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Psicolisbc
DEDICATORIA
Para ti, que al leerlo podrás percibir, que, si no te hubiese conocido, esta
historia no hubiese existido. Gracias por la chispa de inspiración que me
regalaste. Por convertirte en mi maestro y mi mentor. Te aprecio y le
agradezco a la vida, que te puso en mi camino para llenarla de bendiciones.
Gracias, gracias, gracias. Esta novela está dedicada a ti.
A mi familia:
Gracias Mamá por siempre asistir a los actos culturales del colegio, por
aplaudirme cuando recitaba poesías, por dedicarte a apoyarme en cada acción
con dirección al arte, que experimenté cuando era una niña. Te amo Mamá.
Papá, te amo todos los días de mi vida, gracias por ser y estar siempre.
A mis hermanos, Lorena, Lorenys y Luis, los amo. Para ustedes, esta gran
mágica historia, donde exteriorizo uno de mis más grandes dones.
A mis sobrinos Rafael, David, e Isabela. Su tía con esta gran novela, sale
de su zona de confort, recuerden siempre mostrar sus talentos.
Abuela Socorro, siempre estás en mi vida. Los seres queridos nunca
desaparecen. Aun escucho tu voz, sé que celebras conmigo este paso. Te amo,
te amo, te amo.
Con Amor.
Lis.
PRÓLOGO
VITTORIA
Siento mis manos muy temblorosas. Siento que pronto se vivirá el capítulo
final de esta historia, el cierre de esta maestría de vida. Debería de estar
deprimida, ¿cierto? Tengo a mi lado a una enfermera y a un esposo que no
deja de asomarse a la puerta y susurrarme al oído que me ama, algunas penas,
y puedo hablarle, pero nunca dejo que el silencio responda ¡jamás! Aún y en
estas circunstancias.
La palabra de Dios es muy sabia, es muy extraño que una paciente con
cáncer, perciba el duelo como un acto de paz y no como una tragedia. Con el
cáncer comprendí que estamos en esta vida para lograr un propósito. Hice muy
feliz a mi familia, fui una esposa enamorada y ahora seré un ángel para ellos.
Sería incapaz de dejar a mis hijas, y a él, solos, sé que ahora no van a lograr
verlo, pero ellos nunca me van a perder. De verdad, nunca me perderán. La
tristeza que ahora percibo en el rostro de Maurizio no será constante. Su
sensación de dolor, puede que lo limiten a vivir sin amor, seguramente tendrá
buenos y malos días; pero su corazón volverá a estar reconfortado, el amor
volverá a florecerle y abrazarlo tan fuerte, que, aunque él haga el esfuerzo por
abandonar ese sentimiento, le será imposible, a donde quiera que vaya, ese
amor estará inundándole su vida.
Bogotá, Colombia.
Bogotá, una ciudad interesante, no ha sido imposible enamorarme de ella.
Colombia ha sabido mostrarme lo que quiero en mi aquí y en mi ahora,
mientras me voy preparando para mi futuro. Camino justamente hacia la plaza
central de la ciudad y empiezo a recordar los muchos momentos, en que,
consideré, que, al quedarme en mi país natal, no iba a poder avanzar con mis
proyectos. Hoy en día en Venezuela, lo único que existe es un silencio
palpable; mi país, nunca estuvo tan dividido como ahora: diferencias políticas,
crisis económica, depresión, pobreza. A medida que avanza el tiempo, el
futuro allí parece más oscuro.
A los jóvenes como yo, no nos da tiempo de soñar, muchos pasan sus días
luchando para sostener una familia y algunos, como en mi caso, han asumido
la dura realidad de dejar el país; confieso, que no es una decisión fácil de
tomar, pero hoy, justo hoy que escucho esta música de artistas locales, que
percibo el arte callejero, puestos de comida, deliciosos jugos de caña, los
bogotanos caminando en pausa, en éxtasis, a una distancia razonable, algunos
chamos grabando el lugar, otros agradeciendo la educación del colombiano,
otros caminando sintiendo que están en un paraíso; percibir y sentir las calles
de esta ciudad sin tener zozobra o incertidumbre, me hacen pensar que valió la
pena emigrar y estabilizarme en este país hermano.
Cada paso que he dado, me ha llevado a acercarme a la plaza Bolívar,
donde los rayos del sol, atraviesan e iluminan la Catedral Primada de Bogotá,
aquí donde me encuentro, puedo respirar mucha paz, todo pensamiento
negativo, se me va de la mente y sólo me queda el disfrute que me transmite
este lugar, conocido también como: la plaza de las palomas que se mueven por
el cielo y obliga a todos los que estamos aquí, a llenarnos de alegría. Sin lugar
a duda, la luz de este sol bogotano, me hace sentir muy bien.
Continúo caminando, mientras lo hago, pienso que soy libre del caos de
Venezuela; mi familia, sigue viviendo allá en circunstancias económicas
estables. Llegué a este país en busca de mi historia, mi futuro, un futuro que
percibí negro, si continuaba viviendo en mi tierra. Trabajo como promotora,
no tengo un horario fijo, no tengo problemas para relacionarme con la gente,
soy sociable, bonita, libre e independiente.
He pasado gran parte de mi vida, siendo la niña de casa, la protegida por
sus padres y la percibida como la más pequeña de dos hermanos, así que
ahora, que, emprendí este proceso de independización, es que entiendo lo
difícil que es esta palabra, “independencia”. Desde niña viví una lucha
constante conmigo misma, que hicieron que al entrar en la adolescencia, haya
padecido cambios físicos que al principio me gustaron y después me
asustaron, al mismo tiempo, me tocó batallar contra mis compañeros del
colegio, que desde kínder me habían seleccionado para ser la protagonista del
acoso escolar que se vivía en el salón o más bien en toda la escuela; a pesar
del éxito escolar, que tuve en la primaria y el bachillerato, fui atrapada por la
anorexia, y sin saberlo, me conduje hacia un laberinto, en el cual me perdí con
tan sólo quince años.
Para aquel entonces, mis pensamientos distorsionados, me gritaban
constantemente que yo tenía que estar como mis amigas, delgada y bonita,
para mí, ese fue el gran trasfondo de todo. Quería pertenecer al círculo social
de mis amigos y no sentirme excluida por ser la “gordita” de la clase, contrario
a esto, quería estar bajo los ojos de ellos de forma positiva, sentirme atraída
por el chico que me gustaba y verme divina. En el fondo, yo sabía que dejar de
comer no era la actitud correcta, yo no quería estar enferma y sin darme cuenta
me estaba convirtiendo en mi propia enemiga, lo que estaba viviendo era un
infierno del cual no hallaba cómo salir y donde el silencio, era el único, que
me acompañaba; nunca hablé con mis padres, a quienes les estaba haciendo
daño y a la vez, les estaba robando su tranquilidad.
Sin embargo, el momento llegó, los daños físicos estaban avanzados y mi
cuerpo dejó de funcionar como debía, por más que puse resistencia, un día me
vi sentada en el medio de papá y mamá, y frente a nosotros, estaba un doctor
que pacientemente nos explicaba todo este proceso que como familia
vivíamos.
Fue difícil, aceptar que estaba enferma, pero mamá siempre con una
sonrisa en sus labios me dijo, «¡Vamos preciosa! Vas a estar sana»; como
familia nos unimos más, encontré fortaleza en el incondicional cariño de mis
padres y mis hermanos. Con orientación psicológica, logré abrazarme a mí
misma, aprendí a conectarme con el amor propio y encontrar una sólida
relación conmigo misma.
Durante mi juventud, tuve que luchar con la inconformidad de mi padre
que no quería que fuese médico, para él, la medicina era una carrera
demasiado sacrificada que haría que mi vida no me perteneciera, sólo le
pertenecería a los demás; era lógico, que yo pasaría mucho tiempo alejada de
mi familia entre una guardia a otra, sobre todo en fechas especiales,
diciembres, semana santa, vacaciones. Papá, quedó un poco consternado,
cuando una de sus hermanas en la celebración de los quince años de su hija,
tuvo que abandonar la fiesta por ir atender un parto, quizá esa pequeña o
insignificante razón conjuntamente con una historia inapropiada creada en su
mente, haya sido el motivo por el cual nunca, me brindó apoyo afectivo ni
económico en los cinco años que pasé siendo estudiante universitaria.
En este país luché para conseguir un trabajo del que vivir, lo conseguí y he
trabajado sin parar. La lucha más fuerte que me ha tocado vivir fue abandonar
mi carrera, mi hogar, mis padres, mi familia, mis olores y hasta mi acento, el
cual aún sigo resistente a no perderlo por completo «hago lo que puedo».
Aprecio la libertad que tengo en este país. Aprecio sus calles, su gente, su
clima, muy a pesar de ser friolenta y padecer de mucha congestión nasal; he
pasado varios días con gripa, aunque en mi país le dicen “gripe”, pero a la vez
pienso, que, todo es cuestión de costumbre. He llegado a considerar que esto
de la gripe, puede estar asociado a un síntoma emocional, puede que esté
presentando una somatización.
Comenté en un principio del texto que soy promotora, lo cual es mentira.
Hace una semana y media me despidieron, la verdad no sé cuáles fueron las
razones. Supongo yo, la razón seria reducción de personal. Ahora lucho a la
aventura de estar desempleada en un país que no es el mío, pero no desisto,
aquí sigo y aquí me quedo.
Sigo andando por las calles de Bogotá. La gente sonríe, los chamitos son
alegres, el tráfico no avanza para nada, eso me recuerda a Caracas. Sigo
caminando y entro a un restaurante típico, ahí me espera Luz, una señora que
contacté por Facebook y que conocí a través de un grupo de médicos
venezolanos que están viviendo en Bogotá. Ella, había colgado hace tres días
un anuncio, donde indicaba que necesitaba un cuidador para su mamá, que
padece de alzheimer.
Luz tiene cincuenta y dos años, es una mujer alta, elegante, madre de dos
hijos y esposa de un hombre que al parecer no ama, o eso me demostró, al
atender esa llamada telefónica delante de mí: “permíteme un momento por
favor, tengo que contestar esta llamada”, yo asentí con la cabeza sonriendo
forzadamente y observando el restaurante donde me encuentro, para nada
sencillo, pero muy típico. Me parecía encontrarme en la ciudad de Mérida, la
única diferencia, es que estoy tomándome una limonada, y quizá, por allá, por
los andes venezolanos, yo estaría degustando de un buen chocolatico caliente.
«Armando, sinceramente estoy muy mal de tiempo, si no consigues la
chequera, ve como haces. No sé, dónde está mi hija, que también es tu hija y
en caso de que quieras saberlo, márcale. Tú tienes su número, ¿cierto?,
¡entonces! ¡qué tanto problema armas!, la verdad estoy ocupada. Hablamos
luego. Adiós.»
Luego de respirar profundo y evitar dejarse amargar por la llamada, Luz
dibujó una sonrisa forzada en su rostro, y empezó a hablarme de su madre.
La señora Amelia, dejó de entender lo que percibía hace aproximadamente
tres años, ahora, se mira al espejo y saluda a una persona que cree estar
viendo, cuando en realidad no hay nadie. Padece de alucinaciones visuales y
auditivas; habla con personas que no están presente y escucha cosas, que no
suenan. Sus capacidades con el tiempo fueron desapareciendo, ya no sabe
salir de su casa sola y luego regresar, ya no puede seguir realizando
actividades cotidianas o complejas de la vida, por ejemplo, llevar en orden las
finanzas, escoger la ropa apropiada, el vestirse sin ayuda, la independencia en
cuanto a asearse, así, como también, hacer las necesidades en un lugar
adecuado; ella, fue bailarina de ballet cuando era muy joven y en momentos,
decía, que, tenía que buscar las zapatillas para bailar y cuando no se veía a ella
practicando este arte que tanto amó, entraba en un periodo de frustración que
hacían reforzar negativamente su carácter malhumorado.
Su personalidad, a veces era endurecida y por eso había que tratarla con
orden y mucha firmeza. Quien estuviera al cuidado de ella, tenía que tomar
todas sus responsabilidades. Esto ha sido un proceso difícil para la familia
Antonucci. Luz, su hija mayor, se había convertido en una madre, para la
persona que le dio lo más importante que tiene, «mi vida, que ahora es mi
vida», dijo con los ojos llorosos de tristeza y a la vez de amor.
Había clarísimo en esta historia de vida, un cambio de rol; ella de pasar a
ser la hija mayor, pasó a ser la figura de madre para su propia madre.
— Bien, voy a necesitar por favor que me envíes tu currículo y copia
del título. Mi hermano, también quiere conocerte, se llama Maurizio. Ahora
mismo está presentando una situación un poco difícil, en realidad todos como
familia estamos saliendo de la etapa de un duelo. Mi cuñada y hermana,
falleció; y bueno, podrás ver que esto ha sido un proceso duro de llevar. Pero
aquí vamos, dando tiempo al tiempo y viviendo el proceso. — Luz vuelve a
sonreírme. — ¡Gracias!, me transmites mucha energía. Siento que eres una
linda chica.
— Gracias a usted por la oportunidad. Espero, que, al ver mi currículo
pueda estar más segura de mi preparación, he ejercido la carrera por dos años,
y más adelante, espero hacer el postgrado en pediatría. Me gusta mucho el
área infantil.
— Mantente abierta el universo y confía en que así será.
CAPÍTULO 2
LOS RECUERDOS DE MAURIZIO.
De repente han pasado dos, tres, cuatro, once semanas, desde que mi
esposa falleció, me posee un sentimiento de vacío. Pero, ahora tengo que salir
adelante, mis hijas me necesitan. Hoy sé que la muerte es lo más seguro que
tenemos. Nadie sabe por qué a veces la muerte llega tan temprano. La
ausencia de mi esposa convirtió mi mundo en tristeza y aunque ante mis
amigos, no parezca el hombre dolido o preocupado por mis hijas, que
quedaron huérfanas de madre a temprana edad, sólo soy yo, quien puede
lograr entender el dolor que me ha dejado la muerte de Vittoria. Este proceso
que he vivido, me ha enseñado que todos los seres humanos vamos creciendo
y cambiando con cada experiencia que vivimos, en todos esos momentos nos
abordan algunas emociones de dolor, que deben ser rectificadas o corregidas,
no siempre escogemos la mejor actitud, pero, aun así, continuamos siempre
hacia adelante.
Cuando me casé con Vittoria, ambos teníamos veintitrés años de edad, su
deseo, para aquel entonces, era ser madre y al año siguiente con el sueño de la
maternidad latente, nos convertimos en padres de nuestra primogénita, Fiorella
Alessandra. Vittoria, siete años más tarde, se abrazó, de nuevo a ese sueño y
Dios nos bendijo, con el nacimiento de nuestra segunda hija, Camila Vittoria.
Fue una madre especial, su vida giró en torno a la familia que construimos,
ella estuvo cerca de Fiorella y Camila, disfrutó mucho el pasaje de la
maternidad, se involucró con ellas y nunca se dejó ahogar por los tiempos
difíciles que vivimos- falta de trabajo, desempleo, inestabilidad económica y
un sinfín de momentos duros que atravesamos y que logramos vencerlos. Ella
siempre tuvo un sí, recuerdo, que, siempre me transmitió esas ganas de salir
adelante, en estos capítulos dificultosos de nuestra vida.
Vittoria dio su pelea, supo vivir intensamente sus últimos años, nunca la
percibí resignada hacia el cáncer, siempre iba a hacerse sus quimioterapias con
mucha energía, muy a pesar de que, recibir ese proceso, fue algo muy fuerte.
Mi esposita, nunca dijo no, nunca mostró miedo, jamás dejó de estar al
pendiente de nosotros — mis hijas y yo—. Yo muchas veces me pregunté:
¿Cómo hacía ella para seguir sonriendo sintiéndose mal?, verla chispeante,
con humor, me hacían visualizar que su actitud positiva, y ganas por vivir, una
vida plena, permanecieron siempre, hasta en su último suspiro. Como esposos
nos unimos más, empezamos a tener una conexión mucho más directa, una
luminosidad que nos prohibía estar del lado de la tristeza, sobre todo, cuando
ella observaba que yo me decaía. La sonrisa con la que yo vivía, era gracias a
la suya, que siempre la hizo lucir bella.
Fui privilegiado, al tenerla como esposa, todos los días, le agradezco a
Dios la oportunidad que tuve de estar con ella, de disfrutar su amor, de amarla
y protegerla; sin embargo, me hubiese gustado que gozáramos más de la vida,
que fuésemos abuelos, que pudiéramos haber realizado los viajes, que
queríamos hacer, pero, aunque eso no sucedió, hoy entiendo, aun con mucha
nostalgia, que tuve la bendición de vivir mis mejores años a su lado.
Nuestra historia de amor, fue poderosa, la vivimos con entrega, diversión y
fidelidad. Yo conocí el amor por treinta años, Vittoria, fue mi compañera, mi
amiga, mi novia, mi esposa y cada amanecer sin ella, fue muy doloroso. Pero
hoy soy consciente, de que, cada sonrisa que me dibujo en mi rostro es
dedicada a ella.
Una mañana, me desperté y observé mi habitación completamente
iluminada, sólo con el resplandor de la ternura de mi esposita; tenía junto a mí,
a un excelente ser humano, que ese día que yo cumplía cuarenta y nueve años,
se estaba preparando para partir. El cuerpo de mi esposita estaba conmigo, en
mi casa, nuestra casa, nuestra habitación, pero su espíritu estaba en las alturas,
su cuerpo comenzaba a emprender un paseo por el cielo. Vittoria, se preparaba
para encontrarse con los ángeles, su amor por mí era tan grande, que decidió
que su alma y espíritu pasaran a otro plano, ese día que yo cumplía otro año
más de vida.
En ese momento, mi mundo se me vino abajo y hago consciente que la
persona que me había estado acompañando parte de mi vida, ya no la tenía, a
mi lado. Recuerdo, que, mi hermana me comentó, que ahora mi misión, era
cuidar de mis hijas, ya que ellas necesitaban de alguien con mayor experiencia
que les hiciera entender que la vida continuaba y que su madre había
descansado, luego de una dura batalla contra el cáncer.
Lo confieso, no estoy en paz, cada día, siento que estoy poco conectado
con la tranquilidad, lo único, que, en estos momentos siento es un
desequilibrio emocional, muy grande. Luego de este inmenso duelo, empecé a
luchar, con mis hijas, con la empresa, comencé a dormir mal y al día siguiente
me iba a temprano a trabajar.
En los matrimonios, cuando uno de los dos, ya no está, el otro se ve
forzado a continuar y mientras eso me sucedía, tuve exceso de cuidado con
mis hijas (me volví un padre sobreprotector), mantuve trabajo excesivo, entre
otras cosas. Yo escogí, hacer los mil cuatrocientos proyectos que se me
presentaron en la empresa, por esa razón me pasaba la tarde dando entrevistas
a empleados, vendiendo nuestros servicios a otras compañías, recibiendo
preguntas por correo sobre mis libros; tenía reuniones siempre con personas
importantes, falté en muchos momentos a los actos del colegio de mi hija
Camila, intentaba llegar temprano pero generalmente me salía una reunión de
improviso, intentaba comer con ellas todos los días, pero cada vez que iba a
llevarme el tenedor a mi boca para probar un trozo de la comida, surgía entre
ellas una discusión que hacía del almuerzo una hora conflictiva. Después, de
cenar, la ruta era la misma, recostarme e intentar descansar; pero en cada
sueño, estaba Vittoria.
Todas las noches me despierto pensando en ella y me doy cuenta del vacío
tan grande que siento, pero, yo sé, que, con Dios a mi lado y ese angelito que
me acompaña, voy a seguir adelante.
Tengo muchos amigos psicólogos con los cuales he transitado más de una
vez desde un enfoque terapéutico el camino de la paz, en conversaciones
profundas con un amigo psicoanalista, he logrado entender cuál es mi
propósito, ahora que mi compañera de vida no está. Yo no estoy fingiendo
que no siento nada, y en eso difiero con Mónica (mi socia), quien insiste en
pensar que estoy negando mi realidad, quien en más de una ocasión me ha
señalado, que necesito asumir la ausencia de Vittoria, quien preocupada ha
querido ayudarme a sacar su ropa del armario y donarla a quienes lo necesitan;
en cada conversación que tenemos, me repite, que debo colocarle la otra
mejilla a este proceso para poder observar las bendiciones que me ha dejado
está perdida y romper con tradiciones que no me hacen bien, por ejemplo,
vestir siempre de color negro.
Yo entiendo perfectamente todo lo que mis amigos me comparten, no me
doy la media vuelta cuando me lo repiten una y otra vez, al contrario, me
encamino, hacia la aceptación y recorro el rumbo que me lleva en dirección a
lo que parece ser “la felicidad”, que simbólicamente son mis dos hijas. Ellas
han sido las únicas que me han dado fuerza en este viaje, por ellas trato de
mantener el equilibrio.
Un día comencé a escribir sobre neurociencia y felicidad, estuve en New
York y me uní con una organización de neurociencia que operaba en
Latinoamérica y que para mí tenía mucha importancia. Esa organización la
descubrí por casualidad y está muy ligada a mis investigaciones, así, como, a
mis libros. Al regresar a Bogotá, con una agenda, llena de proyectos, y páginas
en arreglo sobre metas que cumplir, recibo, la noticia de que Elsa, mi
secretaria de años, exactamente desde que abrí mi empresa, se va de Colombia
para Ecuador.
Esto, que para cualquier jefe podía ser insignificante, para mí era un
problema. De nuevo tenía que volver a buscar a otra persona, observar sus
intereses, su trabajo, ponerle retos a ver si los cumplía y mostrarle
absolutamente todo lo que se encontraba en mi cabeza llena de información.
Tenía que poner cara de estar prestando atención cuando me hablara de su
currículo y mostrarme interesado, cuando en realidad, yo lo que iba a evaluar
era la acción propiamente dicha. Pero ahora no tengo cabeza para eso, mi
prioridad, en estos momentos es chequear quién será la nueva enfermera de mi
madre, así, que, mientras tanto, Mariela, la secretaría de Esteban (mi socio), se
encargaría de organizar los pendientes que tenga, mientras más adelante,
consiga quien ocupe el cargo que dejó Elsa.
Dos días después de haber llegado a Bogotá, me encuentro en la casa,
donde viví con mi madre. Luz, me comenta que la doctora, ha llegado. Miro el
reloj y lo primero que pienso es que es bastante puntual, ya eso dice mucho.
Entramos a la habitación de mi mamá, ella está dormida y la joven
pacientemente le acaricia el cabello, susurrando una canción de cuna, que,
paró de cantar, cuando sintió nuestra presencia, de inmediato se sonrojó, se
llevó su dedo índice a los labios, y nos indicó que hiciéramos silencio. Había
logrado hacer que mamá cerrara sus ojos y descansara. Luz y yo, salimos de la
habitación y esperamos en el pasillo a la joven, que al cabo de unos extractos
segundos salió del cuarto.
— Hola, buenos días.
Escucho que dicen, estaba concentrado en contestar un mensaje por
WhatsApp, de inmediato, subí la mirada y la percibí lo suficientemente cerca
como para darme cuenta que es una jovencita; le cálculo de inmediato la edad,
la misma que tiene mi hija Fiorella. Me detengo un segundo a verla con mucha
prevención, básicamente, cuidándome de no ser captado; puedo ver sus ojos
grandes marrones claros, su cuerpo delgado y su rebelde cabello ensortijado,
que, pienso que cautivará a cualquier hombre. Está vestida con una falda larga
color violeta y una franela holgada color verde oliva, que, deja al descubierto
el largo cuello que tiene. Me parece un poco extraño verla vestida de esa
forma, esperaba encontrarme a una doctora vestida en mono y en bata, pero al
parecer, es una joven muy fresca, divina y coqueta. Luz, me presenta como su
hermano, indicando, que soy su mano derecha y apoyo incondicional, en este
reto, que la vida nos había puesto para devolverle a nuestra madre, todos las
bendiciones y atenciones que ella tuvo con nosotros, sus dos hijos.
—Mucho gusto. Maurizio Antonucci.
Me presento muy serio. Con voz de autoridad. Le extiendo la mano y ella
me la toma, siento que tiembla, su mano está muy caliente. Está nerviosa. Eso
hace que sonría de forma maliciosa.
— Un placer, Patricia Toscano. Pero puede llamarme Patty. — dijo con
voz simpática, como si en vez de ser el hijo de la señora que iba a cuidar, yo
fuese su mejor amigo.
—El placer es mío Patricia, discúlpeme, pero no me gustan los apodos. —
dije cruzando los brazos. Tengo la sensación de haberla puesto nerviosa. Su
cara al escucharme, se muestra apenada y vergonzosa.
—Lo siento, esto de ser venezolanos a veces hace que uno quiera…
—Si entiendo, no tengo mucho tiempo. Por favor, vayamos a la sala y
acordemos todo. — dije, mostrándome poco amable.
Luz, me miró con cara de asombro, como dándome a entender que me
estaba comportando de manera insoportable, y lo único, que, iba a lograr era
que la doctora se fuese indignada y considerando, que a los venezolanos no se
les daba un buen trato. Sin embargo, yo pienso distinto, me gusta ponerle retos
a la gente que trabajará para mí, al punto de que me den la confianza para
reconocer, que pueden conocer hasta nuestras sombras. No era tan sencillo
dejar entrar en nuestro hogar a alguien que se contactó por redes sociales y
aunque la jovencita me transmitía confianza, no podía dejarme guía por ese
detalle, tenía que profundizar más. Del pasillo de las habitaciones, caminamos
hasta la sala de la casa, nos sentamos cada uno en un sofá. Nuevamente me
detengo a verla, es jovencita, pero la siento muy preparada, o al menos eso me
dice su apariencia. Tiene un gran aspecto, sonríe tiernamente, cruza sus
piernas y su vestimenta la hace lucir realmente auténtica; sus manos son
delicadas, pequeñas y cuidadas, su olor es especial, se vuelve poderoso en este
momento para mí, disfrutar su perfume, ese aroma a flores, que se ha
registrado por toda la casa.
—Me permite su síntesis curricular, por favor. — dije, y ella de inmediato,
me entregó una carpeta amarilla, en absoluta paciencia y con una amplia
sonrisa en sus labios, que, hizo que me sintiera extremadamente extraño.
Despejé la espalda del sofá y me fui hacia adelante. Leí rápidamente el
currículo. Dos años de graduada, médico cirujano, ex profesora universitaria
de fisiología renal, domina el inglés y prestó servicio para una empresa en el
área de salud ocupacional. De inmediato, pelo los ojos como un sapo, podría
esto ser una clave para que más adelante pueda ayudarla a que trabaje
conmigo en mi empresa, la esposa de Esteban, también es médico y
próximamente en disruptive group, no sólo estaremos abordando la
neurociencia, sino también la biomedicina, prestando un servicio médico
adecuado, oportuno y de renombre; y volviendo a retomar los proyectos que
mi esposa, había dejado en el área de la salud ocupacional.
— Usted tiene un buen currículo. Sin embargo, quisiera dejar claro que, el
servicio que necesitamos, es full time. Razón por la cual, no le dará tiempo de
realizar otra labor, más que esta. — Admití con aires de estructura,
exteriorizando seriedad y firmeza en mis palabras. Ella apretó sus labios,
sonrió forzadamente, se escondió uno de sus mechones de cabello marrón
claro detrás de su oreja. Luz, cruzó las piernas, a diferencia de mí, ella es más
relajada; sin embargo, si no se le aclaraba bien, el horario fijo que debía tener,
nos pasaría lo mismo de siempre, renunciaría, al cabo de dos semanas por no
sentirse a gusto con el tiempo laboral; y precisamente por eso, por evitar
volver a vivir otro episodio así, fue la razón por la que, fui, bastante concreto y
preciso. Si le parecía oportuna la oferta, bien, de lo contrario, seguiríamos en
busca de otra persona. Mientras tanto, Luz tendría que estar a cargo de mamá;
y yo seguiría colaborando económicamente, no sólo con gastos de nuestra
madre, sino también con los de ella. En realidad, su esposo lo que menos hacía
era ayudarla, y a mí no pesaba colaborarle, al final, ella es la única hermana
que tengo, y el único tesoro que me quedaría como un recuerdo latente de
mamá, cuando ella ya no estuviese. Es increíble, a veces la miro y es como
estar viendo a mi madre unos años atrás, cuando apenas yo era un niño.
—A ver, como le explico señor Maurizio…— Ella traga saliva y vuelve a
mirarme mostrándose muy segura de sí misma, al parecer los nervios que
consideré que tuvo a un principio del encuentro, ya habían desaparecido. —La
verdad es que yo estoy un poco pensativa, nunca he trabajado con adultos
mayores y este trabajo me quitaría algo de tiempo para hacer horas extras,
usted sabe, trabajo de inmigrante.— Ella ríe, esperando que yo le devuelva la
sonrisa, pero sólo consigue ver en mí seriedad y atención, ella, suaviza su
expresión al verme mucho más serio y sólo limitado a escuchar lo que
realmente me interesa, es decir, si puede o no, asumir el servicio que
necesitamos.— Bueno, yo aquí he hecho de todo, prácticamente he colgado mi
título en una pared; trabajé como promotora, ahí no tenía hora fijo; así, que,
podía ejercer la labor de visitador médico, claro, usted sabe, con gente
conocida. Siempre sale alguito. Mi papá tiene amigos que viven acá. Inclusive,
yo he estado pensando en revalidar mi título, pero imagínese, son dos mil
dólares, y yo no poseo esa cantidad, pero bueno, no quiero cansarlo con mi
historia. El hecho es que trabajarle a su madre veinticuatro horas, en estos
momentos, con mi situación, a mí no me beneficia. Pudieran contar conmigo
los fines de semana, no sé si les parezca accesible.
—Me parece bien — respondió Luz y de inmediato, me miró con cara de
suplicio. No podía ser tan exigente, era lógico que esta joven necesitaba de
varios trabajos. En Colombia todo es muy costoso y ella venía de un país
donde la vida se había vuelto difícil. Esta jovencita, que tiene edad para ser mi
hija, no conoce de calidad de vida y yo me supongo, que no debe solamente
trabajar para ella, necesitaría enviarles dinero a sus padres y eso significa
trabajo, buena agenda, organización y una considerable distribución de gastos,
que, sí sabía hacerlo inteligentemente bien, podría alcanzar lo que ganara en
dos o tres trabajos que hiciera, para mantenerse estable en Bogotá. Eso sí, por
un tiempo tendría que olvidarse de vivir una vida jovial, su vida, sólo giraría
en torno al ámbito laboral, el único tiempo libre que tendría sería para dormir.
—Está muy bien. Gracias. Lo haremos así— añadí viendo su rostro con
mucha cordura y evitando no mostrarme interesado por ver más de cerca sus
ojos claros, y su largo cuello enrojecido, supongo que por los nervios que le
transmití.
—Perfecto. Gracias por la compresión — ella me sonríe tiernamente— en
la mesita de noche les dejé el historial clínico. Y bueno, antes de que usted
llegara señor Maurizio, conversé con su hermana, yo sé que es difícil esto que
les voy a pedir, pero deben tenerle paciencia. ¿Quién es Nicola? No paró de
hablar de él.
—Nicola era mi padre. — Respondí sin ánimos de querer entrar en
detalles.
—Entiendo, no se expresó muy bien de él. Inclusive se alteró un poco. Por
otro lado, quiero compartirles que revisé a la señora Amelia, ella dice que sabe
lo que tiene y que solamente quiere hablar de eso con ustedes. Le haría muy
bien verlos a los dos juntos. — La jovencita se sonroja una vez más, y yo
empiezo a dejar de resistirme y la veo con ternura. Hay algo en ella, que no sé
explicar pero que me gusta. Sí, su sonrisa me encanta y la calidez de sus ojos
ha hecho que me quede con ganas de volver a verla. La percibo leal, justa,
honesta, me gusta su voz suave y en momentos excesivamente espontánea. —
Igual estoy a la orden para cualquier consulta que necesiten. De tensión está
muy bien, así que por eso no se preocupen. La dejé descansado, espero pueda
continuar así. Gracias a ustedes por la confianza, el tiempo, por todo. —Esto
último que dice, hace que, suelte una sonrisa.
Yo me sonrío y me pregunto, ¿qué carajo me pasa que tengo esta cara de
estúpido? Me limito a dejar de verla como una mujer y empezar a verla, como
lo que es, una chica que puede ser mi hija. Y ahora hago una retrospectiva de
mi vida, será esto un nuevo ciclo asociado a la famosa crisis de mis casi
cincuenta años, que no viví cuando cumplí mis cuarenta, exactamente hace
diez años. Por Dios, hace diez años esta jovencita tendría dieciséis años. Me
sobrepasé, le llevo veinticuatro años. No sé ni qué hago sacando cuentas.
Fresco Maurizio, fresco, fresco. Vea concéntrese en lo suyo y deje quieto al
que está quieto. Su corazón sólo es y le pertenece a la madre de sus hijas, su
único, y verdadero amor.
Luz, se pone de pie, le agradece nuevamente el haberse acercado hasta la
casa, ella da las gracias, se despide de mí sin acercarse, sólo moviendo su
mano educadamente de un lado a otro y sonriendo tiernamente.
—Hasta luego don Maurizio. Gracias por todo.
—Gracias a usted. — Respondí con simpatía, después de todo, la chica
tenía un no sé qué, que me había gustado.
Podía escuchar las voces de mi hermana y ella desde la puerta, e inclusive
los susurros en voz baja de Luz, indicando, que yo no era tan malo. Esto hizo
que me riera, y respirara profundo. Al menos, la doctora se había ofrecido a
ayudarnos.
De repente, chequeo la galería de fotos de mi madre, que hay en la mesa de
centro y observo mi última foto en navidad con Vittoria, no tardé mucho, y me
conecté con los recuerdos.
Hoy en navidad, agradezco a Dios y a la vida, por tener a mi esposita
conmigo. Hoy es un día para dar gracias, con esa energía de gratitud y
agradecimiento, me levanté está mañana fría, pero muy especial. Es el
cumpleaños, de la mujer que amo, mi esposa, la madre de mis hijas.
Me acerco a nuestra habitación y veo a una mujer feliz, vestida con una
bata blanca, un labial rojo en sus labios y una sonrisa que me hace recordar
porque decidí que ella fuese parte de mi vida. ¡Qué hermosa sonrisa tiene!
Vivir la experiencia del cáncer en un principio fue una tortura, cuando a
ambos nos dieron la noticia, de inmediato la posibilidad de la muerte empezó a
causarnos un daño terrible. Todo ese sufrimiento que vivíamos una y otra vez
por esta enfermedad, que en vez de paralizarse avanzaba cada día más, nos
hacía sentirnos amenazados, estancados en un callejón sin salida.
Vittoria, eligió durante su proceso mantener viva la esperanza, nobleza y
paz, tomó la decisión de visualizar este duro momento como un regalo de la
vida; sin tener una razón lógica, para ella, esta experiencia era un viaje que le
estaba enseñando que la vida fluye como el mar, sin obstáculos, sin
limitaciones o leyes. Experimentó esta vivencia como un trabajo, un trabajo
divino, que estaba dirigido por Dios, era él, quien nos iba a mostrar la verdad.
En todo este proceso, observé al gran ser humano que tengo a mi lado, el
ser maravilloso con el que me casé; no lo voy a negar, cada vez que Vittoria
dormía en mis brazos, sentía miedo, muchas veces miraba su muerte, pero era
entonces, cuando ella, me iluminaba el camino, con tan sólo, cada pequeño
detalle que me regalaba; un hermoso atardecer abrazados en la terraza de
nuestra casa, observando una Bogotá fría, con una riqueza natural abundante,
su permisión de ser alegre, los café, que preparaba por la mañana mientras
escuchábamos el silbido del viento proveniente de los ventanales. Su amor y la
simplicidad de su sonrisa, al sentir mis besos.
—Hola amor. Buenos días. ¿Qué tal luzco hoy? No te parece, que ahora
parezco un marcianito. — Se pasa sus manos por su cabeza, brillante, única,
pero jamás vacía.
—¡Cielo! Te ves hermosa. Preciosa, radiante. — Le sonrío.
—Ven. Acércate. — Me extiende el brazo y yo me le acerco. Me acuesto a
su lado. Ella coloca su cabeza en mi pecho.
—Esta vivencia que nosotros hemos tenido, nos demuestra que tenemos un
propósito en la vida y una razón para estar acá, transitando este viaje. Cuando
perdí el cabello, observé que es necesario sumergirme en un mundo distinto, y
disfrutar lo que está ocurriendo conmigo, más bien, disfrutar lo que el cáncer
me ha dejado.
—Cielo, las vivencias como estas sólo ocurren para demostrarnos que tan
fuertes somos. Y tú lo has hecho muy bien — le doy un beso en su cabecita, en
esa parte vacía, iluminada, bendita para mí— tú lo haces muy bien— le hablo
esta vez en voz baja.
—Amor, debemos estar preparados.
—¿Preparados para qué? — Le hablo con firmeza, pero a la vez, siento
miedo de escucharla
—Dios me necesita. Él fue capaz de abrazarme y en nuestra conversación,
me ha dicho que debo confiar en el proceso; y desde ahí, decidí entregarme.
—¿Entregarte a que mi amor? ¡No hables así por favor! — la abrazo y la
aprieto más contra mí.
—Como en muchas vivencias de la vida, cada cosa tiene su fin. Es la hora
de desprotegernos del miedo— ella se despeja de mí y me mira fijamente—
sé, que mis hijas y tú están preocupados, ustedes lo saben, mi viaje se
aproxima. — Aprieto los ojos e intento no llorar— lo más hermoso de todo
esto, es que hoy estamos más cerca el uno del otro. —Ella me sonríe con tanto
amor; yo siento dolor, pero al mismo tiempo siento paz.
—¿Recuerdas, lo que dije cuando nos casamos? — le respondo que sí,
moviendo la cabeza y apretando los labios. —Maurizio: te voy a amar hasta
que la muerte nos separe y más allá de la muerte—me acaricia las mejillas. Me
sonríe, me mira detenidamente— adoré esta vivencia que me tocó vivir, pude,
encontrar en todo, este tiempo una energía divina increíble, pude ver lo
brillante que ha sido compartir, mi vida contigo, lo hermoso que fue construir
esta familia. No pude escoger un mejor compañero de vida. Por cierto, desde
que llegamos de viaje, no te he dado las gracias por ese abrazo que nos dimos,
en aquella puesta del sol en Viena. Fue hermoso.
—Todavía nos queda pendiente otro viaje— le acaricio la mejilla y le sigo
sonriendo.
— Los seres queridos nunca desaparecen. Yo pasaré a otra vida. Pero
siempre, siempre me tendrás a tu lado. Dios nos dará fuerzas.
— Cielo, hoy es tu cumpleaños. Tenemos que celebrar, reír, disfrutar.
Además, es navidad. ¿Te parece mejor si cambiamos de tema?
—Necesito estar segura de que vas a estar fuerte- me agarra de las manos y
entrelaza sus dedos junto a los míos. — No quiero que sufras. Mi cuerpo y mi
alma estarán con Dios.
—Amor, mis ojos, ya se acostumbraron a verte, la soledad en esta casa, en
nuestra habitación, en mi vida entera, sería insoportable, si tú no estás a mi
lado.
—Sabes algo, cuando me enteré que tenía cáncer, comencé a tener
percepciones confusas, entré en un trance y hubo un momento en que le tuve,
miedo a la muerte. Fue entonces, cuando comencé el proceso de las
quimioterapias, las cuales, a Dios gracias duraron muy poco. Recuerdo, que,
pensaba que esta pesadilla nunca iba a acabar, pero el cáncer me garantizó que
estamos juntos en esta vida por una misión.
—¿Y cuál es esa misión? — pregunté, alzando mi mano, colocando
ligeramente mis dedos por su hombro. Ella empieza sonrojarse al sentir esa
caricia.
—La necesidad, de saber que siempre estaremos unidos el uno con el otro.
En cada poro, en cada célula de tu cuerpo, puedes tener la certeza, que yo ahí
voy a estar contigo. Es un lujo tenerte como esposo. Fuiste capaz de dejarme
sin palabras cuando me enamoraste. Me embelese con tu amor, con tu don
para hacernos felices a nuestras hijas y a mí. Te amo para siempre Maurizio.
— Vittoria me llevó las manos a su rostro y comenzó a rodear, la yema de mis
dedos por toda su piel blanca y lisa. Reaccioné con tanto amor hacia este gesto
cariñoso, que, por un segundo, consideré que mi pánico había disminuido, al
punto de desaparecerse.
—Vittoria, tú me sedujiste con tan sólo mirarme, eres el amor de mi vida.
Eres una mujer maravillosa, y por eso tengo miedo. Tengo miedo Vittoria—
apreté los labios e intenté no llorar, pero sentí, que el registro de mi tristeza, ya
estaba por romperse.
—¡Amor! — me acarició las mejillas y me sonrió- tú siempre me tendrás
aquí— dijo, tocando el lado izquierdo de mi pecho. — Siempre voy a estar en
tu corazón, me diste el impulso para sostener esta lucha. Tu lealtad conmigo
ha sido grande. Sé que esto ha sido un proceso muy difícil, pero nos ha unido
muchísimo. No tienes que sentir ningún tipo de frustración, es más, no te lo
permito— declaró, irradiando una grandiosa fe y mirándome fijamente, con un
brillo de luz encendido en sus hermosos ojos verdes.
Puedo verla y sentirme atraído por su belleza, intento no sentirme triste y
conectar con su paz, pero no lo consigo. Lloro al escuchar sus palabras, lloro,
porque no sé describir lo que siento, en este momento. Dejo que Vittoria me
sonría y me abrace.
—Tengo mucho miedo Vittoria y lo seguiré teniendo. Sin embargo, estoy
consciente de que hay algo que tengo que hacer cada instante, cada segundo y
no es otra cosa, más que amarte. Tengo que aprender a combatir este miedo, y
transferirlo a otro lugar. Estoy claro de que esto no será de inmediato, pero
ahora lo que tengo son unas inmensas ganas de besarte, de adorarte, de amarte.
No me dejarás solo, en esta, nuestra casa, ¿verdad?
Ella me abrazó.
—De ninguna manera.
*
Observé el portarretrato a una esquina de la habitación que compartí con
ella, durante nuestros primeros días de casados, esos primeros meses que
vivimos en la casa de mi madre; en la fotografía, estamos abrazados, todavía
éramos novios, y nos mostrábamos felices en Manizales, frente a la plaza
Bolívar, el lugar donde nos conocimos.
Corría el año 1990, tenía 22 años de edad, estábamos en Manizales, una
ciudad de la región cafetera que se ubica al oeste de Colombia, mi padre nos
había llevado de paseo a mi hermana y a mí. Nos encontrábamos caminando
por sus calles empinadas, era un día caluroso y al mismo tiempo fresco,
teníamos frente a nosotros a la hermosa Catedral Basílica, un templo católico,
situado justo al frente de la Plaza Bolívar. Era la primera vez en mucho
tiempo, que observaba una iglesia tan hermosa e impactante, rodeada de paz y
de un sol radiante. Sonreí, comencé a sacarle provecho a este lugar, me volteé
hacia la plaza, dispuesto a detallar más de cerca la gran escultura del Bolívar
Cóndor, ubicada en todo el centro; pero entonces, observé a una chica sentada
en un banco, con un libro en sus manos, supe que estaba tentado a regresar a
esta ciudad, con tan sólo verla. Desde el momento en que me acerqué, pude
observar más de cerca su belleza; rubia, blanca, con las mejillas rosaditas y un
libro en sus manos, que parecía ser de medicina
— Hola.
Escuchó mi voz y subió su mirada, sus grandes ojos verdes claros hicieron
que me sonrojara y me pasara la mano por mi largo cabello liso negro,
disimulando lo nervioso que me encontraba. Ella se sonrojó y me devolvió el
saludo, para luego volver a concentrar su vista en el libro.
—¿Cómo estás? — pregunté un poco nervioso
—Bien, gracias— ella me miró, subió las cejas, cerró el libro y volvió a
sonreírme. Tenía una hermosa sonrisa. —¿Y tú? – preguntó con voz optimista,
reforzada por el amor y despejada totalmente de cualquier ansiedad o
preocupación.
—Muy bien. ¿Me puedo sentar? — pregunté con una voz rápida y fresca,
evitando mostrarle los nervios que sentía.
—Sí, claro— contestó en tono bajo y soltando una pequeña risa que hizo,
que, yo le sonriera tímidamente.
—Me llamo Maurizio. Mucho gusto— dije, extendiendo mi mano, ella la
tomó y sonriendo, dijo:
— Mucho gusto, Vittoria.
—¿Vives acá? — pregunté con pena, disimulando los nervios que sentía,
era la primera vez, en mucho tiempo, que intentaba conquistar a una chica.
—Sí, acá nací. ¿Y tú? ¿También vives acá? — respondió con ganas de
querer seguir hablando conmigo, mostrándose interesada por mí; aquello hizo
que mi cuerpo dejara de temblar y entonces, dejé que todo fluyera como el
agua.
—Yo nací en el interior de Bogotá. Pero mi padre suele venir mucho para
acá los fines de semana. Creo, que quede tentado, a volver venir. Eres muy
bonita, ¿sabes?, me gusta mucho tu sonrisa— dije mirando su cabello rubio
liso, y con la esperanza de volver a ver su radiante sonrisa, que efectivamente,
me tenía cautivado.
—Gracias— ella se sonrojó y se rio muy tímidamente.
—Yo no tengo novio — movió su cabeza de un lado a otro, con un gesto
de mucha serenidad.
—Qué bueno saberlo— sonreí de nuevo — eso quiere decir, que te puedo
conquistar— ella sonrió otra vez.
—Estoy concentrada en este momento en estudiar, no en tener novio— su
respuesta, nos provocó una animada risa.
—Qué coincidencia señorita, yo también pensaba lo mismo hasta hace
poco, apenas te vi, me dieron muchas ganas de conquistarte— mi corazón se
entusiasma al decirle esto y ella de inmediato dibuja, en su rostro una
expresión dulce— ¿Cuántos años tienes? — pregunté dirigiendo mi atención a
sus ojos.
—¿Veintiuno y tú? — su voz se quebranta y esquiva la mirada, estaba
absolutamente apenada de verme.
—Veintidós, los cumplí hace tres días—dije, con voz alegre.
—¡Doce de octubre! — exclamó volteando a verme con expresión de
asombro.
—Sí— respondí sintiendo como mi corazón me latía con fuerza.
—Ese día tuve un parcial de bioquímica, que aprobé con veinte— ella
suspiró, cerró sus ojos, por unos cuantos segundos y volvió a abrirlos.
Entonces, percibo que su cabello comienza a moverse a causa del viento.
—¡Wow! ¡Felicidades! Tienes el éxito garantizado.
—Muchas gracias— dijo, volviendo hacia a mí con una imagen aún más
hermosa, el sol se había reposado cerca de nosotros; ahora podía observar su
rostro dulce y sus extravagantes ojos claros, con mejor exactitud.
—¿Ya cumpliste los veintiuno, o estas por cumplir los veintidós? —
pregunté elevando mi lado amable y reforzando mi interés por ella.
—Cumplo el veinticuatro de diciembre, los veintidós años.
—Es una hermosa fecha para cumplir años.
—¡Sí! — respondió sonriente.
—Y ese libro, es de anatomía— dije, al observar de cerca su portada y el
título enmarcado en color azul, que mostraba este nombre: “anatomía, escuela
de medicina”— ¿Estudias medicina?
—Sí, estoy en el quinto año— respondió sonriendo.
— Qué bueno. Yo estudio ingeniería.
—Que chévere. ¿En qué área vas a especializarte?
—Informática. También hablo inglés y escribo desde que era un niño. Me
gusta mucho la lectura, soy un aficionado de la literatura. Estudio en la
universidad Javeriana de Bogotá, ¿tú estudias, en dónde?
Cuando iba a responderme la pregunta, una mujer joven de apariencia
fuerte y exigente, gritó su nombre; esto hizo que ella, de inmediato, se pusiera
de pie y con la mirada seria, me dijo:
—¡Me tengo que ir!
—¡Espera! — dije, tomándola del brazo— ¿esa señora es tu madre?
—Yo no tengo mamá— respondió sonriéndome un poco triste- la perdí
cuando tenía cinco años. Ella es mi hermana.
—¡Ay! qué pena contigo, ¡lo siento! Yo ….
—¡Vittoria! — volvió a gritar la mujer con intención de acercarse a ella,
para recordarle, que era inadecuado hablar con personas desconocidas.
—¡Me tengo que ir!
—¿Dónde puedo encontrarte? Por favor, déjame un número de teléfono
para poder llamarte.
— No puedo, en casa no permiten que me llamen chicos.
— Entonces, dime dónde estudias, ¡dime! Y yo te juro que voy a buscarte.
—¡Vittoria! — la señora comenzó a caminar hacia a nosotros, lo
suficientemente furiosa, como para regañarla.
—Estudio en la católica. La semana que viene tendré un proyecto allí, a las
nueve de la mañana, miércoles de la semana que viene, soy mala para las
fechas, sólo, sé, que es el miércoles. Espérame en la placita de la universidad,
ahí siempre estoy con mis compañeras. Me tengo que ir—hablaba muy rápido,
la señora casi se acercaba y ella se despejó de mí y corrió hacia a ella.
—¡Ahí voy a estar! — le grité con voz tierna, observando como la señora
la sujetaba del brazo y la llevaba jalada hacia un auto, un camaro azul.
Impactado por su belleza, sonreía y recordaba sus hermosos ojos verdes.
Fue entonces cuando una fuerte palmada en mi espalda me hizo conectarme
con el presente, me volteé y vi a mi hermana—¡Luz! — pronuncié arrugando
el rostro y tocándome el hombro, realmente me había golpeado, algo fuerte
—Ya veo que estabas muy entretenido con Vittoria.
—¿La conoces? — pregunté, con los ojos saltones como un sapo.
—¡Claro! Es una de las mejores estudiantes de medicina y siempre reza el
rosario en la iglesia, sólo que hoy lo hizo su hermana. La misa está muy
bonita, y papá quiere que entres; ha estado preguntando por ti, tuve que
decirle, que no sabía dónde te habías metido.
—Luz, esa señorita, se acaba de robar mi corazón. ¿Dónde vive? ¿Dónde
puedo contactarla?
—Sé dónde vive, pero su hermana es extremadamente estricta.
—Ella me dijo que nos viéramos el miércoles de la otra semana, estudia
medicina, en la católica.
—Creo que es lo mejor. Definitivamente su hermana es muy
sobreprotectora con ella.
—¡Es hermosa! — dije, sonriendo.
— Si lo es — Luz me sonrió, y me abrazo.
CAPÍTULO 3
LOS OJOS DE PATTY.
CAPÍTULO 4
EL RECUERDO DE VITTORIA.
CAPÍTULO 5
LA ESENCIA DE PATRICIA.
CAPÍTULO 6
ADORARTE FUE MÁS QUE UNA FANTASÍA.
Mónica comprobó que Patricia tiene potencial, que detrás de esa jovencita
que viste con un estilo bastante particular, existe una gran profesional. Que fue
capaz de mirar aquella audiencia un poco extrañada, pero descubriendo que lo
que estudió, es su vocación. Me sentí sumamente feliz, no dejé de verla y
sonreírle. Al mismo tiempo me pregunté: ¿Cómo puedo sentirme tan feliz con
ella? ¿Qué me está pasando con esta jovencita? ¿Será una fantasía secreta, que
tengo escondida en lo más profundo de mi corazón? No lo sé. La última vez
que temblé pensando en una mujer, tenía la edad de ella. Hay algo en Patricia,
que desequilibra mi mundo, y como no lo entiendo, la culpo a ella por
provocar algo en mí, algo que no puede parecerse al amor, porque la única
mujer que he amado y amare en mi vida, es a la madre de mis hijas.
Me levanto de la silla del comedor, voy hasta mi habitación, veo la vista
que me regala el ventanal y me doy cuenta, que, Patricia me está comenzado a
importar, mucho, muchísimo. Me gustaría creer que me estoy enamorando de
alguien a quien no conozco y que no entraba en mis planes. Todo este tiempo
de dolor, de controlarme, de negarme a volver a amar y ahora, estoy a punto
de seducir a una mujer diferente, veinticuatro años menor que yo.
Cogí mi teléfono de la mesa de noche y busqué en los contactos su número
telefónico. Pensé sí marcarle o no. En esos pocos minutos, se vinieron muchas
escenas a mi mente.
— Naguará, estoy impactada con su currículo. Es demasiado estupendo.
Perfecto. Es increíble. ¿Cuándo hizo el postgrado en Harvard? Jefe, usted es
un crack. Ejemplo para muchos — ella sonríe. Está sentada frente a su portátil,
había buscado mi currículo en LinkedIn.
— Lo hice hace muchos años. Por ahí por el 90 y algo.
— Es maravilloso — vuelve a sonreírme — ¡Naguará!
— Disculpa. ¿Qué significa naguará? — pregunté algo extrañado. Me
causa gracia la manera en como pronuncia esa palabra.
— No es una grosería ¡Ojo!
— Yo sé que tú no eres de decir groserías — vuelvo a sonreírle —Pero
todavía no me dices, que significa.
— Es como algo impresionante, como cuando quieres decir que algo es
grandioso. Proviene de Barquisimeto estado Lara. Aunque yo nací en
Valencia, la digo a cada ratico. — se sonríe
— Wow. Gracias, ya me enseñaste algo nuevo.
— Si, ¡naguará! —pronuncia riéndose.
Ahora vuelvo a mi habitación, a la vista que me regala el ventanal. Hace
frio en Bogotá. Sonrío de nuevo y sigo recordado.
— Nadie se embriaga leyendo libros sobre vinos — dijo, leyendo
dulcemente un texto en la pantalla de su celular. — “Neurociencia y
comportamiento”— pronunció, levantado la vista hacia mí, y permitiéndome
ver en sus ojos marrones claros, el cariño que me tiene.
— He leído su libro. ¡Qué interesante!, me gustó mucho esa frase.
— Qué bueno que te haya gustado— dije, bastante estremecido por la
calidez de su mirada. — De todas las frases que he escrito, esa en particular, es
una de mis favoritas.
— Tiene un mensaje muy grande, sólo quienes la leamos con mente
abierta, podemos descifrarlo.
— ¿Cuál será ese mensaje? — pregunté cruzando los brazos y
esperando curiosamente su respuesta.
— Que debemos aprender haciendo ingeniero, así, como usted, que
aprendió haciendo.
Me vuelvo a reír y me vuelvo a desviar a esos recuerdos
— Naguará, yo tengo que hacer este cuadrito de metas, ¿todos los días?
— Todos los días Patricia. De lo contrario, uno va por la vida sin saber
que metas ha logrado. Y quiero metas realistas. Que se cumplan en lo que va
de semana.
— ¡Ay jefe!, usted si es estructurado.
— ¡Ay qué pena que tenga que ser tan ordenado! ¡Qué pesar! — Le
respondí con voz sarcástica.
— Bueno… me voy a hacer el cuadrito, entonces. Pero le aseguro que
no le gustará, porque usted le busca un defecto a todo.
— Patricia en vez de quejarte y hacerte malas expectativas, considera
que al final esta estrategia de trabajo, a quien le va a servir más adelante es a
ti. Estoy seguro que me recordarás y dirás: ah mire lo que Maurizio me dijo. Y
es entonces cuando vas a agradecérmelo.
—Está bien — respondió en tono cansado.
—¿Conoces a google?
— Claro, es mi mejor amigo.
— Bien, qué bueno saberlo. Google establece su plan de metas, con el
fin de que la compañía y sus empleados, consigan realizar los objetivos de
manera más eficaz y productiva.
—¡Caramba no sabía!
— Patricia, si una meta no te desafía, entonces no te motivará a
lograrla.
Me estoy riendo a carcajadas. No lo pienso más. Marco el número de
Patricia y al primer repique me contesta.
— Alo.
— Hola.
— Hola jefe, buenas noches. ¿Pasó algo?
— Sólo quería darte la bienvenida a este equipo de cracks. Buen trabajo
el de hoy.
— Muchas gracias — ella se ríe.
— ¿De qué te ríes? — pregunto con voz empática. Por primera vez le
hablo así.
— Que usted me habla así, con… — la siento apenada. Se queda en
silencio. Al parecer se arrepiente de lo que iba a decir.
— ¿Así cómo? — le pregunto con voz picara.
— Así como con… ¡Ay jefe! — ella vuelve a reírse.
— Dime. ¿Cómo te estoy hablando? — Le pregunto con la voz ronca
del mismo deseo que tengo de salir corriendo a buscarla y verla ahora mismo.
Menos mal que no sé dónde vive, qué puedo perder la oportunidad de robarle
un beso, sin culparme a mí mismo de haber dejado pasar esta oportunidad.
— Con voz de hombre interesante pues…— ella se ríe apenada. — Ay
jefe, que pena con usted. Que va a pensar de mí, que estoy loca— se ríe de
nuevo y yo le devuelvo la risa.
— Es que yo soy un hombre interesante — ambos nos reímos.
— No lo dudo. Créaselo, porque de verdad usted, sí, que lo es. Usted
es, así como… un cachaco, por ahí, leí que ese término se aplica al hombre
elegante, jovial y servicial.
— Sí, eso dicen.
— Entonces usted es todo un cachaco y no precisamente porque sea
bogotano.
— Gracias a la noche valoramos el día, gracias a la oscuridad se valora
la luz. Yin yang. Buenas noches Patty. — pronuncio su nombre en voz baja y
muy pausadamente.
— Buenas noches.
¡Patty! No escuché mal. Me dijo Patty
Estoy sentada en la cama y de manera alegre comencé a dar vueltas sobre
ella.
¡Ay me dijo Patty! — exclamo gritando. — ¡Ay lo amo! — esta vez, hablo
de forma desenfrenada. — ¡Patty! Y con ese acentico colombiano, tan bonito
con el que habla. ¡Ay Maurizio! ¡Usted es el hombre de mi vida! No sabe,
cuánto lo amo. Y algún día se lo diré— me paseo por la cama con los brazos
extendidos, felizmente emocionada.
Y sí, el cachaco que una vez, me dijo que no le gustaban los apodos, me
había llamado cariñosamente “Patty”.
*
Estoy colocándome una franela color blanca y cargo puesto un pantalón
color azul claro, unos converse negros. Era preciso volver a vestir de manera
más informal o deportiva para deshacerme por un día del rol de empresario o
ingeniero que pudiese haber centrado en Patricia. Mientras me coloco el reloj,
me pregunto: ¿Estoy consciente de lo que estaba por hacer?, la verdad, no lo
sé. Cogí bien temprano mi teléfono y le escribí por WhatsApp, señalándole
que, aunque es feriado en Colombia, quería conversar con ella. ¿Sobre qué?, la
verdad, tampoco lo sé. Me imagino por un momento la sensación de sorpresa
de Patricia al leer mi mensaje; pienso en cómo se le pondría su largo cuello, el
cual se pone rojizo cuando está nerviosa. Sonrío pícaramente, no puedo creer
que sea capaz de crear planes de distracción, con una mujer que tiene la edad
de mi hija Fiorella. A mis cincuenta años, ¿no debería estar pensando en
jubilarme?, en vez, de estar jugando al galán otoñal con esta jovencita. Me
sonrío y me miro al espejo. Recuerdo por un instante que mis compañeros
cuando era estudiante de la facultad de ingeniería en la Javeriana, me pusieron
como apodo, “él come años” porque nunca aparenté la edad que tenía. Al
principio eso me molestaba, pero ahora que sigo luciendo el cabello negro con
una o dos canas que casi ni se notan, le agradezco a la vida continuar siendo
así, un hombre come años.
Salgo a la cocina y me sirvo un vaso de agua. Camila está sentada en la
mesa del comedor muy concentrada leyendo un libro en su portátil. Fiorella
sale de su habitación y me ve de forma extraña.
— ¿Vas a salir?
— Sí, voy de salida — me tomo la poca agua que me queda y coloco el
vaso en la barra de la cocina.
— Te ves extraño. Tenías tiempo que no te vestías deportivo.
— De pronto me dio por vestir más informal.
— Te ves muy guapo papi — me abraza y yo la abrazo. Mi niña, ya no
tan niña. Le doy un beso en su cabello ¿Tienes planes para hoy?
— Sí, voy a una reunión en casa de Lucy. Luego vamos a comer, puede
que después vayamos por un cafecito en starbucks, probablemente también
vayamos a una obra de teatro.
— Me parece muy bien — le respondo aun abrazándola— ¿Tu
hermana? ¿Te la vas a llevar?
— ¡Ay no papá! Que flojera. Camila siempre se quiere ir de todos lados
temprano. Entonces me toca aguantar sus quejas.
— Bueno yo también voy de salida. Pero no quisiera dejar sola a tu
hermanita.
— ¿Y qué le va a pasar? — Fiorella me arruga el rostro como
queriéndome decir que no sea paranoico.
— No le va a pasar nada. Pero soy papá, cuando seas mamá me vas a
entender — le doy un beso en la frente a Fiorella y me acerco hasta la mesa
del comedor—Cami, hija —Camila voltea a verme. Se quita los audífonos.
— Bendición papá — me pronuncia sonriéndome
— Dios te bendiga — le doy un beso en la frente y le pregunto—
¿Planes para hoy?
— Ninguno. Debo estudiar para los parciales que tengo la semana que
viene.
Cuando escucho su respuesta, recuerdo inmediatamente a Fran, un amigo
venezolano que días antes mientras nos tomábamos unos whiskies en un bar,
me decía, “hijo de gato caza ratón”, esto justamente cuando Camila, quien se
encontraba acompañándonos, le mostraba las fotos del modelo de naciones
unidas realizado en México y el cual había ganado como mejor delegación en
el comité de la OMS. Él quiso decir qué, mi hija Camila heredó de sus padres
la responsabilidad, compromiso y el amor por el estudio.
— Tu hermana va salir, y yo también planeé salir. Pero no quiero
dejarte sola. Creo que me va tocar quedarme.
— No es necesario. Papá ve tranquilo a donde vayas a ir. Yo me puedo
quedar acá. No me va a pasar nada.
—¿Y si papi te invita al cine? ¿Aceptas ir conmigo? — Le pregunto
sonriéndole.
— Ay papá, me encantaría, pero de verdad tengo que estudiar.
— Bueno, entonces me va a tocar ver la peli en la habitación.
— ¡Ay papá!, no seas anciano — grita Fiorella desde la cocina— ¡sé
feliz! Y ve a donde tengas que ir. Por cierto, que no te pregunté, ¿a dónde vas
tan deportivo? — dijo, acercándose a la mesa, sentándose en la silla y
probando un sorbo de té.
— Verdad papá, y ¿con quién vas a salir? — Camila, me mira
seriamente— y en converse, ¡si tú nunca te pones converse!
— Fran— respondo pelando los ojos— me invitó a una parrilla en su
casa.
— Pero, si Leito me dijo que él está en Costa Rica— responde Camila
algo sacada onda.
— Ehhh, no, es que, no fue Fran el que me invitó. Me invitó un amigo,
pero ustedes no saben quién es, porque no lo conocen — trato de sonreír
forzadamente.
— Vale. Entiendo— respondió Camila volviendo a concentrarse en su
lectura.
—Bueno chévere. Tú, hace tiempo que no sales. No te cae nada mal una
salida entre amigos.
—Ok. Ya que están tan humanistas con su padre, les tomaré la palabra. Me
voy, pero una parte de mí se queda al pendiente de ustedes— las señalo a las
dos con el dedo índice.
—Ya lo sabemos. — responde Camila.
— Se portan bien. Cuídense — me doy la espalda dispuesto a caminar
hacia la puerta. Pero paralizo el paso y volteo a verlas. — Por cierto, me voy
en la moto.
—¿En la moto? — pregunta Fiorella asombrada — al fin recordaste que
tienes moto.
— Ya ves, a veces a uno le provoca ser espontáneo — me doy la vuelta
y continúo caminando en dirección a la puerta — Dios las bendiga. Las quiero
— les grito desde la puerta.
Cuando tenía quince años, estaba loca por descubrir lo que era tener un
novio, ansiosa por conocer lo que era un beso y caminar de la mano, de quien
fuese el amor de mi vida. Yo no podía entender, porque a esa edad mis papás
no me dejaban tener novio, porque consideraban que aún era pequeña. Hasta
que un día me molesté con mi mamá y le pregunté: ¿Me puedes decir, por qué
todas las mamás de mis amigas consideran el noviazgo como algo normal y tú
lo percibes como algo prohibido? Mi madre me respondió que mi mente debía
estar enfocada en los estudios. Y así fue. Supe lo que era tener novio, a los
dieciocho años, cuando me enamoré de Eduardo, un chico que estudiaba en la
facultad de ingeniería, pero todo acabó cuando él decidió partir a Colombia.
No supe más de él, aunque de vez en cuando me obsequia un like, en las fotos
del Facebook, sin embargo, él no es de colgar fotos en esa red. Vive en esta
ciudad, pero no tengo idea en que zona, tampoco estoy curiosa por saberlo. Lo
que sí sé, es que hay cosas de Maurizio que me recuerdan a él, por ejemplo, su
voz. Esa vocecita de profesor, que tiene cuando va a hablarme sobre un tema
que desconozca. Y ese “sí”, que repite cuando finaliza por decirme algo. O el
“¿recuerdas?”, cuando hace mención a una escena o un tema que haya
olvidado; es lo único, porque de resto, Eduardo y Maurizio, son dos hombres
totalmente distintos.
Me estoy viendo al espejo, Maurizio me pidió que por favor hoy no
vistiera con falda. Que me fuese lo más cómoda posible. Cargo puesto un
pantalón color azul claro rasgado, como los que están de moda y una franela
negra. Me puse unos converse blancos y el cabello me lo alboroté más, con la
ayuda del secador, ahora sí, que parece que me he hecho la permanente. Tengo
un estilo ochentero bastante peculiar. Me coloco el labial rosa en los labios y
echo un último vistazo a mi vestuario y le agrego a mi atuendo el toque final,
el perfume victoria's secret. Me sacudo el cabello, y escucho que el teléfono
suena. Salgo corriendo a la mesita de noche, tiemblo cuando veo su nombre en
la pantalla.
— Hola.
— Hola. — pronuncia con voz picara — Estoy abajo. Esperándote
— Vale. Ya bajo— respondo emocionada, y con el corazón animado por
verlo nuevamente.
— Te espero.
Cuelgo la llamada y me vuelvo a ver en el espejo.
— ¡Ay Dios mío! No lo puedo creer, voy a salir con él. Bueno Patty,
cálmate, contrólate. Normal, tranquilita, bien portadita y chévere. Disimula
por favor — me veo al espejo por última vez—¡Tú normal! — suelto unas dos
respiraciones y salgo.
Aunque es el principio de verano, todavía hace mucho frío en Bogotá. ¿A
dónde me va a llevar Maurizio? Me pregunto, mientras bajo por el ascensor,
hacia la salida del edificio. Anteriormente otros hombres que me invitaban a
salir se habían comportado de la peor manera posible. Muchos no habían
conseguido conquistarme, otros deseaban sexo, y otros sólo me dejaron una
gran decepción. Yo no había descubierto el universo de fantasías que se
habitaba en el amor. Ya estaba acostumbrándome a mi mundo, a mi soledad.
Una vez mi terapeuta me preguntó, ¿cómo me gustaría que me tratase un
hombre? Y le respondí que: Me gustaría, que me tratara con amor, con
instinto de protección, que siempre seamos dos. Que se detenga el tiempo cada
vez que nos besemos, que sintamos que se pierde la noche, cuando nos
amemos. Que todos los días, nos recordemos cuánto nos queremos.
Abro la puerta del edificio y lo observo, carga una chaqueta color negro,
una franela blanca, y su pantalón, es del mismo color de mi pantalón. Me
encanta cómo está vestido, es primera vez que lo observo con un aspecto más
jovial y relajado. Sinceramente escogió la ropa perfecta para la ocasión. Él es
un hombre que viste acorde a su edad e ignora cualquier tendencia de la moda.
Pero eso no quiere decir, que, no cuide su aspecto al momento de ejercer el rol
de ingeniero. Cada uno de los trajes que usa para ir a la oficina, lo ha cuidado
muy bien y le aporta muchísima elegancia.
Me alegro tanto de verlo y con esa emoción, me acerco sonrientemente, le
doy un beso en la mejilla, y disfruto su colonia. ¡Dios mío! Ese olor me seguía
matando.
— Buenos días señorita— me sonríe sin ocultar su picardía. Hasta estos
últimos días, me había dado cuenta, que no me quitaba los ojos de encima.
Podría estar segura de que le gusto, y que le encantaría ir más allá. Cada vez
que me ve, le surge de manera espontánea modificar su tono de voz habitual
para parecer más atractivo, galante y hasta sexy. Aprovecha la mínima
oportunidad para ponerme nerviosa, y lo logra. Se las ingenia para lograr
sonrojarme, pero luego, deja muy en claro su resistencia, volviéndose
estructurado y rígido.
— Buenos días. No sabía que tenía moto — dije sonrientemente.
— Si. Lo que sucede es que poco salgo a pasear con ella. Pero hoy es
un buen día para dar un paseo. ¿No crees? — declara apuntando sus ojos
directamente a mí y manteniendo una postura erguida.
— Si. Claro. Claro que sí— respondo con voz suave.
— Bueno, toma el casco— me lo entrega.
—Gracias.
— ¿Sabes cómo colocártelo? o ¿Quieres que te ayude? — me sonríe de
nuevo, y dirige ahora su mirada a mis labios, reforzándome las ganas que
tengo de besarlo.
— Ayúdeme por fa.
— Ven te ayudo— él me coloca el elemento principal de protección de
los motoristas, hasta abrocharlo correctamente, evitando que este se mueva y
me presione la frente.
— Listo. ¿Estás cómodas?
— Si— le respondo.
— Bien, me voy a montar yo y luego te montas tú — él se monta. Y
luego me monto yo. — ¿Listo? — me pregunta de nuevo
— Si
—¿Estás nerviosa?
—Sólo un poco— me rio. —
—Bueno, agárrate bien de mí, porque a mí me gusta la velocidad
— ¡Uy qué miedo! - me vuelvo a reír. Él también se ríe. Lo abrazo por
la cintura.
—¿Listo?
—Si— respondo riendo.
— Chévere. Nos fuimos.
Si esto, no es ser feliz, debe parecerse un poco a la felicidad. Apenas lo
escucho, me motivo a sonreírle y mi cuerpo comienza a temblar. En momentos
permanezco inmóvil, al parecer estoy prácticamente sentenciada a quererlo.
Bien sea por su forma tan interesante de ser, o por su caballerosidad, aunque él
haga todo lo posible por contenerse, bloqueando cualquier acercamiento más
profundo entre nosotros. Y no es el único, yo también he llegado a dar un paso
hacia el fingir que no siento nada, tengo una razón para hacerlo, y es que
siento temor de ser rechazada. Aunque una parte de mí, se mantiene
esperanzada, sobre todo, cuando observo como su rostro se ilumina y las
sonrisas entre nosotros, se hacen cada vez más cotidianas. Cuando vuelvo en
sí, cuando lo miro sin dejarme manipular por los nervios, puedo ver en sus
ojos, deseo y placer; pero apenas le ofrezco una pizca de ternura, él se vuelve
serio. Me imagino que recuerda mi edad, así como a su esposa, o a sus hijas,
que, en su mente probablemente se las imagine diciéndole, que nuestra unión
es toda una pérdida, un acto enloquecido.
Que lamentable que él se complique tanto y no termine de hacer
consciente, que su vida ha cambiado. Quizá yo esté especulando, lo cierto es
que, a él, le toca hacer vida con otra persona. Él necesita de una mujer, y yo
puedo ser esa mujer. Es más, yo quiero ser esa mujer. Yo sé, que él siente algo
por mí, algo que no sabe ponerle nombre y que su mente le intenta decir que
no debería sentir.
Ahora, estamos caminando por el parque de la 93, me habla de la
neurociencia y lo que sintió, al escribir su último libro basado en la felicidad,
intento escucharlo, pero al mismo tiempo estoy pensativa.
— Creo que mejor cambiamos de tema.
—¿Por qué? Estaba muy interesante lo que me estaba diciendo.
—¿Sí? — pregunta, dirigiendo su cuerpo hacia a mí — pero tu cara no me
dice eso. ¿En qué piensas? Llevas tiempo pensativa. Te he estado observando.
Estas pero no estás— dijo, mirándome de forma curiosa.
—Nada. No me pasa nada — respondo sonriendo forzadamente.
— No te creo— me responde en voz baja y viéndome fijamente. Se me
acerca mucho más. Mi mirada de deseo, es muy difícil de controlar, siento que
no puedo quitarle los ojos de encima — Dime. ¿Qué pasa?
— Yo… —miro hacia abajo, deteniendo el contacto visual con él.
Estaría encantada de besarlo; mi mente, sólo piensa en ese acto y eso hace que
intente ordenar mis palabras para poder responderle. — Yo — vuelvo a
repetirle, esta vez mirándolo y demostrándole lo mucho que me gusta sentirlo
cerca. — No entiendo ¿Para qué me invitó aquí? ¿Con qué fin?
—Te necesito—dijo, con un tono de voz grave y varonil. El corazón se me
estalla de emoción, mi cuerpo tiembla y no sé qué hacer. Me quedo estática-
Necesito que… — Maurizio exhala hondo, deja de reforzar cualquier tipo de
contacto visual conmigo; se toca el cabello, se acaricia el rostro y arrugándolo
por el fuerte sol que hace, aprieta los labios y dice— necesitaba más bien,
comentarte que estoy por escribir unos artículos. Tal vez, este año lancé un
libro sobre la importancia de la felicidad en el amor — dijo, caminando hacia
adelante y dejándome atrás. Prácticamente manifestando a través de su
resistencia, que no desea tener más contacto íntimo conmigo.
— Todo el mundo sabe de la importancia de la felicidad en el amor. La
mayoría de las novelas que he leído, hablan sobre eso. El amor, el amor y
siempre el amor. Pareciera que los escritores solamente quieran exponer sobre
ese tema. Incluso, aun y cuando he leído historias de suspenso, siempre el
amor está involucrado— él me mira extraño, sube las cejas y mueve la cabeza
de un lado a otro, como queriéndome decir, que es un poco absurdo mi
argumento — Bueno, ok, es verdad, el amor es la fuerza que lo mueve todo.
Pero, quizá sería bueno leer otra cosa. No sé, vidas pasadas, el internet, las
redes sociales, qué sé yo…
— Entonces voy a reformular lo que dije, voy a escribir sobre, la
felicidad en los jóvenes de la generación millennials.
— ¿Por qué se interesa tanto en la generación millennials?
— Quiero estudiar más a profundidad las limitaciones y la modernidad
de esta época. Quiero saber, si realmente los jóvenes son felices con la
tecnología, o si la tecnología los ha vuelto más infelices. Es algo muy
interesante.
— Ya que, la gente lee lo que usted escribe, estoy segura que podrá
tocar este tema y le irá excelente— sigo cruzada de brazos.
— Si. Y tú me vas a ayudar. ¿Almorzamos?
— Como usted quiera— respondo sin ánimo. Él paraliza el paso y dice:
— Vamos a la zona G. Quiero que conozcas un restaurante gourmet que
me gusta muchísimo.
— Vale. Chévere.
Estoy en un restaurante gourmet con el hombre que suele ser mi jefe, y no
con el hombre que se ha robado absolutamente todo mi corazón. Este cambio
de rol que él hace me tiene agotada mi paciencia. Hace algunos instantes creí
que hoy podíamos besarnos, por un momento consideré, que hoy sería un día
de confesiones, pero no, me equivoqué nuevamente.
Aun no entiendo el objetivo de esta salida, yo pensé que íbamos a acabar
descubriendo esta chispa, que ambos sentimos. Pero, por lo visto, estoy frente
a un hombre que se resiste a vivir algo que está sintiendo. ¿Será que lo percibe
peligroso? Porque esto que está haciendo, realmente me parece absurdo. Me
escribió temprano llamándome baby, me preguntó qué planes tenía para la
tarde, y luego, me dijo para vernos hoy. Le respondí que sí, con el corazón
latiendo fuertemente y mis manos sudorosas. Ahora bien, desde que estamos
juntos sólo ha hablado de sus libros, de neurociencia, del comportamiento, de
sus conferencias, de todos los seminarios que ha hecho en Miami, de verdad
no ha podido hablar de otra cosa, y cuando quiero cambiarle el tema, pareciera
que una parte de él, se negara a entablar otro tipo de conversación. Tampoco
permite que el curso del diálogo cambie rotundamente. De verdad, esta salida
no ha sido la que esperaba. Me encuentro cansada y aburrida.
Los pensamientos en mi mente se programan cada vez más rápido y me
gritan, que él se ha limitado a sentir algo, quizá, porque no me perciba lo
suficientemente mujer para él. Eso pienso por un instante, pero luego, hago
una pausa, es decir, no me puedo sentir responsable. Ni mucho menos triste,
por tener la edad y la personalidad que tengo. Si él no se interesa por
conocerme, es porque no termina de asumir que siente algo por una mujer muy
joven. Y por eso, actúa de extraña manera, es que es tan extraño que pareciera
bipolar. Todo en él me resulta confuso. Puedo entender que exista un poco de
ansiedad por el tema de las diferencias de edades, sobre todo, por tener la
misma edad de Fiorella. Tal vez con esta salida, él, haya decidido olvidarse de
este asunto y regresar a su casa con sus hijas. Por suerte nunca llegó a suceder
un acercamiento más comprometedor entre nosotros. Yo soy joven, pero lo
suficientemente madura como para darme cuenta, que no pienso aceptar una
picardía más. De aquí en adelante, simplemente seremos jefe y empleada. No
voy a permitir que me haga daño; mañana estaré lista para despedirme, la
verdad me siento triste, él está actuando como si no tuviese una relación
personal amistosa conmigo. Y yo, ya no quiero sentir sus emociones
contradictorias, que, en efecto, me están haciendo sentir lo suficientemente
mal.
— ¿Qué tal la pasta? — me pregunta, mientras saborea el vino.
Yo observo unos segundos mi plato. Agarro el vaso con coca cola y bebo
un poco.
—Todo está muy rico. Gracias.
— Qué bueno que te gusto— se pasa la servilleta por sus labios y me
mira— La felicidad es lo único que activa la creatividad. Para mí, la felicidad
nos purifica y nos libera— estoy cansada de hablar sobre felicidad y
neurociencia. Lo único que deseo es escucharlo hablar de lo que siente por mí,
y no de la felicidad como una teoría de estudio.
— Si. Es muy cierto —respondo viendo hacia los lados.
—¿Tú eres feliz? — me pregunta viéndome a los ojos-
— Hago lo que puedo— respondo, sin querer entrar en detalles— ¿Y
usted? ¿Usted es feliz?
— Después de sentir la pérdida de un ser querido, sé la razón de todo.
Sé la razón del amor, y la razón por la cual, debemos vivir cada día como si
fuese el último. La vida es hoy Patricia. Por ese motivo no podemos permitir
dejarnos dominar por nuestros problemas, debemos hacer lo que deseamos.
— ¿Y usted hace lo que desee?
— Si. Por ejemplo, algo que me encanta hacer todos los años es viajar,
me fascina caminar por la playa, escuchar las olas del mar, conectarme con mi
paz. Me hace feliz estar con mi familia, y hablando de deseos, no te he
contado, este diciembre pienso irme a Miami con mis hijas. Después de tanto
trabajar, lo merezco. Uno no puede ganarse la vida y perdérsela. Me iré con
mis hijas, y me olvidaré por completo del trabajo. Sólo disfrutaré.
— Qué bueno — respondo sonriendo forzadamente— ¿Y ellas, ya lo
saben?
— No. Quiero darles ese regalo de navidad. Además, que no quiero
recibir año nuevo acá en Colombia. Me las quiero llevar para distraerlas, y
digamos que aferrarnos a otras energías divinas.
Lo miro y le sonrío forzadamente. Tomo más coca cola. La verdad, es que
comienzo a sentirme incómoda y quiero irme a mi casa.
*
Soy suficientemente adulto como para darme cuenta, que es totalmente
ridículo establecer una relación con una mujer tan joven.
Sé que a ella le gustaría que la bese, y que, de aquí en adelante, sea incapaz
de dejarla ir. Pero he optado por hacerle caso a mi resistencia; ¡Dios mío!,
Patricia me ha trastornado, una cosa es lo que digo y otra cosa es lo que siento.
Para qué negarlo, yo la quiero; de repente siento que estoy dispuesto a
cualquier cosa por ella, y luego, percibo mi situación actual, y la gran
diferencia generacional que tenemos. Eso pienso, mientras camino hacia el
baño del restaurante. Patricia, hace poco menos de un minuto que se dirigió
para allá.
Ahora vuelvo a verla, está saliendo del baño, tranca la puerta y se queda
viéndome. No quiero pasarme de la raya, pero por más que quiera, no puedo
evitarlo. La miro, imaginando la expresión de placer, que tiene cuando la beso
en mis sueños. He actuado bajo la convicción de pasar la página, y en este
momento, en este preciso momento, lo único que quiero, es estar en contacto
con ella.
Patricia me sonríe ampliamente, toda la intención de disimular sus deseos
hacia a mí, desaparecen. Se siente más ligera, y se acaricia su alargado cuello,
con la yema de sus dedos. Abre un poco su boca, medio deja salir su lengua
hasta humedecer sus labios. Sonríe para mí, y por un breve instante, cierra sus
ojos, exhalando un suspiro de pasión, sin tan siquiera estar acariciando su
cuerpo. ¿Pensaría que fui a buscarla?
Su exquisito cuerpo delgado, forma en mí, una oleada de deseo que llega a
mi rostro. Pensar en tan sólo quitarle esa franelilla negra, y besarla, me hacen
perder completamente el control, aún y cuando, comprenda que sería un error
que eso sucedería. Patricia, tiene la cara y el cuello rojo. Tengo la sensación de
que está leyendo mis pensamientos. Se da la espalda y cuando tiene puesta la
mano en la manilla de la puerta, voltea a mirarme, mi corazón se sobresalta;
me mira con unas intensas ganas de besarme. Me quedo un momento inmóvil.
Mirando su esbelta figura, y ya me hago una idea, de lo que pasaría, si abre
esa puerta. Me vio por una vez más, y yo comencé a caminar hacia a ella.
De inmediato, abrió la puerta. Ya no siento que esto sea ilógico, somos
adultos y responsables. Estoy seguro de lo que voy a hacer; y sé, que ella
también. Ahora teniéndola frente a mí, cierro la puerta pasándole el seguro.
Intercambiamos miradas, observaba en ella, la misma expresión de placer
que tenía en mis sueños eróticos. Patricia muy segura de sí, se acercó a mí,
rodeo con sus brazos mi cuello, pegando sus labios a los míos. Puedo sentir su
respiración, su piel cálida, puedo apretar las manos sobre su cadera, pegarla un
poco más a mi pecho. Ella no tarda, e intenta besarme, pero es entonces,
cuando yo me despierto, y me doy la media vuelta.
— Por favor, no se detenga, soy yo, Patricia, su jovencita, la mujer que
usted quiere. Que ahora la tiene aquí, entre sus brazos, queriéndome. ¡Por
favor! ¡No se detenga! Déjeme sentir sus caricias, sus besos…— me abraza
por la cintura, y estando ubicado detrás de ella, despejo sus manos y volteo de
nuevo.
— No Patricia— digo, deteniendo de un sólo golpe cualquier contacto
entre nosotros— esto es una locura, estamos en un baño público, cualquiera
puede venir…
— ¡Vamos a otro lado! Por favor, no se resista — ella viene directo
hacia a mí, y yo me aparto de nuevo.
— Te llevo veinticuatro años — respondo, intentando recuperar mi
respiración. — Los que vamos de salida, no podemos cerrarle la puerta, a los
que apenas entran.
— ¿Y eso que importa? — preguntó con voz desesperada, tratando de
acercarse de nuevo, pero volví a alejarla.
— No está bien Patricia. Los dos sabemos que no está bien— dije,
mirándola directamente a su rostro, que muestra expresión de tristeza y
desilusión.
— No está bien, que cualquier roce, haga que se nos erice el cuerpo. —
dijo con voz suave, mirándome cálidamente.
— No está bien para mis hijas y no es justo para ti. Yo todavía no
olvido a mi esposita. Y esa es la tristeza que tengo, siento que la vida me la
quito. Siento que la vida me separó de la madre de mis hijas, sin tomar en
cuenta el inmenso amor que siento por ella — respondí con voz perturbadora.
Patty permanece en silencio y luego pregunta:
— ¿Todavía siente que la ama? — me miró con ganas de acariciar mis
labios. Pero no pasó; llevo tiempo soñando con besarla, con hacerla mía.
Muchos de mis pensamientos, están en contra de que la ame. No puedo faltarle
el respeto a la memoria de mi esposa. Patricia no ha sido un error en mi vida,
yo la quiero, por eso me duele. ¿Por qué?, porque me tengo que sentir
confundido, será por la tristeza que no es buena consejera. No puedo
corresponderle, ahora mismo yo estoy frente a Patty con una reja de por
medio. Lo mejor es que me libre de este sentimiento para siempre.
— Si — dije en voz alta. — Todavía la amo.
La he dejado en su casa, estoy consciente de que actué, como si esa salida
fuese la cosa más normal del mundo. Le di las gracias por su compañía, y
seguí mi camino. ¡Cincuenta años! Es lo que pienso mientras conduzco en
moto hacia mi casa. ¡Patricia tiene la edad de mi hija! Y mi esposa, mi esposa
es y seguirá siendo la única mujer que he amado, y amaré el resto de mi vida.
Todos estos pensamientos, suenan como si estuviese viviendo un momento
histórico, pero, para los que han amado, y perdido a su gran amor, es muy
difícil permitirse, amar después de amar.
Estoy de nuevo viajando en un tren, que se direcciona hacia la estación de
mi resistencia; me siento confundido, entiendo perfectamente lo que pasó en
esta salida, pero en estos momentos siento que soy incapaz de explicarlo.
Cuando vi a Patricia por primera vez, quedé impactado con su belleza, tuve
una conexión especial con ella desde que comenzamos a compartir, eso lo
supe, desde la primera vez que empezó a importarme como mujer. A veces, he
llegado a pensar que es como si tuviésemos que habernos encontrado, es como
si la vida me la hubiese traído hasta donde yo estaba.
Mientras sigo conduciendo hacia mi casa, trato poco a poco de recuperar
mi ánimo, y no sentirme culpable por la experiencia que acabo de tener.
De repente una escena de mi pasado, recobró importancia y recordé una
conversación profunda e intensa, que tuve con mi esposita.
— Cielo, ¿qué haces? — le pregunté al verla sentada frente al
escritorio, con su portátil encendido— mejor dicho, ¿qué estás escribiendo? —
me senté frente a ella. Al verme, cerró el portátil y me miró sonrientemente.
Las quimioterapias ya habían comenzado y lucía, poco cabello.
— Poco a poco me estoy recuperando de esta experiencia— me
extendió sus brazos y me agarró de las manos. Yo las aprieto con fuerza y las
acaricio. Sentí sus manos frías, muy frías.
— Creo que jamás podría explicar, lo que el cáncer ha significado en mi
vida— la percibí muy movilizada. Decidí escucharla y no interrumpirla.
— Hoy vi una señora en el hospital que esperaba por tratamiento, me
comentó, que el cáncer es como un arma que lanza balas, que no sólo destruye
el alma de quien lo padece, sino también el alma de las personas que te
quieren. Yo sonriendo, le respondí, qué, el amor puede salvarlo todo. Le
expliqué que actualmente miles de personas enfrentan esta enfermedad como
una experiencia que nos hace abrir los ojos y darnos cuenta, que la paz y el
amor, son los únicos sentimientos que mueven al mundo; que los pequeños
detalles tan suaves, que escasean de ser gigantes, son los que nos hacen soñar
y ser felices. El cáncer, nos permite amar, nacer, sufrir, soñar. Lo que parece
ser un monstruo, se convierte en una invitación a un viaje lleno de energía,
donde jamás puedes aceptar un no como respuesta, ante cualquier propuesta,
gesto o palabra. Sucede, que, cuando no estamos enfermos, cuando tenemos
salud, quizás el cansancio, la rutina, el trabajo, hace que nos perdamos de los
verdaderos detalles de la vida; el ruido de la naturaleza nos parece
insoportable, no percibimos con alegría las nubes a lo largo del cielo, cuando
tenemos experiencias que no son gratas decidimos decir ¡ya basta! Sin
permitimos llegar, tal si vez, si llegamos, podemos cambiar de idea. Tomamos
nuestro desayuno en silencio, conectados con la tecnología, olvidándonos, de
que ese, es un momento bendito, que sirve para conectarnos con nuestros seres
queridos sintiendo el verdadero significado de estar vivos. Las pequeñas
ciudades, los bosques pequeños, lo percibimos tan simple. En ocasiones, hasta
vivimos con inmensos sentimientos de culpa. Sentimos presión, a veces, nadie
se entusiasma con frases optimistas. En fin, el cáncer me ha enseñado, que
debemos aprender a disfrutar de la vida — me quedé en silencio, viéndola
fijamente y permití que ella continuara hablando — voy a escribir todos los
días una reflexión, y la colocaré en el espejo del baño — ella se sonríe — es
el primer lugar al que, acudimos al despertarnos. Lo único que pretendo, es
que mis hijas y tú, lean frases reflexivas y agradezcan por estar aquí, viviendo
esta maravillosa vida.
— Hagámoslo. Yo quiero empezar. ¿Dónde está el papel?
Vittoria me entregó un papel, de inmediato escribí algo en inglés y se lo
entregué.
— Fírmalo— me respondió sonriéndome.
— Vale— le sonreí, y coloqué mi firma.
— Léelo por favor.
— No se preocupe, sea feliz.
— Añade por favor: todos los días.
Le sonreí nuevamente y a un lado de la frase escribí lo que ella me pidió.
— Bueno, listo. Acá tenemos nuestra primera reflexión.
— Gracias por acompañarme — me agarró de las manos y me lanzó un
besito en el aire, que fue devuelto por mí.
*
Maurizio está en una etapa de resistencia muy grande. Eso pienso mientras
estoy sentada en la pequeña mesa del comedor del apartamento tipo estudio
donde vivo. No debería sorprenderme su actitud, incluso muy dentro de mí, ya
me lo esperaba. Ya no tengo ninguna ilusión; lo mejor es que continúe mi vida
y me olvide de todo esto, que no tiene ningún sentido. No tengo nada que
buscar en él. Ya él amó y por lo visto, no pretende volver a abrirse a amar a
alguien más. Lo mejor es que siga enfocada en mí, aprendiendo cosas nuevas,
conociendo nuevas personas y con eso bastará. A partir de hoy, voy a optar por
seguir adelante, decidir y nunca desistir.
CAPÍTULO 7
LA RESISTENCIA DE MAURIZIO
CAPÍTULO 8
LA DESPEDIDA.
CAPÍTULO 9
1 AÑO DESPUÉS.
Estoy cansando. En este país hace demasiado calor, siento que tengo el
cuerpo cubierto de sudor. Pienso en mi aspecto, realmente no me gusta lucir
un traje sin corbata, pero el calor es tan desagradable que preferí obviarla, sólo
por esta ocasión, a la vez considero que estoy pensando de manera muy
superficial, como si fuese camino a una reunión para lucir mi ropa.
El ascensor se abre, y camino en dirección a las escaleras eléctricas,
cuando estoy a punto de bajar, escucho que me llaman.
— ¡Maurizio!
Volteo, es Fran. Lo miro, me le acerco, nos abrazamos y nos damos ambos
unas palmadas en los hombros.
—¿Qué dice el parce?
— Yo le voy a decir una vaina, desde el fondo de mi corazón: en este
país, lo que hace es un calor hijo de puta. Ni la corbatica me la pude poner. Ya
quiero coger un avión e irme a Costa Rica.
— Coño chamo, tu eres una vaina seria vale— me mira y se ríe. —
Tampoco exageres. Hace calor, pero tampoco es una vaina que tú digas…
coño si, el calorsote. — esto último lo dice haciéndose el chistoso y con
peculiar acento venezolano.
— Hermano, yo vengo de Costa Rica, un país con un clima tan fresco y
aterrizo en este infierno. Es que definitivamente, yo no sé quién me mandó a
mí, a aceptar este trabajo. Es más, vámonos de una vez para el salón donde
voy a dictar la conferencia. Que imagínese, que yo que soy poco amigo de los
aires acondicionados, deseo estar en un sitio con aire, de una buena vez y por
todas. Así será el calor que tengo.
—Cuanto amargue vale. —Fran se ríe. — Sígueme, la vaina es por aquí.
Cuando estaba en Colombia, me ofrecieron liderar un banco de renombre
en Costa Rica, un tico había leído unos de mis libros y quedó fascinado. Este
no tenía nada que ver con neurociencia, ni mucho menos con felicidad, fue un
pequeño libro que escribí en inglés sobre ingeniería en informática. A causa de
mi formación universitaria, confiaron en mí y me llamaron para ser parte de
esta compañía. No lo pensé mucho y me traje a mis hijas conmigo, a un país
donde su eslogan dice “pura vida”. Por suerte y a Dios gracias, mis hijas se
han adaptado muy bien al estilo de vida que acá se vive. Es un país pequeño,
tranquilo, y el clima, es similar al de Bogotá. Cuando pisamos suelo
costarricense, pudimos ver las montañas, y sentir el viento tan fuerte que hace
acá. En las noches, empezaba a hacer frío, pero mis hijas no parecían estar
preocupadas por ese detalle, contrario a esto, disfrutan de este clima.
Con dos meses de trabajo, conseguí dar la inicial para una casa, en una
zona bastante bonita de la ciudad, específicamente en Escazú. Lo que más me
gusta, es el ventanal con vista a la montaña y lo que más enamoró a mis hijas,
fue su moderna arquitectura, con terraza y una gran piscina con vista al mar.
En cuanto al auto, por ahora tengo uno usado, pero espero en los próximos
meses ya poder hacer las gestiones para comprar uno de agencia. Después de
tener un Ferrari, te vuelves un poco exquisito con el tema de los carros.
Estoy a pocas horas de Costa Rica, ahora mismo voy a dar una conferencia
sobre seguridad de la información a unos empleados de un banco de República
Dominicana, país en el que me encuentro. He llegado a la sala de junta.
Observo a todos los empleados y los saludo cordialmente. Algunos me
conocen. Otros, no tienen idea de quién soy.
— Un placer— el chico de lentes me saluda con bastante estima. Me
cae bien este tipo. Me recuerda a mí cuando tenía su edad. Se sonríe y me
dice. — Crack entre los crack.
— Muchas gracias. ¿Cuál es su nombre? — le pregunto con bastante
firmeza.
— Alfredo Toscano.
— ¿Venezolano? — le pregunto algo que es obvio. Pero… Toscano,
Toscano es el apellido de Patricia. De inmediato me armo una novela en la
cabeza. No puede ser que sean familia.
— Si. Venezolano.
—¿De qué parte de Venezuela eres? — pregunto con algo de ansiedad.
—Valencia, Estado Carabobo.
— ¡De Valencia! — exclamo un poco asombrado. No dudo mucho en
preguntar y lo hago. — Por casualidad usted, ¿será familia de Patricia
Toscano?
— ¡Claro vale! — Alfredo se ríe. — Que pequeño es el mundo, ella es
mi…
— ¡Maurizio! — Oscar el gerente del banco para el cual ofreceré la
conferencia, se me acerca de una manera bastante familiar y me abraza.
Tendrá unos cinco años menos que yo.
— ¡Oscar! — respondo sonriéndole. Por un momento considero que lo
detesto. Alfredo se retira y me quedo con él.
— ¡Qué bueno tenerte en Santo Domingo! No te imaginas, es para
nosotros un placer, un privilegio que tú estés aquí. — Oscar me abraza de
nuevo. Me da como dos o tres palmadas en la espalda y yo sonrío
forzadamente.
— Muchas gracias— respondo con la misma sonrisa forzada en mi
rostro. Ya no quiero que me sigan elogiando. Lo único que quiero es saber que
parentesco tiene Alfredo con Patricia. Lo busco a él, con la mirada. Lo
consigo, ver sentado en uno de los últimos puestos, debo estar al pendiente de
él apenas termine la conferencia.
— ¿Qué tal República Dominicana? — Oscar intenta sacarme
conversación, pero yo realmente no quiero hablar. No tengo ánimo. Sigo
teniendo el mismo calor insoportable y no siento que en este salón haya aire.
— Muy bonito. Chévere, todo muy bien. — respondo sonriendo.
— Sólo hace un poquito de calor. Pero por lo demás, maravilloso este
país.
— Si, un poquito. — respondo sonriendo forzadamente. — Sólo un
poquito de calor no más.
*
Cuando finalizó la conferencia, se me acercaron muchas personas, entre
conversación y conversación, perdí la pista de Alfredo. Intenté buscarlo con la
mirada, buscar en los alrededores del salón, pero no estaba. No me podía
controlar, en este momento estoy reunido con unos gerentes que me indican
información importante, pero toda mi energía está enfocada en saber de
Patricia. ¿Vivirá en República Dominicana o seguirá en Venezuela?
Siento una inmensa curiosidad. Intenté cortar la conversación con estas
personas, pero hubo un colega que me lo impidió con mucha ética. Entonces
sentí que debía quedarme, el hombre quería hablarme sobre uno de mis libros
que al parecer había leído. Luego aparecieron dos jóvenes más, y me
empezaron a interrogar sobre el tema que acababa de exponer, la seguridad de
la información en las empresas. Observé mi reloj, me di cuenta que llevaba
aproximadamente ya treinta minutos conversando, cuando yo lo que quiero es
irme. Alguien comentó que es hora de almuerzo, y aproveché ese momento,
para dar la espalda y retirarme.
Comencé a buscar a Oscar. Mientras camino, me paso la mano por el
cabello, evitando exteriorizar la ansiedad que sigo sintiendo. Oscar camina en
dirección contraria, nos conseguimos frente a frente.
— Iba a buscarte Maurizio. Ya estamos por irnos a almorzar. — se situó
a mi lado y continuamos caminando.
— Muchas gracias. Yo también estaba por buscarte. Oscar, quiero
preguntarte algo. — me acomodo el traje y continuamos caminando.
— Si, dime.
— Ese jovencito, Alfredo, ¿de qué universidad es?
— De la Universidad Central de Venezuela. No sé si la habrás
escuchado. Excelente estudiante, fue mi alumno. Un poco caído de la mata, si
es. Pero muy buen estudiante, y gran trabajador— no entiendo qué quiere
decir con esa frase “caído de la mata”.
— ¿Caído de la mata? — pregunto, con duda.
— Si pues. O sea que es medio quedado.
— ¿Quedado? — subo las cejas y sigo entender.
— O sea, que no se arriesga para los negocios. Para la mente que tiene,
es para ya haberse independizado. Es un diamante en bruto. Sabe muchísimo.
Yo me lo traje de Venezuela para acá para Dominicana, ese muchacho es un
buen elemento.
— ¿Y acá vive solo?
— No vale. Él es casado. Vive con la esposa, aunque recientemente
llegó la hermana.
Yo me aclaro la garganta. Por lo visto Patricia vive en República
Dominicana.
— ¿Ella, también es ingeniero? — pregunto haciéndome pasar por un
desconocido que no sabe nada.
— No. Es médico, y trabaja en un colegio, asistiendo a una pediatría. Es
un jardín infantil. Yo la ayudé a conseguir ese empleo.
— ¡Wow!, que interesante — respondo sonriendo forzadamente. Y es
cuando pienso, «Ay Patricia, la tengo tan cerquita y la a vez tan lejos. La
mejor manera de prepararse para un posible encuentro es tener las ganas de
enfrentarlo».
Oscar continúa hablándome sobre sus proyectos en Dominicana, pero
estoy tan concentrado en los recuerdos con Patricia, que me cuesta entender
sus planes.
Patty está afuera, en camisa color rosa y falda larga azul marino. Me
acerco a ella. Había olvidado que hoy es su cumpleaños y minutos antes,
llegué a la oficina saludándola de forma cordial, fueron minutos más tarde,
que recordé la fecha.
— Recuerdas lo que te conté hace unos días, ¿verdad? Mis hijas están
convencidas de que tengo mala memoria, que soy un gran profesional y que
mi estructura y orden han sido el secreto de los logros obtenidos. Una vez, una
profesora en el colegio, le comentó a mi madre: “Antonucci es muy seguro,
pero muy olvidadizo”. Ese es el secreto por el cual domino la técnica de la
planeación. Ahora si me entiendes, ¿cierto?
Patty me sonríe.
—Claro, claro que lo entiendo.
— No es verdad. Nadie me convencerá de lo contrario, estas molesta,
muy molesta porque no te he felicitado. Es momento de rescatar este descuido.
Cuando leí tu estado en WhatsApp, recordé que hoy es un día especial.
Seguramente muchos te están homenajeando.
Ella me sonríe mostrando su dentadura, se sonroja. Me mira con ternura.
— Feliz cumpleaños Patricia. De mi parte y de mi amada familia.
Espero que tengas un bonito día, lleno de muchas bendiciones y que sigas ese
camino hacia la felicidad.
— Gracias jefe. Muchas gracias.
Tengo ganas de decirle: que quiero invitarla a almorzar. Definitivamente
siento mucha ternura por esta jovencita.
—¿Planes para hoy?
— La doctora Mónica me invito a almorzar, pero quería saber si usted
me da permiso, porque con ella estoy libre, pero con usted, no lo sé— dijo,
sonriéndose.
—Ni más faltaba. Claro que sí, disfruta tu día. Tienes la tarde libre— Le
sonrío y me volteo dispuesto a entrar a la oficina. Pero ella me lo impide.
— ¡Jefe!
Escucho que me llama y me volteé hacia ella. La observo de pie, luce tan
hermosa.
— En la tarde voy a estar sola. No sé si quiera acompañarme.
Veo su cuello tonarse rojo, entiendo que la petición que me hace la pone
nerviosa, y sienta miedo de escuchar mi respuesta. Cuando estoy dispuesto a
sacarla de dudas, ella inmediatamente sigue hablando.
— Me gustaría mucho contarle lo que voy a tratar de hacer con el
diseño de la página web de disruptive, y quizá hablarles de algunos otros
artículos que he escrito sobre neurociencia y medicina. Como ha estado tan
ocupado estos días, no hemos podido entablar esas buenas conversaciones de
mucho contenido y aprendizaje.
— A mí me gustaría mucho que te olvidarás por hoy del trabajo, y
disfrutes, este día tan especial. ¿Qué te gustaría hacer?
— Bueno, le va a parecer algo muy loco esto que le voy a decir, pero…
— ella se sonríe y se toca el cabello— la verdad es que a mí me encantaría ir a
un parque de atracciones y montarme en la montaña rusa, comer algodón de
azúcar, correr súper rápido— ella se ríe a carcajada. Yo la miro con ternura—
me encantaría hacer algo como extremo y estuve pensando en eso.
— Chévere. — Le respondo muy sonriente. — Disfruta tu almuerzo
con Mónica y cuando regreses a la oficina, me escribes y vamos a ese parque
de atracciones. Al que más te guste, ¿vale?
— ¿En serio?, de verdad, ¿me va a llevar?
— Es tu cumpleaños, ¿cierto?
— Sí, claro, es mi cumpleaños. — Ella me sonríe una vez.
—Bueno, listo. Ahora nos vemos.
Regreso a mi realidad, ahora mismo estoy con Oscar en su oficina, me
propone unos proyectos que puedo manejar a distancia porque vuelvo el fin de
semana a Costa Rica, me interesa la propuesta, pero debo estudiarla. Él recibe
una llamada que interrumpe la conversación, y yo de nuevo hago un trato con
mis recuerdos, despejo mi mente y me conecto con el pasado.
Logro ver la alegría de Patty, está muy feliz.
— Ahí está súper jefe. Ahí está la montaña rusa. — ella la señala
sonrientemente, feliz y complacida. Se ve tan hermosa. Voltea a verme y me
sonríe. — ¿Vamos?
La miro con deseo.
— Sólo si me prometes, que te vas a montar conmigo en los carritos
chocones.
— ¿Y si no quiero? — me mira de forma traviesa.
— Estaré muy triste. — Le respondo haciendo puchero.
Ella se sonroja.
— Bueno, vamos a montarnos en la montaña rusa y luego vamos por
los carritos chocones. ¿Si va?
— Si va. — Le respondo tratando de imitar su peculiar acento.
— Vamos— me toma de la mano, sin pena, sin pudor. Yo la aprieto con
fuerza, tratando de disfrutar ese pequeño tacto. Ella corre y yo le sigo el paso.
— Corres rápido.
— ¡Vamos súper jefe! — me extiende el brazo, mientras me toma de la
mano. Voy detrás de ella.
— Sin prisa, pero sin pausa cumpleañera. — Me rio a carcajadas,
mientras corremos hacia la atracción. Al llegar y montarnos, le pregunto. —
¿Hay algo que te gustaría hacer antes de iniciar este tormentoso viaje? — la
miro de forma picara.
— Todo lo que necesito en este momento, es un abrazo. — Ella me
sonríe.
Le acaricio sus cabellos.
— Te prometo que, al bajarnos de acá, nos daremos ese abrazo.
— Bueno, entonces, regáleme un besito aquí. — se señala su mejilla.
De nuevo la miro de manera picara.
— Mmmm — le sonrío entre labios.
— Por fa, es mi cumpleaños. — Me mira sonrientemente. — Ande vale,
regáleme un besito.
— Está bien cumpleañera. Me convenciste. — Le sonrío de nuevo y me
acerco a su mejilla. Siento su olor, su piel suave, como tiembla al sentirme tan
cerca; le beso la mejilla de manera rápida, cuidando el tacto. De nuevo pienso
que debo ser cuidadoso— ¡Listo! — le respondo con una sonrisa.
— Ahora si puedo andar por la montaña rusa en sana paz.
Al bajarnos de la atracción, me di cuenta, que mi tensión había cambiado
por completo, durante todo el viaje en la montaña rusa mantuve los ojos
cerrados y a veces los abría y la veía a ella felizmente gritando, con los brazos
abiertos; Patty deja de hablarme sobre esta experiencia extrema, me toma del
brazo y comienza a guiarme hacia los carritos chocones.
— ¡Venga conmigo!
No tengo tiempo de responder nada. Comienzo a correr en traje y corbata
junto a ella por el parque. Patty está muy feliz, y mi corazón siento que está
disparando felicidad.
— ¡Vamos súper jefe! A los carritos chocones.
Segundos después, estamos cada uno montado en un carrito. Patty desde su
auto me saca la lengua, y yo le sonrío tiernamente. Me siento como un
jovencito de su edad. Muchos chicos me miran mi ropa formal, seguro se
estarán preguntando qué hace un hombre de traje y corbata en un parque de
atracciones. Pero luego, considero que no debe importarme nada y tengo que
seguir mi pensamiento, no preocuparme y ser feliz.
Patty arranca en su auto y yo freno frente a ella.
— Esta presa señorita.
— Eso cree usted.
Yo le guiño el ojo y me desvío, pero nuevamente Patty reaparece, sin decir
nada, me pela sus ojos, pero yo no tengo tiempo de perder, me desvío
nuevamente y cojo otra dirección hasta chocarla de nuevo. En ese momento,
no somos jefe y empleada, sólo somos dos personas que están en búsqueda de
su felicidad, la cual no siempre es transparente, como quizá debería de ser. A
pesar de que la formalidad del trabajo fue lo que nos unió, la única razón que
tuve para aceptar este encuentro, fue esta empatía que tengo con ella, esta
conexión que me hace querer verla todos los días, esa capacidad que tiene ella
de hacerme reír y olvidarme por un momento de lo dura que se convirtió mi
vida, después del fallecimiento de mi esposa. Acepto que trato de mover con
toda fuerza cualquier pensamiento amoroso, por respeto a mis hijas y por
evitar cualquier malentendido, y desde ahí es que mantengo mi código
conductual de ser rígido y estructurado, cuando observo en ella, sus
intenciones de revelar sus sentimientos.
— ¡Naguará! Siento que necesito un vaso de refresco inmenso. —
Patricia vuelve a reírse. — La pasé súper genial en los carritos chocones.
Hacía años que no me montaba en uno de esos.
— Entonces, es preciso ir ahorita por un refresco. ¿Cierto?
— Si. Me muero de sed. — Ella se mueve su melena ensortijada a un
lado y me sonríe. Sus mejillas están coloradas. — Quiero decirle algo, sin que
me quede nada por dentro. ¿Me autoriza?
— Claro, dime. —Le sonrío tiernamente y enseguida escucho mis
pensamientos, que me dicen, «te va a confesar algo desde el amor.»
— Me encanta compartir con usted. Me gustaría mucho que siempre
estemos así, riéndonos, pasándola bien. A mí no me da miedo estar tan
cerquita de usted. Con usted, me siento en paz, relajada, me siento como en
casa. — Me sonríe de nuevo. Me mira fijamente, sus ojos se tornan más
claros, y su cuello vuelve a tornarse rojo. — Jefe, cuando lo tengo cerca me
siento muy protegida.
Yo meto mis manos en los bolsillos del pantalón de vestir color negro; me
detengo a observarla fijamente y nuevamente caigo en cuenta, de que es un
jovencita hermosa, brillante e inteligente. Reconozco que nunca he llegado al
fin con ella o más bien al punto de explicarle que entre nosotros nunca podrá
existir nada, porque siempre que quiero decírselo, me detengo y no lo hago,
porque sé que todo lo que necesito en este momento de mi vida, es su
compañía. Patty me transmite una energía extraña, en momentos como este, la
veo como una mujer joven y bonita, pero en ocasiones, la miro y es como ver
a una hija.
— Patricia valoro mucho tu cariño. Muchas gracias. Tú también eres
una persona muy especial para mí. Te aprecio, te respeto y estimo mucho.
Percibo que ella sonríe forzadamente y mira hacia los lados, no era esa la
respuesta esperada. O al menos, no es la respuesta que quiere escuchar. Pero
insisto, en que no debo decir nada.
— Bueno, vamos por el refresco— camino delante de ella. Pero me
toma del brazo y me dice:
— Se está olvidando de algo que quedó en darme cuando nos
montamos en la montaña rusa. ¿Recuerda?, es un abrazo. -
Me volteo y de nuevo estoy frente a ella.
— Por favor, hágalo ahora. Abráceme — me sonríe de forma tierna.
La miro con ternura y pienso que me he dado la oportunidad de pasar una
tarde maravillosa con ella, el escenario lo permite todo, es como que si yo en
lugar de ser su jefe, fuese un ladrón que aprovecha esta ruta, que se robó este
espacio para hacer cosas bellas al lado de una mujer que me cautiva todos los
días, que hace de mi oficina un lugar cálido, donde soy feliz. Quiero regalarle
a Patricia no sólo este abrazo, sino muchísimos momentos más de amor y
demostrarle que todavía soy joven, esto es lo que me grita mi corazón. Pero mi
mente, me señala constantemente, que una relación entre nosotros, no
beneficiaría a nadie, causaría daño a mis hijas, podría causarle daño a ella y
eso no me lo podría perdonar. Patty es una jovencita extraordinaria,
inteligente, talentosa, eso pienso como su jefe; como hombre, Patricia es la
mujer que deseo y quiero sólo para mí. Pero no es solamente el duelo por la
muerte de Vittoria, que aún no he finalizado de sanar, es también esta
diferencia generacional que tenemos, le llevo veinticuatro años y cuando hay
tantos años de por medio, tal vez es mejor fingir, quizá es mejor entender que
todo esto, es una locura que no puede ocurrir por el bien de todos, pero en
especial por el de ella.
Con mucha nostalgia, la abrazo, acaricio sus cabellos ensortijados y me
permito disfrutar este gesto, que significa tanto para mí y percibo que para
Patricia simboliza lo mismo; ella recuesta su cabeza en mi pecho, suspira una,
dos, o tres veces, siento que no tiene miedo de tenerme cerca, siento que
quiere ir más allá; me abraza más fuerte, como si no me quisiera dejar ir, como
si aquel acto no quisiera que acabara nunca.
— Una vez leí, que cada vez que abrazamos a alguien con muchas
ganas, obtenemos más dosis de felicidad. — Le acaricio sus cabellos, le hablo
pausadamente, con esa voz que en ocasiones me había comentado que la
asocia con la de un profesor de primaria.
— Súper jefe, no sé si sea la única vez que esto ocurra — aun
abrazándome con más fuerzas, continua— pero le diré algo, este abrazo para
mi simboliza el universo, que en este momento se expande para encender luz,
mucha luz. Siento paz en mi alma y en mi corazón. Gracias. Muchas gracias.
— Me abraza con más fuerza. Sin embargo, yo insisto en continuar un trato
con la resistencia.
—Vámonos. Ahora quiero mostrarte otro lugar. — Le doy un pequeño
pero rápido beso en su cabello y delicadamente la despejo de mí. Mantengo la
calma y confío en mis acciones.
Oscar ha colgado la llamada, de nuevo lo tengo frente a mí; esta vez usa
sus influencias, el hombre tiene labia y desea que yo forme parte de su nuevo
proyecto. Veremos qué pasa.
— Bueno ahí te la dejo. Por ahora, vayamos a almorzar. Alfredo irá con
nosotros. Me interesa ponerlo en contacto contigo, por cierto, él estará en el
proyecto del banco.
— Me parece excelente. Aún no lo conozco con tanta exactitud, pero,
de entrada, me pareció un joven bastante responsable.
— Tienes todo el almuerzo para ponerlo a prueba.
— Es bueno saberlo. — Le sonrío con firmeza.
*
La deliciosa pizzería que he frecuentado desde que vivo en República
Dominicana, pasa a partir de hoy a formar parte de uno de los restaurantes de
comida rápida que más me gusta. La última vez que había estado aquí, fue
para celebrar que tengo nuevo trabajo como asistente médico de una pediatra,
hace ya cuatro semanas.
En esta pizzería trabaja Alex, un ex compañero de la universidad, un
venezolano más que guindaba su título de médico, para trabajar como mesero.
Siempre que voy a la pizzería, entablamos conversaciones rápidas sobre
psicología, o de los duelos emocionales que tiene un inmigrante. La
conversación que en ese momento tenía con Alex, fue interrumpida por el
sonido de mi celular.
— ¿Cuál vas a ordenar?
— La de siempre mi pana. — respondo sonriéndole y sacando mi
celular de la cartera. Veo el nombre de mi hermano en la pantalla y atiendo. —
Alfre, ¿Todo bien?
— Patty ¿Dónde estás?
— Estoy comprándome una pizza y me la llevo a la casa. ¿Por qué?
— Estoy ahora mismo en un almuerzo de trabajo. Pero tengo una
reunión con Oscar y otro colega, será en la casa. Tú podrías por favor
ayudarme a preparar algo para picar.
— Perfecto.
— Chévere. Gracias. Nos vemos ahora.
— Seguro.
Lo único que realmente es urgente ahora para mí, es comerme la pizza,
pues tengo un hambre que me está matando. Alfredo, mi hermano, tiene un
mes viviendo conmigo, su esposa está en Venezuela visitando a la familia y
llevando a mi sobrino Nick, a ver sus abuelitos. Durante casi dos meses, mi
hermano y yo convivimos juntos, la verdad es muy agradable vivir con él.
Sumamente tranquilo y muy empático.
Alex ha vuelto y me entrega la pizza, le doy las gracias y me despido.
En menos de unos diez minutos, me encuentro en el apartamento. Hoy he
recibido varias historias clínicas, que debo chequear. Así, que, lo primero que
hago es colocar la carpeta verde que tengo desde que viví en Colombia, en la
mesa del comedor. Abro la nevera, veo que puedo cocinar, pienso en hacerles
unos tequeños, sí, es una opción muy acertada, al final ya almorzaron y sólo
debo prepararles algo para picar. Saco el paquete del congelador y lo pongo a
descongelar unos minutos. Mientras esto sucede, me voy a la mesa, me como
un trozo de pizza y comienzo a leer las historias de vida de varios pacienticos.
Pero no me da tiempo, el teléfono vuelve a sonar.
— Dime Alfredo.
— Estoy llegando.
— Si, ya puse los tequeños a descongelar. Apenas lleguen los preparo,
así se los comen calientitos. ¿Viene mucha gente?
— No. Sólo Oscar y el jefe.
— ¿Y tú jefe no es Oscar? — pregunto algo desconcertada.
— Ahora tengo otro. Al llegar lo conocerás. Es un gran tipo.
— Vale. Chévere.
Todo llega en el momento perfecto y correcto. Esto pienso mientras
disfruto del agua fría, que recorre todo mi cuerpo; conectarme conmigo misma
y disfrutar de mi soledad, ha sido un proceso maravilloso, del cual he
aprendido que las cosas en mi vida son totalmente excelentes, por no decir
perfectas, ya que nacemos imperfectos. El amor para mí, es una fuerza, que en
ocasiones nos deja perdidos y confusos. Yo hacía un año que no me
enamoraba. Hacía mucho que no me fijaba en alguien, porque estaba
completamente centrada en mí. Con Maurizio, soñé vivir el amor, pero no se
tuvo el valor de enfrentarlo, y yo no pude seguir conviviendo con él, yo sé que
lo ideal no era que me fuese de la empresa, pero estar reunida con él todos los
días, me iba a reforzar a buscar hechos para estar juntos, hechos que no
encajaban en la manera tan estructurada que él tuvo de ver la realidad.
Como hago todos los jueves, me exfolio el cuerpo con café, es delicioso.
Siento que la piel me queda suavecita. Sólo tengo unos cinco minutos para
refrescarme en el agua, viviendo en este país donde los servicios son costosos,
no puedo darme el lujo de durar una hora en la regadera.
*
— ¿Dónde está Patricia?
Es la primera pregunta que me hago al entrar al pequeño apartamento de
Alfredo. Parece que el destino me trajo hasta este país para reencontrarme con
su entusiasmo y su juventud.
— ¿Un refresquito? — pregunta Alfredo de manera muy amable. Oscar
dice que sí y yo opto por no tomar nada. Me siento el sofá y empezamos a
entablar los tres una conversación. — Su libro me ayudó muchísimo para mi
tesis de ingeniero.
Alfredo me habla con mucho respeto.
— Alfredo, me puedes tutear hombre. Estamos en confianza — le
respondo tratando de familiarizarlo conmigo.
—Y este que escribiste de neurociencia y felicidad, ¿de qué año es?
—2013. Me dispuse a escribirlo recién acabando mi segundo postgrado, el
cual hice en la Universidad Javeriana. — respondo algo cortante. Estoy algo
ido, me paso la mano por el cabello y sonrío forzadamente.
—Interesante no, esto de escribir libros. — Oscar mueve la cabeza como
convenciéndose así mismo de que sí, en efecto, es muy interesante escribir.
— Bastante. — Alfredo pela los ojos.
—Si. Muy interesante. — Sonrió forzadamente.
Recordé a Patricia, diciendo cosas interesantes de mí cada vez que la
presentaba como mi mano derecha, ante mis equipos de trabajo. Fue ella la
que, en una oportunidad, me dio la idea de reunirme con mis equipos de
proyectos, una vez por semana. Ella llegó a considerar algo muy similar a lo
que yo pienso, lo más importante es hablar y escuchar las ideas de los demás,
cosa que la gente ya no hace. La juventud actual, va al cine, teatro, televisión,
escuchan la radio, ven el teléfono, pero no se comunican. Si el mundo se
quiere cambiar, tenemos que volver a la época en donde nos conectábamos
con las personas, esa época en donde no existían estos aparatos electrónicos
que cada día nos mantienen más distantes y ausentes de todo. Me sucede con
mis hijas, a veces les estoy hablando y concentran su mirada en el celular,
cuando quiero que me den feedback, y les hago una pregunta inteligente sobre
lo que minutos antes les había conversado, suben sus cejas y preguntan
“¿cómo así, pa?”, respiro profundo, cotidianamente termino diciéndoles lo
mismo, «hablar con ustedes es hablarle a la pared»; porque definitivamente,
nunca me escuchan por estar al pendiente del bendito teléfono.
Poco a poco la conversación fluye más, aunque para mí es inevitable no
regresar al pasado. Al momento en que Patricia entró por primera vez a mi
oficina, y desde ese día por cobarde, la escondí en lo más profundo de mi
resistencia. La conversación continúa, pero es interrumpida por el sonido de
una puerta que cierran muy fuerte, sentimos unos pasos. Yo me arreglo el
traje, aprieto los labios, prefiero calmarme y esperar verla.
— Buenas tardes.
¡Dios mío! La tengo frente a mí, está mucho más guapa que antes, y su
espontánea apariencia, le irradia una poderosa energía. De inmediato me
adentro a su belleza, inicio entonces un viaje a través de mis ojos por todo su
cuerpo; voy hacia su fina cintura, que se distingue perfectamente ante su
franela de tiras color azul claro pegada a su abdomen. Puedo oler su perfume
con aroma a flores, que me reforzó a excitarme todas las veces que la tuve
cerca. Me resulta emocionante estar viéndola, recuerdo lo mucho que me
encantaba ver como su cuello se tornaba rojizo, sobre todo cuando jugábamos
o interactuábamos pícaramente. Lamento tanto no haberme arriesgado a estar
a su lado. Pero en aquel entonces, yo no sabía qué dirección tomar, y lo que
pasó fue lo mejor.
Patty está nerviosa, tiembla y se queda inmóvil, sin decir una sola palabra.
Parece verdaderamente asombrada. ¿Cómo no estarlo?, estoy seguro que no
sabe si hablar o quedarse en silencio. Yo le sonrío, y disfruto de la calidez de
su mirada.
— Hola Oscar. — pronuncia con algo de tensión, tratando de no verme.
— Hola Patty. — Oscar se pone de pie y la saluda con un beso en la
mejilla y un abrazo. Sin embargo, ella se queda estática. — ¡Mujer! ¿Por qué
estás tan caliente?
— No sé — responde ella sonriendo forzadamente. — Mucho calor—
se bate el rebelde cabello que aún sigue conservando.
— Patty, ¿te sientes bien? — Alfredo se pone de pie y se acerca a ella.
— Si. Si claro, estoy bien— ella se esconde unos de sus rulos detrás de
su oreja.
— Estas muy roja. — Le responde Alfredo— ¿Segura que estás bien?
— insiste su hermano, colocando su mano en el hombro de ella— de verdad,
estás muy caliente.
— Es el calor. Claro que estoy bien. — dijo con voz suave, en cualquier
caso, no podía decir nada.
— Ok. Es bueno saberlo. Mira, te presento a mi jefe, Maurizio
Antonucci. — Alfredo me señala, y es un motivo para que ella vuelva a
esquivar su mirada. Estando sentado en el sofá de la sala, me pongo de pie y
camino hacia ellos.
— Ya nos conocemos — la miro muy sonriente. Ella me ve, con mucho
asombro.
— ¿Cómo así? — pregunta Alfredo. — ¿De dónde se conocen?
— Fue mi jefe en Colombia. — responde ella en voz baja y
evadiéndome completamente.
— ¡Naguará! Estuviste trabajando con el autor del libro con el que me
apoyé en mi tesis, y nunca me dijiste nada. — Alfredo se cruza de brazos y se
ríe. Patty lo mira muy seriamente. —Mentira vale, es echando broma; pero,
que pequeño es el mundo. Ahora tu ex jefe, es mi jefe. — Alfredo le sonríe a
Patricia.
— Si, ya veo — responde ella, tratando de disimular su asombro.
— Tu hermana es muy profesional. Excelente doctora — trato de
hacerme el formal.
— Gracias. Y ella está ejerciendo aquí en República Dominicana. Patty,
cuéntale a Maurizio, todo lo que estás haciendo.
— Ay tampoco es para tanto Alfre, sólo estoy ayudando a una pediatra
en un jardín infantil. — Se cruza los brazos.
— Pues ya eso es un éxito. — La veo con orgullo y a la vez de manera
interesante.
— Si. Muchas gracias por … — no sabe si tutearme o tratarme de
usted.
— Tutéame por favor. — Le respondo sonriéndole.
— Gracias. — Ella se sonroja y evita de nuevo verme. — Bueno, yo
voy a prepararles algo para picar. — Se voltea y se va hacia la cocina.
— ¿Y Oscar? — pregunta Alfredo algo desconcertado.
— La verdad es que no tengo idea.
— Aquí estoy. Estaba en el baño— Oscar se sonríe. — ¿Qué tal si
compramos una friitas?
— ¿Unas friitas? — pregunto sin entender a que se refieren.
— Si, unas cervecitas — me responde Oscar animándome a tomar. —
Vamos Alfredo. Aquí mismo en el abasto.
— Pues vamos.
— Yo me quedo. — Respondo sonriendo— me gustaría hablar con
Patricia.
— Chévere ingeniero, está en su casa.
— Muchas gracias Alfredo.
— Ok, entonces vamos a darle que para luego es tarde. — Oscar le da
una palmada a Alfredo y caminan hasta la puerta.
— Patty ya vengo. Maurizio se queda contigo, trátamelo bien por favor.
— Si. — responde algo agitada—vayan tranquilos.
CAPÍTULO 10
EL REENCUENTRO.
CAPÍTULO 11
AMARTE SIN LÍMITES.
CAPÍTULO 12
EL PODER DEL AMOR.
CAPÍTULO 13
AMAR DESPUÉS DE HABER AMADO.
CAPÍTULO 15
EL SENTIDO Y LA MELODÍA DEL AMOR.
CAPÍTULO 16
LA DISTANCIA MÁS LARGA.
CAPÍTULO 18
REVIVIENDO.
Hasta que una mañana me despierto, y me doy cuenta que estoy en un sitio
diferente. A mi tiempo, abro completamente los ojos y consigo ver a mis hijas.
Hago memoria, mi corazón estaba herido, delicado, pero por lo visto, había
logrado recuperarse, y de nuevo me daba la oportunidad, de ver lo hermosa
que es la vida. Respiro profundo, vuelvo a ver a mis hijas, y comprendo que lo
peor ya ha sucedido. Ahora, que estoy acostado en esta cama clínica, hago
consciente mi nueva condición de paciente hospitalizado, y lo que me ha
pasado, recordando la debilidad súbita que sentí a un lado de mi cuerpo, antes
de caer al suelo; miro el reloj de la habitación, son las tres de la tarde, me
siento un poco extraño, tengo mucho frio, mi boca está seca, y mi cuerpo
quiere despejarse de esta cama. Con esa sensación de extrañeza, arrugo el
rostro, y cierro de nuevo los ojos.
Conocí muchas personas que después de haber sufrido un infarto, pasaron
a otra dimensión, pasaron a eso que comúnmente llamamos “muerte”.
Recuerdo, que hace poco tuve la sensación de que me iba, lo sé, porque
recordé que entré a un bosque, y una luz blanca descendió sobre mí, me sentía
perdido, y ahí fue cuando me topé con su presencia. Vittoria, me estaba
esperando.
— No tengas miedo, que todo va a estar bien.
— Vittoria. Nunca te engañé, yo siempre te amé.
— Si, lo sé. Así como sé, que en su momento sufriste mucho, al no
verme a tu lado. Pero luego supiste vivir la vida sin mi presencia, y eso no está
mal. Eso no significa que no me hayas querido.
— Yo no querría que nada de lo que sucedió, hubiera pasado. Todo lo
que esperaba de nosotros, era que envejeciéramos juntos.
— Mi amor, yo estoy muy satisfecha con todo lo sucedido. Siempre me
gustó, que me acompañaras hasta el último suspiro de mi vida. Que hayas
buscado la manera de hacerme feliz, y que te hayas montado en ese barco
conmigo, hasta luchar y luchar. Sé muy bien cuanto te negaste a volver a amar,
sé perfectamente toda la oscuridad que viste, y que no te permitía acercarte al
amor. Yo sé muy bien cuanto sufriste, con la misión que me tocó asumir en
vida. Amor, tú tienes el camino abierto para la felicidad, compañía y amor
hacia a otra persona. No te preocupes por nuestras hijas, yo limpiaré desde acá
sus heridas, tú solo encárgate de bendecirlas, que, desde este hermoso paraíso,
vas a tener mi apoyo. Te voy a dar todas las fuerzas para que enfrentes este
momento, y a partir de ahora, sólo tienes la oportunidad de ser feliz. ¿Confías
en mí?
— ¡Claro cielo! ¡Yo siempre confiaré en ti!
— Entonces no te preocupes y sólo sé feliz. ¿Recuerdas esa frase?
¡Vamos Maurizio! Sé feliz
Vittoria, me sugirió en nuestro encuentro, que me fuera inmediatamente,
agregando a sus palabras, que mañana iba a sentirme mejor.
— Yo estoy en paz. Nuestra relación hace mucho tiempo, que tuvo su
final, y tu felicidad no se trata de lo que nuestras hijas crean que te hará feliz a
ti, se trata de amor. Ama, vive, siente. Yo celebro desde acá, el inicio de este
viaje amoroso que decidiste emprender.
En efecto, la mujer con la que estuve casado por treinta años, decide la
dirección de mi vida, ¡ella quiere que luche por el amor! Por lo cual bastaba de
retrasarlo, debía enfrentar mi relación, no podía pasar el resto de mi vida
investigando sobre la neurociencia. Al final, Patricia estoy seguro que estaría
esperándome, y entonces aceptaría mi decisión de hacerle frente a lo nuestro.
Fiorella me acaricia el cabello, y con una irreconocible cara de angustia,
me pregunta:
— ¿Papá estás bien?
Me quejo un poco de estar en la cama, y trato de moverme. Estoy sujeto a
un catéter en mi mano derecha. Del otro lado, está Camila, con su corte de
pelo amarillo, el vivo rostro de Vittoria; ella se muestra contenta de verme y
me besa la frente.
— ¿Papá, cómo te sientes?
Yo no digo nada, aún sigo respirando, me cuesta poder pronunciar alguna
palabra. Me imagino que es algo normal, llevo dos días pasando noches en
sueño, sin comer, y viviendo cambios importantes en mi cuerpo. Ya mi vida no
sería la misma.
Ya no soy el padre sobreprotector de sus hijas, ahora soy: el papá de
Fiorella y Camila, que atraviesa por una dura prueba de la vida. Cuando
acabara esta hospitalización, Patricia y yo, estaremos juntos, recordando todo
esto como una simple anécdota.
Ahora si quiero hablar.
— Ho…. la — pronuncio muy lentamente, mientras les sonrío.
— ¡Papi! — Fiorella me acaricia la frente, y me habla muy cerquita —
es por mi culpa que estas así ¡perdóname!
— No tengo nada que perdonarte hija. No pasó nada.
— Nos llevamos un susto horrible papá. Verte a mi lado sentado sin
signos vitales, fue una sensación espantosa.
— Yo también me asusté mucho papi. — Camila apoya su cabeza en mi
pecho- suspiré aliviada, luego de saber que estabas bien.
— Mis princesas, papá está bien. Esto sólo fue un mal momento. Ahora
sueño con salir de acá; como mucha gente de mi edad, me va a tocar cuidarme,
ya que debo aceptar esta segunda oportunidad que tengo de vida. Y a
propósito de eso — arrugo el rostro e intento continuar hablando.
— Papi no te esfuerces. Después conversamos — Fiorella me acaricia
el cabello.
— Esto que diré será breve. Quiero que sepan, que Patricia es muy
importante para mí. — miro a Fiorella y observo como aprieta sus labios. Su
mirada cambia, y me mira de forma seria.
— Yo no entiendo muy bien esa historia tuya con ella papá. Pero no
creo que sea el momento oportuno para hablarlo. Por favor descansa.
— Les prometo a las dos, que, al salir de acá, les hablaré sobre cómo
acontecieron lo hechos.
— Si papi, te prometo que te vamos a escuchar. Por ahora descansa. —
Camila me besa la frente. — ¡Lo necesitas!
— Antes de eso — cierro los ojos, y arrugo el rostro otra vez, hablo
pausadamente — necesito hablar con Patricia. ¿Ella esta acá?
Fiorella y Camila se miran, como buscando una respuesta.
— Si, está acá — responde Camila.
— La quiero ver. Por favor llámenla.
Esta experiencia, me hizo andar por mi pasado, ver dónde me equivoqué,
hasta donde llegué, y el momento en que perdí a Vittoria. A mis cincuenta
años, viví algo que nunca, imaginé vivir a esta edad. Todo por estar al lado de
Patty, que, sin ser consciente de ello, me guiaba a la felicidad. Siempre he
creído en Dios, pero sin lugar a duda, hoy creo más en él.
La puerta se abre, es entonces cuando observo a Patricia entrar sin una gota
de maquillaje, y con su rostro preocupado. De inmediato se acerca a mí.
— ¡Cachaco! ¡Mi bogotano! — me obsequió besos en la mejilla-
— ¡Jovencita! — pronuncio pausadamente-
— Hace unos minutos estaba pidiéndole a Dios, que vencieras esta
prueba. Y ahora parece que él escuchó no sólo mi suplicas, también las
súplicas de toda la gente que te quiere. Tuve tanto miedo. — dijo, colocando
su mano sobre mi muñeca, para acariciarla.
— Yo también tuve miedo baby. Y aunque, ahora me veas así de
achicopalado, casi que, sin voz, y no sea el mismo hombre que tu conociste,
quiero que sepas que estoy contento, porque pude vencer esta tempestad.
— Claro que si cachaco, superaste esta tempestad, y estoy segura que
superarías cualquier prueba de la vida. Pero yo, ahora mismo quiero pensar en
todo, menos en pruebas o situaciones como estas. Tuve tanto miedo de lo que
pudiera esperarme con esta situación. Procuré mantener la calma, y sólo
pedirle a Dios que derramará sobre nosotros bendiciones.
— Y así lo hizo baby. Así lo hizo. Te amo. — hablo cada vez más
bajito.
— Shhhh — ella me besa la frente —Descansa baby. Aquí estoy
contigo. Siempre voy a estar contigo. Prometo cuidarte, amarte y protegerte
mucho.
Salí de la habitación de Maurizio, más tranquila, en realidad feliz y
contenta, porque él está sano y dispuesto a recuperarse; a pesar de que no
habló mucho, me mostró que está fuerte y positivo, preparado para su
recuperación total.
— ¿Crees que sea posible que hablemos? — Fiorella, al verme salir de
la habitación, se me acerca. No fue una sorpresa para mí, su actitud poco
asertiva. Yo la miro a ella, y luego miro a Mónica, quien me pela los ojos
desde donde está. Esteban se queda inmóvil, y Camila sólo baja la cabeza.
— Supongo. — le respondo en voz baja.
— Perfecto. Vamos a la cafetería por favor. Quiero que hablemos a
solas. — expuso con voz antipática y fría.
— Yo también quiero ir. — dijo Camila.
— Perfecto Cami. Si quieres venir, ven. Al fin y al cabo, las dos somos
hijas de Maurizio. — Fiorella me lanza una última mirada de desconfianza, y
se da la espalda.
Caminamos hasta la cafetería, que quedaba a menos de quinientos metros
de donde estábamos, y sin escoger mucho, nos sentamos en la primera mesa
que vimos.
— Me imagino, que al intentar algo con mi papá consideraste que
ninguna de sus hijas estaría de acuerdo, ¿no es así? — dijo, Fiorella. En su
tono de voz, podía percibir la rabia y molestia que me tiene.
— Sí, siempre lo pensé — le contesto. Y a la vez pienso, que, no voy a
caer en su juego de discusión.
— Entonces, ¿cómo empezó esto? Tu hace un año estabas en
Venezuela. ¿Qué te hizo venir a Costa Rica? — ella me sigue mirando con
rabia y su voz, cada vez se vuelve más pesada.
— Tuve ganas de salir de mi país, en busca de un futuro mejor. Nada
demasiado complicado de entender, todo el mundo conoce la situación de
Venezuela. — mi mirada de tensión, tuvo que haberle dicho algo a las dos; lo
único que quiero lograr, es que ya no insistan más en generar conflictos.
— Bien, ¿y de la nada les nació el amor? — dice lo suficientemente
insoportable, como para hacerme sentir incomoda.
— Con todo el respeto que se merecen las dos por ser las hijas del
hombre que amo, creo Fiorella, que está completamente fuera de lugar tu
pregunta. No entiendo a donde quieren llegar con esta conversación, pero me
terminan de confirmar, lo que yo siento, ustedes quieren controlar la vida de
Maurizio. — admito con voz seria.
— Y ya que, además de ser su secretaria, novia, y ahora también su
abogado. ¿Me permites que te de un consejo? — Camila me mira fijamente.
— No estoy muy interesada en recibir consejos — le respondo, con el
mismo tono de voz serio. Sin embargo, estoy muy clara que Camila no se va a
dejar desalentar por esa respuesta.
— Igual voy a expresar mi opinión. — dijo, con voz de chica
adolescente. — Si mi papá, es el hombre con el que quieres hacer tu futuro,
definitivamente no entiendes nada de la vida.
— ¿Por qué dices eso? — pregunté, con un tono de voz, seguro y firme.
— Porque hay demasiada diferencia de edad. Tú puedes ser mi
hermana. Y aunque aparentes, más edad que Fiorella y cuando hables parezcas
más adulta, no dejas de ser una mujer muchísimo más joven que mi papá.
¿Qué va a pasar en diez años? En diez años, mi papá tendrá 60, vas a parecer
la propia hija. ¿Sabes lo que eso significa? — añadió Camila, con voz
alarmada.
— No Camila. No lo sabe. Porque es obvio que detrás de tanto amor,
hay un interés oculto. — responde Fiorella bruscamente.
— Respondiendo a tu pregunta Camila, quizá esto te sirva de
enseñanza, no hay que vivir en el futuro. Soy una persona que honra su
presente y cuando me va bien, no tiendo a crear problemáticas. — dije
calmadamente, pensando que estoy sentenciada a su indiferencia.
Decido no decir más nada, porque no quiero discutir.
— ¡Wow! ¡Cuánta filosofía de vida! — responde Fiorella, con voz
sarcástica.
— No voy a discutir sobre mis sentimientos hacia su papá. Igualito
nada de los que les diga, hará que me crean. Que piensan ustedes, ¿qué quiero
su dinero?, ¿qué les voy a quitar su herencia?, o ¿me voy adueñar de la
mansión donde viven?
— Si. — responde Fiorella mirándome fijamente. — De lo contrario, no
veo la necesidad de que estés envuelta en un lío como este. No veo necesario,
que una chica de mi edad, esté en esta posición, habiendo allá afuera tanto
hombre joven, soltero y con más posibilidades que mi padre.
— Pues a mí me gusta muchísimo la vida sencilla, y no tengo la menor
intención de cambiar de estatus. — por una fracción de segundos, siento que la
tensión en las dos chicas al escuchar mis respuestas, se hace más evidente.
— ¿Tienes algún trabajo que hacer acá? — pregunta Camila.
— Pertenezco al personal médico de un preescolar o un jardín, o como
le llamen aquí.
— ¿Es necesario toda esta victimización? — pregunta Fiorella — lo
digo, por lo que recién dijiste de vivir una vida “sencilla”— dijo, formando
unas comillas en el aire con sus dedos.
— Es necesario: seguirte y caer en este juego, que tienen las dos basado
en diálogos, que sólo tienen palabras irreflexivas. Discúlpenme, pero a
diferencia de ustedes, el ataque no me funciona como defensa.
— Yo siento que mi papá y tú, no se están dando cuenta que son
completamente distintos. Pienso que saben las consecuencias, y fingen hacerse
los locos — responde Camila.
— No entiendo muy bien qué quieres decir — dije, cruzando mis
brazos.
— Después de presenciar una escena como la que viviste con mi papá y
Fiorella, no te parece suficiente muestra, para darte cuenta, que la relación
entre mi padre y tú, no puede ser. — ha dicho Camila, haciendo un esfuerzo
por mantenerse tranquila y no alterarse.
— Me van a disculpar, pero ustedes no tienen que decirnos a Maurizio
y a mí, que es lo que tenemos que hacer. Cada ser humano escoge desde la
permisión de ser, el camino hacia el cual quiera vivir su vida. Permitan que su
padre lo haga. — contesté.
— Sí, claro que tenemos el derecho. Porque si una persona es capaz de
amar a un hombre, son sus hijos. Sin restricciones, ni mucho menos
condiciones. Y si mi papá sigue contigo, nuestra historia cambiará. — Fiorella
vuelve a hablarme con autoridad.
— ¿Y por qué ha de cambiar? — pregunté en tono cansado.
— Por lo visto sigues negada a ver que esto es una locura — reafirma
Camila.
— Puede que el mundo con mi papá, para ti, tenga sentido. Pero
realmente no es así. — Fiorella me mira seriamente.
— ¿Qué quieren que haga? ¿Qué lo deje?
— Al fin dijiste algo sensato. — responde Fiorella.
— Para ustedes eso debe ser una idea genial, ¿no?
— Como todos los jóvenes, tienes muchísimas formas para colaborarle
al mundo y comértelo. Eres joven, hermosa, y muy inteligente. Llegará un día
en que tendrás la edad de mi papá, y quizá ahí entiendas que no es tan fácil
sobrellevar ciertas cosas, más cuando se tiene hijos. Una historia familiar, y
muchas cargas que llevar. Mientras, esto sería inútil seguirlo conversando.
¿Nos puede colaborar en el favor que te pedimos? Necesitamos que mi papá
este tranquilo — debo confesar que cada análisis de Camila, siendo la hija
menor de Maurizio, me impacta. Pero decido seguir actuando con prudencia.
— ¿Crees que lo paso, es por mi culpa? ¿Crees que yo lo provoqué? —
he contestado seriamente.
— No estoy queriendo decir eso. — respondió Camila, en voz baja
serena.
— Entonces, ¿qué me quieres decir? — pregunté.
— ¿Realmente quieres saberlo? — pregunta Fiorella, con el mismo
tono molesto de voz.
— Por supuesto. — contesté pasivamente, ignorando su actitud de
rabia.
— Luego del infarto, mi papá se ha visto obligado a tener un
tratamiento de por vida, por la tensión. Emocionalmente sufre de eso, y ahora
cualquier episodio emotivo hará que le suba. Él no puede recibir ninguna
amenaza o angustia. Como hijas de él, tenemos que velar por su bienestar.
Sabemos que tu presencia provocará angustias y preocupaciones por pensar
que diremos nosotras o como controlar nuestra relación contigo.
Conociéndolo, sabes muy bien que él es bastante estructurado y siempre
quiere llevar todo a la perfección. Lo que queremos evitarle es un desgaste
emocional o físico que le provoque alteraciones en su salud. — advierte
Fiorella, con voz antipática y fría.
— Cualquiera puede ayudarlas. Eso no es un motivo, por el cual yo
tenga que estar apartada de Maurizio, basta con que la energía del amor se
expanda en nosotros como pareja, y en ustedes como familia, para que el
problema se solucione. — dije tranquilamente. Ella me mira con más enojo.
— La única energía de amor que conozco en mi padre, fue la que sintió
por mi madre. — dijo Fiorella en voz alta, parándose de la silla al tiempo en
que la estiraba para atrás, colocando sus manos en la mesa, y reclinándose
hacia mí. — ¡Aléjate de mi papá! — su actitud altanera, ya me parece fuera de
contexto. Yo me quedo en silencio. Ella está completamente molesta, y fuera
de su centro. Camila la coge del hombro, y la hace sentarse de nuevo.
— Sólo queremos que entiendas que… — Camila intenta intervenir,
pero yo la interrumpo.
— No quiero ir más lejos con este tema chicas. Mañana viajo a
Dominicana, pero eso no significa que me olvide de Maurizio. Seguiré tan
pendiente de él, como pueda. Al final lo que me ha hecho estar aquí con él, es
el amor que le tengo. — Fiorella al escucharme, cruza los brazos y revira sus
ojos. — Me despido y espero que sigan bien. Hasta luego — dije con voz
calmada. Me di la espalda y fue entonces, cuando escuché el sonido fuerte de
una silla moverse. Fiorella se acercó a mí y como si realmente fuese su peor
enemiga, me cogió del brazo y me volteó hacia ella.
— Eres tan descarada, que ni siquiera respetas que nosotras somos sus
hijas. Será muy difícil que puedas librarte de Camila y de mí. — me miró
como si fuese una delincuente. Yo me quedé inmóvil, sólo observándola
detenidamente y mostrándole una mirada pasiva.
— Fiore, ¡ya fue suficiente! Suéltala, no vale la pena. —Camila me ve
con molestia, Fiorella me suelta el brazo. Yo las miro por última vez, y en
completo silencio, como si estuviese tranquila, me di la media vuelta y me fui.
*
Después de ducharme y bañarme, caminé un corto pero perezoso camino,
que me llevó hasta la parada de los buses. Me senté en el asiento de la ventana,
observando cómo se despejaba el sol, estaba haciendo una brisa sabrosa.
Recordé que a Maurizio no le gusta el calor, él está acostumbrado a vivir en
climas fríos, por eso, cuando llegó a Dominicana, supo que el ambiente
climático era algo con lo cual debía lidiar todos los días. Escazú es una zona
hermosa, cubierta de muchos arbustos verdes y de impactantes atardeceres,
que al obsérvalos, no te provoca ni parpadear, lo único que estas vistas logran
es robarse todas las miradas de las personas que estuviesen presentes como
turistas para dar largos paseos, o de los que viviesen allí, que aún y cuando
deberían de estar adaptados, todavía le rinden culto a una de los lugares más
modernos de San José.
Mantuve los ojos puestos en sus calles, miraba los árboles e intentaba no
pensar tanto en la discusión con las hijas de Maurizio, aunque en momentos,
sintiera que no podía evitarlo. El bus se estacionó para que varios pasajeros se
bajaran, aparté la mirada de la ventana y recosté mi cabeza del asiento, cerré
mis ojos e intenté descansar otro ratito. Sin embargo, escuché unos gritos; por
las voces, sentí que era una pelea de chicos, me volteé de nuevo, y vi por la
ventana.
Un grupo de adolescentes salían de un instituto, es como una pequeña
escuela de artes. Aproximadamente diez chicos rodean un círculo, y un joven
de cabello amarillo, se burla grotescamente de alguien, su boca está rota y al
verlo así, me quedé tiesa, porque empezaron a gritar "sangre, sangre",
entonces, observé, que el chico fue empujado por una chica de cabello
amarillo. Ahí, fue cuando la vi. No son ideas mías, es ella. De inmediato me
puse de pie, y me bajé corriendo del bus a buscarla.
Camila no quiso ir a su casa. Una chica la empujó, y en ese momento ella
sintió que todo le dio vueltas. Se había caído boca abajo y su rostro a causa del
empujón, impactó directamente frente a un camino de piedras que hay en el
patio del instituto donde perfecciona su inglés. Entonces, aún con la rodilla
adolorida y el labio inferior sangrándole, se puso de pie y reaccionó con un
empujón hacia su compañera. Tenía mucho miedo y respiraba con dificultad,
pero supo indicarles a todos los que estaban allí que lamentaba todo esto que
estaba sucediendo. Y que no deseaba, de verdad, que ninguno de ellos perdiera
a su madre.
Cami, se sintió humillada, cuando el chico al que vi con la boca sangrada
desde la ventana del bus, escribió en la pizarra del salón de clases: "Camila.
La huérfana"; la chica a la que empujó, había colgado una foto de ella,
aproximadamente de cuando tenía cinco años de edad, sin dientes, gordita, y
sin ropa. Esa foto, la tenía Vittoria en su perfil de Facebook. Era una de sus
fotografías más preciadas. Su madre siempre le contaba que, a ella, le gustaba
bañarse en la pequeña terraza que había, en el apartamento donde vivió con su
familia y experimentó su infancia en Bogotá. Samy, su compañera de curso,
había compartido la foto por WhatsApp e Instagram, colocando efectos
especiales, que hicieron que sus delgados labios inocentes y su bella sonrisa,
se desviaran por un color rojo fuerte y unos dientes de murciélago que
causaron que la foto, se percibiera como algo monstruoso.
Tony empujó a Mark, el chico que escribió en la pizarra el imprudente y
cruel mensaje. Y Sammy la empujó a ella, por defender a su hermano mellizo.
En el momento en que aparecí en la escena, no lograba encontrar palabras,
sólo grité "ya basta", y ellos al verme lo suficientemente adulta, se quedaron
estáticos. Agarré a Camila del brazo y les advertí a todos, que esto no iba a
quedarse así; y llegaría a boca del personal directivo del instituto.
No estaba pensando del todo con objetividad, inclusive, un chico me grito
que hiciera lo que me diera la gana. Pero lo ignoré. Ver a Camila en esa
situación, me hicieron recordar las tantas veces que fui humillada por mis
compañeros del colegio.
— No pasó nada Cami, tranquila, que no pasó nada.
Le repetía abrazándola, intentando calmar los sollozos de su silencioso
llanto. Cogí un taxi, y me la llevé hasta el hotel donde me hospedo.
*
Camila se dejó ver el pequeño raspón de la rodilla, dejó que se lo limpiara
con agua oxigenada, y luego, le colocara una crema que le ayudara a cicatrizar
los rasguños que tenía. Le preparé una limonada caliente, y le pedí que se
tomara un analgésico para calmar la hinchazón del golpe y el dolor.
A pesar de que ya estábamos en territorio seguro, ella no dejaba de
sollozar. Entonces le sonreí, no estaba intentando ser sólo amable, le estaba
demostrando que aquel gesto, venía desde el corazón, y no con el propósito de
ganármela o intentar ser la buena de la película. Me senté a su lado, le
pregunté cómo se sentía, pero no respondió a mi pregunta. Angustiosamente
volteó a verme, con sus ojos verdes claros llorosos y arrugando el rostro para
sollozar de nuevo, me dijo:
— No le cuentes nada a nadie. Por favor, no le cuentes nada a mi papá.
No quiero hablar con él de esto. No quiero hablarlo con nadie.
— De acuerdo. Esto no sale de acá — le acaricié el cabello y le dije. —
Yo voy a cumplir mi promesa.
— Hay personas que no saben cerrar sus bocotas. Espero que ellos,
nunca pierdan a su mamá. Realmente es un dolor que no deseo que viva nadie.
Camila se sentía traicionada, y no se le ocurrió otra cosa más que también
empujar a la chica. Además, le había confesado a Teffy, que todavía veía a su
mamá y hablaba con ella. Era su mejor amiga, pero no supo guardar el secreto.
Así que aparte de que la etiquetaran como huérfana, también le habían dicho
loca y desquiciada. Teffy no pensó que habérselo confesado a su mamá,
hubiese traído este conflicto. Todo parecía ser una cadena de información,
Cami hablaba y a cada momento me daba cuenta, de que efectivamente, no se
puede confiar en todo el mundo. La mamá de su amiga, es amiga de la mamá
de los mellizos, y ellos son chicos de cuidado. Son de esos adolescentes, que,
en dos segundos, acababan con medio mundo.
Triste, desolada e insistente, Teffy llamó a Camila, pero ella sólo apagó su
teléfono. Ciertamente no quería hablar con su mejor amiga.
Por otra parte, no podía quitarme de la cabeza lo sucedido con Camila.
Maurizio aún en el hospital, ella todavía sentida, y Fiorella alarmada al
considerar que yo iba dispuesta a quitarles todo. Estuvo unas cuantas horas
recostada en el sofá de la habitación, por más que le pedí que se fuese a la
cama, no quiso. Estuve al pendiente de su temperatura, pero todo estaba en
orden. Ya pasada las horas de la noche, luego de haberle preparado un pan y
no comerse ni la mitad, le pedí un taxi y la envíe a su casa, pidiéndole que por
favor me avisara apenas llegara.
*
Abrí la puerta de la habitación, pelé mis dientes, mostrando una sonrisa
triunfal. Maurizio alzaba el control para cambiar los canales de televisión,
recordé que poco le gusta ver tele, en eso nos parecemos. Su semblante había
mejorado muchísimo, y ya lo observaba más ligero, con mejor ánimo.
Al sentir mi presencia, volteó a verme con una sonrisa fresca, lo suficiente
como para que yo saliera corriendo, y me escondiera entre sus brazos.
— ¡Jovencita! — dijo, con voz animada y alegre.
Me acerqué a él y comencé a acariciar su voluminoso cabello negro
alisado. Él y yo, tenemos una conexión indescriptible, nuestro amor esta fuera
de serie. Me preocupé tanto al pensar que podía perderlo, pero gracias a Dios,
logró vencer esta prueba. Maurizio, me había regalado lo más felices y
conmovedores momentos. Su mirada, simboliza los mejores ojos, donde yo
me he mirado. Él estaba esperando verme, me preguntó qué había sucedido,
porque demoré tanto en volver. Le sonreí y le cambié el tema.
— Ese no es el punto ahora, lo importante es que ya estoy aquí, y
pronto estaremos amándonos fuera de este hospital. — respondí con una
sonrisa cándida.
Tras escuchar mi respuesta, observó detenidamente mis ojos, se le hacía
irresistible no mirarme con ganas de besarme con crecimiento progresivo,
empezando lentito, y cuando parara un poco, arrancar más fuerte. Vivir esos
besos después de este proceso, sería una bendición. De repente comenzó a
reírse, de modo que, yo también empecé a reírme con él.
Es un hombre que sabía reírse aun en esta circunstancia, no todo el mundo
sabe utilizar la risa como un refuerzo de voluntad; se reía de sí mismo, y eso
era inteligencia. Siendo médico, podía constatar que, como paciente, esa era su
mejor habilidad, su risa. Extendí una de mis manos para acariciar sus mejillas.
— ¿Y esa risa? ¡Cuéntame el chiste! — dije, curiosamente al verlo tan
exquisitamente sonriente. Comenzó a reírse alegremente, al tiempo en que me
veía con picardía.
— Estaba recordando todas las veces que te puse nerviosa. Hubo un día,
que te miré tanto, que algo en mí, empezó a subir — dijo, moviendo
lentamente su mano hacia arriba. — Aquella vez, me moría por besarte.
Creo saber qué momento fue ese, mi memoria es muy selectiva y sólo
recuerda momentos que hayan tenido un impacto en mí. Aquella mañana, él
me hablaba de la planeación, pero al mismo tiempo, me comenzaba a mirar de
una manera distinta, como si estuviese viviendo la excitación más elevada de
su vida sexual, sin tan siquiera estar tocándome. Él estaba sentado en su silla,
y yo estaba sentada frente a él, nos separaba su escritorio, pero, aun así, yo me
sentía desesperada y me di cuenta que estaba sintiendo un placer diferente.
Todavía puedo cerrar mis ojos, y recordar su fascinante voz, diciéndome,
«¡mírame! ¡quiero que me mires».
Yo sentía que el corazón se me iba a salir del pecho, no podía controlar mis
nervios. Estaba desesperada porque me besara. Yo me le quedé mirando con
expresión nerviosa, él había vuelto a sonreírme pícaramente y dejando escapar
un pequeño suspiro, me preguntó de nuevo por la planeación de la semana.
— ¡Dios mío! — me rio angelicalmente al recordar ese momento.
Maurizio me vio con una sonrisa tierna, respiro fuerte y cerró sus ojos.
— ¡Descansa! — dije en voz baja.
— Me desperté hace un rato, todo el día he estado pensando en ti —
volvía a suspirar, con los ojos cerrados y tratando de relajar su cuerpo. — Me
imaginé que estábamos los dos en una playa. Sólo usted, y yo doctora.
— Pronto, prontito, estaremos de nuevo en la playa. Cuéntame, ¿cómo
te sientes?
— Tengo a la doctora más hermosa de todo el planeta cuidándome,
¿Cómo no estar bien?, si puedo escuchar tu voz, oler tu perfume, ver tus ojos.
¡Te extrañé! Lo único que necesito ahora, es escaparme contigo.
— Mucho cuidado con lo que pides, mira que yo cumplo tus deseos.
Necesito que estés muy, muy fuerte. Porque al salir de aquí, no te voy a dejar
descansar.
— Y yo estaré feliz jovencita. Con el mayor de los gustos, podría pasar
cada segundo de mi vida a tu lado.
— Ahora sí, ¡mi paciente más pequeño! Vamos a descansar. — dije,
dándole un beso en la frente.
— ¡Ah! ¡no! Jovencita, no me hagas trampa. ¿Y mi beso de las buenas
noches?
Sonreí y lo besé.
CAPÍTULO 19
EL RELATO DE MAURIZIO.
CAPÍTULO 20
EL RELATO DE PATTY
CAPÍTULO 21
LA DECISIÓN MÁS DIFÍCIL.
CAPÍTULO 22
LA VIDA EN CONTRA DE QUE NOS AMEMOS.
CAPÍTULO 23
LA DESILUSIÓN.
He pasado días tristes, tenía que hacer el esfuerzo por dejar completamente
mi historia con Maurizio. Todo este tiempo he comprobado que el peor castigo
que hay, es intentar dormir cuando tienes muchos pensamientos en la cabeza.
Todo lo que hace una semana y media me hacía feliz, ahora es dolor; al
mismo tiempo pensaba que debía volver a enfocar mi atención en mí, de lo
contrario, el único resultado que iba a conseguir era enfermarme. La situación
política de Venezuela seguía complicada, y Alfredo y yo, necesitábamos seguir
ayudando a nuestros padres. Hace días, antes de que Maurizio tomara la
decisión de romper con lo nuestro, nos habíamos mudado a un apartamento
más pequeño, entregamos el otro apartamento, porque la empresa donde
labora mi hermano, sólo podía custodiar una vivienda por mil dólares. Ahora
las rutas de los buces me quedaban un poco lejos, la zona no se percibía
segura, y lo primero que hicimos, fue preguntarle al vigilante si podíamos salir
a cualquier hora. Y él, nos respondió que no, mucho más si somos extranjeros.
Mi hermano no está contento con la idea de compartir vivienda con una
pasante del banco. Es venezolana, nunca comparte con nosotros, no sé, si es
porque sea solitaria o mira cuidadosamente a quien va tratar, pero no he visto
nada malo en ella.
Por mi parte necesitaba repetir constantemente “fluir y no forzar”, con el
propósito de dejar atrás el pasado, y concentrar mi atención en el presente, o
acabaría creyendo que simplemente mi vida no tendría sentido, si él, no estaba
a mi lado.
La venezolana llamada María, apareció la mañana de un sábado con unas
bolsas de zara, al verla entrar al apartamento pensé, que seguramente se había
dejado llevar por un impulso, eran aproximadamente como siete bolsas.
Jamás, en toda mi vida, yo había comprado tanta ropa. Ella me dio las buenas
tardes, y camino hasta la habitación.
Yo en vez de soñar con comprar la nueva colección de ropa en Zara, sueño
con salir de aquí. Creyendo que la oportunidad de olvidarme completamente
de Maurizio, está en irme; el proyecto en el banco se ha alargado y al parecer
permanecería más tiempo en Dominicana. Mi misión en este espacio, que, por
suerte, no está vacío gracias a mi hermano, es salir adelante, distraer mi
atención en otra cosa, hasta despejar poco a poco todo el dolor.
Durante esta última semana, trabajaría en el jardín infantil todas las
mañanas, y al regresar a casa, como parte de mi rutina, me encerraría en mi
habitación. Estoy escribiendo una guía para padres, en donde trato de
señalarles, cómo cuidar a sus hijos de enfermedades estomacales mediante una
sana y balanceada alimentación. Me siento en paz conmigo misma, poco a
poco dejaré ir a Maurizio. Permitiré que la divinidad me siga guiando.
Un sábado en la noche, observé una botella de vodka en la barra de la
cocina, Alfredo no toma, y yo detesto el vodka y ni hablar del ron, de
inmediato, consideré que sería de la chica. Últimamente me sorprendía ver
todo lo que gastaba, por lo visto, el sueldo que ganaba le rendía mucho más
que a nosotros. Pero el dinero, no tiene demasiada importancia o al menos no
para mí.
Estaba segura que las cosas en mi país cambiarían, y más temprano que
tarde, volvería a mi tierra. Mientras tanto, pensaba en todo lo que estaba
viviendo. Mi vida ha dado una vuelta enorme, pero he podido sobrevivir a los
cambios.
Es preciso, evitar al máximo decir no, cuando se presente una oportunidad
laboral, lo que los demás pensaran no me importaba. La doctora Sabrina, me
pagaba un poco más por asistir en los partos que atendía en el hospital, y en
ocasiones, por volverme su asistente. Lo importante, era que había que comer
tres veces al día, más el pago de los servicios, y eso significaba dinero. Y si no
sabemos ahorrar o aprovechar las oportunidades que se nos presente, sería
complicado sobrevivir. Llevaba conmigo la experiencia que tuve en Colombia,
que me permitía observar la importancia de administrar bien los gastos
personales, recordando que siempre, hay prioridades. En este caso, tengo que
enviarle a mi madre dinero, para que arregle su aire acondicionado.
Un poco cansada y casi que, con los ojos cerrados, entré a la habitación,
abrí una de las gavetas de la peinadora, para buscar el sobre blanco donde
guardo todos mis ahorros. El miedo se apoderó de mí, cuando no sentí el
sobre; preocupada y furiosa, saqué toda la ropa y la lancé al suelo. Y noté que
parecía haber vivido un robo. El sobre, había desaparecido.
Poco a poco fui respirando profundo, caminé hasta la cama y me senté,
empecé a rezar; en ocasiones, las cosas parecen perderse, volví a ponerme de
pie y abrí las otras gavetas, más pausada, comencé de nuevo a buscar. Presté
atención a todo, a las bolsas que veía de tiendas considerando, que tal vez lo
hubiese guardado ahí, y no recordara; busqué debajo de la cama, en el closet…
pero no, el sobre no se encontraba.
La desesperación llegó a mí rápidamente. Por primera vez me sentía
absolutamente desesperada, todo mi esfuerzo, mis trabajos, mis noches sin
descanso, estaban en ese sobre.
Recordé de inmediato, aquella mañana que Maurizio me visito al
apartamento, para entregarme el dinero de un seminario que me regaló.
— Baby. Cuánto fue me dijiste, que cuesta el seminario de pediatría que
quieres hacer.
— Trescientos — dije sacando el sobre blanco de mi cartera.
— ¿No era más?
— Sí, pero el resto del dinero lo pondré yo — él me sonríe tiernamente
al escucharme.
— ¿Cuánto cuesta el seminario? — preguntó bastante convencido de
querer regalármelo.
— Setecientos cincuenta.
— Entonces toma— me entrega el dinero completo — te dejo
doscientos dólares más, para que puedas estar tranquila.
— Maurizio, es mucho. No es necesario.
— ¡Jovencita, toma! — me entrega otra vez el dinero. — yo soy un
hombre de palabra, prometí regalártelo y eso haré.
— Ok — le sonreí y guardé el dinero en el sobre blanco.
— Patty, ¿por qué guardas la plata en ese sobre?
— Porque no tengo cuenta Maurizio.
— Puedes hablar con Alfredo para que te colabore a abrirte una cuenta
en el banco. Eso puedes hacerlo en cualquier momento. Ha sido un descuido
de tu parte.
— Aun me faltan unos papeles por tramitar.
— Entonces, pídele Alfredo que te los guarde en su cuenta. No es
razonable, ni inteligente, que guardes tu plata en un sobre.
— ¡Ay cachaco! Pero tú sí eres pavoso. Ese temita de la seguridad de la
información te ha vuelto más estructurado que de costumbre. Ni que viva con
un extraño. Aquí vivimos mi hermano y yo. ¿Quién me va a robar? — cruzo
los brazos.
— En primer lugar, ¿qué significa pavoso?
— Que piensas desde la mala suerte. Vuelvo a preguntarte, ¿quién va
robarme? ¡Yo no salgo a la calle con el sobre!
— No se trata de robo. Pero en mi opinión, es más oportuno que
guardes la plata en una cuenta. Pero tú eres quien elige, yo sólo te doy
sugerencias.
Aurora, la doctora especialista en cardiología pediátrica y facilitadora del
seminario, un día después, me pidió como favor que le depositara el dinero,
por una plataforma de pagos on-line. Tuve que volver a acudir a Maurizio.
— La doctora dice que es mejor transferir el dinero. Le funciona más.
Recuerda que ella es venezolana y ya tiene mucho efectivo. No quiere regresar
a Venezuela con tantos dólares.
— Chévere, ya mismo hacemos esa transferencia.
— Gracias. — le sonrío, y saco de mi cartera el dinero — toma, acá
está el efectivo.
— Quédatelos.
— ¡No Maurizio! Agárralos, toma — estiré su mano y se los entregué.
— ¡Ya dije que no! — me los devuelve. — Estoy seguro que los vas a
necesitar.
— ¿Para qué? Si vas a pagarle a la doctora Aurora el seminario por
transferencia, no es necesario, que yo me quede con esta plata.
— Me dijiste, que quieres pasar tu próximo cumpleaños en Punta Cana,
¿cierto? — le respondí que sí, moviendo la cabeza de arriba abajo. —
Perfecto, ya tienes algo para guardar en tu chanchito viajero.
— ¿Chanchito viajero? — pregunté arrugando la cara.
— Es un cochinito, así le llaman en Costa Rica. Su función es llenarlo,
con el fin de que traiga abundancia para los viajes.
— Ah, ¡claro! En mi país le decimos cochinito- suelto una risa y él
sonríe.
— Empezamos bien, ¿Cierto?
— ¡Cierto! — le sonrío.
Volví a mi habitación, a la desesperación, al miedo. En verdad me he
quedado sin dinero, lo que tengo es un coraje enorme. De repente mi teléfono
suena, está en la sala, pero no pienso en contestar. Decido permanecer sentada
en la cama, hasta entender bien esto que me está sucediendo. No he sido ni la
primera ni la última que van a robar. Pero, ¿por qué tenía que pasarme esto
ahora? Me seco las lágrimas. Y trato de sacarme cualquier idea que tenga en la
cabeza. Tengo que pensar que voy a hacer. La primera hipótesis que se me
viene a la mente, es que haya sido la chica que comparte apartamento con
nosotros, la que me haya robado. Ha sacado el sobre de mi habitación, y con
los dos mil dólares que había allí, que formaron parte de todo mi trabajo, pudo
haberse comprado, las botellas de vodka, el montón de ropa de zara, y quién
sabe cuántas cosas más. Siempre he sido una mujer prevenida, pero, ahora
mismo, pienso que he confiado mucho en la gente. ¿Con quién podía entrar en
contacto? Aunque sea para que me prestara una mitad del dinero. ¡No tengo
nada!, sólo trescientos dólares en mi cartera. La única posibilidad que tengo,
es decirle a Alfredo que me ayude, mientras me voy recuperando. Esta, es la
hipótesis que tiene más sentido, él es mi hermano, y estoy segura que
cualquier dificultad de la vida, podríamos superarla juntos. Así nos criaron
nuestros padres, unidos, nobles y de buen corazón.
Ahora concentro la idea de mi nueva condición, soltera y sin plata.
Preparándome para ver cómo haré ahora, que no tengo nada, y que, de paso, el
jardín infantil, cerró por vacaciones. El teléfono vuelve a sonar ¿Vale la pena
contestar ahora que estoy asimilando este proceso? ¡Que ha sido lo peor que
me ha pasado!
Me paro de la cama y camino hasta la mesa del comedor. Veo en la
pantalla, el número de la doctora Aurora, me asombro, ¿qué hace
llamándome?, pienso que seguramente será para trabajar, si es así, sería una
bendición.
— Hola Doctora ¡Un gusto! ¿Cómo le va?
— Hola Patricia. Todo bien. ¿Tu novio se llama Maurizio Antonucci?
— Si, bueno, en realidad él y yo…
— Hoy me llegó un correo electrónico desde la cuenta donde me
depositaron el dinero; en el correo, se me señaló, que él hizo un reclamo
aclarando que los setecientos cincuenta dólares del seminario, él no los pago,
ahora tengo la cuenta bloqueada y me tienen en observación.
— ¡Ay dios mío! ¿Cómo así? Maurizio pago ese seminario doctora, yo
estuve con él, cuando lo hizo.
— ¿Tú estás molestas con él?
— Bueno molesta no, estamos distanciados sí, pero… ¡no entiendo
nada!
— En realidad, no sé qué le habrá pasado a él para que haya cancelado
esa transferencia. Sólo él, puede resolver este asunto.
— Permítame que hable con él y le aviso, ¿vale?
— Ok.
— Disculpe doctora.
— Ok. Adiós
Cuelgo la llamada, miro el reloj, son las cinco de la tarde, sé que todavía
Maurizio está en el banco. Tengo la desagradable sensación, de que, canceló la
transferencia apropósito, con la intención, de molestarme y de esta manera,
dejarlo de buscar. Resuelvo tomar mi cartera, aguantar las lágrimas, e irme al
banco. Tengo un fuerte dolor de cabeza. Maurizio ocupaba todo mi universo,
creí, que él sentía lo mismo por mí. Pero por lo visto, su supuesta energía de
amor, era una farsa. Me siento confusa, esto que me está sucediendo es
demasiado extraño, hace un mes pensaba: ¿hasta dónde sería capaz Maurizio
de impresionarme? Y ahora, todo es una destrucción. Me siento sola, y lloro
en el bus mientras voy camino al banco.
CAPÍTULO 24
EL ALEJAMIENTO SIN FILTRO.
CAPÍTULO 25
¿LIBRES DE SU AMOR, PARA SIEMPRE?
Llevo dos meses sin oír la voz de Patty, siento que he esperado por años
este reencuentro. Resuelvo dar vueltas por el parque ecológico donde
quedamos en vernos, cuando empieza a ponerse el sol hacía a mí, me acomodo
la gorra evitando el golpe del calor. He guardado mucho silencio, y el
arrepentimiento se apoderó de mí, aquella cantidad de veces que decidía
llamarla y luego, pensaba que aquel encuentro telefónico después de un
tiempo, resultaría distante. Pero después de pensarla con tanta nostalgia, le
escribí, no quería irme a Europa sin despedirme de ella.
A mitad de camino paralizo el paso, cierro los ojos, echo mi cabeza hacia
atrás y respiro, mi cuerpo absorbe el oxígeno y consigo relajarme. Sin abrir los
ojos, siento su presencia y el sonido de sus pasos. En estos quinientos metros
que nos separan, tengo que honrar todo lo importante que significó para
nosotros, haber dedicado tiempo a estar juntos. ¿Qué debo decirle cuando la
tenga frente a mí? Tengo toda la mañana pensando en eso.
Ella se acerca, y yo desde acá puedo oler su perfume. Quiero correr al
encuentro con ella, pero respiro, tratando de calmar mi ansiedad. He pensado
en decirle, que: está muy hermosa, y ese pantalón de vestir color verde oliva,
le queda estupendamente divino con esa camisa manga larga color blanco.
Pero al final, me decido decirle solamente un “hola”, rotundo y preciso, como
si sólo, hubiésemos tenido un día sin vernos.
Posiblemente Patricia tuviese los mismos pensamientos que yo,
seguramente se haya repetido durante toda la mañana, todos los saludos y
frases, que podía haberme dicho en este reencuentro.
Ella reaccionó diferente, me sonrió y me dio un suave beso en la mejilla.
— Hola —
Al escucharla, vi sus ojos llenos de brillo, su cabello con friz a causa de la
humedad y el invierno, sus labios totalmente naturales y su entusiasmo que me
hizo andar de nuevo y descubrir que soy un hombre capaz de volver a amar.
— Te estaba esperando. Pensé que te habías arrepentido— dijo soltando
una risa, mientras se acaricia su cabello ensortijado. — He sentido muchas
ganas de verte. No voy a negarte que estuve muy dolida, no podía creer todo
lo que nos pasó y menos lo que vi la última vez que nos vimos. Pero no
permití que el pasado, empezara a entrar en mi aquí y en mi ahora.
— Sólo debemos tener la convicción de querer ver el cambio como una
oportunidad — mi voz sonó como un medio de enseñanza— la vida es un
proceso, que se vive todos los días.
— Tienes razón — respondió, mostrando una dulce sonrisa — tú
siempre explicas todo como si fueses un profesor.
— La formalidad, siempre ha sido algo habitual en mí — le sonreí
tiernamente— ¡me alegra verte! ¡me alegra escucharte! — dije, con voz
intensa.
Patricia, levantó la cabeza hacia el sol, que se asomaba hacia donde
estamos ubicados, arrugó el rostro y volvió a mirarme
— A mí también. Me alegra saber que estás bien.
¿Debía despedirme de una vez? Pensé, al escuchar ahora su voz suave y
atractiva, al observar el labial rosa que cubría sus labios, dejando al
descubierto su perfecta dentadura, un sello de su belleza.
— Me perdoné y te perdoné. Cuando uno perdona, deja ir la tristeza,
nos liberamos de la culpa, del sufrimiento y sólo la paz y la quietud, se
establecen en nuestro ser— dijo, sonriendo, a la vez que sacudía su cabello
ensortijado a un lado.
El encuentro parecía transcurrir con normalidad. Sin mucha travesía
emocional, los dos nos mostrábamos con confianza, como comprendiendo,
que todo lo que sucedió, fue lo mejor.
— Hay situaciones que deben aceptarse y no se deben convertir en
problemas. Cuando creamos problemas, creamos dolor, o cargamos en nuestra
mente el peso de mil cosas, muchas de ellas, que tendríamos que hacer en el
futuro— respondí en un tono demasiado bajo.
— Si, a veces uno se queda inactivo por el miedo, el ego, en mi caso, el
miedo a no triunfar en todos mis planes –— dijo, sonriendo.
— ¡Tú ya triunfaste! — dije, con una alegre sonrisa que hizo que ella se
sonrojara.
— Desde el momento en el que vivo, desde la alegría de mi ser, todo lo
que me sucedió, me sirvió para despertarme y permitirme acercarme, hacia
metas más profundas.
Su risa sonó angelical. A mí se me secó la boca al pensar, que, al finalizar
este momento, estaría lejos de ella. No lo voy a negar, olvidarla
completamente, ha sido un proceso lento, y recordarme todos los días que los
duelos son bendiciones, se volvía en momentos una tarea difícil.
Un silencio se evaporó entre los dos, y sólo se escucha una pequeña y
brillante melodía a nuestro alrededor, que proviene del sonido de los árboles,
cuando el viento pasa por sus hojas
— Patty. — dije, sintiendo el corazón acelerado. — ¡Me voy mañana!
— Debes estar feliz, porque finalmente vas a ver a tus hijas — me miró
tiernamente y luego, se escondió detrás de su oreja un mechón de su cabello
ensortijado.
— Sí, pero ahora estoy feliz, porque tú estás aquí — la miró fijamente a
los ojos, como invitándola a tener un contacto físico sutil.
Ella sonrió forzadamente, esquivó la mirada. No había vuelto a hablar
desde el amor, desde que decidí dejarla.
— Nunca quise hacerte daño.
Patricia al escucharme, levantó los ojos hacia mí, y respondió en tono
paciente
— Nunca lo hiciste, yo fui muy feliz a tu lado. Te quise, te esperé, te
amé como nunca he amado a nadie. Pero esto fue lo que nos tocó vivir
Maurizio y no me quedó otra opción, más que aprender a aceptarlo.
— Siempre voy amarte, aunque no te tenga a mi lado, no voy a dejar de
hacerlo. Aunque construya mi vida, será muy difícil que vuelva a sentir ese
amor tan grande que aun siento por ti — contesté con afecto y la voz
quebrantada. — Me hiciste revivir muchos sentimientos, me hiciste volver a
vivir. Me hiciste tan feliz… ¡tú serás irreemplazable!
— ¡En otra vida Maurizio! Tal vez, allí, no seas el hombre de nadie,
sino sólo mío, o quizá el padre de mis hijos, el esposo soñado… — dijo, con
voz baja — creo que mejor no continuo, es mejor despedirnos de una vez.
— Claro — respiro profundo, la miro cálidamente, le sonrío
suavemente y aguanto, las ganas que tengo de abrazarla — Voy a empezar a
creer en la reencarnación — ella al escucharme, me mira con una sonrisa
forzada— O tal vez en los sueños jovencita, tal vez, ahí los dos podamos vivir
una historia de amor y no de nostalgia, quizá, allí tengamos una razón más
para volver a estar juntos. — respondí con tristeza.
Así que, adelante. ¿Qué continuaba?, decir, ¿Vámonos?, ¿Adiós?, ¿Hasta
luego?
FIN.
Diario de Patricia:
Destino final: Los Ángeles / España.
El inglés básico que hablo no es precisamente de fiar. Me espera mi
hermana en Madrid. Estaré allí por dos semanas, hace cinco años que no veo a
Elena. Hace seis años, que los tres (Alfredo, ella y yo) no nos vemos.
Conocería a Rick, mi sobrino, y a su esposo Mark, un europeo que conoció en
un bar de Edimburgo.
Ahora estoy en los Ángeles, aquí he hecho escala para continuar hacia
Madrid. Ya me he montado en el avión, estoy sentada justo al lado de la
ventana, esperando que esta aventura empiece. Tengo el portátil encendido y
ubicado sobre mis piernas, estoy escribiendo estas líneas, es como un mini
diario; ahora estoy narrando, que, moriría por ver la cara de Elena, al verme
con este nuevo look que tengo y que no he mostrado por redes sociales, me he
pintado el cabello de amarillo, luego de pasar cinco años con el cabello de
color marrón.
Mientras espero, y vivo el efecto que causa el calmante que me he tomado,
para superar el dolor de cabeza que produce la altura en mí, siento la presencia
de alguien a mi lado, es un hombre, que me saluda con un perfecto inglés, yo
le respondo el saludo, tratando de demostrar que el inglés que hablo, no es tan
básico; y sin darle importancia a su presencia, continúo escribiendo. De nuevo,
esta persona me hace otra pregunta, específicamente la hora en que
saldríamos, al parecer, el vuelo estaba retrasado. Intenté entender lo que me
dijo, sin embargo, habló muy rápido y cuando volteé a verlo, me quedé
estupefacta. De inmediato, se me formó un nudo en la garganta, que, me
impedía respirar y tragar saliva. Él se quedó mirándome fijamente, impactado,
como si verme ahí sentada al lado de él, fuese imposible.
— ¡Patty! — una sonrisa, se dibujó en su rostro asombrado, al verme—
¡No lo puedo creer!
Yo tampoco puedo creerlo, me sorprende en absoluto que un año después
de alejarnos, tenga a Maurizio sentado a mi lado, en un avión que va directo a
Madrid.
— Definitivamente, esto se cuenta y no se cree — respondí cerrando el
portátil, he intentado calmarme ante la impresión.
— Parece que el destino se empeña en que yo vaya detrás de ti, o
viceversa — respondió sonriéndome tiernamente.
— ¿Qué harás en España? — pregunté curiosa y tratando de mostrarme
seria.
— Mi hija Camila está viviendo allá. Voy a visitarla unos días.
— Qué bueno.
— Fiorella, también está viviendo en España, pero ahora está en Italia
de vacaciones.
— Excelente. — respondí tajantemente.
— Y ¿tú? ¿Qué harás en España? — preguntó con ese mismo tonito de
voz interesante, con ese acento colombiano sereno y tierno a la vez, que hizo
que temblara y quizá, le delatara de algún modo, que todavía su voz me seguía
poniendo nerviosa. El volvió a sonreírme, sigue siendo el mismo hombre
atractivo e interesante, del cual me enamoré. Los años no pasaban por él.
— Mi hermana vive allá — respondí tan seca como pude, cruzada de
brazos y apretando mis manos.
— Poco me hablaste de ella.
— Recuerda que Elena es mi hermana por parte de papá. Me regaló el
pasaje, en una de mis tristezas y soledades, le comenté que quería verla y
decidió hacer el encuentro. Es una lástima que Alfredo, no haya podido venir.
— Me alegra el reencuentro con tu hermana y espero que pronto puedan
reencontrarse los tres.
— Gracias, si Dios quiere así va a ser. A mí también me alegra que te
reencuentres con tu hija.
Nuestros diálogos sonaban extraños, realmente parecíamos dos
desconocidos y no dos personas que se habían dedicado a amarse. Su rostro
parecía extrañado de verme, y el mío, seguramente también, yo me encogí en
mi asiento y me aferré a la ventana, intentando alejar cualquier conversación
posible. Después de nuestra ruptura, yo no tuve más nunca contacto con él, y
al contarle toda la verdad a Alfredo, le pedí encarecidamente que no lo
mencionara. No sólo porque me había dolido, que él me dejara, sino porque
debía concentrarme demasiado en mi bienestar, y eso implicaba, hasta
olvidarme de su nombre.
Mi dolor por no tenerlo conmigo era cambiante, a veces duro, otras veces
fuerte, en otros momentos me hacía considerar que lo mejor, era lo que había
sucedido. A veces, tenía días buenos, otros días malos. El imaginarlo tan lejos
de mí, me hicieron sentir que lo había perdido para siempre; la última vez que
lo vi, me dijo que se iría a Europa, pero al parecer había estado en Los
Ángeles, tal vez aquí había hecho su vida, a él no le quedaba de otra. Él debía
formar su propio hogar y continuar hacia adelante.
— Sólo Dios sabe porque nos tocó estar acá, juntos, en un mismo
vuelo. — dijo, con voz pausada.
— No me voy a tomar esto muy en serio. Fue una casualidad. Una
simple casualidad.
— No creo en casualidades — respondió seriamente. — No quiero
ponerme filosófico, pero… — su comentario hizo que yo dejara de ver la
ventana y volteara a verlo, disimulando mis nervios, mientras sentía que mi
corazón latía con rapidez y euforia. Intercambiamos miradas de nostalgias.
Los latidos de mi corazón se fueron alargando, y en su lugar, no le quedó otra
cosa más, que, llevar su mano a mis mechones de pelo rubio, sonriéndome una
y otra vez.
— Tengo que admitir, que verte ha sido una tentación para mi olvido.
Tengo que admitir, que verte…
— Ya no sigas — quité su mano delicadamente de mi cabello — por
favor— bajé el rostro, y él me tomó delicadamente por el mentón y dirigió mi
mirada a la suya.
— El tiempo, quizá nos demuestre con este viaje, que rumbo ha tomado
mi vida y la tuya — despejó su mano de mi mentón — me alegra mucho verte,
estas hermosa, ¿soltera? — preguntó sonriéndome pícaramente-
— Si.
— Buena, buena Patty. Quizá no sea en la otra vida, quizá nuestra
historia, se tiene que construir en esta vida.
— Se lo entrego al tiempo — me volteé y me encogí de nuevo hacia la
ventana.
— Sólo necesito aclararte algo — exclamo él —
— ¿Qué? — pregunté sin voltear a verlo y escondiendo mi cabeza entre
mis brazos.
— Nadie se embriaga leyendo libros sobre vinos.
Sé que esa frase la escribió en uno de sus libros, él la dijo con expresión de
galantería, tuve ganas de decirle, que ya sus esfuerzos por enamorarme no
servirían de nada, que ya lo había deshecho por completo de mi vida. Pero
entonces, me di cuenta que eso, sería absurdo, porque aun y cuando trato de
hacerme la dura, la que ya no siente nada, no puedo detener las aceleradas
palpitaciones en mi corazón vinculados con los temblores en mis piernas, todo
a causa de su voz, que lo inunda todo. Su forma de expresar esa frase, fue con
una advertencia, como una manera de decirme que no pensaba dejar pasar esta
oportunidad. A mí, no me quedó otra opción, hice lo posible por evitarlo, pero
no pude. En algún momento de mi despecho, esperé volver a besarlo; mañana
veremos qué pasa. Lo único importante es el hoy, así que, sin más preámbulos,
me volví hacia él y lo besé.
— Seguramente, si te hubiese buscado, jamás te hubiese encontrado
jovencita — dijo, con la respiración agitada y reforzándome a volver a colocar
mis labios sobre los suyos.