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EDICIÓN FEBRERO 2019 | N°236

EDITORIAL

El precariado
Por José Natanson

Aunque la etimología se remonta al latín, donde precarius aludía a algo que se obtiene a través del
pedido o el ruego, y al derecho romano, donde el tipo de contrato denominado precarium eran aquel
en el que una persona arrendaba un determinado bien (un campo, por ejemplo) que podía ser
reclamado en cualquier momento, la precariedad como un rasgo central del nuevo paisaje laboral es
una característica del siglo XXI. En su best-seller académico El precariado (1), el sociólogo de la
OIT Guy Standing asegura que estamos ante una nueva clase social caracterizada por la inestabilidad
laboral, la inseguridad a la hora de planificar el futuro y, como marca principal, la pérdida de control
sobre el tiempo. La portada de su libro está adecuadamente ilustrada con dos jóvenes sentados en una
calle cualquiera, apoyados contra la cortina cerrada de un negocio, sus caras convertidas en manchas
blancas.

Como analiza Claudio Scaletta en esta edición de el Dipló, la transformación de las relaciones
laborales es consecuencia de las mutaciones profundas del capitalismo en tiempos de globalización,
deslocalización productiva y penetración de las nuevas tecnologías. Lejos de la división perfecta en
dos clases que imaginó el marxismo del siglo XIX, la estructura social se ha ido heterogeneizando en
cada vez más sectores y grupos: aunque en franco retroceso, la vieja “sociedad salarial” todavía
conserva un peso significativo en el Primer Mundo y en países de desarrollo medio como el nuestro.
Y, junto a ella, la realidad dura de los desempleados, los excluidos y el precariado.

Standing sostiene que, en rigor, el precariado puede dividirse en dos tipos. Por un lado, losproficians
(mix deprofessionals ytechnicians, profesionales y técnicos), trabajadores altamente calificados que
no se desempeñan en un puesto fijo pero que aún así obtienen buenos ingresos en condiciones de
privilegio. Se trata de personas que, por origen familiar o inclinación personal, no le temen al
desempleo ni al hambre, que muestran una certidumbre sobre el futuro opuesta al miedo atávico del
inmigrante, y que incluso prefieren resignar salario o seguridad para disponer más libremente de su
tiempo, disfrutar del ocio, la cultura o el deporte, dedicar más horas a los hijos; muchos de ellos ven
el trabajo como un medio más que como un fin, rechazan encargos. Pueden, en definitiva, darse el
lujo de decir no. Se los ve sobre todo en el Primer Mundo, jóvenes europeos ultracapacitados que
podrían insertarse en el mercado laboral formal pero que prefieren por ejemplo irse un año de viaje
por el mundo, y después ver cómo siguen.

Frente a este núcleo privilegiado, de precariado casi diríamos voluntario, se recorta el precariado
tradicional, integrado por ex obreros industriales, madres jefas de hogar, inmigrantes, hombres que
quedaron desempleados en la cincuentena y ya no consiguen empleo fijo, y un sujeto social nuevo:
jóvenes con formación, incluso universitaria, que como consecuencia de su lugar de residencia, el
color de piel o la falta de contactos no logran insertarse en los competitivos mundos profesionales, y
que se ven obligados a desempeñarse en trabajos que están por debajo de sus capacidades. Según el
Economic Politic Institute de Washington (2), el 47 por ciento de los puestos de bajo salario en
Estados Unidos son desempeñados por personas con grado universitario, contra 17 por ciento en los
años 60.

Los precarizados no son desempleados permanentes ni excluidos totales sino personas obligadas a
aceptar trabajos inestables. Desprovistos de protección social y un sindicato que los defienda,
obtienen la totalidad de sus ingresos en dinero: el salario no monetario –seguro de salud, cobertura
previsional, vacaciones– no existe.

Pero la clave es el tiempo. Dos siglos y medio atrás, la Revolución Industrial había reconfigurado el
tiempo de los seres humanos. Si hasta entonces las personas y las comunidades estaban gobernadas
por los ritmos del agro, que son los ritmos parsimoniosos de las siembras y las cosechas, la irrupción
del carbón, los ferrocarriles y las líneas de producción impuso los nuevos tiempos industriales de
producción 24 horas, que recién tras largas luchas pudieron humanizarse con el establecimiento de la
jornada de ocho horas. El precariado, sometido a las exigencias de los “pedidos ya”, no cuenta con
los tiempos reglados del antiguo proletario, que podía ser explotado pero al menos sabía que en el
momento en que sonaba la chicharra de la fábrica cambiaba el turno y podía ser, por unas horas, libre.

Por supuesto, siempre existieron trabajadores temporales; el trabajo golondrina es anterior incluso al
capitalismo. La diferencia es que hoy el trabajo temporal es también permanente, un nuevo tipo de
relación laboral según la cual el trabajador debe estar siempre a disposición. Sin jornada regulada, la
frontera entre el tiempo de trabajo y el tiempo de ocio se difumina: lejos de ser una cuestión
estrictamente laboral, esta transformación de las cotidianidades implica una adaptación más profunda
de los proyectos de vida, por ejemplo a través de la postergación de la emancipación del hogar
familiar o la paternidad. En definitiva, el precariado supone la pérdida de control sobre el propio
tiempo.

Es, además, un signo de época. Así como el campesinado constituía la clase relegada en el período
pre-capitalista y el proletariado en la era de la industrialización, el precariado es la clase emblemática
del capitalismo financiero del siglo XXI. Aunque el denominador común es una sensación de
ansiedad y desesperanza, Standing lo divide en tres grupos: el primero, al que llama “atávicos”, está
integrado por los hijos de los ex obreros industriales, personas nacidas en familias con una memoria
de empleo protegido forzados a trabajar por ejemplo como empleados de servicios de limpieza, que
no logran reproducir en el tiempo la situación de sus padres: son, según el autor, los más sensibles a
las “utopías regresivas” estilo Donald Trump y Marine Le Pen. El segundo grupo es el de los típicos
ciudadanos de segunda –inmigrantes, minorías étnicas, etc.–, que suelen desempeñarse en el servicio
doméstico y tienden a adoptar un perfil político más bajo. El tercero es el de los jóvenes
supercapacitados y obligados a aceptar empleos por debajo de sus habilidades, por ejemplo
atendiendo un comercio: marcados por una frustración de estatus, Standing cifra en ellos la
expectativa de un cambio social.

Aunque se trata de un fenómeno de alcance global, la tendencia a la expansión del precariado se


manifiesta de manera distinta en cada país. Muy presente en un Primer Mundo que contempla
alucinado la veloz mutación de su paisaje laboral, el desmontaje de los últimos restos del Estado de
Bienestar y un malestar democrático que llega incluso a lugares que parecían siempre a salvo, como
Gran Bretaña, el precariado se expande también por los países en desarrollo. En Argentina, cuya
historia de industrialización incompleta ha hecho que sectores tradicionales de trabajo protegido
convivan con un núcleo irrompible de informalidad y exclusión, el precariado se manifiesta en su
doble cara de proficians de clase media y un amplio sector de trabajo precarizado, que desde la
llegada de Mauricio Macri al gobierno no para de crecer: el porcentaje de empleo en negro trepó al
35,4 por ciento en septiembre de 2018; de los nuevos puestos de trabajo formal creados, tres de cada
cuatro son monotributistas (3).

Coexisten en este colectivo heterogéneo antiguos trabajadores metalmecánicos obligados a


desempeñarse como empleados de seguridad privada, graduados universitarios que no consiguen
empleo estable pero ya tienen un hijo y viven con los padres, familias ampliadas del conurbano
conviviendo en una vieja casa que crece hacia arriba y hacia atrás, ingenieros venezolanos recién
llegados que manejan un Uber… Sus marcas son el monotributo, la dificultad para sostener la obra
social, el alquiler eterno.

Y, junto al peso de una vida dura, los primeros tanteos de organización. El precariado es, según
diferentes investigaciones, un sector difícil de articular colectivamente (4): desprovisto de una
memoria común, su condición laboral está marcada por la inestabilidad y la alta rotación. A
diferencia del proletariado clásico, no se encuentra todos los días en una fábrica a compartir sus
penurias, lo que define una solidaridad frágil. El precariado es una clase en sí y los sindicatos
tradicionales no saben bien qué hacer con ella. Por otro lado, un sector del precariado no se
autopercibe como obrero, aunque quizás gane la mitad que un afiliado a la UOM, y sus demandas no
son unívocas: muchos trabajadores precarizados, sobre todo jóvenes, no necesariamente aspiran a
formalizarse, a conseguir un trabajo estable de ocho horas con obra social y sindicato; muchas veces
quieren otra cosa.

A pesar de estas dificultades, se vienen registrando en Argentina diferentes intentos de organización


de colectivos precarizados, como el conflicto desatado en 2004 en Telefónica, donde los pasantes
provenientes de la UBA y las universidades privadas, que al comienzo miraban con desconfianza los
reclamos de los trabajadores con más experiencia, finalmente terminaron liderando las protestas, o
los primeros intentos de los rappitenderos por negociar mejores condiciones de trabajo. Estos
ensayos combinan las características de los nuevos trabajos (la organización de los repartidores
avanza básicamente a través de grupos de Whatsapp) con la vieja cultura política argentina, en este
caso la potencia del sindicalismo, y demuestran que pese a todo sigue habiendo un cierto margen de
negociación con las condiciones implacables del capitalismo y la globalización.

1. Editorial Pasado y Presente, 2013.

2. Politic Institute, Washington.

3. Datos de la Secretaría de Trabajo.


4. Hernán Cuevas Valenzuela, “Precariedad, precariado y precarización” , Polis, N° 40, 2015.

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur


EDICIÓN FEBRERO 2019 | N°236

CÓMO GOBERNAR LA SOCIEDAD DEL PRECARIADO

La política en tiempos de Uber


Por Pablo Touzon*
La expansión del precariado como nueva clase social no sólo modifica la economía y la vida
cotidiana. También impone nuevos desafíos a la política, que con herramientas como la renta básica
universal busca la forma de gobernar una sociedad fracturada.

En la Italia de mediados de la década del 70, vergel de la exploración teórica de la sociología de


izquierdas realizada al calor de la experiencia del autonomismo obrero, el grupo Precari Nati
, de aires anarquistas, y las publicaciones de la revista Camaradas, comenzaron a difundir el concepto
de precariado, una mixtura feliz del clásico “proletariado” marxista con el incipiente trabajo precario.
Todavía se vivía sin embargo en un panorama laboral constituido mayormente por la realidad
taylorista típica de los años de la posguerra, que luego se llamarían (en una definición que dice
mucho de lo que vino después) los “30 gloriosos”, las décadas del Estado de Bienestar y del fifty-fifty
. Un mundo que no carecía de tensiones, alienaciones y explotaciones –magistralmente resumidas por
Elio Petri en La clase obrera va al Paraíso–, pero que constituyó sin lugar a dudas el más alto
estándar de vida que supo tener la clase trabajadora occidental en toda su historia. El Muro de Berlín
seguía en pie, la amenaza del comunismo estaba todavía viva y el capitalismo sentía la respiración en
la nuca de una clase obrera que siempre “iba por más”.

La crisis del petróleo corrió el telón de todas las debilidades y cuellos de botella del modelo
keynesiano y parió los nuevos hijos políticos de la etapa: el reaganismo y el thatcherismo, creadores
y protagonistas de una era que modificaría de manera sustancial y permanente la relación entre
capital y trabajo, cuyo tono y sentido general se mantiene hasta hoy. Un capitalismo que descubre
que el matrimonio del “consenso socialdemócrata” estaba saliendo demasiado caro, que lo asfixiaba,
y que mejor pedir el divorcio. Un capitalismo que quiere independizarse del trabajo.

Se inició entonces un larguísimo “les hicieron creer” de casi 40 años, que comenzó con una
deliberada búsqueda de bajar las expectativas de la poderosa clase trabajadora de los países centrales:
una guerra popular y prolongada del capital contra el trabajo, en la cual la tecnología ocupó un lugar
central. En su libro-manifiesto Capitalismo de plataformas (1), el canadiense Nick Srnicek analiza las
etapas de esta transformación: a las sucesivas crisis económico-financieras (la del petróleo, la de las
punto com, la más reciente de lassubprime) les sigue una nueva y masiva reestructuración general:
“nuevas tecnologías, nuevas formas organizacionales, nuevos modos de explotación, nuevos tipos de
trabajo y nuevos mercados emergen para crear una nueva manera de acumular capital”.

Desde los 80 hasta la actualidad, el trabajo será entonces desregulado, flexibilizado, “liberado” de sus
cadenas corporativas y sindicales, en un proceso sostenido a pesar de crisis, marchas y
contramarchas. El boom tecnológico amplificó este proceso luego de la crisis del 2008, con la
aparición y proliferación del “modelo Uber” y su impacto en la realidad laboral. En el capitalismo
contemporáneo, el precariado –caracterizado por trabajos eventuales, contratos temporales y salarios
bajos, y en donde el trabajo es barato, inseguro, inestable y la sobrecalificación abunda– va camino a
ser la nueva norma.

Para el economista inglés de la Universidad de Cambridge Guy Standing (2), estamos ante la
presencia de una mutación estructural de la vieja clase trabajadora: la aparición de una clase social
del siglo XXI –sostiene– es un fenómeno análogo al surgimiento de la clase obrera en la Inglaterra
del siglo XIX. Una nueva realidad global de viralización masiva que no respeta fronteras,
retroalimentada por las características del nuevo capitalismo chino. Antes que Standing, el sociólogo
francés Robert Castel había propuesto el término “exclusión” para hablar de una realidad subyacente
en el mercado laboral de los 90: el desempleo. Años después, la generalización del precariado como
modelo “natural” de empleo lo llevó a ampliar el diagnóstico y hablar del “fin de la sociedad salarial”
organizada en torno al trabajo como valor principal (3). El polaco Zygmunt Bauman generalizará aun
más la idea (4): en la era del precariado, no es solamente la vieja clase obrera la que está alcanzada
por esta transformación. También la “vieja” clase media respira y vive “precarizadamente”, inmersa
en la inseguridad laboral y la ansiedad que genera la aceleración del tiempo y el sesgo cognitivo
cortoplacista de la nueva realidad cotidiana.

Así, la clase media y el proletariado empiezan a formar una nueva clase conjunta de bordes débiles y
fronteras porosas. Como concluye Adoración Guamán, de la Universidad de Paris X- Nanterre, “lo
interesante del concepto de precariado es que incluye en un mismo grupo a personas de todo el
mundo, desde trabajadores de plantaciones a maquiladoras, trabajadoras/es rurales, mineros,riders
, diseñadores web,kellys, cajeras/os de supermercado con tres masters, arquitectas precarias,
investigadores con salarios de miseria y contratos temporales y desempleadas” (5). Una forma de
existir colectiva que obliga a aceptar empleos disímiles y al desarrollo de potenciales diversos: la
base material del monotributismo espiritual. Un mundo técnicamente más libre, pero más injusto e
inseguro.

Si el trabajo ya no estructura sino que desestructura, si la “sociedad salarial” está en vías de


extinción, si la clase se deconstruye y el individuo se reconstruye, una pregunta se impone: ¿cómo se
gobierna esta nueva sociedad? O incluso más aun: ¿es gobernable la sociedad del precariado?

La política del precariado

La era del precariado modificó la práctica política. Amanece una nueva uberización de la política:
solitarios candidatos con hiperpresencia en las redes sociales, un puñado de asesores y consultores y
un escueto presupuesto inicial se lanzan a la aventura emprendorista rapiñando por los costados la
clientela de los agotados partidos tradicionales. El precariado político ve a los grandes partidos como
Glovo ve a la General Motors, como la cristalización de la etapa anterior, lentos transatlánticos que
ya no pueden ponerse a tono con la velocidad del presente. El político-rappi puede prescindir de los
costos de una gran infraestructura de cuadros, locales, presencia territorial y militantes, carencia que
asume con entusiasmo. La política del capitalismo de plataformas. Los nuevos “ganadores” de la
crisis de representación.

La crisis financiera del 2008 no sólo profundizó el modelo del precariado mediante la intensificación
de la revolución tecnológica y el salto cualitativo en la nueva economía digital. También devastó a la
amplia mayoría de los sistemas políticos occidentales, arrasando con bipartidismos, partidos políticos
y liderazgos. Este huracán no sopló igual en todas las latitudes y hemisferios: no afectó a los modelos
chino y ruso, por ejemplo, pero se cebó particularmente con las estructuras políticas hijas del
“consenso socialdemócrata” de la posguerra. Fueron sobre todo los partidos y las fuerzas políticas
creados en torno al viejo laborismo y a los sindicatos quienes sufrieron la destrucción de la crisis.

Durante décadas, las dirigencias partidarias socialdemócratas y progresistas se habían convencido de


la necesidad de acompañar el ritmo de las reformas económicas de mercado, cristalizando un lento
pero sostenido desplazamiento de la agenda económico-social a una agenda focalizada en los
aspectos culturales e identitarios. En este marco, los ex partidos populares, desde el Partido Socialista
francés al Partido Demócrata estadounidense, del Laborismo británico al Partido Socialdemócrata
Alemán, adoptaron a veces un posibilismo culposo y resignado, en ocasiones un intenso fervor de
converso. En el mundo en desarrollo, uno de los exponentes más visibles de esta transformación fue
el peronismo menemista. En cualquier caso, la adaptación acrítica a la “marcha de la Historia” les
permitió sobrevivir como maquinarias políticas, pero a costa de abandonar a su base electoral, los
votos de la vieja clase obrera seducida y abandonada, hoy núcleo principal del electorado de la
Agrupación Nacional de Marine Le Pen en Francia o de Donald Trump en Estados Unidos. La crisis
del laborismo como modelo de organización social y política pone a estas fuerzas ante el riesgo de la
total obsolescencia.

El precariado se cobró así su más importante víctima política: si los partidos socialdemócratas
traicionaron a la sociedad del Estado de Bienestar para sobrevivir, el precariado les demostró que
también se estaban serruchando la rama que los sostenía. ¿Quién necesita una política
socialdemócrata en una sociedad que ya dejó de serlo?

Por otro lado, la consolidación del modelo del precariado implicó un corrimiento conceptual de las
políticas económicas a las políticas sociales, en la plena asunción de la imposibilidad de modificar de
manera sustancial el curso de los acontecimientos económicos. Comienza a generalizarse, en este
contexto, el uso de la palabra “gobernabilidad”, clave para justificar la gobernanza de la fractura
social. La tecnología funciona como potenciador y a la vez como un garante de la irreversibilidad del
proceso, que ya no depende exclusivamente de decisiones humanas sino cada vez más de sustitutos
automatizados.

En este contexto, empiezan a buscarse opciones frente al desempleo y la universalización de la


precariedad laboral; políticas que dejen de estar focalizadas en una clase líquida e indefinida y que se
centren cada vez más en los individuos como sujetos de derechos. Una individualización de los
derechos sociales, una de cuyas posibles expresiones es el seguro o renta básica universal,
herramienta que garantizaría un “salario ciudadano” y evitaría las peores manifestaciones de la
pobreza extrema. Sin embargo, y más allá de su notorio efecto positivo en lo inmediato, la pregunta
política que subyace sigue siendo la misma: cómo se gobierna una sociedad fracturada.

La polarización laboral es extrema. Para aquellas personas incluidas en lo alto de la pirámide, el


trabajo omnipresente es una bendición: 24 horas 7 días a la semana, con los imperativos de la
adaptabilidad, la conectividad y el fin de la idea de “horario de trabajo”. Pero no importa, porque se
trata de aquellas personas que disfrutan de su trabajo, que hacen lo que les gusta: ética protestante y
espíritu del capitalismo,The sky is the limit. Para ellos, el mundo del deseo abierto y de lo ilimitado.
En cambio, a los “descartados” –como los llama el papa Francisco, uno de los pocos líderes
mundiales que aborda sistemáticamente la nueva problemática del mundo del trabajo– les toca la
ética socialista: moderación, anti consumo, espíritu comunitario, “vivir con lo nuestro”.

Es curioso, pero con la renta básica universal como posible mecanismo para gobernar esta grieta el
capitalismo recurre, como otras veces, a una técnica del socialismo realmente existente. La renta
universal, bajo otras denominaciones y jergas, ya existió, y existe aún hoy en… La Habana. Un viejo
chiste de la era de Brezhnev rezaba que el lema de los trabajadores en la Unión Soviética era: “Yo
hago como que trabajo, el Estado hace como que nos pagan”. Y a decir verdad gran parte del trabajo
en el socialismo tardío remitía a esa práctica: un seguro universal que no atrevía a decir su nombre.
Sin embargo, y a pesar de que siempre existieron fuertes subculturas e identidades en el seno de las
clases obreras de los países occidentales, esta posible fórmula a lo Hong Kong (un país, dos sistemas)
sería una novedad: bajo las mismas condiciones del capitalismo globalizado y la precarización,
trabajos deseados para algunos y empleos inestables –complementados con una renta básica
universal– para otros. Pero, ¿cómo reconciliar las aspiraciones? ¿Cómo sostener “Enriqueceos” con
una mano, y “Conformaos” con la otra? Para los primeros el futuro; para los segundos el puro
presente.

Otros modelos, más colectivos, comienzan a emerger. La Confederación de los Trabajadores de la


Economía Popular (CTEP) es pionera en la organización de los descartados. Sucede en Argentina, la
tierra donde, a decir de Martín Rodríguez, tirás una semilla y brota un sindicato. No se trata sólo del
intento de construir un “sindicato de los trabajadores informales”: lleva implícita la voluntad de
reconstruir los lazos y las solidaridades de clase perforados por el precariado. En términos leninistas,
lograr la transformación de “una clase en sí” a una “clase para sí”. Una repolitización efectiva cuyo
punto ciego es, sin embargo, el mismo que el modelo anterior, el del Estado de Bienestar de la
posguerra: el Estado, todavía analógico, asume, en la perspectiva de enfoques como el que plantea la
CTEP, el rol del patrón invisibilizado. ¿Como se le hace paro a una App?

Más allá de las intenciones, el Estado aparece como la única puerta de entrada de demandas que, por
su propia debilidad en el nuevo mundo global, no puede procesar, en una dinámica que sólo horada
más al sistema político en su conjunto. Por eso el Estado cambia de ventanilla: del Ministerio de
Desarrollo Social al Ministerio de Seguridad, el siglo XXI asiste al comienzo de un punitivismo que
en realidad sólo cristaliza la incapacidad creciente de la política para gobernar “por las buenas” la
sociedad en la era del precariado.

1. Caja Negra, 2018.

2.El precariado, Pasado y Presente, 2013.

3.La metamorfosis de la cuestión social, Paidós, 1996.

4.Modernidad líquida, Fondo de Cultura Económica, 2003.


5. Citado en “La era del precariado”, www.publico.es.

* Politólogo. Editor de Panamá Revista. Coautor de La Grieta Desnuda, Capital intelectual, 2019.
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur
EDICIÓN FEBRERO 2019 | N°236

LA TERCERIZACIÓN Y LA DESTERRITORIALIZACIÓN FRAGMENTAN A LAS CLASES


TRABAJADORAS

El empleo estable en peligro


Por Claudio Scaletta*
La precariedad laboral es resultado de fuerzas inherentes al sistema capitalista, que se atenuaron
durante la etapa de auge de los Estados benefactores y la competencia con el socialismo pero que
ahora regresan, fortalecidas por la globalización y el neoliberalismo.

Matías Baglietto

El modo de producción capitalista, en Argentina y el mundo, se convirtió en una aceitada maquinaria


de profundización de la precariedad laboral para las mayorías, la contraparte en el ámbito de la
producción de la megaconcentración de la riqueza. La ruptura delimpasse histórico de los Estados de
Bienestar, consolidados durante la segunda posguerra, permitió retomar un sendero apenas
interrumpido por la amenaza transitoria del socialismo real. La trayectoria se perfeccionó en el
presente con la tercerización y la desterritorialización de la producción, procesos retroalimentados
por la aceleración del cambio técnico. El marco geopolítico es el de la emergencia de nuevas
potencias en Asia y el estancamiento de Europa.

El Estado de Bienestar, que se extendió desde el fin de Segunda Guerra hasta los años 70, no fue el
triunfo de una teoría económica, que siempre expresa cambios en el mundo de la producción y sus
relaciones, sino la herramienta que encontró el capital para contrarrestar la utopía del socialismo
entre las clases trabajadoras, la amenaza igualitarista que por entonces competía al otro lado de la
“Cortina de Hierro”. El Welfare State garantizaba a los trabajadores derechos laborales y,
especialmente en su versión europea, bienes extrasalariales, como salud, educación y hasta vivienda.
El propio capital tomó conciencia de que la expansión de los mercados internos demandaba salarios
elevados, algo que el fabricante de autos Henry Ford ya había previsto tan temprano como en 1914.

Esta fue la base de un modelo que se condensó en el ideal del “modo de vida americano” como
máxima promesa del capitalismo. Más allá de las funciones de planificación y control del ciclo
económico propias de los Estados keynesianos, el objetivo era garantizar a la clase asalariada
estabilidad laboral e ingresos elevados. En un contexto de expansión económica, el producto final fue
el trabajador de “clase media” y la esperanza cierta del ascenso de clase. Esto se resumía en la vida
cotidiana de los barrios suburbanos, con casas iguales de dos plantas y garage, tan ensalzadas por el
aparato cultural estadounidense como exquisitamente satirizadas, por ejemplo, por el cine de Tim
Burton. Familias asalariadas con al menos dos autos, consumos estandarizados y una hipoteca
vitalicia, pero que podían ahorrar para que sus hijos vayan a la universidad. Existía una certeza casi
existencial: si se esforzaban, los hijos vivirían mejor que los padres.

Pero ya en los años 70, con la lenta emergencia de la financierización como la vanguardia del capital
y con el bloque socialista perdiendo fuerza, el capitalismo comenzó a sentir, como tan bien lo
expresarían los documentos de la Comisión Trilateral fundada por el banquero David Rockefeller,
que los Estados de Bienestar eran la expresión de un “exceso de democratización”, exceso que si
continuaba terminaría minando las bases mismas de la desigualdad y, en consecuencia, afectando el
funcionamiento del sistema. Eran los primeros pasos de una nueva-vieja ideología que, llegados los
años 80, se plasmaría en el Consenso de Washington.

Las propuestas no eran especialmente originales. La organización del modo de producción capitalista
debía “regresar” a sus formas de preguerra y los Estados de Bienestar debían desarmarse en base a
políticas de apertura, desregulación y privatizaciones. En el campo académico el mensaje fue que el
keynesianismo había fracasado porque “generaba inflación”, proceso que en realidad coincidía con el
aumento generalizado de los costos de producción provocado a comienzos de los 70 por la disparada
de los precios del petróleo. Fueron los años de emergencia y auge del monetarismo y del fiscalismo
junto a un regreso y nuevo ímpetu de la llamada “economía por el lado de la oferta”, conocida hoy
como marginalismo u ortodoxia, cuyas recomendaciones principales, la verdadera razón de su corpus
teórico, se resumen en bajas de impuestos y salarios. Ello supone que el enemigo es siempre el
Estado y cualquier forma de regulación de las relaciones entre el capital y el trabajo.

El hilo de Ariadna
Los procesos descriptos ocurren en el plano de las disputas teóricas y la ideología, es decir son
superestructurales, pero al mismo tiempo expresan un cambio en las relaciones de fuerza en la lucha
de clases. Son dinámicas que no pueden analizarse separadamente de “la esfera material”, es decir de
las transformaciones que a partir de los años 60 comenzaron a registrarse en el mundo de la
producción. Estos cambios organizacionales pueden resumirse en dos procesos fundamentales: la
tercerización y la desterritorialización (offshoring).

En la historia económica existe un hilo de Ariadna, una continuidad lógica del modo de producción
capitalista que parte desde los motivos que explican la “riqueza de las naciones” según Adam Smith
y llega hasta la tercerización y eloffshoring.

A fines del siglo XVIII Smith había identificado la relación entre la división del trabajo (la división
del proceso de producción en diferentes fases a cargo de diferentes personas) y el aumento de la
riqueza material, proceso resumido en el célebre pasaje sobre la fabricación de alfileres. De la
división del trabajo surgía la especialización y el incentivo permanente para el cambio técnico. El
trabajador se especializaba en la fase de la fabricación que le tocaba y esa misma especialización
conducía a la invención de nuevas herramientas y máquinas que ayudaban a mejorar y potenciar el
trabajo humano. Esto es, precisamente, lo que siempre busca el cambio técnico: potenciar el trabajo
humano. En términos económicos antes que físicos, se trata de la mejora constante y permanente de
la “productividad” del trabajo.

La segunda parte del hilo fue la gran fábrica, resultado de la concentración y la centralización del
capital previstas por Karl Marx. Sus formas de organización fueron el fordismo y el taylorismo. El
primero se resume en la línea de montaje, y el segundo en la medición precisa y la estandarización de
los tiempos que insume cada tarea, y que el cine graficó en el primer caso conTiempos modernos
, de Charles Chaplin, y en el segundo conLa clase obrera va al Paraíso, de Elio Petri.

El objetivo de los cambios organizacionales, decíamos, es siempre el mismo: aumentar la


productividad del trabajo. Por eso existe una continuidad entre la fabricación de alfileres smithiana
del siglo XVIII y, por ejemplo, las plantas automotrices de mediados del XX. En términos
productivos sólo cambian las fuentes de energía, la potencia de las máquinas y la vigilancia sobre el
trabajador. Sin embargo, en términos sociales los cambios resultan mucho más radicales: entre el
taller y la fábrica, entre el artesano y el obrero, se produce un proceso doble de alienación muy
estudiado por el pensamiento marxista. El primer aspecto es la separación del trabajador del producto
de su trabajo. El segundo es la pérdida del control del obrero sobre el proceso productivo. Si el
trabajador se especializa en una sola tarea parcial, que a su vez se estandariza, pierde los saberes del
conjunto de la producción. Luego, cuanto más estandarizada se vuelve su tarea más reemplazable
resulta su trabajo. Como resumió David Ricardo, en la esfera de la transformación material el valor
de una mercancía depende de las condiciones de reproducción, mientras que en el mundo de la
circulación, en el mercado, depende de su escasez. Obviamente si se quiere conocer “el valor de
cambio de las cosas que poseen utilidad” (Ricardo) hay que sumar los dos factores. Por lo tanto, el
precio del trabajo que vende el trabajador, así como su poder de negociación, disminuyen con la
estandarización. Estas características constituyen la base material para la precarización.
Por eso, en tanto su trabajo es reemplazable y abundante, el trabajador sólo puede pelear eficazmente
por sus derechos de manera colectiva. Individualmente su poder frente al capital se vuelve nulo. Pero
al mismo tiempo los procesos de concentración dan lugar a una importante contratendencia que hace
que las relaciones entre el capital y el trabajo bajo la organización fordista-taylorista sean
compatibles con los Estados benefactores. Al generalizarse durante el siglo XX las grandes plantas
productivas, con todos los trabajadores bajo un mismo techo y la integración en el mismo espacio de
todo el proceso productivo, se posibilitó la consolidación de la conciencia de clase y, con ella, del
poder de lucha sindical. Dicho de otra manera: la contrapartida de la concentración del capital fue el
empoderamiento de los asalariados.

Pasaron cosas

Marx, y también las Ciencias Sociales al menos hasta pasada la mitad del siglo pasado, creían que
con el desarrollo de la gran industria la clase trabajadora terminaría con todas las demás clases. Pero
pasaron cosas. A partir de la década del 60 comenzaron a extenderse lentamente los mencionados
procesos de tercerización y desterritorialización de la producción, lo que nos lleva al final
(transitorio) del hilo que viene desde Smith. La división del trabajo deja de estar encerrada bajo un
mismo techo, rompe el espacio de la fábrica o de la unidad productiva (tercerización) y atraviesa
también las fronteras territoriales de los Estados (offshoring).

El resultado es que no sólo comenzó a revertirse la integración vertical del proceso productivo en un
mismo espacio, sino que se produjo una transformación de los asalariados. Siguiendo a los
economistas Eduardo Crespo y Javier Ghibaudi (1), se inició una “heterogeneización” de la clase
trabajadora, la nueva base material que sustentó el surgimiento de los Estados neoliberales y el
Consenso de Washington. Las grandes empresas tendieron a fragmentarse a través de la
tercerización: “Numerosas actividades –señalan Crespo y Ghibaudi–antes encuadradas en la
administración de una misma compañía, como transporte de mercaderías, seguridad de
establecimientos, contabilidad, marketing, publicidad, asesoría jurídica, sistemas de software,
limpieza, investigación y desarrollo y un sinnúmero de partes y componentes, en la actualidad son
suministradas por sociedades y contratistas, multiplicando el número de firmas y ‘emprendedores’
formalmente autónomos. El sistema sigue operando en base a grandes escalas pero con mayor
flexibilidad, capacidad de adaptación y fundamentalmente menores costos y riesgos.”

En paralelo, y siempre en busca de una mayor flexibilidad, la desintegración vertical fue acompañada
por la desterritorialización parcial de la producción, lo que dio lugar a la formación de las llamadas
“cadenas globales de valor”. En otro pasaje célebre deLa riqueza de las naciones Smith hablaba de la
distinta procedencia de las vestimentas de un trabajador producto de la expansión de los mercados. El
mismo análisis trasladado a la actualidad debería describir la distinta procedencia global de los
componentes de unmismo producto, casi una constante en la microelectrónica pero también en
productos más tradicionales como los automóviles.

No obstante su deslocalización, las cadenas globales de valor mantienen su jerarquía territorial. Las
etapas más sofisticadas y cruciales se centran en las casas matrices, mientras que se desterritorializan
tareas más estandarizadas, lo que se reflejó en un diferencial de ingresos y precarización de los
trabajadores. Aunque existen algunos pocos casos en los que eloffshoring fue acompañado por
transferencias de tecnología y capacidades productivas, tienden a predominar las actividades de
maquila.

Crespo y Ghibaudi destacan que la nueva segmentación en el mundo del trabajo producto de la
heterogeinización de la clase trabajadora, resultado a su vez de la tercerización y eloffshoring
, constituye la base social del Estado neoliberal. Los trabajadores dejaron de estar sujetos a un
comando jerárquico y se transformaron, por ejemplo, en microempresarios independientes o en
vendedores de servicios a empresas.

Previsiblemente, esta separación creciente entre los trabajadores, cuando no su aislamiento, rompió la
conciencia de clase. Aunque funcionan como trabajadores precarizados, sin ingresos fijos, estabilidad
laboral, vacaciones ni aguinaldo, y aunque siguen dependiendo de la empresa, que les impone
condiciones de trabajo y precios, se perciben a sí mismos como empresarios o profesionales. No se
sienten trabajadores sino “clase media”. Su idea de progreso no es social sino individual. Y el Estado
es percibido como la entidad “corrupta” que los obliga a pagar impuestos a cambio de servicios
públicos deteriorados. Las huelgas y movilizaciones se reducen a interferencias de tránsito. Para el
nuevo “trabajador neoliberal” que habla en prosa sin saberlo, su éxito o fracaso es individual. Su
credo son las virtudes del “emprendedorismo” y el mito delself-made man. Los medios de
comunicación reproducen esas historias “cotidianas” de un par de amigos que tienen una idea
brillante, fundan una empresa y al poco tiempo facturan millones.

Cambio de velocidad

Finalmente debe agregarse una cuestión que no es teóricamente esencial, pero que tiene fuertes
resultados prácticos. Se trata de la aceleración del cambio tecnológico y la capacidad de reemplazar
el trabajo humano más abundante, es decir el más estandarizado, por la automatización, por el trabajo
de las máquinas. Decimos que no es “teóricamente esencial” porque desde los albores de la
Revolución Industrial es lo que siempre hicieron las máquinas: reemplazar el trabajo humano más
estándar o “estandarizable”. La diferencia es que ello ocurre hoy más rápido y con más tareas. Sin
embargo las máquinas no pueden reemplazar la totalidad del trabajo humano, cuya esencia, como
señala el investigador del MIT David Autor, es ser “inteligencia y fuerza, dominio técnico y juicio
intuitivo, transpiración e inspiración” (2). La consecuencia de este razonamiento es clara:
automatizar un grupo de tareas realizadas por el trabajo humano no implica el abandono de las otras.
Luego, la automatización eleva el valor económico de las tareas restantes. La conclusión de Autor es
que las máquinas realizarán cada vez más tareas que hoy realizan los humanos, pero que siempre
habrá tareas exclusivamente humanas para hacer.
Lo que se observa en el actual estadio de desarrollo del capitalismo es una “polarización” del empleo.
En los países más desarrollados –y, con matices, también en Argentina– se mantiene la demanda de
trabajadores para puestos bien remunerados, como científicos, directores de empresas o profesionales
liberales, junto con los trabajos de menores ingresos, como el personal de maestranza y doméstico o
los servicios comerciales y de distribución. Frente a ello, cae la demanda de los trabajos de ingresos
medios, donde tiene un impacto más fuerte la precarización.

La primera conclusión general es que, a pesar de los cambios tecnológicos y las contratendencias, las
sociedades capitalistas siguen creando más riqueza, pero también mayor desigualdad, un proceso que
expande dos nuevos actores, los precarizados y los excluidos. El Estado neoliberal que sucedió a los
Estados benefactores puede entenderse como la expresión institucional e ideológica de los cambios
en el mundo de la producción capitalista.

La segunda conclusión es local: aunque las analogías no son lineales, la evolución de la economía
argentina en el período 2003-2015 puede leerse, con limitaciones y matices, como una etapa de
reconstrucción relativa de un Estado benefactor en un contexto geopolítico desfavorable. La tarea de
la restauración neoliberal emprendida en los últimos tres años consiste en atacar los “excesos de
democratización” y recuperar las banderas del Consenso de Washington. No es casual que la primera
víctima haya sido el mercado laboral, la precarización generalizada como característica de los nuevos
empleos y una mayor desigualdad en la distribución del ingreso.

1. Eduardo Crespo y Javier Ghibaudi, “El proceso neoliberal de larga duración y los gobiernos
progresistas en América Latina”,El neoliberalismo tardío (2017), documento de trabajo N°5, Flacso
Argentina.

2. Claudio Scaletta, “Del fin del trabajo al trabajo sin fin”,Le Monde diplomatique, edición Cono
Sur N° 224, febrero de 2018.

* Economista.
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur
EDICIÓN FEBRERO 2019 | N°236

LOS TRABAJADORES DE LAS APPS, EL ESLABÓN MÁS DÉBIL DE LA REVOLUCIÓN


TECNOLÓGICA

A merced del algoritmo


Por Natalia Zuazo*
Las empresas de plataformas incluyen como parte de su modelo de negocios relaciones laborales
ultraflexibilizadas mediadas por las nuevas tecnologías. Sus trabajadores, casi todos jóvenes y
muchos de ellos migrantes, comienzan a organizarse, pero los sindicatos tradicionales todavía no
saben cómo canalizar sus demandas.

Matías Baglietto

Durante su primer mes de trabajo en Rappi, que era también su primero en Buenos Aires, Eric ganó
30 mil pesos repartiendo helado, golosinas y blísters de ibuprofeno en bicicleta. Era abril de 2018 y
ese sueldo equivalía a tres salarios mínimos. La empresa colombiana –técnicamente una app que
conecta a jóvenes en bicicleta o moto con personas que hacen un pedido a domicilio– empezaba a
inundar la ciudad con camperas naranjas y su algoritmo estaba programado en modo generoso para
expandir su negocio. Los primeros repartidores, 5 milrappitenderos que se sumaron como “socios”,
vivieron una fiebre de entusiasmo: si no paraban de pedalear (10, 12 horas, con lluvia o calor), se
garantizaban un ingreso más alto que el de un empleado de comercio o un docente. Venezolano, con
un bebé y una familia, Eric pensó que no estaba mal para volver a empezar. Los músculos le pedían
duchas largas, pero la recompensa lo hacía seguir.

El optimismo duró poco. A los dos meses Eric se dio cuenta de que ubicarse en los spots con más
pedidos (Abasto, Plaza Armenia, Recoleta Mall) y pedalear no alcanzaba. Una fuerza, la misma que
antes “le tiraba” un viaje tras otro, empezó a espaciarle los pedidos. Luego, a ofrecerle el mismo
dinero por más distancia. Intentó evitar tomar esos viajes menos redituables, pero se dio cuenta de
que si lo hacía la app lo castigaba: lo dejaba un tiempo sin ofertas o, peor aun, lo suspendía. Estuvo
disponible casi las 24 horas. Hasta que entendió que así eran las cosas: él, con su propio pulgar, había
ido delimitando en una pantalla un espacio de tiempo, mapas y datos para que un algoritmo calculara
hasta dónde explotarlo.

Eric y otros repartidores de Rappi y Glovo empezaron a compartir sus problemas en las esquinas y a
armar grupos de WhatsApp. Lo primero que descubrieron es que las plataformas de reparto no les
garantizaban un pago fijo ni les permitían hacer un cálculo mensual de ingresos. Todo se contaba por
envío (en inglés, “gig”, de allí lagig economy), a lo que se podía sumar pagos extras por kilómetro,
lluvia, espera, pero siempre dependiendo de una cuenta que hacía la aplicación, que no era
transparente para ellos. Aunque la empresa los llamaba “socios”, los habían obligado a inscribirse
como monotributistas y facturar. Pero la compañía les pagaba recién a los quince días: en el ínterin,
el dinero podía ser trabajado financieramente por la empresa. La peor condición, sin embargo, era la
disponibilidad constante. Al contrario de las aplicaciones como Uber o Cabify, donde los
trabajadores prenden el teléfono y a partir de ese momento están disponibles, en Rappi debían
bloquear previamente las horas que estaban dispuestos a trabajar, y que luego ya no podían cambiar.
Durante esas horas, debían tomar todos los pedidos sin excepción. Si no, los castigaban con la baja
en el ranking, menos viajes o con menos prioridad para tomar horas la siguiente semana.

El 18 de julio de 2018, cansados de reclamar por esas condiciones, losrappitenderos decidieron hacer
una huelga. Durante dos horas apagaron sus teléfonos y no tomaron pedidos. Fueron con sus bicis a
la puerta de las oficinas-loft de la empresa en Palermo y desde entonces se empezaron a reconocer
como algo más que repartidores precarizados. La protesta fue la única de esa magnitud en América
Latina y dio nacimiento a la Asociación de Trabajadores de Plataformas (APP), el primer sindicato
de trabajadores de su especie en la región.

Si “el trabajo del futuro” es uno de los temas preferidos en los foros internacionales, la precarización
laboral de las plataformas es un aspecto secundario que pocos quieren abordar. La automatización y
la aplicación de inteligencia artificial en los procesos de producción demanda expertos, los
empleados de Google o Globant enfrentan dilemas éticos, pero son fuerzas de trabajo bien pagas. En
cambio, los trabajadores de las compañías de plataformas hoy son una fuerza mundial en crecimiento
y la más sometida de los mercados tecnológicos nacientes. Así lo afirma un informe de la Comisión
de Empleo y Asuntos Sociales del Parlamento Europeo: “Existe un fuerte vínculo entre el trabajo en
plataformas y la precariedad. Cuanto más dependa un trabajador de la economía de plataformas para
obtener sus ingresos, menos probable es que reciba protecciones sociales básicas” (1).

En 2018, cien mil trabajadores fueron capacitados y trabajaron en Rappi. Sin embargo, a diferencia
de lo que ocurría con Eric, los ingresos ya no son los mismos: si trabajan a tiempo completo pueden
ganar 20 mil pesos (algo más que un salario mínimo de 16 mil pesos en enero de 2019). La empresa
capacita a 50 nuevos “socios” por día para mantener la demanda alta y la paga baja; el aumento de la
desocupación, del 7 al 9 por ciento, se encarga del resto. Además de Rappi, se han instalado en
Argentina otras tres plataformas: la californiana Uber, la catalana Glovo y la madrileña Cabify.
Todas emplean a jóvenes de grandes ciudades (Buenos Aires, Córdoba, Rosario, Mar del Plata),
donde la tasa de desempleo juvenil llega al 40 por ciento, y en gran medida población migrante (el 90
por ciento deglovers y losrappitenderos no nació en Argentina).

Lo nuevo, lo viejo

Las plataformas son la fábrica de la era de las redes. En lo estricto, conectan y benefician a dos
partes, por ejemplo a consumidores y productores para intercambiar bienes, servicios e información.
Las vemos como empresas de tecnología, pero en términos económicos son más que eso: crean
mercados, sistemas de pagos, negocios financieros (todas retienen el dinero de trabajadores y
compradores y lo invierten), son creadores de contenidos y nuevos sistemas de reparto (2).

Casi todas, además, son monopolios. Se vuelven dominantes no por los bienes físicos de los que
disponen, sino por el valor que crean conectando a los usuarios. No son dueñas de los medios de
producción, como los monopolios de la era industrial. Son propietarias de los medios de conexión.
“Uber no es dueño ni opera una flota de taxis, Alibaba no tiene fábricas ni produce las cosas que
vende online, Google no crea las páginas que indexa, YouTube no genera los millones de videos que
hostea”, explican Alex Mohazed y Nicholas Johnson (3). Hyatt, por ejemplo, puede vender reservas a
través de internet, pero para eso tiene que construir previamente más habitaciones; Airbnb, en
cambio, sólo necesita que alguien sume una nueva publicación en su sitio, lo que le sale casi gratis.
La clave es que, aun cuando operan concentrando el capital como las empresas de antaño, las
plataformas se ocultan bajo la etiqueta de la “economía colaborativa”, un término que toman prestado
de las verdaderas relaciones económicas donde se comparte en forma igualitaria: elcouchsurfing
(intercambio de una cama en una casa) o elcarpooling (compartir un auto), por ejemplo. Las
plataformas como Uber o Glovo son, en realidad, compañías tradicionales que utilizan internet para
intermediar y extraer las ganancias de muchos individuos conectados.

Lo mismo sucede con las relaciones laborales. El profesor de Economía Digital del King´s College
de Londres Nick Srnicek resume el modelo de negocios de estas empresas comoplataformas austeras
: “Operan a través de un modelo hipertercerizado, en el que los trabajadores están deslocalizados, el
capital fijo, y los costos de mantenimiento y eltraining están deslocalizados. Todo lo que queda es el
mínimo extractivo básico, el control de la plataforma que permite ganar una renta monopólica”,
sostiene. Y agrega: “Estas compañías son tristemente célebres por la subcontratación de sus
trabajadores. En Estados Unidos entienden a sus trabajadores como contratistas independientes más
que como empleados. Esto les permite ahorrar alrededor del 30% en costos laborales mediante un
recorte de las prestaciones, las horas extra, los días por enfermedad y otros costos. Implica también
deslocalizar los costos detraining, dado que eltraining solo está permitido a los empleados, y este
proceso llevó a formas alternativas de control vía sistemas de reputación, que a menudo transmiten
las tendencias racistas y de género de la sociedad”.
Según Srnicek, la forma de pago por tarea (o gig) ya fue descrita por Karl Marx cuando señaló que
“el salario por unidad es la forma de salario que está más en armonía con el modo capitalista de
producción”. Sólo que, advierte el autor, hoy se suma a una deslocalización más amplia que en la de
los 70 o incluso en los 90, cuando Nike empezó a trasladar su producción a Asia. Que los teléfonos
móviles se hayan vuelto masivos en los países en desarrollo permite que los trabajos temporales sean
posibles en todo el mundo, al tiempo que les agrega una capa de vigilancia generalizada a través de
los algoritmos (4).

Aunque intenten esconder las relaciones laborales, ya existen diversos fallos en Estados Unidos,
Gran Bretaña, España, Italia y Holanda que, dándoles la razón a los trabajadores, sostienen que son
las empresas las que tienen que demostrar que los llamados “socios” constituyen en realidad
“empleados”. El argumento central es que, aunque las decisiones estén a cargo de un algoritmo, las
empresas controlan la disponibilidad y los tiempos de los trabajadores, incluso psicológicamente,
además de establecer unilateralmente las tarifas, modificarlas o determinar cuántos días tardan en
cobrar por sus tareas. Estudios recientes indican que este tipo de empresas tecnológicas promueven
relaciones de mayor subordinación que otros empleos tradicionales.

Los sindicatos del futuro

El 9 de octubre de 2018 el sindicato APP presentó su inscripción formal en la Secretaría de Trabajo.


Argumentaba: “Estas empresas deciden las tarifas, las comisiones y nos obligan a tributar por las
operaciones comerciales por las que ellos son responsables. Trabajamos sin seguro, sin salario fijo.
Firmamos términos y condiciones que cambian hasta una vez por mes. Las aplicaciones nos venden
los uniformes y las cajas con las que hacemos publicidad en la calle. Pueden bloquearnos y
controlarnos cuando quieren, el ingreso es seguro pero la amenaza del bloqueo está presente todo el
tiempo. La plataforma sólo permite que los clientes nos califiquen a nosotros ¡Pero no a las propias
plataformas! Nuestros celulares están llenos de insultos y bajas calificaciones que luego las
plataformas utilizan para asignarnos peores viajes”. Su pedido era claro: “Queremos seguir
trabajando. No nos queremos ir. Sin embargo, somos pocos los que podemos aguantar más de unos
meses trabajando así. Por eso fundamos un nuevo sindicato. Porque se están aprovechando de
nosotros. Porque nos prometieron ser nuestros propios jefes pero nos tratan como esclavos”.

Al principio, la Asociación Sindical de Motociclistas, Mensajeros y servicios (ASIMM), sindicato


reconocido con personería gremial, apoyó el reclamo de los trabajadores de APP, pero luego decidió
enfrentarlos y hasta perseguirlos. Identificados con el fallecido líder de los peones rurales Gerónimo
“Momo” Venegas, con un discurso nacionalista, peronista, ultracatólico y misógino (5), los
dirigentes de ASIMM (con representación en la Ciudad de Buenos Aires; en el interior del país el
gremio SUCMRA cuenta con otro liderazgo) señalan que APP responde a una “conspiración
masónica” para dividir al movimiento obrero. “Los hombres que de una u otra manera estamos
vinculados al movimiento obrero y defendemos el modelo sindical que nos legara el General Perón
recibimos con fastidio la noticia del intento de establecer un sindicato por parte de APP” (6
), escribieron. El argumento es que el sindicato único por rama de actividad es la única vía posible
para defender los derechos de los trabajadores. Para ASIMM, las plataformas son un “modelo de
negocios” distinto, pero quienes se desempeñan en ellas realizan la misma actividad y por lo tanto
deben encuadrarse dentro de su gremio. Sin embargo, esto se discute en Argentina y en el mundo, ya
que las plataformas no son solamente un modelo de negocios, sino que tienen prácticas laborales
propias.

“Estoy de acuerdo en que las plataformas proponen la precarización. Pero la realidad es que estos
trabajadores existen, se organizan y tienen derechos”, dice Juan Ottaviano, abogado laboralista,
asesor legal de APP e integrante del CETyD (Capacitación y Estudios sobre Trabajo y Desarrollo) de
la Universidad de San Martín. Para Ottaviano, la irrupción de esta nueva tecnología pone en disputa a
dos bandos –trabajadores contra trabajadores– que no deberían enfrentarse. Según el abogado, el
viejo sindicato ASIMM ve amenazada su actividad y está intentando dividir a la organización de los
trabajadores de las plataformas haciendo acuerdos con otras empresas, como Pedidos Ya,
aprovechando que cuenta con personería gremial para negociar en la Secretaría de Trabajo. Ottaviano
sabe que el nuevo sindicato debe esperar a ser reconocido para avanzar pero confía en que el tiempo
les dará la razón. “Hay que entender otras cuestiones: la organización vía WhatsApp, la identidad
migrante, la alta rotación del trabajo joven”.

Uno de los desafíos más grandes a la hora de organizar a los trabajadores de plataformas es la
flexibilidad absoluta: no hay una oficina, una fábrica, un espacio donde se encuentren a tomar café.
La comunicación es distribuida y la estabilidad casi no existe, lo cual tampoco les permite hacer un
aporte tradicional a un sindicato. Para una organización gremial tradicional, eso también significa
repensar cómo se los representa. “Lo que tengo claro es que hay que regular, establecer derechos y
obligaciones, no desregular todavía más”, dice Ottaviano en relación con los proyectos de
flexibilización laboral. Y agrega que es importante no atar la tecnología con la desregulación. “Al
contrario, lo digital puede significar una revolución en materia de control del trabajo decente. Si lo
tomamos en serio, echando mano del procesamiento de información se puede regular en favor de los
derechos de los trabajadores”.

Rubén Cortina, secretario de Asuntos Internacionales de la Federación Argentina de Empleados de


Comercio y Servicios, que forma parte de la CGT, sostiene: “El movimiento sindical tradicional
todavía está en deuda con las implicancias de estas nuevas empresas de plataformas en el mercado
laboral argentino”. Cortina, que también es presidente de la UNI Global (con 20 millones de afiliados
del sector servicios del mundo), está al corriente de los avances producidos en Europa para regular
los derechos laborales del modelo de plataformas. “Eso es algo que está en la agenda de trabajo de
UNI pero que en Argentina choca con el sistema de sindicato por rama de actividad. Lo cual no
quiere decir que no estemos abiertos a pensar esta nueva realidad. De hecho, hace poco rechazamos
un acuerdo de comercio con los vendedores de Mercado Libre porque no respetaba los derechos de
los comerciantes”. Los delegados de APP ya tuvieron acercamientos con Héctor Daer de la CGT y
con Hugo Yasky de la CTA.

Frente a las ideas que proponen flexibilizar aun más las condiciones de trabajo para que las
plataformas cuenten con más posibilidades de contratar mano de obra, las recomendaciones
internacionales van en el sentido contrario. Según el documento de protección social de trabajadores
de plataformas del Parlamento Europeo, el primer paso es limitar la jornada y los descansos, y luego
establecer salarios mínimos o fijos. Garantizado ese escalón, el siguiente consiste en proteger a las
personas contra el despido, cubrirlos contra riesgos, considerarlos empleados y permitirles la
portabilidad de los rankings (si se pasan de una aplicación a la otra). “Recién después de esas
regulaciones podríamos empezar a discutir productividad y flexibilidad. Pero la reforma laboral pone
el carro delante de los caballos”, concluye Ottaviano.
1. The Social Protection of Workers in the Platform Economy, European Parliament Think Thank, 7-
12-17,
http://www.europarl.europa.eu/thinktank/en/document.html?reference=IPOL_STU(2017)614184

2. Natalia Zuazo,Los dueños de internet, Debate, Buenos Aires, 2018.

3. Alex Mohazed y Nicholas Johnson,Modern Monopolies, St. Martin´s Press, Nueva York, 2016.

4. Nick Srnicek,Capitalismo de plataformas, Caja Negra Editora, Buenos Aires, 2018.

5. Entre los ataques que sufrieron los integrantes del sindicato APP, uno de los más violentos lo
sufrió María Fierro, su secretaria adjunta. Quienes participaron en las reuniones también señalan un
componente xenófobo, donde los líderes de ASIMM acusan a los migrantes de Rappi y Glovo de
“venir a Argentina a quitarles el trabajo”.

6. “APP, un intento de sindicato a medida de los patrones”, http://www.asimm.org.ar/?p=2875

* Periodista. Su último libro es Los dueños de Internet (Debate, Buenos Aires, 2018).
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur
EDICIÓN FEBRERO 2019 | N°236

EL FRÁGIL SISTEMA DE ALIANZAS DEL GOBIERNO DE BOLSONARO

¿Qué quieren los militares brasileños?


Por Raúl Zibechi*
Al asumir como presidente de Brasil, Jair Bolsonaro designó inmediatamente a militares para
algunos de los puestos más importantes de su gobierno. Pero esta alianza no disipa las
preocupaciones de las Fuerzas Armadas, que miran con recelo al neoliberalismo y defienden su
histórico rol protagónico en el Estado.

Río de Janeiro, 27-10-17 (Luciano Belford/AGIF/Reuters)

El 28 de octubre de 2018, el ex capitán de artillería Jair Bolsonaro ganó la segunda vuelta de la


elección presidencial brasileña, con el 55,1% de los votos. Esa misma noche, miles de personas
salieron a las calles a celebrar “el regreso de los militares al poder”. En Niteroi, estado de Río de
Janeiro, un grupo de soldados fue aclamado por partidarios, que enarbolando camisetas con los
colores del equipo de fútbol nacional, voceaban “Nuestra bandera nunca será roja”, en referencia al
comunismo en que, según ellos, el Partido de los Trabajadores (PT) habría sumergido al país, entre
la elección de Luiz Inácio Lula da Silva en 2002 y la destitución de su sucesora Dilma Rousseff, en
2016.

Encaramados a los vehículos blindados, los soldados responden a los manifestantes elevando sus
puños. La prensa eligió esta imagen para ilustrar el apoyo de los militares al nuevo Presidente. Al ser
investido el 1º de enero de 2019, Bolsonaro designó a militares para algunos de los puestos más
importantes de su gobierno: Vicepresidencia, Defensa, Ciencia y Tecnología, Minas y Energía y
además, la Secretaría del Gobierno, que tiene a su cargo la relación con el Parlamento. De veintidós
ministros, siete pertenecen al Ejército (en algún caso, de reserva), más que en algunos gobiernos de la
dictadura (1964-1985). ¿Estaremos asistiendo a la formación de un gobierno cívico-militar?

Ruptura y continuidades

Brasil posee las Fuerzas Armadas más poderosas de América Latina (véase “¿Cuántas divisiones?”
). Estas se apoyan en un fuerte complejo militar-industrial y cuentan conthink tanks eficaces. Por su
capacidad de influir sobre la administración y la marcha de la economía –llegando a veces a ejercer
directamente el poder, como en la última dictadura–, la fuerza militar juega un papel decisivo en la
política del país. Su proyecto: defender una visión del desarrollo nacional forjada a lo largo del siglo
XX y que emergió especialmente bajo el gobierno de Getúlio Vargas (1930-1945). Las Fuerzas
Armadas abogaron en esa época por la industrialización, que consideraban decisiva para garantizar la
soberanía geopolítica, y no vacilaron en oponerse a una oligarquía terrateniente, reticente a la
modernización del país. La mayoría de las grandes empresas que hoy constituyen el orgullo de Brasil
fueron fundadas por el Estado en esa época.

Uno de los think tanks del Ejército, la Escuela Superior de Guerra (ESG), constituye su principal
instrumento de influencia política y geopolítica. Fue fundada en 1949 en base al modelo del National
War College de Estados Unidos, país con el que los militares brasileños mantienen un estrecho
vínculo. Este think tank, financiado por el Ministerio de Defensa, formó a más de ocho mil personas
en setenta años, la mitad de ellas civiles. Entre estos últimos, el sitio de la organización se jacta de
contar con grandes empresarios y con “cuatro Presidentes de la República, ministros de Estado y
numerosas personalidades importantes del ámbito político” (1), pero no brinda los nombres.

En 1952, la Dirección del Departamento de Estudios de la ESG fue confiada al general Golbery do
Couto e Silva, experto en geopolítica que formalizó los objetivos de largo plazo de la institución
militar: alianza con Estados Unidos contra el comunismo (aunque esta orientación pro-
estadounidense no impide a los militares privilegiar los intereses nacionales); proyección hacia el
Pacífico, para cumplir el “destino manifiesto” del país, y control de la Amazonia.

El período neoliberal de los años 90 frenó las ambiciones de las Fuerzas Armadas. Aparte de la
inestabilidad política –que a los militares no les gusta nada–, la desaceleración económica impactó de
lleno en la industria militar brasileña, entonces próspera, infligiéndole un golpe del que tardaría en
reponerse, según el analista Joám Evans Pim (2). Hasta ese momento, las exportaciones de
armamento se limitaron al sistema de lanzamisiles Astros II (de Avibras) y el avión Embraer EMB
314 Super Tucano, ambos creados en los años 80. De ahí, sin duda, la alianza en principio antinatural
entre la institución –asociada a la derecha en el tablero político– y el presidente Lula da Silva. Esta
alianza respondió fundamentalmente a la unidad de visiones en relación a la necesidad de que el
Estado recupere un papel activo en la afirmación de la soberanía geopolítica del país.

Por otra parte, la llegada al poder de Lula también marcó una ruptura. A excepción del régimen
militar, ningún gobierno había prestado tanta atención a las preocupaciones del Ejército, en
particular, sobre los asuntos centrales que había enfatizado Golbery do Couto e Silva. El proceso de
integración regional impulsado por el presidente entró en perfecta sintonía, por ejemplo, con la
ambición militar de controlar mejor la región amazónica y proyectar la influencia de Brasil más allá
de sus fronteras, en particular, hacia el Pacífico. Y la creación de la Unión de Naciones
Suramericanas (UNASUR), en 2008, facilitó los progresos de un ambicioso proyecto de desarrollo de
infraestructuras, gestionado a nivel de los estados: construcción de rutas, excavación de canales de
circulación fluvial, tejido de redes de comunicación, etc.

Bajo Lula, por primera vez en su historia Brasil se dotó de una visión estratégica oficial de largo
plazo, que se consignó en un documento titulado Estrategia Nacional de Defensa (END, según el
acrónimo portugués), publicado en 2008. A las ambiciones técnicas, el documento agregó reflexiones
económicas y sociales: “Brasil no será independiente en tanto una parte del pueblo no disponga de
los medios para aprender, trabajar y producir” (3). A semejanza de la ESG, la END considera que la
lucha por la soberanía remite a consideraciones no sólo militares, sino también económicas, sociales
y geopolíticas.

Entre los principales beneficiarios industriales de este proyecto, bajo las presidencias del PT, figura
la empresa Odebrecht. Fundada a mediados de los años 40 como empresa constructora, se diversificó
bajo el régimen militar (4). En 2010, hizo gala del más ostensible dinamismo del sector de la
Defensa. Cercana al partido de Lula, cuyas campañas financió mucho antes de su llegada al poder, la
empresa se encargó de equipar a la Marina para la vigilancia de las riquezas petrolíferas –además de
varios submarinos, la END preveía que la empresa construyera sesenta y dos buques patrulleros,
dieciocho fragatas y dos portaaviones–. Los escándalos de corrupción que hicieron tambalear a
Odebrecht pusieron en riesgo a la mayoría de esos proyectos.

De ahí en más, la END mostró cierto retraso, que se acentuó por la grave crisis económica que
atravesó el país. Antes de 2047, Brasil debería contar con veinte submarinos convencionales, seis
submarinos a propulsión nuclear y un portaaviones, lo cual lo habría hecho poseedor de la mayor
flota del Atlántico Sur. Exhausto, debió olvidar sus ambiciones en casi todos los ámbitos, y el primer
navío nuclear no podrá surcar las aguas antes de 2029 (en lugar de 2023). Por eso, los militares
vieron con buenos ojos la destitución de Rousseff en agosto de 2016, la encarcelación de Lula en
abril de 2018, y luego el triunfo de Bolsonaro.

Más allá del alborozo que gran parte de los militares expresaron entonces, no todas las
preocupaciones desaparecieron. El 4 de enero de 2019, el nuevo ministro de Relaciones Exteriores,
Ernesto Araújo, anunció entre otras cosas que el Presidente “no descartaba” la instalación de una
base militar estadounidense en territorio brasileño: “Deseamos incrementar nuestra cooperación con
Estados Unidos en todos los ámbitos. [La base] formaría parte de un programa mucho más vasto, que
queremos poner a punto con Estados Unidos” (5) –esa puesta a punto se realizará durante la visita del
presidente estadounidense Donald Trump, prevista para marzo de 2019–. Ese mismo día, el anuncio
desencadenó la reacción de tres generales y tres oficiales superiores. Para ellos, ese tipo de acuerdos
solo pueden justificarse en el contexto de una amenaza exterior superior a la capacidad de reacción
de una nación: “En ese caso, el más débil solicitó la ayuda del más fuerte, para hacer frente a las
intimidaciones. Pero estamos muy lejos de una situación así” (6).

La estabilidad bajo amenaza

Dos problemas más se plantean al Estado Mayor: la eventual “politización” de los soldados y la
política de privatizaciones que anuncia la franja más neoliberal del gobierno, conducida por el
ministro de Economía, Paulo Guedes, formado en la Escuela de Chicago.

A solo quince días de la victoria de Bolsonaro, el general Eduardo Villas Bôas, comandante del
Ejército, confesaba a Folha de São Paulo su inquietud en relación a una posible permeabilidad de los
militares a los asuntos políticos. Afirmando su voluntad de “trazar una línea de demarcación neta
entre la institución militar y el gobierno” (7). Pero en abril pasado, el día que la Justicia se pronunció
en relación a Lula da Silva, fue patente la presión que él ejerció sobre el Tribunal Federal Supremo.
Las Fuerzas Armadas permanecerán “atentas a su misión institucional”, alertaba en su cuenta de
Twitter (4-4-18): amenaza apenas velada de golpe de Estado en caso de liberación de Lula.

En sus dichos, el general reivindicaba la “ideología del desarrollo” surgida en losthink tanks
, que valora por su “sentido de la grandeza” y su proyecto para Brasil: “La elección de Bolsonaro
liberó una energía nacionalista que estaba latente y no podía expresarse”, concluía, antes de saludar
el resultado del escrutinio de octubre de 2018 como “positivo”. Sentimiento compartido por el
general Fernando Azevedo e Silva, nuevo ministro de Defensa que considera que su tarea principal
reside en “dar oxígeno a los programas y proyectos estratégicos de las Fuerzas Armadas en su
conjunto” más allá de los “problemas presupuestarios” (8). Es decir, que ya aparece una línea de
fractura entre, por un lado, los núcleos partidarios de la austeridad y el monetarismo del nuevo
gobierno y, por el otro, los sectores militares portadores de una ambición geopolítica que requiere
una forma de intervencionismo de Estado.

Durante la campaña, el entonces futuro ministro de Economía, Guedes, había dado a entender que las
grandes empresas públicas de producción de energía eléctrica podrían privatizarse, aunque Bolsonaro
no manifestó gran entusiasmo. Entre los militares, esa perspectiva suscita preocupación. El proceso
de designación del ministro de Minas y Energía cristalizó las tensiones. Los directivos de las más
grandes empresas privadas de producción y distribución de energía intentaron largamente poner a
uno de los suyos, proponiendo listas de nombres, pero los militares finalmente ganaron, consiguiendo
el nombramiento del almirante Bento Costa Lima Leite.

El destino de Petrobras permanece incierto. Guedes tiene pensado privatizarla enteramente. Aunque
no se haya divulgado ningún plan concreto, hay quienes especulan sobre una venta “por
departamento”, que solo involucraría a algunos servicios de la compañía petrolera (en particular, la
comercialización y distribución). En efecto, una venta en bloque de la mayor empresa del país podría
desencadenar una crisis política, que Bolsonaro, que no cuenta con la mayoría parlamentaria,
procurará evitar. ¿Cómo logrará el nuevo Presidente –de quien nada indica que sea un negociador
especialmente hábil– garantizar la estabilidad del sistema de alianzas que lo sostiene? Esa pregunta
genera intranquilidad más allá de las fronteras brasileñas…

1. “Escola Superior de Guerra inicia curso inédito em Brasília”, Ministerio de Defensa, 27-3-18,
www.defesa.gov.br

2. “Evolución del complejo industrial de defensa en Brasil”, Universidad Federal de Juiz de Fora,
2007.

3. “Estratégia nacional de defesa”, Ministerio de Defensa, Brasilia, 2008.

4. Véase Anne Vigna, “Les Brésiliens aussi ont leur Bouygues”,Le Monde diplomatique, París,
octubre de 2013.

5. Citado por Paulo Rosas, “Chanceler confirma intenção de sediar base militar americana no Brasil”,
UOL, 5-1-19, noticias.uol.com.br

6. Citado por Roberto Godoy, “Oferta de Bolsonaro aos EUA para instalação de base gera críticas
entre militares”, UOL, 5-1-19.

7. “’Bolsonaro não é volta dos militares, mas há o risco de politização de quartéis’, diz Villas Bôas”,
Folha de São Paulo, 10-11-18.

8. “’A política não está e não vai entrar nos quartéis’, afirma futuro ministro”,Correio Braziliense,
Brasilia, 25-11-18.

¿Cuántas divisiones?

Las Fuerzas Armadas brasileñas cuentan con 339.000 soldados y disponen de un presupuesto de
22.000 millones de dólares, es decir, 1,3% del Producto Interno Bruto (PIB). Menos que el promedio
del gasto militar de toda la región latinoamericana (1,6% del PIB en 2016), y en particular, menos
que Colombia (3,4% del PIB), Ecuador (2,2%), Uruguay (2%) y Chile (1,9%).

Con 220.000 personas, el Ejército ostenta el efectivo más importante. Dispone de 581 tanques de
guerra, 469 de ellos pesados y cerca de 100 helicópteros de transporte y de combate.

La Marina cuenta con 60.000 miembros y 100 navíos, entre ellos, cinco submarinos activos, ocho
fragatas, tres corbetas, un portahelicópteros, tres buques de guerra anfibios, cerca de treinta
patrulleros marítimos y otros tantos patrulleros fluviales. También posee alrededor de 80 helicópteros
y una pequeña flota de aviones de combate.
La Fuerza Aérea, con el poder de sus 73.000 militares y 770 aeronaves, supera a cualquier otra fuerza
latinoamericana en términos de efectivos y poder de fuego. Ella es capaz, a través de Embraer, de
fabricar aviones de combate ligeros, como el Super Tucano, del que posee casi 200 unidades.

R.Z.

* Autor, en particular, de Brasil Potencia. Entre la integración regional y un nuevo imperialismo


(Desde abajo, Bogotá, 2012).
Traducción: Patricia Minarrieta
EDICIÓN FEBRERO 2019 | N°236

ISRAEL PIERDE EL APOYO DE LOS JUDÍOS ESTADOUNIDENSES

La profundización de la grieta israelí


Por Eric Alterman*
La evidente sintonía entre Benjamin Netanyahu y Donald Trump oculta otro fenómeno político. Los
judíos israelíes de derecha apoyan la agresiva conducta de ambos gobiernos, mientras que la mayoría
de los judíos estadounidenses de filiación progresista deplora los constantes atropellos de estos
líderes al Estado de Derecho.

Nueva York, 29-9-16 (Drew Angerer/Getty Images North America/AFP)

La lista de invitados a la inauguración de la nueva Embajada de Estados Unidos en Jerusalén, el 14


de mayo de 2018, causaba sorpresa. Junto al Primer Ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, se
encontraban los pastores evangelistas John Hagee y Robert Jeffress. El primero considera que Adolf
Hitler era el “brazo armado de Dios” (1); el segundo cree que todos los judíos están condenados al
infierno. Ambos animan la corriente más favorable a Israel en el seno de la sociedad estadounidense:
la de los sionistas cristianos conservadores (2). Sheldon y Miriam Adelson también estaban
presentes. Esta pareja de magnates del negocio de los casinos es la principal contribuyente del
Partido Republicano, al que le entregó 82 millones de dólares en 2016, y 113 millones para las
elecciones de 2018 (3). Ambos dan cuenta de su apoyo indefectible al gobierno conservador de
Netanyahu. De este modo, Adelson se convirtió recientemente en la editora deIsrael Hayom
, una publicación de propaganda pro “Bibi” (diminutivo de Benjamin) generosamente financiada por
su esposo.

En cambio, entre los asistentes no había judíos progresistas, quienes no habían sido invitados a la
ceremonia. Sin embargo, son mayoría en Estados Unidos: durante las elecciones de mitad de
mandato en noviembre de 2018, las tres cuartas partes de los electores judíos habrían votado por un
candidato demócrata, según las encuestas de opinión realizadas a boca de urna.

Donald Trump y Netanyahu no sólo tienen en común el apoyo de los sionistas cristianos y de la
pareja Adelson. A ambos les encanta justificar sus fracasos recurriendo a teorías de complot.
También se muestran sorprendentemente distendidos ante el aumento del antisemitismo en Europa y
en Estados Unidos. En agosto de 2017, algunos militantes neonazis desfilaban en Charlottesville
mientras cantaban: “No dejaremos que los judíos nos reemplacen”. Uno de los manifestantes
arremetió contra un grupo de opositores antirracistas con su auto y mató a una mujer. A modo de
reacción, Trump se lavó las manos, y explicó que los grupos de extrema derecha también tenían
“gente bien”. Por su parte, el Primer Ministro de Israel esperó tres días antes de reaccionar para luego
contentarse con un tweet lacónico en el que ni siquiera mencionaba el nombre del Presidente
estadounidense. Prefirió dejar que su hijo se dirigiera a la base política, como Trump lo hace a veces
con su hija o su yerno. Los neonazis “pertenecen al pasado. Su raza está en vías de extinción. En
cambio, los delincuentes antirracistas y los de Black Lives Matter que detestan a mi país (y también a
Estados Unidos, en mi opinión) son cada vez más fuertes y empiezan a dominar las universidades y
la vida pública estadounidenses”, declaró en ese momento Yair Netanyahu en las redes sociales.

Más recientemente, cuando un admirador fanático de Trump acababa de asesinar a once judíos en
una sinagoga de Pittsburgh, el 27 de octubre de 2018, algunos representantes del gobierno israelí
acudieron rápidamente al lugar del crimen sin haber sido invitados. Negándose a atribuir cualquier
tipo de responsabilidad sobre el evento a la retórica del odio del Presidente estadounidense, acusaron
una vez más a la izquierda. Naftali Bennett, el ministro de la Diáspora y de la Educación, dirigente de
la Casa Judía, un partido nacionalista ultra religioso, desmintió –sin aportar ningún tipo de pruebas–
las estadísticas de la Anti-Defamation League sobre el aumento del antisemitismo de extrema
derecha desde la entronización de Trump. El cónsul general de Israel en Nueva York, Dani Dayan,
invocó por su parte el antisemitismo (imaginario) del dirigente laborista británico Jeremy Corbyn.
Estas declaraciones iban en contra de la marcha silenciosa organizada por la comunidad judía de
Pittsburgh en signo de protesta contra Trump. También contradecían las palabras que Jeffrey Myers,
el rabino de la sinagoga atacada, pronunciara en un breve sermón, el 3 de noviembre: “Señor
Presidente, los discursos del odio provocan actos de odio. Los discursos del odio provocan lo que se
produjo en mi santuario”.

El crecimiento de la brecha

Como lo demuestran todas las encuestas (4), la brecha se ensancha entre los judíos israelíes, que
instalaron en el poder a un gobierno cercano a la extrema derecha, y sus correligionarios
estadounidenses, siempre más cercanos al campo progresista. La mayoría de los israelíes detestaban a
Barack Obama; hoy adoran a Trump y votan por partidos que apoyan la colonización y la ocupación
sin fin de Cisjordania. Inversamente, una fuerte proporción de judíos estadounidenses apoyaba a
Obama y denuncia la colonización.

Los judíos estadounidenses estuvieron divididos durante mucho tiempo entre su progresismo político
y su deseo de apoyar a Israel. Antes de 1948, la idea de que un “pueblo” judío debía encarnarse
gracias a la fundación de un Estado estaba lejos de ser evidente en Estados Unidos. Era algo que
disgustaba a los judíos acaudalados que habían llegado de Alemania, muy influyentes en los círculos
intelectuales: como miembros de las congregaciones reformistas, desconfiaban del sionismo, porque
consideraban al judaísmo ante todo como una religión y no querían que se pusiera en duda su
patriotismo. Sin embargo, después de 1945, estas reticencias fueron desbaratadas por el genocidio.
Los judíos muy religiosos y tradicionalistas también rechazaban al sionismo, convencidos de que el
advenimiento de un reino hebreo era responsabilidad de Dios, y no de los hombres.

Durante las tres décadas siguientes, se fue construyendo de manera unánime la idea del apoyo a
Israel. Como los judíos estadounidenses disponían de acceso a la palabra pública –periodistas,
intelectuales, dirigentes políticos, artistas, etc.– se pusieron a celebrar sin descanso al nuevo Estado,
relegando a los márgenes a las pocas voces disonantes, como las del lingüista Noam Chomsky o la
del periodista independiente Isador Feinstein Stone (muerto en 1989). Ninguno de los dos dejó de
criticar, durante estas décadas, el modo en que Israel trataba a su minoría árabe, así como su rechazo
absoluto a buscar una solución para la situación de los refugiados palestinos (5).

La victoria israelí de 1967 constituyó un motivo de intensa celebración y hasta de júbilo para los
judíos estadounidenses. Disgustados por los discursos del presidente egipcio Gamal Abdel Nasser
contra Israel, temían la perpetración de un “segundo Holocausto”. Entonces, vieron con buenos ojos
la destrucción de los ejércitos árabes. “[La Guerra de los Seis Días] unió a los judíos estadounidenses
más que nunca, y suscitó un compromiso en muchos judíos que antes no se sentían implicados.
Ningún término de la teología occidental permite explicar este fenómeno. La mayoría de los judíos
experimenta estas emociones sin saber cómo definirlas (…). Es posible que Israel sirva como
catalizador de la lealtad emocional hacia el judaísmo y permita, de este modo, conservar el
sentimiento de la identidad judía” (6), escribía el rabino Arthur Hertzberg dos meses después del
final del conflicto. Una minoría de judíos, en gran parte jóvenes simpatizantes de izquierda, escapó,
sin embargo, a esta tendencia; sin dudas porque adherían a la lectura revolucionaria según la cual
Palestina, Vietnam, Argelia, Cuba e incluso la América negra, participaban del mismo combate
antiimperialista. Pero esta oposición ya casi no tenía resonancia política. No contaba con ningún
representante en las organizaciones profesionales judías ni en las sinagogas, y ni hablar del Congreso
o de la Casa Blanca.
El viento empezó a cambiar en 1977, cuando el Likud, por entonces dirigido por Menájem Beguín,
puso fin a la larga dominación de los laboristas en Israel. Las grandes figuras del Partido Laborista
eran considerados héroes en el seno de la comunidad judía estadounidense. Soldados, universitarios,
fundadores de kibutz, parecían capaces de “hacer florecer el desierto” con una mano y defender a su
país con una ametralladora en la otra. No obstante, Beguín estaba muy alejado de este ideal. Su
formalismo arcaico, su incapacidad para considerar a los árabes con benevolencia –los veía como un
pueblo atrasado–, su apoyo sistemático a los colonos, pusieron fin a la larga luna de miel entre su
país y los judíos estadounidenses.

Discursos e identidad

La invasión del Líbano por Israel, en 1982, y la masacre de los campos de refugiados de Sabra y
Chatila acentuaron aun más la ruptura. Por primera vez, en Estados Unidos, los grandes medios
trataron los eventos de manera desfavorable para los israelíes. Junto a varios rabinos de renombre,The
New York Times condenó el asiento en Beirut durante el verano de 1982. A imagen de Anthony
Lewis, algunos periodistas que se proclamaban judíos, influenciados porLa cuestión palestina
, una obra publicada por Edward W. Said en 1979, multiplicaron las tribunas para defender la causa
palestina. Los diarios progresistas (The Nation oThe New York Review of Books, por ejemplo)
comenzaron a debatir airadamente con publicaciones conservadoras alineadas con la derecha
israelita, comoThe New Republic, entonces dirigido por un incondicional de Israel, Marty Peretz, o
Commentary, una revista que pertenecía al American Jewish Committee, cuyo redactor en Jefe era el
neoconservador Norman Podhoretz. La estrecha cooperación de Tel-Aviv con Sudáfrica y con varias
dictaduras de América Latina –en el plano militar y de la información, principalmente– terminó de
desilusionar a muchos judíos progresistas estadounidenses.

En nombre del apoyo a Israel y de sus propios intereses económicos, los judíos neoconservadores
intentaron con frecuencia persuadir a sus correligionarios de renunciar al voto demócrata.
Preocupado por indicarles a sus compatriotas el buen camino, Podhoretz se preguntaba en 2008 en
Commentary: “¿Por qué los judíos son progresistas?” (7) –una pregunta ya formulada por Milton
Himmelfarb en la misma revista en 1967–. Según él, esta sensibilidad era el resultado de un
problema de comprensión: los judíos estadounidenses habrían tenido dificultades para comprender
cuál era su lugar en la sociedad y serían incapaces de reconocer a los verdaderos amigos de Israel. En
2012, la Republican Jewish Coalition, una organización judía conservadora, lanzó una campaña de
comunicación bautizada “Mis remordimientos”, financiada por Adelson y destinada a convencer a
los judíos estadounidenses de ponerse en contra del Partido Republicano. Pero, una vez más, la
iniciativa no tuvo ningún éxito.
El departamento “Religión y vida pública” del centro de investigación Pew publicó en 2013 la
encuesta más amplia que se haya realizado en torno a los judíos estadounidenses (3.500 entrevistas
cualitativas, 70.000 cuestionarios completados por computadora, etc.) (8). Para definir su identidad
colectiva, una aplastante mayoría de los encuestados citó una combinación de factores: las prácticas
religiosas, el sentimiento de pertenencia a la comunidad, los valores humanistas, la voluntad de
mantener la memoria del Holocausto, la simpatía por Israel, o incluso la comida y el sentido del
humor. Pero nadie evocó la adhesión a las políticas conservadores o a la colonización israelí. Por otra
parte, el apoyo a Israel disminuye año a año, en particular en los judíos de entre 18 y 29 años.

Más generalmente, el centro Pew puso en evidencia un giro de 180 grados entre los simpatizantes
demócratas. En 2001, el 48% de ellos apoyaba a Israel, contra un 18% que se decía favorable a los
palestinos. Actualmente, el 35% está a favor de los palestinos, mientras que el 19% apoya a Israel (9
). Las organizaciones dirigidas por jóvenes judíos estadounidenses, como IfNotNow y J Street U (la
rama universitaria de J Street), reúnen a personas que detestan la ocupación y la colonización al
menos tanto como aman a Israel. Lectoras del diario de izquierda israelitaHaaretz, esperan poder
cooperar con los grupos de defensa de los derechos humanos y de crítica de la ocupación como
Breaking the Silence, The New Israel Fund, B’Tselem, Molad, Peace Now, y la publicación en línea
+972.

Sin embargo, el gobierno de Netanyahu parece pensar que puede prescindir del apoyo de los judíos y
de los progresistas estadounidenses, a quienes considera, a veces, como traidores, y contentarse con
el de Trump y el de la extrema derecha en buena parte del mundo.

1. David Usborne, “McCain forced to ditch pastor who claimed God sent Hitler”,The Independent
, Londres, 24-5-08.

2. Véase Ibrahim Warde, “Alianza fundada en un malentendido”,Le Monde diplomatique, edición


Cono Sur, septiembre de 2002.

3. Devin O’Connor, “Casino tycoon Sheldon Adelson threatens to cut off Republican Party following
midterm losses”, Casino.org, 5-12-18, www.casino.org

4. Véase William A. Galston, “The fracturing of the Jewish people”,The Wall Street Journal, Nueva
York, 12-6-18.

5. La creación de Israel en 1948 estuvo acompañada por el éxodo de más de 700.000 refugiados
palestinos. Véase Micheline Paunet, “La naissance de la question des réfugiés”, en “Palestine. Un
peuple, une colonisation”,Manière de voir, N° 157, febrero-marzo de 2018.

6. Véase Edward S. Shapiro,A Time for Healing : American Jewry since World War II, The Johns
Hopkins University Press, col. “The Jewish People in America”, Baltimore, 1992.
7. Norman Podhoretz,Why Are Jews Liberal?, Random House, Nueva York, 2009.

8. “A portrait of Jewish Americans”, Pew Research Center, Washington DC, 1-10-13.

9. “Republicans and Democrats grow even further apart in views of Israel, Palestinians”, Pew
Research Center, 23-1-18, www.people-press.org

* Periodista.
Traducción: María Julia Zaparart
EDICIÓN FEBRERO 2019 | N°236

SOLIDARIDAD ENTRE AFROAMERICANOS Y PALESTINOS

Pueblos unidos contra la opresión


Por Sylvie Laurent*
En los años 60, al calor de la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos, y con el rechazo a la
Guerra de los Seis Días iniciada por Israel, nació la fraternidad entre afroamericanos y palestinos.
Debilitada en los años 90, la solidaridad entre estas comunidades ha vuelto a afianzarse en los
últimos años.

Militantes del movimiento Black Lives Matter se manifiestan en apoyo al pueblo palestino, Ohio, 17-
7-16 (Adrees Latif/Reuters)

En el corto video en blanco y negro, los rostros oscuros de los oprimidos en lucha se suceden uno
tras otro. Algunos usan rastas, otros un fular o una kufiyya. Todos ellos están unidos por el mismo
mensaje, que proclaman las pancartas: “Dejen de matarnos”, “Devuélvannos nuestra humanidad”.
Las imágenes de Ferguson, Missouri, donde la comunidad negra expresó su indignación ante la
impunidad policial, se alternan con las de los territorios ocupados. Los palestinos sostienen “Black
Lives Matter” [“Las vidas de los negros importan”], mientras que los negros estadounidenses
interpretan la opresión de los palestinos como racismo. La lucha de ambos colectivos tiene algo
común: la compañía estadounidense Combined Systems, que provee de gas lacrimógeno y otras
armas represivas a la policía de Ferguson, también equipa a las fuerzas israelíes de ocupación de la
Franja de Gaza y Cisjordania.

Producida en 2015 y ampliamente difundida en las redes sociales, esta película de tres minutos no
sólo da voz a desconocidos, sino también a importantes figuras del mundo afroamericano: la
militante Angela Davis, por supuesto, autora de un ensayo tituladoLa libertad es una batalla
constante: Ferguson, Palestina y los cimientos de un movimiento (1), pero también el filósofo Cornel
West, el actor y productor Danny Glover (que encarnó a Nelson Mandela para la televisión, en 1997),
la cantante Lauryn Hill e incluso la escritora Alice Walker. La universitaria y abogada Noura Erakat,
impulsora del proyecto, enseña en Estados Unidos y conoce el poder de convocatoria de estas
personalidades, reconocidas por su disidencia. La película, llamadaWhen I see them, I see us [
Cuando los veo, nos veo] es un ejemplo de la solidaridad que existe entre los militantes
afroamericanos y los palestinos (2). Si bien la violencia estatal que padecieron ambos pueblos fue
particularmente fuerte durante los años 2014 y 2015, la historia de su camaradería es antigua y
tumultuosa.

Apoyo y desencuentros

1967, el año de la Guerra de los Seis Días y de la conquista de Cisjordania y Gaza por parte de Israel,
fue crucial para el movimiento estadounidense por los derechos civiles. Este se alejó de la filosofía
de la no violencia y de su arraigo cristiano para reclamar justicia en otro tono. El movimiento y
pensamiento Black Power reanudó sus lazos con el internacionalismo tercermundista y con la
virulencia anticolonial de los militantes negros de las décadas del treinta y cuarenta, ya fueran
comunistas, como Paul Robeson, o nacionalistas, como Marcus Garvey y Malcolm X, quien visitó
Jerusalén en 1957 y Gaza en 1964, y así preparó el terreno para una lucha de liberación transnacional
y cosmopolita. En un ensayo de septiembre de 1964 llamado “Zionist logic” [“La lógica sionista”],
Malcolm X denunciaba el “camuflaje” de la “colonización” israelí, que disfrazaría la violencia de
benevolencia gracias al apoyo estratégico de Estados Unidos, a lo que denominó “dolarismo” (3).

Los dos grupos más importantes del momento, el Student Nonviolent Coordinating Committee
(SNCC) y los Panteras Negras, también pusieron a Israel y Estados Unidos en la picota.
Emancipados del sustrato bíblico de sus ancestros, esos jóvenes militantes de la liberación negra se
alejaron de la simpatía espontánea que los afroamericanos experimentaban por Israel, Tierra Santa y
refugio de un pueblo otrora esclavizado e históricamente martirizado. El Éxodo era una de las
metáforas bíblicas más apreciadas por los Pueblos Negros desde el siglo XVII y la creación del
Estado hebreo les parecía providencial. En este sentido, en 1948, el novelista James Baldwin
escribía: “Los negros más piadosos se consideran como judíos… Esperan al Moisés que los guiará
fuera de Egipto” (4). El Baldwin exiliado, que visitó Palestina en 1961, expresaba la profunda
empatía de los negros estadounidenses por todo pueblo en búsqueda de una patria, un lugar al que
volver, una tierra con sus raíces e historia. Nadie más que un negro estadounidense podía entender la
búsqueda de los judíos por una tierra de libertad. Pero también podía entender lo que la desposesión
y el desplazamiento forzado significaban.

La ocupación de nuevas tierras palestinas en 1967 aniquiló las tendencias sionistas de los militantes
afroamericanos, quienes pasaron de identificarse con la esclavitud de los hebreos a sentirse más
cercanos a los árabes. No deja de resultar irónico el hecho de que, mientras Martin Luther King había
celebrado la creación de Israel, dos de sus mentores, Mohandas Karamchand Ghandi y el ghanés
Kwamé Nkrumah, condenaran públicamente el sionismo en nombre de su combate anticolonial. En
1967, los militantes del SNCC, hijos rebeldes de King, publicaron un llamado a la solidaridad para
con los palestinos.

El antiimperialismo de la nueva generación de militantes negros era, ante todo, un tercermundismo


“etnicizado”, solidario con los pueblos de piel oscura. Esa generación también se percibía como
prisionera de una colonia del interior, y los más nacionalistas reclamaban una solución binacional
para Estados Unidos. Este juego de espejos dio lugar a lo que el historiador Alex Lubin llamó un
“imaginario político afro-árabe” (5). Los Panteras Negras se pusieron rápidamente en contacto con la
Organización para la Liberación de Palestina (OLP); con esa meta, asociar la cuestión palestina al
combate anticolonial, antirracista y anticapitalista parecía oportuno. Asimismo, permitía
universalizar la lucha al incluir a Palestina en la larga historia de dominación colonial y del derecho a
la tierra.

Las acusaciones de antisemitismo contra el SNCC, y luego contra los Panteras Negras, no tardaron
en llegar. Conscientes de que quizás hubiera tendencias antisemitas entre sus militantes, los
portavoces de ambas organizaciones expresaron claramente su posición: antisionista, pero no
antijudía. En 1967, el presidente del SNCC, H. Rap Brown, declaró: “No somos antijudíos ni
antisemitas. Simplemente no creemos que los dirigentes de Israel tengan derecho sobre esa tierra” (6
). En 1970, bajo la pluma de su dirigente Huey Newton, los Panteras Negras también repudiaron las
afirmaciones marginales de algunos militantes y defendieron su internacionalismo revolucionario,
hostil a la supremacía blanca, no a los judíos. Newton reafirmó el derecho a la autodeterminación de
los pueblos sofocados por el militarismo y el “nacionalismo reaccionario” israelo-estadounidense (7).

La coalición entre negros y judíos estadounidenses, determinante durante el período de lucha por los
derechos civiles (1954-1968), pendía de un hilo. No se trataba de una situación de poca importancia.
Desde la creación de la National Association for the Advancement of Colored People (NAACP), en
1909, hasta el compromiso del rabino Abraham Joshua Heschel de marchar junto a Martin Luther
King, el papel de las elites progresistas judías fue esencial en la lucha por la liberación negra (8).

Esta asociación no estuvo exenta de tensiones y las acusaciones de paternalismo –de los judíos
educados hacia los negros oprimidos– eran recurrentes. Sin embargo, el tema palestino marcó un
punto de quiebre. Ya en 1967, en su libro,The crisis of the negro intellectual (9), el ensayista
afroamericano Harold Cruse cuestionaba las premisas de la alianza entre judíos estadounidenses y
negros, según las cuales ambos pueblos eran víctimas de la misma opresión y padecimiento. Los
primeros, afirmaba, tienen el poder y lo ejercen, incluso para pensar “nuestra” emancipación en
“nuestro” lugar. Cruse se pregunta dónde está la empatía por los oprimidos al momento de denunciar
la ocupación israelí en Palestina. “¿Cuál es la posición de los intelectuales judíos de la revista
Commentary sobre el sionismo?”. Los negros que buscan justicia, sostuvo, tendrán que deducir la
legitimidad de la asociación con los judíos estadounidenses en base a la respuesta a esa pregunta.

La mención a la revista neoconservadora señala el deslizamiento, que tiene lugar a fines de los años
sesenta, de una parte de los intelectuales judíos estadounidenses, como Norman Podhoretz, hacia una
doble crispación: a nivel nacional, respecto de los afroamericanos, a quienes retiran todo apoyo; a
nivel internacional, respecto de Israel, al que pasan a defender de manera incondicional. Poniendo en
relación ambas esferas, estos sostenían que el modelo social estadounidense, liberal y universalista
–el mismo que permitió a los judíos americanizarse– se veía amenazado por los detractores del
racismo y la dominación.

Justamente, la polémica generada en Estados Unidos por la Resolución 3.379, que condenaba el
sionismo como una forma de “racismo y discriminación racial” (10) y que la Organización de las
Naciones Unidas (ONU) adoptó en 1975, fue tanto mayor cuanto que tuvo lugar en ese contexto.
Daniel Patrick Moynihan, embajador de Estados Unidos en la ONU, se mostró particularmente
indignado, aunque conocía muy bien los engranajes de la discriminación estatal. Diez años antes,
cuando era un universitario cercano a Lyndon Johnson, había redactado un difundido informe que
promovía políticas sociales ambiciosas a favor de los negros estadounidenses, cuya exclusión social
y estructural había puesto en evidencia. Desde el momento en que se pasó al bando neoconservador,
expresó su hostilidad por los afroamericanos que hablaran del “racismo” de Israel.

La nueva generación

Las repercusiones de la cuestión palestina entre los negros estadounidenses deben leerse a la luz de la
redefinición de las relaciones de fuerza internas que produjo el movimiento por los derechos civiles
en Estados Unidos. A través de ese prisma, los actores replantean cuestiones arraigadas en la larga
historia del país, sobre todo, la naturaleza imperial de la República estadounidense y la exclusión de
las minorías de piel oscura del ámbito de la ciudadanía. Afirmar su apoyo a Palestina equivalía a
proclamar su derecho a la disidencia respecto de esa potencia estadounidense que, después de haber
confiscado la tierra y el poder de los negros, mexicanos e indígenas, multiplicaría su dominación en
Medio Oriente. Conscientes de la resonancia en la historia nacional, en 1968, los judíos y los árabes
estadounidenses emprendieron respectivos movimientos de afirmación política inspirados en el
movimiento estadounidense por los derechos civiles. Es en ese momento, por ejemplo, cuando el
rabino Meir Kahane, fundador de la Jewish Defense League (Liga de Defensa Judía) en 1968 y
futuro dirigente de extrema derecha, evocó el concepto de “Jewish Power”.

El régimen del apartheid en Sudáfrica generó una ferviente movilización en los campus, pero
también en los barrios populares, a través de los militantes que no habían abandonado los guetos. El
poder sudafricano, símbolo de la dominación colonial y capitalista, se apoyaba en el sostén y las
armas provenientes de Estados Unidos e Israel, que se ubicaba cada vez más del lado de los
opresores. Comenzó a hablarse en ese entonces del “apartheid israelí” (11). En contraposición, los
palestinos se convirtieron en miembros de la diáspora de los despojados. Al igual que con Sudáfrica,
los militantes reclamaban un boicot, el oprobio y la desinversión por parte de cualquier institución
estadounidense, desde las universidades locales hasta el Departamento de Estado.

En 1979, el militante por los derechos civiles Andrew Young perdió su puesto de embajador
estadounidense ante Naciones Unidas por haberse reunido con los dirigentes de la OLP el año
anterior. A un James Carter ya irritado por las reticencias de su embajador respecto de su política pro-
israelí, ese gesto le valió la ira de los representantes afroamericanos. James Baldwin replicó en el
semanarioThe Nation, el 29 de septiembre de 1979: “El Estado de Israel no fue creado para la
salvación de los judíos, fue creado para la salvación de los intereses occidentales. […] Los palestinos
están pagando por la política colonial británica del ‘divide y reinarás’ y por el sentimiento de culpa
cristiana que acosa a Europa desde hace más de treinta años”. Sin embargo, como el tema era menos
geopolítico que doméstico, numerosos afroamericanos señalaron el papel de los judíos
estadounidenses en esa renuncia forzada. Las acusaciones de antisemitismo resurgieron con fuerza y
desacreditaron fatalmente la crítica antisionista de los afroamericanos.

La camaradería afro-palestina se debilitó en la década de 1990, a falta de un movimiento radical


negro estadounidense lo suficientemente fuerte. La reorientación de los principales líderes negros
hacia la moderación demócrata, la disolución de los últimos revolucionarios del Partido de los
Pantera Negra y las esperanzas de paz en Medio Oriente tras la firma de los Acuerdos de Oslo, en
1993, fueron más fuertes que las críticas al imperialismo que tanto habían marcado la liberación
negra estadounidense.

La fraternización con los palestinos volvió a renacer en 2015-2016, cuando la revuelta de Ferguson
fue reprimida a pesar de los numerosos crímenes de la policía contra jóvenes negros desarmados que
salieron a la luz. Black Lives Matter retomó la bandera del SNCC y articuló una vez más la cuestión
racial con las lógicas de la dominación mundial. Las redes sociales permitieron que se reavivara esa
solidaridad que había quedado en el letargo: por ejemplo, se creó un grupo de Facebook llamado
Blacks For Palestine (B4P) [Negros por Palestina]. En 2017, el grupo antirracista Dream Defenders
organizó un viaje para llevar artistas negros a los territorios ocupados. Asimismo, se dictaron
conferencias en los campus estadounidenses, donde los llamados a boicotear a Israel generaron
polémica (12).

Si bien estas iniciativas provienen de apenas un puñado de militantes y universitarios, se trata de una
nueva generación que defiende la unión de negros y palestinos en la lucha. Vic Mensa, una joven
joya del rap de Chicago, visitó los territorios ocupados en 2017 y relató su desasosiego en un artículo
de opinión que lleva como título “What Palestine taught me about American racism” [“Lo que
Palestina me enseñó sobre el racismo estadounidense”] (13). Allí describió el brutal efecto de espejo
que le produjo ver cómo un soldado israelí interpelaba a un joven palestino. En un primer momento,
sintió alivio de no ser el sospechoso, pero luego entendió que allá “Los negros son ellos”.

1. Angela Davis, La libertad es una batalla constante: Ferguson, Palestina y los cimientos de un
movimiento, Capitán Swing, Madrid, 2017.

2. “When I see them, I see us”, Black Palestinian Solidarity, www.blackpalestiniansolidarity.com.

3. Malcolm X, “Zionist logic”, The Egyptian Gazette, El Cairo, 17-10-1964.

4. James Baldwin, “The Harlem Ghetto”, Commentary, Vol. V, pp. 165-169 (1948).

5. Alex Lubin, Geographies of Liberation: The Making of an Afro-Arab Political Imaginary, The
University of North Carolina Press, col. “The John Hope Franklin Series in African American
History and Culture”, Chapel Hill, 2014.

6. Citado por Douglas Robinson, “New Carmichael Trip”, The New York Times, 19-8-1967.

7. Huey P. Newton, “On the Middle East”, en To Die For the People, Random House, Nueva York,
1972.

8. Murray Friedman, What Went Wrong? The Creation and Collapse of the Black-Jewish Alliance,
The Free Press, Nueva York, 1995.

9. Harold Cruse, The Crisis of the Negro Intellectual: A Historical Analysis of the Failure of Black
Leadership, Morrow, Nueva York, 1967.

10. Adoptada por 72 países contra 35 (con 32 abstenciones), fue revocada por la Resolución 46/86,
adoptada el 16 de diciembre de 1991. Esta fue una exigencia de Israel para participar en la
Conferencia de Madrid.

11. Véase Alain Gresh, “Regards sud-africains sur la Palestine”, Le Monde diplomatique, agosto de
2009.

12. Véase Alain Gresh, “Cómo espía Israel a ciudadanos estadounidenses”, Le Monde diplomatique,
edición Cono Sur, septiembre de 2018.

13. “Vic Mensa: What Palestine taught me about American racism”, Time, Nueva York, 12-1-18.

* Investigadora asociada en Harvard y Stanford, profesora del Instituto de Ciencias Políticas


(Sciences Po) de París. Autora de Martin Luther King. Une biographie, Seuil, París, 2015.
Traducción: Georgina Fraser.
EDICIÓN FEBRERO 2019 | N°236

LA EXPLOTACIÓN MINERA FINANCIADA POR FONDOS EXTRANJEROS

Armenia de pie contra el extractivismo


Por Jens Malling*
Luego de ganar las elecciones legislativas de diciembre, el primer ministro armenio, Nikol Pachinian,
debe responder a las demandas del movimiento social que lo llevó al poder. En un país devastado por
la minería, la población señala la responsabilidad de las agencias extranjeras de crédito en la
explotación de sus territorios.

Ignacio Iturria, El pasado siempre vivo (Gentileza Museo Nacional de Bellas Artes)

Una gran cicatriz blanca desfigura el paisaje de la región del Lori, en el norte de Armenia. Una ruta
en zigzag desciende a lo largo de un gigantesco agujero en el costado de la montaña: una mina de
cobre a cielo abierto, por encima de la cual se recortan complejos fabriles. En el interior se distingue,
sobre enormes máquinas, el nombre “FLSmidth”. Gracias al apoyo de EKF, agencia nacional de
crédito a la exportación danesa, esta empresa de ingeniería, también danesa, contribuyó de manera
importante a la explotación de la mina de Teghut, que abrió en diciembre de 2014. El fondo
PensionDanmark también invirtió en el negocio 350 millones de coronas danesas, o sea, 47 millones
de euros. Los yacimientos de mineral en esta región se estiman en 1,6 millones de toneladas de cobre
y aproximadamente 100.000 toneladas de molibdeno.

Un hábil mecanismo financiero une EKF y PensionDanmark a FLSmidth, al banco ruso


Vnechtorgbank (VTB) y a la compañía minera armenia Vallex. Ese mecanismo permitió que el
ahorro para la jubilación y los impuestos pagados por los ciudadanos daneses financien actividades
que tienen consecuencias ecológicas y sanitarias desastrosas. EKF, que depende del Ministerio de
Industria, Comercio y Finanzas, trabaja en estrecha colaboración con el Ministerio de Relaciones
Exteriores. Este organismo ayuda a las empresas danesas a garantizar a bajo precio sus inversiones
en el extranjero. En este caso, aportó su apoyo a las aventuras armenias de PensionDanmark y
FLSmidth. Respaldado por la garantía del Estado danés, PensionDanmark aceptó financiar el
proyecto, con la única condición de que Vallex utilice sus 350 millones de coronas danesas para
comprar equipos a FLSmidth, cuyo fondo de pensión posee una parte del capital, por un monto de 45
millones de coronas danesas (6 millones de euros) en 2014. Según el acuerdo, VTB, el banco de la
mina, debía reembolsar los fondos adelantados por PensionDanmark al cabo de diez años.

La pelea por los derechos

Según su sitio, la agencia de crédito a la exportación danesa desplegó todos los esfuerzos para
respetar “las normas y los principios fundamentales” que enmarcan la responsabilidad de las
empresas en el aspecto internacional, en particular los “abordajes comunes” que “enuncian las
normas y los principios comunes relativos a la sustentabilidad ambiental y social para las agencias de
crédito a la exportación” (texto revisado en 2016) en el seno de la Organización para la Cooperación
y el Desarrollo Económicos (OCDE). Además, EKF firmó en 2004 los Principios de Ecuador, un
conjunto de medidas para la gestión de los riesgos adoptado por instituciones financieras, que “define
cómo deben tener en cuenta la sustentabilidad ambiental y social de todo proyecto antes de participar
en su financiamiento”. Cuatro años más tarde, la agencia EKF suscribió el Pacto Mundial, otra
iniciativa que invita a las empresas a adoptar una actitud responsable.

Las asociaciones ecologistas y los habitantes de la región tomaron a EKF al pie de la letra. Desde la
fase de estudio, en el otoño de 2013, el movimiento ciudadano Salven Teghut pide al Ministerio de
Relaciones Exteriores y a la agencia EKF que suspendan su apoyo a las operaciones de
PensionDanmark en Armenia y que pongan un término al compromiso de FLSmidth en la mina de
Teghut. Redactan un llamamiento de veinte páginas, cuidadosamente fundamentado, que detalla
cómo el desastre ecológico anunciado trae aparejadas ya infracciones múltiples a la ley sobre las
expropiaciones y abusos de poder por parte de las autoridades. En la apertura de la mina, en
diciembre de 2014, cuarenta y ocho habitantes de la región hacen una nueva tentativa.
Aparentemente, su petición sigue sin impresionar al gobierno danés.
Los temores de los habitantes resultaron fundados: la apertura de la mina destruyó el medio ambiente
y la agricultura local. Centenares de hectáreas de bosque, que albergan cuantiosas especies en vías de
extinción, fueron taladas. Las aguas usadas y expulsadas contaminaron los cursos de agua
circundantes. “Ya no puedo cultivar mi terreno, que se encuentra en la orilla del río”, se queja Levon
Alikhanyan, de Shnogh. Sin embargo, es la última parcela que le queda después de que Vallex lo
expropiara. De allí en adelante vive mal que bien de la producción de miel. “Los habitantes del lugar
me dijeron que el agua contenía una materia viscosa, de manera que una capa de polvo o de barro se
pega a sus cultivos cuando los irrigan”, admitía en agosto de 2017 Claus Primdal Sørensen, entonces
director de la responsabilidad social de las empresas en EKF, en un diario danés (1). Por otra parte, el
dique que retiene millones de toneladas de desechos tóxicos surgidos de la mina no está hecho a
prueba de terremotos, y amenaza con derrumbarse y destruir el pueblo de Shnogh, donde viven 3.600
personas…

Hubo que esperar a octubre de 2017, después de la publicación en los medios daneses de varios
artículos críticos, para que la agencia de crédito a la exportación decida anular su contrato con
Vallex. En el comunicado que anuncia el retiro de su aporte, EKF se felicita de que eso “no involucra
ninguna pérdida, ni para EKF ni para PensionDanmark, que garantizaron en forma conjunta el
préstamo al banco de la mina”. VTB ya embargó la mina para reembolsar a sus acreedores daneses.
También intenta recuperar la vieja fundición de cobre que se encuentra en Alaverdi, la ciudad vecina,
y que Vallex utiliza como garantía. Aunque los capitales de PensionDanmark hayan sido
garantizados con el dinero del contribuyente danés, el fondo de pensión disimula la amplitud de sus
ganancias: “No suministramos información acerca de la remuneración de los préstamos
individuales”, declara la responsable de la comunicación, Ulrikke Ekelund.

Las agencias de crédito a la exportación (ACE) tienen una reputación de opacidad extrema. Según
European Network on Debt and Development (Eurodad), también mantienen en secreto sus
operaciones financieras, pasadas y presentes, y no comunican sino los montos globales de las
garantías otorgadas y las acreencias recuperadas o impagas. “No podemos responder en detalle a las
preguntas sobre la economía del proyecto –declara Mogens Agger Tang, director de comunicación de
EKF, acerca del caso armenio–. Según la reglamentación nacional, EKF debe garantizar la
confidencialidad de sus actividades comerciales. Nuestros clientes y asociados deben poder
informarnos de su situación económica y comercial sin tener miedo de que esos datos sensibles,
importantes para su economía y su competitividad, sean publicados. Por consiguiente, EKF también
está dispensada de ajustarse a la ley danesa sobre el acceso a los documentos públicos”.
Con el objeto de obtener de la agencia de crédito a la exportación que se retire del proyecto minero,
Salven Teghut y el Frente de Defensa del Medioambiente armenio jugaron la carta del Derecho.
Recurrieron a la institución de mediación y de tratamiento de quejas por la responsabilidad
empresarial, también llamada Punto de Contacto Nacional (PCN) de la OCDE. Con base en
Copenhague para Dinamarca, este tipo de instancia existe en cada uno de los países miembros de la
organización. Ella recolecta y trata las quejas por no respetar a los Principios Rectores de la OCDE
destinados a las empresas multinacionales y a las Decisiones sobre Inversión Internacional y las
Empresas Multinacionales, un conjunto de recomendaciones anexado a la Declaración de la OCDE y
revisado en 2011. Al término de una investigación preliminar, el PCN danés decidió en mayo de
2018 que “las cuestiones suscitadas no merecían un examen más profundo”.

Nada sorprendente para Barbara Linder (2), directora de investigación jurídica en el Instituto Ludwig-
Boltzmann de Viena, que trabaja sobre las ACE desde hace años: “La responsabilidad de estas
agencias hacia las personas directamente afectadas por sus proyectos es todavía inexistente, y las
sanciones por las violaciones a los derechos humanos que cometen en gran medida escasean”. El
PCN depende, como EKF, del Ministerio de Comercio: “Es un caso típico de conflicto de intereses,
que suscita numerosas críticas y que también involucra a los PCN en otros países. Esto pone en
entredicho su independencia”, comenta Linder.

Otra vía jurídica que intentan tomar las asociaciones es el Tribunal Europeo de Derechos Humanos
(TEDH), que tomó conocimiento de ocho casos de expropiaciones ligados a la creación de la mina (3
). “El procedimiento de expropiación para el proyecto minero de Teghut no respetó la ley –afirma el
abogado Karen Tumanyan, que representa a los lugareños–. Mis clientes no se beneficiaron con un
procedimiento equitativo, en violación del Artículo 6 de la Convención Europea de los Derechos del
Hombre” (4). Las asociaciones locales demostraron que el dique que retiene los desechos líquidos
amenazaba con ceder e inundar el pueblo vecino en caso de terremoto. Ellas invocan el “derecho a la
vida, a la libertad y a la seguridad de su persona” enunciado en el Artículo 3 de la Declaración
Universal de los Derechos Humanos. Por último, el hecho de que la mina de Teghut haya
contaminado gravemente los ríos locales infringe el derecho de los lugareños al agua potable,
reconocido como un derecho fundamental por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 2010.
En octubre pasado, el TEDH dictó sentencia en uno de los casos de expropiación, que involucraba un
terreno de menos de una hectárea. Los jueces europeos llevaron la indemnización a 10.000 euros,
muy por encima de los 409 euros inicialmente previstos por el decreto gubernamental. El Tribunal,
sin embargo, consideró que las autoridades locales estaban “mejor ubicadas” para apreciar tal o cual
proyecto como dependiente del interés general, y consideró razonable el argumento del “desarrollo
económico y de las infraestructuras” expresado por el gobierno para justificar la expropiación (5).

La batalla sin fin

La retirada danesa de Teghut, en todo caso, no parece haber desalentado a los inversores extranjeros,
ni a las agencias públicas que los apoyan. Luego de su homóloga danesa, la ACE sueca EKN,
vinculada con la oficina de estudios Sandvik y la sociedad minera Lydian –que, con sede en
Colorado, está registrada en el paraíso fiscal británico de Jersey–, desarrolla un proyecto minero
similar en Djermouk, en la región de Amulsar en el sudeste del país. Así como los daneses querían
extraer cobre, los suecos, por su parte, se interesan en el oro armenio. Tras un largo procedimiento de
autorización, Lydian comenzó los trabajos en 2016 y tenía pensado extraer los primeros quilates
antes de fines de 2018. El proyecto minero es apoyado por los gobiernos estadounidense y británico.
“La explotación minera en Armenia ofrece la oportunidad de diversificar la economía nacional y de
aumentar el número de empleos bien remunerados, pero a condición de que las operaciones sean
llevadas a cabo de conformidad con los grandes principios internacionales de protección del medio
ambiente”, declaró sin reírse el embajador estadounidense en Armenia, un país cuyas exportaciones,
en un porcentaje mayor al 50%, son de metales no férreos y oro.

Y la historia se repite… Los militantes locales suministraron una documentación completa sobre el
impacto negativo de la mina de oro. Como su homóloga danesa, la dirección de EKN ignora esos
llamados. Ya desbloqueó 33 millones de dólares.

Las movilizaciones ambientalistas armenias, sin embargo, adquirieron una dimensión nueva con el
movimiento social de la primavera de 2018 (6), que acarreó la caída del presidente Serge Sarkissian,
seguida del nombramiento de Nikol Pachinian en el puesto de primer ministro, el 8 de mayo, luego
de la victoria de su partido en las elecciones del 9 de diciembre. El alcance de ese momento político
y algunas pequeñas victorias sobre la industria minera (en particular el retiro del financiamiento y el
cierre de Teghut) devolvieron la esperanza a los que se oponen a la mina de Djermouk. En los días
que siguieron volvieron a lanzar la movilización, que pasó de los tribunales a la calle. Desde hace
más de seis meses, habitantes de las comunidades vecinas y militantes ecologistas bloquean las rutas
que conducen al sitio, rechazando con éxito el inicio de la explotación. Una petición, firmada por
3.000 personas, y que se apoya en un procedimiento de iniciativa ciudadana previsto por la
Constitución, fue presentada en diciembre ante el gobierno. “La sociedad Lydian y los precedentes
gobiernos nos ignoraron, trataron de inducirnos a error o de intimidarnos –explican sus signatarios–.
Nosotros pedimos al nuevo gobierno que respete la voluntad del pueblo, y es con esa esperanza como
presentamos esta petición.”

Desde que alcanzó el puesto de primer ministro, Pachinian tuvo el cuidado de no atacar de frente a la
industria minera. En julio viajó hasta Amulsar donde, en una conferencia de prensa, llamó a tomar
una decisión “fundada en los hechos más que en la emoción” (7) respecto del porvenir de la mina de
oro. El gobierno ordenó su propio estudio, con la esperanza de ganar tiempo de ese modo. “Si
tomamos medidas ilegales en este asunto, medidas que pueden parecer lícitas a nuestros ojos pero
que no lo son desde el punto de vista de las relaciones internacionales, corremos el riesgo de tener
graves problemas”, advirtió el primer ministro.

En el caso de que el gobierno decidiera cerrar la mina, Lydian no oculta que va a remitirse al
arbitraje internacional. “No es lo que deseamos –confiaba en el verano de 2018 su director general,
Hayk Aloyan, a periodistas locales–. Se trata del escenario extremo, pero debemos encararlo, porque
tenemos numerosos accionistas” (8). Inmerso en una situación de dependencia económica, el
gobierno armenio teme las consecuencias de semejante decisión. Se expondría a fuertes multas y
alentaría a los inversores extranjeros a buscar otros destinos para sus capitales.

Mientras tanto, los suscriptores (también accionistas) de las inversiones de ahorro para la jubilación
de PensionDanmark siguen preparando su vejez. “EKF beneficia no solamente a las sociedades que
ayuda sino también a toda la economía danesa”, puede leerse en el sitio de la agencia de crédito a la
exportación. Por su parte, generaciones de armenios deberán adaptarse a un medio ambiente
devastado.

1. Arbejderen, Copenhague, 18/20-8-17.

2. Barbara Linder, Human Rights, Export Credits and Development Cooperation: Accountability for
Bilateral Agencies, Edward Elgar Publishing, Cheltenham, 2018.

3. Los ciudadanos armenios pudieron recurrir al Tribunal porque Armenia se asoció al Consejo de
Europa el 25 de enero de 2001.

4. Arbejderen, 25/27-8-17.

5. Caso Osmanyan y Amiraghyan vs Armenia, aplicación n° 71306/11, disponible en


www.hudoc.echr.coe.int

6. Véase Tigrane Yegavian, “La segunda primavera armenia”, Le Monde diplomatique, edición Cono
Sur, junio de 2018.

7. Radio Azatutyun, 6-7-18, www.azatutyun.am

8. Peter Liakhov y Knar Khudoyan, “How citizens battling a controversial gold mining project are
testing Armenia’s new democracy”, Open Democracy (Russia and beyond), 7-8-2018,
www.opendemocracy.net

Escenario minero

Armenia es una de las más pequeñas antiguas repúblicas soviéticas, tanto en el plano demográfico
(3,1 millones de habitantes) como geográfico (29.400 kilómetros cuadrados). Sin embargo, están
censadas treinta y dos minas de metales (oro, cobre, hierro, molibdeno, etc.), de las cuales veinticinco
tienen licencias de explotación en diversas etapas de avance. Además, 479 minas no metálicas gozan
de permisos de explotación. Los productos de la minería representan más de la mitad de las
exportaciones.
El Estado no posee ninguna mina; sus únicos ingresos provienen del abono de las regalías. Los
inversores extranjeros (sociedades de origen alemán, estadounidense, ruso, británico, australiano,
canadiense, chino…) poseen trece de las veinticinco licencias de explotación, mientras que las otras
pertenecen a los oligarcas armenios (1). Es lo que ocurre en Teghut, donde un oligarca local, Valeri
Mejlumyan, posee la mayor parte de Vallex. La compañía minera armenia fue calificada de
“laberinto de evasión fiscal”: en parte está registrada en el paraíso fiscal de Liechtenstein y en parte
en el de Chipre. En la actualidad, las dos más grandes empresas del sector minero son una alemana
(Crominet) y otra canadiense (Dundee Precious Ltd), seguidas por las sociedades rusas Geomining y
Vallex. ?

1. Armine Ishkanian, “Challenging the gospel of neoliberalism? Civil society opposition to mining in
Armenia”, Research in Social Movements, Conflicts and Change, N° 39, Emerald Group, Bradford,
2016.

J. M.

* Periodista.
Traducción: Víctor Goldstein
EDICIÓN FEBRERO 2019 | N°236

EXPROPIACIÓN DE TIERRAS Y RESISTENCIAS CAMPESINAS

Las inconsistencias del gobierno vietnamita


Por Pierre Daum*
En Vietnam, la expropiación de tierras agrícolas destinadas a proyectos industriales, turísticos o
inmobiliarios es moneda corriente. En el corazón de este sistema, vigente desde hace veinte años, se
instala un circuito de corrupción que involucra a altos funcionarios del gobierno y que termina
desdibujando las obras inicialmente pautadas.

Vietnam, 26-11-15 (Alexandre Sattler/Photononstop/AFP)


En abril de 2017, el pueblo de Dong Tam, en la periferia de Hanoi, fue el teatro de un sorprendente
hecho policial. Centenares de campesinos, que protestaban desde hacía meses contra la expropiación
de sus tierras en el marco de un proyecto de construcción inmobiliaria, se atrevieron a secuestrar
durante más de una semana a treinta y ocho policías que habían ido a desalojarlos. En vez de recurrir
a la fuerza para liberar a sus agentes, las autoridades vietnamitas enviaron al presidente del Comité
Popular de Hanoi, Nguyen Duc Chung, a negociar con los que habían tomado los rehenes, quienes
terminaron por soltar a sus prisioneros, a cambio de la promesa de mejores indemnizaciones.

Por sorprendentes que fuesen, tales protestas contra la expropiación de tierras agrícolas destinadas a
proyectos industriales, turísticos o inmobiliarios son moneda corriente. Incluso, según las
investigadoras Marie Gilbert y Juliette Segard, constituyen “la fuente más importante de tensiones
sociales en el Vietnam contemporáneo” (1), y ciertamente la única forma de impugnación política
que la población se siente autorizada a hacer, en un país donde todos los poderes están en manos de
los miembros eminentes del Partido Comunista.

Esta impugnación puede revestir numerosos aspectos. En Nam Ô, en el centro del país, un pueblo
costero famoso por la excelencia de sunuoc-mâm, varias familias se niegan actualmente a abandonar
sus casas para dar lugar a la construcción de un inmenso complejo turístico. Éste absorbería toda la
playa y les impediría continuar con su actividad de pesca, esencial para la fabricación de una famosa
salsa a base de pescado fermentado.

En Saigón, la capital económica, en el sur, el último trozo de vegetación del centro urbano, en el
barrio de Thu Thiem, resiste a que se cubra todo con hormigón desde hace veinte años. Un puñado de
tercos cultivadores multiplican las acciones en la Justicia contra el decreto de expulsión del que son
objeto, arguyendo que no se respetaron todos los procedimientos legales de expropiación; y, en
efecto, son numerosos, dado que las leyes de la propiedad inmueble en Vietnam tienden a apilarse.

Los medios, sin embargo, se hacen eco de una parte de esos movimientos, sobre todo cuando un
responsable del partido se desplaza para buscar un arreglo con los recalcitrantes. Otras informaciones
aparecen a diario en Facebook, que a los vietnamitas les encanta (el país cuenta con más de 30
millones de inscriptos, sobre una población de 95 millones). “Y todavía –comenta la Sra. Ly,
periodista en la televisión estatal, Vietnam Televisión (VTV)– lo que se percibe no representa más
que una parte del fenómeno. Muchos casos de impugnación campesina pasan totalmente
inadvertidos.” Porque las condiciones de investigación son peligrosas. Muchos investigadores y
periodistas nos advirtieron: “No vayan a tal pueblo, la tensión es demasiado fuerte, ¡la policía los va
a arrestar!”. Otros se negaron a encontrarse con nosotros.

El tema es tanto más sensible cuanto que esas expropiaciones entran en contradicción frontal con un
discurso comunista siempre muy presente. “Es prácticamente imposible obtener datos numéricos
–lamenta Danielle Labbé, investigadora en urbanismo en la Universidad de Montreal, que trabaja
desde hace quince años en este tema–. Supongo que las autoridades se abstienen de producirlos, por
miedo a revelar la amplitud del fenómeno.”

La cuestión de la expropiación de las tierras agrícolas se ha vuelto central en Vietnam, porque se


encuentra en el corazón del modo de desarrollo que escogió el país hace treinta años. En 1986,
convencidos del fracaso de una economía centralizada de tipo soviético, puesta en marcha en el
Norte en los años cincuenta, y luego en el Sur después de la reunificación en 1976, los dirigentes
lanzaron un vasto programa de reformas económicas llamado doi moi (“renovación”): desaparición
progresiva de las cooperativas agrícolas, introducción de la noción de ganancia en las empresas
públicas, autorización de crear empresas privadas y apertura a las inversiones extranjeras (2).

En la urgencia de alimentar al pueblo, las primeras medidas recayeron en el desmantelamiento de las


granjas colectivas, cuyas tierras fueron distribuidas de manera equitativa a una población todavía
esencialmente campesina. “El efecto positivo apareció muy rápidamente –relata Tran Ngoc Bich, ex
economista en el Centro Nacional para la Investigación Científica (CNRS)–. En un lapso de tres años
la escasez alimentaria desapareció, y el país logró producir más arroz del que consumía.” Sin
embargo, esa apertura a la economía de mercado no trajo aparejado ningún cuestionamiento de
ciertos principios, como el de la propiedad común de la tierra. En todas las leyes adoptadas desde
entonces sobre la propiedad inmobiliaria se reafirma que el Estado sigue siendo propietario, “en
nombre del pueblo”, del conjunto de las tierras. Cosa que hoy le permite “recuperarlas” (es el
término empleado) mucho más fácilmente.

Incluso si se sienten propietarios, los campesinos en verdad no poseen más que un derecho de uso
agrícola (y únicamente agrícola), inscrito en una “libreta roja”. No obstante, cada uno puede vender
una parte o la totalidad de su derecho de uso. En su defecto, sus hijos lo heredarán. Por otra parte, el
Estado conserva el monopolio del cambio de asignación de las tierras, y es el único que puede
hacerlas pasar de un uso agrícola a un uso industrial o inmobiliario. Incluso si existe un
procedimiento consultivo que hay que respetar, la ley hace que los altos funcionarios sean casi
omnipotentes para la validación de los proyectos.
En un segundo tiempo, con la apertura a la economía de mercado, el levantamiento del embargo
estadounidense en 1994 y la entrada en la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2007, se
trata “de pasar de una agricultura de subsistencia, que ocupa a la gran mayoría de la población, a una
economía industrial y terciaria”, explica Vu Dinh Ton, decano en la Universidad de Agricultura de
Hanoi. En 1995, la agricultura ocupaba todavía al 80% de la población activa, contra el 40% en la
actualidad. En 1988 el sector agrícola suministraba el 46% del producto interno bruto (PIB), contra el
15% en 2017.

Especulación y corrupción

Para los dirigentes vietnamitas, “modernización” y “desarrollo” se han convertido en palabras clave.
“Pero se presenta un problema de geografía”, prosigue el universitario. Como los dos tercios de la
superficie del país están ocupados por montañas y altiplanos, las tierras utilizables para la
“modernización” son escasas, por estar muy densamente pobladas y ya en gran medida utilizadas
para la agricultura. El gobierno, por lo tanto, decidió transformar vastos terrenos agrícolas en zonas
de desarrollo urbano (en los barrios periféricos de los centros urbanos) (3), industrial (alrededor de
las ciudades y a lo largo de las grandes rutas viales) o turístico (a lo largo de los tres mil kilómetros
de costas), en detrimento de la agricultura tradicional y de los millones de familias que viven de eso.
“En el espíritu de los dirigentes, ese mundo pertenece al pasado”, subraya Danielle Labbé. Desde
hace veinte años, las leyes sobre la propiedad inmobiliaria invitan a las empresas –ya sean estatales,
privadas o extranjeras– a presentar proyectos de desarrollo a las autoridades, que se encargarán, si los
validan, de poner tierras a su disposición. “A cambio –explica Sylvie Fanchette, geógrafa en el
Instituto francés de Investigación para el Desarrollo (IRD) y especialista en Vietnam–, la empresa se
compromete a crear empleos destinados a los campesinos expropiados y a realizar trabajos de
infraestructura (puentes, rutas, hospitales, escuelas, etc.) que el Estado, que sigue siendo pobre, no
está en condiciones de financiar.”

“En el papel, semejante política puede justificarse”, estima Nguyen Van Phu, economista y director
de Investigación en el CNRS. Por otra parte, cierta cantidad de campesinos expropiados salieron
ganando, como Dang Van Bien. Nos reunimos con él en su bella y flamante casa en Viem Dong,
antiguo pueblo agrícola detrás de una playa que se extiende entre la gran ciudad de Da Nang y el
muy turístico pueblo de Hoi An, en el centro del país. Una playa hoy totalmente de cemento, y
privatizada por los más grandes nombres de la hotelería de lujo internacional: Four Seasons, Hyatt,
Pullman, Sheraton, etcétera.

“Cuando el gobierno vino a tomar nuestros arrozales, hace quince años, para transformarlos en
canchas de golf, nos opusimos (4) –cuenta el anciano, veterano de la ‘revolución’ contra los
estadounidenses–. Pero hay que decir que nos proponían un precio irrisorio: 200.000 dongs
[alrededor de 7 euros] el metro cuadrado, ¡mientras que hoy vale cien veces más!”. Obligados a
ceder, los lugareños de todos modos pudieron conservar cada uno una pequeña parcela, transformada
en terreno para construir. “De los cuatro mil metros cuadrados que yo poseía, me dejaron dossao (5
) [720 metros cuadrados]. Vendí uno a buen precio y, con el dinero, construí mi casa en el otro”.

Uno de los hijos de Dang trabaja para la administración local; el segundo es obrero en la fábrica de
calzados Rieker, una marca suiza de origen alemán instalada a algunos kilómetros en el interior de
las tierras, que emplea a dieciséis mil personas. “Él gana 5 millones [185 euros] por mes, está muy
contento. Más que con el arroz, y sobre todo ¡mucho menos cansador!”. Él mismo percibe una
jubilación de funcionario de 4,5 millones de dongs (165 euros) por mes, a los que se añaden los 2
millones (75 euros) de su pensión de ex combatiente. “En el pueblo, finalmente todo el mundo está
contento. Los jóvenes tienen una moto y pueden ir a divertirse a la ciudad. Y nosotros, los viejos, ya
no estamos obligados a trabajar en los campos, a chapotear en el barro y a que nos devoren las
sanguijuelas. Nos quedamos en el bar jugando a las cartas.”

Alrededor del pueblo de Viem Dong, el paisaje sufrió un cambio espectacular. Se acabaron los bellos
arrozales que se extendían hasta perderse de vista. Solo subsisten inmensos terrenos baldíos, en
espera de nuevas construcciones. Cada cien metros se levanta una barraca que alberga a un agente
inmobiliario dispuesto a vender una casa de ensueño. Precio del terreno: 1.000 euros el metro
cuadrado. ¿Cuándo van a empezar las construcciones? “No sé –nos responde uno de ellos–. La
mayoría de la gente compra parcelas con el objetivo de revenderlas cuando haya aumentado el
precio. La parcela que están viendo no valía más que 500 euros hace dos años; hoy vale el doble.”

Llegamos aquí a una de las mayores derivas engendradas por esta política de construcción a rabiar: la
especulación. Como las tierras son tan escasas, los inversores rápidamente comprendieron que sería
más provechoso no realizar los proyectos prometidos a las autoridades, o no realizar más que una
parte, y revender los terrenos recortados en parcelas, tras haber obtenido el precioso documento que
modifica el uso de la parcela, haciéndola pasar del estatuto de terreno agrícola al de terreno para
construir. “¡Es un escándalo! El gobierno nos saca nuestra tierra a una tasa de indemnización muy
baja explicándonos que es un terreno agrícola, y la revende cien veces más caro cambiando su uso.
¡Es inaceptable!”, se enfurece la Sra. Nhung. La vemos en su casa, en el pueblo de Duong Noi, a una
hora de ciclomotor del centro urbano de Hanoi, en una de esas lejanas periferias poco a poco
conquistadas por el hormigón. Desde hace ocho años, todo el pueblo está en contra del proyecto de
construcción de un inmenso barrio con casas y apartamentos de lujo; también se prevén un hospital y
una escuela… en teoría. “Nos proponen 270.000 dongs [10 euros] el metro cuadrado, y ahora las
primeras parcelas del nuevo barrio ya se venden a ¡30 millones [1.100 euros] el metro cuadrado!”.

Negativa a cobrar las indemnizaciones, acciones en la justicia, peticiones, marchas hasta el centro
urbano de la capital, sentadas ante el edificio del comité popular, concentración ante las excavadoras
para impedir el inicio de las construcciones, mensajes en Facebook: los habitantes de Duong Noi lo
probaron todo para hacer oír sus voces. Esta vez, la reacción de las autoridades fue de una extrema
violencia. Como lo muestran videos posteados en Internet, centenares de policías coparon el pueblo,
golpeando a los manifestantes a bastonazos, mientras que una excavadora atacaba a la multitud,
hiriendo a una manifestante, que se salvó después de varios días de hospital.

“En 2014 la policía me detuvo cuando me dirigía a una manifestación –cuenta el padre de la Sra.
Nhung, un anciano de unos sesenta años–. Pasé dieciocho meses en prisión por ‘alteración del orden
público’”. Y este veterano de la guerra contra China, en 1979 (6), agrega: “En mi juventud era
natural tomar las armas: luchábamos contra un enemigo extranjero, había que salvar a la patria. En la
actualidad es horrible, debo luchar contra mi propio país. Porque el gobierno está podrido por dentro”.
Todos nuestros interlocutores, ya sean campesinos, profesores de universidad o simples empleados,
coinciden en afirmar que la corrupción se encuentra en el corazón de este movimiento de
urbanización intensiva que atraviesa Vietnam, y que eso explica todas las desviaciones. ¿Cómo
justificar la facilidad con la cual los inversores obtienen derogaciones para transformar sus proyectos
iniciales (una fábrica finalmente se convierte en un conjunto de mansiones), para no realizar todas las
infraestructuras prometidas inicialmente o para ignorar sus obligaciones ambientales?

Esa corrupción de los altos funcionarios que cobran muy caro sus preciosos sellados es estructural:
numerosos actores del mercado inmobiliario son empresas estatales “accionarias”, cuyos poseedores
son altos responsables del partido o mantienen lazos muy estrechos con miembros de la elite
comunista. Por lo que respecta a los actores privados, vietnamitas o extranjeros,a priori es muy difícil
probar la existencia de una corrupción clásica, en forma de sobres o de regalos lujosos. Investigadora
en la Universidad de Chicago, Kimberly Kay Hoang, sin embargo, logró reunir las confidencias de
un centenar de actores vietnamitas y extranjeros. El resultado es contundente, y prueba con fuerza la
amplitud del fenómeno (7). “En este país, todo está en las relaciones que llegues a crear –explica uno
de ellos–. Los ganadores [en el mercado inmobiliario] son aquellos que conocen a las personas con
las cuales jugar. Y para jugar debes pagar. Sobornas a alguien para conseguir la tierra, y luego pagas
cada vez que vienen a inspeccionar tu construcción”. “Nadie respeta la ley en este país. La única
manera de hacerse de dinero es conocer a la persona conveniente”, afirma otro de ellos. O incluso,
agrega otro: “Cuando venís de Occidente creés que está mal pagar a un funcionario. ¡Pero eso es lo
que pasa en Vietnam! Un alto funcionario no gana más que 200 o 300 dólares por mes. ¿Cómo se
puede vivir con eso? Nosotros le pagamos simplemente para que haga su trabajo…”. En la
clasificación según el nivel de corrupción (desde el más pequeño al más grande) establecida por
Transparency International, por otra parte, Vietnam figura en la posición 107 (sobre 180 países).

Motivos de furia

Conscientes de que políticos y funcionarios corruptos les roban sus tierras, los campesinos se ponen
todavía más furiosos cuando descubren que ni ellos ni sus hijos obtienen los empleos prometidos, ya
sea porque la fábrica o el complejo hotelero prefieren contratar a otros empleados, tal vez más
calificados, o porque el proyecto creador de empleos se transformó en terreno especulativo. “De
todos modos –enfatiza Dao The Anh, agroeconomista en la Academia vietnamita de Ciencias
Agrícolas–, la industria vietnamita sigue siendo incipiente, y en ningún caso puede absorber a todos
esos nuevos campesinos sin trabajo.”

Otro motivo de furia: la contaminación. En el pueblo turístico de Sam Son, en la costa norte, los
pescadores pelearon mucho tiempo para conservar trescientos metros de playa con el objeto de
guardar sus barcos, cuando una de las más grandes empresas del país, el grupo FLC, se aprestaba a
construir un gigantesco complejo turístico frente al mar, con hotel cinco estrellas incluido, mansiones
individuales y cancha de golf. El establecimiento abrió después de dos años, “pero seguimos
manifestando ante el comité popular, porque sus alcantarillas se derraman directamente en el mar
–explica un grupo de pescadores que encontramos en la playa–. Hoy en día hay menos peces, y los
que quedan están enfermos”.
Si en sus contratos las compañías siempre se comprometen a respetar el medio ambiente, los casos de
polución son cuantiosos en un país donde, para obtener un certificado de conformidad, basta con
deslizar un sobre al inspector que viene a verificar su instalación, o regalar una cartera de lujo
Hermès a la esposa de su superior, como en uno de los testimonios recogidos por Kimberly Kay
Hoang. En 2016, el descubrimiento en la costa de Hué de miles de peces muertos, a causa de los
desechos de la acería taiwanesa Formosa, acarreó una ola de manifestaciones en todo el país. El
gobierno, que había concedido cláusulas muy ventajosas a la empresa taiwanesa, prometió “castigar
con severidad” a los culpables de ese desastre. Pero la ausencia de una prensa independiente alimenta
todos los rumores: “Se dice que muchos dirigentes locales cobraron sobornos –afirma la Sra. Lien,
universitaria jubilada, muy activa en Facebook–. ¡Pero lo peor es la invasión china! Detrás de las
grandes empresas vietnamitas se oculta dinero chino. Ellos compran partes enteras de nuestras costas,
que son lugares estratégicos para nuestra defensa nacional. Y si el gobierno no dice nada,
¡evidentemente es porque reciben sobres abultados!”. Tales comentarios, naturalmente inverificables,
abundan en las conversaciones privadas y en las redes sociales.

Las consecuencias de esta política de desarrollo fundada en una urbanización a ultranza, pervertida
por una corrupción generalizada, no se limitan a las rebeliones campesinas o a una reactivación del
miedo ancestral al “invasor chino”. “Todo el Vietnam habitado se encuentra muy cerca del nivel del
mar –recuerda Sylvie Fanchette–. El río Rojo, en Hanoi, corre a veces por encima de la llanura.
Cubrir de hormigón de tal modo los suelos debería acompañarse absolutamente de un enorme
esfuerzo de drenaje; pero esto no ocurre de ninguna manera. Hoy, el más mínimo monzón un poco
violento puede provocar terribles catástrofes”. Según la organización no gubernamental
GermanWatch, la fragilización creciente de su ecosistema pone en la actualidad a Vietnam en quinta
posición en la lista de los países más vulnerables a los cambios climáticos.

Frente al descontento de los campesinos expropiados, las autoridades comienzan generalmente por
una fase de diálogo. Los habitantes del pueblo involucrado son invitados a reunirse con algunos
miembros intermediarios del partido, que se dirigen a ellos siempre en el mismo modo, muy
paternalista: “Tienen que ser razonables. Les pedimos que armonicen los intereses del Estado, los de
la empresa y los de ustedes. Ninguna de las tres partes debe ser privilegiada. Obremos todos juntos
en la modernización del país. Sean comprensivos. Las autoridades del distrito defienden los intereses
de los habitantes” (8). Si bien estas palabras no satisfacen mucho a los manifestantes, el poder puede
contar con el apoyo de una clase media en pleno crecimiento –el 13% de la población hoy, y debería
alcanzar al 20% en cinco años–, que sin demasiados problemas de conciencia aprovecha la situación.
Uno de los símbolos más impactantes de esto es el Ecopark, el nuevo barrio elegante de la capital,
construido después de años de resistencia por parte de los antiguos lugareños, finalmente echados a
bastonazos por la policía. “Un día, la señora que hace la limpieza en mi casa me explicó que nuestra
casa estaba construida en el emplazamiento de la pequeña granja de la que ella fue expulsada
–confiesa ruborizándose la Sra. Phuong, joven burguesa propietaria de una pequeña cadena de
florerías, instalada desde hace dos años en una casa de 190 metros cuadrados con jardín–. Tuve un
poco de vergüenza, pero ¿qué puedo hacer?”. Thanh, treintañero responsable de una empresa de
comunicación, se expresa sin reservas: “Para mí, esos campesinos son obstáculos al progreso. Si
queremos desarrollarnos, debemos aceptar algunos daños colaterales”.
Depredación y represión

Vietnam es consentido por las grandes democracias occidentales, que admiran su tasa de crecimiento
anual de 6 a 7% desde hace veinte años (9), con éxitos reales en materia de reducción de la pobreza:
según el Banco Mundial, la parte de la población que vive bajo el umbral de la pobreza (estimado en
3,50 dólares por día) pasó del 60% en 1990 a menos del 10% hoy. A partir de entonces, la
depredación de las tierras no está cerca de detenerse. Al permitir que la elite local se enriquezca
rápidamente, derrama al mercado del empleo a centenares de miles de jóvenes campesinos sin
formación, felices de enrolarse en empresas internacionales (en los campos textil, electrónico (10
) y ahora automotor) que se instalan en Vietnam precisamente para aprovechar semejante mano de
obra.

A pesar de su amplitud, las resistencias campesinas siempre terminan por perder la batalla; a lo
sumo, pueden lentificar ciertos proyectos. Desparramados a través del país, sin posibilidad legal de
organizarse en un movimiento, los recalcitrantes se muestran ridículamente débiles frente al poder
coercitivo del Estado. Como los medios están todos rigurosamente controlados por el poder, solo
Facebook tendría hoy la capacidad de unificar las resistencias en una movilización nacional, o
incluso regional. El poder tiene conciencia de esto, y encarcela a ciudadanos a diestra y siniestra
únicamente por sus actividades militantes en Internet. En abril de 2018, Amnesty International
censaba “por lo menos 97 prisioneros de opinión”, una cifra que la organización consideraba
“ciertamente muy por debajo de la realidad”. A partir del 1º de enero de 2019, una nueva ley obliga a
las plataformas de la Web a retirar en veinticuatro horas todos los comentarios considerados como
una “amenaza para la seguridad nacional”.

1. Marie Gibert y Juliette Segard, “L’aménagement urbain au Vietnam, vecteur d’un autoritarisme
négocié”, Justice spatiale, N° 8, julio de 2015, www.jssj.org

2. Véase Martine Bulard, “El segundo taller del mundo”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur,
Buenos Aires, febrero de 2017.

3. Véase Xavier Monthéard, “Los rascacielos devoran los arrozales”, Le Monde diplomatique,
edición Cono Sur, Buenos Aires, abril de 2010.

4. La resistencia de los lugareños de Viem Dong fue objeto en 2009 de un documental, À qui
appartient la terre??, realizado por Doan Hong Lê y difundido en Francia por los Ateliers Varan.

5. Vieja unidad de medida de la tierra.

6. Guerra desencadenada por China, que ingresó por el norte de Vietnam el 17 de febrero de 1979;
terminó un mes más tarde, el 16 de marzo.

7. Kimberly Kay Hoang, “Risky investments: How local and foreign investors finesse corruption-rife
emerging markets”, American Sociological Review, Vol. 83, N° 4, Los Ángeles, agosto de 2018.

8. Extracto del film de Doan Hong Lê À qui appartient la terre??. Eso es lo que dice el vicepresidente
del distrito de Viem Dong.

9. Véase Jean-Claude Pomonti, “Ébullition vietnamienne”, Le Monde diplomatique, París, febrero de


2007.

10. Vietnam es el segundo exportador de celulares del mundo, y más de la mitad de los smartphones
de la marca Samsung son ensamblados allí. “Why Samsung of South Korea is the biggest firm in
Vietnam”, The Economist, Londres, 12-4-18.

Discurso vs. práctica

Las contradicciones

En Vietnam, el capitalismo más brutal, ilustrado por la arremetida sobre las tierras campesinas, hace
buenas migas con una propaganda comunista siempre muy presente. En los edificios, en las calles y
en el borde de las rutas siguen flotando estandartes con fondo rojo, con la hoz y el martillo, a veces
ilustrados con la cara de Ho Chi Minh, sobre los cuales están inscritos eslóganes que supuestamente
justifican la política de urbanización decidida por el partido: “¡Desarrollar el espíritu revolucionario,
realizar victoriosamente la industrialización, la modernización y la integración internacional del
país!”. O incluso: “¡Todos juntos para realizar el objetivo: un pueblo rico, un país fuerte, una
sociedad equitativa, democrática y civilizada!”. Algunas palabras se repiten sistemáticamente. “El
término ‘capitalismo’ sigue teniendo connotaciones muy negativas –explica Pham Duc Thang, joven
urbanista que enseña en la Universidad Politécnica de Ciudad Ho Chi Minh–. Por lo tanto, está
prohibido. En su lugar, el partido utiliza las palabras ‘desarrollo’, ‘modernización’ o ‘integración
internacional’”.

También se repite el término “civilización”. “Detrás de esta palabra –comenta el economista Nguyen
Van Phu– hay que entender el modelo de Singapur o de Japón: comportarse con cortesía, no salir a la
calle en pijama, no escupir en el suelo. En el imaginario vietnamita, estos comportamientos ‘no
civilizados’ pertenecen a nuestro pasado de campesinos, del que tratamos de salir”. Las casas bajas e
irregulares, como los comercios callejeros, no pertenecen a la urbanización “civilizada”. “Las masas
campesinas, incluso si padecieron expropiaciones, admiran esos grandes conjuntos de hormigón que
en este momento crecen en todas partes –explica la investigadora Danielle Labbé–. Para ellas, la
tierra y los arrozales no tienen nada de romántico ni de encantador. Eso evoca el barro, las
sanguijuelas, la fatiga y la pobreza.”

Una gran parte de los vietnamitas, sobre todo en el seno de las nuevas generaciones, no prestan
atención a esos eslóganes. “En cambio, yo sé que mis padres siguen influidos por ellos –admite Ly,
saigonesa de 28 años que trabaja en el campo de la moda–. Hay que decir que para informarse no
tienen más que los medios estatales. Esto provoca discusiones a menudo conflictivas”. Para difundir
sus mensajes, el partido –que cuenta con 4,5 millones de miembros– también se apoya en una vasta
red de instituciones y de organizaciones de masa: la policía (1,2 millones), el ejército (5 millones) y
el Frente de la Patria, que a su vez agrupa varias asociaciones de mujeres, de veteranos, de
trabajadores, de jóvenes, etcétera (1).

A la inversa, los campesinos expulsados de sus tierras están dispuestos a denunciar las
contradicciones entre los discursos y los actos de sus dirigentes. “En principio, el comunismo es para
el bien del pueblo, ¿no?”, cuestiona una habitante de Thu Thiem, en Ciudad Ho Chi Minh. Por su
parte Mien, cuya madre se pasó cuatro años en prisión por haber manifestado frente a las
excavadoras en Duong Noi, recuerda: “Durante la guerra contra los franceses Ho Chi Minh sumó a
los campesinos miserables prometiéndoles que les devolverían sus tierras, expoliadas por los
colonizadores. ¡Y hoy, el que nos las roba es el Partido Comunista!”

En algunos pueblos rebeldes a las expropiaciones, la célula del partido puede tomar la decisión de
colgar una banderola roja sobre la casa de una familia considerada como particularmente activa en el
movimiento, con la inscripción: “Traidores a la patria”.

1. Benoît de Tréglodé (dirección),Histoire du Vietnam de la colonisation à nos jours, Éditions de la


Sorbonne, col. “Libres cours”, París, 2018.

P. D.

* Periodista.
Traducción: Víctor Goldstein
EDICIÓN FEBRERO 2019 | N°236

EL DESARROLLO CAPITALISTA DE CHINA EN FASE IMPERIALISTA

América Latina en la mira


Por Eduardo Daniel Oviedo*
Desde hace años la presencia económica de China en América Latina no deja de crecer. Pero los
cambios políticos en la región resquebrajaron el consenso y debilitaron la belle époque de la
interdependencia chino-latinoamericana.

Buenos Aires, 10-8-16 (Enrique Marcarian/Reuters)

Debatir sobre la hegemonía china en América Latina requiere comprender el rol de este país a nivel
global y cómo la región se integra a su exitoso modelo de crecimiento. El factor económico, primero
comercial y luego financiero, es eje de la hegemonía china en la región. Ésta es uno de los ámbitos
geográficos donde colisiona con Estados Unidos y las potencias europeas. De hecho, desde inicios
del siglo XXI, América Latina aprendió a convivir con el G3, al cual se añaden las influencias de
Japón, India, Rusia y el indiscutido rol de pequeño hegemón que Brasil cumple en Sudamérica. Para
salir de esta situación pasiva, la región debe coordinar las voluntades estatales y anclar un modelo
democrático de modernización.

¿Qué busca China?

Con su ascenso pacífico, China logró cambios en el orden internacional, dado que es la segunda
economía del mundo. Sin embargo, no ha conseguido cambiar de orden, es decir, pasar de la pax
americana a la pax sínica (u otra clase de orden con o sin primacía china). Porque aun carece de la
fuerza y el consenso necesarios para hacerlo. Menos podría cambiar el sistema. Desde el punto de
vista teleológico, estamos tentados a pensar que China busca la venganza del “siglo de la
humillación” y, bajo preceptos de una sociedad civil confuciana y un gobierno ateo, eliminar el
sistema westfaliano e imponer otro sistema. Esta es una tarea casi imposible, por la capacidad de
resistencia que cuenta el sistema; pues China debería reemplazar algunos de sus componentes
principales, es decir, las unidades, la estructura de poder y el principio de coordinación interestatal
que por definición conforman el sistema internacional.

Hasta el presente no existe unapax sínica ni unrevival del sistema tributario chino. Sin embargo, su
ascenso es relevante e ingresa en la etapa de desafío de lapax americana, aunque factores internos,
como la cuestión de Taiwán, limitan la capacidad de acción a resolver previamente el problema de la
unidad nacional. Concretar la unidad china, de la misma manera que en el siglo XIX se hablaba de la
unidad italiana y la unidad alemana, es hoy el objetivo central de su política exterior. Se especula que
la reelección indefinida de Xi Jinping tiene como objetivo resolver esta cuestión.

Un vínculo asimétrico

Los países latinoamericanos no reconocieron a la República Popular China (RPCH) tras su creación
en 1949. Toda la región apoyó la solidaridad hemisférica esgrimida por Estados Unidos frente a la
expansión comunista. Una unidad que comenzó a resquebrajarse en 1960 cuando China estableció
relaciones diplomáticas con Cuba y, una década después, con Chile. Al año siguiente, Richard Nixon
abandonó dicha solidaridad al anunciar su viaje a China, al tiempo que este país cambiaba la
representación política en Naciones Unidas. Desde entonces, una tendencia de reconocimientos
contantes y crecientes hacia la RPCH continúa hasta el presente. En la actualidad, diecisiete países en
el mundo reconocen a Taiwán; nueve de ellos, son de América Latina.

Resuelto en parte el problema del reconocimiento, la modernización económica iniciada en 1978 dio
paso a la fase de atracción comercial. Esta estrategia había comenzado en la década del cincuenta del
siglo XX con miras a obtener el reconocimiento político; pero la Guerra Fría, la escasez de medios y
la política de autosuficiencia impidieron resultados concretos. Recién a partir de la última década del
siglo pasado China comenzó a ser atractiva y de interés comercial para América Latina.

La lógica del modelo productivo-exportador necesitó cada vez más cantidades de materias primas.
Luego de saturar la oferta propia, el Taller Mundial demandó varios commodities latinoamericanos,
desde granos (soja), carnes, recursos ictícolas hasta minerales (cobre, hierro). Como consecuencia,
China experimentó el paso de productor a importador de insumos en la primera década del siglo XXI,
cuyas producciones locales ya no alcanzaban para abastecer las exportaciones hacia el mercado
internacional. El modelo obligó a China a desandar su tradición de autosuficiencia y salir al mundo
en búsqueda de insumos, formando un flujo de materias primas hacia China que serán intercambiadas
por manufacturas. Así es como América Latina quedó integrada al nuevo centro económico mundial.

El cambio del vínculo fue revolucionario. China amplió la asimetría con los países de la región y las
originarias relaciones Sur-Sur transitaron hacia el esquema Norte-Sur, con excepción de Brasil que,
como octava economía del mundo, es también parte del Norte desarrollado, pese a que mantiene
relaciones centro-periféricas con China. En 1990 la economía brasileña era 28% más grande que la
china; mientras que en 2017 la economía china fue seis veces superior a la brasileña. En distintos
porcentajes, esta transformación ocurrió con todos los países de la región. Por eso, la asimetría es el
principal problema a resolver.

Los constantes y crecientes superávits comerciales permitieron a China acumular ingentes reservas y
avanzar hacia la fase de exportación de capitales. Según el Boletín Estadístico de Inversión
Extranjera Directa de China, la emisión de IED hacia el mundo en 2015 superó, por primera vez, a
las IED de países extranjeros en China. La IED de China en el extranjero alcanzó los 145.670
millones de dólares; mientras la IED hacia China representó unos 135.600 millones de dólares. Estas
cifras son de sustancial importancia para quienes adhieren a la “teoría del neocolonialismo chino”. Si
se sigue el análisis de Lenin enEl imperialismo, fase superior del capitalismo (1917), el desarrollo
capitalista de China ingresó en su fase imperialista, pues la exportación de capitales está teniendo
mayor relevancia que la exportación de bienes e, incluso, la importación de capitales. No obstante, la
política mercantilista del modelo exportador sigue siendo eje de la acumulación de capital en China y
fuente de su exportación.

Las bases de la hegemonía

Para que un país sea considerado hegemónico debe tener acceso a materias primas esenciales,
sostener un gran mercado de importaciones, contar con ventajas competitivas en la producción de
bienes de valor elevado y controlar fuentes de capitales principales. Características que fueron
propuestas por Robert Keohane (GEL, 1988: 50-52) para demostrar la decadencia estadounidense en
la década del setenta del siglo pasado y explicar qué hacerDespués de la hegemonía, tal como titula
su obra. Si estas cualidades sirvieron para indicar la decadencia hegemónica de Estados Unidos,
también son útiles para comprender el surgimiento de la hegemonía china y su aplicación en América
Latina.

Acceso a materias primas esenciales. En el esquema comercial chino, los países latinoamericanos
juegan el rol de mantener continuidad al abastecimiento de materias primas. Aquí se entrecruzan dos
actores: 1) el país importa a la Cancillería; y 2) el commodity importa al Ministerio de Comercio.
Ambos son relevantes. Por ejemplo, la elevación del arancel a la importación de soja estadounidense
es una medida del gobierno chino factible de ser realizada gracias a la provisión alternativa de
Argentina y Brasil. Así, cobra valor la diplomacia y el estado de las relaciones políticas con estos dos
países. Al mismo tiempo, China fortalece el control sobre el comercio mundial para garantizar que
los commodities puedan llegar just in time al Taller Mundial. No es casualidad que la Go out policy,
es decir la estrategia del gobierno chino de estimular a las empresas chinas a invertir en el exterior,
aparezca en 1999, pues, si bien China importaba commodities, también debía asegurar las rutas de
acceso a las materias primas. El caso más claro es la compra de Nidera por COFCO. Aunque el
mercado internacional de granos es atomizado e imposible de ser controlado por una empresa en
particular, esta compañía estatal china garantiza que una parte de la producción latinoamericana
llegue directamente a puertos chinos, sin depender de otras transnacionales (Bunge, Cargill o
Dreyfus). Roles similares cumplen Sinopec y CNOOC respecto al petróleo.

Sostener un gran mercado de importaciones. El mercado real o potencial es fuente de poder e


instrumento diplomático por excelencia de China. Utilizado en el pasado para atraer
reconocimientos, la praxis indica que el gobierno chino abre o cierra el mercado en función de
preferencias políticas, más allá de las declaraciones oficiales que la proponen como economía de
mercado. Este es uno de los factores por el cual los países latinoamericanos se integraron al modelo
chino bajo el mismo esquema, pero con resultados dispares. Entre 2008 y 2018, el comercio se
caracterizó por la existencia de países ganadores (Brasil, Chile), países en equilibrio o con escasos
déficits comerciales (Perú, Uruguay) y crónicamente perdedores (Argentina, Bolivia, Ecuador y
México).

China es socio comercial relevante de todos los países. No obstante, existen países con alta
dependencia de las exportaciones a China (como Brasil, Colombia, Chile, Venezuela, Uruguay);
países con mediana dependencia de las exportaciones y creciente dependencia de sus importaciones
(como Argentina, Bolivia, Ecuador, Cuba); países sin dependencia de las exportaciones y
dependencia de las importaciones (como México y Paraguay que tienen alto intercambio comercial
debido al elevado nivel de importaciones que transfieren hacia otros destinos, siendo que Paraguay
carece de relaciones diplomáticas con la RPCH); y los países que reconocen a Taiwán y comercian
con la RPCH, pero mantienen mediana o baja dependencia de las exportaciones a ese destino.

Ventajas competitivas en la producción de bienes de valor elevado. China exporta a la región


manufacturas industriales con contenido tecnológico medio o elevado, desde productos químicos,
celulares hasta vagones y locomotoras. También realiza obras de envergadura, como tendido de
líneas férreas y construcción de usinas hidroeléctricas, o inversiones en el sector minero. China busca
acotar la distancia tecnológica con Estados Unidos y la Europa desarrollada, para avanzar hacia la
producción y exportación de productos de alto valor agregado, suscitando otra disputa con esos
actores, en la medida que el gobierno chino obliga a las empresas extranjeras a transferir tecnologías
como condición para asociarse con empresas chinas, las cuales ofrecen acceso al mercado local como
contrapartida.

Controlar fuentes de capitales principales. Los colosales superávits comerciales e ingreso de


inversiones son fuentes de acumulación de reservas internacionales. La magnitud del acopio de
capital cambió la estrategia china de mantener dólares y bonos estadounidenses por una mayor
participación en la oferta crediticia y compra de activos en el exterior. El país comenzó a controlar
fuentes de capitales principales y se presenta como alternativa a las instituciones crediticias
tradicionales creadas durante el orden bipolar, de las cuales también forma parte. Dentro de esta
oferta crediticia, China cuenta con: una amplia red de acuerdos swap de monedas (iniciada durante la
crisis del Sudeste Asiático); préstamos para proyectos de infraestructura provistos de forma bilateral
o a través de las instituciones crediticias, como el Nuevo Banco de Desarrollo, el Banco Asiático de
Inversión en Infraestructura, el Fondo de la Ruta de la Seda, fondos relacionados con América
Latina, etcétera, e inversiones directas o indirectas (a través de paraísos fiscales).

Las principales características de los capitales chinos en la región son: 1) dos paraísos fiscales, Islas
Vírgenes e Islas Caimán, concentran el 95% de la IED de China en América Latina y el Caribe (la
cual es re-direccionada hacia otros destinos); 2) del 5% restante, Argentina, Brasil, Venezuela han
sido los principales receptores de la IED China; 3) Argentina es el país que más ha utilizado acuerdos
swap; 4) con exclusión de los países que no reconocen a la RPCH, la mayoría de los Estados
acordaron préstamos para infraestructura. Antigua y Barbuda, Bolivia, Chile, Costa Rica, Ecuador,
Granada, Guyana, Panamá, Trinidad Tobago, Venezuela y Uruguay firmaron acuerdos de
participación en la Franja y la Ruta.

A pesar del fuerte impulso dado por su gobierno a la internacionalización financiera, la penetración
del capital chino en la región muestra signos de ser prematura, con impacto heterogéneo. Existen
países dependientes del capital chino (Cuba, Venezuela, Ecuador); países subsidiariamente
dependientes (Argentina), y países independientes del capital chino (Brasil, Chile, México, Perú y
Uruguay).

Persuasión y consenso

La persuasión china y el consenso de los líderes latinoamericanos están basados en intereses


concretos, medidos en términos comerciales, inversiones y préstamos de la potencia asiática en la
región. Los beneficios económicos crean una doble “hipocresía internacional”. Por su parte, China
encubre la relación bajo el envoltorio de términos como “igualdad”, “beneficio mutuo”, “relaciones
estratégicas”, “complementariedad”, “cooperación Sur-Sur”, entre otros. Esta terminología resulta
incontrastable empíricamente. Por su parte, los gobiernos latinoamericanos obvian los problemas
políticos controvertidos bajo el principio de no intervención en los asuntos internos de los Estados,
sin desconocer que varios de aquéllos tienen repercusiones en sus propias economías.

Al igual que los reyes investían como caballeros con su espada a los nobles en la Edad Media, el
gobierno chino propone establecer “relaciones estratégicas”, integrales o no, como bendición de la
gran potencia para garantizar vínculos “especiales” con ella. Incluso, después de su ingreso a la
OMC, el gobierno chino proponía que los países reconozcan a China como economía de mercado a
cambio de otorgar dicho estatuto. Pero la hegemonía logra imponerse cuando los líderes locales
asumen dicho discurso como propio. No pocos líderes de la región, por interés o inconscientemente,
asumen esta fraseología y esgrimen dichos principios o argumentos como propios del país que
representan.

El fin de labelle époque

Los cambios políticos en la región resquebrajaron el consenso y debilitaron labelle époque


de la interdependencia chino-latinoamericana gestada en los años de gobiernos populistas. Empero,
el impacto de los cambios también ha sido heterogéneo. Las alternancias políticas en Argentina y
Brasil y la sucesión política en Ecuador produjeron más perturbaciones en los vínculos con China
que las alternancias en Chile y Colombia y las sucesiones en Perú y Uruguay. Recordemos que
Mauricio Macri planteó la revisión de los acuerdos firmados por Cristina Fernández de Kirchner; Jair
Bolsonaro visitó Taiwán antes de ser electo presidente y Lenín Moreno acaba de normalizar las
relaciones con su visita de Estado a China, de donde obtuvo un crédito por 1.000 millones de dólares
y la renegociación de su abultada deuda. Ésta representa el 18,4% de la deuda total del país, estimada
en 35.200 millones de dólares. Tanto Argentina como Ecuador están enredados en el entramado
económico que impide políticas más autónomas o bruscos cambios en la orientación política hacia
China.

La situación de Venezuela pone en alerta a China. La potencia quedó asociada al grupo minoritario,
formado por Bolivia, Cuba, El Salvador, México, Nicaragua y Uruguay, y el apoyo extra-regional de
Rusia, Turquía e Irán al régimen de Nicolás Maduro; frente a la mayoría de los países
latinoamericanos, Estados Unidos, Canadá y las democracias europeas, quienes consideran ilegítimo
dicho régimen. Es claro que los intereses chinos en Venezuela impiden el cambio de orientación
política. Por una parte, China utiliza la crisis venezolana en su puja con Estados Unidos; por la otra,
tiene encarnados intereses económicos, con eje en el sector petrolero, siendo el principal acreedor.
Sin embargo, aunque quisiera romper relaciones diplomáticas con el régimen de Maduro, no lo puede
hacer, porque estaría dándole la oportunidad a entablar contactos con Taiwán y reconocer a su
gobierno, perdiendo una pieza esencial de influencia en el patio trasero de Estados Unidos.

En diferentes niveles y ámbitos, los Estados latinoamericanos están penetrados por las cuatro
variables del poder hegemónico chino. La clave para revertir la estructura desigual y asimétrica de
las relaciones con China y otras hegemonías consiste en anclar un proceso de modernización. No se
trata de excluir a China del mismo, sino de asociarla a la modernización local, pero con estatuto
diferente. Es decir, revertir el proceso que China tan exitosamente ha llevado a cabo. Los Estados de
la región deben coordinar esfuerzos para definir el proceso de modernización que, a diferencia del
modelo monista y autoritario chino (es decir, desde arriba hacia abajo), plantee el acuerdo de las
fuerzas políticas, económicas y sociales desde abajo hacia arriba, con miras a construir las bases
materiales que sirvan para consolidar la democracia en la región. Si los Estados logran superar
desinteligencias y avanzar hacia una modernización pluralista, democrática, incluyente, cambiando el
modelo monista que han impreso los países asiáticos, se revertirán las relaciones con China y otras
hegemonías, cuyas capacidades económicas puedan ser utilizadas en la construcción de la
modernización local. En síntesis, hacer lo que hace China, pero sobre bases democráticas.

* Investigador independiente del CONICET y profesor titular de la Universidad Nacional de Rosario.


Autor de Historia de las relaciones internacionales entre Argentina y China, 1945-2010, Dunken,
Buenos Aires, 2010.
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur
EDICIÓN FEBRERO 2019 | N°236

BAJO EL IMPULSO DE INTERESES FORÁNEOS

El regreso triunfal del tren a África


Por Anne-Cécile Robert*
Fieles espejos de la herencia colonial europea, las redes de comunicación africanas viven un
renacimiento. Pero el sentido del tendido de las nuevas vías férreas obedece a los intereses de una
nueva metrópoli: China. El gran desafío será corregir el crónico déficit del suministro de energía
eléctrica.

Kenia, 31-5-17 (Tony Karumba/AFP)

Dar es-Salaam (Tanzania), 12 de octubre de 2018. Sin ocultar su orgullo, el ministro de Transportes
tanzano, Isack Aloyce Kamwelwe, enumera los kilómetros de vías férreas en construcción en su país.
Con mapas que proyecta sobre una pantalla y el apoyo de gráficos en color, Kamwelwe describe
detalladamente el trazado de las futuras líneas, el nombre de las estaciones construidas, las toneladas
de cemento y de balasto utilizado… Se demora concienzudamente sobre el tramo de línea eléctrica
que se extiende de Dar es-Salaam –la capital– en dirección a la frontera con la República
Democrática del Congo (RDC): 711 kilómetros, 25 puentes, 30 túneles… A continuación menciona
la firma
—en febrero de 2018--— de un proyecto de construcción de una línea de 4.000 kilómetros que uniría
Tanzania a Ruanda. El costo calculado es de 8.000 millones de dólares, que faltan conseguir.

Esta presentación inaugura la novena East and Central Africa Roads and Rail Summit. Unos
cincuenta inversores, investigadores y analistas políticos llegados de toda la región (Etiopía, Kenia,
Uganda, Zambia, RDC), toman notas en silencio, con un ojo en la pantalla de su teléfono celular.
Entre ellos, representantes de compañías y empresarios turcos, chinos, israelíes, belgas, coreanos,
japoneses, alemanes, un emisario de la Unión Europea y… una periodista. La Cumbre fue organizada
por una empresa especializada en organización de eventos, Magenta Global, con base en Hong Kong.

En Tanzania como en toda África, el ferrocarril hace su regreso triunfal después de años de abandono
a favor del transporte por carreteras. Por su situación geográfica, África Oriental concentra todas las
atenciones: es punto de contacto con la Península Arábiga y, además, su frente marítimo abre el
continente hacia Asia. Las inmensas riquezas mineras de la RDC, gigantesco país totalmente
enclavado en el corazón del continente, son encaminadas hacia el mar en beneficio de las grandes
potencias orientales, en particular China. Los grandes puertos de Mombassa (Kenia), Durban
(Sudáfrica) y Dar es-Salaam están prácticamente saturados. Otros están en construcción, como el de
Lamu (Kenia), o en proyecto, como el de Bagamoyo, en el norte de Dar es-Salaam. “La demanda de
transporte de flete explotó en 2015 –explica Bruno Chin’andu, director ejecutivo de la Tanzania-
Zambia Railway Authority (Tazara)–. El tráfico proveniente de Kisangani y de Kasai, en RDC,
aumentó en un 18%.” Con la suba de los precios, el mercado de materias primas (petróleo, oro,
diamantes, bauxita, rutilo, madera, cobre, etc.) está en ebullición desde principios de los años 2000,
aunque 2018 marcó un pronunciado descenso. La producción congoleña aumenta especialmente en la
provincia del Ecuador, rica en diamantes, cobre, bauxita, etc. Durante la guerra que devastó la RDC
después de la caída de Mobutu Sese Seko, en 1997, la producción cayó y las vías de comunicación se
deterioraron (1). Aunque las elecciones generales de diciembre de 2018 sean cuestionadas y el Este
sufra todavía violencia criminal, el país recupera progresivamente cierta estabilidad y, en este marco,
la extracción y la exportación de las riquezas despiertan los apetitos.

“Es, sin duda, la provincia de Copperbelt, cinturón de extracción del cobre, la que interesa a los
inversores”, comenta Jovin Mwemezi, experto de la Comunidad de África del Este (CAE). El Congo
recibe ahora críticas de los países del frente del Atlántico vía el corredor de Lobito, en Angola.
Accesible a través de Kolwezi (RDC), este corredor padeció la violencia de la guerra civil, tanto en
Angola como en RDC. Las perspectivas de estabilización política de esta última interesan sobre todo
a las sociedades mineras ya que ellas consagran en la actualidad grandes sumas a la seguridad de las
vías de comunicación, pues los camiones son regularmente abordados por “piratas del asfalto” y los
trenes atacados por bandas en la región de Kasi. El costo del transporte se ha vuelto un asunto
crucial: en África, representa el 50% del precio de un producto, dos o tres veces más que en el
exterior. En el Este, sólo un tercio de las rutas son pavimentadas; dañadas por las inclemencias del
tiempo, con frecuencia están mal mantenidas y no constituyen el medio más rápido y más seguro de
transporte de los minerales hacia los puertos. Sequía, inundaciones y baches complican a los
camiones.

Los esfuerzos de construcción de infraestructuras se dan en el marco de un mercado abierto en el que


los gobiernos africanos, financiera y políticamente débiles, responden a la demanda de los países
extranjeros y de los inversores. Consciente de la oportunidad, el truculento y explosivo jefe de Estado
tanzano, John Magufuli, se autoproclamó “presidente de las infraestructuras”. La CAE trata de
coordinar el movimiento, pero no abarca a la RDC, que forma parte de la Comunidad Económica de
Estados de África Central (CEEAC). Eso no le impidió adoptar un plan rector para el desarrollo del
ferrocarril y, tres corredores de desarrollo de las comunicaciones fueron diseñados para la subregión (
2). En el norte, la RDC quedará unida a Kenia (puerto de Mombassa); en el sur, a Tanzania (puerto
de Dar es-Salaam). La competencia entre los dos puertos ya ha comenzado, sobre todo porque China
parece preferir Mombassa, a la que acaba de conectar a la capital Nairobi, por medio de una vía
férrea de 472 kilómetros último modelo.

Uganda, que no tiene salida al mar, se ve también cortejada por los países vecinos y los inversores.
Las ventajas de tal situación resultan limitadas por la necesidad de vivir en armonía con sus vecinos.
“El ferrocarril debería ser un factor de integración”, subraya Charles Kateeba, director ejecutivo de la
Compañía Ugandesa de Trenes, quien deplora la falta de coordinación de los planes nacionales de
desarrollo de las infraestructuras. Los imponderables políticos subsisten: la decisión de crear el
puerto de Bagamayo fue tomada por el presidente Magufuli solo. Apunta a descongestionar el de Dar
es-Salaam, pero la pertinencia de su localización no fue discutida.

Desde siempre, las infraestructuras y, en particular, las alianzas interafricanas, son el punto débil del
continente. Hoy todavía, las redes de comunicación reflejan la herencia colonial: las costas, que eran
estratégicas para la exportación hacia las metrópolis, están mejor equipadas que el interior del
territorio. Las potencias europeas invirtieron en el ferrocarril a partir de zonas mineras o algodoneras.
La construcción de estas líneas fue, a veces, costosa en vidas humanas como lo ilustra el caso
emblemático de Dakar- Saint-Louis-Bamako.

Construir antes que conservar

Los imperativos de conservación y mantenimiento no han resistido ni al empobrecimiento de los


Estados ni a las privatizaciones desordenadas de los años 1990-2000. Las líneas existentes han sido
poco o nada mantenidas. El tren pasó a ser el pariente pobre: la ruta absorbe el 80% del tráfico de
mercaderías y el 90% del transporte de personas.

Con el aumento de los precios de las materias primas y las inversiones chinas, la demanda de
infraestructuras explotó. La Unión Africana puso este sector a la cabeza de las prioridades de su
“Agenda 2063” para el desarrollo. “Los proyectos se multiplican”, confirma Hinrich Brûmmer,
director de Transportes y de la Movilidad de ETC Gauff, la consultora alemana que recuerda que,
según el Banco Mundial, “un 10% más de infraestructuras equivalen a un 1% más del producto
interno bruto [PIB]”.
Menos destructivo del medioambiente, el tren es también dos veces más rápido y permite transportar
de una sola vez grandes cantidades de minerales a largas distancias. Las vías elevadas, los durmientes
de hormigón y la utilización del balasto lo vuelven más resistente a la intemperie que la ruta. Pero la
construcción de líneas resulta cara: un kilómetro cuesta entre 4 y 5 millones de dólares, o sea un 25%
más que su equivalente rutero.

“Faltan 10.000 kilómetros de ferrocarril en África, para lo que se necesitarían 25.000 millones de
dólares de inversión por año”, estima Liévin Chirhalwirwa, director del Desarrollo de
Infraestructuras para la Autoridad de Coordinación del Transporte de Tránsito del Corredor Norte.
Los expertos lo saben: proyectos tan costosos, que no serían rentables antes de quince o veinte años,
necesitan una coordinación y el apoyo públicos. Es justo ahí donde aprieta el zapato: los Estados
africanos quedaron exhaustos y desacreditados después de treinta años de neoliberalismo. Sin contar
el despilfarro de algunos potentados. Desde la muerte de Julius Nyerere, en 1999, Tanzania socialista
ya no es más que la sombra de lo que era. Pero, como prueba de que el mito perdura, los dirigentes se
refieren siempre al padre de la independencia. Frente a la pesadez de la empresa, el representante de
la Unión Europea, Jocelyn Cornet, se burla de los “ayatollahs del ferrocarril”.

El viejo debate sobre la falta de infraestructuras en África repercute en el contexto nuevo de las
relaciones Sur-Sur. En Tanzania, la empresa turca Yapi Merkezi le ganó de mano a una sociedad
china (y a otras quince) en la realización del tramo Dar es-Salaam-Morogoro: trescientos kilómetros
de vías eléctricas gracias al Banco Mundial y al Estado tanzano, primer tramo de un vasto plan
ferroviario que llega hasta Kigoma, sobre el lago Tanganica, en la frontera con la RDC. La empresa
logró esta hazaña gracias a presupuestos menos elevados y a su respeto de las normas europeas que,
tranquilizadoras en términos de seguridad, facilitan también el vínculo eventual con otros proyectos
internacionales. Actualmente se necesitan treinta y seis horas –paradas y demoras comprendidas–
para efectuar el trayecto: cuando la línea esté terminada, solo se necesitarán seis.

Yapi Merkezi se hizo conocer en el continente al obtener el mercado del tramway de Casablanca, en
Marruecos, y el del transbordador que une Dakar al nuevo aeropuerto internacional Blaise-Diagne, a
cuarenta kilómetros de la capital senegalesa. “Esta empresa participa de la influencia turca en África
Oriental, vía el Mar Rojo y Sudán”, nos explica un ingeniero marroquí llegado para observar la obra
en el marco de un programa de formación. Como sucede con frecuencia en África, se trata de una
línea de una sola vía que solo permite el paso de un tren a la vez y sirve tanto al transporte de
viajeros como de mercaderías.

A pocos metros de los primeros rieles, flamantes –de fabricación japonesa– , que descansan sobre
durmientes de cemento (y no de madera, a menudo deteriorados por las inundaciones), fabricados por
la empresa turca, se distinguen, en medio de los yuyos y bajo la polvareda, algunos rieles oxidados.
Son los vestigios de la línea construida en tiempos de la colonización alemana, después británica, de
Tanzania, entre 1889 y 1926. Esta línea conduce todavía, bien o mal, a las poblaciones del centro del
país hacia la capital. Los 2.600 kilómetros de trazado hacia Kigoma, al este, y hacia Arusha
funcionan en cámara lenta: los durmientes están gastados, la mitad de los desvíos necesitan
reparaciones, y los convoyes no superan los 75 kilómetros por hora, alternando flete y pasajeros.
A pesar de los costos más elevados, las autoridades tanzanas prefirieron construir una nueva línea
antes que renovar la antigua. Para nada sorprendido, Eric Peiffer, representante de la consultora en
logística ferroviaria belga Vecturis, observó la misma actitud en muchos países del continente. “Los
dirigentes prefieren construir antes que mantener el existente”, nos explica. “Es más espectacular y
por lo tanto, más valioso políticamente”. Con esa sonrisita de quien ya sabe de qué se trata, este
hombre de unos cincuenta años menciona también la “cultura de la inmediatez” de las poblaciones
africanas, antes de soltar: “Los fastidiamos con nuestros planes a diez años”. Vecturis sigue con
atención el desarrollo de los corredores mineros africanos: RDC, Zambia, Tanzania, Angola.

La decisión de construir una línea nueva en Tanzania corresponde también a la adopción del sistema
estándar del ancho de vía (el 60% de las vías en el mundo), más ancho que el utilizado por el
colonizador británico. Dominante en África Meridional, fue lógicamente adoptado por la línea
histórica Tanzania-Zambia (llamada “Tanzam”) construida por los chinos entre 1968 y 1976. En
2012, la CAE, hizo del ancho de vía estándar la norma en la región. Por otra parte es necesario prever
las acotaciones del terreno, es decir, los desvíos y estaciones de conexión entre las dos redes. Esta
decisión fue duramente discutida, teniendo en cuenta los costos y la ausencia de reflexión sobre sus
consecuencias para la integración de los transporte en la subregión. El ancho de vías más ancho
permite tomar más rápidamente las curvas.

Costos y mantenimiento

“África duda entre dos modelos –nos explica Peiffer–. El del tren rápido para los viajeros y el del
tren pensado para las mercaderías, según el ejemplo estadounidense, de interminables cadenas largas
de vagones, de varios kilómetros, que se desplazan lentamente.” Las inversiones y los prerrequisitos
en materia de seguridad no son los mismos. “Desde el punto de vista comercial, el transporte de las
mercaderías parece prioritario pero, desde el punto de vista político, no es posible descuidar a los
pasajeros”, estima Chirhalwira. La sombra de Nyerere planea siempre sobre Tanzania: marcado por
el panafricanismo y socialista convencido, el padre de la independencia pensaba el desarrollo para los
habitantes, en particular los más modestos. Una preocupación como esta no es compartida
forzosamente en otros países: en Mali, la privatización del ferrocarril condujo al abandono de las
líneas de pasajeros para privilegiar las de mercaderías. En Tanzania, la construcción de las vías
nuevas se acompaña de operaciones de “huidas”: las poblaciones modestas, antes mimadas por
Nayere, deben abandonar sus viviendas de emergencia para permitir el avance de obras y favorecer la
“modernización” de los barrios.
La línea Dar es-Salaam-Morogoro, que es la primera etapa de un vasto plan de construcción, será
prolongada hacia Dodoma, después hacia Kigoma, una vez reunidos los fondos. Transportará carga
(5 millones de toneladas por año) y pasajeros (1,2 millones por año). La velocidad de los convoyes se
estima en 160 kilómetros por hora. El pequeño pueblo de Pugu, a diez kilómetros de la capital,
dispondrá de una nueva estación resplandeciente con andenes de cemento y puertas automáticas. A
pocos metros de la obra, los habitantes achacosos y el mercado de ganado dan al conjunto un aspecto
un poco irreal. Dar es-Salaam, puerta de Tanzania hacia el Océano Índico es una metrópoli de doce
millones de habitantes. El tren va a contribuir también a descongestionarla, porque el despliegue de
las grandes líneas se combina con un plan de desarrollo urbano con una red moderna de buses
administrada por una empresa israelí.

Aunque los anuncios espectaculares de las autoridades nacionales y municipales pueden suscitar
euforia, su concreción plantea todavía muchas cuestiones. La primera se relaciona con el
mantenimiento. Una vez que los constructores hayan partido ¿quién mantendrá la red ferroviaria? La
historia de África está jalonada de tractores oxidados; el documentalista belga Thierry Michel filmó,
por su parte, locomotoras abandonadas en las selvas del Congo a fines de los años 90. Yapi Merkezi
previó formar ingenieros tanzanos, y un convenio con una sociedad surcoreana permitiría el
seguimiento.

Otro problema: la energía. Tanzania optó por el tren eléctrico en vez del diesel utilizado por Tanzam.
Esto implica asegurar el aprovisionamiento de las locomotoras a lo largo de todo el trayecto. Un
desafío considerable, puesto que la capital sufre ya cortes de electricidad intempestivos. El país
produjo 6,3 terawat/hora en 2015, dos veces más que hace once años. Los dos tercios están provistos
por centrales térmicas que funcionan o bien a gas natural (44%), o bien a petróleo (22%). El otro
tercio proviene de las represas hidroeléctricas. El gobierno elaboró un plan general para la energía
que, en particular, prevé la construcción de una gran represa, la de Stiegler’s Gorge, sobre el río
Rufiji, y de una central eléctrica en la reserva de Selous, en el corazón de la región de Morogoro.
Este proyecto, que se pasea de una carpeta ministerial a otra desde hace años, fue lanzado
nuevamente por el presidente Magufuli en septiembre de 2017. La gran represa tendría una capacidad
de 2.100 megawatts y produciría por sí sola cerca de 6 terawatt/hora por año, casi tanto como la
producción actual del país.

La amplitud de las inversiones empuja a los países implicados a la espiral del endeudamiento. La
construcción de las vías demanda la movilización de 1.000 millones de dólares por varios años. De
por sí costosa, la opción de líneas a catenarias reclama un mantenimiento permanente. La
amortización no podría esperarse antes de, por lo menos, quince años. Sin embargo, deplora Peiffer,
“el modelo económico no es claro y el precio de los billetes está a la espera de definición”.

1. Véase Sabine Cessou, “Agitación en la República Democrática del Congo”,Le Monde


diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, diciembre de 2016.
2. Véase Tristan Coloma, “En espera de un puerto que salve a Kenia…”,Le Monde diplomatique,
edición Cono Sur, Buenos Aires, abril de 2013.

Archivo

Batallas comerciales para “iluminar África”

por Aurélien Bernier, Nº 224, febrero de 2018.

La regresión política de África

por Anne-Cécile Robert, Nº128, febrero de 2010.

China al ataque del mercado africano

por Jean-Christophe Servant, Nº 71, mayo de 2005.

* De la redacción de Le Monde diplomatique, París. Acaba de publicar Dernières nouvelles du


mensonge (Lux, Montreal, 2021), del que ha sido extraído este texto.
Traducción: Florencia Giménez Zapiola
EDICIÓN FEBRERO 2019 | N°236

CONSENSO DE PEKÍN CONTRA WASHINGTON

Guerra de influencias en Tanzania


Por Jean-Christophe Servant*
Pilar histórico de la cooperación chino-africana, Tanzania, el país de Julius Nyerere, es hoy teatro de
un enfrentamiento económico chino-estadounidense que se extiende por toda África Oriental, a la
vez que alimenta las competencias con países vecinos por las inversiones de las grandes potencias.

Kampala, 13-3-12 (Michele Sibiloni/AFP)

En algún lugar de la costa de Tanzania, tres pescadores originarios de Cantón (Guangzhou, China)
descansan a la sombra de un árbol, disfrutando de cigarrillos Safari. Las volutas de humo se elevan
con lentitud. Podría pensarse en una representación china deEn attendant Godot a orillas del Océano
Índico. Hasta que los puños se alzan hacia el azul del cielo: acaban de ser pronunciados los nombres
del presidente Xi Jinping y de Bagamoyo.

Bagamoyo, un pequeño puerto pesquero situado 70 kilómetros al norte de Dar es-Salaam, en diez
años pasará a ser el mayor puerto del continente africano. China Merchant Holdings, el principal
operador portuario público chino, está a punto de lanzar lo que la agencia Ecofin no duda en llamar
“el proyecto más importante de las últimas cuatro décadas en las relaciones de Tanzania con China” (
1): una inversión de 10.000 millones de dólares, en parte aportados por el Fondo Soberano del
Sultanato de Omán y el Exim Bank de China. La alineación de muelles y dársenas se extenderá a lo
largo de veinte kilómetros de costa. Además, habrá una zona económica especial basada en el
modelo de Shenzhen, en China. Suficiente para cargar y descargar millones de contenedores al año,
tantos como en el puerto de Rotterdam, y para provocar, según las autoridades tanzanas, una
“Revolución Industrial” en un país predominantemente rural, donde el 80% de la población aún vive
por debajo del umbral de pobreza (2).

Una presencia de peso

Tanzania, que desde fines de 2015 es gobernada por John Magufuli, heredero del histórico partido
Chama Cha Mapinduzi (CCM), o “Partido de la Revolución”, fundado en 1977 por Julius Nyerere, es
un ejemplo de estabilidad poco común en la región. La línea original del CCM no resistió los
“violentos ataques neoliberales de fines de los años 80 y 90 que desnacionalizaron la propia noción
de nacionalismo”, afirma Daudi Mukangara, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Dar
es-Salaam. Impulsada por una de las tasas de crecimiento más fuertes del continente –5,8% en 2018
y una previsión del 6% para 2019, según el Fondo Monetario Internacional (FMI)–, Tanzania
participa en un importante programa de construcción de infraestructuras.

En Bagamoyo, el Sultanato de Omán vuelve a recuperar su posición a poca distancia de Zanzíbar,


donde brilló hasta 1861, en particular gracias a la trata de esclavos negros destinados a los Estados
del Golfo. China, por su parte, extiende su influencia en África Oriental desde un país que fue un
pilar histórico de la cooperación chino-africana. Hasta mediados del siglo XIX, el pequeño puerto
pesquero sobre el que las dos potencias pusieron sus miras era un importante lugar de tránsito para la
copra [pulpa seca del coco] y el marfil, pero también para los esclavos. Siguiendo las huellas que
abrieron los negreros árabes, partiendo de Bagamoyo se llevaron a cabo muchas expediciones hacia
el interior del continente, incluidas las de los británicos Richard Francis Burton y Henry Morton
Stanley. El lugar fue luego sede de la primera misión católica en África Oriental, y más tarde se
convirtió por poco tiempo en la capital de la colonia alemana de África Oriental, antes de pasar a
estar bajo el control de Londres. En 1964 Tanganica, tres años después de su independencia, se
convirtió en Tanzania al reunificarse con Zanzíbar.

Al abrir el mercado a los operadores turcos, egipcios, indios y del Golfo, China –en tanto pionera en
el eje Sur-Sur–, parece estar cerrando el círculo en la historia de la globalización de África. El
acuerdo destinado a lanzar el nuevo puerto se hizo público a fines de marzo de 2013, cuando el
Presidente chino realizaba su segundo viaje oficial al continente, reservando su primera escala para
Tanzania. Xi Jinping tenía que hacer tres giras más por el continente. Desde el lanzamiento de la
política de apertura de Deng Xiaoping en 1978, ningún jefe de Estado chino ha visitado tantas veces
esta región.

Nyerere había visitado China treinta veces, “contra una sola vez la Unión Soviética”, recuerda
Charles Sanga, su último asistente personal. “Al final de su vida, en 1999, consideraba que sólo
teníamos un amigo auténtico: China”. Sanga también era el embajador de Tanzania en Pekín en
ocasión de la primera Cumbre China-África, organizada en septiembre de 2000, “a la que sólo
asistieron cuatro jefes de Estado africanos, entre ellos nuestro entonces presidente Benjamin Mkapa”.

Han pasado dieciocho años (3). Y desde hace nueve años, China es el primer socio comercial del
continente por delante de Estados Unidos. En la octava Cumbre China-África, celebrada en Pekín en
septiembre de 2018, que tenía como tema las nuevas “Rutas de la Seda”, se comprometió a aportar
60.000 millones de dólares, de los cuales una cuarta parte serían préstamos sin interés, un tercio
créditos y 10.000 millones de dólares destinados a un fondo de financiación de proyectos de
desarrollo, mientras que 5.000 millones de dólares deberían apoyar las exportaciones africanas. En
esa ocasión, el presidente Xi Jinping se comprometió a no financiar ningún proyecto “inútil”, sino tan
sólo “infraestructuras susceptibles de eliminar los cuellos de botella que bloquean el desarrollo del
continente” (4). Entre 2000 y 2016, según datos de la China Africa Research Initiative en
Washington, China ya habría prestado al continente 125.000 millones de dólares. Se estima que en
2017 el comercio bilateral alcanzó los 180.000 millones de dólares, incluidos 75.300 millones en
importaciones. En comparación, el comercio de África con Estados Unidos no superó los 39.000
millones de dólares.

Ayuda “sin condiciones”

“El presidente Magufuli fue elegido en 2015 con un programa para recuperar la soberanía económica
de Tanzania frente a los inversores occidentales –explica el profesor de Ciencias Políticas Rwekaza
Mukandala, ex vicerrector de la Universidad de Dar es-Salaam–. Para él, China es la que está en
mejores condiciones para ayudarlo en ese proyecto”. Una opinión que comparte Octavian Mshiu. El
presidente de la Cámara de Comercio y Agricultura de Tanzania asume el rol estratégico conferido a
Bagamoyo, que “permitirá a Tanzania estar firmemente vinculada al proyecto de las nuevas ‘Rutas
de la Seda’ y convertirla en la cabeza de puente para la deslocalización de algunas empresas
manufactureras chinas en África Oriental”. La vecina Kenia, con la que Tanzania rivaliza en
constituirse en la salida para los países sin litoral de África Oriental, plantea demasiados problemas a
Pekín. Está bajo la influencia de Estados Unidos, que la ha convertido en uno de sus socios
estratégicos en el continente. Por otro lado, es un Estado inestable, enfrentado al terrorismo y
siempre sometido al tribalismo.

Como primer socio comercial de Tanzania, China guardó un notable silencio sobre la deriva
autoritaria del presidente Magufuli, mientras que Washington y otras cancillerías occidentales están
preocupadas por las violaciones de los derechos humanos y los riesgos que comportan para el
desarrollo. Denuncian las restricciones a la libertad de prensa y a la libertad de reunión, una ley
considerada abusiva en materia de cyber-seguridad, y la promulgación de la Statistics Act [Ley de
Estadísticas], que impide cualquier publicación de cifras distintas de las producidas por el gobierno;
pero también los intentos de asesinato de opositores y la misteriosa desaparición, a fines de 2017, del
periodista Azory Gwanda.

En noviembre de 2018, en ocasión de la inauguración de la biblioteca de la Universidad de Dar es-


Salaam –un elegante complejo de edificios financiados por China, adyacente a un Instituto
Confucio–, Magufuli pronunció un discurso inequívoco: “China es un verdadero amigo, que ofrece
su ayuda sin condiciones. […] Las cosas gratuitas pueden ser muy caras, en especial cuando
provienen de ciertos países. Las únicas que no costarán nada son las que vienen de China”. En 2016,
Washington había cancelado 470 millones de dólares de la Millennium Challenge Account, un fondo
de desarrollo bilateral, en respuesta a las violaciones de las libertades públicas.

Tanzania y su vecina Zambia se encuentran entre los principales teatros africanos de la nueva “guerra
de influencias entre las dos mayores economías del mundo” (5). El “Consenso de Pekín” se opone al
“Consenso de Washington”: por un lado, la ayuda incondicional, al margen de las reglas del juego
internacionales, concedida a cambio de acuerdos comerciales dictados por China; por otro, los
préstamos (FMI, Banco Mundial) con condiciones políticas y sociales: privatizaciones, recortes del
gasto público, etc. El gobierno de Donald Trump muestra ahora abiertamente su voluntad de
contrarrestar a una China acusada de “organizar con descaro su política de inversiones en la región
con el fin de obtener ventajas competitivas sobre Estados Unidos”, como tiempo atrás afirmaba John
Bolton, asesor de Seguridad Nacional, ante la Heritage Foundation en Washington. También se
reprocha a China “distribuir sobornos, firmar acuerdos poco claros y hacer un uso estratégico de la
deuda para someter a los Estados africanos a sus deseos y demandas”. Estas acusaciones de la
virtuosa América no afectan a Pekín. China reafirma su promesa de “contribuir al desarrollo de
África aprovechando su propio desarrollo” (6).

En su discurso sobre la nueva estrategia estadounidense para el continente, Bolton mencionó a África
Oriental: las deudas de las empresas públicas, en especial en Zambia, las pondrían a merced de
Pekín. En Lusaka, Estados Unidos está ahora en abierta guerra con su competidor. Tanzania forma
parte oficialmente de los cuatro países africanos (junto con Etiopía, Kenia y Egipto) seleccionados en
2015 para reubicar empresas chinas; Magufuli tiene la intención de transformarla para 2025 en una
nación “semi-industrializada”. Espera que para ese entonces el sector manufacturero represente como
mínimo el 40% de su riqueza, frente a menos del 10% en la actualidad.

Para financiar este programa, el gobierno ha declarado una guerra feroz contra la corrupción, el
derroche de dinero público, pero también contra el “robo a gran escala” que se constató en la
industria minera. Tanzania, el cuarto productor de oro del continente, ha modificado las leyes que
rigen la adjudicación de contratos de explotación minera a empresas extractivas, otorgándose el
derecho de renegociarlos o rescindirlos en caso de evasión fiscal demostrada. La nueva legislación
también elimina el derecho de las compañías mineras a recurrir al arbitraje internacional. El litigio
fiscal con Acacia Mining, subsidiaria del gigante aurífero Barrick Gold, acusada de haber subvaluado
su producción de oro durante años para ahorrarse miles de millones de dólares en regalías e
impuestos, concluyó con un acuerdo extrajudicial, cuyos términos aún están por determinarse.
Tanzania obtendrá una participación del 16% en las tres minas de oro que posee Barrick Gold y el
50% de los ingresos que se obtengan.

El Dubai africano

La brutal política de Magufuli, “tan errática como impredecible”, según un periodista local, primero
contó con el entusiasta apoyo de la joven generación intelectual de Dar es-Salaam. “Luego, desde
2016, el régimen comenzó a hundirse en el autoritarismo”, relata el ex diputado Zitto Kabwe, de 42
años de edad, jefe de la Alianza para el Cambio y la Transparencia, situada a la izquierda del partido
de la oposición Chadema. Critica la “retórica patriótica del gobierno”, que “todavía no ha tenido
impacto en la vida cotidiana de los tanzanos”. Según él, esta política, “aunque plantea la cuestión
fundamental de la propiedad de los recursos, ha debilitado el crecimiento del sector minero y ha
asustado a los inversores, que ahora temen tener que enfrentarse a la justicia tanzana”. El programa
de su partido, conocido como “Declaración de Tabora”, “se inspira en la Declaración de Arusha de
1967, que fue el certificado de nacimiento de laUjamaa [Hermandad]”, y pretende sentar las bases de
“un socialismo adaptado a la Tanzania del siglo XXI”. Kabwe se muestra crítico de las instituciones
de Bretton Woods (Banco Mundial y FMI), “que impusieron el código minero de 1998, favorable a
las empresas extractivas multinacionales, y nos empujó a la trampa de la deuda”. Pero lo mismo
ocurre con China, que “está avanzando a toda velocidad en África para su propio beneficio”. Sin
embargo, también advierte contra la simplista narrativa anti-china, tan útil para los intereses
occidentales: “Nuestra deuda pública externa pertenece en un 60% a organizaciones multilaterales
como las de Bretton Woods, y sólo en un 10% a China”.

Asesor fiscal y referente de los cuatro o cinco mil empresarios chinos del sector privado que, según
se informa, estarían presentes en Tanzania, Andrew Huang es un nativo de Taiwán y se estableció en
el país desde fines de los años 90. Reconoce que las medidas del gobierno en el sector minero han
“enfriado” a algunos de sus compatriotas, al tiempo que admite que “algunos no pagaban impuestos”.
“Mostrar firmeza, como lo está haciendo el presidente Magufuli, es algo bueno para este país”,
estima Huang, cuya empresa está constituida bajo la ley tanzana. Fabricación de motocicletas,
procesamiento de productos agrícolas… Promete una afluencia de empresas chinas: “El desarrollo de
Tanzania no hace más que empezar. Gracias a Bagamoyo, Tanzania pronto se convertirá en el Dubai
africano”.

1. Véase “La Tanzanie entame la construction d’un port et d’une zone économique spéciale pour 10
milliards de dollars”, Ecofin, París, 19-10-15.

2. Véase Nick Van Mead, “China in Africa: win-win development, or a new colonialism?”,The
Guardian, Londres, 31-7-18.

3. Véase “La Chine à l’assaut du marché africain”,Le Monde diplomatique, París, mayo de 2005.

4. Christian Shepherd y Ben Blanchard, “China’s Xi offers another $60 billion to Africa, but says no
to ‘vanity’ projects”,Reuters, 3-9-18.

5. Véase Sébastien Le Belzic, “L’Afrique devient un échiquier où les États-Unis et la Chine avancent
leurs pièces”,Le Monde, París, 9-1-19.

6. “La Chine contribuera au développement de l’Afrique”, FrenchXinhuanet, 8-5-18.

* Periodista.
Traducción: Teresa Garufi.
EDICIÓN FEBRERO 2019 | N°236

LAS AMBIGÜEDADES DEL PARTIDO LABORISTA

¿Un Brexit de izquierda?


Por Chris Bickerton*
La decisión de los británicos de abandonar la Unión Europea, considerada riesgosa para algunos
conservadores, podría significar una oportunidad para los laboristas de alcanzar el poder. Liberados
de los tratados neoliberales que organizan la Unión, tendrían mayor margen de maniobra para
implementar su programa.

Alejandro Puente, Sistema, 1967 (Gentileza Fundación Osde)

“Me encanta Corbyn / Odio el Brexit”. Desde hace algunos meses, puede leerse ese lema en las
remeras de algunos militantes laboristas, que ilustra la paradoja que enfrenta el Brexit para la
izquierda británica. Desde que Jeremy Corbyn tomara las riendas del Partido Laborista en 2015, éste
reanudó los proyectos que durante mucho tiempo había abandonado: renacionalizar los servicios
públicos deteriorados tras su privatización; rehabilitar la inversión pública, en particular dentro del
sector industrial para generar empleos; controlar las finanzas para que dejen de dictar su ley al
pueblo. Rompiendo con años de retrocesos ideológicos, dichas perspectivas sedujeron a amplios
sectores de la población. En pocos meses, el Partido Laborista se convirtió en la formación europea
más grande en cantidad de afiliados (1).

Pero si bien Corbyn se ha mostrado siempre crítico de la orientación neoliberal de la construcción


europea, la mayoría de los nuevos militantes de su partido votaron, durante el referéndum del 23 de
junio de 2016, a favor de la permanencia del Reino Unido en el seno de la Unión Europea
–particularmente en los grandes centros urbanos y fundamentalmente una población joven que
aprendió a asociar la idea de Europa con una forma de internacionalismo benevolente–. Esto plantea
implícitamente el siguiente interrogante: ¿se puede defender al mismo tiempo el programa
económico y social de Corbyn y el mantenimiento del Reino Unido en el seno de la Unión Europea?
En otros términos, ¿es posible transformar el funcionamiento de la economía británica en el marco de
los tratados europeos?

“¡Sí!”, responden los partidarios de Bruselas, pero olvidan aclarar que la Unión Europea sólo tolera
los cambios de orden económico cuando éstos aceleran los procesos de liberalización. Los tratados
no sancionan mecánicamente las políticas progresistas, sino que les imponen serios límites.
¿Sorprendente? No realmente, ya que, en sus orígenes, el proyecto europeo, ideado por los
conservadores y demócratas cristianos, apuntaba de hecho a prevenir el estatismo y el colectivismo
que observaban del otro lado de la Cortina de Hierro, y que defendían especialmente los poderosos
partidos comunistas de Francia y de Italia. De este modo, pese a su neutralidad teórica, la Unión
Europea favoreció sistemáticamente la apertura a los mercados. Desde la firma del Acta Única, en
1986, en la mayoría de los conflictos que oponen el interés nacional al sector privado, el Tribunal de
Justicia de la Unión Europea ha fallado a favor del segundo. En este contexto, el Brexit podría
aportar una cura de juventud a la izquierda permitiéndole refundarse ideológicamente y recuperar su
base social original: las clases populares.

Reconsiderar el modelo

Una política regional que aspirara a relanzar la economía del Mezzogiorno italiano, de la región
francesa Hauts-de-France o de los antiguos pueblos mineros de Gales chocaría con el marco europeo
para las ayudas públicas. A nivel nacional, estas ayudas se autorizan únicamente en la medida en que
no representen un obstáculo para la “libre competencia sin distorsiones” grabada a fuego en los
tratados. Existen importantes diferencias entre los países de la Unión Europea en materia de ayudas
públicas: en 2016, Francia les dedicaba el 0,65% de su producto interno bruto (PIB); Dinamarca, el
1,63% (2). En los tratados de la Unión Europea, se autoriza la inversión pública para una gama
limitada de iniciativas: mejora de infraestructuras locales, protección de “lugares de la memoria” …
Pero Bruselas reprocharía rápidamente las políticas discriminatorias de un gobierno que intentara
relanzar economías regionales víctimas de la recesión. Sin embargo, obrar en pos de una región
determinada, a veces incluso a expensas de regiones competidoras, ¿no constituye acaso la definición
misma de política regional?

Lo mismo sucede con la libre circulación de trabajadores. Criticar ese derecho representa
actualmente un tabú dentro de la izquierda. Quien se arriesga a hacerlo tiene asegurada la etiqueta de
“xenófobo”, “racista” o de “nacionalbolchevique”. En los inicios de la construcción europea, dicha
“libertad” fue exigida por el gobierno italiano que, en los años 50, quería exportar a sus desocupados
para protegerse de sus reivindicaciones. Hoy en día, la flexibilidad y la apertura del mercado laboral
británico permiten que los empleadores ya no tengan que preocuparse por la formación profesional:
el raudal de migrantes les facilita echar mano de las competencias adquiridas (y financiadas) en otra
parte. Tampoco tienen necesidad de aumentar los salarios para atraer nuevas aptitudes laborales.

El Brexit ya comenzó a transformar el mercado laboral británico, ante la mirada inquieta de los
lobistas pro-business. En el sector de la construcción, donde el porcentaje de trabajadores venidos de
Estados miembros de la Unión Europea es particularmente elevado (35% en Londres y en el sudeste
de Inglaterra), los salarios crecen más rápido que la media: 4,6% entre mayo y agosto de 2018, frente
a un 3,1% en el resto de la economía.

Salir de los tratados europeos permitiría, además, poder reconsiderar el modelo de crecimiento
británico, actualmente basado en el consumo. En un contexto en el que la baja productividad tira los
sueldos hacia abajo, su financiamiento depende, en gran medida, delboom inmobiliario. Pero el
incremento del valor de la vivienda favorece a losbabyboomers, que compraron sus casas en los años
90. Por el contrario, excluye a las generaciones nacidas entre los años 1980 y 2000. Ahora bien,
romper con esta estructura económica para desarrollar la economía productiva, fuente de empleos,
exigiría herramientas capaces de orientar los flujos de capitales, lo cual Bruselas prohíbe. En efecto,
el mercado inmobiliario británico es desde hace mucho tiempo un sector especulativo: las viviendas
suelen ser más una inversión que lugares de residencia.

Rehabilitar el aparato industrial implica asimismo alterar la arquitectura contemporánea de las


cadenas de valor en las que los proveedores (en general, pequeñas y medianas empresas) se enfrentan
a un pequeño número de empresas que dominan el mercado y que tienen la capacidad de hacer
presión para reducir los ingresos de sus prestatarios. Será difícil modificar dicha relación de fuerzas
sin una política industrial voluntarista que combine inversiones a largo plazo con formas de
protección de la producción local, a fin de facilitar el desarrollo de nuevas industrias y de sus cadenas
de suministro y de distribución. ¿Inversión pública? ¿Proteccionismo? La Unión Europea priva a los
Estados de este tipo de mecanismos.

Malestar social

Corbyn ha procurado no marginar a la parte de su electorado que defiende al mismo tiempo su


programa económico y la permanencia del Reino Unido dentro de la Unión Europea, aunque ello
signifique mantener la ambigüedad. El Partido Laborista prometió que, si llegara al poder, negociaría
un acuerdo para establecer una unión aduanera permanente –un arreglo que obligaría al Reino Unido
a cumplir con todas las normas definidas por la Unión Europea– sin renunciar en absoluto a su
programa en materia de nacionalización o de intervencionismo económico (3).

Actualmente, la presión aumenta para que se organice un segundo referéndum sobre la salida de la
Unión Europea –exigido por importantes editorialistas, por una buena parte de la patronal y por los
sectores más europeístas de los partidos conservador y laborista–. Corbyn, por su parte, plantea la
idea de que la solución al caos actual pasa más bien por la organización de elecciones generales.
“Independientemente de que hayan votado por la permanencia en la Unión Europea o por la salida
–explicó en un discurso pronunciado el 10 de enero de 2019–, la gente sabe bien que el sistema no le
sirve. Algunos estiman que esta Europa los protege contra la precariedad y la inseguridad. Otros
piensan que justamente es parte de la élite que los sume en la precariedad y la inseguridad. […] Pero,
tanto en una como en otra de las facciones que aparecieron en este contexto, el referéndum sobre
Europa representó mucho más que la relación con nuestros socios comerciales y las normas que la
rigen. El objetivo era poder expresarse sobre la forma en que se nos trata desde hace décadas, y sobre
cómo construir un mejor futuro”. En esas condiciones, la exageración mediática en torno al Brexit
distorsiona, según él, las prioridades de los británicos. Estos desearían poder responder menos a la
pregunta “¿A favor o en contra de Europa?” que a esta otra: “¿A favor o en contra de las políticas
aplicadas desde la llegada al poder en 1979 de Margaret Thatcher?”. La primera de las dos preguntas
invita a otro referéndum; la segunda exige nuevas elecciones. El problema es que toda moción de
censura del gobierno de Theresa May requiere el apoyo de una parte de lostories o del Partido
Unionista Democrático de Irlanda del Norte (DUP), ultraconservador y hostil a la idea de una unión
aduanera…

Sin embargo, el voto a favor del Brexit revela menos “la intolerancia”, “el racismo” o “la
insularidad” de la población –como los medios eurófilos se esforzaron por señalar– que lo profundo
del malestar social de una mayoría de británicos. Las elecciones del 23 de junio de 2016 se
caracterizaron por una elevada participación (más del 72%, frente a un 68% en las elecciones
generales de 2017 y un 66% en las de 2015), marcando el regreso a las urnas de personas que no
votaban desde hacía décadas. Evidentemente, la pregunta planteada motivó a la gente a responder. El
voto a favor de la permanencia dentro de la Unión Europea registró la mayor cantidad de votos en las
circunscripciones urbanas: Londres y sus barrios jóvenes y burgueses como Lambeth (78,6%) e
Islington (76,4%), pero también en ciudades que se han visto beneficiadas por un fuerte crecimiento
económico, como Cambridge (73,8%) y Oxford (70%). Las regiones que no han logrado encontrar su
lugar en la economía postindustrial –llamada “economía del crecimiento”– votaron, por el contrario,
en su gran mayoría por la salida de la Unión Europea (4).

Tal fue el caso de Clacton-on-Sea, una ciudad balnearia del Mar del Norte muy reputada en los años
60 y 70, pero caída desde entonces en el olvido. Antes dinámica, la ciudad depende ahora de los
subsidios del Estado para sobrevivir. En 2014, volvió a ser noticia tras haber elegido al primer (y
único) diputado del Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP), hostil a la inmigración.
En aquel momento, el periodista y ex diputado conservador del West Derbyshire, Matthew Parris,
había afirmado que su partido debía “dar la espalda” a Clacton-on-Sea, “una ciudad sin futuro”,
“cuyos electores no tienen ningún futuro”, un concentrado de “esa Gran Bretaña que se sostiene
únicamente con muletas, que se viste con jogging y zapatillas”. “Yo no digo que no debamos tener en
cuenta las necesidades de la gente que vive en Clacton, o en lugares de ese tipo –precisó–. Pero, con
toda honestidad, adhiero a la idea de que no deberíamos cargar con sus opiniones” (5). En 2016, más
del 70% de los electores de Clacton-on-Sea votaron a favor de la salida de la Unión Europea.

Pero una brecha sigue separando esta parte de la población que el desamparo social llevó a votar por
el Brexit, subrepresentada dentro del Partido Laborista, y la mayoría de los militantes pro-Corbyn,
seducidos por su proyecto político, pero convencidos de que la salida de la Unión Europea se inscribe
en un planteamiento xenófobo e intolerante –en pocas palabras, que el Brexit sólo puede ser de
derecha–. Dichos militantes exigen un segundo referéndum, especialmente si se propone anular el
resultado del anterior. Cuentan con el apoyo de una parte de los diputados laboristas que, durante el
congreso de septiembre de 2018, obligaron a Corbyn a “considerar la posibilidad” de apoyar la idea
de un segundo voto en caso de no lograr la celebración de elecciones generales. No obstante, el 18 de
enero, el sitio del muy eurófilo diarioTheGuardian presentaba otro peligro para los laboristas: el de la
renuncia de los diputados más cercanos a la línea de Corbyn, convencidos de que llamar a nuevos
comicios equivaldría a pisotear los principios democráticos y a apartarse definitivamente de la
población hostil a la Unión Europea… Estas contradicciones radican en la evolución sociológica e
ideológica del Partido Laborista de los últimos treinta años. El Brexit las cristaliza de golpe, de
manera particularmente aguda.

Por su parte, los conservadores parecen, por el momento, decididos a salvar lo esencial. El 15 de
enero, lostories contribuyeron a someter a Theresa May a la humillación más severa de la historia del
Parlamento británico al rechazar su proyecto de acuerdo con Bruselas, con 432 votos contra 202.
Pero superaron rápidamente sus divisiones sobre la cuestión europea para descartar la moción de
censura presentada por los laboristas al día siguiente, y cuya adopción habría precipitado la
celebración de nuevas elecciones. Partidario de un “Brexit duro” y opuesto al arreglo imaginado por
la primera ministra, el diputado Mark Francois justificó su decisión de apoyarla: “Puede que
hayamos tenido nuestras divergencias sobre la cuestión europea, pero ante todo soy un conservador”.

1. Véase Allan Popelard y Paul Vannier, “El renacimiento del laborismo británico”,Le Monde
diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, abril de 2018.

2. “State Aid Scoreboard 2017”, Comisión Europea, http://ec.europa.eu

3. Véase Renaud Lambert, “Por entre la barba asoma una sonrisa”,Le Monde diplomatique, edición
española, abril de 2018.

4. Véase Paul Mason, “Un salto a lo desconocido”,Le Monde diplomatique, edición Cono Sur,
Buenos Aires, agosto de 2016.

5. Matthew Parris, “Tories should turn their back on Clacton”,The Times, Londres, 6-9-14.

* Politólogo, Universidad de Cambridge.


EDICIÓN FEBRERO 2019 | N°236

DEL DEPÓSITO AL RECICLAJE

Las contradicciones del neoliberalismo “ético”


Por Grégoire Chamayou
Los intereses económicos de la industria fomentaron el reemplazo de los envases reutilizables por los
desechables. Pero para poner fin a la inmensa producción de residuos, en la actualidad proponen la
reeducación moral del individuo, haciéndolo exclusivo responsable de la alarmante contaminación
ecológica del planeta.
Juan Soto (www.sotografico.blogspot.com)

1971. Por la ventanilla de un auto, una mano arroja una bolsa que reventará más lejos, al costado del
camino. La basura se esparce a los pies de un personaje majestuoso calzado con mocasines. Es un
indio con una pluma en la cabeza. Primer plano. Te está mirando. Llora. Zoom sobre la lágrima que
rueda sobre su mejilla. Voz en off: “La contaminación comienza con la gente. La gente es quien
puede detenerla”. En la pantalla aparece la leyenda: “Keep America Beautiful” (“Mantén América
hermosa”).

El indio es la naturaleza. Nosotros somos la civilización. Él es nuestra conciencia culpable. El sujeto


subordinado no puede hablar, pero sus ojos abiertos lo hacen a través de su boca cerrada. A esa
América virginal, anterior a la colonización, que fue profanada, devastada, que sufrió un genocidio,
continuamos hiriéndola, y nos lo reprocha en silencio. Luego viene el eslogan: “La causa de la
contaminación somos nosotros”. Por lo tanto, el remedio sigue estando en nosotros. Todo está en
nuestras manos. Podemos mitigar nuestra culpa. Basta con que cambiemos de comportamiento.

Doble moral

¿Quién está detrás de este edificante mensaje publicitario? Contrariamente a lo que uno podría
pensar, Keep America Beautiful, fundada en 1953, no es una organización no gubernamental
ambientalista, sino un consorcio liderado por compañías de bebidas y empaques, incluyendo Coca-
Cola y American Can Company (compañía americana de latas de conserva).

En Estados Unidos hacía mucho tiempo que existía un sistema de depósito para la venta de bebidas:
el cliente pagaba unos centavos extra, que le eran devueltos cuando retornaba la botella vacía. Este
sistema de reutilización de envases –a diferencia del reciclaje de materiales (el vidrio no se refundía,
la botella se rellenaba de nuevo)–, era eficiente, sustentable y minimizaba los residuos (1).

Las cosas empezaron a cambiar en la década de 1930. Después de la Prohibición [la Ley Seca],
cuando se reanudó el negocio, los fabricantes de cerveza inventaron la lata de metal. El paso a los
envases desechables [descartables] abría perspectivas atractivas: se suprimía el costo de recogida y
reenvasado, se eliminaban los intermediarios (incluidos los embotelladores locales), se concentraba
la producción y al mismo tiempo se ampliaba la distribución a grandes distancias.

Generalizar lo desechable implicaba, por supuesto, aumentar la producción de residuos, pero los
industriales se lavaban las manos. A principios de la década de 1950, los fabricantes de gaseosas,
liderados por Pepsi y después por Coca-Cola, siguieron el ejemplo de los cerveceros.

El cambio fue espectacular. Mientras que en 1947, el 100% de las gaseosas y el 85% de las cervezas
se vendían en botellas reutilizables, en 1971 esta proporción era de sólo el 50% y el 25%
respectivamente (2). A partir de entonces, las latas vacías y las botellas desechables comenzaron a ser
arrojadas en las alcantarillas, los terrenos baldíos, las proximidades de la costa y otras zonas de
picnic. Se produjo una conmoción. Se firmaron peticiones. Se exigió a las autoridades que tomaran
medidas. En 1953, la Asamblea del Estado de Vermont aprobó una primera ley que hizo obligatorio
el sistema de depósito. Para las empresas, significó una seria advertencia. Se temía que esta
legislación creara “un precedente que algún día podría afectar a toda la industria” (3). Para frenar el
movimiento, ese mismo año se creó Keep America Beautiful.

En el verano boreal de 1936, mientras lanzaba al mercado sus nuevas cervezas en lata, Continental
Can Company había iniciado una importante campaña publicitaria en la prensa. Alababa los méritos
de su invento, tan práctico, que se abría en un santiamén, mantenía el sabor y la frescura y, sobre
todo, permitía “beber directamente, sin tener que devolver botellas vacías”. El principal argumento
de venta de las latas de cerveza desechables consistía, como era de esperar, en que eran descartables.
No más depósitos, no más cadáveres de botellas que transportar. Una fotografía mostraba a dos
pescadores en mangas de camisa en un bote, cuyas respectivas posturas mostraban dos momentos de
la misma secuencia que, obviamente, se repetían una y otra vez durante su larga tarde de pesca: uno
estaba bebiendo, con el codo en alto, y el otro, con el brazo alzado, a punto de tirar su lata vacía a las
aguas del lago. Beber, eliminar.

Tres décadas más tarde, esta publicidad se volvió impensable. En el fondo, nada había cambiado: la
ventaja de los desechables es que se pueden desechar. Pero ya no se podía decirlo tan abiertamente.
Había llegado el momento de un segundo mensaje que corrigiera el primero.

En el anuncio televisivo de 1971, el del indio que llora, encontramos el mismo gesto, con el brazo
levantado para lanzar, pero esta vez seguido de otra imagen, la de la lágrima indígena, que
retrospectivamente le daba un significado diferente. El antiguo contenido del manifiesto, ahora
rechazado, decía: “Cómprame, es cómodo, una vez que hayas bebido podrás arrojarme a las aguas
del lago”. Cuando pasó a ser vituperable, fue reemplazado oficialmente por éste: “Soy desechable,
pero atención: si me arrojas donde no se debe (y ya lo has hecho), te vas a sentir culpable. Lo que te
habíamos animado a hacer, ahora te instamos no sólo a que te abstengas de hacerlo, sino también a
que cargues con la culpa”. Como el problema se había reformulado para atribuírselo a las conductas
indebidas, la solución era obvia: provendría de un trabajo de reeducación moral. Para poner fin a la
contaminación, bastaría con que cada uno adoptara en forma individual las buenas prácticas
medioambientales.

Pero por otro lado, los movimientos ecologistas se remontaron a la fuente, incriminando a los
industriales que habían escogido el desechable, saboteando un sistema bien establecido de
reutilización de envases por mero interés de rentabilidad. A principios de la década de 1970 se
multiplicaron las iniciativas para obligar a los fabricantes a volver al régimen de depósito. En ese
sentido, en 1972 en Oregon se adoptó una “ley sobre las botellas”, que al año siguiente fue aprobada
en Vermont. Los industriales se enojaron, a veces hasta el punto de olvidar su propia terminología.
“Debemos luchar por todos los medios contra los referéndums sobre las botellas organizados este año
en Maine, Massachusetts, Michigan y Colorado, donde los comunistas, o personas con ideas
comunistas, están tratando de hacer que esos Estados sigan el mismo camino que Oregon”, decía
William F. May, quien tenía la doble condición de director de la American Can Company y de
presidente de Keep America Beautiful (4).
En respuesta a la amenaza regulatoria, en 1970 el Glass Container Manufacturers Institute (GCMI,
Instituto de Fabricantes de Envases de Vidrio) lanzó una fuerte campaña de relaciones públicas con
un presupuesto multimillonario. Dos días antes del primer “Día de la Tierra”, inició un programa
piloto de reciclaje en Los Ángeles. Se invitó a los habitantes, movilizados a través de asociaciones,
escuelas o iglesias asociadas, a que trajeran a los centros de acopio abiertos para ese fin frascos y
botellas vacías, contra un centavo por libra de vidrio recolectado. Menos de un mes después, en la
aglomeración se recogían 250.000 botellas por semana. Aprovechando este éxito, al año siguiente el
GCMI estableció un programa de reciclaje a nivel nacional en el curso de una “semana contra el
vertido de residuos”.

Así pues, la industria promovió la práctica del reciclado como solución alternativa a los proyectos de
depósito obligatorio y a la prohibición de los envases desechables. Al final de esta exitosa
contraofensiva liderada por los grupos de presión industriales, el reciclaje se convirtió en “la solución
exclusiva, más que el complemento de los programas vinculantes de reducción en el origen” (5
). A medida que se aplicaban las primeras prácticas de clasificación fomentadas por la industria, se
disparaba el volumen de la basura doméstica.

De modo que, en el mismo momento en que los fabricantes desmantelan el sistema de depósito,
evitando así los costos de reprocesamiento, y adoptan decisiones estructuralmente antiecológicas,
reclaman la responsabilidad ecológica de los consumidores. Un caso típico de doble moral, donde se
proclama una norma que se aplica a todos menos a uno mismo. Responsabilizar a otros para mejor
eximirse de la propia responsabilidad.

El sujeto responsable

Con la ayuda de fuertes campañas publicitarias, los fabricantes han logrado plantear la cuestión de
los residuos como una “cuestión de responsabilidad individual, desconectada del proceso de
producción” (6), sin ningún vínculo con la reducción de la generación de desechos en origen. Para
nosotros en tanto individuos, es probable que sea halagador imaginar que todo descansa sobre
nuestros frágiles hombros. Pero, mientras clasificamos nuestros envases en nuestras cocinas, de una
manera menos visible en lo inmediato, otros actores, empezando por los municipios, han tenido que
invertir y endeudarse para financiar la infraestructura necesaria para hacer frente a la producción
exponencial de basura doméstica. En última instancia, fueron los ciudadanos quienes “financiaron
(tanto mediante su buena voluntad como de los impuestos) el sistema de reciclaje de envases
producidos por la industria de las bebidas, permitiendo a las empresas ampliar sus actividades sin
tener que asumir costos adicionales” (7).

En los años 70, los industriales, apropiándose de la retórica de los movimientos militantes, hicieron
llamamientos para “involucrarse” y “continuar la lucha” mediante pequeñas acciones responsables.
Así, la campaña publicitaria del indio que llora se asoció a un folleto en el que se enumeraban las “71
cosas que se pueden hacer para frenar la contaminación”. Se están realizando esfuerzos para
promover formas de compromisos domésticos que puedan satisfacer el deseo emergente de actuar y
al mismo tiempo reorientarlos en una dirección no antagónica, compatible con los intereses de los
industriales más que en conflicto con ellos.

La fuerza psicológica de estas tácticas es que nos dicen algo muy agradable de escuchar; algo real,
también, siempre y cuando esté bien diseñado: todo está en nuestras manos, tenemos el poder de
“hacer la diferencia”. Ellos se esfuerzan por canalizar poderosas aspiraciones para cambiar las cosas
aquí y ahora, incluso a nivel de las prácticas de la vida diaria, pero ocultándolas tras inofensivas
formas de acción. La promoción industrial del reciclaje fue una de esas tácticas: eludir los posibles
enfrentamientos manteniendo a la gente en una actividad despolitizada.

A la acción política, considerada vana, este extraño “neoliberalismo ético” opone un cúmulo de
micro-actos solitarios. Sin embargo, su propia práctica pronto se encarga de desmentirlos: para hacer
fracasar los proyectos de regulación ambiental, los industriales se han dedicado activamente a la
política. Lejos de proceder como un agregado, por el contrario, se han unido como un conglomerado,
un colectivo capaz de actuar de manera concertada.

En los años 60, tanto para los movimientos ecologistas emergentes como para los movimientos
feministas, “lo personal era político”: las relaciones de dominación tenían que ser descubiertas hasta
en los repliegues de la vida cotidiana. Trabajar para cambiar las prácticas individuales y luchar para
cambiar el sistema, elaborar su compost y militar no eran cosas que se excluyeran mutuamente. Ese
discurso de adjudicar responsabilidad emitido por la industria ha separado y opuesto las dos
dimensiones: promovió la micro-reforma de los comportamientos individuales como solución
alternativa a la acción política. Propagó una falsa antinomia entre el micro y el macro cambio. A la
demanda de una transformación del sistema, ahora presentado como estratosférico, estéril, se opuso
la pretendida autosuficiencia de una reforma de las prácticas individuales, supuestamente capaz de
cambiar las cosas poco a poco, sin acciones colectivas ni conflictos.

Hay algo paradójico en esta historia. El sistema de depósito se basaba en la movilización de un


interés contante y sonante: el consumidor retornaba la botella vacía para recuperar, como buen agente
económico, sus 50 centavos. Un sistema de gobierno por intereses, en plena conformidad con los
presupuestos antropológicos de la economía clásica. Ahora bien, la industria insistió en sustituir este
sistema por otro, basado en una motivación desinteresada. Por pura preocupación en el interés
general, ahora se supone que todo el mundo debe clasificar sus residuos, en ausencia de cualquier
motivo en apariencia egoísta. Entre elhomo œconomicus y elhomo politicus aparece así una tercera
figura: la delhomo ethicus, un sujeto “responsable” encargado a su escala de contrarrestar, por su
micro virtud, los macro-vicios sistémicos.

Esta nueva gobernanza ética no expulsa a la otra, de tipo económico, que se impone a esos mismos
agentes. No la suprime sino que se reimprime sobre ella. Todo el mundo debe manejar la tensión que
producen esos mandatos contradictorios: ser económicamente eficiente, pero ecológicamente
responsable.
1. Véase Joe Greene Conley II, “Environmentalism contained: A history of corporate responses to
the new environmentalism”, Princeton, 2006, www.thecre.com

2. Andrew Boardman Jaeger, “Forging hegemony: How recycling became a popular but inadequate
response to accumulating waste”, Social Problems, Vol. 65, N° 3, Oxford, agosto de 2018.

3. Citado por Andrew Boardman Jaeger, “Forging hegemony”,op. cit.

4. “Clean-up groups fronting for bottlers, critics say”,The San Bernardino County Sun, 29-8-1976.

5. Bartow J. Elmore, “The American beverage industry and the development of curbside recycling
programs, 1950-2000”, Business History Review, Vol. 86, N° 3, Cambridge, otoño boreal de 2012.

6. Don Hazen, “The hidden life of garbage: An interview with Heather Rogers”, AlterNet, 30-10-05,
www.alternet.org

7. Bartow J. Elmore, “The American beverage industry and the development of curbside recycling
programs, 1950-2000”,op. cit.

Traducción: Teresa Garufi.


EDICIÓN FEBRERO 2019 | N°236

ARTE Y DISEÑO

Bauhaus, el espíritu de las formas


Por Lionel Richard*
La Bauhaus (1919-1933), creada en Weimar por Walter Gropius, era fundamentalmente una escuela,
cuyo programa inicial apuntaba a impregnar a los constructores del “saber hacer” de los artesanos.
Pero su fuerza innovadora pronto encontró resistencias en una Alemania donde el Partido
Nacionalsocialista se lanzaba a la toma del poder.

Paul Klee, postal de exposición Bauhaus “el lado ideal”, 1923 (Gentileza Museo Nacional de Bellas
Artes)
Alemania, enero de 1919. Tras la abdicación del emperador Guillermo II, una agitación
revolucionaria, aunque también contrarrevolucionaria, enardecía todos los ánimos. En Berlín, para
los diputados resultaba difícil debatir sobre el futuro. Debido a que en Weimar el clima estaba más
tranquilo, se eligió ese pequeño pueblo de Turingia, que gozaba del prestigio que le diera Johann
Wolfgang von Goethe, como sede de la Asamblea Nacional hasta el otoño. Con soldados apostados
en toda la ciudad, el 6 de febrero de 1919, los diputados reunidos en la sala del teatro comenzaron sus
deliberaciones en torno a los artículos de la Constitución que regiría en la flamante República
alemana.

Walter Gropius, arquitecto berlinés de 36 años, también se encontraba en Weimar. Desmovilizado


luego de haber resultado herido en 1917 durante la batalla del Somme, obtuvo el aval del gobierno
regional para llevar a cabo un antiguo proyecto: volver a dar vida a la Escuela de Artes Decorativas.
Su sede había sido construida y administrada por un adepto al Art Nouveau, el belga Henry Van de
Velde. Desde 1916, se usaba como hospital militar.

Del otro lado de la calle, la Escuela Superior de Bellas Artes no tenía director. Los docentes
propusieron que se juntaran los dos establecimientos. De esta fusión, nació la Bauhaus, o “casa de la
construcción”, un nombre inventado por Gropius. Evoca el término “Bauhütte”, que en la Edad
Media, durante la edificación de las catedrales, designaba el gremio de los constructores. Mediante
ese neologismo, que utilizó por primera vez el 20 de marzo de 1919 en una presentación de la nueva
institución, Gropius buscaba sugerir el carácter radicalmente nuevo de aquello que se proponía
emprender.

En Alemania, este arquitecto ya tenía la reputación de ser un espíritu vanguardista. Desde 1910,
participó activamente del Werkbund (Unión para la obra), una organización que luchaba por una
“acción conjunta” de artistas, artesanos e industriales con el fin de “ennoblecer” los productos de la
industria. De 1911 a 1913, en Alfeld, Baja Sajonia, construyó para la empresa Fagus, fabricante de
hormas de zapatos, un edificio audazmente moderno, combinando vidrio y cemento.

Considerando que su rol era el de un “creador de formas”, desde antes de 1914, se convenció de que
asumirlo sería prácticamente imposible sin una transformación de la sociedad. “La cuestión social se
ha convertido en el verdadero punto clave de la ética de nuestro tiempo”, afirmaba en 1911 (1
). Era necesaria una “fe en grandes ideas colectivas”. En 1919, pensaba que, con el combate
revolucionario en marcha, ese tipo de fe ya no era una quimera. En Berlín, se constituyó el Consejo
de Trabajo para el Arte que Gropius aceptó presidir: “Nuestro trabajo sólo puede consistir en
preparar la unidad futura para un tiempo de armonía”, escribía (2).

Con la creación de la Bauhaus, Gropius pensaba poder materializar su utopía. El programa del
establecimiento proponía formar constructores que aprenderían el oficio a la manera de los artesanos.
Reunidos en una comunidad de trabajo, participarían, en un impulso colectivo, de una gran obra que
exigía involucrar todas las habilidades, en pintura, escultura, arquitectura. Objetivo: “la unidad de
todo lo que está presente en un edificio”. Dicho programa se ilustraba con un grabado en madera del
pintor Lyonel Feininger que representaba una catedral, símbolo del resultado del trabajo conjunto,
motivado por un ideal colectivo.

En acuerdo con ese programa, Gropius definió los principios pedagógicos. La escuela era mixta y los
alumnos podían inscribirse mediante la simple presentación de una carpeta. Elegían a sus delegados,
que podían participar del Consejo de Maestros. Los docentes ya no eran “profesores”, sino “maestros
de forma”, artistas expertos, como Feininger, y maestros artesanos. Estos debían enseñarles a los
alumnos a lidiar con los materiales en los distintos talleres. Durante el primer año, se daba una
formación preparatoria en la que se incitaba a los alumnos a sacarse de encima todas las reliquias
académicas, para luego elegir una especialidad más acorde a cada uno. Gropius encomendó este
“curso preliminar” a un pintor expresionista, Johannes Itten.

Hacia la disolución

¿Era posible en 1919, en Alemania, una escuela tan innovadora? Faltaba hasta lo más básico para
poder arrancar adecuadamente: un personal experimentado y motivado, materiales, fondos
económicos, talleres menos vetustos… Eran muchas las dificultades, pero Gropius resistía. Desde
fines de 1919, la Bauhaus, que desde octubre tenía doscientos alumnos inscriptos, empezó a ser el
blanco del “clan de los imbéciles filisteos” y de la “banda de los viejos nacionalistas”, se lamentaba
su director (3).

Un mes más tarde, los profesores de la antigua Escuela Superior de Bellas Artes, no pudiendo
adaptarse al programa, decidieron desvincularse, y los dos establecimientos volvieron a funcionar
separadamente. Para resistir, la primera solución que atisbó Gropius fue incentivar a los alumnos a
idear objetos comercializables. Pero no tuvo lo suficientemente en cuenta la situación económica de
la región. Se produjo una conjura de los artesanos locales, quienes veían en su iniciativa una
competencia desleal. Esto conllevó un aislamiento aun mayor de la Bauhaus, desconectada de la vida
social.
Finalmente, la escuela comenzó a funcionar siguiendo su programa recién durante el cuatrimestre del
invierno de 1920-1921. Con el fin de consolidar un espíritu de comunión entre los alumnos, mediante
la vida en común, Gropius fomentaba las actividades recreativas, las fiestas. Solicitó a Lothar
Schreyer, director de teatro y colaborador en la revista expresionistaDer Sturm, que se uniera a él
para transmitir su experiencia a los estudiantes y montar con ellos obras y espectáculos.

Sin embargo, poco a poco fueron emergiendo las divergencias respecto de la orientación de la
enseñanza. Para Itten y Schreyer, bastaba con estimular en los alumnos una realización libre. A los
ojos de Gropius, por el contrario, era necesario concentrarse en el aprendizaje técnico. Sostenía que
la familiaridad con los materiales y las prácticas del artesano eran un requisito indispensable para la
invención de formas nuevas, acorde al espíritu de la época. Mientras soñaba con una comunidad de
creadores vinculados a la sociedad, le parecía que la Bauhaus estaba reduciéndose a una “isla
romántica” (4). Los talleres no producían prácticamente nada. A su entender, Itten frenaba el trabajo.

Para remediar esta situación, Gropius contrató a personalidades prestigiosas: Oskar Schlemmer en
1920, Paul Klee en la primavera de 1921, Vassily Kandinsky en junio de 1922. Sin embargo, su
discrepancia con Itten alcanzó su punto de quiebre en octubre de 1922, y se decidió a cortar por lo
sano. Para justificar los subsidios otorgados, el gobierno de Turingia le propuso exhibir los trabajos
de la Bauhaus en el marco de una exposición. Imposible evadir la propuesta, si no quería llevar a la
escuela a la bancarrota. Le pidió por ello a Itten atenerse a esos imperativos o renunciar a su puesto,
lo cual provocó que éste se fuera dando un portazo, seguido por Schreyer.

Se abrió una tercera etapa. Para reemplazar a Itten, Gropius hizo una nueva incorporación: un
constructivista, el húngaro László Moholy-Nagy, quien se hizo cargo del curso preliminar y de la
dirección del taller de metal en la primavera de 1923. Por fin, la escuela había encontrado su motor.
Moholy-Nagy participó de los preparativos de la exposición prevista, que fue inaugurada el 15 de
agosto de 1923 dando muestra de que la Bauhaus no merecía morir.

El público fue invitado a descubrir el trabajo que se hacía en los talleres. Se imprimieron para la
ocasión folletos publicitarios, afiches, tarjetas postales. Se publicó un libro de importancia capital, de
más de doscientas páginas. Moholy-Nagy firmaba la sorprendente composición tipográfica.

Sobre una colina, se construyó una casa modelo siguiendo los planos del maestro que dirigía el taller
de tejido, el pintor Georg Muche. La arquitectura era elemental: dos cubos apilados, de un diseño
racional, funcional, con todo el confort moderno. En una conferencia, Gropius resumía así el punto
de inflexión iniciado: “Arte y técnica, una nueva unidad”.
Aunque su buen funcionamiento resultase evidente, la Bauhaus estaba sujeta a los avatares de la
historia. En febrero de 1924, la derecha obtuvo la mayoría en las elecciones regionales y redujo el
crédito de la escuela. A fines de 1924, la capacidad de supervivencia parecía tan precaria que, el 1°
de abril de 1925, Gropius y el Consejo de Maestros se resignaron, sin más, a pronunciarse a favor del
cierre de la escuela. Entre tanto, les llegó un ofrecimiento de sede por parte del intendente de Dessau.
En abril de 1925, la Bauhaus fue trasladada a esa ciudad de 70.000 habitantes en pleno auge
industrial, a unos cien kilómetros de Berlín. La municipalidad deseaba lanzarse, por otra parte, a un
proyecto de viviendas populares.

Tras algunos meses de vaivenes en estructuras provisorias, en octubre de 1926, las clases se iniciaron
en tres edificios nuevos, rápidamente construidos en base a planos de Gropius. Un ala entera estaba
ocupada por habitaciones para los estudiantes. La arquitectura conjugaba vidrio, acero y cemento: un
modelo de realización moderno.

Con subsidios municipales garantizados, la Bauhaus pasó a ser una “Escuela superior de diseño de
formas”. Se convirtió en un órgano de producción de prototipos para la industria, abandonando las
referencias a la artesanía. Los docentes llegados de Weimar recibían el título de “profesor” –como
Klee, Kandinsky, Muche, Moholy-Nagy, Schlemmer–. Varios ex alumnos llevaban adelante la
escuela: Josef Albers, en el curso preliminar; Herbert Bayer, en imprenta y publicidad; Marcel
Breuer, en carpintería y creación de mobiliario funcional.

Gropius completó luego el programa con una materia de arquitectura. Para dictarla, eligió a un
arquitecto suizo, Hannes Meyer, quien aceptó el cargo, pero con una condición: las clases teóricas
debían asociarse a una práctica en la obra en construcción, y había que marcar una diferencia
respecto de las escuelas técnicas superiores.

Se avanzó aun más para insertar a la escuela dentro de la sociedad real. Se instauraron asimismo
disciplinas como resistencia de materiales y matemática aplicada a la arquitectura. La Bauhaus se
reorientó para afirmarse como un laboratorio de investigación. Los contratos comerciales empezaron
a concretarse, con ventas de prototipos a empresas.

Y repentinamente, ante el asombro de todos, Gropius anunció que se daba por vencido. Harto de
perder el tiempo solucionando problemas materiales, consideraba que había descuidado demasiado
su propia carrera. En octubre de 1928, cedió la dirección a Meyer. Después se fueron también Bayer,
Breuer y Moholy-Nagy.
Así empezaba la quinta fase de la Bauhaus. Hannes Meyer pensaba que para construir, había que
considerar todos los fenómenos humanos. Lo “moderno” no encaja en un techo plano o en fachadas
rectilíneas: se encuentra en la relación directa de las formas arquitectónicas con la existencia de los
hombres (5). En nombre de esta concepción, entraron nuevos aires. La Bauhaus se abrió a las
técnicas más avanzadas, cursos de fotografía, conferencias sobre psicología, sociología, cine, y a
sesiones de gimnasia. Hannes Meyer se mostraba además tolerante respecto de las actividades de un
grupo de estudiantes comunistas. Hasta el momento en que, en plenas vacaciones, en el mes de
agosto de 1930, recibió una carta de la municipalidad de Dessau que le informaba que estaba
despedido.

Los cabecillas de la facción en su contra invitaron a un arquitecto de renombre a tomar el relevo:


Ludwig Mies van der Rohe, que aceptó restablecer el orden. Se expulsaron a los molestos y se
impusieron rigurosas reglas de conducta a los alumnos. Se limitó la enseñanza a aspectos puramente
técnicos, o casi. Esta notable buena voluntad resultó ser desafortunadamente inútil. En 1930, el
Partido Nacionalsocialista ganó las elecciones en Turingia. A los ojos de sus dirigentes, el órgano
“judeobolchevique” de “disgregación cultural” que era la Bauhaus debía desaparecer. El pretexto
invocado fue la falta de impermeabilidad del techado de los edificios. Ni la ciudad de Dessau ni el
nuevo gobierno de Turingia podían asumir el costo financiero de los arreglos. El 22 de agosto de
1932, se promulgó la prohibición de acceso a la escuela.

Como último recurso, Mies van der Rohe intentó continuar la actividad de la Bauhaus en calidad de
institución privada, en una fábrica abandonada de Berlín. Pensaba financiarla con el dinero que había
dado anteriormente la venta de prototipos a empresas industriales. Pero Adolf Hitler tomó el poder el
30 de enero de 1933. Pese a los intentos de varios nazis, entre los alumnos, para negociar con Joseph
Goebbels, la aventura concluyó con varias peripecias grotescas. Durante una operación dentro de la
escuela, la policía dijo haber encontrado propaganda comunista. Con su forma ya bien edulcorada, la
Bauhaus cerró sus puertas el 11 de abril de 1933. Su disolución fue votada por el Consejo de
Maestros el 20 de julio de 1933.

Más allá de las polémicas…

Hoy en día, el mito se apropió de la Bauhaus. A tal punto que el rumor público ha llegado a olvidar
que, ante todo, fue una escuela, y que su evolución no puede separarse de las condiciones históricas
que determinaron su funcionamiento. Unos exaltan un supuesto “estilo” que no fue otro que el de
todo un movimiento moderno que preconizaba un entorno funcional. Otros le atribuyen la
responsabilidad de las casas en serie, de los edificios estandarizados, de un urbanismo de rascacielos.

Uno de los errores más frecuentes es el que asocia la Bauhaus a una escuela de arquitectura: esta
disciplina no se enseñó allí sino tras ocho años de existencia del establecimiento. Solamente una
minoría, o incluso una élite, se formó en arquitectura: había 30 alumnos de los 201 inscriptos en el
programa de construcción en 1929; 40 de los 166 inscriptos en 1930. Destaquemos que la Bauhaus
dio origen a una pedagogía eficaz –el programa de 1920 de los Vkhoutemas, los Talleres Superiores
de Arte y Técnica de Moscú, presentaba, por cierto, semejanzas con el de la Bauhaus–. Al romper
con la rutina académica, contribuyó a modificar internacionalmente el entorno material que reinaba
por entonces. Más allá de las polémicas que lo rodean, a menudo abstractas, se siguen produciendo
las sillas inventadas por Breuer, así como las mesas plegables y las lámparas de escritorio ideadas por
Hin Bredendieck o los juegos de café de Marianne Brandt. Lo “moderno” concebido en Dessau sigue
siendo copiado por industriales del mundo entero.

Hace cien años que Gropius llevó la Bauhaus a la pila bautismal. En 2015, el Parlamento alemán
aprobó un apoyo financiero a la celebración de su centenario. Con un argumento no desprovisto de
oportunismo, dado que la definía como “uno de los productos de exportación más exitosos en la
historia de la cultura alemana”. Así pues, en 2019, se inaugurarán tres museos consagrados a la
Bauhaus. Algunas oficinas de turismo ya están presentando itinerarios de visita.

Además de evocar su pedagogía y sus producciones, no se le puede rendir homenaje sin recordar que
todos sus trabajos fueron realizados durante un corto período de catorce años, marcado por
numerosas vicisitudes, puesto que la Bauhaus pasó por tres ciudades y conoció sucesivamente a tres
directores, antes de ser prohibida por razones políticas.

1. Walter Gropius,Architecture et société, Éditions du Linteau, París, 1995.

2. Walter Gropius, en Ja! Stimmen des Arbeitsrats für Kunst (colectivo), Photographische
Gesellschaft in Charlottenburg, Berlín, 1919, citado por Karl-Heinz Hüter,DasBauhausinWeimar,
Akademie Verlag, Berlín Oriental, Documento N° 7, 1976.

3. Véase Karl-Heinz Hüter, Das Bauhaus in Weimar, “Lettre à Max Osborn du 16 décembre 1919”,
Documento N° 15,op. cit.

4. Véase Karl-Heinz Hüter, Das Bauhaus in Weimar, op. cit., Documento N° 43. También en Hans
M. Wingler, Das Bauhaus: Weimar, Dessau, Berlin, 1919-1933, Rasch & Co, Colonia, 1975.

5. Das Werk, N° 7, Zurich, 1926. Citado por Jacques Aron,Anthologie du Bauhaus, Didier Devillez
Éditeur, Bruselas, 1995. Esta obra es fundamental para comprender la Bauhaus.

* Profesor emérito en la Universidad de Picardía; autor, entre otras obras, de L'art et la guerre,
Pluriel/Hachette, París y Nazisme et barbarie, Complex, Bruselas.
Traducción: Victoria Cozzo.
EDICIÓN FEBRERO 2019 | N°236

LAS FISURAS DEL OLIGOPOLIO AUDIOVISUAL

Las recetas de Netflix


Por Thibault Henneton*
Una pequeña empresa de alquiler de DVD por correspondencia nacida en 1997, llamada Netflix, se
ha convertido en una plataforma de video a la carta que tiene 140 millones de abonados en 190
países. El acceso es ilimitado, sin publicidad y personalizado. Actualmente, todos los dispositivos
conducen a Netflix, que busca imponer sus reglas.

Luciano Espeche (lucianoespecheilustraciones.blogspot.com)

La historia empezó con una proeza tecnológica: se trataba primero de ganarles a las descargas
ilegales. Netflix diseñó, pues, una interfaz de una fluidez remarcable. En todos lados, todo el tiempo,
sin perder conectividad, la resolución de la imagen se adapta a la velocidad de conexión de un
número exponencial de usuarios. Netflix aplica esta “escalabilidad” (scalability) a través de su
programa Open Connect y gracias al servicio “clood” de Amazon. Costo estimado: entre 30 y 80
millones de dólares por mes. Condición necesaria para alejar a los potenciales clientes de las
descargas piratas.

Para fidelizarlos, es necesario contar con contenidos atractivos. Desde fines de los años 2000, Netflix
negocia derechos de emisión con los estudios hollywoodenses y aprovecha el auge mundial de las
series (1) (Friends, La casa de papel, etc.) –que representan, en término de horas de programación,
más de dos tercios del catálogo y de las visualizaciones–. Pero, desde el inicio, apuntó también al
público de nicho. “Sus representantes venían a verme y me preguntaban: ‘¿Qué tenés de cine iraní?’
–recuerda Vincent Maraval, un distribuidor francés–.Yo les respondía: ‘Ésta es interesante, aquella
también’. Y ellos me decían: ‘Pero no, eso no nos interesa. ¿Tenés treinta? ¡Nos llevamos todas!’” (2
). Desde entonces, la empresa gasta cada vez más para comprar contenidos, endeudándose en
mercados de alto riesgo –un método utilizado por Amazon–. Mientras los abonados afluyan, Netflix
conserva la confianza de los inversores. Sin embargo, al ser dueña solamente del 8% de su catálogo,
la plataforma sigue dependiendo en gran medida de las licencias que obtiene de los grandes estudios
(el 20% pertenece exclusivamente a NBCUniversal, Disney y Warner), que podrían retomar
rápidamente esas licencias para su propio servicio de video a la carta (subscription video on demand,
SVOD). Por lo tanto, Netflix redobla los esfuerzos para hacerse de sus propios programas.

Un competidor eficaz

En 2013, la empresa comenzó a producir y, en 2016, creó su estudio. Con un éxito rotundo, porque
su fundador y director Reed Hastings, informático graduado de la Universidad de Stanford, la cuna
de Google, también sabe sacar provecho de las huellas que dejan los usuarios: observando sus
comportamientos, clasificando las preferencias, recomendando recorridos por su catálogo, en suma,
alimentando algoritmos.

Netflix ha construido una poderosa herramienta para ajustar sus productos –y poder definir a sus
abonados– que le permite saber que las comedias alemanas tienen éxito en Brasil, en qué momento
preciso de un episodio los espectadores “se enganchan” con una serie, en qué temáticas y en qué
actores convendría invertir, etc. La multinacional elige producir a nivel local, en la lengua de los
países a los que apunta, recurriendo a actores conocidos, lo cual le deja echar raíces mientras capta la
atención mediática. De este modo, la serieNarcos, ficción muy documentada sobre los carteles de la
droga, inspirada en la exitosa telenovela colombianaEl cartel de los sapos (2008), fue coproducida
con la empresa francesa Gaumont y las tres cuartas partes fueron rodadas en castellano, poco después
de la llegada de Netflix a cuarenta y tres países de América Latina y del Caribe, en 2011 (3).

Antes de crear sus propios contenidos, la plataforma aprovechó –en México, por ejemplo– la
ausencia de regulación para los servicios de SVOD. Negoció con las grandes emisoras
latinoamericanas (Telemundo, Telefé en Argentina, RCN en Colombia) los derechos de autor de
producciones que gozaban de una ávida audiencia local, concretamente, miles de horas de
telenovelas –entre el 15 y el 20% del catálogo–. Además, se agregó un 80% de producciones
hollywoodenses que todo el mundo conocía y bajaba ya masivamente de Internet, aunque de manera
ilegal. Los primeros abonados compartían sus códigos de acceso; habría sido fácil impedírselos, pero
Netflix se mostró tolerante: era tan conveniente para su imagen como para sus servidores, que
registraban de esta manera una cantidad de datos que excedía ampliamente la de sus abonados.
Dichas informaciones eran luego analizadas para determinar los gustos del público. Una vez que
hubo adquirido un conocimiento lo suficientemente fino, Netflix pudo lanzar, sin demasiado riesgo,
sus propias series. Así nació Narcos, en 2015.

La empresa produce también películas –alrededor de ochenta en 2018, el doble que Disney y Warner
Bros juntos–. Algunas ya han empezado a ganar premios en los grandes festivales. Dos de ellas
fueron premiadas en el Festival de Venecia, en septiembre de 2018:Roma, del director mexicano
Alfonso Cuarón, recibió el León de Oro, y el premio al mejor guión fue paraLa balada de Buster
Scruggs, de Joel y Ethan Coen. Dicho reconocimiento legitima artísticamente lo nuevo a la vez que
genera preocupación en las instituciones ya existentes, lo cual la plataforma sabe aprovechar
perfectamente en términos de imagen. Tanto más cuanto que Netflix se presenta como mecenas de
nóveles talentosos despreciados por el establishment. En Francia, por ejemplo, distribuyeParis est à
nous, un fresco sobre la juventud, realizada por jóvenes y rodada en París, en exteriores, que está
teniendo mucha repercusión. No es extraño que un cineasta reciba de California una respuesta
favorable para un proyecto de rodaje que en Francia le habría llevado meses concretar.

Parafraseando al dueño de Blumhouse, productor de películas-fenómeno que tuvieron un éxito


enorme a pesar de su bajo presupuesto, comoEl proyecto Blair Witch, de Daniel Myrick y Eduardo
Sánchez (1999), Netflix es una máquina de absorber talentos, ya que repara poco en los costos, es
audaz en sus elecciones y respetuosa de los artistas –siempre y cuando no infrinjan sus muy estrictas
consignas de confidencialidad–. Un director como Cuarón no habría tenido necesidad de acudir a
Netflix “si los estudios y distribuidores fueran más inteligentes, más combativos, más abiertos
–sostiene el presidente del Instituto Lumière Bertrand Tavernier (Première.fr, 19-10-18) –. El
problema es que su película fue rechazada por todos los estudios de Hollywood. Y que Netflix acepta
una película en castellano, en blanco y negro, autobiográfica, sin actores famosos”. Y agrega: “A los
estudios estadounidenses sólo les interesa producir a Marvel y sus superhéroes, solamente cosas para
chicos de entre 6 y 11 años. Si fuera necesario, yo iría a tocar a la puerta de Netflix”. Haciéndose eco
de esto, Martin Scorsese, cuya última película,The Irishman, financiada en gran parte por Netflix, en
principio no se estrenará en los cines, declaraba: “Hay que aprovechar la tecnología y las
circunstancias. Pero, lo más importante: hay que seguir haciendo películas” (France TV Info, 9-5-18).

En efecto. Pero para que pueda prevalecer cierta diversidad, se implementaron reglas, por lo menos
en Francia, como la “cronología de los medios”, es decir, el tiempo que se debe esperar entre el
estreno de una película en cines y su exhibición en otros medios, que depende del porcentaje de
financiamiento de los distintos distribuidores. Cuanto mayor participación tiene un distribuidor en el
presupuesto de la producción cinematográfica y audiovisual (30% del financiamiento global de las
películas francesas en el caso de los canales de televisión), más pronto podrá exhibir la producción en
la televisión o en Internet. Revisar dicho calendario implica, pues, reconsiderar el financiamiento del
cine.

Sin embargo, poco antes de su lanzamiento en Francia, en 2014, y pese a las advertencias de la
entonces ministra de Cultura Aurélie Fillippetti, Netflix no parecía demasiado dispuesto a plegarse a
esas reglas. Tras un lobbying muy eficaz, la empresa dijo “gracias” por la publicidad gratuita
generada por la polémica e instaló su sede europea en Amsterdam, donde el sistema fiscal es más
liviano –tanto más cuanto que se mostró muy a gusto con las operaciones financieras en los paraísos
fiscales– (4). Cuatro años más tarde, cumple como los demás con el impuesto sobre el valor agregado
(TVA, por su sigla en francés) y con el impuesto del 2% al video destinado al Centro Nacional del
Cine y de la Imagen Animada (CNC), pero evita pagar el impuesto sobre la renta en Francia. Y sigue
exenta de la obligación de financiar la creación audiovisual en dicho país, como sí lo hacen las salas
de cine (un porcentaje del precio de las entradas va al CNC) y los canales de televisión franceses.

Una guerra que recién comienza

Según el nuevo acuerdo interprofesional negociado en diciembre pasado, Netflix debería, en


particular, abstenerse de poner en línea las películas antes de transcurridos quince meses desde su
estreno en salas. “Diez meses no sería para nosotros un plazo aceptable. Diez días tampoco, en
realidad”, bromeaba Hastings ya en 2017. La plataforma no lo firmó, aunque ello no preocupe
demasiado a sus abonados, entre los cuales hay quienes consideran que por fin se puso el cine al
alcance de todos. Los que niegan la fuerza de este último argumento viven seguramente en una
ciudad grande, ironiza Frédéric, un docente de Normandía que dedica un podcast mensual,
“Netflixers”, a la actualidad del video a la carta: “En París, hay 1.092 cines sobre 106 kilómetros
cuadrados. En Normandía, el promedio es de un cine”.

¿Pero qué películas se pueden ver? De las “100 obras maestras que más gustaron a los críticos de
Le Monde desde 1944” (LeMonde.fr, 22-12-18), solamente tres están disponibles en el Netflix
francés, y sólo dos en el Netflix estadounidense, a pesar de estar mejor provisto. “Se pasa más tiempo
recorriendo el catálogo que mirando efectivamente algo”, dicen también con humor en Estados
Unidos. Y la abundancia oculta una cierta tendencia a la estandarización, incluso en las series.
Netflix no produjo grandes obras como las que hicieron la reputación del canal de cable Home Box
Office (HBO):Oz, Los Soprano, The Wire, Six Feet Under, o la recienteThe Deuce, sobre el
surgimiento de la industria pornográfica en Nueva York de principios de los años 70.

En un episodio de esta última serie, el dueño de un estudio de películas pornográficas examina los
últimos modelos de videocasete, testigos de la “guerra del formato” que enfrentaba por entonces a los
fabricantes de videocaseteras. Esta innovación iba a modificar profundamente las prácticas
culturales, hacer entrar todo tipo de obras en los hogares y dar origen al comercio del alquiler de
videos, haciendo temblar las salas de cine. Medio siglo más tarde, el VHS caducó y el cine sigue
existiendo. En cambio, nada garantiza que Netflix, como interfaz y como estudio, vaya a perdurar.
Tiene poderosos rivales. Están las filiales de GAFA (Google, Apple, Facebook, Amazon): Facebook
Watch, YouTube Originals (Google), Amazon Prime Video, Apple TV… Los grandes estudios:
Hulu, y pronto Disney Plus. Además, los proveedores de Internet, que controlan la información: SFR
y Orange en Francia (OCS), Comcast y ATT en Estados Unidos. Los dos últimos poseen, además,
inmensos catálogos de contenidos –Universal-Dreamworks y Warner-HBO, respectivamente–. La
“guerra del streaming” recién empieza.
1. Véase “Écrans et imaginaires”, Manière de voir, N° 154, París, agosto-septiembre de 2017.

2. “Des films pour les cinéphiles”, entrevista a Vincent Maraval, La Septième obsession, N° 19,
París, noviembre-diciembre de 2018.

3. Elia Margarita Cornelio-Marí, “Digital Delivery in Mexico: A Global Newcomer Stirs the Local
Giants”, en Cory Barker y Myc Wiatrowski (bajo la dirección de), The Age of Netflix: Critical
Essays on Streaming Media, Digital Delivery and Instant Access, McFarland & Company, Jefferson
(Carolina del Norte), 2017.

4. Véase “Comment Netflix cache ses profits aux îles Caïmans”, BFMTV.com, 3-10-18.

* De la Redacción de Le Monde diplomatique, París.


Traducción: Victoria Cozzo
EDICIÓN FEBRERO 2019 | N°236

EMMANUEL MACRON FRENTE AL AVANCE DE LOS “CHALECOS AMARILLOS”

Lucha de clases en Francia, año 2019


Por Serge Halimi y Pierre Rimbert*
Y de repente, en la amable coreografía de la alternancia en el poder republicano de dos fracciones
civilizadamente enfrentadas –conservadores versus progresistas, por ejemplo– de la misma clase
social, irrumpe un actor impresentable. Francia siempre supo de estos estallidos que escalan a veces a
revoluciones (1789, 1830, 1848, 1871...). Hoy los “chalecos amarillos”, cansados de tantas
injusticias, pretenden que la historia reinicie su marcha.

París, 5-1-19 (Marion Vacca/Hans Lucas/AFP)

Miedo. No a perder una elección, a fracasar en las “reformas” o a ver caer sus activos en la Bolsa.
Más bien, a la insurrección, la revuelta, la destitución. Hacía medio siglo que las élites francesas no
experimentaban semejante sensación que, el sábado 1° de diciembre de 2018, paralizó
repentinamente algunas conciencias: “Lo más urgente es que la gente vuelva a sus casas”, señalaba
preocupada la periodista estrella de BFM TV Ruth Elkrief. En las pantallas de su canal desfilaban las
imágenes de los “chalecos amarillos” muy decididos a conseguir una vida mejor.

Unos días más tarde, la periodista de un diario cercano a la patronal,L’Opinion, revelaba en un


estudio de televisión hasta qué punto fue fuerte el chubasco: “Todos los grandes grupos distribuirán
primas, porque realmente en un momento tuvieron miedo de ver sus cabezas clavadas en picas.
Efectivamente, ese sábado terrible, con todos los daños que hubo, las grandes empresas llamaron al
presidente del MEDEF, Geoffroy Roux de Bézieux, para decirle: ‘¡Dales todo! Dales todo, porque si
no…’. Se sentían físicamente amenazados”.

Sentado junto a la periodista, el director de una encuestadora recordaba a su vez a “grandes


empresarios efectivamente muy preocupados”, un clima “que se parece a lo que leí sobre 1936 o
1968. Hay un momento en el que uno se dice: ‘Es necesario saber ceder grandes sumas, antes que
perder lo esencial’” (1). Durante el gobierno del Frente Popular, el secretario general de la
Confederación General del Trabajo (CGT), Benoît Frachon, recordaba en efecto que en las
negociaciones de Matignon, producto de una ola de huelgas imprevistas con ocupaciones de fábricas,
los patrones habían “cedido en todos los puntos”.

Este tipo de descomposición de la clase pudiente no es habitual, pero tiene como corolario una
lección que atravesó la historia: quienes tuvieron miedo no perdonan ni a quienes se lo causaron ni a
quienes fueron testigos de su miedo (2). El movimiento de los “chalecos amarillos” –duradero,
inasible, sin líder, que habla un idioma de las instituciones desconocido, tenaz a pesar de la represión,
popular a pesar de la mediatización maliciosa de los saqueos– provocó pues una reacción llena de
precedentes. En momentos de cristalización social, de lucha de clases sin rodeos, uno debe elegir su
bando. El centro desaparece, el pantano se seca. Y entonces, incluso los más liberales, los más cultos,
los más distinguidos olvidan la tontería de “vivir juntos”.

Horrorizados, pierden su sangre fría, como Alexis de Tocqueville cuando mencionaba en sus
Recuerdos las jornadas de junio de 1848. Los obreros parisinos reducidos a la miseria fueron
entonces masacrados por una tropa que la burguesía en el poder, convencida de que “sólo el cañón
puede resolver los problemas de nuestro siglo” (3), había enviado contra ellos. Describiendo al
dirigente socialista Auguste Blanqui, Tocqueville olvidaba sus buenos modales: “Un semblante
enfermizo, malvado, inmundo, una palidez sucia, el aspecto de un cuerpo enmohecido […]. Parecía
haber vivido en una cloaca de la que acababa de salir. Me daba la sensación de una serpiente a la que
le pellizcan la cola”.
La misma metamorfosis de la civilidad enfurecida tuvo lugar durante la Comuna de París en 1871. Y
esa vez sorprendió a muchos intelectuales y artistas, progresistas a veces, pero preferentemente en
momentos de calma. El poeta Leconte de Lisle montó en cólera contra “esa liga de todos los
desclasados, todos los incapaces, todos los envidiosos, todos los asesinos, todos los ladrones”. Para
Gustave Flaubert, “el primer remedio sería acabar con el sufragio universal, la vergüenza del espíritu
humano”. Sosegado por el castigo (20.000 muertos y alrededor de 40.000 detenciones), Émile Zola
extraería las enseñanzas para el pueblo de París: “El baño de sangre que acaba de sufrir quizás sea
una horrible necesidad para calmar algunas de sus fiebres” (4).

Lo que lleva a pensar que el 7 de enero pasado, Luc Ferry, profesor de Filosofía y Ciencia Política,
pero también ex ministro de Educación de la Nación, podía tener en mente los excesos de personajes,
al menos con tantos galones como él, cuando la represión de los “chalecos amarillos”, demasiado
indolente a sus ojos, le arrancó –en Radio Classique– esa exhortación a los guardianes de la paz:
“Utilicen sus armas de una buena vez [contra] esa especie de matones, esa especie de canallas de
extrema derecha o de extrema izquierda o de los barrios que vienen a golpear a la policía”. Luego
Ferry se fue a almorzar.

Generalmente, el campo del poder se despliega en distintos componentes, a veces simultáneos: altos
funcionarios franceses o europeos, intelectuales, empresarios, periodistas, derecha conservadora,
izquierda moderada. Es en este amable marco que opera una alternancia calibrada, con sus rituales
democráticos (elecciones, luego hibernación). El 26 de noviembre de 1900 en Lille, el dirigente
socialista francés Jules Guesde analizaba ya ese pequeño juego político al que la “clase capitalista”
debía su longevidad en el poder: “Se dividen en burguesía progresista y burguesía republicana,
burguesía clerical y burguesía librepensadora, de manera tal que una fracción vencida pueda siempre
ser reemplazada en el poder por otra fracción de la misma clase también enemiga. Es el barco de
compartimentos estancos que puede hacer agua de un lado y no por ello deja de ser insumergible”.
Sin embargo, puede ocurrir que el mar se agite y la estabilidad de la nave se vea amenazada. En ese
caso, las disputas deben eliminarse ante la necesidad de un frente común.

Frente a los “chalecos amarillos”, la burguesía realizó un movimiento de esas características. Sus
voceros habituales, que, en momentos de calma, procuran mantener la apariencia de un pluralismo de
opiniones, asimilaron al unísono a los contestatarios a una jauría de poseídos racistas, antisemitas,
homofóbicos, facciosos, conspiradores. Pero, sobre todo, ignorantes. “‘Chalecos amarillos’: ¿ganará
la estupidez?”, preguntaba Sébastien Le Foll enLe Point (10 de enero de 2019). “Los verdaderos
‘chalecos amarillos’ –confirmaba el editorialista Bruno Jeudy– luchan sin reflexionar, sin pensar”
(BFM TV, 8 de diciembre). “Los bajos instintos se imponen en el desprecio a la civilidad más
elemental”, señalaba a su vez con preocupación Vincent Trémolet de Villers (Le Figaro, 4 de
diciembre).
Ya que este “movimiento de ramplones poujadistas y facciosos” (Jean Quatremer), conducido por
una “minoría rencorosa” (Denis Olivennes), es fácilmente asimilado a una “ola de ira y odio”
(editorial deLe Monde), donde “hordas de retrasados mentales, de saqueadores” “carcomidos tanto
por el resentimiento como por las pulgas” (Franz-Olivier Giesbert) dan rienda suelta a sus “pulsiones
malsanas” (Hervé Gattegno). “¿Cuántos muertos tendrán en la conciencia estos nuevos ramplones?”,
decía preocupado Jacques Julliard.

También preocupado por los “odios desembozados y ciegos a su propia voluntad”, Bernard-Henri
Lévy accedió, sin embargo, a firmar enLe Parisien un petitorio, acompañado por nombres como el de
Cyril Hanouna, Jérôme Clément y Thierry Lhermitte, invitando a los “chalecos amarillos” a
“transformar su ira en debate”. Sin éxito, pero, alabado sea Dios, suspiraba Pascal Bruckner, “la
policía, con su sangre fría, salvó a la República” de los “bárbaros” y la “chusma encapuchada” (5).

De Europa Ecología Los Verdes (EELV) a los vestigios del Partido Socialista, de la Confederación
Francesa Democrática del Trabajo (CFDT) a los dos animadores de la mañana de France Inter (una
“alianza de la inteligencia”, al decir de la directora de la estación de radio), todo un universo social se
unió para bombardear a las personalidades políticas solidarias con el movimiento. ¿Su error? Atentar
contra la democracia sin compartir su temor. ¿Cómo oponerse a estos inoportunos? Utilizando un
viejo truco: buscando todo lo que podría relacionar a un vocero de los “chalecos amarillos” con un
punto de vista que la extrema derecha habría un día defendido o compartido. Pero, si va a ser así,
¿deberían también fomentarse los ataques contra periodistas, debido a que Marine Le Pen, en sus
pedidos a la prensa, vio allí “la negación misma de la democracia y el respeto del otro sin el cual no
existe un intercambio constructivo, ni vida democrática, ni vida social”? (17 de enero).

Nunca la reacción del bloque burgués que conforma la base electoral de Emmanuel Macron (6
) se mostró tan crudamente como el día en queLe Monde publicó el retrato, empático, de una familia
de “chalecos amarillos”, “Arnaud y Jessica, la vida euros más, euros menos” (16 de diciembre).
Miles de comentarios furiosos invadieron entonces la página web del diario. “Pareja poco astuta…
La verdadera miseria ¿no sería, en algunos casos, más cultural que financiera?”, decía un lector. “El
problema patológico de los pobres: su capacidad para vivir por encima de sus recursos”, agregaba un
segundo. “No piensen que se convertirán en investigadores, ingenieros o diseñadores. Esos cuatro
hijos serán como sus padres: una carga para la sociedad”, afirmaba un tercero. “Pero ¿qué esperan
del Presidente de la República? –reaccionaba otro–. ¿Que viaje todos los días a Sens para controlar
que Jessica tome bien la pastilla anticonceptiva?”. La periodista autora del retrato tambaleó frente a
esta “lluvia de ataques” con “tono paternalista” (7). ¿“Paternalista”? No se trataba, sin embargo, de
una discusión familiar: los lectores de un diario reputado por su moderación encendían más bien la
alarma de una guerra de clases.

La “recaída”
En efecto, el movimiento de los “chalecos amarillos” marca el fracaso de un proyecto nacido a fines
de los años 80 e impulsado desde entonces por evangelistas del liberalismo social: el de una
“República del centro” que habría acabado con las convulsiones ideológicas expulsando a las clases
populares del debate público y de las instituciones políticas (8). Todavía mayoritarias, pero
demasiado inquietas, éstas debían ceder lugar –todo el lugar– a la burguesía culta.

El “giro del rigor” en Francia (1983), la contrarrevolución liberal impulsada en Nueva Zelanda por el
Partido Laborista (1984), y luego, a fines de los años 90, la “tercera vía” de Anthony Blair, William
Clinton y Gerhard Schröder, parecieron concretar ese objetivo. A medida que la socialdemocracia se
escondía en el aparato de Estado, se instalaba a sus anchas en los medios de comunicación y ocupaba
los directorios de las grandes empresas, relegaba a los márgenes del juego político a su base popular
de antaño. En Estados Unidos, apenas sorprende que, frente a una asamblea de proveedores de
fondos electorales, Hillary Clinton coloque en la “canasta de gente lamentable” los apoyos a su
adversario. Pero la situación francesa es apenas mejor. En un libro de estrategia política, Dominique
Strauss-Kahn, un socialista que formó a muchas personas cercanas al actual Presidente francés,
explicaba hace ya diecisiete años que su partido debía en adelante apoyarse en “los miembros del
grupo intermedio, constituido en su inmensa mayoría por asalariados sensatos, informados y
educados, que constituyen la estructura de nuestra sociedad. Aseguran su estabilidad, debido […] a
su apego a la ‘economía de mercado’”. En cuanto a los otros –menos “sensatos”–, su destino estaba
sellado: “Del grupo más desfavorecido, lamentablemente no se puede seguir esperando una
participación serena en una democracia parlamentaria. No es que se desentienda de la historia, pero a
veces sus irrupciones se manifiestan de manera violenta” (9). Sólo se preocuparían por estas
poblaciones una vez cada cinco años, en general, para reprocharles los resultados de la extrema
derecha. Luego de lo cual, volverían a la nada y a la invisibilidad –la seguridad vial aún no les exige
a todos los automovilistas llevar un chaleco amarillo–.

La estrategia funcionó. Las clases populares se encuentran excluidas de la representación política.


También excluidas del corazón de las metrópolis: con un 4% de nuevos propietarios obreros o
empleados cada año, la París de 2019 se parece a la Versalles de 1789. Excluidas, finalmente, de las
pantallas de televisión: el 60% de las personas que aparecen en los programas informativos
pertenecen al 9% de trabajadores activos con mayor formación (10). Y, a los ojos del jefe de Estado,
no existen. Europa, estima, es sólo un “viejo continente de pequeñoburgueses que se sienten
protegidos en el confort material” (11). La cuestión es que ese mundo social obliterado,
estigmatizado como reacio al esfuerzo escolar, a la formación, y responsable pues de su destino,
resurgió bajo el Arco de Triunfo y en los Campos Elíseos. Confundido y consternado, el consejero de
Estado y constitucionalista Jean-Éric Schoettl diagnosticó en la página de internet deLe Figaro
(11 de enero de 2019) una “recaída a una forma primitiva de lucha de clases”.

Transformaciones ideológicas

Si bien el proyecto de sustraer del escenario político a la mayoría de la población se ha vuelto un


desastre, otro capítulo del programa de las clases dirigentes, el que apuntaba a confundir las
referencias entre izquierda y derecha, vive en cambio una suerte inesperada. La idea inicial, que se
tornó dominante tras la Caída del Muro, consistía en empujar a los márgenes desprestigiados de los
“extremos” toda posición que cuestionara el “círculo de la razón” liberal, expresión del ensayista
Alain Minc. La legitimidad política ya no se basaría entonces en una manera de ver el mundo,
capitalista o socialista, nacionalista o internacionalista, conservadora o emancipadora, autoritaria o
democrática, sino en la dicotomía entre razonables y radicales, abiertos y cerrados, progresistas y
populistas. La negativa a distinguir derecha e izquierda, un rechazo que los profesionales de la
representación les reprochan a los “chalecos amarillos”, reproduce en suma en el seno de las clases
populares la política de confusión perseguida desde hace décadas por el bloque burgués.

Este invierno, los reclamos de justicia fiscal, mejora del nivel de vida y rechazo al autoritarismo del
poder ocupan un lugar central, pero la lucha contra la explotación salarial y la propiedad social de los
medios de producción están en gran medida ausentes. Ahora bien, ni el restablecimiento del
Impuesto de Solidaridad sobre la Fortuna, ni el retorno a los 90 kilómetros por hora en las rutas
secundarias, ni el control más estricto de los informes de gastos de los representantes electos, ni
tampoco el Referéndum de Iniciativa Ciudadana (RIC) pondrían en tela de juicio la subordinación de
los asalariados en la empresa, la distribución fundamental de los ingresos, o el carácter ficticio de la
soberanía popular en el seno de la Unión Europea y en la globalización.

Desde luego, los movimientos aprenden sobre la marcha; se fijan nuevos objetivos a medida que
perciben obstáculos imprevistos y ocasiones inesperadas: en la reunión de los Estados Generales, en
1789, los republicanos en Francia eran apenas un puñado. Señalar su solidaridad con los “chalecos
amarillos” es actuar pues para que la profundización de sus acciones se realice en el buen sentido, el
de la justicia, la emancipación. Sabiendo sin embargo que otros trabajan por una evolución inversa y
esperan que el enojo social beneficie a la extrema derecha en las elecciones europeas de mayo
próximo.

Este resultado sería favorecido por el aislamiento político de los “chalecos amarillos”, a los que el
poder y los medios de comunicación se esfuerzan por volver intratables exagerando el alcance de
cada uno de sus comentarios inadecuados. El eventual éxito de esta campaña de descalificación
validaría la estrategia implementada desde 2017 por Macron, que consiste en resumir la vida política
a un enfrentamiento entre liberales y populistas (12). Una vez impuesto este clivaje, el Presidente de
la República podría amalgamar en un mismo oprobio a sus opositores de derecha e izquierda, y
relacionar todo cuestionamiento interno con el accionar de una “internacional populista” en la que,
junto al húngaro Viktor Orbán y al italiano Matteo Salvini, participarían según él conservadores
polacos y socialistas británicos, insumisos franceses y nacionalistas alemanes…

Sea como fuere, el Presidente francés deberá resolver una paradoja. Apoyado en una base social
estrecha, sólo podrá implementar sus “reformas” al seguro de desempleo, las jubilaciones y la
función pública al precio de un autoritarismo político reforzado, represión policial y con la ayuda de
un “gran debate sobre la inmigración”. Resultaría irónico que, habiendo sermoneado a los gobiernos
“no liberales” del planeta, Macron termine copiando sus recetas.

1. “L’Info du vrai”, Canal Plus, 13-12-18.

2. Véase Louis Bodin y Jean Touchard,Front populaire: 1936, Armand Colin, París, 1961.

3. Auguste Romieu,Le Spectre rouge de 1852, Ledoyen, París, 1851, citado por Christophe Ippolito,
“La Fabrique du discours politique sur 1848 dansL’Éducation sentimentale”,op. cit., N° 17, Pau,
2017.

4. Paul Lidsky,Les Écrivains contre la Commune, La Découverte, París, 1999 (1ra ed.: 1970).

5. Respectivamente: Twitter, 29-12-18;Marianne, París, 9-1-19; 4-12-18;Le Point, París, 13-12-18 y


10-1-19;Le Journal du dimanche, París, 9-12-18;Le Figaro, París, 7-1-19;Le Point, 13-12-18;Le
Parisien, 7-12-18;Le Figaro, 10-12-18.

6. Véase Bruno Amable, “Lejos de las bases”,Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, marzo de
2017, y, del mismo autor, junto con Stefano Palombarini,L’Illusion du bloc bourgeois. Alliances
sociales et avenir du modèle français, Raisons d’agir, París, 2017.

7. Faustine Vincent, “Pourquoi le quotidien d’un couple de ‘gilets jaunes’ dérange des lecteurs”,
Le Monde, 20-12-18.

8. Véase Laurent Bonelli, “Les architectes du social-libéralisme”,Le Monde diplomatique, París,


septiembre de 1998.

9. Dominique Strauss-Kahn,La Flamme et la Cendre, Grasset, París, 2002. Véase Serge Halimi,
“Flamme bourgeoise, cendre prolétarienne”,Le Monde diplomatique, París, marzo de 2002.

10. “Baromètre de la diversité de la société fran?aise”, vague 2017, Consejo Superior del
Audiovisual, París, diciembre de 2017.

11. “Emmanuel Macron – Alexandre Duval-Stalla – Michel Crépu, l’histoire redevient tragique (une
rencontre)”,La Nouvelle Revue française, N° 630, París, mayo de 2018.

12. Véase Serge Halimi y Pierre Rimbert, “Liberales contra populistas, una oposición engañosa”,
Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, septiembre de 2018.

* Respectivamente: Director de Le Monde diplomatique. / De la redacción de Le Monde


diplomatique, París.
Traducción: Gustavo Recalde

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