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diferentes del terreno puede resultar un derecho sobre el terreno?

¿Cómo puede nacer de las


variedades del humus un principio de legislación y de política? Esta metafísica es para mí tan
sutil, que me pierdo cada vez que pienso en ella. Supongamos que la tierra A es capaz de
alimentar 10.000 habitantes y la tierra B de mantener solamente 9.000, siendo ambas de la
misma extensión. Cuando por haber aumentado su número los habitantes de la tierra A se
vean obligados a cultivar la tierra B, los propietarios territoriales de la tierra A exigirán a los
arrendatarios de ésta el pago de una renta calculada a razón de 10 a 9. Esto es –pienso para
mis adentros– lo que dicen Ricardo, Maccullock y Mill. Pero si la tierra A alimenta tantos
habitantes como caben en ella, es decir, si los habitantes de la tierra A sólo tienen, por razón
de su número, lo preciso para vivir, ¿cómo podrán pagar un arriendo? Si dichos autores se
hubiesen limitado a decir que la diferencia de las tierras ha sido la ocasión del arrendamiento y
no su causa, obtendríamos de esta sencilla observación una provechosa enseñanza, la de que
el establecimiento del arriendo había tenido su origen en el deseo de la igualdad. En efecto; si
el derecho de todos los hombres a la posesión de las tierras fértiles es igual, ninguno puede,
sin indemnización, ser obligado a cultivar las estériles. El arrendamiento es, por tanto, según
Ricardo, Maccullock y Mill, un método de indemnización ¿QUÉ ES LA PROPIEDAD? / 137 al
objeto de compensar las utilidades obtenidas y los esfuerzos realizados. Estoy de acuerdo en
que la tierra es un instrumento; pero ¿quién es en ella el obrero? ¿Lo es el propietario? ¿Es
éste el que por la virtud eficaz del derecho de propiedad, por esa cualidad moral infusa en el
suelo, le comunica el vigor y la fecundidad? He aquí precisamente en qué consiste el
monopolio del propietario, quien a pesar de no haber creado el instrumento, se hace pagar,
sin embargo, su servicio. Si el Creador se presentase a reclamar personalmente el precio del
arriendo de la tierra, sería justo satisfacérselo; pero el propietario que se llama su delegado no
debe ser atendido en su reclamación mientras no presente los poderes. “El servicio del
propietario –añade Say– es cómodo para él, convengo en ello.” Esta confesión es ridícula.
“Pero no podemos prescindir de él. Sin la propiedad, un labrador se pegaría con otro por cuál
de los dos había de cultivar un campo que no tuviese dueño, y entretanto el campo quedaría
inculto...” La misión del propietario

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