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PRÓLOGO

Si a la hora de reunir estos artículos elegidos entre


tantos otros hubiera pensado en erigirme algún monu-
mento habría titulado el compendio de otra manera.
Puesto que a lo largo de mi vida he fabricado, y pienso
seguir fabricando todavía, unos cuantos muebles sóli-
dos, de los que amueblan la historia - que habrán de
servir, al menos provisionalmente, para guarnecer cier-
tas paredes desnudas del palacio de Clío -, debería
llamar Mis virutas a estos restos de madera que al pasar
el cepillo han quedado amontonados al pie del banco.
Pero si los he recogido, no ha sido en absoluto para
recrearme en esas obras cotidianas, sino para prestar
algunos servicios a mis compañeros, principalmente a
los más jóvenes. En consecuencia, el título que he
escogido recordará lo que siempre hubo de militante
en mi vida. No será Mis combates, claro que no; nunca
he luchado en favor mío ni tampoco contra tal o cual
persona determinada. Será Combates por 1.a historia, ya
que por ella he luchado toda mi vida.
Por lejos que me remonte en mis recuerdos me veo
como historiador por gusto y por deseo, por no decir
de corazón y de vocación. Soy hijo de un padre al que
alejaron de la historia - sin que nunca se desinteresara
de ella - el prestigio de Henri Weil, el helenista de
la Facultad de Letras de Besan9on y más tarde de la
Escuela Normal Superior, y el prestigio, tan grande
~I1to11ces1 d~ Timrot, el :616sof9 de la gramática; sobrino
de un tío que enseñó, hi~toria ~oda su vida y que enseñó
a .ª~arla desde la mas tierna infancia. Al husmear en la
biblioteca paterna, encontraba debajo de los fascículos
de Daremberg et Saglio, que se sucedían regularmente
esos dos volúmenes que representan con todo realism~
las grandes Histoires des Crees et des Romains de Víc-
tor Duruy, obras maestras de la casa editora Hachette
d~ magnífica factura; toda la antigüedad entonces cono~
cid~, tem~los~ bustos, dioses, vasijas, ilustradas por los
me1~res dibu1ant~s. Devoraba principalmente con una
pas10n nunca satisfecha los tomos de la gran edición
Hetzel de la Histoire de France de Michelet ilustrada
por J?aniel Vierge, visionario alucinante, co~ láminas
tan bi,en adaptad~s a ciertos textos del gran vidente que
todavia hoy me siento molesto si tengo que releerlos en
!:1tris~~ ~ción que la gente ha dado en calificar de
defimtiva . Con tales consejos por alimento, la riqueza
de, esas le:turas y los sueños que hacían nacer en mí,
¿como no iba a ser historiador?
Ahí están, mis maestros, mis verdaderos maestros.
A_ los que mas tarde, entre los dieciséis y los veintiún
anos, ~abrá que añadir: ll:lisée Reclus y la profunda
huma~1d~d de su Ge~grafía U~iversal; Burckhardt y su
Renacimiento en Italia; Coura1od y sus lecciones en la
escuela del Louvre sobre el renacimiento borgoñón y
fra~c~s a partir de 1910, el Jaures de la Historia del
socúilismo, ~a~ rica en intuiciones económicas y socia-
les; y, por ultimo, Stendhal, sobre todo el Stendhal de
Rorr:a, N ápoles y Florencia, de la Historia del arte en
Italia: d~,.las. M~rrwrias de un turista, de la Correspon-
dencia:, 1IlVItac10nes a la historia psicológica y senti-
mental , que durante años estuvieron sobre mi mesita
?e no~he. Las descubr.í casi por azar, en aquellos le-
1anos tiempos, malvendidas por Colomb e impresas por
Calmann en papel de envolver, con viejos tipos ...
Esa fue "~i .alma de papel". Junto a ella, mi alma
campestre y rustica: la Tierra fue para mí la otra maes-
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tra de historia. Los veinte primeros años de mi vida
transcurrieron en N ancy; y allí en mis recorridos por la
espesa arboleda de los bosques de Haye, descubriendo
uno tras otro, claramente perfilados, los horizontes de
las costas y de los llanos de Lorena, reuní un puñado
de recuerdos e impresiones que no me abandonarán
nunca. Pero ¡con qué delicia ~olvía cad~ año al ~ranco
Condado, mi verdadera patna! En primer térmmo el
dulce valle del Saona, la suave majestad del pueblo de
Gray dominando esa pradera que devolvió la felicidad
a Proudhon; y aún más: el viejo y bravío Jura, sus
ribazos y sus abetos, sus verdes aguas y sus gargantas
dominadas por grandes bancos calcáreos, plasmadas por
el épico pincel de Gustave Courbet. Así es el Franco
Condado, que recorrí en todas direcciones desde mis
primeros años en las viejas diligencias de carroza ama-
rilla de Messageries Bouvet: recuerdo el tufo del cuero
viejo, el acre olor de los caballos sudados, el alegre tin-
tineo de los cascabeles y el chasquido de látigo a la
entrada de los pueblos. También el Franco Condado
tiene como Lorena, sus altos lugares solitarios y sagra-
dos: '1a Haute-Pierre de Mouthier, el Poupet de Salins
que envía su saludo al Mont Blanc por encima de las
crestas· más le1·os la Dole, esa cumbre literaria, y tantas
'
otras menos '
notorias; lugares saludables donde e1 esp1- '
ritu sopla con el viento y que proporcionan la necesidad
de descubrir, de respirar infinitos horizontes para toda
la vida. Los del Franco Condado no somos conformistas
en absoluto. Courbet apenas lo era cuando pintaba
L'Enterrement a Ornans o L'Atelier. Tampoco Pasteur,
cuando las academias conjuradas daban gritos de muer-
te contra su verdad. Ni Proudhon, el hijo del tonelero,
cuando afirmó en homenaje a los acomodados burgueses
de Besan~mn "la propiedad es un robo". Proudhon hu-
biera dado, sin duda, la mejor definición de los hijos
del Franco Condado ("Anarquistas ... pero con gobier-
no") si Michelet no nos hubiera calificado con estas

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palabras: "Siempre han sabido dos cosas: saber hacer
y saber detenerse".
" ,~sí es ~m?, al reunirse en mí la doble aspereza,
critica, polenuca y guerrera", del Franco Condado y
de ~rena, no acepté de buen grado la historia de los
venc~dos de 1870, ~us temblorosas prudencias, sus re-
nuncias ante toda smtesis, su culto por el "hecho" la-
borios? pero intelectualmente perezoso y ese gusto 'casi
exclusr~ro por la historia diplomática ("¡Si la hubiéramos
awendido mejor no seguiría preocupándonos!"), obse-
SIOn de los hombres que nos adoctrinaban entre 1895
Y 1902, ?esde AI?e:11 Sorel (ese semidiós) hasta ltmile
Bourgeois ~~sa decima de dios). A ese doble rigor se
~ebe tambie~ el que yo haya reaccionado casi instin-
tivamente Y sm apoyo en el campo de los historiadores
(entre .mis amigos se encontraban lingüistas y orientalis-
tas, psicólogos y médicos, geógrafos y germanistas desde
J1:1les Bloch hasta Henri Wallon, Charles BlondeÍ, Jules
Swn,. Marcel Ray, mientras que los menos conformistas
d.e nus hermanos historiadores, con algunas raras excep-
c.10nes entre las ~ales hay .que ,señalar la de Augus-
tin. Renaud~t, se alineaban sm mas, creyéndose osados,
ba10. el ª~?igu~ estandarte de Charles Seignobos); y que
me mscnbiera mmediatamente entre los fieles de la Re-
vue de Syn:Mse Historique y de su creador, Henri
Berr: nada tiene de extraño una aventura tal. A no ser
e~ h~h~ de ~ue. califica una época: ni mis atrevimientos
m nus mgemosidades fueron suficientes para levantar
fff contra mía aquellos valientes corazones que me que-
n.an bien y qu~ me lo demostraban en cada ocasión;
pienso en Gabnel Monod, en Christian Pfister en Ca-
mille Jullian y también en Gustave Bloch y ~n Vida!
de la Blache (aunque él ya había hecho su propia revo-
lución para sí y para sus sucesores). La alta universi-
dad de aquel tiempo era aristócrata de coraz6n al me-
nos. Y entre los grandes reinaba t.Jna benevolencia ope-
rante, una frate:rni<lad.
Así pues, solo en la liza, trabaj~ lo mejor _que supe.
Algunas de las cosas que en estos cmcuenta anos he po-
dido decir, y que parecían aventuradas cuand? las for-
mulaba por vez primera, son ya un lugar ~omun. Otras
·guen siendo discutidas. La suerte del pionero es en-
gañosa: o bien su generación le d a razón casi.· mme
si · dia-
tamente y absorbe en un gran es~erzo colectivo. su es-
fuerzo de investigador aislado; o bien su generación. re-
siste y deja que la generación siguiente haga germma~
la semilla prematuramente lanzada en los sur?os. ~i
está la causa de que el éxito prolongado de ciertos h-
bros de ciertos artículos, sorprenda a su autor: no. en-
contraron su verdadero público has.ta diez o qumce
años después de su publicación, cuando les llegaron
ayudas externas.
Hablando de ayudas, he de decir que me dio una
gran seguridad el descubrimiento, de Henri Pire~e, a
partir de 1910, cuando me sumergia en su pe~ueno v~­
lumen de la colección Flammarion, Les anciennes de-
mocraties des Pays-Bas y después en los primeros tomos
de la Historia de Bélgica, en espera de las esplén?idas
memorias que fueron su canto del cisne (Los periodos
de la historia social del capitalismo, 1914; Mahoma Y
Carlomagno, 1922; Merovingios y .cm:olingios, ~923; Y
por último esa joya que es el Hbnto .Las C/,u_dades
de la Edad Media, 1927). Me dio segundad, pnmero,
y después júbilo personal saber que un hombre fuerte
r~corría, c~n paso constant~ y d?~inador, los ~ampo~
históricos de la Bélgica amiga. Jubilo que experimente
de nuevo cuando Marc Bloch, joven historiador, oon
ocho años menos que yo, orientado por sí mismo de una
forma ligeramente distinta, vino a re~paldarme frater-
nalmente, a continuar y prolongar rm esfuei:z;o en su
campo de medievalista. En 19~9 fun~amos ¡untos los
Annales, ayudados desde el pnmer numero por. la fi-
delidad de Leuilliot y más que par el beneplácito de
HeJUi finmne po:r ~µ magnffi.ca colaboración. ¡Pero

~
cómo no reconocer el mérito que corresponde, en aque-
llos Annales que adquirieron rápido prestigio y en los
que había que aceptar de entrada su carácter saluda-
ble y vivificador, a todos los que a mi alrededor for-
maron un círculo fraternal y ferviente! Y que lo siguen
formando todavía: Fernand Braudel, poderoso evoca-
dor de un Mediterráneo tan lleno de resonancias y des-
pués osado protector de una historia económica reno-
vada; Georges Friedmann, penetrante analista de las
almas individuales y colectivas, desde Leibniz y Spino-
za hasta los siervos anónimos de la máquina; y Charles
Morazé, curioso y ardiente descubridor de tierras desco-
nocidas; intrépido en la obstinada búsqueda de métodos
nuevos; y por último, todos vosotros, mis colaborado-
res, mis lectores, mis alumnos y mis colegas de Francia
y del extranjero, cuyo exigente afecto mantiene mi fuer-
za y sostiene mi impulso. Yo debía decir esto, debía pro-
clamar al comenzar esta recopilación mis deudas sen-
timentales para con tantos hombres y lugares y también
para con las casas que me acogieron: la Escuela Nor-
mal Superior (1899-1902) y la Fundación Thiers en las
universidades de Dijon y de Estrasburgo; sin olvidar
entre tantas otras, en el viejo y nuevo mundo, la Uni-
versidad Libre de Bruselas que durante un año me abrió
sus cátedras; y finalmente desde 1933, el noble College
de France. Gracias a esas altas tribunas mi voz pudo
hacerse oír tan extensamente.
¡Ojalá estas páginas que guardan relación entre sí,
y por ello espero que sean tanto más expresivas, puedan
servir a las causas que me son tan caras! En estos años
en que tantas angustias nos oprimen no quiero repetir
con el Michelet del Peuple: "Jóvenes y viejos estamos
fatigados". ¿Los jóvenes, fatigados? Espero que no. ¿Los
viejos, fatigados? No lo deseo. Por encima de tantas
tragedias y transformaciones, en el horizonte lucen am-
plias claridades. En la sangre y en el dolor se engen-
dra una humanidad nueva. Y por tanto, como siempre,

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na historia una ciencia histórica a la medida_ de;;em-
u s im revi~ibles va a nacer. Yo dese? qu~ m1 es erzo
po Pb'do adivinar y abrazar sus directrices por ade-
hayadsa y1 ·s arroyos puedan aumentar su torrente.
lanta o. que m1

Le Souget, Navidad de 1952

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