Paul Groussac y La Critica Historiográfica en El Proceso de Profesionalización de La Diciplina Histórica en La Argentina A Traes de Dos Debate Finiseculares
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PAUL GROUSSAC Y LA CRITICA HISTORIOGRÁFICA EN EL PROCESO DE PROFESIONALIZACIÓN DE LA DICIPLINA HISTÓRICA EN LA ARGENTINA A TRAES DE DOS DEBATE FINISECULARES
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Paul Groussac y La Critica Historiográfica en El Proceso de Profesionalización de La Diciplina Histórica en La Argentina A Traes de Dos Debate Finiseculares
PAUL GROUSSAC Y LA CRITICA HISTORIOGRÁFICA EN EL PROCESO DE
PROFESIONALIZACIÓN DE LA DICIPLINA HISTÓRICA EN LA ARGENTINA
A TRAES DE DOS DEBATE FINISECULARES. ALEJANDRO C. EUJANIAN. Paul Groussac, la historia y los historiadores En su Historia de la historiografía argentina de 1925, Rómulo Carbia daba cuenta de lo que a su entender había sido el proceso de nacimiento y posterior consolidación de una “nueva escuela histórica”, como culminación de un proceso ascendente que encontraba en Paul Groussac uno de sus antecedentes más notorios, trazado de este modo una genealogía que no ocultaba una perspectiva legitimadora del propio grupo al que pertenecía. Años más tarde Tulio Halperin Donghi va a cuestionar esa imagen, sin duda excesivamente optimista, señalando la existencia de una crisis de la historiografía argentina entre 1880 y 1910 y que en ese contexto Groussac fue solo un “espectador” divertido de los debates historiográficos del momento. Entre estas dos interpretaciones por un reconocimiento puramente instrumental en un caso y por considerarlo marginal en el otro, quedaba ausente un estudio respecto al papel que le cupo a Groussac, en el proceso de conformación de un campo intelectual en la Argentina y de profesionalización de la actividad historiográfica. Procesos simultáneos que para las ciencias sociales y la literatura son instalados en los años del centenario, invitándonos a bucear en su periodo formativo. El interés de Groussac por la historiografía no puede ser menospreciado, no solo por haber participado activamente en los debates decimononos acerca de las semejanzas y diferencias entre las ciencias naturales y sociales, sino también porque a mediados de la segunda década del siglo xx se produjo en torno a él, una polémica que tuvo como protagonista a aquellos historiadores que J.A. García considero los fundadores de una “nueva escuela histórica en argentina”. El centro de la polémica que los historiadores de la “nueva escuela histórica” desarrollaron contra Groussac, apunto a su rol como critico historiográfico, desconociendo primero sus méritos como historiador. De este modo no solo ponía en duda su erudición, interés por la materia y labor como editor de documentos históricos, sino también su “auto consagración”, al atribuirse el pontificado máximo de la crítica histórica. El valor político de la crítica histórica, para establecerse los rangos de “autoridad” y “legitimidad” en la materia, es rápidamente visualizado por los protagonistas de la profesionalización historiográfica en las primeras décadas del siglo. Por este motivo Rómulo Carbia apuntara su dardo contra los tres pilares que Groussac había considerado indispensable en toda obra histórica: ni el estilo, ni el método científico aplicado al análisis de documentos, ni el juicio histórico, tendrían en su obra el brillo y rigor esperado. Finalmente, diversos elementos de orden cualitativo y cuantitativo permiten cotejar su interés por los estudios históricos. En primer lugar, se disculpa por publicar en La Biblioteca su cuento “el centenario” por encontrarse a la espera de documentos indispensables para la continuación de “Santiago de Liniers”, que debía ocupar ese espacio. En segundo lugar, la historia era la forma ideal para conciliar su amor a la literatura y su fe en la ciencia. En efecto la poesía, destinada a desaparecer por el avance de la ciencia, seria superada por otras formas capaces de expresar lo bello: “por pensar lo bello, el hombre moderno tiene la ciencia, la filosofía, la historia, la novela”. La historia era la única rama del saber capaz de conciliar el arte, a través de la forma y el estilo, y la ciencia, a través de la aplicación del método experimental para el análisis de documentos históricos. En tercer lugar, el criterio de clasificación, utilizando para ordenar los volúmenes de la Biblioteca Nacional, coloca a las Ciencias Históricas en segundo lugar de importancias, tras las ciencias y antes que las ciencias Políticas, la Literatura y la Teología. En un cuarto lugar, un balance de los volúmenes adquiridos en la Biblioteca Nacional durante su gestión, por vía del canje y la compra, entre los años 1885 y 1893 demuestra el privilegia miento de las áreas de Historia y Geografía. Si los argumentos hasta aquí expuestos, contribuyen provisoriamente a demostrar que Groussac no era un simple “espectador”, ni tampoco era considerado como tal por sus ocasiones contrincantes, es necesario señalar algunas razones probables del descuido en que hasta el momento ha caído la figura y la obra de este intelectual. La primera razón es la ausencia de una tradición dentro de la historiografía contemporánea, que encuentre en los historiadores, su obra y el desarrollo de la practica histórica, un objeto de estudio apropiado para recuperar las relaciones existentes entre la cultura y la sociedad por un lado y entre la elite intelectual y la elite social y política por el otro. La segunda razón, que habría desalentado el intento de integrarlo a la cultura de su época, es producto de la aceptación tacita por parte de las versiones críticas o indulgentes sobre su persona, de la auto-imagen que Groussac se encargó de propagar, la de un intelectual a la vez de marginal. La importancia de la obra de Groussac como historiador y su actividad como director de la revista La Biblioteca, reside en poder visualizarla como un momento relevante en el proceso de conformación de un campo intelectual en argentina, y a la vez en el antecedente inmediato de la profesionalización de la actividad intelectual en general e historiográfica en particular, consolidada a partir de 1910. Hacia 1880 dos hombres protagonizaron un debate respecto a la legitimidad del discurso histórico, en cuyo centro se hallaba la relación entre intelectuales y política. Frente a un Bartolomé Mitre, para el cual la relación y critica de documentos era la condición de posibilidad de un discurso verdadero y critica de documentos era la condición de posibilidad de un discurso verdadero, intentando de este modo distinguir como esferas diferenciadas, labor histórica y práctica política, y Vicente F. López, recurría a la memoria familiar para la reconstrucción del pasado y se definía en el “prefacio” a la Historia de la República Argentina, como un historiador político, anulando de esta manera, cualquier diferencia entre ambas prácticas. En segundo lugar, creemos que el proceso de conformación de un campo intelectual no es ajeno a las transformaciones que se están produciendo en Argentina desde las últimas décadas del siglo pasado. Los cambios económicos y sociales, producto de la entrada de capitales y el continuo flujo migratorio en el contexto de apertura de los mercados internacionales a las exportaciones, así como la movilidad social y la acelerada urbanización, vierten sus efectos tanto en la esfera cultural, como en torno a un régimen político cuyos límites para asimilar esa nueva complejidad social se hacen cada vez más evidente. Este proceso afectara a un conjunto de disciplina sociales que ven, fundamentalmente a partir de la crisis económica y política de 1890, la necesidad de intervenir planteando soluciones desde la perspectiva de sus perspectivos saberes especializados. Era el caso de la sociología, el derecho, la medicina, la psiquiatría y la historia, para las cuales, las posesiones de un saber científico, en el marco del desarrollo de las ciencias naturales y sociales, era la condición indispensable para la implementación de una amplia regeneración social, política, cultural fundamentalmente moral, cuya eficacia dependería de la creación de instituciones estatales para la implementación de sus políticas reformistas. En este contexto, se darán las condiciones de posibilidad para la concreción de la pretendida autonomía del intelectual, en la medida que surgirán un conjunto de mediatizaciones respecto al poder político y económico. La primera de estas mediaciones, se deberá al lenguaje científico, como resultado de un proceso de especialización de los diversos saberes cuyo objeto era lo social, la segunda es la función de contribuir a la regeneración de una sociedad que se ve en riesgo de disolución motivo de las transformaciones antes enunciadas, en tercer lugar, el estado nacional, que hacia la década del 90’ y en gran parte gracias al influjo de las nuevas generación sobre el gobierno de Juárez Celman se ha fortalecido y secularizado, aparece como una instancia fundamental para aplicar las políticas reformistas destinadas a modificar las prácticas sociales. Las armas de la critica Los problemas relativos a la legitimidad, autoridad y autonomía intelectual refieren en cada caso particular y en su conjunto a un campo intelectual en formación y a una incipiente profesionalización historiográfica. Procesos respecto a los cuales, el director y su revista, buscaron cumplir un papel protagónico apelando a la crítica como arma y argumento. 1) En su primer artículo, Groussac circunscribe el campo del debate al problema de la legitimidad del historiador, propiciando la profesionalización en un contexto caracterizado por la ausencia de canales académicos que la garanticen. Tres falencias presentan: inexperiencia literaria, un errado concepto histórico y el desconocimiento de las regias de la crítica documental, para llevar a cabo una edición crítica de fuentes históricas. Al instalar la discusión en el terreno de los requisitos indispensables con los que debe contar toda obra histórica, de orden estilístico, moral y metodológico. Groussac realiza un conjunto de operaciones destinadas a fijar su lugar en el contexto de la cultura de la época, afirmando el carácter profesional de la labor histórica y su rol como impulsor de la misma. La segunda operación que realiza consiste en colocar a la historia, la filosofía y la literatura en el rango de “especialidades” y en tanto tales esos mundos, campos o predios, no debían ser invadidos por aficionados, si no que serían el coto de caza de los profesionales en la materia. De este modo, fija los límites de incumbencia, al interior y exterior del campo de aquellos intelectuales dedicados al estudio de lo social. Una tercera operación consiste en homologar la historia, la filosofía y la literatura, con aquellas profesiones que, como la abogacía, y la medicina, articulan su prolongada tradición de profesiones liberales con un alto grado de legitimidad social, a la virtud de conciliar un saber y una práctica específica para el desarrollo de sus respectivas tareas. El método del historiador a la vez que lo distancia del abogado, lo acerca al sabio y al juez, cuya actitud es: observar primero, para luego dedicar con exactitud. A nuestro juicio, el rechazo de Groussac respecto a considerar la historia como una ciencia, no es contradictorio con su apelación a la aplicación del método científico para el abordaje de materias disimiles. 2) Critica de Piñero a Groussac. El método científico entendido como critica de fuentes, estaría ausente en la obra de Mitre y la historiografía argentina de fines del siglo pasado, pero también en aquellos historiadores europeos a los que en muchos casos apela como modelo. En el caso de Mitre, que había instaurado al “documento” como polo de diferenciación principal en su debate con López, señala la ausencia en el uso que hace de los mismos, de toda crítica externa o psicológica. Pero el mayor daño a la “historia patria” no sería efectuado por Mitre, sino por sus discípulos o imitadores, que les han conferido a esos textos una “autoridad soberana”, una “atmosfera de canonismo” que los ha convertido en “textos sagrados” de autoridad irrebatible. 3) El tercer campo de debate, se abre con el fin de la revista La Biblioteca, anunciando en el tomo del mes de abril de 1898. Los motivos de esta decisión se encontrarán en tanto en los coletazos políticos de su polémica con Piñero, como en la resistencia a someterse a las presiones del Estado, que percibe como una intromisión a su independencia intelectual. El director, hace público el resorte de su decisión: la masiva del Ministro de Justicia, Culto e Instrucción publica, Dr. Luis Beláustegui. El solo gesto de publicitar la carta ministerial, confirma el esfuerzo de poner al descubierto el avance del Estado sobre la autonomía intelectual. Los argumentos que esgrime en la impugnación son de orden ético, diplomático y económico: el exceso de la crítica hasta llegar a la injuria, la afrenta al Estado a través de la crítica del autor que representaba al país en la Embajada de Chile en un momento en que las tensiones diplomáticas entre ambos países por problemas limítrofes colocaban el conflicto armado en un horizonte cercano, y el carácter de la publicación costeada con el tesoro público. De esta defensa idealista a la libertad pasa a la deprecia economía del tesoro público que tanto el ministro como Groussac se encargaran de subrayar y que este último, atribuyo a su descuido a la faz comercial de la empresa que llevo a cabo. La revista se sostuvo durante dos años, con los aportes del tesoro y la venta de ejemplares a través del mecanismo de las suscripciones, que por supuesto no alcanzaban a cubrir los costos de tan ambiciosa publicación. La existencia de un mercado de lectores ampliado, era el único, modo de que esta se viera “emancipada” del Estado: independencia económica e independencia intelectual, eran dos términos que Groussac consideraba inseparables. La vida efímera de las revistas argentinas seria el resultado de la ausente concepción de las mismas como empresas, del escritor como un profesional y del producto como una mercancía. El gesto de Groussac de dar por terminada la publicación, tiene un alto valor simbólico en la proclamación de la autonomía intelectual frente al poder político. Si la elección de un público excluyente y exclusivo, contradice la posibilidad de lograr la independencia económica e intelectual a través del mercado, el tono dramático del último número, es mucho más, la resistencia del escritor romántico frente al avance del Estado secularizado, que la posterior seducción modernista al encontrar nuevas causas para relacionarse con el poder y el público.