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NOMBRE DEL CURSO: ÉTICA

NOMBRE DEL PROFESOR TITULAR: M.A., M.E.P. Juan Oswaldo Robledo López.
TITULO DEL LIBRO: Manual de Ingeniería y Ética Profesional
TITULO DEL CAPÍTULO: Una nueva ética para el siglo XXI: Conveniencia y Convicción.
AUTOR/EDITOR: Galo Bilbao, Javier Fuentes y José Mari Guibert
EDITORIAL: Universidad de Deusto
NÚMERO DE ISSN/ISBN: 84-7485-795-3
FECHA DE PUBLICACIÓN: Bilbao, 2002
PÁGINAS: 1-17 pp
TOTAL DE PÁGINAS: 17

OBSERVACIONES:

Material Reproducido por Fines Académicos.


1. UNA NUEVA ÉTICA PARA EL SIGLO XXI: CONVENIENCIA Y
CONVICCIÓN

En 1989 caía el muro de Berlín y con él un orden político, social y económico bipolar.
Existia el capital y la mano de obra, el burgués y el obrero, el mundo occidental y el mundo
comunista concebidos en Yalta y alimentados obsesivamente desde entonces. Diez años después
sale a la luz el truculento papel asignado al espionaje, en un mundo marcado por las fronteras
ideológicas, la falta de transparencia, la confrontación silenciosa. Una guerra asentada sobre el
miedo del ser humano ante su propia capacidad de autodestrucción total.

Tan sólo unos años después, hemos descubierto que esa capacidad destructiva no estaba
ligada al poder de una fuerza antagónica maligna sino al salto cualitativo de la tecnología, que ponía
en las manos del hombre posibilidades extraordinarias pero también riesgos desconocidos hasta
entonces. Pasamos así, casi sin darnos cuenta, de la guerra fría a encontrarnos en medio de una gran
revolución tecnológica sin precedentes, que se desarrollaba a una velocidad vertiginosa tanto para lo
bueno como para lo malo. La desaparición del enemigo, lejos de simplificar las cosas, puso de
manifiesto la necesidad de afrontar con prontitud la nueva situación, desde sus valores y
problemáticas propios, sin justificaciones ideológicas ni chivos expiatorios.

En efecto, nunca el hombre tuvo entre sus manos tanto poder para transformar su forma de
vida. Protagonizada por el chip, descubrimos diariamente las posibilidades de dicha revolución: un
mundo abierto donde la información se transmite universalmente en tiempo real: una realidad
económica mundializada capaz de promover la dinámica integradora frente a ia disuasiva; una aldea
global que descubre perpleja que todos dependemos de las condiciones de un planeta que es nuestro
único hogar.

Sin embargo, percibimos con la misma rapidez que este salto cualitativo tecnológico
comporta también riesgos de una magnitud también desconocida hasta ahora. En consecuencia, la
ruptura de fronteras no sólo tiene una lectura positiva, reabriendo paradójicamente la cuestión de los
límites: los que agudiza, por ejemplo, la mundialización de la economía tanto en lo referente a la
explotación de nuestro planeta como a las crecientes desigualdades económicas que resquebrajan
cada día las fronteras políticas que tradicionalmente habían enmarcado a las poblaciones; los que
reabren sociedades multirraciales, pluriculturales y ecuménicas, que indefectiblemente replantean el
marco social y jurídico que nuestras democracias precisan; finalmente, el de la propia identidad
personal del ser humano, reafirmado, no sin ciertos escalofríos, por los nuevos descubrimientos en
el campo de la ingeniería genética.

Dicha revolución, por tanto, ha aumentado la complejidad e interdependencia de nuestras


sociedades y cambiará, sin duda alguna, nuestra manera de comprender el mundo y de
comprendernos a nosotros mismos. De las grandes seguridades ideológicas, alimentadas por la
guerra fría, hemos pasado a las grandes incertidumbres personales en la vida económica, familiar,
política y religiosa. Este frágil contexto coincide con el momento de la Historia humana en el que
más necesitados estamos de ponernos de común acuerdo sobre el alcance y las características de
nuestra propia responsabilidad. La reciente cumbre de Johannesburgo ha recordado al mundo entero
que también se mundializan nuestros problemas (sobreexplotación insostenible del planeta, nuevo
apartheid económico,...), ante los cuáles tan sólo una respuesta común podrá ser eficaz y durable.

Material reproducido por fines académicos, prohibida su reproducción sin la autorización de los titulares de los derechos.
Este nuevo contexto, explica la convencida vuelta de la ética a la esfera pública durante
estos últimos años. En efecto, enclaustrada durante dos siglos en el espacio de lo privado reaparece
con fuerza en los institutos y universidades así como en los comités gubernamentales de expertos.
Nunca los discursos políticos se apoyaron tanto en el lenguaje moral. Nunca antes había sido objeto
de tantas publicaciones. Y junto a todo ello, como prueba definitiva, la ética vende. Su presencia
puede percibirse tanto en el diseño organizativo de las empresas como en sus grandes campañas
publicitarias, donde una imagen de honestidad parece atraer más consumidores que mil promesas.

Este cambio centenario no puede ser casual. Quien más quien menos se ha percatado de que
la transformación ante la que nos encontramos ni es banal ni episódica. Pero más allá del aspecto
cuantitativo de su presencia quisiéramos subrayar ante todo el aspecto cualitativo de que, por
primera vez, la demanda ética nace desde el interior mismo de las ciencias. La ética no es una
"maría" poblada de afirmaciones románticas para voluntaristas bienintencionados. Aparece hoy
como una necesidad proporcional al riesgo que asumimos, como un indispensable ejercicio de
responsabilidad ante el nuevo poder que detentamos. En consecuencia, el salto cualitativo de la
tecnología es un factor clave para comprender por qué nos sentimos necesitados de saber cómo y
hacia dónde queremos ir, para desvelar las nuevas características de la reflexión ética
contemporánea. No es el único efecto ni quizá el más importante de la revolución cibernética, pero
sin duda es el primero a la hora de justificar el otrora quijotesco proyecto de realizar un manual de
ética para ingenieros.

1. LA ETICA COMO NECESIDAD: LA CAÍDA DEL MITO DE LA


NEUTRALIDAD

Éticamente somos herederos de la Modernidad. Esta revolución económica, social, política y


filosófica que se vivió a finales del siglo XVIII, constituye una referencia ineludible para
comprender, con detalle, la huella que el pasado ha dejado en nuestras formas de actuar y en
nuestras motivaciones. Sólo confrontándose críticamente con ella podemos imaginar una ética
contemporánea inteligible a la par que abierta al futuro.

La Modernidad se basó en tres grandes pilares, recogidos en el esquema general de nuestro


manual: la autonomía del sujeto individual, la racionalidad económica y el desarrollo científico-
técnico. Estos compartían las siguientes características que terminarían recluyendo a la ética en el
campo de lo meramente privado:

O Basada en la neutralidad de la técnica y de la economía, aparece como no pertinente


cualquier valoración exterior de la política o de la ética.

© Asentada en la idea optimista del progreso lineal, presentará a la eficacia como el


único valor legítimo de toda decisión.

El salto cualitativo de la tecnología en el que nos encontramos ha hecho crecer la sospecha


de que dichos postulados son insostenibles. Las publicaciones aparecidas que, desde el interior
mismo de las ciencias, exponen las novedosas problemáticas ante las que se confrontan, son la
mejor prueba de que nuestro poder tecnológico ya no es éticamente irrelevante en sus
consecuencias. Pero no solamente los científicos mismos contestan esta neutralidad exculpatoria de
responsabilidades. Los ensayos de Mururoa, las consecuencias mundiales de una crisis financiera o
las primeras evidencias de que la clonación humana es ya tecnológicamente posible mostraron que
la opinión pública comienza a pedir responsabilidades, al comprender que a veces la eficacia a
cualquier precio resulta finalmente un negocio demasiado arriesgado. Que la ética esté de moda no
es el fruto de un deseo estético sino de una necesidad, que tiene en el cualitativo incremento de
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nuestro poder a su principal causante. Escogeremos para justificar esta tesis central cuatro campos
que con frecuencia llenan las primeras planas de nuestros periódicos.

1.1. El problema ecológico

¿Cuál es el denominador común de fenómenos tan dispares como la escasez del agua, la
destrucción de la capa de ozono, las emisiones masivas de dióxido de carbono, los accidentes
nucleares, la quema o tala indiscriminada de nuestros bosques, la amenaza de desaparición de miles
de especies vivientes? Una Naturaleza que da signos de agotamiento por la saturación de procesos
de explotación y deterioro. Hasta el punto de que nuestra relación clásica con ella se ha invertido,
siendo la naturaleza la que se encuentra hoy amenazada en cuanto a sus grandes equilibrios,
aquellos que han permitido al hombre subsistir y evolucionar.

En efecto, para el mundo clásico la Naturaleza era la fuente de la vida, admirada o temida.
Marco grandioso pensado como invulnerable, con frecuencia incluso hostil, es divinizado en
ocasiones por las diferentes culturas. La polis griega nace como espacio de la acción humana, de la
tecne, del artificio y la invención capaz de salvaguardar al ser humano de las amenazas que ella
encerraba. Con la "polis " emerge también una idea más benévola de la Naturaleza como maestra de
la vida, la cual, desde la inmutabilidad de sus leyes, otorgaría al ser humano, capaz de descubrirlas,
las claves para comprender su propia existencia y la del mundo que le rodeaba.

Son muchas las posibilidades benéficas que la tecnología contemporánea pone en nuestras
manos. Sin citar las que conciernen a la rehabilitación y cuidado del medioambiente en que
vivimos, nos quedaremos con el milagro cotidiano de que seamos ya seis mil doscientos millones
de personas los que habitamos este planeta Tierra. Sin embargo, por primera vez en la historia,
nuestro dominio sobre la naturaleza es de tal magnitud que es su propia pervivencia la que está en
peligro. Sólo ante este riesgo hemos reaccionado ante lo que con ello nos va en el envite. ¿Qué
criterios han de enmarcar nuestra futura relación con la Naturaleza? ¿Deben continuar siendo
estrictamente económicos? Las diferentes ciencias naturales son las primeras que han dado la voz
de alarma. No es cuestión de plantear por ello un discurso catastrofista, sino de asumir la
responsabilidad de utilizar nuestro poder tecnológico de forma que la condición misma de
posibilidad de toda existencia humana, presente o futura, no se vea comprometida.

1.2. El problema de la vida humana

Nos enfrentamos a una nueva frontera de la acción humana y sus límites. En los últimos
años los avances tecnológicos han provocado un mayor control artificial tanto del ciclo de la
reproducción humana (en sus diferentes aspectos de la contracepción, la inseminación o la
fecundación in vitro), como del control del sistema nervioso o de la manipulación genética. Las
diferentes problemáticas que dicho salto cualitativo de nuestro poder ha desvelado, han dado como
resultado el nacimiento de un campo de reflexión interdisciplinario que denominamos bioética.

Como sucedía en el ámbito planetario, existen grandes posibilidades que enriquecerán la


duración y calidad de nuestra vida. La técnica hoy posibilita ya que esposos sin descendencia vean
cumplido su gran sueño, y las últimas investigaciones sobre el genoma humano han abierto nuevas
expectativas para la prevención o la cura médicas. Pero no todo son nuevos horizontes. Nuevamente
aparecen riesgos también desconocidos hasta ahora, ante los cuales y desde el interior mismo de las
ciencias emerge la exigencia de una responsabilidad que contradice el mito de la neutralidad ética
sobre el que ellas mismas se construyeron.

Los últimos experimentos de clonaciones animales han avivado una reflexión que, en
definitiva, quiere establecer los límites de algo tan esencial como nuestra propia identidad. ¿Cuándo

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comienza nuestra existencia humana? ¿Es posible decidir dónde y cuándo puedo acabar con ella?
¿Hasta dónde es legítimo y deseable continuar con la experimentación cerebral o genética? ¿Quién
se encargará de regularlo y cómo se salvaguardará su cumplimiento?

Nadie pretende volver a una sociedad pastoril o parar el mundo para bajarse de él. Pero hoy
más que nunca debemos preguntarnos si todo lo tecnológicamente posible será humanamente
deseable. En nuestro contexto contemporáneo no podemos seguir admitiendo toda experimentación
como un cheque en blanco, como una inconsciente huida hacia adelante al final de la cual nos
espera, esa es la fe de nuestra ciencia, un mundo mejor. Necesitamos de la ciencia para salir de los
nuevos problemas que tenemos planteados, pero sería una inconsciencia imperdonable dejarla a su
suerte, prescindiendo del carácter humano que la funda.

1.3. El poder de la información

Junto a los tres poderes de la teoría democrática clásica, los medios de comunicación
constituyen el cuarto gran poder de nuestra sociedad contemporánea. Las nuevas tecnologías han
permitido la revolución soñada de romper las dos grandes barreras del ser humano: el espacio y el
tiempo. Esta ruptura abre enormes posibilidades relaciónales a la sociedad del futuro. El fenómeno
Internet es un excelente ejemplo de lo que decimos, ya que puede convulsionar nuestra manera
tradicional de comunicarnos con todo lo que ello implica. Merece, pues, que le dediquemos
atención aparte.

Sin embargo, y pese a contar con más posibilidades que otras anteriores, no estamos en la
sociedad de la comunicación. Prueba de ello es el creciente auge de fenómenos como la soledad y la
depresión en el llamado mundo desarrollado. Eso sí, somos, sin ningún género de duda, la sociedad
más informada de la Historia de la Humanidad. La información, gracias al salto tecnológico, es hoy
instantánea y simultánea. Como sucedía en los campos precedentes, las nuevas posibilidades
abiertas, (es indudable el potencial democrático, tolerante y formative que los nuevos medios
encierran), vienen acompañadas también de riesgos que demandan que nuestra actitud ética vaya
más allá de la mera honestidad individual.

La primera gran amenaza contra la democracia es la tendencia monopolística de los


medios de comunicación. Comienza a ser desgraciadamente frecuente que los grandes medios de
comunicación de un país democrático estén controlados por un máximo de dos o tres grandes
empresas, puestas al servicio de grupos de presión e intereses bien concretos. Alvin Toffler
presentaba así la gran paradoja clásica de saber quién controla a los controladores: "Cuando la TV
mostró a los niños somalíes muriéndose de hambre, la opinión pública aprobó el envío de tropas
estadounidenses para defender los almacenes de víveres. Cuando la TV mostró un soldado
arrastrado por esa multitud, esa misma opinión exigió la retirada de tropas. En ambos casos los
políticos se vieron obligados a seguir a los medios de comunicación. Los medios no tienen que
rendir cuentas a los ciudadanos. Influyen en la política por encima de ellos, a través de ellos. De ahí
surge la paradoja para la democracia: si tratamos de controlar los medios, acabaremos con ella; pero
si no lo hacemos, acabarán con ella los medios"1.

Esta monopolización creciente del mundo de la comunicación está unida a una


manipulación interesada y convencida de la información, la cual pone en cuestión nuestra propia
libertad y sentido crítico como ciudadanos. Esta manipulación empieza en el momento de decidir
qué es noticia y qué no. Cuántos eventos fabulosos suceden diariamente que nunca merecen la
atención mediática. Esta manipulación comienza por la geografía: no tiene la misma repercusión
una manifestación frente al parlamento que en una zona rural, como por lo mismo, aquellas noticias

Alvin Toffler, "Los dueños del saber planetario" en El país, 10.2.94, p. 18.

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que no atañen de cerca de nuestros intereses sencillamente no existen, existiendo así países e
incluso continentes invisibles a nuestros ojos.

El segundo nivel de manipulación se da en el contenido de la Información. Determinado tipo


de discursos tienen un eco asegurado mientras que otros prácticamente ni aparecen. Así se
privilegia por ejemplo el discurso político (partidos políticos, gobierno, sindicatos) sobre otros
como el ecologista o el cultural. Incluso dentro de este último, por ejemplo, se va a promover el
discurso deportivo sobre cualquier otra manifestación de ese tipo.

Esto me lleva finalmente, a un tercer nivel constituido por los protagonistas de la


información. Es evidente que no tiene el mismo eco un congreso sobre la reforma educativa al que
asistan ministros y sindicalistas, que él mismo asistiendo tan solo padres, alumnos y profesores,
aunque los ponentes sean los mismos y digan las mismas cosas. Todo lo que diga un presidente del
gobierno o el futbolista estrella de turno es noticia aunque sea totalmente anodino e irrelevante,
mientras muchos discursos constructivos y necesarios se quedarán por el camino sencillamente
porque no interesan.

Finalmente, hay otros dos niveles dignos de análisis. El contenido semántico de lo que se
nos cuenta y el cómo o su contenido estético. En los periódicos el primero es mucho más importante
que el segundo. El periódico utiliza únicamente las palabras, las fotografías (no en todos los casos)
y la ubicación en el propio periódico. Estos son los tres elementos estéticos mientras que casi toda
la fuerza se pone en lo que nos están contando. Ante ello es nuestra inteligencia la que se pone en
marcha frente a los sentimientos.

En el mensaje radiofónico el contenido estético es más importante pero el semántico sigue


teniendo un gran valor. La radio juega con otro elemento que es el de la inmediatez lo que le aporta
una gran credibilidad pues con frecuencia es la primera en llegar al lugar de los hechos. La
televisión por su parte, sin duda el medio de comunicación por excelencia, es puro contenido
estético quedando relegado el contenido semántico a la mínima expresión. Si la radio tiene el
contenido estético de la inmediatez, la televisión tiene el de la verdad, lo que sale en la tele es
verdad, ocurre, lo estamos viendo. En esa sentido aparece como una auténtica recreación del
mundo. Quizá por ello, es sin duda el medio en el que más fácil resulta manipular la información.
En primer lugar porque es el lugar donde ésta última pasa por más manos hasta llegar al consumidor
y fundamentalmente porque pone en juego nuestra capacidad sensible frente a la intelectiva, con
frecuencia adormecida pues convertimos el tiempo de verla en un tiempo de ocio y descanso.

Tenemos pues que ser conscientes del carácter intencional de las noticias vendidas. La
información que recibimos está manipulada, sesgada. La gran tentación es la de ser una persona de
un solo medio, que lea, oiga o vea tan sólo aquello que le interese. Fiel a sus deseos, fiel a sus
propias cegueras. La información es para el ciudadano una necesidad; descodificar los filtros que la
tamizan, una obligación.

La segunda gran amenaza la constituye el efecto adormidera del bombardeo informativo al


que cotidianamente estamos sometidos. ¿Cómo somos capaces de ver hasta el final uno de los
telediarios al uso?. Sencillamente porque el exceso de información, lejos de llevarnos a una mayor
conciencia crítica sobre nuestra realidad, funciona como antídoto convirtiéndonos en pasivos
espectadores visuales del gran teatro del mundo. La escalofriante información recibida, lejos de
alimentar inquietudes, termina cumpliendo una función catártica: sentado confortablemente en la
butaca uno descubre que, a pesar de sus problemas, otros están mucho peor. Jean Baudrillard
describió las características de este sutil cambio de lógica: "En la relación dialéctica entre la
realidad y la imagen, hace tiempo que para nosotros la segunda ha impuesto su propia lógica,
inmoral, más allá de lo verdadero y lo falso, inmanente, efímera, sin profundidad, más allá del bien

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y del mal, lógica que extermina su propio referente, lógica de la implosión del sentido, donde el
mensaje desaparece en el horizonte del medio"2.

Lo importante no es adentrarse en lo real, ahondar en nuestra propia consciencia de los


problemas, sino vender unas sensaciones adormeciendo nuestro sentido crítico. Una lógica que
culminará con la realidad virtual donde yo podré fabricar la realidad a la medida de mis deseos.
¿Han dejado de pasar hambre en Somalia o de matarse en Rwanda? Países que han capitalizado
durante meses las primeras páginas de los periódicos desaparecen de repente durante años quizá
porque lo demasiado manido no vende. Se cambia de país como de escenario, se busca
desesperadamente la imagen más morbosa, más cruel, más emotiva. Los informativos dedican parte
de su tiempo a las noticias antes reservadas a la prensa del corazón o de sucesos. Se venden
sentimientos y sensaciones, raramente se comparten análisis y valores.

Nuevamente la revolución tecnológica, siendo positiva, subraya la importancia de una


responsabilidad ética tanto de los profesionales de las ciencias de la información como de los
ciudadanos receptores para no poner en peligro la esencia misma de la democracia. ¿Qué
legitimidad democrática tendría una sociedad formada por ciudadanos conscientemente
desinformados o inconscientemente manipulados? Desde la tolerancia, en la exclusión de toda
filiación ideológica o religiosa única, la democracia necesita reafirmar sin tregua el proceso de su
propia legitimación, lo cual debería conllevar una permanente revisión autocrítica. La democracia
no se da por sí misma sino que constituye una tarea que necesita ser mimada y reinventada cada día,
por todos y cada uno de los que la conformamos.

1.4. El riesgo de la desigualdad

Los nuevos instrumentos tecnológicos han llevado a término el irreversible proceso de


mundialización económica. Primero habían sido las comunicaciones, más tarde el comercio de
materias primas y productos manufacturados; los últimos quince años han constituido la gran
eclosión de los mercados financieros. Aunque el campo económico es muy complejo, vamos a
desarrollar a modo de ejemplo las dos lógicas más representativas de este proceso.

1.4.1. La lógica productiva

La internacionalización de los mercados y la consiguiente regionalización política han traído


como consecuencia la total reestructuración del sistema productivo. Buena parte de las empresas
han emprendido procesos de fusión o adquisición para alcanzar una talla europea o mundial. Este
esfuerzo persigue como objetivo la creación de producciones a gran escala. Este tipo de producción
contradice la ley clásica de los rendimientos decrecientes, al disminuir de manera absoluta los
costes a medida que la producción se hace cada vez mayor. Esto sucede en los campos donde los
costes fijos de investigación e instalaciones son mucho más importantes que el aumento de los
costes variables. La producción informática constituye un buen ejemplo de ello.

Las constantes fusiones de las empresas implican la concentración de la responsabilidad y de


la decisión económicas en muy pocas manos. Esta monopolización creciente del capitalismo post-
industrial supone la exclusión de masas enteras del engranaje económico. El carácter multinacional
de este tipo de empresas fragiliza el poder de los Estados, que asisten impotentes a la
deslocalización de factorías implantadas en su suelo, sin tener en cuenta las consecuencias sociales
que ello acarrea.

Igualmente, nos podemos preguntar si este tipo de estructura productiva dejada a la mera

2
Jean Beaudrillard citado en Ch. Zinner, Esprit, feb (94), p. 71

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lógica del mercado no agravará aún más las desigualdades económicas. Dicho tipo de producción
necesita al menos tres factores: un gran capital, mano de obra muy cualificada y excelentes
comunicaciones. Un estudio del departamento francés de Rhone-Alpes preveía, para finales de
siglo, que la riqueza y la alta tecnología en Europa se concentrarían en un espacio reducido, con
forma de banana, que abarcaría desde la región londinense hasta el norte de Italia, atravesando
Holanda, Bélgica, la frontera oeste de Alemania, Suiza hasta llegar a las regiones del Piamonte y la
Lombardía italianas. Dos núcleos aislados de desarrollo completarían el cuadro: la región berlinesa
y la región parisina. Las quince regiones más ricas de la Unión Europea, curiosamente
pertenecientes a dicho espacio, son tres veces más ricas que las quince más pobres.

Es evidente que se podrían poner ejemplos bastante más duros de la desigual distribución de
la riqueza que esta revolución parece propiciar. ¿Puede esperar algo de ella el continente africano
cuando sólo la isla de Manhattan posee más líneas de teléfono que todo el África subsahariana?
¿Para qué nos sirve el potencial democrático de la tecnología informática si el 55% de la población
mundial tan sólo tiene acceso al 5% de las líneas telefónicas? ¿No es esto otra forma de
totalitarismo que amenaza la democracia? ¿La emigración masiva e incluso el resurgir nacionalista
no tienen nada que ver con esta monopolización económica ciega ante las diferentes realidades
sociales y culturales?

Esta desigualdad económica escandalosa y creciente constituye la mayor amenaza para la


legitimidad de nuestras sociedades. La alarma ha llegado incluso a las grandes instituciones
mundiales económicas. Puede leerse por ejemplo en los últimos documentos del Banco Mundial el
reconocimiento de que el crecimiento económico no es sinónimo de equidad. Esta última, que
nunca debe confundirse con el igualitarismo, no surge por consiguiente de forma espontánea o
mecánica sino que hay que construirla. Tal consideración echa por tierra la pretendida distribución
autorregulada de la economía clásica.

1.4.2. La lógica financiera

La explosión financiera de los dos últimos decenios es el principal fruto, así como también
el mejor ejemplo de la revolución tecnológica. Las tres D neoliberales, desinflación (políticas
económicas que juegan esencialmente sobre la subida de los tipos de interés), desregulación (evitar
o prescindir de cualquier tipo de regla exterior al funcionamiento propio del mercado) y
desintermediación bancaria (que democratiza el acceso al espacio financiero a otro tipo de
agentes no bancarios como las empresas) caracterizan el espectacular desarrollo de los diferentes
mercados financieros.

Desde cualquier gestoría bancaria especializada, en cualquiera de nuestras ciudades, yo


puedo invertir mi dinero hoy en Luxemburgo, New York o Japón, con la misma rapidez y facilidad
con las que yo lo podré retirar posteriormente. Lo que era objeto de delito a principios de los
ochenta, hoy se encuentra al alcance de cualquier ciudadano. El dinero no tiene fronteras y esta
movilidad virtual interrelaciona las economías a un ritmo vertiginoso tanto para lo bueno como para
lo malo.

Ningún espacio como el financiero ha mostrado con tanta evidencia que la economía no
puede pensarse como una ciencia pura. Las previsiones teóricas alimentan la opinión pública de
periodistas e inversores sin poder evitar ser contradichas con frecuencia. Factores humanos, tan
sorprendentes como impredecibles, que confirman la crítica de impostura que Levy Strauss lanzó a
las ciencias humanas al aspirar siempre a conocer realidades del mismo orden de complejidad que
los medios intelectuales que ponen enjuego para conseguirlo.

George Soros, de reconocido prestigio en el mundo de las finanzas internacionales,

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concretaba esta crítica en su libro La crisis del capitalismo mundial: "en el campo de las ciencias
humanas, el pensamiento forma parte del objeto mientras que las ciencias naturales tratan los
fenómenos que se producen independientemente del observador"3. La economía sigue ignorando,
inspirada en el concepto de equilibrio de la física newtoniana, el carácter esencialmente reflexivo
que la constituye.

Este carácter reflexivo de la economía significa que no podemos seguir tratando


pensamiento y realidad como categorías totalmente independientes. El pensamiento económico no
sólo posee un carácter pasivo que intenta ayudar a comprender lo real sino también un
protagonismo activo que pretende influir y anticipar sus deseos en la realidad misma. En las
ciencias humanas los actores piensan y justamente por eso tanto nuestras comprensiones como
nuestras previsiones no pueden ser sino imperfectas. Este aspecto esencial nunca ha sido tenido en
cuenta por la epistemología económica.

Otro punto a tener en cuenta atañe a la dogmática clásica de dicha economía, basada en la
búsqueda racional del interés propio como única motivación del ser humano y en la armónica
mecánica propiciada por las leyes de un mercado guiadas por una mano providencial aunque
invisible. Para Soros, mucho más sospechoso de cínico que de antiliberal, el integrismo de mercado
contiene una doble amenaza para el sistema mismo: la falta de cohesión social y la ausencia de
gobierno. El capitalismo mundial tiene en sus más fervientes seguidores a sus principales enemigos.
Su resquebrajamiento será imparable a menos que se afronten con seriedad las dos fallas que lo
causan: la primera, concierne a las deficiencias internas de los mecanismos de mercado, es decir a
las inestabilidades inherentes a los espacios financieros; la segunda, se refiere a las deficiencias de
los factores no económicos, es decir tanto a la inhibición de la política como a la erosión de los
valores morales en la práctica económica cotidiana.

En efecto, el dinero ya no tiene fronteras, lo que correlativamente ha puesto en entredicho la


tradicional capacidad de los Estados para regular el funcionamiento económico de sus respectivas
naciones. Por otra parte, el predominio de la estera financiera sobre la productiva alimenta tal
dualización que muchos temen que ello derive en una nueva crisis económica. La separación
progresiva entre ambas ha aumentado los riesgos de forma preocupante: primero porque los valores
financieros evolucionan con frecuencia de forma alcista sin justificación alguna en la evolución
productiva que teóricamente los sustenta; segundo, porque apoyada a veces en una mera tendencia
de mercado, es sin embargo la lógica financiera la que promueve o destruye a la lógica productiva y
no al revés como sucedió en sus orígenes. Las últimas crisis asiática, rusa o brasileña son un
excelente ejemplo de ello, de este inquietante cambio.

En el ámbito personal, la lógica financiera se inscribe en una actitud de búsqueda de poder y


beneficio. Si la lógica productiva se plantea en la mayoría de los casos a medio y largo plazo, esta
última busca rendimientos a corto plazo, como se pone de manifiesto con la compra de empresas en
dificultades que cuentan con un buen potencial de futuro o algunos activos infravalorados.

La internacionalización financiera y la infinidad de productos disponibles, facilitan los


instrumentos necesarios para disponer de un máximo de activos incontrolados con un mínimo
capital propio. Así, lo que en terminología bursátil se denomina ingeniería financiera permite una
opacidad reprobable, propiciando la fuga de capitales y activos financieros con las consiguientes
repercusiones tributarias y lo que la falta de éstas conlleva para el equilibrio económico de
cualquier país. La dificultad para asignar a cada cual su responsabilidad ha favorecido la
proliferación de personajes sin escrúpulos capaces de promover operaciones temerarias, auténticas
huidas hacia adelante, que provocando un efecto similar al de una bola de nieve, contará incluso con

George Soros, La crise du capitalisme mondial, Pión, Paris, (1998), p. 61.


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la complicidad de honestos socios demasiado implicados en sus intereses como para plantearse dar
marcha atrás ante el error de una colaboración inicial no suficientemente meditada.

Sin embargo, el mundo financiero abrió también posibilidades extraordinarias, como un


instrumento esencial para el desarrollo de la actividad económica. Así, los mercados de opción y de
futuro fueron pensados, en un principio, para salvaguardar al comercio internacional de la
incertidumbre ya que sin ellos una simple evolución de los tipos de cambio podía dar al traste con el
negocio tanto del importador como del exportador. Parece evidente, y contra el prejuicio común,
que el aumento de los instrumentos financieros en el mercado internacional tiene corno origen la
búsqueda de una estabilidad económica que favorezca los intercambios y aumente la confianza de
los protagonistas. Sin embargo, no es menos cierto que el uso fundamental que de estos mercados
financieros se hace es de origen especulativo. Un estudio reciente calculaba, por ejemplo, que la
proporción de operaciones que perseguían esta finalidad en el mercado financiero francés (MATIF)
era del 85%.

Paradójicamente esta internacionalización del mercado financiero no sólo aumenta la


confianza sino la imbricación e interdependencia de los agentes. Con ello también se incrementa la
complejidad convirtiendo la temeridad individual en un riesgo sistémico. La irresponsabilidad de
unos pocos puede poner en peligro la subsistencia de muchos miles de familias trabajadoras o
incluso del propio sistema. Los casos de Maxwell en Inglaterra, Tapie en Francia, Trump en los
Estados Unidos,... y, en nuestro país, de KIO, Ibercop o Banesto, etc. pueden ser ejemplos
significativos de la fragilidad en la que se asienta todo el entramado financiero si no está sometido a
un estricto control.

Los Estados con auténticas macro intervenciones, que aunque pagadas injustamente por
todos nunca son criticadas, intentarán devolver la credibilidad a los mercados asentados en su
propio territorio. Saber que el Estado estará siempre detrás quizá constituya un incentivo a la
asunción de excesivos riesgos individuales, pero justamente comprender que todos estamos
mutuamente implicados en nuestras decisiones respectivas constituye la mejor justificación para
entender por qué es la sociedad misma la que exige, en voz alta, una mayor responsabilidad ética.

No queremos que los árboles nos impidan ver el bosque. También desde el campo de la
economía se niega hoy la neutralidad ética de sus consecuencias. El salto cualitativo de la
tecnología ha llevado a su mundialización definitiva, que como sucedía en otras áreas ha abierto
numerosas puertas al desarrollo humano, pero que al mismo tiempo presenta riesgos en los que nos
jugamos algo más que dinero.

El P. Lebret se escandalizaba, a principios de 1960, de cómo los países desarrollados de


entonces con un 18% de la población acaparaban el 55% de los recursos. Por el contrario, el 45% de
la gente no disponía más que del 17% del producto mundial para una población estimada en la
mitad de la nuestra. En aquella época el 20% más rico registraba ingresos treinta veces más
elevados que el 20% más pobre. El último informe del PNUD muestra que esta proporción se ha
duplicado y las cifras que se enumeran son aún más sonrojantes, si es que en este campo se puede
cuantificar el escándalo de menos a más.

Si con el cuidado de la tierra salvaguardamos nuestra existencia futura el problema de la


desigualdad debiera tener el mismo rango, pues conlleva la legitimidad de nuestras sociedades. ¿Un
capitalismo pos-industrial mundializado no demanda algún tipo de regulación ética y política
planetaria? ¿Quién se jugaría la muerte en el Estrecho de Gibraltar si pudiera ganarse la vida con
dignidad en su tierra y con su gente? En este contexto, no se puede seguir hablando de la
neutralidad y carácter científico del mercado. No se puede tomar una decisión económica al margen
de las consecuencias sociales y culturales que provoca.
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Las nuevas reglas de la nueva economía

1. Haga suya la red. A medida que el poder se va alejando del centro, la ventaja competitiva pertenece a
aquellos que aprenden a adherirse a puntos de control descentralizados.

2. Rendimientos crecientes. A medida que los puntos de conexión entre las personas y las cosas aumentan, las
consecuencias de esas conexiones se multiplican con mayor rapidez, de forma que los éxitos iniciales no son auto
limitadores, sino que se retroalimentan.

3. Abundancia, no escasez. A medida que las técnicas de fabricación perfeccionan el arte de hacer multitud de
copias, el valor está en la abundancia, y no en la escasez, invirtiendo las premisas empresariales tradicionales.

4. Ir en busca de la gratuidad. A medida que la escasez va dejando paso a la abundancia, la generosidad genera
riqueza. Ir en busca de la gratuidad es como hacer un ensayo de la inevitable caída de los precios, y aprovechar el
único recurso realmente escaso: la atención humana.

5. Ante todo, empiece por alimentar la red. A medida que las redes van cubriendo a todo el comercio, el objetivo
principal de una empresa pasa de ser la maximización de su valor a la maximización del valor de la red. Si la red no
sobrevive, la empresa muere.

6. En la cumbre, dejarse llevar. A medida que la innovación se acelera, abandonar los éxitos a fin de escapar a su
eventual obsolescencia se convierte en algo muy difícil y al mismo tiempo en la tarea más importante.

7. De lugares a espacios, A medida que la proximidad física (lugar) va siendo reemplazada por múltiples
interacciones con cualquier objeto, en cualquier tiempo, en cualquier espacio, las oportunidades para los
intermediarios, y los nichos de tamaño mediano se expanden enormemente.

8. La armonía no existe, todo fluye continuamente. A medida que la turbulencia y la inestabilidad se convierten
en la norma en las empresas, la postura más efectiva para la supervivencia es la de alcanzar un constante pero
altamente selectivo desorden al que denominamos innovación.

9. Tecnología de relaciones. A medida que el software se va imponiendo sobre el hardware, las tecnologías más
fuertes son aquellas que realzan, amplían, extienden, aumentan, destilan, recuerdan, expanden y desarrollan
relaciones de todos los tipos.

10. Oportunidades antes que eficiencias. A medida que las fortunas se van creando gracias a máquinas cada vez
más eficientes, hay oportunidad de generar una riqueza aún mayor liberando el ineficiente proceso de descubrir y crear
nuevas oportunidades.
(Kevin Kelly, 275-76)

También en economía la inquietud ética nace de las características del nuevo contexto
tecnológico. También en ella es el fruto de una necesidad, de una conveniencia que nos concierne a
todos, porque la mundialización ha recuperado también para la economía el bien común. La ética no
se puede reducir ya a un mero ejercicio de honestidad privada porque con frecuencia muchas
decisiones implican consecuencias estructurales que serán gozadas o sufridas por todos.

Si en la primera parte de la Introducción hemos analizado el porqué del resurgir de la ética a


partir del impacto tecnológico en las diferentes ciencias, en esta segunda, intentaremos definir con
claridad qué entendemos por ética y en qué la reflexión acerca de ella se ha visto cuestionada por la
revolución tecnológica. Nadie duda en nuestro mundo de la necesidad que hoy tenemos de la
conciencia y la reflexión éticas, pero ponernos de acuerdo sobre las nuevas características que
debieran conllevar aparece como una tarea mucho más compleja, aunque no por ello debemos
evitarla.

2. LA NECESIDAD DE OTRA ETICA

En la primera parte de esta Introducción hemos expuesto, a la luz de la revolución


tecnológica en la aue nos encontramos, el carácter mítico de la neutralidad ética tanto del desarrollo
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científico-técnico como de la racionalidad económica. A continuación, nuestra tarea será reflexionar
acerca del impacto que la nueva situación puede tener sobre nuestra forma de comprender la ética
misma, bajo los citados condicionamientos. Comenzaremos delimitando el objeto de la ética y su
campo para continuar con el análisis de las insuficiencias actuales del planteamiento ético
convencional. Terminaremos subrayando las grandes características que la constituyen en su
comprensión contemporánea.

2.1. La doble tradición del concepto de ética

La concepción filológica del término ética lo hace sinónimo del término moral. Aunque
etimológicamente el primero proviene de la raíz griega ethos y el segundo de su traducción latina
mos-moris, ambos significan todo aquello relacionado con la conducta humana tanto en su
dimensión comunitaria como personal. En consecuencia, se utiliza en ocasiones tanto para designar
las costumbres de una comunidad en cuanto a lo considerado bueno o malo, deseable o prohibido,
como para referirse al carácter, motivaciones y porqués que influyen en una determinada actuación
personal.

Sin embargo, con el tiempo, este carácter sinonímico de ambos términos se pierde, pasando
a comprenderse de forma dialéctica, el uno por relación al otro. Nace así una doble tradición que
vamos a explicar someramente a continuación.

2.1.1. La ética como filosofía moral

Sin duda la tradición más extendida, define la ética como una parte de la filosofía que
reflexiona sobre la moral, entendiendo por ésta el conjunto de normas y valores que orientan la
conducta de una sociedad concreta. Todas las sociedades humanas comparten universalmente esta
existencia del hecho moral. La ética comprendida así como filosofía de la acción moral, emerge
como un momento segundo, reflexivo, posterior a la moral. Así, para José Luis Aranguren por
ejemplo, la ética se constituye como la moral pensada. No es pues de extrañar que encontremos casi
tantas éticas como sistemas filosóficos relevantes han existido a lo largo de la historia de la
humanidad.

Este concepto de la ética se construye alrededor de tres grandes preguntas o cuestiones


acerca de la vida moral: la pregunta por el contenido de lo moral, ¿Cuál es el objeto de la ética?; la
pregunta por el funcionamiento de lo moral, ¿Cómo concebimos la virtud?; ¿En función de qué
aprobamos o desaprobamos moralmente una acción?; y por último, la pregunta por el fundamento
de la moral, sin duda la más radical, ¿Por qué tengo que ser moral?. La manera de responder a cada
una de ellas dio luz a una serie de clasificaciones: éticas descriptivas-normativas, éticas
eudemonistas, deontológicas, utilitaristas e iusnaturalistas, entre otras.

2.1.2. La ética como intención previa a la moral

Esta tradición, aunque menos difundida, es defendida por autores relevantes como Paul
Ricoeur. Éste parte del concepto de intención ética definiéndola como "la búsqueda de la vida
buena, con y para los otros en el marco de unas instituciones justas" . El término "intención"
pretende subrayar el carácter de proyecto, de dinamismo que subyace a la ética, la cual se orienta en
función de la acción.

4
Cf. Paul Ricoeur, "Avant la loi morale: l'éthique" en Encyclopedia Universalis, Paris, 1992, 42.
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De esta forma la intención ética precede a la moral, concepto que va a reservarse para todo
lo referente a la obligación, a las normas, a la obediencia de la ley. Esta visión subraya la conexión
directa de la ética con el deseo, con la voluntad personal, con la coherencia vital, con la convicción.
Frente a ello el imperativo sería el máximo exponente de la moral.

Esta tradición no suprime el problema ético-reflexivo de resituar la moralidad con sus


prohibiciones por relación a esta intención ética primordial, constituida por una constante
interacción entre tres polos: mi libertad, tu libertad, la ley. Esta última, por consiguiente, no
constituye el punto de partida de la ética sino su punto de llegada. La ética es ante todo una
inspiración en la medida que busca orientación y significado. Nace de la libertad, pero por medio de
los valores persigue incansablemente una vocación de universalidad que sólo la ley justa puede
representar.

Por ello esta inspiración personal e inviolable, termina tomando forma de responsabilidad,
de consciencia, de contestación. Esa voluntad universal, designa el exceso y la desmesura, denuncia
los fraudes e injusticias, aprueba el coraje de una opción que no siempre lleva a su protagonista al
confort o a la tranquilidad. "Crear es sacudir la inercia, mantener a pulso la libertad, nadar a contra-
corriente, cuidar el estilo, decir una palabra amable, defender un derecho, inventar un chiste, hacer
un regalo, reírse de uno mismo, tomando muy en serio las cosas serias. Todo esto es el tema de la
ética, que no es una meditación sobre el destino, sino una meditación sobre cómo burlarse del
destino, es decir del determinismo de la rutina, de la maldad y del tedio" . Sin negar, pues, el
momento reflexivo, esta manera de comprender la ética subraya su conexión esencial con la
voluntad, con la defensa firme de unos valores que dan oxígeno a la dignidad humana, con la
convicción de que no es lo mismo vivir de una manera que de otra.

Ambas tradiciones no se excluyen en absoluto sino que se complementan. Hunden sus raíces
en el doble significado etimológico de la palabra ética. En efecto, la ética aparece así como la
primera inspiración que nos mueve a obrar y a expresamos con nuestro carácter de personas
esencialmente morales, pero también como momento reflexivo que nos lleva a pensar el hecho
moral de nuestras sociedades, dando razón de las motivaciones, la forma y los porqués de toda
acción personal. Ambas se necesitan, ambas se complementan.

2.2. Diferencias entre ética, derecho y religión

2.2.1. Diferencias entre ética y derecho

Gon frecuencia se han confundido ambos campos quizá porque ambos saberes proporcionan
un cuerpo de normas obligatorias, así como también criterios de interpretación y evaluación de las
normas mismas y de su aplicación. Ahora bien, no sólo existen significativas diferencias sino que
en ocasiones pueden existir conflictos irresolubles entre ambos campos. Algo, siendo
completamente legal, puede ser totalmente injusto y merecer un juicio moral reprobatorio, y en
sentido contrario algo percibido como una profunda obligación moral puede situarse en ocasiones al
margen de la ley.

Las diferencias entre ambos, poseen como denominador común la idea de que mientras la
norma jurídica es exterior al individuo, y por tanto requiere de razones estratégicas para ser
obedecida, la norma moral se funda y se impone desde la propia interioridad del ser humano. Así,
no puede existir un verdadero derecho si no va acompañado de un poder coercitivo que asegure el
respeto del mismo por parte de los ciudadanos. Por ello, el derecho no juzga nunca intenciones sino
hechos. De esta forma, mientras que en el campo jurídico el desconocimiento de la ley no exime de

5
José Antonio Marina, Ética para náufragos, Anagrama, Barcelona, 1996,32.
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su cumplimiento, en el campo axiológico, un acto no puede definirse como moral si, al menos, no
cumple las dos condiciones que aseguran el carácter verdaderamente humano del mismo: pleno
conocimiento y pleno consentimiento o, lo que es lo mismo, consciente y libre.

Fuente de las Caracteres de Destinatarios Tribunal ante el


Tipo de normas
normas la obligación de las normas que respondes
Todos los que
El Estado defina el
- Externa
Legales o jurídicas (gobernantes, sistema legal El Estado
- Coactiva
jueces, etc) como
ciudadanos
Todos los
De trato social, Tradiciones, -Externa
miembros de la La sociedad
cortesía o costumbres, hábitos -Moderada-
sociedad en circundante
urbanidad heredados mente activa
cuestión
-Interna Cada persona
Código de -No coactiva se considera
principios, normas -Referencia destinataria de La propia
Morales y valores, última para las normas que conciencia
personalmente orientar la reconoce en personal
asumido propia conciencia.
conducta
La fe de la persona
en que -Interna en
determinadas conciencia La divinidad
Religiosas Los creyentes
enseñanzas son de -No coactiva correspondiente
origen divino -Ultimidad

2.2.2. Diferencias entre ética y religión

Cuando hablamos de ética nos estamos refiriendo al esfuerzo del hombre por llegar a ser
justo o por implantar la justicia, entendiéndola en el sentido de perfección. La religión no hace
referencia a la perfección sino a la santidad, a la relación personal e intransferible del creyente hacia
Dios. La primera distinción es pues clásica, correspondiendo al diferente objeto de cada una de
ellas, y fue perfectamente delimitado por Kant al declarar cómo mientras la ética respondía a la
pregunta ¿qué debo hacer? la religión se ocupaba de la pregunta ¿qué puedo esperar?. Una
esperanza afirmada como propuesta de salvación de los tres males que atenazan la vida humana: el
pecado, la muerte y el sinsentido.

La segunda gran distinción hace referencia a su contenido. Toda religión consta al menos de
tres partes: una dogmática, que delimita el contenido de su propuesta de fe; una liturgia, que la
celebra en común; y una moral que fundada en dicha fe pretende plasmarla en la vida cotidiana de
los creyentes. Así toda religión conlleva una moral, elaborada de forma casi deductiva, pero no toda
moral tiene por qué ser religiosa. La cultura occidental es un claro ejemplo de esta disociación en la
que uno puede compartir unos mismos valores de justicia o respeto al mismo tiempo que se declara
agnóstico o ateo (Cortina, 1998:16-19).

2.3. Las insuficiencias de la ética individual moderna

Si el postulado de la neutralidad ética de las ciencias se ha venido abajo a causa del salto
cualitativo de la tecnología en el que nos hallamos, no podemos pensar que la concepción ética
moderna consecuente iba a salir indemne en este proceso. El primero en subrayarlo fue el filósofo
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Hans Jonas quien en su libro El principio de la responsabilidad, mostraba, en 1980, cómo debíamos
comprender la ética contemporánea desde nuevos presupuestos.

2.3.1. La ética no es algo meramente privado

La revolución moderna puede caracterizarse por la emergencia autónoma del individuo. La


pretendida neutralidad de las ciencias enviaba la ética al campo de lo privado. La sociedad aparece
como una suma de individuos que buscan su propio interés y, haciéndolo, fomentan el progreso.

Ser individualmente honesto es necesario, pero insuficiente. El salto cualitativo de la


tecnología nos abre, por encima del individualismo, a la cuestión del bien común. La ética nos atañe
hoy a todos como sociedad. Estamos concernidos por decisiones que implican nuestro futuro y el de
generaciones sucesivas. La ética ha dejado de ser un terreno exclusivo para filósofos o especialistas,
ya que constituye una cuestión comunitaria. Paradójicamente, desmintiendo los fatalismos
milenaristas, las nuevas tecnologías nos abren a una ética del sentido común, del sentir común.

2.3.2. La ética no es meramente antropocéntrica

Con nuestro poder tecnológico seguir poniendo en el centro de toda decisión el interés
individual es una ceguera irresponsable. Sin embargo, no basta con devolver la ética al espacio
público. Es necesario comprender que nuestro mayor interés es dejar de sacralizarnos como el
exclusivo centro de toda decisión de mirarnos el ombligo. La cuestión no es atacar el carácter
inviolable de la dignidad del ser humano, sino defender con el mismo rango la dignidad de la
naturaleza que constituye la primera condición de posibilidad de toda existencia humana.

2.3.3. La ética no es el espacio de las seguridades

La ética moderna rompió con toda fundamentación última de carácter natural, político,
cultural o religioso. La fundamentación iusnaturalista de la ética concebía a la Naturaleza como la
gran maestra que esconde las leyes de la vida y del sentido. Escudriñar cada pequeño movimiento,
para en su regularidad, admirar su grandeza. Desde esta perspectiva, el descubrimiento de ciertas
irregularidades no hacía sino alimentar nuevas preguntas que nos llevarían a formular hipótesis y
leyes más exactas.
Esta regularidad confirma la idea de permanencia asentada en una técnica que aparece en sus
consecuencias como éticamente neutra. El campesino que ara la tierra modifica su medio pero no lo
vulnera duraderamente; lo mismo aprecia el pescador con su red cuando captura los peces en el
mar, o el minero que con su pico jamás imaginará llegar un día a agotar las entrañas de la tierra.

Esta misma permanencia se observa en la naturaleza humana. Por encima de nuestras


diferencias de aspecto o de carácter, el ser humano aparece como dotado de una naturaleza común
que le define como tal, y que esencialmente da contenido a su dignidad. Basada en esta idea de la
inmutabilidad de una ley natural eterna, la ley moral se asentó durante siglos en un sólido
fundamento. Si sabíamos delimitar lo esencial de la naturaleza, sabríamos colegir qué era lo bueno
y qué lo malo. Nadie podía pensar entonces que la tecnología humana estaría un día capacitada para
modificar las constantes pensadas como inmutables por nuestros mayores.

Tampoco la fundamentación religiosa, cultural o política de la ética han tenido éxito en


nuestro mundo contemporáneo. En efecto, aunque la modernidad ya surge basada en la idea de
libertad y de tolerancia en una claro rechazo de las fundamentaciones religiosas tradicionales que
habían degenerado en fuentes de violencia y exclusión, la revolución contemporánea no ha hecho
más que acrecentar esta negación de todo fundamento último, tanto en el campo político (rehusando
todo mesianismo que nos uniformice desde arriba) como en el plano cultural, en sociedades
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llamadas indefectiblemente a ser, por el poder de las telecomunicaciones, mestizas, pluriculturales y
ecuménicas.

La ética contemporánea debe salir a la plaza pública no sólo por el cambio cualitativo en su
contenido, derivado de la revolución tecnológica, sino para hacer partícipes de sus convicciones y
procedimientos a todos los ciudadanos. La pregunta más radical no es la de saber cómo funciona
nuestra aprobación moral, sino la de por qué tengo que serlo.

Es evidente que este contexto de fragmentación de todo fundamento coincide con el


momento de nuestro mayor poder tecnológico, lo que no hace sino acrecentar la sensación de
incertidumbre. Sin duda, la mayor tarea de la ética se sitúa en este intento: ¿cómo respetando la
tolerancia vamos a ser capaces de delimitar la frontera de lo intolerable? ¿Cómo respetando una
sociedad plural vamos a evitar un relativismo moral que justifique, aunque sea desde el silencio,
cualquier ataque a la dignidad humana? La ética no puede pensarse ya como un conjunto de normas
definitivamente fundamentadas y seguras que unifiquen nuestras sociedades.

Se puede encontrar un poco de luz analizando el campo de las convicciones, donde el


consenso es mucho más amplio que el de la reflexión acerca de los fundamentos. Si bien la
convicción separada de la fundamentación deja el problema moral en precario, porque sería
necesariamente provisional, podría resultar suficiente para nuestra práctica ética personal y
colectiva. Sería posible imaginar un espacio ético de consenso acerca de los mismos valores
prácticos con aquél que no tiene mi misma visión de la vida, sea ésta religiosa, cultural o política.

Estas convicciones fundamentales (así ya denominadas por Kant) comportarían un valor


sagrado con relación al resto. Son convicciones inviolables, que nunca sacrifican lo cualitativo a lo
cuantitativo, que no se rigen jamás por la lógica del intercambio o el cálculo. Sobre este asunto que
configura esencialmente la ética contemporánea versará el último apartado de nuestra introducción.

2.4. La responsabilidad como categoría nuclear de la ética contemporánea

Hans Jonas desarrolla el concepto de la heurística del temor, que quiere mostrar la necesidad
de implementar nuestros temores en el momento de la decisión ética. A la luz de nuestro poder
tecnológico, nuestras inquietudes deben pasar a ser factores de conocimiento tan importantes como
nuestros deseos. Con ello critica la posición epistemológica cartesiana por la cual la duda metódica
es el motor de todo conocimiento. Así para toda la cultura occidental dudar es positivo y llevar
nuestras dudas siempre hacia adelante es fuente de progreso, el primer eslabón de todo saber
científico. Para Hans Jonas este optimismo metodológico resulta hoy imprudente, porque ya no
podemos abstraer nuestras experimentaciones científicas de las consecuencias, en ocasiones
irreversibles, que de ellas puedan derivarse.

Es cierto, muchas veces conocemos mejor las cosas por lo que no son que por lo que son.
Nos resultaría imposible en una sociedad democrática como la nuestra ponernos de acuerdo sobre
qué da contenido a la realización de la persona humana. Sin embargo, sí aparece posible el acuerdo
sobre qué no es tolerable para la dignidad humana. Resulta imprescindible consensuar una serie de
valores que delimiten en negativo los límites por debajo de los cuales perderemos hasta nuestra
identidad. No debe confundirse así una sociedad plural con una opción moral necesariamente
relativista. No podemos perder la vocación universal de estas convicciones morales a riesgo de
quedar desarmados contra toda injusticia. Si en el campo de la felicidad el acuerdo parece
imposible, no podemos renunciar al mismo en el campo de la justicia.

La responsabilidad aparece como un principio válido porque auna desde los diversos
horizontes la libertad de decisión y la exigencia ética. Una convicción sin responsabilidad aparecerá
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como poesía desangelada, mientras que una responsabilidad sin convicción se confundiría con una
eficacia a cualquier precio. Que la tradición cultural occidental recuse cualquier fundamento último
no quiere decir que no posea bases en las que asentarse. Los derechos humanos, a pesar de su
abstracción, deben constituir el contrapunto que encarne dicha responsabilidad.

De esta forma la responsabilidad de la que hablamos no se reduce a la categoría jurídica de


imputabilidad (soy responsable de un hecho, conjugado en pasado, cometido en un tiempo y espacio
determinados), sino que se refiere más bien a una categoría moral, con una convicción fundamental
que se declina en futuro. Es el compromiso por dejar un mundo más habitable y más justo para las
generaciones venideras. Estamos lejos del pequeño horizonte individual de las consecuencias de
una acción ya realizada.

Nos referimos al nuevo imperativo kantiano formulado por Hans Jonas: "Actúa de tal
manera que exista aún una humanidad después de ti el más largo tiempo posible". Esta
responsabilidad no es recíproca (postulado esencial en la ética individual) sino unidireccional, como
la de los padres respecto de los hijos, y gratuita ya que debemos sentimos responsables del futuro de
personas que nunca nos conocerán. La responsabilidad es una categoría válida para un mundo
incapaz de ponerse de acuerdo en los porqués que la sustenten. Unas convicciones, sin embargo,
indispensables para no desencamarla confundiéndola con el sentido de la eficacia, la mera utilidad o
la buena gestión de los recursos.

Entendámonos bien: la responsabilidad de la que hablamos no condena en sí mismo ni el


dinero, ni el mercado ni la técnica, sino las maneras negativas de utilizarlos, denunciando sus
efectos personales y comunitarios. El problema fundamental no estriba en el tipo de técnica, ni en el
soporte de la información, sino en el modelo de sociedad en que dicha información circula y al
servicio de la cual se pone. ¿Cómo construir ese modelo social más equitativo? ¿Cómo organizarlo
más democráticamente para que verdaderamente todos puedan expresar su voz? ¿Cómo poner la
ciencia y la técnica al servicio de la lucha contra tanto sufrimiento humano?.

Paradójicamente, en el reconocimiento actual que las ciencias humanas profesan de sus


propias limitaciones, así como de la humildad exhibida por la ética contemporánea, se abre una
ventana de esperanza para resolver estas preguntas, lejos de todo dualismo y fieles a nuestra mejor
tradición humanista, plagada de grandes científicos, que siempre pensó la ciencia como la
promotora del progreso y el bienestar al servicio de un mundo mas feliz y solidario.

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BIBLIOGRAFÍA

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