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NOMBRE DEL PROFESOR TITULAR: M.A., M.E.P. Juan Oswaldo Robledo López.
TITULO DEL LIBRO: Manual de Ingeniería y Ética Profesional
TITULO DEL CAPÍTULO: Una nueva ética para el siglo XXI: Conveniencia y Convicción.
AUTOR/EDITOR: Galo Bilbao, Javier Fuentes y José Mari Guibert
EDITORIAL: Universidad de Deusto
NÚMERO DE ISSN/ISBN: 84-7485-795-3
FECHA DE PUBLICACIÓN: Bilbao, 2002
PÁGINAS: 1-17 pp
TOTAL DE PÁGINAS: 17
OBSERVACIONES:
En 1989 caía el muro de Berlín y con él un orden político, social y económico bipolar.
Existia el capital y la mano de obra, el burgués y el obrero, el mundo occidental y el mundo
comunista concebidos en Yalta y alimentados obsesivamente desde entonces. Diez años después
sale a la luz el truculento papel asignado al espionaje, en un mundo marcado por las fronteras
ideológicas, la falta de transparencia, la confrontación silenciosa. Una guerra asentada sobre el
miedo del ser humano ante su propia capacidad de autodestrucción total.
Tan sólo unos años después, hemos descubierto que esa capacidad destructiva no estaba
ligada al poder de una fuerza antagónica maligna sino al salto cualitativo de la tecnología, que ponía
en las manos del hombre posibilidades extraordinarias pero también riesgos desconocidos hasta
entonces. Pasamos así, casi sin darnos cuenta, de la guerra fría a encontrarnos en medio de una gran
revolución tecnológica sin precedentes, que se desarrollaba a una velocidad vertiginosa tanto para lo
bueno como para lo malo. La desaparición del enemigo, lejos de simplificar las cosas, puso de
manifiesto la necesidad de afrontar con prontitud la nueva situación, desde sus valores y
problemáticas propios, sin justificaciones ideológicas ni chivos expiatorios.
En efecto, nunca el hombre tuvo entre sus manos tanto poder para transformar su forma de
vida. Protagonizada por el chip, descubrimos diariamente las posibilidades de dicha revolución: un
mundo abierto donde la información se transmite universalmente en tiempo real: una realidad
económica mundializada capaz de promover la dinámica integradora frente a ia disuasiva; una aldea
global que descubre perpleja que todos dependemos de las condiciones de un planeta que es nuestro
único hogar.
Sin embargo, percibimos con la misma rapidez que este salto cualitativo tecnológico
comporta también riesgos de una magnitud también desconocida hasta ahora. En consecuencia, la
ruptura de fronteras no sólo tiene una lectura positiva, reabriendo paradójicamente la cuestión de los
límites: los que agudiza, por ejemplo, la mundialización de la economía tanto en lo referente a la
explotación de nuestro planeta como a las crecientes desigualdades económicas que resquebrajan
cada día las fronteras políticas que tradicionalmente habían enmarcado a las poblaciones; los que
reabren sociedades multirraciales, pluriculturales y ecuménicas, que indefectiblemente replantean el
marco social y jurídico que nuestras democracias precisan; finalmente, el de la propia identidad
personal del ser humano, reafirmado, no sin ciertos escalofríos, por los nuevos descubrimientos en
el campo de la ingeniería genética.
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Este nuevo contexto, explica la convencida vuelta de la ética a la esfera pública durante
estos últimos años. En efecto, enclaustrada durante dos siglos en el espacio de lo privado reaparece
con fuerza en los institutos y universidades así como en los comités gubernamentales de expertos.
Nunca los discursos políticos se apoyaron tanto en el lenguaje moral. Nunca antes había sido objeto
de tantas publicaciones. Y junto a todo ello, como prueba definitiva, la ética vende. Su presencia
puede percibirse tanto en el diseño organizativo de las empresas como en sus grandes campañas
publicitarias, donde una imagen de honestidad parece atraer más consumidores que mil promesas.
Este cambio centenario no puede ser casual. Quien más quien menos se ha percatado de que
la transformación ante la que nos encontramos ni es banal ni episódica. Pero más allá del aspecto
cuantitativo de su presencia quisiéramos subrayar ante todo el aspecto cualitativo de que, por
primera vez, la demanda ética nace desde el interior mismo de las ciencias. La ética no es una
"maría" poblada de afirmaciones románticas para voluntaristas bienintencionados. Aparece hoy
como una necesidad proporcional al riesgo que asumimos, como un indispensable ejercicio de
responsabilidad ante el nuevo poder que detentamos. En consecuencia, el salto cualitativo de la
tecnología es un factor clave para comprender por qué nos sentimos necesitados de saber cómo y
hacia dónde queremos ir, para desvelar las nuevas características de la reflexión ética
contemporánea. No es el único efecto ni quizá el más importante de la revolución cibernética, pero
sin duda es el primero a la hora de justificar el otrora quijotesco proyecto de realizar un manual de
ética para ingenieros.
¿Cuál es el denominador común de fenómenos tan dispares como la escasez del agua, la
destrucción de la capa de ozono, las emisiones masivas de dióxido de carbono, los accidentes
nucleares, la quema o tala indiscriminada de nuestros bosques, la amenaza de desaparición de miles
de especies vivientes? Una Naturaleza que da signos de agotamiento por la saturación de procesos
de explotación y deterioro. Hasta el punto de que nuestra relación clásica con ella se ha invertido,
siendo la naturaleza la que se encuentra hoy amenazada en cuanto a sus grandes equilibrios,
aquellos que han permitido al hombre subsistir y evolucionar.
En efecto, para el mundo clásico la Naturaleza era la fuente de la vida, admirada o temida.
Marco grandioso pensado como invulnerable, con frecuencia incluso hostil, es divinizado en
ocasiones por las diferentes culturas. La polis griega nace como espacio de la acción humana, de la
tecne, del artificio y la invención capaz de salvaguardar al ser humano de las amenazas que ella
encerraba. Con la "polis " emerge también una idea más benévola de la Naturaleza como maestra de
la vida, la cual, desde la inmutabilidad de sus leyes, otorgaría al ser humano, capaz de descubrirlas,
las claves para comprender su propia existencia y la del mundo que le rodeaba.
Son muchas las posibilidades benéficas que la tecnología contemporánea pone en nuestras
manos. Sin citar las que conciernen a la rehabilitación y cuidado del medioambiente en que
vivimos, nos quedaremos con el milagro cotidiano de que seamos ya seis mil doscientos millones
de personas los que habitamos este planeta Tierra. Sin embargo, por primera vez en la historia,
nuestro dominio sobre la naturaleza es de tal magnitud que es su propia pervivencia la que está en
peligro. Sólo ante este riesgo hemos reaccionado ante lo que con ello nos va en el envite. ¿Qué
criterios han de enmarcar nuestra futura relación con la Naturaleza? ¿Deben continuar siendo
estrictamente económicos? Las diferentes ciencias naturales son las primeras que han dado la voz
de alarma. No es cuestión de plantear por ello un discurso catastrofista, sino de asumir la
responsabilidad de utilizar nuestro poder tecnológico de forma que la condición misma de
posibilidad de toda existencia humana, presente o futura, no se vea comprometida.
Nos enfrentamos a una nueva frontera de la acción humana y sus límites. En los últimos
años los avances tecnológicos han provocado un mayor control artificial tanto del ciclo de la
reproducción humana (en sus diferentes aspectos de la contracepción, la inseminación o la
fecundación in vitro), como del control del sistema nervioso o de la manipulación genética. Las
diferentes problemáticas que dicho salto cualitativo de nuestro poder ha desvelado, han dado como
resultado el nacimiento de un campo de reflexión interdisciplinario que denominamos bioética.
Los últimos experimentos de clonaciones animales han avivado una reflexión que, en
definitiva, quiere establecer los límites de algo tan esencial como nuestra propia identidad. ¿Cuándo
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comienza nuestra existencia humana? ¿Es posible decidir dónde y cuándo puedo acabar con ella?
¿Hasta dónde es legítimo y deseable continuar con la experimentación cerebral o genética? ¿Quién
se encargará de regularlo y cómo se salvaguardará su cumplimiento?
Nadie pretende volver a una sociedad pastoril o parar el mundo para bajarse de él. Pero hoy
más que nunca debemos preguntarnos si todo lo tecnológicamente posible será humanamente
deseable. En nuestro contexto contemporáneo no podemos seguir admitiendo toda experimentación
como un cheque en blanco, como una inconsciente huida hacia adelante al final de la cual nos
espera, esa es la fe de nuestra ciencia, un mundo mejor. Necesitamos de la ciencia para salir de los
nuevos problemas que tenemos planteados, pero sería una inconsciencia imperdonable dejarla a su
suerte, prescindiendo del carácter humano que la funda.
Junto a los tres poderes de la teoría democrática clásica, los medios de comunicación
constituyen el cuarto gran poder de nuestra sociedad contemporánea. Las nuevas tecnologías han
permitido la revolución soñada de romper las dos grandes barreras del ser humano: el espacio y el
tiempo. Esta ruptura abre enormes posibilidades relaciónales a la sociedad del futuro. El fenómeno
Internet es un excelente ejemplo de lo que decimos, ya que puede convulsionar nuestra manera
tradicional de comunicarnos con todo lo que ello implica. Merece, pues, que le dediquemos
atención aparte.
Sin embargo, y pese a contar con más posibilidades que otras anteriores, no estamos en la
sociedad de la comunicación. Prueba de ello es el creciente auge de fenómenos como la soledad y la
depresión en el llamado mundo desarrollado. Eso sí, somos, sin ningún género de duda, la sociedad
más informada de la Historia de la Humanidad. La información, gracias al salto tecnológico, es hoy
instantánea y simultánea. Como sucedía en los campos precedentes, las nuevas posibilidades
abiertas, (es indudable el potencial democrático, tolerante y formative que los nuevos medios
encierran), vienen acompañadas también de riesgos que demandan que nuestra actitud ética vaya
más allá de la mera honestidad individual.
Alvin Toffler, "Los dueños del saber planetario" en El país, 10.2.94, p. 18.
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que no atañen de cerca de nuestros intereses sencillamente no existen, existiendo así países e
incluso continentes invisibles a nuestros ojos.
Finalmente, hay otros dos niveles dignos de análisis. El contenido semántico de lo que se
nos cuenta y el cómo o su contenido estético. En los periódicos el primero es mucho más importante
que el segundo. El periódico utiliza únicamente las palabras, las fotografías (no en todos los casos)
y la ubicación en el propio periódico. Estos son los tres elementos estéticos mientras que casi toda
la fuerza se pone en lo que nos están contando. Ante ello es nuestra inteligencia la que se pone en
marcha frente a los sentimientos.
Tenemos pues que ser conscientes del carácter intencional de las noticias vendidas. La
información que recibimos está manipulada, sesgada. La gran tentación es la de ser una persona de
un solo medio, que lea, oiga o vea tan sólo aquello que le interese. Fiel a sus deseos, fiel a sus
propias cegueras. La información es para el ciudadano una necesidad; descodificar los filtros que la
tamizan, una obligación.
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y del mal, lógica que extermina su propio referente, lógica de la implosión del sentido, donde el
mensaje desaparece en el horizonte del medio"2.
Igualmente, nos podemos preguntar si este tipo de estructura productiva dejada a la mera
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Jean Beaudrillard citado en Ch. Zinner, Esprit, feb (94), p. 71
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lógica del mercado no agravará aún más las desigualdades económicas. Dicho tipo de producción
necesita al menos tres factores: un gran capital, mano de obra muy cualificada y excelentes
comunicaciones. Un estudio del departamento francés de Rhone-Alpes preveía, para finales de
siglo, que la riqueza y la alta tecnología en Europa se concentrarían en un espacio reducido, con
forma de banana, que abarcaría desde la región londinense hasta el norte de Italia, atravesando
Holanda, Bélgica, la frontera oeste de Alemania, Suiza hasta llegar a las regiones del Piamonte y la
Lombardía italianas. Dos núcleos aislados de desarrollo completarían el cuadro: la región berlinesa
y la región parisina. Las quince regiones más ricas de la Unión Europea, curiosamente
pertenecientes a dicho espacio, son tres veces más ricas que las quince más pobres.
Es evidente que se podrían poner ejemplos bastante más duros de la desigual distribución de
la riqueza que esta revolución parece propiciar. ¿Puede esperar algo de ella el continente africano
cuando sólo la isla de Manhattan posee más líneas de teléfono que todo el África subsahariana?
¿Para qué nos sirve el potencial democrático de la tecnología informática si el 55% de la población
mundial tan sólo tiene acceso al 5% de las líneas telefónicas? ¿No es esto otra forma de
totalitarismo que amenaza la democracia? ¿La emigración masiva e incluso el resurgir nacionalista
no tienen nada que ver con esta monopolización económica ciega ante las diferentes realidades
sociales y culturales?
La explosión financiera de los dos últimos decenios es el principal fruto, así como también
el mejor ejemplo de la revolución tecnológica. Las tres D neoliberales, desinflación (políticas
económicas que juegan esencialmente sobre la subida de los tipos de interés), desregulación (evitar
o prescindir de cualquier tipo de regla exterior al funcionamiento propio del mercado) y
desintermediación bancaria (que democratiza el acceso al espacio financiero a otro tipo de
agentes no bancarios como las empresas) caracterizan el espectacular desarrollo de los diferentes
mercados financieros.
Ningún espacio como el financiero ha mostrado con tanta evidencia que la economía no
puede pensarse como una ciencia pura. Las previsiones teóricas alimentan la opinión pública de
periodistas e inversores sin poder evitar ser contradichas con frecuencia. Factores humanos, tan
sorprendentes como impredecibles, que confirman la crítica de impostura que Levy Strauss lanzó a
las ciencias humanas al aspirar siempre a conocer realidades del mismo orden de complejidad que
los medios intelectuales que ponen enjuego para conseguirlo.
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concretaba esta crítica en su libro La crisis del capitalismo mundial: "en el campo de las ciencias
humanas, el pensamiento forma parte del objeto mientras que las ciencias naturales tratan los
fenómenos que se producen independientemente del observador"3. La economía sigue ignorando,
inspirada en el concepto de equilibrio de la física newtoniana, el carácter esencialmente reflexivo
que la constituye.
Otro punto a tener en cuenta atañe a la dogmática clásica de dicha economía, basada en la
búsqueda racional del interés propio como única motivación del ser humano y en la armónica
mecánica propiciada por las leyes de un mercado guiadas por una mano providencial aunque
invisible. Para Soros, mucho más sospechoso de cínico que de antiliberal, el integrismo de mercado
contiene una doble amenaza para el sistema mismo: la falta de cohesión social y la ausencia de
gobierno. El capitalismo mundial tiene en sus más fervientes seguidores a sus principales enemigos.
Su resquebrajamiento será imparable a menos que se afronten con seriedad las dos fallas que lo
causan: la primera, concierne a las deficiencias internas de los mecanismos de mercado, es decir a
las inestabilidades inherentes a los espacios financieros; la segunda, se refiere a las deficiencias de
los factores no económicos, es decir tanto a la inhibición de la política como a la erosión de los
valores morales en la práctica económica cotidiana.
Los Estados con auténticas macro intervenciones, que aunque pagadas injustamente por
todos nunca son criticadas, intentarán devolver la credibilidad a los mercados asentados en su
propio territorio. Saber que el Estado estará siempre detrás quizá constituya un incentivo a la
asunción de excesivos riesgos individuales, pero justamente comprender que todos estamos
mutuamente implicados en nuestras decisiones respectivas constituye la mejor justificación para
entender por qué es la sociedad misma la que exige, en voz alta, una mayor responsabilidad ética.
No queremos que los árboles nos impidan ver el bosque. También desde el campo de la
economía se niega hoy la neutralidad ética de sus consecuencias. El salto cualitativo de la
tecnología ha llevado a su mundialización definitiva, que como sucedía en otras áreas ha abierto
numerosas puertas al desarrollo humano, pero que al mismo tiempo presenta riesgos en los que nos
jugamos algo más que dinero.
1. Haga suya la red. A medida que el poder se va alejando del centro, la ventaja competitiva pertenece a
aquellos que aprenden a adherirse a puntos de control descentralizados.
2. Rendimientos crecientes. A medida que los puntos de conexión entre las personas y las cosas aumentan, las
consecuencias de esas conexiones se multiplican con mayor rapidez, de forma que los éxitos iniciales no son auto
limitadores, sino que se retroalimentan.
3. Abundancia, no escasez. A medida que las técnicas de fabricación perfeccionan el arte de hacer multitud de
copias, el valor está en la abundancia, y no en la escasez, invirtiendo las premisas empresariales tradicionales.
4. Ir en busca de la gratuidad. A medida que la escasez va dejando paso a la abundancia, la generosidad genera
riqueza. Ir en busca de la gratuidad es como hacer un ensayo de la inevitable caída de los precios, y aprovechar el
único recurso realmente escaso: la atención humana.
5. Ante todo, empiece por alimentar la red. A medida que las redes van cubriendo a todo el comercio, el objetivo
principal de una empresa pasa de ser la maximización de su valor a la maximización del valor de la red. Si la red no
sobrevive, la empresa muere.
6. En la cumbre, dejarse llevar. A medida que la innovación se acelera, abandonar los éxitos a fin de escapar a su
eventual obsolescencia se convierte en algo muy difícil y al mismo tiempo en la tarea más importante.
7. De lugares a espacios, A medida que la proximidad física (lugar) va siendo reemplazada por múltiples
interacciones con cualquier objeto, en cualquier tiempo, en cualquier espacio, las oportunidades para los
intermediarios, y los nichos de tamaño mediano se expanden enormemente.
8. La armonía no existe, todo fluye continuamente. A medida que la turbulencia y la inestabilidad se convierten
en la norma en las empresas, la postura más efectiva para la supervivencia es la de alcanzar un constante pero
altamente selectivo desorden al que denominamos innovación.
9. Tecnología de relaciones. A medida que el software se va imponiendo sobre el hardware, las tecnologías más
fuertes son aquellas que realzan, amplían, extienden, aumentan, destilan, recuerdan, expanden y desarrollan
relaciones de todos los tipos.
10. Oportunidades antes que eficiencias. A medida que las fortunas se van creando gracias a máquinas cada vez
más eficientes, hay oportunidad de generar una riqueza aún mayor liberando el ineficiente proceso de descubrir y crear
nuevas oportunidades.
(Kevin Kelly, 275-76)
También en economía la inquietud ética nace de las características del nuevo contexto
tecnológico. También en ella es el fruto de una necesidad, de una conveniencia que nos concierne a
todos, porque la mundialización ha recuperado también para la economía el bien común. La ética no
se puede reducir ya a un mero ejercicio de honestidad privada porque con frecuencia muchas
decisiones implican consecuencias estructurales que serán gozadas o sufridas por todos.
La concepción filológica del término ética lo hace sinónimo del término moral. Aunque
etimológicamente el primero proviene de la raíz griega ethos y el segundo de su traducción latina
mos-moris, ambos significan todo aquello relacionado con la conducta humana tanto en su
dimensión comunitaria como personal. En consecuencia, se utiliza en ocasiones tanto para designar
las costumbres de una comunidad en cuanto a lo considerado bueno o malo, deseable o prohibido,
como para referirse al carácter, motivaciones y porqués que influyen en una determinada actuación
personal.
Sin embargo, con el tiempo, este carácter sinonímico de ambos términos se pierde, pasando
a comprenderse de forma dialéctica, el uno por relación al otro. Nace así una doble tradición que
vamos a explicar someramente a continuación.
Sin duda la tradición más extendida, define la ética como una parte de la filosofía que
reflexiona sobre la moral, entendiendo por ésta el conjunto de normas y valores que orientan la
conducta de una sociedad concreta. Todas las sociedades humanas comparten universalmente esta
existencia del hecho moral. La ética comprendida así como filosofía de la acción moral, emerge
como un momento segundo, reflexivo, posterior a la moral. Así, para José Luis Aranguren por
ejemplo, la ética se constituye como la moral pensada. No es pues de extrañar que encontremos casi
tantas éticas como sistemas filosóficos relevantes han existido a lo largo de la historia de la
humanidad.
Esta tradición, aunque menos difundida, es defendida por autores relevantes como Paul
Ricoeur. Éste parte del concepto de intención ética definiéndola como "la búsqueda de la vida
buena, con y para los otros en el marco de unas instituciones justas" . El término "intención"
pretende subrayar el carácter de proyecto, de dinamismo que subyace a la ética, la cual se orienta en
función de la acción.
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Cf. Paul Ricoeur, "Avant la loi morale: l'éthique" en Encyclopedia Universalis, Paris, 1992, 42.
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De esta forma la intención ética precede a la moral, concepto que va a reservarse para todo
lo referente a la obligación, a las normas, a la obediencia de la ley. Esta visión subraya la conexión
directa de la ética con el deseo, con la voluntad personal, con la coherencia vital, con la convicción.
Frente a ello el imperativo sería el máximo exponente de la moral.
Por ello esta inspiración personal e inviolable, termina tomando forma de responsabilidad,
de consciencia, de contestación. Esa voluntad universal, designa el exceso y la desmesura, denuncia
los fraudes e injusticias, aprueba el coraje de una opción que no siempre lleva a su protagonista al
confort o a la tranquilidad. "Crear es sacudir la inercia, mantener a pulso la libertad, nadar a contra-
corriente, cuidar el estilo, decir una palabra amable, defender un derecho, inventar un chiste, hacer
un regalo, reírse de uno mismo, tomando muy en serio las cosas serias. Todo esto es el tema de la
ética, que no es una meditación sobre el destino, sino una meditación sobre cómo burlarse del
destino, es decir del determinismo de la rutina, de la maldad y del tedio" . Sin negar, pues, el
momento reflexivo, esta manera de comprender la ética subraya su conexión esencial con la
voluntad, con la defensa firme de unos valores que dan oxígeno a la dignidad humana, con la
convicción de que no es lo mismo vivir de una manera que de otra.
Ambas tradiciones no se excluyen en absoluto sino que se complementan. Hunden sus raíces
en el doble significado etimológico de la palabra ética. En efecto, la ética aparece así como la
primera inspiración que nos mueve a obrar y a expresamos con nuestro carácter de personas
esencialmente morales, pero también como momento reflexivo que nos lleva a pensar el hecho
moral de nuestras sociedades, dando razón de las motivaciones, la forma y los porqués de toda
acción personal. Ambas se necesitan, ambas se complementan.
Gon frecuencia se han confundido ambos campos quizá porque ambos saberes proporcionan
un cuerpo de normas obligatorias, así como también criterios de interpretación y evaluación de las
normas mismas y de su aplicación. Ahora bien, no sólo existen significativas diferencias sino que
en ocasiones pueden existir conflictos irresolubles entre ambos campos. Algo, siendo
completamente legal, puede ser totalmente injusto y merecer un juicio moral reprobatorio, y en
sentido contrario algo percibido como una profunda obligación moral puede situarse en ocasiones al
margen de la ley.
Las diferencias entre ambos, poseen como denominador común la idea de que mientras la
norma jurídica es exterior al individuo, y por tanto requiere de razones estratégicas para ser
obedecida, la norma moral se funda y se impone desde la propia interioridad del ser humano. Así,
no puede existir un verdadero derecho si no va acompañado de un poder coercitivo que asegure el
respeto del mismo por parte de los ciudadanos. Por ello, el derecho no juzga nunca intenciones sino
hechos. De esta forma, mientras que en el campo jurídico el desconocimiento de la ley no exime de
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José Antonio Marina, Ética para náufragos, Anagrama, Barcelona, 1996,32.
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su cumplimiento, en el campo axiológico, un acto no puede definirse como moral si, al menos, no
cumple las dos condiciones que aseguran el carácter verdaderamente humano del mismo: pleno
conocimiento y pleno consentimiento o, lo que es lo mismo, consciente y libre.
Cuando hablamos de ética nos estamos refiriendo al esfuerzo del hombre por llegar a ser
justo o por implantar la justicia, entendiéndola en el sentido de perfección. La religión no hace
referencia a la perfección sino a la santidad, a la relación personal e intransferible del creyente hacia
Dios. La primera distinción es pues clásica, correspondiendo al diferente objeto de cada una de
ellas, y fue perfectamente delimitado por Kant al declarar cómo mientras la ética respondía a la
pregunta ¿qué debo hacer? la religión se ocupaba de la pregunta ¿qué puedo esperar?. Una
esperanza afirmada como propuesta de salvación de los tres males que atenazan la vida humana: el
pecado, la muerte y el sinsentido.
La segunda gran distinción hace referencia a su contenido. Toda religión consta al menos de
tres partes: una dogmática, que delimita el contenido de su propuesta de fe; una liturgia, que la
celebra en común; y una moral que fundada en dicha fe pretende plasmarla en la vida cotidiana de
los creyentes. Así toda religión conlleva una moral, elaborada de forma casi deductiva, pero no toda
moral tiene por qué ser religiosa. La cultura occidental es un claro ejemplo de esta disociación en la
que uno puede compartir unos mismos valores de justicia o respeto al mismo tiempo que se declara
agnóstico o ateo (Cortina, 1998:16-19).
Si el postulado de la neutralidad ética de las ciencias se ha venido abajo a causa del salto
cualitativo de la tecnología en el que nos hallamos, no podemos pensar que la concepción ética
moderna consecuente iba a salir indemne en este proceso. El primero en subrayarlo fue el filósofo
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Hans Jonas quien en su libro El principio de la responsabilidad, mostraba, en 1980, cómo debíamos
comprender la ética contemporánea desde nuevos presupuestos.
Con nuestro poder tecnológico seguir poniendo en el centro de toda decisión el interés
individual es una ceguera irresponsable. Sin embargo, no basta con devolver la ética al espacio
público. Es necesario comprender que nuestro mayor interés es dejar de sacralizarnos como el
exclusivo centro de toda decisión de mirarnos el ombligo. La cuestión no es atacar el carácter
inviolable de la dignidad del ser humano, sino defender con el mismo rango la dignidad de la
naturaleza que constituye la primera condición de posibilidad de toda existencia humana.
La ética moderna rompió con toda fundamentación última de carácter natural, político,
cultural o religioso. La fundamentación iusnaturalista de la ética concebía a la Naturaleza como la
gran maestra que esconde las leyes de la vida y del sentido. Escudriñar cada pequeño movimiento,
para en su regularidad, admirar su grandeza. Desde esta perspectiva, el descubrimiento de ciertas
irregularidades no hacía sino alimentar nuevas preguntas que nos llevarían a formular hipótesis y
leyes más exactas.
Esta regularidad confirma la idea de permanencia asentada en una técnica que aparece en sus
consecuencias como éticamente neutra. El campesino que ara la tierra modifica su medio pero no lo
vulnera duraderamente; lo mismo aprecia el pescador con su red cuando captura los peces en el
mar, o el minero que con su pico jamás imaginará llegar un día a agotar las entrañas de la tierra.
La ética contemporánea debe salir a la plaza pública no sólo por el cambio cualitativo en su
contenido, derivado de la revolución tecnológica, sino para hacer partícipes de sus convicciones y
procedimientos a todos los ciudadanos. La pregunta más radical no es la de saber cómo funciona
nuestra aprobación moral, sino la de por qué tengo que serlo.
Hans Jonas desarrolla el concepto de la heurística del temor, que quiere mostrar la necesidad
de implementar nuestros temores en el momento de la decisión ética. A la luz de nuestro poder
tecnológico, nuestras inquietudes deben pasar a ser factores de conocimiento tan importantes como
nuestros deseos. Con ello critica la posición epistemológica cartesiana por la cual la duda metódica
es el motor de todo conocimiento. Así para toda la cultura occidental dudar es positivo y llevar
nuestras dudas siempre hacia adelante es fuente de progreso, el primer eslabón de todo saber
científico. Para Hans Jonas este optimismo metodológico resulta hoy imprudente, porque ya no
podemos abstraer nuestras experimentaciones científicas de las consecuencias, en ocasiones
irreversibles, que de ellas puedan derivarse.
Es cierto, muchas veces conocemos mejor las cosas por lo que no son que por lo que son.
Nos resultaría imposible en una sociedad democrática como la nuestra ponernos de acuerdo sobre
qué da contenido a la realización de la persona humana. Sin embargo, sí aparece posible el acuerdo
sobre qué no es tolerable para la dignidad humana. Resulta imprescindible consensuar una serie de
valores que delimiten en negativo los límites por debajo de los cuales perderemos hasta nuestra
identidad. No debe confundirse así una sociedad plural con una opción moral necesariamente
relativista. No podemos perder la vocación universal de estas convicciones morales a riesgo de
quedar desarmados contra toda injusticia. Si en el campo de la felicidad el acuerdo parece
imposible, no podemos renunciar al mismo en el campo de la justicia.
La responsabilidad aparece como un principio válido porque auna desde los diversos
horizontes la libertad de decisión y la exigencia ética. Una convicción sin responsabilidad aparecerá
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como poesía desangelada, mientras que una responsabilidad sin convicción se confundiría con una
eficacia a cualquier precio. Que la tradición cultural occidental recuse cualquier fundamento último
no quiere decir que no posea bases en las que asentarse. Los derechos humanos, a pesar de su
abstracción, deben constituir el contrapunto que encarne dicha responsabilidad.
Nos referimos al nuevo imperativo kantiano formulado por Hans Jonas: "Actúa de tal
manera que exista aún una humanidad después de ti el más largo tiempo posible". Esta
responsabilidad no es recíproca (postulado esencial en la ética individual) sino unidireccional, como
la de los padres respecto de los hijos, y gratuita ya que debemos sentimos responsables del futuro de
personas que nunca nos conocerán. La responsabilidad es una categoría válida para un mundo
incapaz de ponerse de acuerdo en los porqués que la sustenten. Unas convicciones, sin embargo,
indispensables para no desencamarla confundiéndola con el sentido de la eficacia, la mera utilidad o
la buena gestión de los recursos.
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BIBLIOGRAFÍA
JONAS, H. (1995), El principio de responsabilidad. Ensayo de una ética para la revolución tecnológica,
Herder, Barcelona.
JOÑAS, H. (1997), Técnica, medicina y ética. La práctica del principio de responsabilidad, Paidós,
Barcelona.
SOROS, G. (1998). La arise du capitalisme mondial. L 'inlégrisme des marches, Pión, Paris.
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