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Cuando tocaron a la puerta, fui a ver quién era, con ganas de desquitar mi
malhumor con quien quiera que estuviera molestando, abrí la puerta para dar un buen
rapapolvo a mi visitante.
Menos mal que tenía la boca abierta, de otro modo hubiera sido evidente mi
asombro, un hombre guapísimo estaba en mi puerta.
Le di una apreciativa mirada, los primeros botones del vaquero, que abrazaba sus
muslos con el cariño de una amante, estaban desabrochados, la camisa, abierta hasta la
cintura, dejaba ver un pecho ligeramente cubierto de vello y unos pectorales de ensueño,
así como el sólido paquete de seis de su abdomen. Los ojos claros que adornaban su
rostro, aumentando su atractivo, me miraban risueños, estudiándome igual que yo lo hacía
con él, desde el moño flojo y mal hecho de mis cabellos hasta mis pies descalzos.
—Hola, soy tu nuevo vecino, vivo en el departamento que está frente al tuyo, me
mudé hace unos días a la ciudad y no conozco a nadie. Cuando te vi entrando ayer me
dije: “Ahí está tu primera amiga”, así que ya me ves, vine a conocerte y te traje esto.
“Esto”, era la caja de bombones más cara del mercado, una marca que siempre
quise probar, pero su costo era prohibitivo para mi exiguo salario. Empecé a salivar,
bueno, si voy a ser completamente sincera, empecé a hacerlo cuando lo vi en el umbral.
Me hice a un costado para que entrara, después de dar una ojeada disimulada para
ver si no tenía la ropa interior colgando por ahí.
Como yo no bebo y. ¿les comenté que estaba pasando por una sequía?, rompí con
mi último novio más de seis meses atrás; traducción: en la nevera solamente tenía
refrescos y agua embotellada.
Más que un poco amoscada le ofrecí agua, y me sonrió encantado, más tarde me
enteré de que era abstemio. Intuyo que hay una historia detrás de esa decisión.
Nos entendimos enseguida, tanto así que desde esa tarde, nos sentábamos a charlar
de esto y aquello, nos sentíamos cómodos con el otro.
Quise que se sientiera orgulloso de llevarme del brazo, así que desempolvé el más
hermoso de mis vestidos, una impresionante minifalda dorada, sin espalda, que me dejaba
una figura de infarto; puse, especial atención en el maquillaje y el peinado.
Me llevó horas verme como yo quería, pero valió la pena porque, cuando abrí la
puerta, encontré a mi devastadoramente guapo vecino enfundado en un traje de tres
piezas, perfectamente afeitado y peinado. Era puro pecado.
Me di cuenta de que le gustó lo que vió porque la mirada apreciativa con que me
recorrió se tornó, de repente, hambrienta.
Sobra decir que al verle me sorprendí. Sentí que me mojaba, y esa mirada no hacía
nada más que aumentar mi excitación.
De allí fuimos a una disco de moda, cuando nos acercamos al portero nos dejó
pasar inmediatamente.
Quedé maravillada, no solo por lo expeditivo de nuestra entrada, sino también por
la elegancia y el lujo del local.
Fuimos directamente a la pista de baile. Él notó mi excitación y mientras nos
movíamos abrazados al compás de una sensual música, me apretó contra su erección, otro
chorro de mi crema resbaló preparando el camino para su penetración, tenía los labios de
mi sexo ya hinchados.
Fue una completa tortura estar en la disco: roces subrepticios, caricias mal
disimuladas, la voz ronca con que me susurraba al oído y la deliciosa fricción de nuestros
cuerpos al movernos, tenían a mis pezones convertidos en duras y sensibles piedrecitas,
y a mi sexo empapado. Ambos estábamos calientes. Yo estaba tan encendida que me
sentía morir de ganas. Por su expresión noté que él no estaba mejor que yo
Después de dos o tres movimientos de sus caderas, grité, presa del más puro
éxtasis, mientras sentía su pene sacudirse en el orgasmo y oía su rugido de placer, que
reverberó en todo mi cuerpo, prolongando el mío.
Asombrada por mi inconsciencia, puesto que nunca antes estuve tan ida como para
no exigir a mi pareja que use preservativos, únicamente atiné a agradecerle el detalle.
Dio una ojeada incrédula a su pene, él tampoco se percató del momento que se
puso la funda.
Una mirada rápida al otro resultó en el encuentro sorprendido de nuestros ojos.
Nos reímos un poco avergonzados de nuestro comportamiento infantil. Ahora que el
borde afilado del deseo se aplacó, nuestro bochorno creció al ver que no transcurrieron
tres horas para dar el salto amigos a amantes. A ninguno de los dos se le pasó por la cabeza
esa posibilidad, pero ahora, mirando en retrospectiva, llegó, como una luz brillante, la
certeza de que recorríamos a pasos agigantados la distancia de la amistad al amor.
Reuní como pude la conciencia suficiente para decirle que estaba limpia y tomaba
la píldora, él contestó que también estaba sano. La necesidad creció ante la certeza de que
esta vez sería piel contra piel.
Recorrió mi rostro con suaves besos: mi frente, mis cejas, mis ojos, mis mejillas,
mis labios, mi barbilla, no quedó un solo centímetro que escapara de esos labios
exploradores.
Bajó por mi cuello hasta mis senos que, plenos e hinchados, rogaban por sus
atenciones: los besó, amasó, se amamantó de ellos con fruición, mordisqueó mis pezones
lanzando esquirlas de placer directamente a mi centro, ya estaba desesperada por tenerlo
dentro y así se lo hice saber, primero con gestos, después con movimientos y por último,
con ruegos desesperados.
Él solo sonrió
Él solo sonrió y comenzó todo de nuevo, con una variante: en vez de sus manos,
fueron sus labios, dientes y lengua los que atormentaron mi sexo: se acomodó entre mis
piernas, las abrió hasta lo impensable para acomodar sus hombros y evitar que abandonara
esa postura, para mantenerme fija en el colchón, sus manazas apretaban, suavemente mi
vientre, mientras él se daba un festín con mi carne y mis jugos.
A mis gemidos de placer respondía con los suyos, el meneo inconsciente de mis
caderas era acompañado, como si de un baile se tratara, con el movimiento ondulante de
su espalda, pero, ni siquiera así me penetró.
—Nunca, nunca me sentí así, — dijo él, - es la primera vez que el mundo todo se
sacude, la primera vez que pierdo el control tan completamente hasta el punto de no saber
dónde estoy …