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Introducción
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Dra. en Estudios de Género, Magíster y Licenciada en Trabajo social. Docente de la
Facultad de Cs. Sociales y Posdoctoral del CONICET.
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Discurso de “Pepe” Mujica disponible en:
https://www.youtube.com/watch?v=ZWgNb3byDOg
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En efecto y concluyendo, como enseña Gloria Alicia Caudillo Félix (2012): “El Vivir Bien
no es lo mismo que el vivir mejor, el vivir mejor es a costa del otro. Vivir mejor es egoísmo,
desinterés por los demás, individualismo, solo pensar en el lucro (provecho). Porque para
vivir mejor al prójimo se hace necesario explotar, se produce una profunda competencia, se
concentra la riqueza en pocas manos… El Vivir Bien está reñido (en contradicción) con el
lujo, la opulencia y el derroche; está reñido con el consumismo. No trabajar, mentir, robar,
someter y explotar al prójimo y atentar contra la naturaleza, [eso] posiblemente nos permita
vivir mejor". Esperemos que este capítulo aporte en el sentido de caminar estos desafíos.
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Según el INDEC (2014), el trabajo doméstico no remunerado consiste en todas las
actividades no remuneradas realizadas para prestar servicios para uso final propio en el
hogar. “Comprende los quehaceres domésticos (limpieza de casa, aseo y arreglo de ropa;
preparación y cocción de alimentos, compras para el hogar; reparación y mantenimiento de
bienes de uso doméstico) y las actividades de cuidado de niños, enfermos o adultos
mayores miembros del hogar. Asimismo, incluye las actividades dedicadas al apoyo escolar
y/o de aprendizaje a miembros del hogar” (pág.5).
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Trabajo voluntario según el INDEC (2014), son todas las tareas, actividades no
remuneradas que realizan las mujeres especialmente, para el beneficio de personas ajenas
a la familia. Abarca tanto las acciones realizadas en el marco de organizaciones, como las
realizadas directamente para otras personas.
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De este modo, los mercados precisan del trabajo invisible de las mujeres, porque
son estructuras que se organizan desde el privilegio de los varones blancos,
burgueses y adultos, para gobernar y explotar el trabajo de los/as otros/as. Como
sostiene Pérez Orozco (2014), son mecanismos que se basan en jerarquizar las
vidas concretas y establecer como referente y máxima prioridad la vida del sujeto
privilegiado heterosexual, quien concentra el poder y los recursos, especialmente el
del tiempo. Así, el tiempo se convierte en un recurso valioso y desigualmente
distribuido entre los géneros, donde a pesar de que toda la clase trabajadora se
encuentra sometida a jornadas de trabajo interminables, son las mujeres quienes
cargan con las mayores demandas de tiempo y trabajo no pago ni reconocido.
Federicci (2016) plantea que el trabajo de las mujeres, tareas invisibles, no
medidas en las estadísticas de economía formal, está sosteniendo el sistema con
sus trabajos cotidianos. Como sostiene la autora, ya desde Marx sabemos que el
salario es la herramienta del capital, lo que funda los intercambios mercantiles en el
capitalismo. Lo que pocas veces se destaca es que esa relación también explota el
trabajo invisible de los cuidados y del trabajo doméstico, siendo este no sólo un
trabajo material sino emocional. Jónasdottir (1995) habla de una plusvalía
emocional, donde las mujeres sacrifican sus vidas por la familia y los varones,
quienes se apropian de una cantidad ilimitada de cuidados y de amor, tanto para
ellos mismos como para los/as hijos/as.
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El Gabinete incluye a CEOS y ex directivos de bancos privados y de empresas
multinacionales como la Shell, como es el ministro Juan José Aranguren (Energía y
Minería), ex empresaria de Lan Chile para Aerolíneas Argentinas o empresarios de la red
Farmacity para Gabinete de gobierno. El ex Ministro de Hacienda era Alfonso Prat-Gay,
quien integró antes el equipo investigaciones económicas del JP Morgan en Nueva York y
Buenos Aires entre 1994 y 1999, y luego asumió como jefe de Investigación de Monedas
en JP Morgan en Londres, hasta 2001. Entre tantos otros ejemplos que podemos ofrecer.
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tanto, hablamos de una forma de ocio obligatorio e inevitable, lo que causa miseria
y nada tiene que ver con la recreación o el descanso. El tiempo libre se vuelve una
condena, una fuente de frustración dentro de una sociedad radicalmente
consumista, que no fomenta otro modo de recreación que no sea la compra de
productos culturales o materiales.
Por lo tanto, el aumento de tecnologías de producción sin reducción de las
jornadas laborales, genera desempleo, provoca que los trabajos sean cada vez
menos interdependientes y más aislados, con menos tiempo para la construcción
de lazos sociales. Todo se torna cada día más individualista, incluso acciones como
comer, que históricamente han sido comunitarias o familiares. Aunque el enfoque
económico clásico no mire estas cosas, el feminismo señala que las necesidades
como alimentarse son importantes como ritual social o familiar, como instancias de
creación de lo comunitario. Comer en compañía resulta a veces más relevante que
lo que se come en sí mismo. En consecuencia, para Desai (2004), estas cuestiones
deben ser tenidas en cuenta y formar parte del bienestar que debe medirse en la
economía, en función del tiempo que los/as sujetos destinan a las actividades
sociales o comunitarias y de encuentro con otros/as.
De acuerdo a lo planteado, estamos ante un orden socio-económico que atenta
contra la comunidad, la naturaleza y los/as sujetos, de manera global. Estos
procesos de degradación ambiental y de apropiación de los recursos, de creación
de tecnologías que reemplazan a los y las trabajadores, se fortalece del fenómeno
social que describimos anteriormente y que Streeck (2016) explica como
sociedades de integración sistémica debilitada, donde los/as sujetos son cada vez
más asilados e individualizados, dependiendo de su oportunismo para sobrevivir.
Son sujetos colectivamente incapacitados, que tratan de defenderse de la exclusión
a base de su estatus social y económico.
De esta manera, el capitalismo Tardío es el triunfo del individualismo radical, que
hace que todas las formas de crisis sociales sean percibidas como crisis individuales
y todas las desigualdades sean achacadas a una responsabilidad personal, a
fracasos de los sujetos particulares. Se fortalecen figuras como él o la
emprendedor/a, quien resuelve su existencia aparentemente de modo individual y
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La Asociación de Travestis, Transexuales y Transgéneros de la Argentina (ATTTA) y la
Fundación Huésped publicaron un informe sobre la situación de las personas Trans y
visibilizaron que la expectativa de vida es de 35 años. Afectan al sector el inacceso a la
salud, la deserción de la educación formal y la precariedad laboral, donde la mayoría se
dedica a la prostitución o a emprendimientos comunitarios y limpieza doméstica.
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Expresa la perspectiva epistémica que tiene al varón blanco y heterosexual como el
modelo de todas las cosas y como el parámetro de lo humano. Las investigaciones, las
políticas públicas, las intervenciones profesionales, etc. toman como sujeto al varón y los
resultados como válidos y extrapolables a la generalidad de los géneros. En efecto, la
producción de conocimiento, la división de los trabajos, la medicina, el imaginario colectivo,
todo se encuentra moldeado por el androcentrismo (incluso el lenguaje).
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únicas responsabilizadas por ellos se torna urgente. Mostrar cómo los varones se
ocupan de una única jornada laboral, mientras las mujeres realizan dobles y triples
trabajos a diario en el ámbito familiar, comunitario, etc. Para lo cual hay que
desnudar el funcionamiento del capitalismo y una de sus principales instituciones:
la familia. Evidenciar que la familia es un ámbito de reproducción de violencias dado
su carácter patriarcal, atravesada por relaciones de poder y desigualdad entre sus
miembros, es un eje del estudio económico feminista.
En efecto, la explotación, la violencia y el abuso sexual no son coacciones ajenas
a la familia, muchos menos la explotación de las mujeres con fines reproductivos.
Como dice Cobo (2015), la familia es en origen una institución heteropatriarcal,
donde la monogamia, la heterosexualidad, son ordenes sexo-afectivos que
garantizan su perpetuación. En efecto, las mujeres son sólo sexo, esposas y
reproductoras (mujeres de sectores populares y de color) o madres (status solo para
las blancas), puestas por fuera de la política y la racionalidad. Esta estrategia tiene
como objetivo que las mujeres no encuentren otras alternativas de vida que ser
madres o putas19, ser sujetos reproductivos y sexualmente disponibles para el
conjunto de los varones. No es casualidad que la socialización corporal de las
mujeres, tal como explica Mari Luz Esteban (2004), sea en el de la reproducción y
la seducción de los varones (Estebán, 2004: 73).
En el orden capitalista heteropatriarcal, las mujeres son heterodesignadas como
sujetos a disposición de la procreación y el erotismo masculino. El discurso es que
son naturaleza, produciendo una operación discursiva binaria donde varones son
cultura, racionalidad, poder político; y las mujeres son puro sexo y emoción a
controlar. A la vez, estas características, como su supuesto instinto maternal o la
tendencia a la protección, se explotan como argumentos para justificar su lugar en
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Estigma que amenaza a las mujeres desde la niñez, una denominación siempre presente
para catalogar a las mujeres en función de lo que se considera “su buena o mala conducta
sexual”; un estigma que ha servido para controlar política, económica y religiosamente a
las mujeres. “Ser puta” es asumirse como una mujer “impura, aquella que se entrega a
relaciones sexuales ilegales o inmorales; carente de pureza, virginidad, decencia (de
lenguaje), moderación y sencillez; contaminada” (Pheterson, 2000). Una marca de
vergüenza que acompaña a las mujeres por sus diferentes ciclos de la vida, como una
amenaza latente a cada acto de libertad sexual y de rebeldía.
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del hogar y al trabajo voluntario. Los datos presentados en este informe se refieren
a 26.435.009 personas de 18 años y más de edad, residentes en hogares
particulares de localidades de 2.000 o más habitantes de todo el territorio nacional.
A partir de esta Encuesta sobre Trabajo No Remunerado y Uso del Tiempo (INDEC,
2013) se evidencia que las mujeres dedican en promedio una cantidad de horas
muy superior al trabajo no remunerado que sus pares varones, aun cuando se
encuentren empleadas. La mayor brecha se verifica en el tiempo dedicado al
cuidado de personas20.
Todos estos datos nos indican que si bien, discursivamente se están planteando
debates y se instala cierta crítica hacia la desigualdad en el uso del tiempo o en las
cargas laborales y domésticas, en lo concreto, seguimos lejos de consolidar la
igualdad. Un trabajo de (de) construcción de género que tiene que evidenciar que
lo privado es político, que las tareas que se realizan en el hogar son trabajo, y que
todo es tiempo, un recurso escaso y valioso.
A diario, si pudiéramos medir el tiempo que invierten los y las sujetos en diferentes
trabajos y cargas sociales, se pondría de manifiesto que las mujeres trabajan más
horas que los hombres y con mayor intensidad, lo que se relaciona directamente
con la “pobreza de tiempo” (Bryson, 2007; Sayer, 2005). El trabajo afectivo, de
cuidados, doméstico, es difícilmente medible en términos cuantitativos. Solo cuando
pensamos en lo que nos erogaría pagar a otra persona, generalmente otra mujer
(para que realice estos trabajos), advertimos el significado económico, emocional y
temporal de este tipo de tarea.
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Para consultar el informe dirigirse a la página web del organismo donde se encuentra
publicado, disponible en:
http://www.indec.gob.ar/uploads/informesdeprensa/tnr_07_14.pdf
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Respecto al uso del tiempo en el capitalismo, Maldonado (2017) nos plantea que
lo cronológico, el tiempo de los productivo, cuantitativo, prima sobre el tiempo de la
vida, sobre lo cualitativo. En efecto, el tiempo bajo lógicas productivistas acelera el
ritmo social, obligando a los y las sujetos a una racionalidad administrativa del
tiempo, donde hay que producir más en menos tiempo. Esta lógica, llevada al
mundo del hogar, tradicionalmente de las mujeres según la división sexual del
trabajo, explica que ellas sean sometidas a jornadas extenuantes de trabajo, donde
no sólo se hacen labores en el hogar, sino que paralelamente se cumplen con tareas
del mundo del empleo. Es así, que no existen días no laborales, lo que extingue el
tiempo de ocio y del tiempo libre.
Esta demanda de productividad permanente es denominada por diferentes
autores (Maldonado, 2017; Koselleck, 2007) como aceleración del tiempo social,
propio del mundo occidental. Sociedades que viven bajo la exigencia del máximo
beneficio, en el menor tiempo posible. Dice Koselleck (2007, 330) que “la
aceleración parece penetrar un ámbito tras otro, no solo el mundo industrial
tecnificado –el centro empíricamente comprobable de cualquier aceleración–, sino
igualmente la vida cotidiana, la política, la economía y el crecimiento poblacional”.
Además, el capitalismo va generando deseos que se viven como necesidades,
como urgencias de consumo. De esta manera, los y las sujetos se tornan
dependientes de ganar más y del mercado de trabajo, se someten a las exigencias
que este impone, como la educación formal permanente, soportan las “(…)
regulaciones y providencias típicas del Estado social, de las planificaciones del
tráfico, de las ofertas de consumo, de las posibilidades y modas, de la atención
médica, psicológica y pedagógica. Su vida es intervenida y controlada de manera
constante, atrapada en la lógica del consumo como forma de vida y de bienestar, lo
que secuestra su tiempo y energía vital.
En ese sentido, Paichaud (1988) sostiene que la pobreza no sólo se define por la
ausencia de recursos económicos, sino que debería medirse en tiempo, en la poca
disponibilidad de ocio por la producción doméstica, que depende de una inversión
constante de horas y la pérdida de oportunidades de ocuparlas en otras actividades.
La escasez de tiempo se puede observar en la nula participación de las mujeres en
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paga, a partir del uso del cuerpo de las mujeres, de sus capacidades físicas y
emocionales.
Este orden socioeconómico y cultural, expolia el tiempo de las mujeres en el
ámbito público y privado, explota a la naturaleza porque no respeta los tiempos de
reproducción de los recursos renovables. Sus formas de producir son insostenibles,
así como el deseo permanente de consumo que genera en los y las sujetos. Somos
presas y presos de un mundo que dice que todo puede ser comprado si tenemos el
dinero suficiente, pero la realidad es que no todos/as lo tienen y que generar
mercancía ilimitadamente atenta contra la vida, fomentando sujetos frustrados/as e
insatisfechos/as, que acuden al mercado con la promesa de poder comprarse una
vida.
En este escenario, la socio-economía feminista propone una economía al servicio
de la vida, del cuidado mutuo, tanto entre personas, como entre estas y la
naturaleza, frente a un sistema que coloca la vida al servicio de la renta; una
economía de varones que no reconoce ni valora el trabajo del cuidado, el esfuerzo
de sostener una casa y criar hijos/as, el tiempo que invierten las mujeres en la
creación y sostenimiento de vínculos comunitarios, un tejido de afectos que sostiene
la vida cotidiana de nuevas generaciones.
Por tanto, la socio-economía feminista nos interpela en la necesidad de crear un
nuevo paradigma de convivencia y producción, cuyo indicador no sea el crecimiento
económico en abstracto, sino que contemple todo el trabajo, toda la economía no
monetaria. Además, precisamos reconocer a otros/as sujetos que están siendo
invisibilizados por las estadísticas de toda índole, por el pensamiento social e
incluso activista. En efecto, como plantea Butler (2010, 17), “hay sujetos que no son
completamente reconocibles como sujetos, y hay vidas que no lo son del todo -o
nunca lo son-reconocidas como vidas”. Y a partir de esta injusticia, de lo que se
trata es de no es de incluir a más sujetos en las normas heterosexistas, sino de
cuestionar estas normas que asignan un reconocimiento diferencial y que no
permiten vivir desde diferentes deseos y necesidades.
En el marco de lo que venimos exponiendo, es evidente que necesitamos una
redefinición de los elementos que constituyen lo que es el buen vivir. No es el nivel
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Traducción del quechua Sumaq Kawsay, un grupo de lenguas indígenas que se habla en
Ecuador, Perú, Colombia, Bolivia y Chile. Asimismo, el mismo concepto se usa en el
Aymara, en Bolivia y en partes de Perú, Chile y Argentina.
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