómoda oposición, que oculta la pasión que tienen en común los dirigentes de
ambos polos por el capitalismo de mercado (10), el sector asalariado femenino de los servicios
esenciales pone de relieve otro antagonismo. Este ubica de un lado de la barrera social a los patrones
informáticos de Silicon Valley y a los gerentes de las finanzas, hombres, universitarios, liberales.
Saqueadores de recursos públicos y ocupas de paraísos fiscales que generan y venden servicios que,
según el ex vicepresidente de Facebook, Chamath Palihapitiya, encargado de incrementar la cantidad
de usuarios, “rompen el tejido social” y “destruyen el funcionamiento de la sociedad” (11). Del otro
lado, se agrupan las clases populares con base femenina, punta de lanza de los trabajadores,
productoras de servicios que tejen la vida colectiva y exigen una socialización creciente de la riqueza.

La historia de su batalla empezaría así: “Exigimos los medios necesarios para poder hacer bien
nuestro trabajo”. Hacía semanas que las cuidadoras de personas, puericultoras, auxiliares de
enfermería, enfermeras, docentes, empleadas de limpieza y administrativas avisaban que de no
cumplirse sus reivindicaciones, se pondrían en huelga. Fue como si la cara oculta del trabajo de
pronto saliera a la luz. Los ejecutivos y profesionales, primero las mujeres y después los hombres, de
mala gana, tuvieron también que dejar su puesto de trabajo para ir a ocuparse de sus familiares
dependientes o de sus hijos. El chantaje afectivo no funcionó. Tuvieron que salir del Congreso, de las
oficinas, de las redacciones. De visita en un geriátrico, el primer ministro explicó sentenciosamente a
una huelguista que un minuto es suficiente para cambiar un pañal; de hecho, distintos estudios lo
demostraban. Ella le lanzó una mirada que dejó en claro que dos mundos se enfrentaban.

Tras cinco días de caos, el gobierno cedió. Las negociaciones sobre la creación del servicio público
universal se iniciaron con una relación de fuerzas tan potente que el movimiento se ganó el nombre
de “segundo frente popular”: el de la era de los servicios. g

1. “Encuesta sobre empleo 2017”, Instituto Nacional de Estadística y de Estudios Económicos


(INSEE); Données sociales 1974, París (datos codificados en conformidad con la clasificación
actual).
2. Siggie Vertommen, “Reproduction sociale et le féminisme des 99%. Interview de Tithi
Bhattacharya”, Lava, N° 5, Bruselas, julio de 2018.
3. “Fastest growing occupations”, Bureau of Labor Statistics, Washington DC, www.bls.gov
4. Vers l’égalité femmes-hommes? Chiffres-clés, Ministerio de Educación Superior, de Investigación
y de Innovación, París, 2018.
5. Kasee Bailey, “The state of women in tech 2018”, DreamHost, 26-7-18, www.dreamhost.com;
Renee Adams, Brad Barber y Terrance Odean, “Family, values, and women in finance”, SSRN, 1-9-
16, https://ssrn.com
6. Renaud Lambert y Sylvain Leder, “El inversionista no vota”, Le Monde diplomatique, edición
Cono Sur, Buenos Aires, julio de 2018.
7. François-Xavier Devetter, Florence Jany-Catrice y Thierry Ribault, Les Services à la personne, La
Découverte, col. “Repères”, París, 2015.
8. Bernard Friot, “En finir avec les luttes défensives”, Le Monde diplomatique, París, noviembre de
2017.
9. Véase “Refonder plutôt que réformer”, Le Monde diplomatique, París, abril de 2018.
10. Serge Halimi y Pierre Rimbert, “Liberales contra populistas, una oposición engañosa”, Le Monde
diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, septiembre de 2018.
11. James Vincent, “Former Facebook exec says social media is ripping apart society”, The Verge,
11-12-17, www.theverge.com

* De la redacción de Le Monde diplomatique, París.


Traducción: Victoria Cozzo
EDICIÓN ENERO 2019 | N°235

SE QUIEBRA EL PACTO DE GOBIERNO

Por la fuerza y la superchería


Por Laurent Bonelli*
La clase política francesa se vio sorprendida por la magnitud, duración y determinación del
movimiento de los “chalecos amarillos”. Sus causas deben buscarse en la persistente desprotección
de la sociedad, que ya no se siente representada.

Hacía mucho tiempo que un movimiento social no causaba tanta preocupación en los gobernantes. La
magnitud, la duración y la determinación de los “chalecos amarillos” los sorprendió negativamente.
También los perturbó su heterogeneidad en cuanto a interés por la política, actividad profesional,
lugar de residencia y orientación partidaria. No se lo puede atribuir a las organizaciones políticas o
sindicales tradicionales: agrupa a componentes diversos de lo que denominan “la mayoría
silenciosa”, en nombre de la cual pretenden expresarse y de la que no esperan otra movilización más
que el voto.
La obra clásica del politólogo estadounidense Barrington Moore ofrece pistas para explicar el
surgimiento de este movimiento ampliamente espontáneo y poco coordinado (1). Este libro, escrito
en un contexto en el que los universitarios buscaban comprender las grandes oleadas contestatarias
de los años 60-70 en Estados Unidos, operó un cambio de perspectiva. Sustituyó la tradicional
pregunta: “¿Por qué la gente se rebela?”, por esta otra: “¿Por qué no lo hace más a menudo?”.
Mientras sus colegas evocaban el peso de las desigualdades económicas o el de la dominación racial,
Moore replicaba que esos factores permanecen dramáticamente constantes a lo largo de la historia,
sin por ello provocar sublevaciones. Si bien constituyen elementos necesarios de la revuelta, le
resultaba difícil considerarlos como una causalidad.
A partir de un estudio profusamente documentado sobre los obreros alemanes entre 1848 y fines de
los años 1930, Moore investigó las razones por las cuales éstos se acomodaban generalmente a un
orden social y político que les era desfavorable, y las condiciones que los llevaban, de manera más
excepcional, a rechazarlo. Su conclusión principal es que la estabilidad reposa esencialmente en las
compensaciones que los dominantes conceden a los dominados: “Sin el concepto de reciprocidad –o,
mejor dicho, de obligación moral, un término que no implica igualdad de deberes u obligaciones–,
resulta imposible interpretar la sociedad humana como el resultado de otra cosa que no sea la fuerza
permanente y la superchería”.
Para Moore, la ruptura de ese “pacto social implícito” explicaba las protestas que él estudiaba. A
menudo, subrayaba, dicha ruptura deriva de transformaciones técnicas o económicas que cambian las
reglas del juego y ofrecen oportunidades para revisar a la baja las compensaciones otorgadas
previamente. Ciertas fracciones de las elites “que abandonan el juego” son vistas, entonces, como
“parásitas” y pierden su legitimidad.

Distancia social
Para convencerse de la actualidad de este análisis, basta con recordar las transformaciones
contemporáneas del mundo del trabajo, que “desestabilizaron a los estables”, para retomar la fórmula
del sociólogo Robert Castel (2). Muchos de quienes tienen un empleo vieron degradarse sus
condiciones de vida cotidiana, a tal punto que les resulta muy difícil “llegar a fin de mes”, como lo
repiten hasta el cansancio numerosos “chalecos amarillos”.
Esta situación se vio aun más agravada por el desmantelamiento progresivo de la protección
proporcionada por el Estado, que en Francia jugó un rol central para mitigar las contradicciones entre
el trabajo y el capital. El desarrollo de servicios públicos de calidad –en educación, salud, transporte,
comunicación, energía, etc. –, accesibles a bajo costo y en todo el territorio, permitió limitar las
consecuencias más nefastas de una relación salarial estructuralmente desfavorable para los
trabajadores, por lo menos desde la segunda mitad de la década del 70.
Ahora bien, las reformas del Estado aplicadas con constancia desde mediados de los años 90 dieron
lugar a una polarización del servicio público (3). ¿Se logra dimensionar la brecha que existe hoy en
día entre un hospital, un tribunal o una universidad de una metrópoli regional y los de una ciudad
mediana o pequeña? Las lógicas de rentabilidad y competitividad parecen tener prioridad sobre el
objetivo de reducción de las desigualdades sociales y territoriales. De ahí el sentimiento de abandono
que manifiestan los usuarios, y el desarraigo de los funcionarios cuyas tareas sufrieron una drástica
transformación. Por eso también la impresión difusa de que la protección que antes recibían todos es
ahora el beneficio exclusivo de los más favorecidos.
Este viraje influye en el sentimiento de injusticia descrito por Moore y explica en parte la dimensión
antifiscal del movimiento de los “chalecos amarillos” (4). Pero ahora, los responsables del Estado
han perdido su posición de árbitros y se los asocia a las elites económicas en la categoría de
“parásitos”. En las rotondas ocupadas, son recurrentes las críticas sobre el estilo de vida –real o
supuesto– de los parlamentarios y de los ministros, alimentadas por los escándalos de prevaricación,
de fraude y de connivencia con el mundo de los negocios que estallaron estos últimos años.
Ciertas declaraciones de los gobernantes parecen confirmar su distancia social respecto de la “gente
común”. Cuando Emmanuel Macron declara: “La estación de tren es un lugar en el que uno se cruza
con gente exitosa y gente que no es nadie” (3 de julio de 2017), o cuando su predecesor se mofaba
–en privado– de los “sin dientes” (5), revelan sin duda la representación profunda que tienen de la
sociedad. Pero también materializan el absoluto desprecio que sienten muchos de sus conciudadanos,
al punto tal que el Presidente de la República concentra en su nombre la bronca acumulada, como lo
resume la consigna “¡Fuera Macron!”.

Frágil legitimidad
Las formaciones políticas en su conjunto parecen haber perdido crédito y se las rechaza por
considerárselas como parte del “sistema”, aun cuando defienden posiciones alternativas. Esto explica
también por qué, por el momento, ninguna fue capaz de encuadrar el movimiento de los “chalecos
amarillos” ni de ofrecerle otra salida que no sea la convocatoria a nuevas elecciones.
Por otra parte, esta incapacidad permite comprender el recurso a la autoorganización y a la acción
directa. Los manifestantes no buscan una mediación organizativa, política o sindical, y no recurren a
las vías conocidas de la protesta. Desean dirigirse directamente a los representantes del poder.
Primero, en el Elíseo y en las prefecturas, que algunos llaman a ocupar físicamente. Luego, mediante
el bloqueo de los centros neurálgicos: rotondas, salidas y peajes de autopistas, fronteras y depósitos
de combustible.
La combinación de un hartazgo que busca expresarse colectivamente, la ausencia de mediación, los
modos de acción directa y el despliegue de la fuerza pública para refrenarlos explica en gran medida
los estallidos de violencia. No cabe duda de que, particularmente en París, militantes experimentados
participaron de los enfrentamientos con la policía y de los destrozos. La prensa y el gobierno lo
señalaron insistentemente, acusando simultáneamente a “anarco-autónomos” y a grupos de extrema
derecha. Pero la magnitud de estas acciones, así como lo que se conoce sobre quienes fueron llevados
ante la justicia, muestran que no se limitan a su maquinación. Asimismo, resulta difícil imputarles el
incendio de la prefectura de Le Puy-en-Velay, el de los peajes de La Ciotat o de Narbonne, o los
violentos altercados que se produjeron por toda Francia, incluso en ciudades pequeñas.
En una entrevista de hace algunos años, un alto funcionario de las fuerzas de seguridad hacía
hincapié en el carácter relacional de la violencia. Nos confesó: “Somos nosotros, desde la institución,
quienes fijamos el nivel de violencia de partida. Cuanto más elevada es la nuestra, más elevada es
también la violencia de los manifestantes”. Detenciones masivas (1.723 solamente durante la jornada
del 8 de diciembre), uso de camiones hidrantes, vehículos blindados, helicópteros e incluso de policía
montada, gases lacrimógenos (más de 10.000 durante la manifestación parisina del 1°de diciembre),
balas de goma: queda claro que la estrategia adoptada estas últimas semanas no alivió mucho las
tensiones.
Esas decisiones tácticas se deben, en particular, al “espléndido aislamiento” de la policía y
gendarmería francesas, que las vuelve impermeables a las técnicas que desarrollan sus colegas en el
resto de Europa, como la de “desescalada” del conflicto (6). Veinte años de políticas de seguridad
permitieron aumentar considerablemente su poder y su autonomía. Rara vez se cuestionan sus modos
de acción en la lucha contra el terrorismo, la pequeña delincuencia o los motines urbanos. Al punto
que están convencidas de la solidez de su pericia y pueden a veces desplegar “naturalmente” sus
técnicas en otros contextos y hacia otros objetivos. Fueron impactantes las imágenes de las decenas
de estudiantes secundarios de Mantes-la-Jolie detenidos por la policía, arrodillados y con las manos
en la nuca. Sin embargo, es una práctica relativamente común en ciertos barrios populares.
Dichas estrategias y los dispositivos violentos son alentados por parte de la mayoría del poder
político que ve allí la oportunidad de consolidar una “firmeza” que consideran políticamente
ventajosa. Aunque después tengan que exonerarse de la responsabilidad de la violencia atribuyéndola
exclusivamente a los “agitadores”, con la complacencia interesada de los medios, siempre ávidos de
imágenes de enfrentamientos y de destrozos.
Sin duda, los gobernantes miden mal los efectos desastrosos que esas maniobras tienen sobre su
legitimidad. Dan efectivamente la impresión de que sólo pueden ocupar su lugar amparados por los
escudos y los bastones de las fuerzas del orden y por los tribunales de justicia. Avalan la percepción
de que su poder se basa únicamente en “la fuerza permanente y en la superchería”, cuya fragilidad ha
sido puesta de manifiesto por Moore.
1. Barrington Moore Jr, Injustice: The Social Bases of Obedience and Revolt, M. E. Sharpe, Nueva
York, 1978.
2. Robert Castel, Les Métamorphoses de la question sociale. Une chronique du salariat, Fayard, col.
“L’espace du politique”, París, 1999.
3. Véase en particular Laurent Bonelli y Willy Pelletier, “De l’État-providence à l’État manager”, Le
Monde diplomatique, París, diciembre de 2009, y, de los mismos autores (dirs.), L’État démantelé.
Enquête sur une révolution silencieuse, La Découverte, col. “Cahiers libres”, París, 2010.
4. Véase Alexis Spire, “Aux sources de la colère contre l’impôt”, Le Monde diplomatique, París,
diciembre de 2018.
5. Citado por Valérie Trierweiler, Merci pour ce moment, Les Arènes, París, 2014.
6. Olivier Fillieule y Fabien Jobard, “Un splendide isolement. Les politiques françaises du maintien
de l’ordre”, La Vie des idées, 24-5-16, https://laviedesidees.fr

* Profesor en París-X Nanterre, autor de La France a peur. Une histoire sociale de l’“insécurité”, La
Découverte, París, 2008.
Traducción: Victoria Cozzo.
EDICIÓN ENERO 2019 | N°235

LA NUEVA VIDA DE LOS “REPATRIADOS” GUINEANOS

Como extranjeros en su propio país


Por Abdoul Salam Diallo y Raphaël Godechot*
El crecimiento en África dio lugar a un fenómeno de “regreso de cerebros”. En un país como Guinea,
con casi cinco millones de sus ciudadanos en el exterior, este regreso alimenta la esperanza de una
recuperación económica. Sin embargo, también suscita decepciones, ya que pone en evidencia las
debilidades estructurales del Estado.

Claudio Rocha
El Ramadán y el calor sofocante del mes de mayo no han impedido que el salón de conferencias de la
universidad privada Nongo de Conakry esté hasta el tope. Más de trescientos estudiantes se
amontonan para asistir a un seminario sobre el “Desafío del mercado laboral y la empleabilidad de
los jóvenes”. Vestidas de wax, un tejido muy extendido en el continente africano, las cinco
conferencistas encarnan el cliché de la mujer de negocios emprendedora: jóvenes, enérgicas y
sonrientes, no escatiman en anglicismos. Todas ellas afirman con seguridad que, para lograr
“posicionarse” profesionalmente, hay que estudiar en el exterior. Tras aconsejar la lectura de varios
libros de desarrollo personal, como el best seller internacional de Napoleon Hill Piensa y hazte rico,
una de ellas concluye: “No olviden que el éxito de cada uno de ustedes solo depende de su voluntad
personal”. La afirmación es recibida con tibios aplausos. Un estudiante arriesga una pregunta: “¿Por
qué solo hablan de los que estudiaron en el exterior? ¿En el mundo laboral no hay lugar para los
guineanos que estudiaron acá?”. La sala aplaude exultante.
Las expositoras –la ausencia de hombres es una casualidad, nos dicen– comparten una experiencia
común: todas obtuvieron una beca Fulbright (1), financiada por el gobierno estadounidense en
cooperación con ciento sesenta Estados, entre ellos Guinea. La decisión de volver a su país las ubica
entre quienes hoy son llamados “repatriados”. Este término, construido en oposición a “expatriados”,
designa a los profesionales que vuelven a vivir en África después de haber trabajado o estudiado en
el exterior. Las becas Fulbright están fuera del alcance de la mayoría de los guineanos; los requisitos
para obtenerla son: haber hecho una carrera de cuatro años, dos años de experiencia profesional y
dominar el inglés. Solo una situación social privilegiada permite reunir tales atributos.
De hecho, todas las conferencistas provienen de familias acomodadas. Esto no les impide repetir, una
y otra vez, en contra de toda evidencia, que su éxito y la decisión de volver se deben a su tenacidad
antes que a su origen social. Pero ¿a quién quieren engañar? “Yo la conozco”, susurra un estudiante
que señala a una de las oradoras. Y agrega: “Su padre tenía un cargo importante en el gobierno de
Lansana Conté” –el segundo presidente de Guinea, que gobernó sin pausa de 1984 a 2008 (2)–. Otra
de las expositoras confiesa en privado que sus padres son ex diplomáticos. En Conakry, los
repatriados que encontramos se parecen entre sí. Todos ellos tuvieron la posibilidad de ir a vivir al
exterior y luego pudieron hacer frente a los gastos de la repatriación y la reinstalación.

El regreso de la diáspora
Las razones que llevan a numerosos africanos a dejar su país son conocidas (3); sin embargo, las
motivaciones y el perfil de quienes emprenden el regreso no están claros. En primer lugar, ¿cuántos
son? La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) afirma haber ayudado a 356
nigerianos, 353 ghaneses, 349 angoleños, 290 marroquíes y 129 sudaneses entre 2008 y 2015 (4),
provenientes principalmente de Europa y América del Norte (5). La plataforma Talent2Africa, creada
en 2016, tiene como objetivo poner en relación empresas africanas y candidatos de la diáspora. Si
bien cuenta con algo menos de diez mil usuarios, espera llegar a los doscientos mil en 2021.
Estas cifras parecen irrisorias comparadas a los dieciséis a diecisiete millones de africanos que
dejaron el continente entre 2015 y 2017 (6). Cabe preguntarse, sin embargo, si éstas se corresponden
con la realidad, ya que muchos de los regresos se realizan de manera informal. ¿Se trata de un
verdadero fenómeno de “regreso de cerebros”, que testimonia el avance del continente africano hacia
la estabilidad política y el crecimiento económico? Símbolo de la importancia de fenómenos como la
diáspora y la emigración, todos los gobiernos africanos asignan un ministerio (en general, el de
Relaciones Exteriores) a sus ciudadanos que viven más allá de sus fronteras.
Todos los repatriados que entrevistamos en Conakry afirmaron haber vuelto para participar del auge
económico. En 2017, Guinea tenía una tasa de crecimiento del 6,7%. Tras décadas de estancamiento,
las inversiones extranjeras saltaron de 500.000 dólares en 2010 a 1.500 millones en 2017 (7). No
obstante, el PIB (Producto Interno Bruto) por habitante del país es de apenas 741 dólares (143° en el
ranking mundial). “Faltan ejecutivos. Nuestra generación tiene que hacer sacrificios para que África
pueda levantarse”, afirma Thierno Amadou Dramé, vicedecano del Departamento de Derecho de la
Universidad Général Lansané Conté (UGLC) de Conakry, quien regresó tras estudiar en Francia y
Senegal. Los repatriados tampoco ocultan el atractivo que representa gozar de un nivel de vida
superior al que tenían en el país de emigración. Lo cierto es que sus títulos se valorizan en
comparación con la mano de obra guineana: “Podemos tener una niñera, una cocinera, un custodio…
Hace que el día a día sea más fácil”, explica discretamente una de las expositoras del seminario.
Según el Banco Mundial, el 55% de los guineanos vive bajo la línea de pobreza, más del 80% de los
jóvenes estaría desempleado y cerca del 80% de la población trabaja en el sector informal.
Otra motivación para emprender el viaje de regreso es la esperanza que suscitaron, tanto en el país
como en la diáspora, las primeras –y discutidas– elecciones democráticas de 2010, puesto que
Guinea solo tuvo tres presidentes desde su independencia, en 1958: Ahmed Sékou Touré, Lansana
Conté y Alpha Condé. La perspectiva de una vida política estable, en la que los partidos aceptan la
alternancia, seduce a los exiliados. También afirman querer fortalecer el vínculo con sus familias y
cultura de origen: suelen referirse con nostalgia a la comida local, el uso de la lengua y algunas
prácticas culturales y religiosas.
El sociólogo y consejero para la enseñanza superior del presidente Condé, Alpha Amadou Bano
Barry, de la UGLC, recuerda que Guinea vivió varias olas de “repatriación”. “En 1984, hacia el final
de la dictadura de Sékou Touré, los que volvieron no necesariamente eran quienes tenían una
posición acomodada, sino quienes habían tenido que huir del país por razones políticas y sintieron
que, después de la muerte de Touré, había una apertura”, explica. El padre de la independencia, quien
tuvo el coraje de oponerse al proyecto de comunidad francesa propuesto por el general de Gaulle en
1958, fue endureciendo progresivamente su régimen al poner trabas a la oposición y autorizar la
tortura.
Después del movimiento de regreso vinculado con el fin de la dictadura, tuvo lugar un fenómeno
económico y social. “Desde el 2000, las cosas cambiaron. Quienes están volviendo ahora son los
hijos de altos dignatarios que estudiaron en el exterior. Sus padres gozan una buena posición en el
país, lo que facilita su inserción en el mundo del trabajo guineano”, prosigue Barry. Sin embargo, no
todos tienen las mismas posibilidades. Dramé explica que “están muy extendidas las prácticas de
entorpecimiento. A mí, por ejemplo, me pusieron palos en la rueda por celos, por mediocridad. La
mayoría de los que dan clases aquí hicieron una licenciatura o, a lo sumo, un máster. Entonces, se
sienten amenazados cuando aparece alguien con un título superior”. Por lo general, las aspiraciones
de quienes vuelven y las expectativas de los reclutadores locales están en sintonía. Mientras los
“repatriados” suelen ser profesionales y provenir de las clases pudientes, en Guinea, buscan gerentes,
ingenieros y ejecutivos para el área de las finanzas, las telecomunicaciones, la industria farmacéutica
o la construcción.
Al contrario de quienes se instalan en el exterior sin intención de volver, los repatriados suscitan la
incomprensión de sus seres cercanos. Su voluntad de volver choca con el sueño de partir,
profundamente enraizado en los guineanos que no vivieron el exilio. El entorno, entonces, considera
cualquier proyecto de regreso como un fracaso. Además, quienes viven en el exterior representan una
fuente de ingresos para sus familias. En el caso de un repatriado, esto no necesariamente es así: el
regreso puede generarle a su familia un problema de adaptación, e incluso percibirse como una carga,
en un primer momento. Además, al haber estado afuera durante varios años, acostumbrado a otras
prácticas sociales (horarios, entretenimiento, etc.), a veces parece un extranjero en su propio país.

Prejuicios contra los repatriados


Durante la campaña presidencial de 2010, Condé lanzó un llamado: “Hay muchos ejecutivos en la
diáspora en África, Europa y Estados Unidos. Ellos son los más capacitados para ayudarnos. Si
volvieran, serían como asistentes extranjeros que ayudarían a que el país volviera a ponerse en
marcha. Hay mucho por hacer” (8). El mandatario, que estuvo exiliado en París durante varias
décadas, incluyó el regreso de la diáspora entre sus prioridades. Sin embargo, más allá de los
discursos, no se implementó ningún tipo de ayuda o seguimiento. El rimbombante “Ministerio de los
Guineanos en el Exterior” parece ser pura cáscara. Dramé, quien respondió al llamado del presidente,
acusa al Estado de inmovilismo: “El gobierno tiene que darse cuenta de la gravedad de este problema
e imponer sanciones a los que nos ponen piedras en el camino. Por el momento, son impunes: la
política estatal es el laissez faire. Volver es muy duro. Conozco gaboneses, yibutianos y marfileños a
los que su gobierno sí ayudó”, suelta con amargura. Sin embargo, esto parece ser una fantasía: no
existe ningún estudio que lo haya comprobado. En 2017, catorce guineanos recibieron la ayuda para
el regreso que otorga Francia, cifra muy inferior a la de los argelinos.
Mohamed Lamine Bangoura, vicepresidente de la Corte Constitucional, también emprendió el viaje
de regreso después de haber hecho su carrera en el exterior. “En la administración pública, los
cuadros se muestran reticentes respecto de los repatriados. En el ámbito privado es distinto, aunque
todos quieren un cargo público porque da estatus, seguridad y derechos”, relata. También reconoce
que, por lo general, son la cooptación y las redes de contactos las que determinan la suerte de los
repatriados, sobre todo en la administración pública, que está muy marcada étnicamente. “Todo se
basa en las relaciones, hay que tener contactos. Por eso, no sorprende que la mayoría de los
guineanos que vuelven se vuelquen al sector privado. La selección se basa en diplomas y
competencias, así que si tu título es extranjero, corrés con ventaja.” Si bien estas declaraciones
pueden matizarse, ya que la cooptación también existe en el ámbito privado, la función pública
ofrece pocas perspectivas, tanto por la falta de recursos de la administración como por la corrupción
que la gangrena.
La única presencia visible del Estado se manifiesta en los puestos de control militares y policiales,
donde las coimas están a la orden del día. Fuera de las zonas urbanas, el Estado parece estar ausente,
se trate de salud, educación o del suministro de agua y electricidad. Por otra parte, la Agencia
Guineana para la Promoción del Empleo (AGUIPE) alienta desvergonzadamente a la población a
volcarse al sector privado. A fines de abril, en la Feria de Empleo y Emprendedurismo Guineano,
organizada en París por la Asociación de Jóvenes Guineanos de Francia, en acuerdo con el Estado de
Guinea, las grandes empresas –Bolloré y Orange a la cabeza– recibían los elogios de las autoridades,
que las presentaban como la salvación en materia de empleo, sobre todo para quienes habían
estudiado en el exterior y quisieran volver al país.
Un estudiante proveniente de Conakry, que prefiere conservar su anonimato, no oculta su
reprobación: “Si la administración pública funciona mal y no hay ninguna autoridad seria en Guinea,
las empresas van a hacer lo que quieren. Hay que hablar de la incorporación de los jóvenes en el
sector público, no sólo en el privado. Se necesitan foros sobre la modernización de la administración
pública, pero ésta sigue relegada a un segundo plano. El emprendedurismo está de moda, se habla de
eso en todos los países del mundo, pero ¿de qué sirve invitar a las empresas extranjeras cuando hay
un 100% de exoneración fiscal?”, se cuestiona con preocupación. Cabe preguntarse sobre la solidez
de un desarrollo discutido sobre estas bases.
Por otra parte, muchos repatriados se enfrentan a prejuicios étnicos, de profunda raíz en Guinea. Es
una carta que el régimen de Lansana Conté jugó muchas veces para poder mantenerse en el poder. A
pesar de los discursos, los prejuicios persisten bajo el gobierno de Condé, tanto más cuanto que el
país se encuentra en una situación muy frágil tanto en lo político como en lo económico. Alcanza con
recorrer las calles de Conakry para comprobar que sigue siendo un tema delicado. Grandes carteles
pregonan: “Una Guinea sin etnias es un gran concierto por la paz”. En período electoral, algunos
candidatos no dudan en proclamarse portavoces de su etnia. La cartografía electoral de Guinea es
regionalista y étnica a la vez (9). Así, no es de sorprender que este tipo de argumentos sirva para
oponerse a los repatriados.
Con frecuencia, las víctimas de los prejuicios son los peul. Ser la etnia más representada del país no
evita que los traten como chivos expiatorios. Se dice que tienen los poderes económico, intelectual y
religioso y que si tomaran el poder político controlarían todo ad vitam æternam. Quien alimenta la
desconfianza hacia los peul es Sékou Touré. El ex presidente, de la etnia malinké, alegó un hipotético
complot peul destinado a derrocarlo para amordazar a la oposición. El ejecutivo en
telecomunicaciones Seydou Diallo, que trabaja en Francia desde hace más de diez años, intentó
regresar al país en 2016. Como su apellido lo indica, es peul. Diallo está convencido de que su origen
étnico fue decisivo en el fracaso de su intento de volver a su país. Quería trabajar en la
modernización de los medios de comunicación de la administración pública. “Llegué a la siguiente
conclusión: no tengo el apellido correcto, no pertenezco ni a la etnia correcta ni a la red correcta. No
miran las competencias, sino el apellido y las relaciones que uno tiene. De hecho, los que gobiernan
hoy son los hijos de los que gobernaron bajo el régimen de Lansana Conté o Sékou Touré. El regreso
se hace por cooptación, es así. Después de un año, volví a Francia. Nadie me propuso un puesto ni
quiso trabajar conmigo”, explica.
Asimismo, los repatriados deben aprender a vivir en un Estado que sigue siendo autoritario, a pesar
de los cambios políticos. Según Amnesty International, en 2017, “las fuerzas de seguridad hicieron
uso desmedido de la fuerza contra los manifestantes. Periodistas, defensores de los derechos
humanos y otras personas que se expresaban contra el gobierno fueron detenidas de forma arbitraria.
La impunidad seguía siendo moneda corriente. Tampoco se respetaba el derecho a una vivienda
adecuada” (10).

Detrás de la propaganda
Diaka Camara estudió periodismo en Houston, Estados Unidos. Se recibió en 2006 y vivió y trabajó
allí hasta 2011. Al igual que Dramé, decidió volver a partir del llamado del presidente Condé. En
Conakry, la joven fundó su propia empresa de comunicaciones, CBC Worldwide, y se prepara para
lanzar el primer reality guineano: “Un America’s Next Top Model” versión guineana, explica, feliz.
El tráiler del programa propone una visión paradisíaca de Guinea, con su naturaleza lujuriosa y sus
playas de ensueño. No aparecen ninguno de los males que, sin embargo, se ven en el día a día: la
pobreza, la corrupción y la contaminación. Camara reconoce que sus vínculos con el gobierno son
más que cordiales: “Trabajé con el gabinete del primer ministro. Les hice publirreportajes, para
reactivar la economía después del Ébola”. Este tipo de connivencia también se observa en las
multinacionales. Los estrechos vínculos y las sospechas de licitaciones públicas fraudulentas que
Condé otorgó al número uno francés de la logística, Vincent Bolloré, son un ejemplo de ello.
Sin embargo, existe otro camino para los repatriados: trabajar en los proyectos de desarrollo
sometidos a convocatorias abiertas. Así fue como Thierno Iliassa Baldé llegó a trabajar para un
programa educativo financiado por el Banco Mundial. “En estos proyectos, se implementa una
unidad de gestión autónoma. Están vinculados con la salud, la educación, la agricultura, las minas, la
energía, las infraestructuras”, subraya. Los repatriados se vuelcan de buen grado a estas estructuras
porque allí pueden valorizar con mayor facilidad sus competencias y su experiencia profesional.
Además, como las convocatorias se publican en línea, las postulaciones pueden hacerse desde el
exterior, lo que evita un regreso caótico y mal preparado. “Se reduce el riesgo de cooptación, ya que
el proceso involucra tanto a actores nacionales como a representantes de los organismos que
financian. Estos puestos constituyen un golpe de suerte para los compatriotas que están lejos”, agrega.
Ahora bien, los proyectos financiados por el Banco Mundial, el FMI o el Banco Central de Guinea
son extremadamente limitados. Además, muchas veces se acusa a los organismos financieros de ser
ineficaces, empobrecer a los Estados y aprovecharse de su inestabilidad, mediante sus políticas de
préstamos. Finalmente, el vínculo entre los repatriados y las instituciones internacionales con sede en
Estados Unidos incrementa el riesgo de un desarrollo concebido lejos de las realidades del país.
¿Guinea ofrece verdaderas perspectivas de desarrollo y estabilidad política? Al igual que en los
países vecinos (Mali, Costa de Marfil y Guinea Bissau), muchas veces las elecciones son discutidas
por los partidos opositores y sus electores. Sin embargo, el país escapó a las guerras civiles que
arrasaron los Estados fronterizos, en particular Liberia y Sierra Leona, en los años 90. Guinea
tampoco experimentó rebeliones internas, como Costa de Marfil entre 2002 y 2011, o Senegal, donde
los separatistas de Casamanza estuvieron activos hasta 2004. No obstante, siempre existió la protesta
social. Un ejemplo es la huelga general contra el costo de vida de 2007. En ese entonces, el jefe de
Estado no había tenido más opción que nombrar un nuevo primer ministro para aplacar la cólera
popular.
En materia económica, Guinea constituye una excepción en la subregión, ya que, contrariamente a
sus vecinos que también fueron colonias francesas, no adoptó el franco CFA, lo que representa una
señal de independencia política y monetaria. La brusca ruptura de sus vínculos con Francia, en 1958,
dio forma a su historia poscolonial. Francia recurrió a todos los medios posibles para desestabilizar el
país, que debió luchar para preservar una libertad adquirida a un alto costo (11). Esto tuvo un
importante efecto en las relaciones económicas y políticas, vigente hasta el día de hoy: Guinea ocupa
el undécimo puesto entre los socios comerciales de Francia en África, mientras que Costa de Marfil,
Senegal y Mali se sitúan en segundo, cuarto y sexto lugar, respectivamente.
Aunque el gobierno y la prensa hicieron de los repatriados el símbolo de un país en ascenso –sin
poder cuantificar el fenómeno–, porque les permitía nutrir su propaganda, son muchos los guineanos
que dejan el país en la clandestinidad. Huyen de la pobreza, la corrupción y la represión política, así
como de los problemas sanitarios. En 2014 y 2015, el virus del Ébola provocó varias muertes en
Guinea, Liberia y Sierra Leona. Guinea ocupa el sexto puesto entre los países cuyos ciudadanos
piden asilo en Francia (12).

1. En el origen de este programa de intercambio internacional de estudiantes se encuentra el senador


demócrata J. William Fulbright (1905-1995), quien era favorable a la creación de las Naciones
Unidas y al multilateralismo. Financiado por el Departamento de Estado estadounidense y el Estado
asociado, el programa otorga ocho mil becas por año en ciento sesenta países. El senador también es
conocido por su oposición al macartismo y a la Guerra de Vietnam.
2. Véase Gilles Nivet, “Guinea, de un golpe a otro”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur,
Buenos Aires, noviembre de 2009.
3. Véase Saskia Sassen, “¿Por qué emigran de a millones?”, Le Monde diplomatique, edición Cono
Sur, Buenos Aires, junio de 2001.
4. Larbi Amine, “OIM: Le Maroc 4e en Afrique en matière de placement des ‘repats’”, Consejo de la
Comunidad Marroquí en el Extranjero, 8-6-15, www.ccme.org.ma.
5. Véase Julie Vandal, “Nigeria, le Far West des ‘repats’”, Radio France Internationale, 28-2-12.
6. Marie McAuliffe y Adrian Kitimbo, “Migrations africaines: ce que disent vraiment les chiffres”,
Foro Económico Mundial, 29-6-18, https://fr.weforum.org.
7. Datos: Perspective monde, http://perspective.usherbrooke.ca.
8. “Alpha Condé: ‘En Guinée, tout est à faire’”, Le Figaro, París, 16-11-10.
9. “Observer les élections présidentielles de 2010 en Guinée”, The Carter Center, 2010; Joan
Tilouine, “Guinée: Alpha Condé sur tous les fronts avant l’élection”, Le Monde, París, 22-1-15.
10. “Les droits humains en Guinée en 2017”, www.amnesty.org.
11. Véase “Opération ‘Persil’, en “Complots. Théories… et pratiques”, Manière de voir, N° 158,
abril/mayo de 2018.
12. “Cartographie de la demande d’asile en 2017”, CIMADE, 9-4-18, www.lacimade.org.

* Respectivamente: Doctorando en Historia Contemporánea en la Universidad París X Nanterre. /


Periodista.
Traducción: Georgina Fraser.
EDICIÓN ENERO 2019 | N°235

CUANDO LA SOCIEDAD DE LAS NACIONES RECHAZABA LA “IGUALDAD RACIAL”

En las raíces del resentimiento japonés


Por Miho Matsunuma*

El presidente estadounidense Woodrow Wilson, Versalles, 1918.

La Primera Guerra Mundial permitió a Japón emerger como una potencia destacada en el concierto
de las naciones. El Imperio aprovechó su ingreso en el conflicto junto a la Entente contra Alemania,
en 1914, para reforzar sus posiciones tanto en Extremo Oriente como en el Océano Pacífico (1). Al
iniciarse la Conferencia de Paz, el 18 de enero de 1919, formó parte del consejo de los cinco
principales vencedores y dispuso de dos bancas, al igual que Estados Unidos, Reino Unido, Francia e
Italia. La Conferencia celebrada en París, luego en Versalles, preparó los tratados que debían poner
un fin diplomático a la Primera Guerra Mundial, e instaurar una nueva organización internacional
que garantizara supuestamente la resolución pacífica de los conflictos: la Sociedad de las Naciones
(SDN). El gobierno japonés encomendó a su delegación dos objetivos principales: la sucesión de los
derechos alemanes en China (provincia de Shandong) y en el Pacífico (islas Marianas, Marshall y
Carolinas), así como la inclusión del principio de “igualdad racial” en el pacto de la Sociedad de las
Naciones, que constituiría la primera parte del Tratado de Versalles, firmado el 28 de junio de 1919.
Tras haber consultado a los estadounidenses y británicos, la delegación se basó en la intención de
Estados Unidos de que se reconociera la “igualdad de las confesiones religiosas”. Propuso una
enmienda al artículo 21 del Pacto que establecía que las Altas Partes Contratantes acordaban “a todos
los extranjeros nacionales de los Estados miembros de la Sociedad un tratamiento justo e igualitario
desde todo punto de vista, sin distinción alguna, de hecho o de derecho, en razón de su raza o su
nacionalidad” (2). El representante británico prefirió trasladar a una futura discusión temas tan
delicados como la religión y la raza, y obtuvo el acuerdo de la mayoría de la comisión encargada de
redactar la Carta de la SDN para excluir este artículo.
La delegación japonesa multiplicó las negociaciones con los representantes de Estados Unidos y
sobre todo del Reino Unido; consideraba la oposición de los dominios británicos (3) a su propuesta el
principal obstáculo. A pesar de todos los acuerdos propuestos por sus diplomáticos y el esfuerzo de
los representantes de los gobiernos canadiense y sudafricano por conciliar ambas partes, el primer
ministro australiano William Morris Hughes no cedió. Este adalid de la “Australia blanca” habría
declarado, según un testigo: “Estoy dispuesto a reconocer la igualdad de los japoneses como nación y
como personas. Pero no acepto las consecuencias que deberíamos enfrentar si les abriéramos nuestro
país. No es que los consideremos inferiores, simplemente no los queremos. Económicamente, son
factores perturbadores porque aceptan salarios muy inferiores al mínimo por el cual nuestros
compatriotas quieren trabajar. Poco importa si se integran bien a nuestro pueblo. No queremos que
puedan casarse con nuestras mujeres” (4).

Medidas discriminatorias
Para entender el contexto de estos debates y las verdaderas intenciones de los japoneses, cabe
recordar que el fin de la Primera Guerra Mundial marcó el apogeo de la colonización y de la
influencia de la Europa blanca en el mundo. A la dominación colonial de gran parte del mundo se
sumaron a partir de fines del siglo XIX medidas discriminatorias contra los no blancos en los países
receptores de inmigración (5).
En Estados Unidos, los blancos del Sur se tomaron revancha por su derrota en la Guerra de Secesión
construyendo un sistema de segregación. California impuso en 1854 un nuevo impuesto para los
extranjeros que no podían acceder a la naturalización, estando ésta reservada a las “personas libres y
blancas”. Una ley federal de 1882 terminó prohibiendo el ingreso de los trabajadores chinos. En el
oeste canadiense o en Nueva Zelanda, la llegada de trabajadores chinos provocó también un fuerte
descontento. Los gobiernos fijaron tasas de ingreso o exámenes de competencias lingüísticas. En
1901, Australia aprobó una ley que prohibía a los no blancos instalarse. En Sudáfrica, el Estado de
Natal privó a los indios del derecho a elegir a sus representantes en la Asamblea, mientras que
diversas leyes restringieron su ingreso o sus desplazamientos en el país; discriminaciones contra las
cuales luchaba un joven abogado: Mohandas Karamchand Gandhi. La llegada de mano de obra china
a Transvaal en 1904 provocó una fuerte protesta de los mineros blancos, que llevó al gobierno a
prohibir su ingreso. Después de la Segunda Guerra Bóer, entre los británicos y los descendientes de
los primeros colonos holandeses (1899-1902), la reconciliación de estos dos pueblos blancos estuvo
acompañada por una serie de leyes discriminatorias para con los negros, que preanunciaban el
apartheid. No se trató sólo de ideólogos y discursos que circulaban de un país al otro, sino también de
medidas prácticas adoptadas por los gobiernos, como los exámenes lingüísticos, convertidos en una
herramienta esencial para la restricción de la inmigración no blanca. Así, surgía una división del
mundo entre blancos y no blancos y la construcción de una comunidad imaginaria que trascendería
las fronteras nacionales.
La inmigración japonesa alcanzó una escala significativa en los años 1880, primero en Hawái, luego
en las costas estadounidenses del Pacífico. La ley californiana de 1913 que prohibía a los japoneses
adquirir tierras considerándolos extranjeros sin acceso a la naturalización –al igual que los chinos y
los coreanos– suscitó un profundo enojo en Japón, y una verdadera crisis diplomática (6).
A poco de haber salido del régimen de los “tratados desiguales”, que acordaban privilegios de
extraterritorialidad a los occidentales, Japón estaba obsesionado por la necesidad de demostrar y
demostrarse que se encontraba en un pie de igualdad con ellos. Sus representantes no querían que sus
compatriotas estuvieran al mismo nivel que “los chinos, los kanakas, los negros, los habitantes de las
islas del Pacífico, los indios y otros pueblos orientales”, según declaraciones del cónsul de Japón en
Sidney en 1901 (7). Para evitar una prohibición humillante, Tokio firmó con Australia (1904),
Canadá (1907) y Estados Unidos (1908) acuerdos que restringían la inmigración japonesa. Incluso en
territorios donde la cuestión de la inmigración no se planteaba –la Indochina francesa, por ejemplo–,
el gobierno luchaba para que sus ciudadanos que estaban de paso gozaran del mismo tratamiento
jurídico y administrativo que los extranjeros de origen europeo (8).
En la última sesión sobre el pacto de la SDN, la delegación japonesa propuso, en lugar de agregar un
artículo distinto, incluir en el preámbulo “la aceptación del principio de igualdad de las naciones y el
justo tratamiento de sus nacionales”; una fórmula que ya no incluía el término “raza” ni apuntaba
explícitamente a la inmigración. Si bien Italia y Francia apoyaban sin ambigüedades esta propuesta,
el representante británico expresó su temor de que una solución semejante afectara la soberanía de
los Estados miembros. El presidente estadounidense Thomas Woodrow Wilson manifestó que
prefería no vincular esta cuestión al establecimiento de la SDN. La comisión procedió a votar; la
enmienda obtuvo once votos de diecisiete. Pero Wilson, presidente de la comisión, declaró que sólo
podía aprobarse por unanimidad.
Al entrar la inmigración en la esfera de competencia de los dominios y siendo la unidad de la
delegación del Imperio una prioridad absoluta, los británicos no querían oponerse a Australia. Wilson
adhirió a este punto de vista, convencido de que el apoyo de Londres era indispensable para el éxito
de la SDN, cuya creación era su objetivo prioritario en París. Temía, por otra parte, que la inclusión
de la igualdad racial en el pacto provocara una fuerte oposición contra la SDN en el Congreso
estadounidense. Sin embargo, a pesar de estas precauciones, el Senado se negaría a ratificar el
Tratado de Versalles en marzo de 1920, y Estados Unidos nunca sería miembro.

Intenciones ambiguas
A lo largo de los debates, la prensa estadounidense y británica criticó fuertemente a Japón, acusado
de querer facilitar la emigración de sus ciudadanos. Más interesante fue la reacción de las
poblaciones que vivían bajo el dominio de los blancos. Desde el inicio de la guerra, el intelectual
negro estadounidense William Edward Burghardt Du Bois veía a Japón como un actor de la revancha
de los pueblos de color: “Dado que los africanos negros, los indios morenos y los japoneses amarillos
luchan por Francia e Inglaterra, podrían salir de este sangriento desorden con una idea nueva de la
igualdad esencial de los hombres” (9). Ahora bien, era exactamente el tipo de asociación que
exasperaba a los japoneses.
En 1919, el llamado de Wilson a un orden internacional más justo causó agitación en el seno de todas
las poblaciones que vivían bajo un régimen de dominación (10). La igualdad racial propuesta por una
potencia no blanca generó una gran esperanza entre los negros estadounidenses (11); la prensa relató
con entusiasmo un encuentro en Nueva York entre los representantes de esa comunidad y la
delegación nipona camino a París. Un diplomático japonés en funciones en Washington contaría años
más tarde que los negros lo saludaban por la calle, y que algunos le pedían incluso que pronunciara
un discurso (12). Ahora bien, el objetivo de Japón no era lograr la igualdad de todas las razas. Su
gobierno temía sobre todo que un estatuto inferior asignado a sus ciudadanos perjudicara su posición
en el futuro orden internacional. Es interesante señalar que no hemos encontrado ninguna huella
japonesa, ni en los archivos ni en las memorias de los diplomáticos, de este encuentro con negros
estadounidenses.
La delegación china apoyaba la propuesta japonesa. Un delegado chino declaró a un periodista
estadounidense que recibía correspondencia de sus compatriotas de todas partes del mundo –grandes
ciudades estadounidenses, Java, Sudáfrica o Australia–, que lo exhortaban a apoyar la enmienda
japonesa (13). Sin embargo, las relaciones entre ambas delegaciones se degradaron cuando Japón
insistió en recuperar Shandong. Tras el rechazo de la enmienda, Japón obtuvo un mandato de la SDN
sobre las islas del Pacífico confiscadas a los alemanes y se apropió de los derechos y territorios de
estos últimos a expensas de China. En toda China, se produjeron manifestaciones populares contra
Japón, la conferencia y el imperialismo, y la delegación china se negaría a firmar el Tratado de
Versalles.
La propuesta de “igualdad racial” realizada en París no ocultó durante mucho tiempo las verdaderas
intenciones de Tokio, que practicaba en Asia una política discriminatoria respecto de los chinos y los
coreanos. Durante la conferencia, en marzo de 1919, estos últimos se manifestaron en toda la
península para reclamar su independencia y fueron duramente reprimidos por el ejército.
En Japón, la elite política, diplomática e intelectual era consciente de la relación de fuerzas y los
intereses occidentales en juego. La novedad del fracaso de esta iniciativa provocó en cambio un gran
descontento popular. Generó un profundo rencor hacia Occidente, y más particularmente hacia los
anglosajones.
En los años 1920 y 1930, los ideólogos del panasianismo alentarían el resentimiento antioccidental
buscando presentar a Japón como una víctima del racismo de los blancos. Preconizarían la expansión
del imperio y denunciarían a la SDN, que Japón abandonaría finalmente en 1933 (14). En diciembre
de 1948, las Naciones Unidas recientemente constituidas proclamarían, con el artículo primero de la
Declaración Universal de los Derechos Humanos, que “todos los seres humanos nacen libres e
iguales en dignidad y derechos”.

1. Christian Kessler, “Le Japon, la Grande Guerre et Beethoven”, Le Monde diplomatique, París,
febrero de 2010.
2. Véase Shimazu Naoko, Japan, Race and Equality: The Racial Equality Proposal of 1919, Nissan
Institute – Routledge, col. “Japanese Studies”, Abingdon y Nueva York, 1998.
3. Estados miembros del Imperio Británico con soberanía limitada.
4. Emile Joseph Dillon, The Inside Story of The Peace Conference, Harper & Brothers Publishers,
Londres y Nueva York, 1920.
5. Marilyn Lake y Henry Reynolds, Drawing the Global Colour Line: White Men’s Countries and the
International Challenge of Racial Equality, Cambridge University Press, col. “Critical Perspectives
on Empire”, 2008.
6. Jacques Amalric, “Comment les États-Unis sont devenus la première puissance asiatique”, Le
Monde diplomatique, París, marzo de 1968.
7. Citado por Marilyn Lake y Henry Reynolds, Drawing the Global Colour Line, op. cit.
8. Miho Matsunuma, “Casse-tête japonais. Conflits diplomatiques en Indochine française au début du
XXe siècle”, Monde(s), N° 7, Presses universitaires de Rennes, 2015.
9. W. E. B. Du Bois, The Crisis, Baltimore, noviembre de 1914.
10. Véase Erez Manela, The Wilsonian Moment: Self-Determination and the International Origins of
Anticolonial Nationalism, Oxford University Press, Nueva York, 2009.
11. Véase Marc Gallicchio, The African American Encounter with Japan and China: Black
Internationalism in Asia, 1895-1945, The University of North Carolina Press, Chapel Hill y Londres,
2000; Reginald Kearney, African American Views of the Japanese: Solidarity or Sedition?, State
University of New York Press, col. “SUNY series, Global Conflict and Peace Education”, Albany,
1998.
12. Shimomura Hironori, Nippon gaiko hiroku, Asahi shimbunsha, Tokio, 1934.
13. Patrick Gallagher, America’s Aims and Asia’s Aspirations, The Century Co., Nueva York, 1920.
14. Véase Cemil Aydin, The Politics of Anti-Westernism in Asia: Visions of World Order in Pan-
Islamic and Pan-Asian Thought, Columbia University Press, Nueva York, 2007 ; Frederick
Dickinson, World War I and the Triumph of A New Japan, 1919-1930, Cambridge University Press,
col. “Studies in the Social and Cultural History of Modern Warfare”, Nueva York, 2013.

* Historiadora.
Traducción: Gustavo Recalde
EDICIÓN ENERO 2019 | N°235

¿REDUCIR LAS DESIGUALDADES O COMBATIR SUS CAUSAS?

Más ricos, más pobres


Por Daniel Zamora*
El movimiento Occupy Wall Street en 2011 denunció la alarmante polarización de los ingresos de los
últimos años. Sin embargo, aunque esa desigualdad sea un tema de debate de alcance mundial, el
enfoque sigue centrándose en los efectos en vez de atacar sus causas.

Barry McGee, sin título (botellas), 2000 (Gentileza Christie’s)

Desde el fenomenal éxito del libro de Thomas Piketty El capital en el siglo XXI –publicado en 2013,
con una venta estimada de 2.500.000 ejemplares en todo el mundo–, la desigualdad ha sido
ampliamente percibida como el gran problema moral de nuestro tiempo. En Estados Unidos, Karl
Marx es uno de los best sellers más vendidos en la categoría “Free Enterprise” de Amazon, y en la
actualidad la joven revista estadounidense de izquierda Jacobin es una publicación de gran difusión.
Sin embargo, uno puede preguntarse hasta qué punto esta moda encaja con las ideas de Marx. De
hecho, la noción de desigualdad de ingresos fue poco utilizada en el siglo XIX, y su centralidad en el
debate público ha empobrecido mucho nuestra manera de pensar sobre la justicia social (1).
La mejor manera de entender esta evolución es explorar uno de los clásicos del socialismo, El
Capital. Por más sorprendente que pueda parecer, el término “desigualdad” aparece menos de cinco
veces en la voluminosa obra maestra del filósofo alemán. En efecto, hasta finales del siglo XIX, para
medir su distribución ningún pensador se concentró en colocar a cada individuo en un eje y el ingreso
total en otro. Se contaban las diferencias entre las clases y los factores de producción, en lugar de las
que existían entre los individuos. Sólo con el trabajo del sociólogo italiano Vilfredo Pareto (1848-
1923) surgieron herramientas modernas para medir la desigualdad. Por lo tanto, para Marx el
problema no consistía en considerar cómo distribuir los ingresos entre los individuos, sino en
imaginar una sociedad liberada del mercado.
Ya sea en términos de producción, de trabajo o, en general, de relaciones humanas, la “sociedad de
mercado”, como la llamó el economista y antropólogo Karl Polanyi, era vista como una amenaza a la
democracia en la medida en que permitía que el mercado moldeara el orden social y no al revés. Este
tipo de sociedad no sólo había eliminado del debate político la cuestión de la asignación de recursos,
sino que también había modificado la naturaleza de las transacciones sociales como tales.
Por eso, el sociólogo Richard Titmuss argumentó que el objetivo de un Estado social era inculcar y
preservar el “espíritu de Dunkerque” –expresión que hace referencia al rescate de miles de soldados
británicos en la costa francesa en mayo-junio de 1940 gracias a una flota de cientos de
embarcaciones civiles, un acontecimiento que tuvo un impacto muy significativo en Reino Unido (2
)–. Titmuss veía en esto la semilla de la “sociedad generosa” por venir. En el verano boreal de 1940
escribió: “Con Dunkerque, el estado de ánimo de la gente cambió y, con él, los valores. Dado que los
peligros debían ser compartidos, también lo eran los recursos”. Sin embargo, este nuevo orden, lejos
de limitarse a una simple redistribución del ingreso, pretendía crear instituciones democráticas
capaces de derrotar lo que William Beveridge, economista británico y teórico del Estado social, en un
famoso informe de 1942 denominó los cinco “gigantes” –pobreza, insalubridad, enfermedad,
ignorancia y desempleo– para promover la solidaridad más allá del mero contexto de la guerra.
En consecuencia, el “espíritu de Dunkerque” ampliará significativamente el rol asignado al Estado,
en particular para garantizar a su población los derechos sociales con un alcance universal (a la salud,
la educación, el trabajo, la vivienda…). Esta rebelión del cuerpo social contra el laissez-faire tomó un
camino intermedio entre la legislación social implementada en Alemania por el canciller Otto von
Bismarck en 1880 y la socialización a gran escala llevada a cabo en la Unión Soviética desde octubre
de 1917.
Para financiar grandes sistemas de seguridad social, se socializó una proporción cada vez mayor de
los salarios. Las elevadas tasas impositivas aplicadas a los más ricos permitieron la creación de
servicios públicos, que constituyeron la base de una nueva “propiedad social”. Esta noción, utilizada
en Francia a finales del siglo XIX, tenía por objeto evitar el fantasma de una guerra civil que podía
desgarrar una sociedad en la que sólo los propietarios poseían plena ciudadanía. Yuxtapuesta a la
propiedad privada existente, una propiedad social proporcionaría “a los no propietarios un tipo de
recurso que no es la posesión directa de la propiedad privada, sino un derecho de acceso a bienes y
servicios colectivos que tienen una finalidad social” (3).
Por lo tanto, las instituciones del Estado social debían ser entendidas como una extensión del
imperativo democrático, haciendo de la reproducción física y social de los individuos una cuestión
política, permitiendo decidir colectivamente sobre el tipo de humanidad que la sociedad quiere
constituir. Esta perspectiva explica la importancia que tendrían los servicios públicos, más que las
transferencias monetarias, para muchos economistas de principios del siglo XX. Cuando el laissez-
faire ya no garantiza la reproducción material de la población, corresponde al Estado actuar. Así, en
1950, el sociólogo británico Thomas Humphrey Marshall no dudó en escribir que la “igualdad
fundamental” no podía ser “creada y preservada sin infringir la libertad del mercado competitivo”.

Justicia social minimizada


Esta nueva comprensión del rol del poder público será promovida en todo el mundo. En 1944, la
Declaración de Filadelfia, que reafirmaba los objetivos de la Organización Internacional del Trabajo
(OIT), subrayaba que “el trabajo no es una mercancía” y establecía como objetivo fundamental “la
extensión de la seguridad social”. Más allá del mundo industrializado, líderes poscoloniales como
Jawaharlal Nehru en India, Kwame Nkrumah en Ghana o Léopold Sédar Senghor en Senegal se
comprometieron a cumplir las promesas que el Estado social parecía llevar más allá de las fronteras
del mundo imperial.
Fue en Estados Unidos, en la década de los sesenta, donde la creciente preocupación por la pobreza
por sí sola comenzó a reformular las ideas sobre la justicia social. Cuando el militante socialista
Michael Harrington publicó su exitoso best seller The Other America en marzo de 1962, consideró
los programas sociales estatales como parte del problema. La América pobre, escribe, “ha
desperdiciado los logros sociales y políticos de los años 30”. No sólo las instituciones de seguridad
social, los salarios mínimos, las leyes laborales o los sindicatos no estarían diseñados para los
desfavorecidos, sino que incluso contribuirían a su “rechazo”. Para Harrington, la pobreza es una
condición específica, ajena a la cuestión del trabajo o del mercado. Esta pobreza, que ya no se
encuentra en el seno, sino al lado de la relación salarial, es radicalmente diferente del pauperismo del
siglo XIX. Si los pobres “forman un sistema separado”, por esa razón constituyen un problema
específico. Como escribió el periodista de The New Yorker Dwight Macdonald en su reseña de 1963
del libro de Harrington, “la desigualdad de la riqueza no es necesariamente un problema social
importante en sí mismo”; “la pobreza, sí” (4). A partir de ahora, la principal preocupación será
establecer una base de ingresos en lugar de universalizar la seguridad social.
A principios de los años 70, la dramática desintegración del “problema de la pobreza” favoreció una
concepción de la justicia social basada únicamente en la dimensión monetaria. El establecimiento de
un umbral debajo del cual nadie debería caer marginará con rapidez los debates sobre la creación de
topes de ingresos o la reducción del espacio en el que se despliega el mercado. Es en ese momento
cuando las propuestas de subsidios universales o programas de impuestos negativos (5) promovidos
por el economista monetarista Milton Friedman sedujeron a altos funcionarios y partidos políticos,
como una forma de combatir la pobreza en forma directa. En Francia, Lionel Stoléru, asesor del
Ministerio de Hacienda y futuro secretario de Estado de Valéry Giscard d’Estaing y François
Mitterrand, consideró que el enfoque en la pobreza produce la única política social razonable dentro
de un sistema de libre mercado. Como escribirá el propio Friedman, tal política, “mientras opera a
través del mercado”, “no distorsiona el mercado ni impide su funcionamiento” (6). En esta nueva
concepción de las políticas sociales, la preservación de los mecanismos de mercado y del sistema de
precios se convierte en una preocupación central. Si la “mano invisible” del mercado conduce a una
situación indeseable, la solución preferida debería ser las transferencias monetarias en lugar de la
intervención estatal.
Esta idea se fue difundiendo con velocidad en las instituciones internacionales bajo el liderazgo de
Robert McNamara. Secretario de Defensa de John Kennedy y Lyndon Johnson, en 1968 fue
nombrado a la cabeza del Banco Mundial. Allí implementó una estrategia contra la pobreza que ya
no se centraba en la redistribución, sino en “ayudar a los pobres a alcanzar su potencial productivo (7
)”. Como analiza el historiador Samuel Moyn, “la justicia social se ha globalizado y minimizado”, lo
que ha ayudado a establecer una línea bajo la cual “nadie debe caer”, mientras que al mismo tiempo
se opone con firmeza a los relatos igualitarios de los líderes postcoloniales (8). En la década de los
ochenta, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y la Organización
de las Naciones Unidas (ONU) adoptaron el enfoque de McNamara. Ayer diseñada para proteger a la
población de los efectos del mercado, de ahora en más la justicia social será una intervención que
permitirá la participación de todos.

Cambiar las reglas de juego


Este largo eclipse de la desigualdad como tema dominante del debate público finalizó debido a la
crisis financiera de 2008. El movimiento Occupy Wall Street en 2011 y el lema “99%” captaron el
imaginario y pusieron nombre a la polarización extrema de los ingresos y a las riquezas que se había
producido en décadas anteriores. Sin embargo, como argumentó el historiador Pedro Ramos Pinto,
este éxito no ha supuesto una ruptura con las definiciones estrictamente cuantitativas y monetarias. Si
bien el retorno de este tema al debate público marca una mejora con respecto al enfoque sobre la
pobreza, se limita, sin embargo, a los atributos individuales y no a categorías y relaciones más
políticas: el enfoque se centra en “deplorar los efectos, en lugar de buscar las causas” (9).
Por consiguiente, ¿cómo deberíamos preocuparnos por las desigualdades? Dos respuestas clásicas
dibujan dos horizontes políticos opuestos. Una concepción limitada a los efectos, y por ello centrada
en la estricta disparidad de ingresos, conduce a una mayor igualdad al reducir la brecha monetaria
entre ricos y pobres. El resultado sería un mundo en el que la competencia económica seguiría siendo
despiadada, pero en el que nadie temería las privaciones materiales. Un mundo que ninguno de los
pensadores socialistas del siglo XIX podría haber imaginado, ya que asociaban con firmeza la
desigualdad con el problema del liberalismo económico.
Una segunda concepción busca lograr la igualdad a través de la mercantilización y la
democratización de bienes como la atención sanitaria, la educación, el transporte, la energía, etc. Un
mundo que, al socializar y garantizar el acceso de todos a los elementos más importantes de nuestra
existencia, reduciría la dependencia del mercado y, por lo tanto, del mecanismo que origina las
desigualdades (10). Durante mucho tiempo, este proyecto no fue considerado escandalosamente
utópico, ni siquiera por los reformadores más moderados.
Cabe preguntarse, por supuesto, por qué exigir algo más que una reducción de la desigualdad de
ingresos en un momento en que incluso este modesto objetivo parece imposible de alcanzar. Sin
embargo, tras la caída del Muro de Berlín, resurgieron con fuerza las expresiones ideológicas francas,
sobre todo del lado de la derecha. En el contexto de esta dramática evolución, la izquierda debería
promover una visión más audaz de un mundo que vaya más allá de la utopía del mercado. El poder
de las grandes ideas es que no se trata sólo de redistribuir algunas cartas, sino de cambiar las reglas
del juego. Esta prometedora visión de un futuro menos individualista y más fraterno había dado
publicidad, en diciembre de 1942, al informe Beveridge. Animó a miles de personas a hacer fila en el
frío para comprar ese texto tan austero como técnico, que vendió no menos de 635.000 copias. “Un
momento revolucionario en la historia del mundo –señaló el autor–, es un momento de cambios, no
de parches.”

1. Pedro Ramos Pinto, “Inequality by numbers: the making of a global political issue?”, Christian O.
Christiansen y Steven B. Jensen (dirección), Histories of Global Inequality: New Histories, Palgrave,
Londres, de próxima aparición.
2. Véase Antoine Capet, “L’esprit de Dunkerke, quand l’élite cède…”, en “Royaume-Uni, de
l’Empire au Brexit”, Manière de voir, N° 153, junio-julio de 2017.
3. Robert Castel, “La proprièté sociale: émergence, transformations et remise en cause”, Esprit, N° 8-
9, París, agosto-septiembre de 2008.
4. Dwight Macdonald, “Our invisible poor”, The New Yorker, 19-1-1963.
5. La idea del impuesto negativo que desarrolló Friedman a comienzos de los años 1940 es una
variante del subsidio universal. El principio consiste en garantizar a todos un umbral de ingreso
mediante el sistema impositivo.
6. Milton Friedman, “The distribution of income and the welfare activities of government”,
Conferencia en Wabash College, Crawfordsville (Indiana), 20-6-1956.
7. Rob Konkel, “The monetization of global poverty: the concept of poverty in World Bank history,
1944-90”, Journal of Global History, Vol. 9, N° 2, Cambridge, julio de 2014.
8. Samuel Moyn, Not enough: Human Rights in an unequal world, Harvard University Press, 2018.
9. Pedro Ramos Pinto, “The inequality debate: why now, why like this?”, Items, Social Science
Research Council, 20-9-16, https://items.ssrc.org
10. Véase Bernard Friot, “En finir avec les luttes défensives”, Le Monde diplomatique, noviembre de
2017.

* Investigador en Sociología del Fondo Nacional de Investigación Científica (FNRS) de la


Universidad Libre de Bruselas. Autor de Foucault et le néolibéralisme, Adén, Bruselas, 2019. Junto
con Mateo Alaluf dirigió la obra colectiva Contre l’allocation universelle, Lux, Montreal, 2017.
Traducción: Teresa Garufi.

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