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Introducción
Las poblaciones de la Edad de Piedra vivían vidas más sanas que los
pueblos que les sucedieron inmediatamente: en tiempos de los romanos
había en el mundo más enfermedades que en cualquier época precedente,
e incluso en la Inglaterra de principios del siglo XIX, la esperanza de
vida para los niños no era, con toda probabilidad, muy diferente a la de
veinte mil años atrás. Más aún, los cazadores de la Edad de Piedra
trabajaban para su sustento menos horas de las que trabajan los
campesinos chinos y egipcios típicos ...y, a pesar de sus sindicatos, los
obreros fabriles de nuestro tiempo. En cuanto a esparcimientos tales
como buena comida, entretenimientos y placeres estéticos, los antiguos
cazadores y recolectores disfrutaban de lujos que sólo los
norteamericanos más ricos de nuestros días pueden permitirse. En la
actualidad, familias enteras trabajan y ahorran durante treinta años para
obtener el privilegio de ver unos pocos metros cuadrados de hierba a
través de sus ventanas. Y ésos son unos pocos privilegiados. Los
norteamericanos dicen que «sin carne no hay comida» y su dieta es rica
(algunos dicen que demasiado rica) en proteínas animales, pero dos
tercios de la población viven hoy como vegetarianos involuntarios. En la
Edad de Piedra, todos mantenían una dieta rica en proteínas y pobre en
féculas. Y la carne no se congelaba ni se saturaba de antibióticos y de
color artificial.
Los exploradores enviados por los europeos durante la gran época de los
descubrimientos tardaron en comprender el modelo global de costumbres
e instituciones. En algunas regiones -Australia, el Ártico, los extremos
meridionales de Sudamérica y África- encontraron grupos que todavía
vivían de manera semejante a la de sus antepasados europeos de la Edad
de Piedra, tiempo atrás olvidados: grupos de veinte o treinta personas,
diseminados en vastos territorios, en constante movimiento, que vivían
exclusivamente de la caza de animales y de la recolección de plantas
salvajes. Esos cazadores-recolectores parecían ser miembros de una
especie rara y arriesgada. En otras regiones -los bosques del este de
América del Norte, las junglas de Sudamérica y el este asiático -
encontraron poblaciones más densas que habitaban aldeas más o menos
estables, basadas en la agricultura y compuestas, quizá, por una o dos
grandes estructuras comunales, pero también allí las armas y las
herramientas eran reliquias prehistóricas.
A lo largo de las riberas del Amazonas y del Mississippi y en las islas del
Pacífico, las aldeas eran de mayor tamaño y, a veces, albergaban a un
millar o más de habitantes. Algunos estaban organizados en
confederaciones rayanas en la categoría de estados. Aunque los europeos
exageraron su «salvajismo», la mayoría de esas comunidades aldeanas
coleccionaban las cabezas de sus enemigos como trofeos, asaban vivos a
sus prisioneros de guerra y consumían carne humana en ceremonias
rituales. Debe recordarse el hecho de que los europeos «civilizados»
también torturaban a seres humanos -en procesos por brujería, por
ejemplo- y que no se oponían a exterminar la población de ciudades
enteras (aunque les repugnara comerse entre sí).
¿Por qué algunos adoraban las vacas mientras otros alimentaban con
corazones humanos a dioses caníbales? ¿Es la historia humana lo que
cuentan no ya uno, sino diez mil millones de idiotas? ¿Se reduce a un
juego de oportunidad y pasión? No lo creo. Creo que hay un proceso
inteligible que preside el mantenimiento de formas culturales comunes,
que inicia cambios y que determina sus transformaciones a lo largo de
sendas paralelas o divergentes.
2. Asesinatos en el Paraíso
Supongamos que el plazo de vida fecunda abarcara desde los 16 hasta los
42 años de edad. Sin una lactancia prolongada, una mujer podría tener
doce embarazos. Con el método de la lactancia, el número de embarazos
se reduce a seis. La menor frecuencia del coito en las mujeres de más
edad podría reducir el número a cinco. Los abortos espontáneos y la
mortalidad infantil provocada por enfermedades y accidentes podría
disminuir el potencial de reproducción a cuatro..., aproximadamente dos
más que el número permisible bajo un sistema de crecimiento
demográfico cero. Los dos nacimientos «extra» pueden entonces
controlarse mediante alguna forma de infanticidio basada en la
negligencia. El método óptimo consistiría en descuidar únicamente a las
niñas, dado que la tasa de crecimiento de poblaciones que no practiquen
la monogamia está determinada casi enteramente por el número de
hembras que llegan a la edad de la reproducción.
Según Karl Butzer, casi toda Turquía, el noreste de Irak e Irán estaban
desprovistos de árboles durante el último período glacial, lo que habría
facilitado la caza de animales en manada. Evidentemente, la
reforestación que se produjo a finales del período glacial no fue tan
extensa como en Europa, pero en realidad pudo haber agravado la crisis
ecológica de Oriente Medio en virtud de la escasez de espacios abiertos y
de especies forestales.
Después del declive de los cazadores de caza mayor del Nuevo Mundo,
en las Américas aparecieron culturas cuyos sistemas de subsistencia
recuerdan a los de los cazadores y recolectores «de espectro amplio» de
Oriente Medio. Los detalles del proceso de intensificación y agotamiento
aparecen con más claridad en el notable estudio llevado a cabo en el valle
de Tehuacán bajo la dirección de Richard MacNeish, del Museo de
Arqueología de Peabody. El valle de Tehuacán -una larga y estrecha
depresión localizada en el sudeste del estado mexicano de Puebla, a una
altitud de 1.300 metros, está rodeado por altas montañas que le
proporcionan un clima cálido y seco. Allí, durante el período Ajuereado
(7000-5000 a. C.), se cazaron caballos y antílopes hasta su extinción.
Luego los cazadores intensificaron la depredación de grandes liebres y
tortugas gigantes, las cuales a su vez se extinguieron muy pronto.
MacNeish calcula que en aquella época la carne comprendía entre el 76 y
el 89 por 100 de la ingestión calórica total de los cazadores en las
estaciones mínima y máxima del año. Durante los siguientes períodos de
El Riego (5000-3400 a. C.), Coxcatlán (3400-2300 a. C.) y Abejas
(2300-1850 a. C.), el porcentaje máximo-mínimo de calorías estacionales
de carne descendió a 69-31, 62-23 y 47-15 por 100, respectivamente.
Aproximadamente en el año 800 a. C., cuando aldeas plenamente
sedentarias, basadas en la agricultura, se establecieron finalmente en el
valle, la proporción de calorías proporcionadas por proteínas animales
había descendido aún más y prácticamente había desaparecido la
diferencia de hábitos alimentarios entre las estaciones de caza y las de
veda natural. Por último, como veremos más adelante, la carne se
convertiría en un lujo en el antiguo México y su producción y consumo
dio ocasión a algunas de las más brutales instituciones de la historia
humana.
La secuencia del Nuevo Mundo fue muy diferente. Las primeras plantas
domesticadas del Nuevo Mundo -las encontradas por MacNeish en el
valle de Tehuacán- tienen aproximadamente nueve mil años de
antigüedad. Algunas formas primitivas del maíz, con una pequeña
mazorca que sólo contenía dos o tres hileras de granos, se cultivaban
hace alrededor de siete mil años. Pero sólo hace cinco mil cuatro-
cientos años que los habitantes de Tehuacán construyeron viviendas
permanentes, y aun entonces, las viviendas sólo eran habitadas una parte
del año, dado que la recolección semimigratoria seguía suministrando el
50 por 100 de las plantas utilizadas como alimento.
Creo que la razón por la cual las dos secuencias fueron diferentes
consiste en que en el Viejo y en el Nuevo Mundo existían distintas
especies de plantas y comunidades animales después de la destrucción de
la caza mayor. En Oriente Medio, la combinación de animales y plantas
se dio de manera tal que, instalándose en aldeas, los cazadores
recolectores «de amplio espectro» podían incrementar su consumo de
carne y de plantas alimenticias al mismo tiempo, pero en Mesoamérica,
instalarse en aldeas permanentes recolectoras de semillas significaba
prescindir de la carne.
Ocurre que en las zonas de Oriente Medio en las que surgió la agricultura
no sólo se daba trigo, cebada, guisantes y lentejas en estado silvestre,
sino que también existían los precursores de ovejas, vacas, cerdos y
cabras domésticos. Cuando se establecieron colonias permanentes
preagrícolas en medio de densos campos de granos, las manadas de
ovejas y cabras salvajes -cuya fuente alimenticia más importante eran las
hierbas silvestres, incluyendo a los antepasados del trigo y la cebada- se
vieron obligadas a tener un contacto más estrecho con los aldeanos.
Ayudados por perros, éstos podían controlar los movimientos de esas
manadas. A las cabras y las ovejas se las mantenía en los límites de los
campos cerealeros y se les permitía comer el rastrojo pero no el grano en
maduración. En otras palabras, los cazadores ya no tenían que salir a
buscar a los animales; éstos, atraídos por los campos de alimentos
concentrados, se acercaban a los cazadores.