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EL RECUERDO DEL PASADO

Fuente: Izq. Fotografía suministrada de Ar-co: Corporación de Archivos de Arquitectura Colombiana.


Bogotá. Der. Papel Periódico Ilustrado. Bogotá. Edición del 1º de abril de 1884. Volumen 3 año III (1883-
1884). NUMERO 62. p. 221.

Soy Pedro Zapian y la verdad no sé cuántos años tengo. He vivido tanto que no tengo
noción del tiempo, nací con una extraña enfermedad, la cual hace que no pueda envejecer.

Mis abuelos eran dueños de varias construcciones del sector de las aguas, eran muy
religiosos y habían donado alguno de sus terrenos para la construcción de la iglesia nuestra
señora de las aguas, este lugar en sus inicios era una pequeña ermita donde frecuentaban
muchos feligreses evangelizados por los conquistadores españoles, duró muchos años la
construcción de la iglesia, pero finalmente hasta 1690 fue consagrada.

Crecí a unas cuantas casas de la iglesia, cerca de mi casa había una chica que se llamaba
Beatriz nos divertíamos mucho, pero sus padres eran españoles muy conservadores y
querían integrar a su hija al convento de los Domínicos, ella no quería, pero me uní también
al convento para tenerla cerca, nos tocaba hablar a escondidas ya que el Fray Juan José de
Rojas no aceptaba la interacción con las chicas del convento.

La mañana del 12 de julio de 1785 estaban todos los integrantes del convento rezando en el
altar, yo estaba en el confesionario y Beatriz estaba cerca del retablo, eran la 7:45 a.m. y de
repente experimentamos un terrible terremoto cuya duración fue de tres a cuatro minutos, todos
estaban corriendo y yo estaba buscando a Beatriz, pero no la encontraba, caían muchos
escombros de la iglesia y quedé atrapado en uno de ellos. Habían evacuado todas las personas
del convento, pero ninguno fue a rescatarme, todos pensaban que había muerto en los
escombros, pero yo había logrado salir, no le quise avisar a nadie así que decidí irme a casa.

Mis padres estaban muy preocupados porque les habían dicho que yo había fallecido, cuando
llegué estaban muy sorprendidos y a la vez alegres porque me tenían con vida, pero ellos desde
hace mucho tiempo sospechaban que algo andaba mal en mi cuerpo, ya que no aparentaba
la edad que tenía, y muchos amigos se les hacía extraño mi edad, así que decidieron fingir
que yo había fallecido para que los estigmas de la sociedad guiada por la superstición
religiosa no me afectaran, no pensaran que era un fenómeno o un espíritu diabólico.

Tuve que quedarme mucho tiempo encerrado en mi casa para seguir con la mentira, mis
padres me mantenían informado de todo lo que sucedía en Santafé y por lo que me habían
contado Beatriz después del terremoto se había ido para España y nunca más volví a saber
de ella. El convento fue cerrado ese año a causa de las afectaciones producidas por el
terremoto, muchas edificaciones de la ciudad quedaron en ruinas, pero al poco tiempo el
Fray Juan José de Rojas reparó el Convento de las aguas.

En el año 1802 la quinta epidemia de viruela afligió a la población Santafereña, y el


convento de las aguas se transformó en hospital para los virolentos, con el único fin de
aislar y segregar a los enfermos que podrían llegar a ser el inicio de una epidemia de
grandes proporciones, los virolentos eran asistidos por unos cuantos religiosos esperando
tan sólo la recuperación o la muerte. Ninguno podía salir de sus casas y el Virrey
Mendinueta estaba a favor de la incomunicación de los enfermos de viruela en los
hospitales de degredo.
Nos habíamos contagiado de Viruela, estaba tan irreconocible que decidimos ir al Convento
de las aguas para recuperarnos y aislarnos de la sociedad. Cuando llegamos nos
preguntaron nuestros nombres, y obviamente no podía decir mi nombre original, así que
dije me llamaba Carlos Valero, en ese momento mis padres estaban muy nerviosos porque
pensaban que me iban a identificar, pero no lo hicieron. Entramos al convento y había
muchos enfermos en estado crítico y muy pocos recuperados.

La situación de mis padres se agravaba cada día ya que sus síntomas eran aún más graves,
por esta razón nos habían separado y a los meses yo ya estaba recuperado, me quedaron
marcas indelebles en mi rostro. No había vuelto a ver a mis padres desde que nos separaron,
cuando pregunté por ellos, me dijeron que habían fallecido a causa de la viruela. Después de esta
situación decidí unirme al ejército patriota, inicialmente no me querían aceptar porque
parecía un monstruo con las cicatrices que me había dejado la viruela, pero finalmente
necesitaban soldados para combatir en Boyacá y me aceptaron.

El 7 de agosto de 1819 fuimos triunfadores en la batalla, pero me habían herido al igual que
a muchos compañeros, nos llevaron al Hospital Militar de Sta. Librada en Santafé y cuando
llegué no pensaba que este mismo sitio era la Iglesia de las aguas.
Allí una hermosa chica me curó y finalmente la conquisté y con ella tuve una hermosa
familia. Al cabo de mis años he tenido que ver nacer, crecer y morir a las personas que yo
más amo, actualmente, soy vendedor de artesanías cerca de la Iglesia de las Aguas.

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