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Milagro que se le atribuyo a la Beata Rafaela María a ser Santa

“Y el Señor dijo: si tuvieras fe, aunque sólo fuera como un grano de mostaza, diríais a esta
morera: Arráncate y trasplántate al mar”, y os obedecería”. Lc. 17, 6-7

El humilde y el sencillo roba el corazón de Dios. “Santa Rafaela María”.

Fe, humildad y sencillez, se unieron en Encarnación, una mujer que, natural de Huelva, vio
como una tarde del mes de enero del año 1973 fuer curada milagrosamente y por
intercesión de la entonces Beata Rafaela María, de un tumor tiroideo.

Encarnación García Gallardo nació el 20 de septiembre de 1940; curiosamente la Iglesia, en


Roma, donde se venera el cuerpo incorrupto de Santa Rafaela María, se llama “XX
Settembre” ¿Casualidad?

A la edad de 18 años, contrajo matrimonio con el señor Ángel Gómez Medel y se fueron a
vivir a la casa número 26 de la calle Lepe, situada en uno de los barrios más castizos de
Huelva conocido con el nombre de “Las colonias”. De aquella unión, nacieron dos hijos
que de nombres José Ángel y Encarna llenaron de alegría el hogar familiar.

Un hecho luctuoso, la muerte repentina de su hermana de apenas 10 años de edad, sume a


Encarnación en una profunda tristeza; y como las desgracias nunca vienen solas, poco
después, con tan solo 23 años, se da cuenta de que en la parte derecha del cuello comienza a
salirle una pequeña excrecencia carnosa. En un principio no le prestó mayor importancia,
pero poco a poco, aquel coágulo de carne no cesaba de crecer; tanto que, pasados dos años,
tenía el tamaño de un nuevo de paloma.

Alarmada, en junio de 1964, Encarnación consulta con dos médicos endocrinólogos, uno en
su ciudad natal, Huelva, el doctor L.M.B. y el otro en el ambulatorio de Sevilla, el doctor
M.E.G.; al de Sevilla, y ya de manera particular puede ir gracias a la generosidad de su
padre que, en un gesto que le honra, le entrega las 80,000 pesetas que le dieron de pensión
al jubilarse.

Ambos médicos afirman la existencia de bocio. La pérdida de peso en Encarnación


comienza a ser notoria, en el parte clínico del primero de los médicos que la ve, se lee que
la enferma “ha perdido 10 kg. en 5 años”, y los dos prescriben cuidados para el caso.

Se suceden nuevas visitas a los doctores: el 15 de septiembre del mismo año, al de Sevilla,
el 20 de julio al de Huelva, este último de prescribe inyecciones intramusculares y
comprimidos. Sin embargo, el bocio continúa creciendo, y en la misma proporción el
desánimo de Encarnación, que decide no someterse a más controles médicos durante
algunos años. Su aspecto aparece gradualmente tan desfigurado que tiene que ponerse un
jersey para que el cubra aquella tumefacción y así poder sustraerse a los ojos de la gente.
Ella describe así este periodo de su vida:

“la protuberancia iba creciendo años tras años hasta alcanzar el 1972 su tamaño mayor; era
como un gran limón, porque su forma era alargada. Cuando me la tocaba resultaba muy
dura. Al tocarla con fuerza me molestaba. Sin tocarla no me dolía, aunque si me producía
importantes

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