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No estamos haciendo otra cosa que poner nuestras propias inseguridades en boca
de quien nos observa. Es nuestra propia exigencia puesta en el ojo ajeno.
El miedo a cantar frente a otros puede aparecer con o sin público. La sola idea
de imaginarnos en la situación ya puede acarrearnos montones de
inconvenientes: tensiones, olvido de la letra, taquicardia, temblor en las
rodillas y otras delicias por el estilo.
Recuerdo que cuando me fui de Musica Ficta, grupo en el que permanecí por
más de 16 años, estuve sin cantar en público por un tiempo bastante largo.
Cuando por fin empecé a armar el primer recital de jazz, las sensaciones
fueron muy distintas. Hasta ese momento yo estaba acostumbrada a estar
contenida por un pequeño grupo. En esta nueva circunstancia estaría sola,
como un foco de atención central, y el pianista estaría a un costado.
Cuando se empezó a acercar la fecha del estreno, comencé a tener todo tipo
de ataques y sustos. Para esa época me habían recomendado la música en la
mente de Eloise Ristat (buenísimo este libro, prometo conseguirlo, lei unos
fragmentos!!) Ahí encontré un ejercicio para trabajar el tema de los jueces
interiores que me fue muy útil.
La propuesta era escuchar esas voces que me decían cosas tales como: “ No
voy a poder” y cosas por el estilo y adjudicarles una cara, un personaje.