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Por Favor, Ámame Ahora

Por

Psicolisbc
DEDICATORIA

Para ti, que al leerlo podrás percibir, que, si no te hubiese conocido, esta
historia no hubiese existido. Gracias por la chispa de inspiración que me
regalaste. Por convertirte en mi maestro y mi mentor. Te aprecio y le
agradezco a la vida, que te puso en mi camino para llenarla de bendiciones.
Gracias, gracias, gracias. Esta novela está dedicada a ti.
A mi familia:
Gracias Mamá por siempre asistir a los actos culturales del colegio, por
aplaudirme cuando recitaba poesías, por dedicarte a apoyarme en cada acción
con dirección al arte, que experimenté cuando era una niña. Te amo Mamá.
Papá, te amo todos los días de mi vida, gracias por ser y estar siempre.
A mis hermanos, Lorena, Lorenys y Luis, los amo. Para ustedes, esta gran
mágica historia, donde exteriorizo uno de mis más grandes dones.
A mis sobrinos Rafael, David, e Isabela. Su tía con esta gran novela, sale
de su zona de confort, recuerden siempre mostrar sus talentos.
Abuela Socorro, siempre estás en mi vida. Los seres queridos nunca
desaparecen. Aun escucho tu voz, sé que celebras conmigo este paso. Te amo,
te amo, te amo.
Con Amor.
Lis.

PRÓLOGO
VITTORIA

Siento mis manos muy temblorosas. Siento que pronto se vivirá el capítulo
final de esta historia, el cierre de esta maestría de vida. Debería de estar
deprimida, ¿cierto? Tengo a mi lado a una enfermera y a un esposo que no
deja de asomarse a la puerta y susurrarme al oído que me ama, algunas penas,
y puedo hablarle, pero nunca dejo que el silencio responda ¡jamás! Aún y en
estas circunstancias.
La palabra de Dios es muy sabia, es muy extraño que una paciente con
cáncer, perciba el duelo como un acto de paz y no como una tragedia. Con el
cáncer comprendí que estamos en esta vida para lograr un propósito. Hice muy
feliz a mi familia, fui una esposa enamorada y ahora seré un ángel para ellos.
Sería incapaz de dejar a mis hijas, y a él, solos, sé que ahora no van a lograr
verlo, pero ellos nunca me van a perder. De verdad, nunca me perderán. La
tristeza que ahora percibo en el rostro de Maurizio no será constante. Su
sensación de dolor, puede que lo limiten a vivir sin amor, seguramente tendrá
buenos y malos días; pero su corazón volverá a estar reconfortado, el amor
volverá a florecerle y abrazarlo tan fuerte, que, aunque él haga el esfuerzo por
abandonar ese sentimiento, le será imposible, a donde quiera que vaya, ese
amor estará inundándole su vida.

Él, mi oxigeno de amor.


Él… Maurizio Antonucci.
Mi jefe.
CAPÍTULO 1
EL COMIENZO.

Bogotá, Colombia.
Bogotá, una ciudad interesante, no ha sido imposible enamorarme de ella.
Colombia ha sabido mostrarme lo que quiero en mi aquí y en mi ahora,
mientras me voy preparando para mi futuro. Camino justamente hacia la plaza
central de la ciudad y empiezo a recordar los muchos momentos, en que,
consideré, que, al quedarme en mi país natal, no iba a poder avanzar con mis
proyectos. Hoy en día en Venezuela, lo único que existe es un silencio
palpable; mi país, nunca estuvo tan dividido como ahora: diferencias políticas,
crisis económica, depresión, pobreza. A medida que avanza el tiempo, el
futuro allí parece más oscuro.
A los jóvenes como yo, no nos da tiempo de soñar, muchos pasan sus días
luchando para sostener una familia y algunos, como en mi caso, han asumido
la dura realidad de dejar el país; confieso, que no es una decisión fácil de
tomar, pero hoy, justo hoy que escucho esta música de artistas locales, que
percibo el arte callejero, puestos de comida, deliciosos jugos de caña, los
bogotanos caminando en pausa, en éxtasis, a una distancia razonable, algunos
chamos grabando el lugar, otros agradeciendo la educación del colombiano,
otros caminando sintiendo que están en un paraíso; percibir y sentir las calles
de esta ciudad sin tener zozobra o incertidumbre, me hacen pensar que valió la
pena emigrar y estabilizarme en este país hermano.
Cada paso que he dado, me ha llevado a acercarme a la plaza Bolívar,
donde los rayos del sol, atraviesan e iluminan la Catedral Primada de Bogotá,
aquí donde me encuentro, puedo respirar mucha paz, todo pensamiento
negativo, se me va de la mente y sólo me queda el disfrute que me transmite
este lugar, conocido también como: la plaza de las palomas que se mueven por
el cielo y obliga a todos los que estamos aquí, a llenarnos de alegría. Sin lugar
a duda, la luz de este sol bogotano, me hace sentir muy bien.
Continúo caminando, mientras lo hago, pienso que soy libre del caos de
Venezuela; mi familia, sigue viviendo allá en circunstancias económicas
estables. Llegué a este país en busca de mi historia, mi futuro, un futuro que
percibí negro, si continuaba viviendo en mi tierra. Trabajo como promotora,
no tengo un horario fijo, no tengo problemas para relacionarme con la gente,
soy sociable, bonita, libre e independiente.
He pasado gran parte de mi vida, siendo la niña de casa, la protegida por
sus padres y la percibida como la más pequeña de dos hermanos, así que
ahora, que, emprendí este proceso de independización, es que entiendo lo
difícil que es esta palabra, “independencia”. Desde niña viví una lucha
constante conmigo misma, que hicieron que al entrar en la adolescencia, haya
padecido cambios físicos que al principio me gustaron y después me
asustaron, al mismo tiempo, me tocó batallar contra mis compañeros del
colegio, que desde kínder me habían seleccionado para ser la protagonista del
acoso escolar que se vivía en el salón o más bien en toda la escuela; a pesar
del éxito escolar, que tuve en la primaria y el bachillerato, fui atrapada por la
anorexia, y sin saberlo, me conduje hacia un laberinto, en el cual me perdí con
tan sólo quince años.
Para aquel entonces, mis pensamientos distorsionados, me gritaban
constantemente que yo tenía que estar como mis amigas, delgada y bonita,
para mí, ese fue el gran trasfondo de todo. Quería pertenecer al círculo social
de mis amigos y no sentirme excluida por ser la “gordita” de la clase, contrario
a esto, quería estar bajo los ojos de ellos de forma positiva, sentirme atraída
por el chico que me gustaba y verme divina. En el fondo, yo sabía que dejar de
comer no era la actitud correcta, yo no quería estar enferma y sin darme cuenta
me estaba convirtiendo en mi propia enemiga, lo que estaba viviendo era un
infierno del cual no hallaba cómo salir y donde el silencio, era el único, que
me acompañaba; nunca hablé con mis padres, a quienes les estaba haciendo
daño y a la vez, les estaba robando su tranquilidad.
Sin embargo, el momento llegó, los daños físicos estaban avanzados y mi
cuerpo dejó de funcionar como debía, por más que puse resistencia, un día me
vi sentada en el medio de papá y mamá, y frente a nosotros, estaba un doctor
que pacientemente nos explicaba todo este proceso que como familia
vivíamos.
Fue difícil, aceptar que estaba enferma, pero mamá siempre con una
sonrisa en sus labios me dijo, «¡Vamos preciosa! Vas a estar sana»; como
familia nos unimos más, encontré fortaleza en el incondicional cariño de mis
padres y mis hermanos. Con orientación psicológica, logré abrazarme a mí
misma, aprendí a conectarme con el amor propio y encontrar una sólida
relación conmigo misma.
Durante mi juventud, tuve que luchar con la inconformidad de mi padre
que no quería que fuese médico, para él, la medicina era una carrera
demasiado sacrificada que haría que mi vida no me perteneciera, sólo le
pertenecería a los demás; era lógico, que yo pasaría mucho tiempo alejada de
mi familia entre una guardia a otra, sobre todo en fechas especiales,
diciembres, semana santa, vacaciones. Papá, quedó un poco consternado,
cuando una de sus hermanas en la celebración de los quince años de su hija,
tuvo que abandonar la fiesta por ir atender un parto, quizá esa pequeña o
insignificante razón conjuntamente con una historia inapropiada creada en su
mente, haya sido el motivo por el cual nunca, me brindó apoyo afectivo ni
económico en los cinco años que pasé siendo estudiante universitaria.
En este país luché para conseguir un trabajo del que vivir, lo conseguí y he
trabajado sin parar. La lucha más fuerte que me ha tocado vivir fue abandonar
mi carrera, mi hogar, mis padres, mi familia, mis olores y hasta mi acento, el
cual aún sigo resistente a no perderlo por completo «hago lo que puedo».
Aprecio la libertad que tengo en este país. Aprecio sus calles, su gente, su
clima, muy a pesar de ser friolenta y padecer de mucha congestión nasal; he
pasado varios días con gripa, aunque en mi país le dicen “gripe”, pero a la vez
pienso, que, todo es cuestión de costumbre. He llegado a considerar que esto
de la gripe, puede estar asociado a un síntoma emocional, puede que esté
presentando una somatización.
Comenté en un principio del texto que soy promotora, lo cual es mentira.
Hace una semana y media me despidieron, la verdad no sé cuáles fueron las
razones. Supongo yo, la razón seria reducción de personal. Ahora lucho a la
aventura de estar desempleada en un país que no es el mío, pero no desisto,
aquí sigo y aquí me quedo.
Sigo andando por las calles de Bogotá. La gente sonríe, los chamitos son
alegres, el tráfico no avanza para nada, eso me recuerda a Caracas. Sigo
caminando y entro a un restaurante típico, ahí me espera Luz, una señora que
contacté por Facebook y que conocí a través de un grupo de médicos
venezolanos que están viviendo en Bogotá. Ella, había colgado hace tres días
un anuncio, donde indicaba que necesitaba un cuidador para su mamá, que
padece de alzheimer.
Luz tiene cincuenta y dos años, es una mujer alta, elegante, madre de dos
hijos y esposa de un hombre que al parecer no ama, o eso me demostró, al
atender esa llamada telefónica delante de mí: “permíteme un momento por
favor, tengo que contestar esta llamada”, yo asentí con la cabeza sonriendo
forzadamente y observando el restaurante donde me encuentro, para nada
sencillo, pero muy típico. Me parecía encontrarme en la ciudad de Mérida, la
única diferencia, es que estoy tomándome una limonada, y quizá, por allá, por
los andes venezolanos, yo estaría degustando de un buen chocolatico caliente.
«Armando, sinceramente estoy muy mal de tiempo, si no consigues la
chequera, ve como haces. No sé, dónde está mi hija, que también es tu hija y
en caso de que quieras saberlo, márcale. Tú tienes su número, ¿cierto?,
¡entonces! ¡qué tanto problema armas!, la verdad estoy ocupada. Hablamos
luego. Adiós.»
Luego de respirar profundo y evitar dejarse amargar por la llamada, Luz
dibujó una sonrisa forzada en su rostro, y empezó a hablarme de su madre.
La señora Amelia, dejó de entender lo que percibía hace aproximadamente
tres años, ahora, se mira al espejo y saluda a una persona que cree estar
viendo, cuando en realidad no hay nadie. Padece de alucinaciones visuales y
auditivas; habla con personas que no están presente y escucha cosas, que no
suenan. Sus capacidades con el tiempo fueron desapareciendo, ya no sabe
salir de su casa sola y luego regresar, ya no puede seguir realizando
actividades cotidianas o complejas de la vida, por ejemplo, llevar en orden las
finanzas, escoger la ropa apropiada, el vestirse sin ayuda, la independencia en
cuanto a asearse, así, como también, hacer las necesidades en un lugar
adecuado; ella, fue bailarina de ballet cuando era muy joven y en momentos,
decía, que, tenía que buscar las zapatillas para bailar y cuando no se veía a ella
practicando este arte que tanto amó, entraba en un periodo de frustración que
hacían reforzar negativamente su carácter malhumorado.
Su personalidad, a veces era endurecida y por eso había que tratarla con
orden y mucha firmeza. Quien estuviera al cuidado de ella, tenía que tomar
todas sus responsabilidades. Esto ha sido un proceso difícil para la familia
Antonucci. Luz, su hija mayor, se había convertido en una madre, para la
persona que le dio lo más importante que tiene, «mi vida, que ahora es mi
vida», dijo con los ojos llorosos de tristeza y a la vez de amor.
Había clarísimo en esta historia de vida, un cambio de rol; ella de pasar a
ser la hija mayor, pasó a ser la figura de madre para su propia madre.
— Bien, voy a necesitar por favor que me envíes tu currículo y copia
del título. Mi hermano, también quiere conocerte, se llama Maurizio. Ahora
mismo está presentando una situación un poco difícil, en realidad todos como
familia estamos saliendo de la etapa de un duelo. Mi cuñada y hermana,
falleció; y bueno, podrás ver que esto ha sido un proceso duro de llevar. Pero
aquí vamos, dando tiempo al tiempo y viviendo el proceso. — Luz vuelve a
sonreírme. — ¡Gracias!, me transmites mucha energía. Siento que eres una
linda chica.
— Gracias a usted por la oportunidad. Espero, que, al ver mi currículo
pueda estar más segura de mi preparación, he ejercido la carrera por dos años,
y más adelante, espero hacer el postgrado en pediatría. Me gusta mucho el
área infantil.
— Mantente abierta el universo y confía en que así será.

CAPÍTULO 2
LOS RECUERDOS DE MAURIZIO.

De repente han pasado dos, tres, cuatro, once semanas, desde que mi
esposa falleció, me posee un sentimiento de vacío. Pero, ahora tengo que salir
adelante, mis hijas me necesitan. Hoy sé que la muerte es lo más seguro que
tenemos. Nadie sabe por qué a veces la muerte llega tan temprano. La
ausencia de mi esposa convirtió mi mundo en tristeza y aunque ante mis
amigos, no parezca el hombre dolido o preocupado por mis hijas, que
quedaron huérfanas de madre a temprana edad, sólo soy yo, quien puede
lograr entender el dolor que me ha dejado la muerte de Vittoria. Este proceso
que he vivido, me ha enseñado que todos los seres humanos vamos creciendo
y cambiando con cada experiencia que vivimos, en todos esos momentos nos
abordan algunas emociones de dolor, que deben ser rectificadas o corregidas,
no siempre escogemos la mejor actitud, pero, aun así, continuamos siempre
hacia adelante.
Cuando me casé con Vittoria, ambos teníamos veintitrés años de edad, su
deseo, para aquel entonces, era ser madre y al año siguiente con el sueño de la
maternidad latente, nos convertimos en padres de nuestra primogénita, Fiorella
Alessandra. Vittoria, siete años más tarde, se abrazó, de nuevo a ese sueño y
Dios nos bendijo, con el nacimiento de nuestra segunda hija, Camila Vittoria.
Fue una madre especial, su vida giró en torno a la familia que construimos,
ella estuvo cerca de Fiorella y Camila, disfrutó mucho el pasaje de la
maternidad, se involucró con ellas y nunca se dejó ahogar por los tiempos
difíciles que vivimos- falta de trabajo, desempleo, inestabilidad económica y
un sinfín de momentos duros que atravesamos y que logramos vencerlos. Ella
siempre tuvo un sí, recuerdo, que, siempre me transmitió esas ganas de salir
adelante, en estos capítulos dificultosos de nuestra vida.
Vittoria dio su pelea, supo vivir intensamente sus últimos años, nunca la
percibí resignada hacia el cáncer, siempre iba a hacerse sus quimioterapias con
mucha energía, muy a pesar de que, recibir ese proceso, fue algo muy fuerte.
Mi esposita, nunca dijo no, nunca mostró miedo, jamás dejó de estar al
pendiente de nosotros — mis hijas y yo—. Yo muchas veces me pregunté:
¿Cómo hacía ella para seguir sonriendo sintiéndose mal?, verla chispeante,
con humor, me hacían visualizar que su actitud positiva, y ganas por vivir, una
vida plena, permanecieron siempre, hasta en su último suspiro. Como esposos
nos unimos más, empezamos a tener una conexión mucho más directa, una
luminosidad que nos prohibía estar del lado de la tristeza, sobre todo, cuando
ella observaba que yo me decaía. La sonrisa con la que yo vivía, era gracias a
la suya, que siempre la hizo lucir bella.
Fui privilegiado, al tenerla como esposa, todos los días, le agradezco a
Dios la oportunidad que tuve de estar con ella, de disfrutar su amor, de amarla
y protegerla; sin embargo, me hubiese gustado que gozáramos más de la vida,
que fuésemos abuelos, que pudiéramos haber realizado los viajes, que
queríamos hacer, pero, aunque eso no sucedió, hoy entiendo, aun con mucha
nostalgia, que tuve la bendición de vivir mis mejores años a su lado.
Nuestra historia de amor, fue poderosa, la vivimos con entrega, diversión y
fidelidad. Yo conocí el amor por treinta años, Vittoria, fue mi compañera, mi
amiga, mi novia, mi esposa y cada amanecer sin ella, fue muy doloroso. Pero
hoy soy consciente, de que, cada sonrisa que me dibujo en mi rostro es
dedicada a ella.
Una mañana, me desperté y observé mi habitación completamente
iluminada, sólo con el resplandor de la ternura de mi esposita; tenía junto a mí,
a un excelente ser humano, que ese día que yo cumplía cuarenta y nueve años,
se estaba preparando para partir. El cuerpo de mi esposita estaba conmigo, en
mi casa, nuestra casa, nuestra habitación, pero su espíritu estaba en las alturas,
su cuerpo comenzaba a emprender un paseo por el cielo. Vittoria, se preparaba
para encontrarse con los ángeles, su amor por mí era tan grande, que decidió
que su alma y espíritu pasaran a otro plano, ese día que yo cumplía otro año
más de vida.
En ese momento, mi mundo se me vino abajo y hago consciente que la
persona que me había estado acompañando parte de mi vida, ya no la tenía, a
mi lado. Recuerdo, que, mi hermana me comentó, que ahora mi misión, era
cuidar de mis hijas, ya que ellas necesitaban de alguien con mayor experiencia
que les hiciera entender que la vida continuaba y que su madre había
descansado, luego de una dura batalla contra el cáncer.
Lo confieso, no estoy en paz, cada día, siento que estoy poco conectado
con la tranquilidad, lo único, que, en estos momentos siento es un
desequilibrio emocional, muy grande. Luego de este inmenso duelo, empecé a
luchar, con mis hijas, con la empresa, comencé a dormir mal y al día siguiente
me iba a temprano a trabajar.
En los matrimonios, cuando uno de los dos, ya no está, el otro se ve
forzado a continuar y mientras eso me sucedía, tuve exceso de cuidado con
mis hijas (me volví un padre sobreprotector), mantuve trabajo excesivo, entre
otras cosas. Yo escogí, hacer los mil cuatrocientos proyectos que se me
presentaron en la empresa, por esa razón me pasaba la tarde dando entrevistas
a empleados, vendiendo nuestros servicios a otras compañías, recibiendo
preguntas por correo sobre mis libros; tenía reuniones siempre con personas
importantes, falté en muchos momentos a los actos del colegio de mi hija
Camila, intentaba llegar temprano pero generalmente me salía una reunión de
improviso, intentaba comer con ellas todos los días, pero cada vez que iba a
llevarme el tenedor a mi boca para probar un trozo de la comida, surgía entre
ellas una discusión que hacía del almuerzo una hora conflictiva. Después, de
cenar, la ruta era la misma, recostarme e intentar descansar; pero en cada
sueño, estaba Vittoria.
Todas las noches me despierto pensando en ella y me doy cuenta del vacío
tan grande que siento, pero, yo sé, que, con Dios a mi lado y ese angelito que
me acompaña, voy a seguir adelante.
Tengo muchos amigos psicólogos con los cuales he transitado más de una
vez desde un enfoque terapéutico el camino de la paz, en conversaciones
profundas con un amigo psicoanalista, he logrado entender cuál es mi
propósito, ahora que mi compañera de vida no está. Yo no estoy fingiendo
que no siento nada, y en eso difiero con Mónica (mi socia), quien insiste en
pensar que estoy negando mi realidad, quien en más de una ocasión me ha
señalado, que necesito asumir la ausencia de Vittoria, quien preocupada ha
querido ayudarme a sacar su ropa del armario y donarla a quienes lo necesitan;
en cada conversación que tenemos, me repite, que debo colocarle la otra
mejilla a este proceso para poder observar las bendiciones que me ha dejado
está perdida y romper con tradiciones que no me hacen bien, por ejemplo,
vestir siempre de color negro.
Yo entiendo perfectamente todo lo que mis amigos me comparten, no me
doy la media vuelta cuando me lo repiten una y otra vez, al contrario, me
encamino, hacia la aceptación y recorro el rumbo que me lleva en dirección a
lo que parece ser “la felicidad”, que simbólicamente son mis dos hijas. Ellas
han sido las únicas que me han dado fuerza en este viaje, por ellas trato de
mantener el equilibrio.
Un día comencé a escribir sobre neurociencia y felicidad, estuve en New
York y me uní con una organización de neurociencia que operaba en
Latinoamérica y que para mí tenía mucha importancia. Esa organización la
descubrí por casualidad y está muy ligada a mis investigaciones, así, como, a
mis libros. Al regresar a Bogotá, con una agenda, llena de proyectos, y páginas
en arreglo sobre metas que cumplir, recibo, la noticia de que Elsa, mi
secretaria de años, exactamente desde que abrí mi empresa, se va de Colombia
para Ecuador.
Esto, que para cualquier jefe podía ser insignificante, para mí era un
problema. De nuevo tenía que volver a buscar a otra persona, observar sus
intereses, su trabajo, ponerle retos a ver si los cumplía y mostrarle
absolutamente todo lo que se encontraba en mi cabeza llena de información.
Tenía que poner cara de estar prestando atención cuando me hablara de su
currículo y mostrarme interesado, cuando en realidad, yo lo que iba a evaluar
era la acción propiamente dicha. Pero ahora no tengo cabeza para eso, mi
prioridad, en estos momentos es chequear quién será la nueva enfermera de mi
madre, así, que, mientras tanto, Mariela, la secretaría de Esteban (mi socio), se
encargaría de organizar los pendientes que tenga, mientras más adelante,
consiga quien ocupe el cargo que dejó Elsa.
Dos días después de haber llegado a Bogotá, me encuentro en la casa,
donde viví con mi madre. Luz, me comenta que la doctora, ha llegado. Miro el
reloj y lo primero que pienso es que es bastante puntual, ya eso dice mucho.
Entramos a la habitación de mi mamá, ella está dormida y la joven
pacientemente le acaricia el cabello, susurrando una canción de cuna, que,
paró de cantar, cuando sintió nuestra presencia, de inmediato se sonrojó, se
llevó su dedo índice a los labios, y nos indicó que hiciéramos silencio. Había
logrado hacer que mamá cerrara sus ojos y descansara. Luz y yo, salimos de la
habitación y esperamos en el pasillo a la joven, que al cabo de unos extractos
segundos salió del cuarto.
— Hola, buenos días.
Escucho que dicen, estaba concentrado en contestar un mensaje por
WhatsApp, de inmediato, subí la mirada y la percibí lo suficientemente cerca
como para darme cuenta que es una jovencita; le cálculo de inmediato la edad,
la misma que tiene mi hija Fiorella. Me detengo un segundo a verla con mucha
prevención, básicamente, cuidándome de no ser captado; puedo ver sus ojos
grandes marrones claros, su cuerpo delgado y su rebelde cabello ensortijado,
que, pienso que cautivará a cualquier hombre. Está vestida con una falda larga
color violeta y una franela holgada color verde oliva, que, deja al descubierto
el largo cuello que tiene. Me parece un poco extraño verla vestida de esa
forma, esperaba encontrarme a una doctora vestida en mono y en bata, pero al
parecer, es una joven muy fresca, divina y coqueta. Luz, me presenta como su
hermano, indicando, que soy su mano derecha y apoyo incondicional, en este
reto, que la vida nos había puesto para devolverle a nuestra madre, todos las
bendiciones y atenciones que ella tuvo con nosotros, sus dos hijos.
—Mucho gusto. Maurizio Antonucci.
Me presento muy serio. Con voz de autoridad. Le extiendo la mano y ella
me la toma, siento que tiembla, su mano está muy caliente. Está nerviosa. Eso
hace que sonría de forma maliciosa.
— Un placer, Patricia Toscano. Pero puede llamarme Patty. — dijo con
voz simpática, como si en vez de ser el hijo de la señora que iba a cuidar, yo
fuese su mejor amigo.
—El placer es mío Patricia, discúlpeme, pero no me gustan los apodos. —
dije cruzando los brazos. Tengo la sensación de haberla puesto nerviosa. Su
cara al escucharme, se muestra apenada y vergonzosa.
—Lo siento, esto de ser venezolanos a veces hace que uno quiera…
—Si entiendo, no tengo mucho tiempo. Por favor, vayamos a la sala y
acordemos todo. — dije, mostrándome poco amable.
Luz, me miró con cara de asombro, como dándome a entender que me
estaba comportando de manera insoportable, y lo único, que, iba a lograr era
que la doctora se fuese indignada y considerando, que a los venezolanos no se
les daba un buen trato. Sin embargo, yo pienso distinto, me gusta ponerle retos
a la gente que trabajará para mí, al punto de que me den la confianza para
reconocer, que pueden conocer hasta nuestras sombras. No era tan sencillo
dejar entrar en nuestro hogar a alguien que se contactó por redes sociales y
aunque la jovencita me transmitía confianza, no podía dejarme guía por ese
detalle, tenía que profundizar más. Del pasillo de las habitaciones, caminamos
hasta la sala de la casa, nos sentamos cada uno en un sofá. Nuevamente me
detengo a verla, es jovencita, pero la siento muy preparada, o al menos eso me
dice su apariencia. Tiene un gran aspecto, sonríe tiernamente, cruza sus
piernas y su vestimenta la hace lucir realmente auténtica; sus manos son
delicadas, pequeñas y cuidadas, su olor es especial, se vuelve poderoso en este
momento para mí, disfrutar su perfume, ese aroma a flores, que se ha
registrado por toda la casa.
—Me permite su síntesis curricular, por favor. — dije, y ella de inmediato,
me entregó una carpeta amarilla, en absoluta paciencia y con una amplia
sonrisa en sus labios, que, hizo que me sintiera extremadamente extraño.
Despejé la espalda del sofá y me fui hacia adelante. Leí rápidamente el
currículo. Dos años de graduada, médico cirujano, ex profesora universitaria
de fisiología renal, domina el inglés y prestó servicio para una empresa en el
área de salud ocupacional. De inmediato, pelo los ojos como un sapo, podría
esto ser una clave para que más adelante pueda ayudarla a que trabaje
conmigo en mi empresa, la esposa de Esteban, también es médico y
próximamente en disruptive group, no sólo estaremos abordando la
neurociencia, sino también la biomedicina, prestando un servicio médico
adecuado, oportuno y de renombre; y volviendo a retomar los proyectos que
mi esposa, había dejado en el área de la salud ocupacional.
— Usted tiene un buen currículo. Sin embargo, quisiera dejar claro que, el
servicio que necesitamos, es full time. Razón por la cual, no le dará tiempo de
realizar otra labor, más que esta. — Admití con aires de estructura,
exteriorizando seriedad y firmeza en mis palabras. Ella apretó sus labios,
sonrió forzadamente, se escondió uno de sus mechones de cabello marrón
claro detrás de su oreja. Luz, cruzó las piernas, a diferencia de mí, ella es más
relajada; sin embargo, si no se le aclaraba bien, el horario fijo que debía tener,
nos pasaría lo mismo de siempre, renunciaría, al cabo de dos semanas por no
sentirse a gusto con el tiempo laboral; y precisamente por eso, por evitar
volver a vivir otro episodio así, fue la razón por la que, fui, bastante concreto y
preciso. Si le parecía oportuna la oferta, bien, de lo contrario, seguiríamos en
busca de otra persona. Mientras tanto, Luz tendría que estar a cargo de mamá;
y yo seguiría colaborando económicamente, no sólo con gastos de nuestra
madre, sino también con los de ella. En realidad, su esposo lo que menos hacía
era ayudarla, y a mí no pesaba colaborarle, al final, ella es la única hermana
que tengo, y el único tesoro que me quedaría como un recuerdo latente de
mamá, cuando ella ya no estuviese. Es increíble, a veces la miro y es como
estar viendo a mi madre unos años atrás, cuando apenas yo era un niño.
—A ver, como le explico señor Maurizio…— Ella traga saliva y vuelve a
mirarme mostrándose muy segura de sí misma, al parecer los nervios que
consideré que tuvo a un principio del encuentro, ya habían desaparecido. —La
verdad es que yo estoy un poco pensativa, nunca he trabajado con adultos
mayores y este trabajo me quitaría algo de tiempo para hacer horas extras,
usted sabe, trabajo de inmigrante.— Ella ríe, esperando que yo le devuelva la
sonrisa, pero sólo consigue ver en mí seriedad y atención, ella, suaviza su
expresión al verme mucho más serio y sólo limitado a escuchar lo que
realmente me interesa, es decir, si puede o no, asumir el servicio que
necesitamos.— Bueno, yo aquí he hecho de todo, prácticamente he colgado mi
título en una pared; trabajé como promotora, ahí no tenía hora fijo; así, que,
podía ejercer la labor de visitador médico, claro, usted sabe, con gente
conocida. Siempre sale alguito. Mi papá tiene amigos que viven acá. Inclusive,
yo he estado pensando en revalidar mi título, pero imagínese, son dos mil
dólares, y yo no poseo esa cantidad, pero bueno, no quiero cansarlo con mi
historia. El hecho es que trabajarle a su madre veinticuatro horas, en estos
momentos, con mi situación, a mí no me beneficia. Pudieran contar conmigo
los fines de semana, no sé si les parezca accesible.
—Me parece bien — respondió Luz y de inmediato, me miró con cara de
suplicio. No podía ser tan exigente, era lógico que esta joven necesitaba de
varios trabajos. En Colombia todo es muy costoso y ella venía de un país
donde la vida se había vuelto difícil. Esta jovencita, que tiene edad para ser mi
hija, no conoce de calidad de vida y yo me supongo, que no debe solamente
trabajar para ella, necesitaría enviarles dinero a sus padres y eso significa
trabajo, buena agenda, organización y una considerable distribución de gastos,
que, sí sabía hacerlo inteligentemente bien, podría alcanzar lo que ganara en
dos o tres trabajos que hiciera, para mantenerse estable en Bogotá. Eso sí, por
un tiempo tendría que olvidarse de vivir una vida jovial, su vida, sólo giraría
en torno al ámbito laboral, el único tiempo libre que tendría sería para dormir.
—Está muy bien. Gracias. Lo haremos así— añadí viendo su rostro con
mucha cordura y evitando no mostrarme interesado por ver más de cerca sus
ojos claros, y su largo cuello enrojecido, supongo que por los nervios que le
transmití.
—Perfecto. Gracias por la compresión — ella me sonríe tiernamente— en
la mesita de noche les dejé el historial clínico. Y bueno, antes de que usted
llegara señor Maurizio, conversé con su hermana, yo sé que es difícil esto que
les voy a pedir, pero deben tenerle paciencia. ¿Quién es Nicola? No paró de
hablar de él.
—Nicola era mi padre. — Respondí sin ánimos de querer entrar en
detalles.
—Entiendo, no se expresó muy bien de él. Inclusive se alteró un poco. Por
otro lado, quiero compartirles que revisé a la señora Amelia, ella dice que sabe
lo que tiene y que solamente quiere hablar de eso con ustedes. Le haría muy
bien verlos a los dos juntos. — La jovencita se sonroja una vez más, y yo
empiezo a dejar de resistirme y la veo con ternura. Hay algo en ella, que no sé
explicar pero que me gusta. Sí, su sonrisa me encanta y la calidez de sus ojos
ha hecho que me quede con ganas de volver a verla. La percibo leal, justa,
honesta, me gusta su voz suave y en momentos excesivamente espontánea. —
Igual estoy a la orden para cualquier consulta que necesiten. De tensión está
muy bien, así que por eso no se preocupen. La dejé descansado, espero pueda
continuar así. Gracias a ustedes por la confianza, el tiempo, por todo. —Esto
último que dice, hace que, suelte una sonrisa.
Yo me sonrío y me pregunto, ¿qué carajo me pasa que tengo esta cara de
estúpido? Me limito a dejar de verla como una mujer y empezar a verla, como
lo que es, una chica que puede ser mi hija. Y ahora hago una retrospectiva de
mi vida, será esto un nuevo ciclo asociado a la famosa crisis de mis casi
cincuenta años, que no viví cuando cumplí mis cuarenta, exactamente hace
diez años. Por Dios, hace diez años esta jovencita tendría dieciséis años. Me
sobrepasé, le llevo veinticuatro años. No sé ni qué hago sacando cuentas.
Fresco Maurizio, fresco, fresco. Vea concéntrese en lo suyo y deje quieto al
que está quieto. Su corazón sólo es y le pertenece a la madre de sus hijas, su
único, y verdadero amor.
Luz, se pone de pie, le agradece nuevamente el haberse acercado hasta la
casa, ella da las gracias, se despide de mí sin acercarse, sólo moviendo su
mano educadamente de un lado a otro y sonriendo tiernamente.
—Hasta luego don Maurizio. Gracias por todo.
—Gracias a usted. — Respondí con simpatía, después de todo, la chica
tenía un no sé qué, que me había gustado.
Podía escuchar las voces de mi hermana y ella desde la puerta, e inclusive
los susurros en voz baja de Luz, indicando, que yo no era tan malo. Esto hizo
que me riera, y respirara profundo. Al menos, la doctora se había ofrecido a
ayudarnos.
De repente, chequeo la galería de fotos de mi madre, que hay en la mesa de
centro y observo mi última foto en navidad con Vittoria, no tardé mucho, y me
conecté con los recuerdos.
Hoy en navidad, agradezco a Dios y a la vida, por tener a mi esposita
conmigo. Hoy es un día para dar gracias, con esa energía de gratitud y
agradecimiento, me levanté está mañana fría, pero muy especial. Es el
cumpleaños, de la mujer que amo, mi esposa, la madre de mis hijas.
Me acerco a nuestra habitación y veo a una mujer feliz, vestida con una
bata blanca, un labial rojo en sus labios y una sonrisa que me hace recordar
porque decidí que ella fuese parte de mi vida. ¡Qué hermosa sonrisa tiene!
Vivir la experiencia del cáncer en un principio fue una tortura, cuando a
ambos nos dieron la noticia, de inmediato la posibilidad de la muerte empezó a
causarnos un daño terrible. Todo ese sufrimiento que vivíamos una y otra vez
por esta enfermedad, que en vez de paralizarse avanzaba cada día más, nos
hacía sentirnos amenazados, estancados en un callejón sin salida.
Vittoria, eligió durante su proceso mantener viva la esperanza, nobleza y
paz, tomó la decisión de visualizar este duro momento como un regalo de la
vida; sin tener una razón lógica, para ella, esta experiencia era un viaje que le
estaba enseñando que la vida fluye como el mar, sin obstáculos, sin
limitaciones o leyes. Experimentó esta vivencia como un trabajo, un trabajo
divino, que estaba dirigido por Dios, era él, quien nos iba a mostrar la verdad.
En todo este proceso, observé al gran ser humano que tengo a mi lado, el
ser maravilloso con el que me casé; no lo voy a negar, cada vez que Vittoria
dormía en mis brazos, sentía miedo, muchas veces miraba su muerte, pero era
entonces, cuando ella, me iluminaba el camino, con tan sólo, cada pequeño
detalle que me regalaba; un hermoso atardecer abrazados en la terraza de
nuestra casa, observando una Bogotá fría, con una riqueza natural abundante,
su permisión de ser alegre, los café, que preparaba por la mañana mientras
escuchábamos el silbido del viento proveniente de los ventanales. Su amor y la
simplicidad de su sonrisa, al sentir mis besos.
—Hola amor. Buenos días. ¿Qué tal luzco hoy? No te parece, que ahora
parezco un marcianito. — Se pasa sus manos por su cabeza, brillante, única,
pero jamás vacía.
—¡Cielo! Te ves hermosa. Preciosa, radiante. — Le sonrío.
—Ven. Acércate. — Me extiende el brazo y yo me le acerco. Me acuesto a
su lado. Ella coloca su cabeza en mi pecho.
—Esta vivencia que nosotros hemos tenido, nos demuestra que tenemos un
propósito en la vida y una razón para estar acá, transitando este viaje. Cuando
perdí el cabello, observé que es necesario sumergirme en un mundo distinto, y
disfrutar lo que está ocurriendo conmigo, más bien, disfrutar lo que el cáncer
me ha dejado.
—Cielo, las vivencias como estas sólo ocurren para demostrarnos que tan
fuertes somos. Y tú lo has hecho muy bien — le doy un beso en su cabecita, en
esa parte vacía, iluminada, bendita para mí— tú lo haces muy bien— le hablo
esta vez en voz baja.
—Amor, debemos estar preparados.
—¿Preparados para qué? — Le hablo con firmeza, pero a la vez, siento
miedo de escucharla
—Dios me necesita. Él fue capaz de abrazarme y en nuestra conversación,
me ha dicho que debo confiar en el proceso; y desde ahí, decidí entregarme.
—¿Entregarte a que mi amor? ¡No hables así por favor! — la abrazo y la
aprieto más contra mí.
—Como en muchas vivencias de la vida, cada cosa tiene su fin. Es la hora
de desprotegernos del miedo— ella se despeja de mí y me mira fijamente—
sé, que mis hijas y tú están preocupados, ustedes lo saben, mi viaje se
aproxima. — Aprieto los ojos e intento no llorar— lo más hermoso de todo
esto, es que hoy estamos más cerca el uno del otro. —Ella me sonríe con tanto
amor; yo siento dolor, pero al mismo tiempo siento paz.
—¿Recuerdas, lo que dije cuando nos casamos? — le respondo que sí,
moviendo la cabeza y apretando los labios. —Maurizio: te voy a amar hasta
que la muerte nos separe y más allá de la muerte—me acaricia las mejillas. Me
sonríe, me mira detenidamente— adoré esta vivencia que me tocó vivir, pude,
encontrar en todo, este tiempo una energía divina increíble, pude ver lo
brillante que ha sido compartir, mi vida contigo, lo hermoso que fue construir
esta familia. No pude escoger un mejor compañero de vida. Por cierto, desde
que llegamos de viaje, no te he dado las gracias por ese abrazo que nos dimos,
en aquella puesta del sol en Viena. Fue hermoso.
—Todavía nos queda pendiente otro viaje— le acaricio la mejilla y le sigo
sonriendo.
— Los seres queridos nunca desaparecen. Yo pasaré a otra vida. Pero
siempre, siempre me tendrás a tu lado. Dios nos dará fuerzas.
— Cielo, hoy es tu cumpleaños. Tenemos que celebrar, reír, disfrutar.
Además, es navidad. ¿Te parece mejor si cambiamos de tema?
—Necesito estar segura de que vas a estar fuerte- me agarra de las manos y
entrelaza sus dedos junto a los míos. — No quiero que sufras. Mi cuerpo y mi
alma estarán con Dios.
—Amor, mis ojos, ya se acostumbraron a verte, la soledad en esta casa, en
nuestra habitación, en mi vida entera, sería insoportable, si tú no estás a mi
lado.
—Sabes algo, cuando me enteré que tenía cáncer, comencé a tener
percepciones confusas, entré en un trance y hubo un momento en que le tuve,
miedo a la muerte. Fue entonces, cuando comencé el proceso de las
quimioterapias, las cuales, a Dios gracias duraron muy poco. Recuerdo, que,
pensaba que esta pesadilla nunca iba a acabar, pero el cáncer me garantizó que
estamos juntos en esta vida por una misión.
—¿Y cuál es esa misión? — pregunté, alzando mi mano, colocando
ligeramente mis dedos por su hombro. Ella empieza sonrojarse al sentir esa
caricia.
—La necesidad, de saber que siempre estaremos unidos el uno con el otro.
En cada poro, en cada célula de tu cuerpo, puedes tener la certeza, que yo ahí
voy a estar contigo. Es un lujo tenerte como esposo. Fuiste capaz de dejarme
sin palabras cuando me enamoraste. Me embelese con tu amor, con tu don
para hacernos felices a nuestras hijas y a mí. Te amo para siempre Maurizio.
— Vittoria me llevó las manos a su rostro y comenzó a rodear, la yema de mis
dedos por toda su piel blanca y lisa. Reaccioné con tanto amor hacia este gesto
cariñoso, que, por un segundo, consideré que mi pánico había disminuido, al
punto de desaparecerse.
—Vittoria, tú me sedujiste con tan sólo mirarme, eres el amor de mi vida.
Eres una mujer maravillosa, y por eso tengo miedo. Tengo miedo Vittoria—
apreté los labios e intenté no llorar, pero sentí, que el registro de mi tristeza, ya
estaba por romperse.
—¡Amor! — me acarició las mejillas y me sonrió- tú siempre me tendrás
aquí— dijo, tocando el lado izquierdo de mi pecho. — Siempre voy a estar en
tu corazón, me diste el impulso para sostener esta lucha. Tu lealtad conmigo
ha sido grande. Sé que esto ha sido un proceso muy difícil, pero nos ha unido
muchísimo. No tienes que sentir ningún tipo de frustración, es más, no te lo
permito— declaró, irradiando una grandiosa fe y mirándome fijamente, con un
brillo de luz encendido en sus hermosos ojos verdes.
Puedo verla y sentirme atraído por su belleza, intento no sentirme triste y
conectar con su paz, pero no lo consigo. Lloro al escuchar sus palabras, lloro,
porque no sé describir lo que siento, en este momento. Dejo que Vittoria me
sonría y me abrace.
—Tengo mucho miedo Vittoria y lo seguiré teniendo. Sin embargo, estoy
consciente de que hay algo que tengo que hacer cada instante, cada segundo y
no es otra cosa, más que amarte. Tengo que aprender a combatir este miedo, y
transferirlo a otro lugar. Estoy claro de que esto no será de inmediato, pero
ahora lo que tengo son unas inmensas ganas de besarte, de adorarte, de amarte.
No me dejarás solo, en esta, nuestra casa, ¿verdad?
Ella me abrazó.
—De ninguna manera.
*
Observé el portarretrato a una esquina de la habitación que compartí con
ella, durante nuestros primeros días de casados, esos primeros meses que
vivimos en la casa de mi madre; en la fotografía, estamos abrazados, todavía
éramos novios, y nos mostrábamos felices en Manizales, frente a la plaza
Bolívar, el lugar donde nos conocimos.
Corría el año 1990, tenía 22 años de edad, estábamos en Manizales, una
ciudad de la región cafetera que se ubica al oeste de Colombia, mi padre nos
había llevado de paseo a mi hermana y a mí. Nos encontrábamos caminando
por sus calles empinadas, era un día caluroso y al mismo tiempo fresco,
teníamos frente a nosotros a la hermosa Catedral Basílica, un templo católico,
situado justo al frente de la Plaza Bolívar. Era la primera vez en mucho
tiempo, que observaba una iglesia tan hermosa e impactante, rodeada de paz y
de un sol radiante. Sonreí, comencé a sacarle provecho a este lugar, me volteé
hacia la plaza, dispuesto a detallar más de cerca la gran escultura del Bolívar
Cóndor, ubicada en todo el centro; pero entonces, observé a una chica sentada
en un banco, con un libro en sus manos, supe que estaba tentado a regresar a
esta ciudad, con tan sólo verla. Desde el momento en que me acerqué, pude
observar más de cerca su belleza; rubia, blanca, con las mejillas rosaditas y un
libro en sus manos, que parecía ser de medicina
— Hola.
Escuchó mi voz y subió su mirada, sus grandes ojos verdes claros hicieron
que me sonrojara y me pasara la mano por mi largo cabello liso negro,
disimulando lo nervioso que me encontraba. Ella se sonrojó y me devolvió el
saludo, para luego volver a concentrar su vista en el libro.
—¿Cómo estás? — pregunté un poco nervioso
—Bien, gracias— ella me miró, subió las cejas, cerró el libro y volvió a
sonreírme. Tenía una hermosa sonrisa. —¿Y tú? – preguntó con voz optimista,
reforzada por el amor y despejada totalmente de cualquier ansiedad o
preocupación.
—Muy bien. ¿Me puedo sentar? — pregunté con una voz rápida y fresca,
evitando mostrarle los nervios que sentía.
—Sí, claro— contestó en tono bajo y soltando una pequeña risa que hizo,
que, yo le sonriera tímidamente.
—Me llamo Maurizio. Mucho gusto— dije, extendiendo mi mano, ella la
tomó y sonriendo, dijo:
— Mucho gusto, Vittoria.
—¿Vives acá? — pregunté con pena, disimulando los nervios que sentía,
era la primera vez, en mucho tiempo, que intentaba conquistar a una chica.
—Sí, acá nací. ¿Y tú? ¿También vives acá? — respondió con ganas de
querer seguir hablando conmigo, mostrándose interesada por mí; aquello hizo
que mi cuerpo dejara de temblar y entonces, dejé que todo fluyera como el
agua.
—Yo nací en el interior de Bogotá. Pero mi padre suele venir mucho para
acá los fines de semana. Creo, que quede tentado, a volver venir. Eres muy
bonita, ¿sabes?, me gusta mucho tu sonrisa— dije mirando su cabello rubio
liso, y con la esperanza de volver a ver su radiante sonrisa, que efectivamente,
me tenía cautivado.
—Gracias— ella se sonrojó y se rio muy tímidamente.
—Yo no tengo novio — movió su cabeza de un lado a otro, con un gesto
de mucha serenidad.
—Qué bueno saberlo— sonreí de nuevo — eso quiere decir, que te puedo
conquistar— ella sonrió otra vez.
—Estoy concentrada en este momento en estudiar, no en tener novio— su
respuesta, nos provocó una animada risa.
—Qué coincidencia señorita, yo también pensaba lo mismo hasta hace
poco, apenas te vi, me dieron muchas ganas de conquistarte— mi corazón se
entusiasma al decirle esto y ella de inmediato dibuja, en su rostro una
expresión dulce— ¿Cuántos años tienes? — pregunté dirigiendo mi atención a
sus ojos.
—¿Veintiuno y tú? — su voz se quebranta y esquiva la mirada, estaba
absolutamente apenada de verme.
—Veintidós, los cumplí hace tres días—dije, con voz alegre.
—¡Doce de octubre! — exclamó volteando a verme con expresión de
asombro.
—Sí— respondí sintiendo como mi corazón me latía con fuerza.
—Ese día tuve un parcial de bioquímica, que aprobé con veinte— ella
suspiró, cerró sus ojos, por unos cuantos segundos y volvió a abrirlos.
Entonces, percibo que su cabello comienza a moverse a causa del viento.
—¡Wow! ¡Felicidades! Tienes el éxito garantizado.
—Muchas gracias— dijo, volviendo hacia a mí con una imagen aún más
hermosa, el sol se había reposado cerca de nosotros; ahora podía observar su
rostro dulce y sus extravagantes ojos claros, con mejor exactitud.
—¿Ya cumpliste los veintiuno, o estas por cumplir los veintidós? —
pregunté elevando mi lado amable y reforzando mi interés por ella.
—Cumplo el veinticuatro de diciembre, los veintidós años.
—Es una hermosa fecha para cumplir años.
—¡Sí! — respondió sonriente.
—Y ese libro, es de anatomía— dije, al observar de cerca su portada y el
título enmarcado en color azul, que mostraba este nombre: “anatomía, escuela
de medicina”— ¿Estudias medicina?
—Sí, estoy en el quinto año— respondió sonriendo.
— Qué bueno. Yo estudio ingeniería.
—Que chévere. ¿En qué área vas a especializarte?
—Informática. También hablo inglés y escribo desde que era un niño. Me
gusta mucho la lectura, soy un aficionado de la literatura. Estudio en la
universidad Javeriana de Bogotá, ¿tú estudias, en dónde?
Cuando iba a responderme la pregunta, una mujer joven de apariencia
fuerte y exigente, gritó su nombre; esto hizo que ella, de inmediato, se pusiera
de pie y con la mirada seria, me dijo:
—¡Me tengo que ir!
—¡Espera! — dije, tomándola del brazo— ¿esa señora es tu madre?
—Yo no tengo mamá— respondió sonriéndome un poco triste- la perdí
cuando tenía cinco años. Ella es mi hermana.
—¡Ay! qué pena contigo, ¡lo siento! Yo ….
—¡Vittoria! — volvió a gritar la mujer con intención de acercarse a ella,
para recordarle, que era inadecuado hablar con personas desconocidas.
—¡Me tengo que ir!
—¿Dónde puedo encontrarte? Por favor, déjame un número de teléfono
para poder llamarte.
— No puedo, en casa no permiten que me llamen chicos.
— Entonces, dime dónde estudias, ¡dime! Y yo te juro que voy a buscarte.
—¡Vittoria! — la señora comenzó a caminar hacia a nosotros, lo
suficientemente furiosa, como para regañarla.
—Estudio en la católica. La semana que viene tendré un proyecto allí, a las
nueve de la mañana, miércoles de la semana que viene, soy mala para las
fechas, sólo, sé, que es el miércoles. Espérame en la placita de la universidad,
ahí siempre estoy con mis compañeras. Me tengo que ir—hablaba muy rápido,
la señora casi se acercaba y ella se despejó de mí y corrió hacia a ella.
—¡Ahí voy a estar! — le grité con voz tierna, observando como la señora
la sujetaba del brazo y la llevaba jalada hacia un auto, un camaro azul.
Impactado por su belleza, sonreía y recordaba sus hermosos ojos verdes.
Fue entonces cuando una fuerte palmada en mi espalda me hizo conectarme
con el presente, me volteé y vi a mi hermana—¡Luz! — pronuncié arrugando
el rostro y tocándome el hombro, realmente me había golpeado, algo fuerte
—Ya veo que estabas muy entretenido con Vittoria.
—¿La conoces? — pregunté, con los ojos saltones como un sapo.
—¡Claro! Es una de las mejores estudiantes de medicina y siempre reza el
rosario en la iglesia, sólo que hoy lo hizo su hermana. La misa está muy
bonita, y papá quiere que entres; ha estado preguntando por ti, tuve que
decirle, que no sabía dónde te habías metido.
—Luz, esa señorita, se acaba de robar mi corazón. ¿Dónde vive? ¿Dónde
puedo contactarla?
—Sé dónde vive, pero su hermana es extremadamente estricta.
—Ella me dijo que nos viéramos el miércoles de la otra semana, estudia
medicina, en la católica.
—Creo que es lo mejor. Definitivamente su hermana es muy
sobreprotectora con ella.
—¡Es hermosa! — dije, sonriendo.
— Si lo es — Luz me sonrió, y me abrazo.

CAPÍTULO 3
LOS OJOS DE PATTY.

¿Por qué deseo volver a verlo?


La recepcionista de la empresa sigue hablando conmigo. Hasta ahora, la
única pregunta que le he respondido ha sido mi nombre completo. Había
imaginado la escena de mi entrevista toda la noche de ayer. Imaginaba un jefe
indiferente, mucho más indiferente de lo que se mostró conmigo, ese día en su
casa. Pienso en lo pesado que me cayó el tipo, y en las disculpas de su
hermana, quien amablemente me dijo que él no era tan malo. Al final pude
conseguirles una enfermera que cuidara de la señora Amelia. Estefanía, mi
amiga de infancia, había llegado a Colombia, y ella si es enfermera graduada y
con mucha experiencia en cuidar a adultos mayores.
Ahora bien, trato de no hacerme ningún análisis, pero…no entiendo para
que el señor Maurizio me citó en su empresa, hasta donde sé, aquí se presta
servicio de coaching y psicología a otras compañías, aunque no percibo nada
que este asociado con medicina.
Debo confesar, que cada vez que lo miraba, me sentía más nerviosa. Y
ahora no entiendo cómo pude estar percibiendo a un hombre tan mayor.
Tendrá unos cuarenta y cuatro años. Y creo que se debe pintar el cabello,
porque no le observé ni una cana.
Ahora yo me pregunto: ¿Qué quiere decir que no tenga canas? ¿Qué
cuento con más ventaja? ¿Qué tendrá menos edad de la que pienso? Tengo
veintiséis años, y ese hombre puede ser mi padre.
Mariela, la asistente, me pide que pase a la oficina del ingeniero. De
inmediato, sigo sus indicaciones, cruzamos un pasillo a la derecha y dimos con
una puerta de color blanco transparente, ella la abrió, y me hizo pasar.
Maurizio, está sentado en un sillón y por detrás, tiene un ventanal con vista
al sol que hacía en Bogotá. El olor a su colonia — que a mi parecer debía de
ser carísima— se impregnó en las cuatro paredes de su oficina. Observé su
rostro, es un hombre bastante simpático, de largo cabello negro alisado, ojos
negros, cejas prominentes, rasgos perfilados, labios finos y manos largas —
manos de pianistas más bien— contextura delgada y con una estatura
aproximadamente de uno ochenta. Su corbata, color azul celeste, combina
perfectamente con su camisa blanca, y el saco color negro, que lo hacen lucir
como todo un empresario. Sus ojeras, me hicieron entender que apenas y pudo
dormir en toda la noche, a causa de pensar en su esposa. No ha debido de ser
fácil para él, perder al ser que más amó; la madre de sus dos hijas, las chicas
que observé en un portarretrato que tiene a una esquina de su escritorio. Me
sonrió al verme y me doy cuenta, que es un hombre que puede trazar la línea
entre el orden y la confianza. Agradeció mi presencia, el que me haya tomado
el tiempo de asistir a su empresa. Luego se inclinó hacia adelante, y con las
manos juntas, comenzó a hablarme.
— Seguro estarás preguntándote, ¿para qué te cité?
— Sí, todavía no entiendo.
—Ya lo entenderás— se sonrojó al verme y recostó su espalda de la silla.
— Mi esposita era médico, especialista en salud ocupacional; en esta empresa,
ella lideraba esa área que ahora mismo se encuentra en la búsqueda de
médicos. Ella cuidó la salud de los trabajadores de las empresas, a las que
prestamos servicios de manera preventiva. Vittoria, fue muy reconocida.
Puedes buscar de ella en internet, o en nuestra página web, mírala — me
señala un letrero colgado en la pared. — Allí está nuestra web — chequeo el
nombre y de inmediato me lo grabé. Asentí con la cabeza y le di las gracias.
—Necesitamos un médico especialista en medicina laboral para la próxima
semana, es para un servicio que tenemos. Ahora mismo el grupo lo dirige una
doctora, ella se llama Mónica, es médico psiquiatra y tiene un diplomado en
salud ocupacional; decidió, poner en pausa la psiquiatría y dedicarse a un área
que para ella es más pasiva. Voy a ponerte en contacto con ella, de manera que
puedas dedicarte a formar parte de su equipo. Claro, sólo si tú lo deseas —
dijo sonriéndome de nuevo, viéndome de manera interesante y subiendo al
mismo tiempo sus cejas.
—Claro, por supuesto que lo deseo— respondí sonrientemente.
—Qué bueno saberlo. Por ahora, estarás tú solita, esperamos más adelante
armar un grupo más grande. Prácticamente estamos iniciando con esta nueva
área. Acá podrás gozar de ingresos aceptables o buenos y que se ajusten a tus
necesidades, además, estarías ejerciendo lo que te gusta. No cualquiera es
médico, son muchos años de estudio, yo lo viví con mi esposita— él se sonrió
y eso hizo que lo viera con ternura. — Entiendo que el servicio que requiere
mi madre, sea un trabajo más para el perfil de una licenciada en enfermería.
Por eso pienso, que, para tu currículo, te haría muy bien ejercer la medicina
con nosotros, eso hará que crezcas profesionalmente; yo quiero ayudarte, es lo
que esperaría que alguien hiciera por mis hijas o por mí, en una situación
como la que veo en noticias de tu país. Puedes contar con mi apoyo.
Permanecí en silencio unos segundos, tratando de canalizar la información
que acababa de recibir. Me dieron ganas de gritar, de pararme corriendo de la
silla y abrazarlo, de tener con él un gesto de agradecimiento espontaneo y
exagerado. Nunca esperé que esta oferta llegara tan rápido. Que pudiera
ejercer la medicina, con el mismo amor con que la ejercí en mi país. Tras
guardar silencio, hablé.
—¡Wow! — dije sonrientemente— Muchísimas gracias. He estado
esperando tanto este momento, que me resulta hasta extraño estarlo viviendo
— tras escuchar mi voz alegre, él me devuelve la sonrisa, de inmediato me
pongo un poco nerviosa y cruzo los brazos.
—Empezarías en una semana.
—Maravilloso, aunque, yo todavía estoy en proceso de legalizar mis
papeles, y hasta ahora sigo en estatus de ilegal.
—No te preocupes. Yo le hablé a Mónica sobre tu caso. Ella es venezolana,
estoy seguro que en eso podrá asesorarte.
—Gracias don Maurizio, es para mí una bendición esto. De verdad, le
estoy demasiado agradecida.
—Tranquila, estamos para ayudaros, ¿cierto? —se sonrió— bueno, y como
sé que quieres ahorrar y ahorrar para revalidar tu título, te propongo que hagas
horas extras conmigo. Puedes ser mi asistente, me ayudarías agendando citas,
un poco con el marketing de mi marca personal — él me mira fijamente, se
sonroja y hace que yo me estremezca. Por un momento, vuelvo a sentirme
nerviosa— Sería un pequeño empleo de asistente que podría proporcionarte un
propósito, y es que aprendas de marketing hoy en día eso es importantísimo.
Trabajando conmigo, podrías organizarte para trabajar tu propia marca
personal y hasta dar a conocer tus conocimientos en la medicina.
—Usted es una mente brillante— me sonrío esta vez— Claro, que su voz
tiene algo que genera muchas cosas— él sube las cejas, como mostrándose
impactado ante mi respuesta—No me lo tome a mal, pero su voz despierta los
sentidos, o al menos conmigo lo hizo. La realidad que me espera ahora, no es
tan dura.
—Muchas gracias, lo voy a tomar como un cumplido. Me va a tocar hablar
con Mónica, para señalarle que cuando la necesite, la suelte un ratito— esta
expresión de él, nos hizo sonreír. —Bueno, no te he compartido a que me
dedico y cuál es mi labor en esta empresa— su voz cambió y se mostró seria.
— Soy ingeniero en información, coach en programación neurolingüística y
escritor — cuando dijo que es escritor, de inmediato tuve una expresión de
asombro. — Puedes obtener mis libros en físico en cualquier librería del país o
en internet de manera digital. El último que escribí se llama, neurociencia y
comportamiento
—¡Wow! Que maravilloso. Además de ser un gran ingeniero, seguro
también un gran escritor.
—Muchas gracias, pero bueno, vamos a continuar con lo que estaba
hablándote — se aclara la garganta y continúa— esta empresa la formé con mi
esposita, luego se unieron Esteban y Mónica. Esteban es colombiano, Moni, si
es paisana tuya. Vittoria, se dedicó al área de la medicina ocupacional y yo me
fundamente en mi área, seguridad de la información, coach empresarial y la
importancia de la felicidad en las empresas. ¿Qué hacemos?, funcionamos con
una empresa consultora y un centro de estudios clínicos; en el área que yo
manejo, acompañamos y apoyamos al crecimiento de negocios o de grandes
empresas. Ofrecemos entrenamientos, conferencias, gestión financiera y
contable, coaching de equipo, y como nos interesa el bienestar físico y mental
de los trabajadores, nos dedicamos también al servicio médico y a las
prevenciones que deben ser adoptadas para evitar en las empresas
consecuencias mayores, ¿cómo te parece?
—¡Increíble! Están muy avanzados, que interesante. Es una empresa
global, pero a la vez muy bien organizada.
—Por supuesto, si algo conocerás acá, es la estructura. Sobre todo, si
trabajas conmigo. Soy extremadamente ordenado, pero en extremo—
pronuncia, pelando sus ojos negros, y luego sonriendo al punto de mostrar su
dentadura— ¡Pero no te asustes! Estoy seguro que haremos un buen equipo.
— Esperemos que así sea.
—Bueno, ya no te quito más tiempo Patricia. Ahora mismo tengo una
reunión— mira su reloj y al chequear la hora, levanta sus cejas. — A la cual
llegaré un poco tarde. Mariela podrá facilitarte el número de Mónica y su
correo electrónico. ¡Un placer! — extiende su mano, yo la tomo. Estoy un
poco nerviosa, mi mano está sudorosa y la de él, la puedo sentir fría y fresca.
Me imagino que ha de pensar que estoy algo ansiosa e impactada por la noticia
de tener trabajo nuevo.
—Empezamos el día lunes. Me confirmas cualquier duda que tengas, igual
ya estamos conectados porque tienes mi número agendando en tu teléfono,
¿cierto? — su acento paisa, me hace sonrojarme. Él habla muy educadamente,
pronuncia con exactitud las s, hace pausas al hablar y tiene un tono de voz
calmado, pasivo, bastante tierno. No se parece, en nada al Maurizio que había
conocido antes y que, de cierto modo, no me pareció nada simpático o
agradable.
*
Me retiro de la empresa y cojo el primer bus que veo pasar por la calle.
Escojo el primer puesto, me siento y recuerdo su oficina. Demasiados
diplomas juntos, jamás había visto tanta preparación colgada en una pared. Un
postgrado en Harvard, perdí la cuenta de los diplomados que tiene,
certificación en coaching y hasta unas medallas, el tipo es un crack y está
guapísimo. Cierro los ojos y disfruto el olor de su colonia ¡que olor! debe ser
costosísima y ni hablar del traje, todo es perfecto. Como habla, como me mira.
¿Cómo me mira?, ¡pero que estoy pensando! El tipo se comportó con todo un
señor educado conmigo y yo ando pensando, ¿en cómo me miró? ¡Patty
concéntrate!, es tu jefe, tu futuro está en manos de ese hombre. Trato de pensar
en otra cosa, pero por más que lo intento, empiezo a sentirme curiosa. ¿De qué
habrá fallecido su esposa? Y él ¿tendrá pareja?, me imagino por un momento
que sus hijas no querrán, y con tanta fortuna junta menos querrán que su papá
se encuentre con alguien. Sea quien sea, ellas siempre considerarán que
estarán con él por su dinero. Trato de centrarme en otra cosa, realmente no
hago nada pensando en esto.
En esta empresa se habla mucho de felicidad, en todos lados hay un cuadro
que define este concepto. Inclusive escucho a la recepcionista preguntarle a
una empleada que no sé qué cargo ocupa, ¿usted es feliz? Yo lo que percibo
mientras camino en dirección a mi escritorio, son algunas personas que
parecen felices y que simplemente no piensan en el tema. Otras hacen planes,
hoy es viernes y entre tanta ocupación en la semana, toca un descanso. No sé
si todos los que trabajan aquí serán exactamente felices, inclusive no sé si el
jefe lo sea. Lo único que percibí el día que hablamos, es que es un hombre
muy ocupado, me imagino que hará otras horas extras en su elegante y
refinada oficina con aire acondicionado y una decoración muy seria, pero de
ensueño, donde se disfruta de una vista de Bogotá que es única, aunque no
creo que todos los días la persiana la tenga abierta. Seguro cuidará de sus
hijas, así como de su carrera profesional, ¿hará el mercado de su casa? o
¿tendrá quién se lo haga? Él tiene todo lo que una persona podría soñar:
familia, casa, trabajo, dinero, salud, bueno, le falta su esposa, pero… pregunto
de nuevo: Ya estoy pensando mucho en la vida de él, ¿no? ¡Basta Patty!, no
hay respuesta. Cambia de tema. Piensa en otra cosa.
Llego a mi escritorio y la oficina del jefe la tengo al frente. Una puerta de
vidrio, pero exactamente no se ve nada adentro. Mónica está enferma y al
parecer se reincorporará en una semana. Así que empezaré a ejercer primero el
rol de asistente, que el rol de médico. Ordeno mis cosas, enciendo el portátil y
me siento en la silla. No tengo la menor idea de qué hacer. Veo fotos que tengo
guardadas en una carpeta que lleva por nombre “familia”; todo el mundo ríe,
todo el mundo está contento, siento nostalgia y comienzo a extrañar a mi país
y a su gente. Justo me pregunto: ¿Cómo disimular que ya no tengo el dinero
suficiente para mantener los lujos que antes me daba? ¿Cómo administrarme
para tener más lujos ahora que sólo ganaré sueldo mínimo?
Alguien da los buenos días con un acento colombiano muy chic; es una
chica, cabellera larga negra, no es ni tan blanca ni tan morena, yo diría que
tildando al café con leche. Tiene puesto un pantalón ancho, de último
momento, con un estampado de animal print, una franela blanca y unos
tacones de plataforma. Unos lentes color rojo que están preciosos y que
sostiene en su mano derecha, y una cartera color negro en el brazo. Me mira
de arriba abajo. Es idéntica al jefe. Es su fotocopia, es que definitivamente no
la puede negar. Sus rasgos, su rostro, la forma del cuerpo y su cabello, la
convierte en la versión femenina, del señor Maurizio; excepto por la estatura,
no es alta, contrario a esto es de muy baja estatura. De inmediato me pregunto,
¿estaré mejor vestida que ella?, ¿por qué sonreímos si ni nos conocemos? Me
pongo de pie, cargo puesta una blusita de tirantes color ladrillo, un collar largo
marrón y una falda larga color blanco, tipo hindú. El cabello lo cargo como
siempre, alborotado.
—Buenos días— le sigo sonriendo. Ella sube las cejas y se lleva los lentes
a su cabello, tal y como si fuese un cintillo.
—Hola— me mira como si fuese una esclava— mucho gusto, Fiorella
Antonucci.
—Un placer. Me llamo Patricia, pero me puedes llamar Patty— ignora lo
que le digo, y me pregunta
—¿Sabes si mi papi llegó? — se batuquea el pelo de un lado a otro.
— No lo sé. Estoy llegando y no creo que este adentro, la oficina está
cerrada.
— Cariño, la oficina tienes que abrirla tú. Mi papi odia conseguir la oficina
cerrada, y como comprenderás debes ordenarle todo el escritorio. Poner a
mover todos los muñecos que tiene puestos ahí, en especial el buda y poner la
velita a Sai Baba. ¿A ti no te explico Mariela todo el procedimiento?
Pienso que habla como si tuviese un chicle en la boca y trato de dominar lo
desagradable que me cae su vocecita. Habla muy sobrada. Respiro profundo y
sonrío, y al mismo tiempo me pregunto, ¿quién demonios será Sai Baba?
— Mariela solamente me pidió mis datos, y me dijo que su papá iba a
llamarme y no lo hizo. De todos modos, ahora mismo puedo ir por las llaves.
— Si, por favor— se sienta en la silla que está frente al escritorio. Y cruza
las piernas— te voy a esperar acá. Necesito entrar con urgencia a la oficina.
—Ya regreso.
Camino en dirección a la entrada de la empresa que es donde está ubicada
Mariela. Mientras lo hago, pienso que no soy esclava de nadie, ¿qué es lo que
pasa a esta muchachita? No me da tiempo de llegar a la recepción, mi jefe,
viene en dirección contraria y me lo consigo frente a frente, está con otra
chica, una colegiala muy distinta a su hermana. Su cabello es color amarillo y
habla con una voz muy pausada.
— Papi yo necesito hacer la gestión del viaje para México. Quedé
seleccionada como la mejor delegación del modelo de Naciones Unidas del
colegio.
— Camila, de eso hablamos luego, ¿vale? Ahora mismo tengo otras cosas
que resolver.
Los tengo ahora frente a mí.
— Jefe, buenos días — le sonrío mostrando mis dientes. Camila me ve de
una manera angelical — Iba a buscar las llaves de su oficina.
— No te preocupes. Ya las tengo. De todas maneras, ya sabes que mañana
tienes que abrir y ordenar tú. Ahora, te explico lo que debes hacer.
Caminamos, los tres hacia la oficina de él. Ese olorcito a colonia cara me
sigue volviendo loca y su traje color azul marino, está tan elegante, como él.
Veo, su corbata amarilla y pienso en el buen gusto que tiene. Camina súper
derechito, y tiene, un no sé qué, en el pecho que me gusta, hace un
movimiento al caminar, que no sé, definir, pero que me mata. Introduce sus
manos en los bolsillos de su pantalón tan elegantemente.
Fiorella al verlo se pone de pie.
— Papi, qué coincidencia. Necesitamos hablar.
— ¡Dios! Y ahora cuantos verdecitos querrá— dijo Camila viendo a su
hermana.
— Usted cállese, que nadie dijo que opinara — responde Fiorella
revirándole los ojos.
— Por favor les agradezco a las dos, moderen su vocabulario y no
empiecen a discutir. Vamos a la oficina y hablamos allí — él se da la vuelta y
abre la puerta— Pasen. Ya lo saben, no quiero escucharlas pelear.
— Sí, papá— respondió en tono cansado Camila al entrar. Fiorella entra
de última con una sonrisa de malicia. Él me ordena que pase — Por favor- me
dice, señalando con su mano que debo entrar. No digo nada, sólo sigo sus
órdenes y entro.
Él se sienta en su silla, yo me quedo a una esquina de la oficina. Las chicas
están sentadas frente a él.
— Papi, necesito que me transfieras 1000 dólares — comenta Fiorella,
como si fuesen 10 pesos lo que se le va a transferir. Se agarra las puntas del
cabello y continúa hablando como si tuviese el mismo chicle en la boca.
Siento, que no tolero su vocecita.
— A ver Fiorella, venga y le digo – él recuesta su espalda de la silla y
se acomoda su traje. Como me encanta ese gesto — la semana pasada, Elsa le
transfirió 1000 dólares. ¿Qué se hicieron con esos 1000 dólares?, porque, el
supuesto proyecto que usted tiene sobre la asesoría de imagen y la belleza es
tu cabeza, pues yo no veo que avance fíjate. Yo veo que te doy plata y no veo
el proyecto — al decir esto, cruza los brazos y la mira de manera desafiante.
— Papi, la semana pasada tuve una sesión de fotos. Te recuerdo que la
fotógrafa es nada más y nada menos que…
— Mire una cosa si le voy a decir— la interrumpe. Lo observo molesto,
muy molesto— yo de fotógrafos sé lo que ustedes saben de negocios, es decir,
nada. A mí no me interesa, quien es la fulana fotógrafa. A mí lo que sí me
interesa es que ustedes aprendan a valorar las cosas. Que entiendan que en la
vida todo se gana y que las cosas cuestan. A su edad Fiorella, yo no tenía a
quien pedirle nada, yo trabajaba y tenía que ser el sostén del hogar. Inclusive,
más jovencito que usted, yo estaba rumbo a Cambridge, solo y con la plata
ajustada. Pasé tiempo en los Estados Unidos haciendo pequeños trabajos, y las
noches estudiando. A su edad, Vittoria ya era toda una mujer, a su edad su
mamá ya estaba casada y criando a una hija. A su edad nosotros…
— Ay papá, ya va a empezar otra vez. Ya seguro va a decir que usted
cuando tenía mi edad, también se compró un auto que se le apagaba en todas
partes y lo dejó más de una vez accidentado en el parqueadero y todos esos
cuentos que ya yo me sé. Que flojera. ¿Por qué tienes que ser papá las
veinticuatro horas del día?
— A ver Fiorella, venga y le digo, usted no me está escuchando señorita-
me muero cuando escucho, que le dice señorita, le suena tan bello— Para qué
trabajar, ¿verdad? Pues, si yo nací en cuna de oro- el jefe cruza los brazos y su
tono de voz se torna más fuerte — ¿Para qué trabajar? Si mi papá tiene plata.
Pero, qué tal, ¿si yo me muero mañana?
— Ay papá, pues qué le vamos a hacer, te heredo ¿no? Además, creo que
ya sabemos suficiente de muertes, ¿no te parece? — Fiorella cruza las piernas
y le habla en tono fuerte.
—A mí lo que me interesa es que ustedes — las señala a las dos con su
dedo índice- entiendan, que en la vida uno se ganas las cosas. Porque nada te
cae del cielo y todo cuesta. Es muy fácil venir acá y decirme, “ay papi mire
deme para esto... deme para lo otro”. Y no es así, porque a mí nadie me dio
nada, todo lo que tengo, me lo he ganado trabajando fuertemente. Yo les estoy
dando una lección de vida, para que las dos aprendan. Porque esto va con los
dos.
—¡Ay no papá! A mí no me meta. Yo le estoy pidiendo dinero es por algo
de aprendizaje. Yo no voy a México de turista, voy en representación de mi
país- Camila habla con decepción y cruza los brazos.
— Ya hablo la superdotada— Fiorella se batuquea el pelo de nuevo y
expresa la frase con molestia. Al parecer, estas hermanitas no se llevan para
nada bien.
— Yo no soy ninguna superdotada, soy una persona responsable que
entiende a mi papá. No como tú, que eres una egoísta y sólo piensas en ti-
replicó Camila en tono molesto.
— Ay cállate mocosa. ¿Tú, que vas a saber de la vida? - le responde
Fiorella en tono alto, revirándole los ojos.
— Ay, pero mírenla, Fiorella, la súper influencer de la familia, la que se
le pasa meditando y hablando de tranquilidad, amor y paz en facebook like,
todo para qué, para estar peleando todo el tiempo. Es pura pantalla papá —
dice, Camila mirando a su padre y señalando a su hermana mayor —Todos los
proyectos de Fiorella son puro selfie y post en Instagram, que no tienen
sentido, ni siquiera buena ortografía. Usted viera, todas las palabras que
escribe sin acentuar. Es que usted lee papá, y sentirá vergüenza, es más seguro
hasta se arrepiente de toda la plata que le ha dado para sus absurdos proyectos,
y que, de paso, sólo la invierte en comprar seguidores, que son iguales de
media neurona que ella.
— ¿Qué estás diciendo tu enana? — Fiorella se pone de pie y le grita a
su hermana—¿Qué te pasa? ¿Quién te crees para venir a criticar? Ubícate en el
espacio y en el tiempo. Mis proyectos son demasiado abundantes y
extremadamente exitosos. Cada seguidor que tengo me lo he ganado
trabajando. Claro, como a ti nadie te sigue, porque eres un ser aislado del
mundo, vienes a envidiar el trabajo de otros. ¿Por qué no te pierdes en un
bosque y te difuminas?
— ¡Ay sí! ¡Ay sí! — Camila se pone de pie — “extremadamente
exitosos” —señala imitando la voz de su hermana. Yo trato de evitar, no
reírme al ver esta escena.
— A ver, a ver. Se me calman las dos. ¿Qué carajo les pasa? A mi
oficina no vienen a discutir. ¡Se sienten YA! — les ordena mi jefe, con
autoridad.
— Pero es que papá usted… dice Fiorella haciéndose la indignada.
— Papá nada. ¡Que se siente carajo! — Fiorella al ver a su papá
molesto, se sienta. — y usted también Camila, siéntese — Camila, obedece la
orden, con mucha molestia — Miren señoritas, esto va con las dos. ¿Ustedes
saben cuántas cosas tengo yo en la cabeza?
— Si me imagino. Pura neurociencia — responde Fiorella con aires de
niña caprichosa.
— Mire Fiorella mi paciencia tiene un límite y ya usted lo está
acabando. ¡A mí me respetan las dos! Porque yo soy su papá. Y ya eso, hace
que merezca respeto. Lamento no ser el papá que han soñado. Pero tan mal no
lo hecho ¿no? Les he dado todo, nunca les ha faltado nada. Han tenido lo
mejor, y he estado para ustedes cuando me han necesitado, porque inclusive,
aun cuando su mamá falleció, ahí estuve. O dígame usted Camila — voltea a
ver a Camila— ¿Cuántos desayunos hechos por mí, no se ha comido?
¿Cuántas veces no se ha parado de la cama y sólo, ha tenido que sentarse en la
mesa a comer? Porque resulta ser que hasta los cubiertos se los pongo en la
mesa, ni siquiera tienen que pararse a servirse el jugo, porque hasta servido se
los he dejado. Les hablo, y les hablo y yo entiendo que se aburran y sé que
dirán: “ahí va otra vez mi papá con su discursito de siempre”. Pero, si ustedes
aprenden a escucharme, entendieran, que los que les digo, se los digo porque
quiero lo mejor para ustedes — las mira a las dos con ojos de amor. Como un
padre que ama a sus hijos. Las chicas se quedan calladas y a Camila se le
aguan los ojos— yo les pregunto, ¿cuántos no desearían tener una vida, como
la que ustedes tienen? Les aseguro que muchos, y, aun así, se quejan.
Definitivamente, ninguna de las dos valora la vida que les doy. Y tampoco son
capaces de ver, que todo lo que hago, lo hago pensando en ustedes.
Lo veo decepcionado y algo tenso. No está alterado, pero les habla con
autoridad. Su discurso se interrumpe cuando un chico abre la puerta de la
oficina.
— ¡FAMILIA! Ha hecho su entrada triunfal, el gran Jorge De Sousa—
Es un chamo. Me da mucha risa como habla, puedo jurar que es venezolano.
Abre sus dos brazos tal cual actor de Hollywood, se da la media vuelta y se
voltea como si fuese un modelo de pasarela de armani. Fiorella lo ve con ojos
de enamorada, y se pone de pie, directo a abrazarlo, como si no hubiese un
mañana.
— Vea Jorge por favor. ¿Con qué derecho entra usted así a mi oficina?
— El jefe se pone de pie — ¡Qué falta de respeto es esta! — habla muy
seriamente.
— Bueno… perdón suegrito— responde Jorge haciéndose el apenado.
Yo evito no reírme.
— “Suegrito”— repite con voz molesta y haciendo unas comillas en el
aire, con sus manos— ¿Usted, está casado con mi hija?
— Bueno no todavía, pero…
— Entonces, no me llame suegro, porque yo no soy suegro suyo — le
responde el jefe, bastante cortante. — Y hágame el favor de retirarse que
estamos, en una conversación familiar — de nuevo le habla con voz de
regaño. Parece, que el yerno no le cae muy bien.
— Cónchale vale, está bien. Disculpe pues, pero no se enoje. Ya me voy.
—Te amo baby. Ahorita hablamos — lo abraza. Le da un beso en la
mejilla. El chico sonríe y se retira despidiéndose del jefe moviendo la mano de
un lado a otro; él no le responde nada, sólo, lo mira seriamente.
— Yo me imagino que este personaje también vino a pedirme plata,
¿no? — el jefe cruza los brazos y Fiorella se queda en silencio— Es que
definitivamente, cuando ustedes se enamoran, no ven. No piensan — se vuelve
a sentar en la silla. — Sólo uno que es padre, es quien ve las cosas. Pero,
entonces uno va y se las dice, y a ustedes les entra por un oído y le sale por el
otro. Vea, ese hombre no aporta. Yo no veo que aporte nada. Almuerza,
desayuna y cena en la casa, dice que es coaching, y yo no veo donde tiene lo
de coaching. Yo no lo veo trabajando. No veo que se mueva y a mí no me
gusta la gente floja. Yo no soporto a la gente floja — esto lo dice en tono más
alto y dando un golpe al escritorio — Así que, por esa gran razón, no hay plata
Fiorella. Lo siento — La mira seriamente.
— Pero papi…— ella intenta hacerlo recapacitar. Camila se queda en
silencio.
— Ya hablé. No voy a entrar en detalles. Tengo una reunión con Patricia,
les pido por favor a las dos que se retiren.
—Papi y lo de mi viaje a México— señala Camila, algo preocupada.
— Lo hablamos, en la casa Camila. Por favor — mira a Fiorella—
llévese a su hermana a la casa, y me hace el favor y no le preste el auto a su
noviecito. Porque si lo llega a chocar, no hay plata para otro. ¿Cómo la ve? —
mueve la cabeza, como queriéndole decir, que, las cosas son como son.
Fiorella aprieta los labios y se le aguan los ojos.
—No sabes… no te imaginas— se le quebranta la voz— la falta que me
hace mi mamá. Tú, definitivamente no me entiendes — ella agarra su cartera y
se bate el cabello.
—Fiorella Alessandra— él la llama esperando que voltee a verlo. Fiorella,
no se voltea, camina apenas unos pasos, con intenciones de irse. — Voltea y
escúchame— Le grita fuerte. Fiorella revira los ojos y voltea a mirarlo—
Usted va a trabajar, se va a ganar la plata por usted misma, y va a aprender a
administrarse. Porque de lo contrario, le suspendo el viaje a Francia ¡que tanto
le gusta!, no más casa de la playa, y por supuesto, le cancelo las tarjetas de
crédito. Para que aprenda de una vez que la vida se gana. ¿Quedo claro? —se
forma un silencio rotundo. Fiorella, no responde— No escucho si quedo
claro.
—Sí, papá— respondió con molestia y lágrimas en sus ojos. Se da la
espalda y se va. Camila en completo silencio sigue a su hermana.
*
Ahora estamos solos. Y realmente no sé qué decirle.
Él revisa su teléfono y mientras contesta un mensaje, me comenta.
— Toma asiento por favor.
Estoy un poco asombrada con el tono en el que me pide que me sienta, está
actuando, como si no ha pasado nada.
—¿A qué generación perteneces? — parece amable e interesado por mí;
me mira fijamente, como si tuviese intenciones de ir más allá conmigo. Estos
gestos de él, estaban dando paso a otros sentimientos, que hacía, que empezara
a desearlo olvidándome que yo soy la extranjera, la asistente, la empleada.
—A la generación millennials— respondí, un poco confusa. No entiendo,
a qué viene la pregunta— ¿Y usted? — pregunté, en voz baja.
— Generación x. Cuéntame Patricia, ¿qué te parece tu nuevo lugar de
trabajo? — preguntó, cambiando rotundamente de tema. Todavía puedo sentir
mis nervios, es arriesgado todo esto, realmente temo por mi trabajo; ejercer la
medicina es un éxito y en este momento el dueño de esta empresa, clava su
mirada en mis ojos y se inclina hacia adelante para verme mejor, quizá lo haga
porque le parezco una mujer atractiva, pero debo ser cautelosa, pues él tiene
todas las de ganar, pero si yo no actuó inteligentemente bien, tendría todo para
perder, y no me refiero estrictamente al trabajo, hago referencia a mis
sentimientos.
— Me parece perfecto.
—Bueno, deja que lo vivas desde la medicina y lo percibirás mucho mejor
— él se pasa su mano por su cabello negro y me sonríe— Tendrás alguna
pregunta, que me quieras hacer referente al trabajo— ahora lo veo más pícaro
que antes; siento que sigue su mirada hasta mi camisa de tiras color ladrillo
ajustada a mi pecho, y que, desde luego, enmarca mis senos operados.
Considero que ya esto es una suficiente prueba para entender que le gusto; y
no es aterrador para mí pensar en esa idea, al contrario, la sonrisa con la que lo
miro es muy enriquecedora, aún y cuando sé, que debo tener mucho cuidado
con estos gestos de él, que son bastantes precisos.
— No, con el trabajo todo está muy claro.
— Y alguna pregunta que quieras hacerme, que no sea de trabajo.
Dijo apretando los labios y mirándome fijamente, sonreía pícaramente,
como provocándome a entrar a un juego de seducción. Me gusta su boca, sus
labios son finos; ciertamente algún día quisiera besarlo, sin conocer que
pasaría después. Pero, ahora mismo, lo que siento son unos nervios muy
fuertes y su pregunta hizo que dejara de tragar saliva y mis palpitaciones
aumenten.
—Y su mamá, ¿cómo sigue?, ¿qué tal, ha sido la labor de Estefanía? —
pregunté sonrientemente, fue lo primero que se me vino a la mente
preguntarle.
— Todo va muy bien con Estefanía. Mamá le ha agarrado cariño, y Luz
ahora tiene un poco más de tiempo para ella.
—Qué bueno. Una pregunta, ¿Su mamá practicaba ballet?
— Sí, hace muchos años. ¿Cómo lo supiste?
— Ese día que la vi, me pidió desesperadamente unas zapatillas de ballet—
yo solté una risa y él se sonrió otra vez.
— Sí, suele hacerlo muchas veces.
Era notable que nos caímos muy bien, que nos trataríamos con simpatía,
con respeto, pero, con mucha empatía. El modo, en que él se inclinaba hacia
adelante y se acomodaba su saco, hacía que le sonriera con mucha suavidad.
Aunque, en momentos, trataba de estar inmóvil, él debía tener en cuenta su
edad y la mía, pero, para ser honesta, el tema de las diferencias de edades en
las parejas, nunca significaba un problema para mí; desde siempre me habían
llamado la atención hombres mayores que yo. Pero supongo, que no puedo
imaginarme una escena de amor con este señor que tengo frente a mí, que en
ocasiones me hace preguntas con voz picara, y que, yo no puedo contestarle de
la misma manera, pues él es mi jefe, y yo no debo olvidarme, que soy su
empleada.
En las tardes de café en mi apartamento, había momentos en que el
recuerdo de su voz paisa y educada se encontraba en mi cabeza halagándome
o felicitándome por el buen trabajo que hiciera. Por otro lado, estaba clara, que
no podía tener esos pensamientos conmigo de una forma constante. A veces,
sentía la sensación de querer verlo, de que los días pasaran rápido y escuchar
su voz, para luego sentir esas palpitaciones aceleradas, mezclada con un
escalofrío placentero, que no soy capaz de describir. Ahora, no puedo
sentirme apenada por sentirme atraída por un hombre mucho mayor que yo, y
mucho menos culpable porque una parte de mí, quisiera disfrutar de la
sensación que producía su voz sobre mi cuerpo, su olor a colonia cara y su
pícara sonrisa; así que, sin miedo, comenzaba a sonreírle con otros ojos sin
visualizarlo como una amenazadora estrategia, que debía manejar con cautela.

CAPÍTULO 4
EL RECUERDO DE VITTORIA.

En silencio camino hasta mi habitación. Cruzo el pasillo oscuro de mi casa,


para dirigirme a la habitación matrimonial que comparto con Vittoria. Entro y
ubicado detrás la puerta, puedo ver claramente su imagen iluminada, ella
suelta su voz sin la sensación de estar sufriendo. Esa impresión, se supone, que
debe contagiarnos a mis hijas y a mí, pero no es así, yo ahora mismo siento
que no tengo fuerzas.
—Hombre de mi vida— me sonríe — ¡Hoy cumples cuarenta y nueve
años! Me parece mentira, que hace diez años, celebrábamos los treinta y
nueve. Hoy comprendo, que mi amor por ti, es más grande de lo que yo
pensaba ¡Feliz cumpleaños esposo mío! — ella extiende su mano—ven,
acércate.
Me acerco. Tengo los ojos clavados en ella. Donde siento miedo, siento
soledad. Siento una necesidad inmensa de llorar, siento que Dios quiere
encontrarse con mi esposita, quizá, porque es necesario que su alma
permanezca ahora con él. Mi corazón tiene dudas, y mi dolor exige respuestas.
Lo lógico, sería, que, vivamos felices para siempre. Pero en nuestra historia de
vida, el tiempo nos ha roto las reglas, y yo en este momento, siento que la
estoy perdiendo.
—Parece que me estoy preparando para mi encuentro con Dios— ella me
sonríe. Apenas y puede hablar — anoche dormí, y lo sentí a mi lado. Sentí que
me tranquilizó…
No dejé que continuara, porque sin darme cuenta comencé a llorar. Sabría
que aquel llanto era una tristeza inmensa que había estado escondiendo desde
hace meses. Ella me acarició el cabello, volví a abrir los ojos y la contemplé,
tan sonriente y llena de paz. Mis lágrimas comenzaron a mezclarse con el
ruido de la lluvia, que caía en ese momento.
— Gracias por dedicarte a mí — dice en voz baja — que este amor te
haga crecer más. Maurizio llevo meses luchando contra esta enfermedad, por
encima de todo, tuve el coraje de enfrentar esto que me tocó vivir. Ahora
también, soy capaz de afrontar el hecho de que me estoy yendo. Pero eso no
significa tristeza— ella limpia mis lágrimas— mucho menos tiene que
significar soledad. Mi amor por ti, el amor que siento por nuestras hijas, está
bendecido por los ángeles, por Dios, y estará presente en ustedes para siempre.
Yo sé, que tú, no quieres que me vaya.
Habla con mucho agotamiento. Tiene los ojos entre abiertos y cerrados.
—Shhh. No digas nada mi amor —le aprieto la mano— Descansa. Yo
estoy acá contigo. Como siempre.
— Perdóname por hacerte sufrir.
—Eso no es verdad. Como tú sabes esto es una bajada, una prueba que nos
ha hecho más fuertes. Vittoria, yo contigo descubrí mi capacidad para amar.
Toda la energía, y sabiduría que tengo, lo aprendí de ti; afuera están nuestras
hijas, esperándote. Yo sé que vas a superar esta prueba y luego estaremos
juntos, amándonos. Mis ganas de querer seguir enamorándote, me hará, darte
lo mejor de mí.
—Sé que serás capaz de enamorarme.
—¿Sí? ¿Tú crees?
—Sí, si lo creo—cierra los ojos. La siento muy débil— ¡Esposo mío! Esto
me parece una despedida y créeme, es la más bonita de todas.
—Mi amor, a mí lo único que me da paz es estar contigo. ¿Cómo vas a
pensar, que nos estamos despidiendo? A ver— le acaricio su cabecita, brillante
y bendita. — Me gustaría saber, si me amas, como yo te amo a ti.
—Te amo— me acaricia el rostro— tú me diste fuerza para afrontar este
desafío que tuve. Bésame Maurizio, bésame como la primera vez.
¿Recuerdas?
La alegría que provocó en ella, el pequeño beso que le di, hizo que
volviera a sonreír. Le acaricié el rostro, la observé cerrar sus ojos y respirar
cada vez más débil. Verla así, me hacía sentir muy vulnerable, apreté los labios
para calmar mis nervios, sentía un dolor inmenso en mi pecho; mi tristeza se
impregna en el ambiente. Mis amigos están fuera de la habitación, mis hijas
están demasiado preocupadas y al mismo tiempo, mantienen en energía
positiva sus almas, una energía que les indica, que esto, no será una derrota.
Mi dolor no da para más. Aun cuando sigo teniendo a Vittoria conmigo, lo
único que realmente siento es miedo.
—Vittoria, yo creo en Dios y en su infinita sabiduría. Sé que te vas a
mejorar. Yo sé que te vas a recuperar — dije, con voz tierna.
—Te amo — me respondió sonriendo.
—Yo también te amo. Descansa cielo. No hagas tanto esfuerzo. Es
necesario que duermas — dije con voz baja, para luego darle un beso en la
frente.
— Maurizio, no trates de entender esto. Sólo Dios sabe lo que hace.
Estoy descubriendo un amor diferente — ella sonríe y se ríe, con los ojos
cerrados.
En este momento no logro entender, si ya se me está yendo. Puedo percibir
su cansancio cada vez más elevado.
—No entres en pánico — me agarra el brazo y me aprieta fuerte— aún
estoy acá.
Ella suspira una vez más y cierra sus ojos. Aun siento sus respiraciones y
eso, me hace estar en calma; las manos me tiemblan y el corazón me palpita
aceleradamente. El pensamiento que se centra en mi mente, es que, ahora mi
vida no cobraría sentido si su presencia. No tengo la valentía, ni la humildad,
para despedirme de mi esposa, me siento negado y atormentando.
Con lágrimas recorriendo mi rostro, vuelvo a verla, acaricio sus largas
manos, las agarro con fuerza, como si no quisiera dejarla ir nunca. Se me hace
injusto pensar que lo que ahora estoy viviendo desaparecería, y ya nunca más
podría besarla, abrazarla, sentirla mía. Le temo tanto a su muerte, que sólo, le
pido a Dios que me de fuerza para transmitirle, paz a mis hijas, confianza,
amor y acompañamiento, no solamente en este momento, sino también en los
días que, de aquí en adelante, como familia, nos tocaría vivir. Sería un desafío
elaborar un proyecto de vida sin ella, pero debíamos tener claro, que la
voluntad de Dios, siempre hay que respetarla.
Le di un beso en la frente y me levanté, sin hacer ningún ruido. Mónica
entró a la habitación acompañada por Esteban.
—¿Se fue? — creo que Mónica ha estado lloro, incluso desde antes; puedo
sentir su tristeza y ver cómo esta crece en sus ojos.
—No— respondí con firmeza.
—Tiene sus motivos hermano— Esteban me da una palmada en el hombro.
— Su amor es tan grande, que estuvo esperando tu aniversario. Como para que
nunca la olvides.
—Hay que tener fe en Dios— dijo Mónica, al tiempo en que me acarició el
rostro. — He ido a la iglesia. El sacerdote viene en camino.
— Gracias Mónica. Y a ti Esteban, por acompañarme. ¿Dónde están
mis hijas?
Me quedé sin respuesta.
— ¿Dónde están mis hijas?
Volví a preguntar. Mónica, miró a Esteban, y él me miró a mí
— Necesitan pensar— me responde Esteban.
— ¿A dónde fueron? — pregunto desconcertado.
— No me dieron razón— responde Esteban.
—¿Mónica, donde están mis hijas?
— Fueron a la playa.
— Ellas tendrían que estar acá.
— Quizá estén conversando con Dios y la Virgen — responde, muy
tranquila, como dándome a entender, que no tenía de qué preocuparme.
— La situación de Vittoria es importante para todos nosotros. Ya mismo
voy a llamar a Fiorella — saco mi teléfono celular del bolsillo del pantalón.
— No las interrumpas. — Mónica me toma del brazo — deja que ellas
terminen de contemplar su dolor.
— Yo soy su padre, y las necesito conmigo.
— Ellas van a volver. ¡Tranquilo! — ella me mira con una media
sonrisa y me abraza.
— Me voy a despedir de mi amiga— se despeja de mí y me da un
último abrazo— ¡Confía en el proceso!
Yo miro a Mónica y respiro profundo. Esteban me ve y me dice:
—Estoy orgulloso de ti.
—A cada momento me repito esta frase de sanación: el camino que me
queda, no es de dolor, el camino que me queda, es de la paz. Mi esposita
pronto descansará en la paz de Dios.
Esteban me da una última palmada en mi hombro. Me duele un poco la
cabeza por la falta de sueño que tengo, yo me volteo de nuevo hacia donde
está ubicada Vittoria, observo que Mónica, está diciéndole algo como: “Mi
amiga Vittoria, amiga mía, ¡te amo!, este propósito, te preparó para un
propósito mayor”. Me volteo de nuevo hacia Esteban, bajo la cabeza, intento
vincularme con la aceptación, pero resulta, que lo que siento es un dolor
gigante en mi alma. Sin embargo, trato de hacer un pacto con mi fuerza de
voluntad; yo siento que el amor de Vittoria hacia la vida, su personalidad llena
de luz, de entrega, de ternura, fue lo que hizo que ella llegara hacia estación
llamada, “el cielo”.
Durante estos breves minutos, no soy capaz de olvidar a la gran mujer que
tuve a mi lado y que desde siempre se dedicó a adorar lo bella que es la vida.
Mónica se me acerca, Esteban me mira y se sonríe forzadamente.
—No pienses que el fin ha llegado. La experiencia después de este gran
dolor, hará que comprendas todo. Ella los va a guiar a ustedes como familia.
— Sé a qué te refieres y tienes toda la razón. Me gustaría mucho que
mis hijas lleguen lo más pronto posible. Voy a comunicarme con ellas.
—No es necesario. Ya están afuera. Fiorella acaba de escribirme. —
Mónica intenta no quebrarse, al darme esta respuesta.
—Entonces voy por ellas.
—Quédate acá. Yo las busco — comenta Esteban, quien rápidamente sale
de la habitación en busca de mis hijas.
—Yo voy por el sacerdote. Al parecer, también acaba de llegar— dijo
Mónica.
Alguien abre la puerta de la habitación, volteo y es Mónica, quien está
acompañada del sacerdote. Ella me mira, y parece leerme mis pensamientos.
Como médico psiquiatra, intenta calmar la situación, inclusive, intenta
calmarse a ella misma ante el dolor que también está sintiendo. Mi esposita,
había sido una de sus mejores amigas. El sacerdote me mira, y parece estar
interesado en hablar conmigo, razón por la cual se me acerca. Él me miró y yo
lo miré, mi mano buscó la suya.
—Hijo mío, su alma está tranquila, y su corazón estará en paz— me aprieta
la mano y me abraza.
Yo no quise decir nada. Sólo recordé los momentos que pasé en la iglesia
conversando con Dios, él más que nadie, conoció mi dolor y mi sufrimiento.
Miré a Mónica, que ahora no ocultaba sus lágrimas, se acercó y me dio una
caricia en mi hombro. Cerré los ojos y dejé que las lágrimas salieran. Me
permití sentir, era la primera vez, que lloraba delante de mis amigos, sentí una
enorme necesidad de hacerlo.
Mis hijas entraron a la habitación acompañadas por Esteban, entonces, me
di cuenta, que tanto ellas, como yo, sentíamos lo mismo. Fue entonces, cuando
pensé, «Dios, no me abandones en un momento como este».
Fiorella y Camila corrieron hacia a mí, y ahora los tres abrazados,
contemplábamos a su madre
—Señor, la bendición más grande que puede llevarte a la otra vida Vittoria
de Antonucci, es su amor. Haz que su alma se conceda pura. Señor, escucha
nuestras oraciones. Escucha nuestras súplicas. Todos decimos: padre nuestro
que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino,
hágase señor tu voluntad, así como en la tierra y en cielo. Hágase tu voluntad,
señor…
La oración del padre es escuchada, todos la repetimos y yo veía a Vittoria,
y sentía que recibía nuestras palabras. Había un retorno hacia su inocencia, la
veía sonreír forzadamente con sus ojitos cerrados. Nosotros escogimos
casarnos bajo la iglesia católica, ambos fuimos criados en ella, y aunque Dios
sea el mismo, así en otras religiones tenga otro nombre, nosotros siempre
dimos nuestro paso a la fe y a la iglesia, a través del catolicismo.
Sentí una inmensa punzada cuando observé que el padre comenzó a dar el
sacramento de los aceites, “Dios, dame fuerza Dios” dije, para mis adentros,
mientras abrazaba a mis hijas, sin apartar la mirada del cuerpo de Vittoria.
Camila lloraba en mi pecho y Fiorella me abrazaba con fuerza, jalando con
sus manos mi camisa, como aferrándose a ella, como negándose a ver lo que
estaba sucediendo. En ese momento vivíamos el reto de adentrarnos a
comprender nuestro presente, nos vimos obligados a aceptar esta realidad, que,
meses antes, no fue visible a nuestro alrededor.
Vittoria toce una dos veces y luego empieza hablar.
— Nadie debe estar triste en este momento— su voz es muy débil.
Fiorella y Camila se arrodillan para estar más cerca de ella, y la abrazan— mi
alma ahora tendrá otro trabajo en este mundo y será cuidar de ustedes, mis
hijas. Mis princesas. Cuidar de ti, esposo mío— me mira y se sonríe, yo evito
llorar, pero no lo consigo.
— Mamá, eres la persona más valiente que he conocido en mi vida. —
Fiorella llora cerca del rostro de su madre.
De repente, me doy cuenta que ha dejado de llover y un rayo de sol entra
por la ventana de la habitación e ilumina a Vittoria. Veo completamente el
reflejo de sus grandes ojos verdes, de su sonrisa, que aun en esta circunstancia,
sigue tan viva y hermosa como siempre.
— Hijas mías, en este proceso que viví, ustedes fueron mis más grandes
maestras de vida.
— Mami, por favor, ¡mamita!, el amor que siento por ti es muy fuerte,
mami yo no quiero sufrir. ¡Por favor! Hazle frente a esto. Lo estábamos
haciendo, no despejes mami. No te alejes de nosotros, por favor. — Camila, le
habla a su madre. Le da un beso en la frente y le acaricia el rostro.
Yo siento dolor, nostalgia y paz al mismo tiempo. Me acerco a mis hijas,
me arrodillo junto a ellas, y veo desde más cerquita a la mujer de mi vida. En
mi mente, sólo rezo; sigo pidiendo desesperadamente a Dios que me de
fuerzas.
— Ustedes saben que…
Todos los presentes que están en esa habitación comienza a rezar junto al
padre. Yo sólo percibo que Vittoria, lentamente se está despidiendo.
—¡Llamen al médico! Papá llamemos al médico, por favor —Camila se
desespera y es entonces cuando pienso, que mis plegarias a Dios fueron
escuchadas, porque a pesar del dolor, mantengo la calma ante la actitud
dolorosa y desesperada de mi hija menor, que intenta huir de la habitación en
busca de ayuda, pero, le fue imposible. Yo la tomé de la cintura antes de que
se fuera hacia la puerta.
—Camila, hija, tenemos que aceptar la voluntad de Dios. Tenemos que
aceptarla — mi voz es calmada y consoladora.
Mónica abraza a Esteban y llora en su pecho. Fiorella, sigue arrodillada
ante su madre. Yo, abrazo más fuerte a mi hija menor, quien se arrodilla junto
a mí, frente a la cama, le acaricio su cabello e intento silenciar su llanto, pero
no lo consigo.
—Mamá te amo. Honraré hoy y siempre tu presencia en mi vida. ¡Te amo
mamá! — Fiorella besa la frente de su madre.
—Amada familia los amo. Vivan…. — Vittoria respira cada vez más débil.
Fiorella, le acaricia el rostro. Mis labios no se mueven. Camila esconde su
cabeza, en mi pecho y llora desconsoladamente— vivan, desde la experiencia
del amor. Los… los… amo.
Fue entonces, cuando mi esposita, cerró sus ojos para siempre. Camila,
deja salir un grito llamándola, se descontrola ante esta situación. Fiorella se
une al abrazo y estando los tres unidos, le dijo a su hermana.
—Cami, nos queda el legado de nuestra mamá. Que sus enseñanzas, amor
por el mundo, por las personas, que su amor ¡su gran amor! Se quede para
siempre en nosotras.
—¡Hijas! — dije, tratando de ser fuerte— que jamás olvidemos, que el
maravilloso ser humano que partió de este plano terrenal, el día de hoy, no ha
muerto. Porque aún vive, en nuestros corazones, en nuestros recuerdos. Todo
el amor, servicio y ternura, que tengo, me lo enseñó ella. En mi corazón por
siempre.
—Desde siempre y hasta siempre pa. — Fiorella besa mi mejilla y me
abraza.
Nadie dice nada. Me dispongo a ponerme de pie aun teniendo a Camila
abrazada. Fiorella la despeja de mí y la saca de la habitación. No digo una sola
palabra. Con nuestras miradas nos decimos todo. Mónica me demuestra a
través de otro abrazo el aprecio que me tiene, de parte de Esteban siento lo
mismo.
De repente alguien llega, pregunta mi nombre, firmo un papel y en
cuestiones de segundos, retiran el cuerpo de mi esposita y se la llevan a un
lugar que queda lejos de mis ojos.
Me llevo las manos a mi rostro y lloro, transportándome a los muchos
recuerdos que viví con ella. Lloro por lo efímera que puede resultar la vida. Mi
habitación la siento a oscura, pero, es entonces, cuando recuerdo que sus ojos
me brindaron siempre claridad. Puedo ver claramente a Vittoria con sus brazos
abiertos, recibiendo con su preciosa sonrisa cada una de mis palabras de amor;
puedo ver y sentir la energía de la chica de veintidós años, que me condujo a
la felicidad compartida, que se alzaba entre mis brazos y nunca tuvo miedo,
que se adormeció todas las noches a mi lado, que me mostró toda su fuente de
regeneración en todo este proceso que vivimos.
Hoy, bajo este sol brillando, que observo en la ventana de nuestro cuarto,
pude despedir, a la mujer que amo. Hoy no evito mi dolor, hoy me permito
conocer que hay detrás de este duelo. Sé que la tristeza no será lo
suficientemente fuerte para permitirme no seguir adelante. Vittoria me seguirá,
y me mirará desde allá arriba, feliz y alegre, como esa niña, que nunca dejó de
ser.
*
Estoy en la oficina, me tomo el café y la escena, sigue y sigue en mi mente.
La última vez que besé a Vittoria, la última vez que la vi con vida,
exactamente el día de mi cumpleaños. Por un momento me pierdo en el
tiempo, para mí, todos estos días han pasado en una fracción de segundos. Un
año viviendo este viaje de muchos procedimientos, algunos correctos, otros no
tanto; pero, regalándome la oportunidad de encontrarme en el camino de la
paz.
Tengo la mirada perdida y muchos recuerdos en la mente.
— Buenas. Disculpe que lo interrumpa.
Siento que me hablan y vuelvo en sí. Tengo a Patricia frente a mí.
—Dime Patricia.
—Jefe, hoy tiene una reunión en starbucks, a la una de la tarde, con el
gerente general de la empresa que nos ha contratado — sostiene en sus manos
su agenda, para chequear y recordarme las actividades del día. — Luego tiene
una reunión en el banco de Bogotá. Y bueno, yo a media mañana lo abandono,
pero tiene en su agenda de google todo lo que debe hacer, esta tarde, bien
estructuradito y ordenado. Tenemos jornada y debo acompañar a la doctora
Mónica — Patty sonríe.
—¿Van a asistir a la empresa sal del mar?
—Sí, vamos a atender a los hijos de los obreros, al parecer se han visto
afectados por esa virosis que está dando por ahí, gripe, diarrea, es un virus
fuerte. Yo le hice hincapié a Estefanía, de que estuviera al pendiente de su
mamá. No es bueno que agarre esa infección. Es preferible que por unos días
deje de llevarla al parque, de verdad, es un virus del cual hay que cuidarse.
—Sí, Luz ayer me llamó y me mantuvo al tanto de todo. Gracias — dije,
sonriéndole.
—¿Por qué? — preguntó con un rostro dulce y sexy a la vez.
—Por siempre estar al pendiente de mi mamá, por estar presente al cien
por cierto para mí y al mismo tiempo estar trabajando en tu área. Lo estás
haciendo muy bien.
—Gracias. Usted siempre me trasmite mucho ánimo — tras decir eso,
exhaló un fuerte un suspiro y dijo — ahora si me retiro, hasta luego.
—Hasta luego— respondí en voz baja.
La puerta de la oficina se cerró, y yo de nuevo me paseo por mis recuerdos.
Llegué a la casa, me tomé un café con leche, miré el reloj, eran las siete de
la noche. Recién llegaba de la oficina. Vittoria, acababa de llegar del hospital,
recibía su segunda quimioterapia; aquella noche, llegó a casa agotada, la vi
triste, pero al mismo tiempo, decidida a luchar contra este reto de vida.
Ella intentado controlar su tristeza, el miedo y la angustia de hacer sufrir a
su familia, fingía silencio y tranquilidad, mientras leía una revista de salud
emocional en nuestra cama. Cualquiera que la veía, pensaría que nada le
estaba pasando. Realmente disimular, no lo hacía nada mal, yo la veía
sonriente desde la puerta de la habitación, me quedaba muy claro que su
elección ante este hecho, era enfrentar este monstruo y no lamentarse. Yo por
mi parte, necesitaba tiempo para pensar, para estar a solas conmigo mismo y
comprender toda esta situación. Era lógico, que nosotros viviríamos una vejez
agradable, con toda seguridad nuestras hijas algún día nos volverían abuelos y
luego viviríamos el nido vacío cuando Fiorella y Camila formaran su familia.
No tuve tiempo para pensar más. Entro a la habitación, doy las buenas
noches, y mientras me quito la camisa, ella me ve y me dice:
— Estoy leyendo un artículo sobre la importancia que le dan las
mujeres al cabello. Y sí, el cabello, para nosotras es muy importante. Pero
vencer y vivir es más importante. La vida de nuevo me enseña otra cosa y es
que debo respetarme a mí misma y no sentirme insegura ante una parte de mi
cuerpo, que ya siento que estoy perdiendo. Esto que percibí en un principio
como un obstáculo, es una oportunidad.
Me coloqué una franelilla color blanca y un mono color gris, me acerqué a
la cama y me incliné hacia ella, dándole un beso en la frente. Sabía que este
momento iba a llegar, así como también, sabía que era el momento adecuado
para hacer lo que sentía.
— ¡Vamos! — le extendí mi mano, y ella la tomó. Sin saber a dónde la
iba a llevar, ni preguntarme qué haríamos, se dejó guiar por mí. Me fui con
ella al baño y en profunda alegría, tomé una máquina y salió de mí, sin
ninguna explicación, cortarme el cabello. Ella empezó a reírse mientras me
veía muy feliz, al raparme el largo cabello negro alisado que tenía. Me volví
hacia a ella, le pedí que hiciera lo mismo, y luego de decirme que me ama, lo
hizo. El ruido de la máquina sonaba como una melodía del adiós. Pero esa,
sería una despedida irrepetible. Ahí estaba mi esposita, agradeciendo mi
compañía, sonriéndome de la manera más bondadosa y honesta posible,
entregándose a un cambio físico muy fuerte, sin rendirse o entregarse al dolor.
Vittoria, la mujer más feliz, realizada, y sabía que conozco, asumía este
cambio como una bendición. Porque no ha existido hasta los momentos, otra
mujer tan hermosa para mí, como ella. Yo la abracé y ella, me abrazó a mí.
—Ahora somos dos marcianitos— le contesté riéndome.
— Amor, estás loco— ella ríe y me contagia su risa.

CAPÍTULO 5
LA ESENCIA DE PATRICIA.

Me he visto despegar a la gran velocidad del tiempo, un año ha pasado,


desde que llegué a la empresa Disruptive Group. Fue entonces cuando a
cámara lenta, mi mundo dio una vuelta inmensa. Crecí, aprendí, jugué
muchos roles, fui la asistente de mi jefe, la asistente médica en salud
ocupacional y una aprendiz en el marketing digital.
Aprendí a prepararle el café sin azúcar que tanto le gusta, a conocer su
humor, sabía cuándo podía contarle un chiste, y cuando debía mantenerme en
silencio. Me volví experta haciendo transferencias de alta cantidad de dinero,
me convertí en la amiguita de Camila, que cuando iba a la empresa, se sentaba
frente a mi escritorio a hablarme de sus proyectos. Me tocó aprender de
negocios, de neurociencia, muchas veces fui evaluada, con pena muchas veces
tuve que responder que no sabía y él estaba ahí, enseñándome y
preparándome. Convirtiéndose en mi maestro y mentor de vida.
De su estructura y orden comprendí, que, gracias a eso, es que se alcanza el
éxito, el mismo éxito del cual hoy en día, él goza; reflexioné sobre su vida y
concluí por pensar, que, él es un hombre de admirar. Su voz me transmite
nervios, me vuelve una colegiala, deseo verlo todos los días, tan grande, tan
brillante, con esa cabellera negra que invita a acariciarlo, el reloj rolex en su
mano izquierda y esos movimientos refinados, que hace, desde tocarse la
corbata, hasta inclinarse en su silla hacia adelante, el subir las cejas cuando no
entiende alguna palabra que diga, su sonrisa forzada, y ese olorcito a colonia
cara que me enloquece.
En un principio, lo rechacé. Y como surgiendo de algún rincón de mi
corazón, no lo logré. Apenas escucho su voz me permito sentirlo, así sea de
lejos. Pero no puedo negarlo, me gusta hacerle saber a través de mis gestos
suaves y eufóricos, que me encanta estar a su lado. Así, en ocasiones, mi
intelecto me indique que él nunca se fijará en mí. Yo sólo disfruto lo que, en el
momento presente, él me transmite.
Maurizio se ha convertido en el protagonista de las novelas de mis sueños,
parezco tan cursi diciendo esto, pero, ¿será verdad que uno se enamora una
sola vez en la vida? Porque aquello de verlo empezaba a ser muy importante
para mí y la esperanza de que algún día oyera de mi voz todo el amor que le
tengo, crecía, cada vez más.
Somos jefe y asistente desde hace un año. Él me pregunta y yo trato de
responderle, pero nunca he logrado enamorarlo de mis respuestas, cada vez
que me pregunta, ¿tienes algo más, por preguntarme de todo lo que hablamos?
Me pongo la máscara, le sonrío, y le respondo que no. Pero siempre quedo en
deuda. Tengo tanto que decirle ingeniero. No se imagina, cuanto tengo por
decirle.
Ahora estamos juntos, él conduce su Ferrari, yo lo miro de reojo, está tan
concentrado, que varonil se ve conduciendo; agarra el volante con una sola
mano y con la otra, sostiene la palanca para hacer los cambios de las
velocidades. Me encanta su cabello, apenas y tendrá unas pocas canas, pero
casi, ni se le notan. Cuando lo tengo muy cerca, el corazón me late a mil por
hora. Estos temblores que siento en mi cuerpo son totalmente justificados, son
producto de su voz educada y gentil, ese acento colombiano tan divino,
permanecía por periodos largos en mi cabeza. Ahora vivía poniendo en orden
mis pensamientos y tratando, de controlar mis emociones. Veo muy difícil
tener una aventura con él.
Él enciende el radio, suena una canción de vallenato que me gusta y
comienzo a cantarla.
—Mírame fijamente hasta cegarme. Mírame con amor o con enojo, pero
no dejes nunca de mirarme, porque quiero morir bajo tus ojos — de repente
siento que estoy cantándola con tanto sentimiento, que hasta ignoro que él
está, sólo veo por la ventana, las calles de Bogotá y continúo cantando
Ella lo llenó todo. Es la única razón por la cual soy feliz. Voy a vía a una
conferencia y ella, está allí, como siempre, a mi lado, siendo mi apoyo
incondicional. Luce tan hermosa. Me sonríe con orgullo. He escrito mi
segundo libro y hoy hablaré sobre él.
Hoy por primera vez en toda mi vida, acepto que amo a Vittoria más que a
mí mismo.
— Este ambiente está como muy triste. Vamos a poner musiquita.
— Como gustes cielo — le acaricio el cabello y ella rápidamente me
toma la mano y me la besa.
— Un vallenatico vea. Como en los viejos tiempos mi amor.
— Ja, ja, ja. Aún seguimos siendo los mismos mi vida. Lo que nos
diferencia de aquellos años con estos tiempos, sólo son unas cuantas canitas,
unas poquititas, así no más. Bueno, yo soy el que está empezando a ponerse
canoso. Porque tu cabello sigue tan rubio, como desde el primer día, que te
besé.
— ¡Uy pues! ¡Ya quisiera yo! Si no fuese por los tintes, te estaría
haciendo competencia — los dos nos reímos. Ella enciende el radio y suena la
canción con la que, la enamoré en nuestra juventud.
— Mírame fijamente hasta cegarme. Mírame con amor o con enojo,
pero no dejes nunca de mirarme— que hermosa se ve cantándola, con tanto
sentimiento. Recordé cuando le obsequié un cassette con esa canción, junto a
una dedicatoria de amor que le entregué a escondidas de su hermana.
— No puede ser— dije riendo.
— Vamos mi amor, cantémosla. Recordemos viejos tiempo— se movía
con una intensidad única.
Ella sube el volumen y ahora con el sonido de la radio más fuerte,
escuchamos esta canción, que es un icono para este amor que hemos
construido.
— Mírame fijamente hasta cegarme — trato de seguirle el ritmo.
—Mírame con amor o con enojo. Pero no dejes nunca de mirarme, porque
quiero morir bajo tus ojos— Cantamos los dos.
Vuelvo en sí, tengo a Patricia a mi lado cantando la canción de una manera
muy inspirada, ha cerrado hasta sus ojos, yo la verdad me siento atormentado.
Sacudo la cabeza, y apago el radio de una forma bastante grotesca.
— ¿Tan mal canto? — me pregunta algo saca de onda. Pela los ojos y el
cuello se le pone rojo.
— No me apetece escuchar música. Mejor cuéntame, ¿cómo te preparas
para el nuevo reto de hoy?
Me sonrojé e intercambiamos miradas y sonrisas. Maurizio me había
sugerido que realizara una conferencia para los trabajadores del banco de
Bogotá, uno de los más reconocidos en el país. En esa conferencia, debía
cargar con la responsabilidad de hablarles sobre la precaución de la gripa; la
ciudad, actualmente pasaba por la temporada de clima frio, por lo cual se
conocían aumentos de casos de contagio y muchas personas estaban
alarmadas. El virus de la influenza, había azotado una parte de Bogotá, motivo
por el cual, era necesario vacunarse contra esta gripe, para protegerse de la
infección. Esta pequeña conferencia, es un gran paso para mi carrera, estaría
laborando en una de las mejores bancas de este país y a través de mi asistencia
médica.
— Ingeniero Maurizio — dije, al bajarme del carro — quiero que sepa
que, para mí es un honor asistir y colaborar con mi servicio médico en este
banco. Gracias por la confianza que ha puesto en mí.
*
Tiene el cuello más rojo, lo noto inmediatamente se baja del auto. Está
vestida con una franelilla blanca holgada y una falda larga color verde oliva.
Pienso que me gusta cómo le luce su estilo de vestir un poco… ¿hindú?, ¿será
esa la palabra acertada?, la verdad, no sabría qué nombre colocarle, lo que
puedo señalar, es que le queda estupendamente bien.
Ciertamente me encanta sentir su compañía, en ocasiones me he sentido
acalorado con tan sólo pensarla e imaginarla más de cerca, gráficamente cerca;
lo suficiente, como para hacerla mía en un instante. Es extraño pensar en eso,
porque hay días en que, la veo y es como ver a mi hija. Tengo muchas
confusiones, a veces, pienso que no debo darle tanta vuelta a este asunto,
simplemente pasar la página y continuar viviendo mi vida, como hasta ahora
lo he hecho. Claro, que reconozco que esto que siento, no es sólo cosa mía,
ella también se ha incorporado a mis picardías, he notado, que, por breves
momentos quiere recibir mucho más, muchísimo más, de lo que le he
exteriorizado; pero es entonces, cuando mi resistencia toma un papel
importante en mis acciones y empiezo a actuar con simpleza, a partir de ahí,
puedo notar como la decepción le llega a su rostro, como empieza cambiar
conmigo, como su sonrisa pasa de ser tierna y amorosa, a una sonrisa triste y
forzada. Sé que debería dejar de reforzar este juego de tentaciones peligrosas,
porque he llegado a pensar que puedo lastimarla, por eso es mejor que a través
de mis comportamientos evasivos, le exteriorice que entre nosotros nunca
habrá absolutamente nada.
Ahora mismo puedo percibir sus mejillas coloradas por el maquillaje y sus
labios enmarcados en ese tono rosa que le queda muy bien. Se pone sus
anteojos, luego su bata blanca, y camina en dirección a la entrada del banco.
Mientras caminamos, ella observa la estructura de la empresa, hacia
algunos años, yo trabajé ahí. Hay cuadros de la historia del banco por todas
partes, así como otros cuadros que muestran grandes teorías sobre el futuro. Sé
que a ella le abundan en ese momento muchas debilidades que son parte de los
nervios porque con anterioridad ya han sido corregidas. Patricia ha
demostrado salir adelante durante todo este año, que ha estado trabajando a mi
lado. De modo que me toca honrar su esfuerzo, su carrera, la cual, sé, que
respeta muchísimo. Es muy jovencita, pero tiene un buen futuro porque sabe
escuchar y ese, ese es el mejor paso para alcanzar el éxito, el saber escuchar.
Estoy satisfecho de su desenvolvimiento, me ha demostrado, que es capaz de
superar retos, de aprender de aquello que desconocía y eso me deja en estado
de gracia.
— Disculpe jefe — ella paraliza el paso. — ¿Dónde queda el baño? —
me preguntó arrugando el rostro. — Tengo frío— se abraza a ella misma y
frunce el ceño.
—El pasillo que viene a la derecha— le respondo mirándola muy
seriamente. Cuando la miro así, la intimido, pero al mismo tiempo me
funciona porque se siente más comprometida.
— Chévere. Ya vengo— me sonríe forzadamente y camina rumbo a la
dirección que le di.
Respiro hondo y comienzo a ver los cuadros colgados en las paredes,
mientras espero que regrese. Sin embargo, no me dio tiempo de detallarlos con
exactitud, porque, escucho que me llaman. Volteo, veo a Mónica caminar
hacia a mí.
— Maurizio, pensé que llegarías antes. Te he estado llamando desde
hace como una hora. — Mónica, siempre tan obsesiva y compulsiva con el
horario. Si le dices que la cita es a las 7:00, ya está llamando desde las 6:30,
para saber si has llegado al punto de encuentro. No entiendo porque no ha
logrado modificar semejante conducta.
— Seguro tendré el teléfono en silencio — le respondo sonriendo
forzadamente.
— ¿Y Patricia?
— Fue un momento al baño.
— Qué bueno que no está acá, quiero hablar contigo— Mónica me
agarra del hombro y me mueve hacia el final del pasillo. Yo la miro extrañado,
y con esa mirada le pregunto, ¿qué es lo que sucede? — Ella está agradecida
con nosotros por todas las puertas que le hemos abierto, pero es lógico que
aquí sigue ilegal. Es un riesgo Maurizio. Ella no está en capacidad ni tan
siquiera de firmar un récipe médico. No tiene los papeles en regla— Mónica,
volteó a los lados y en voz baja, dijo— explícame algo, ¿tú vas a asumir el
costo de todo el papeleo de la reválida de su título?
— Por supuesto— dije muy firme y seguro de mi respuesta.
— Tú las has impulsado a ella, cosa que me parece excelente porque yo
también estuve en su posición y me alegra de corazón ver que ayudes a mi
gente. Pero…podemos meternos en problemas por intentar ser compresivos.
Ella quizá, no tenga la menor idea de lo delicado que pueda resultar todo esto,
porque no vive acá y no conoce las leyes. Pero es necesario que nosotros como
empresa la ayudemos con sus papeles, es una irresponsabilidad dejarla así.
Ella me comentó en estos días que estaba intentando ahorrar lo más que
pudiera, pero no llega Mau, es difícil, aun trabajando conmigo y teniendo
horas extras contigo, no le da. El apartamento donde vive, mínimo son
trescientos dólares, en peso todavía no sé cuánto es. Esta niña me habla en
dólares, parece que no se ha contextualizado con la moneda de acá. En fin, hay
que ayudarla.
— A ver Moni, ya eso lo sé. Sé que tenemos que hacerlo y que me he
atrasado en el proceso, más bien, la he dejado sola a ella en todo esto. Lo
acepto, no he puesto interés, y Patricia es muy respetuosa en ese sentido, muy
prudente, quizá por ese motivo no me haya comentado nada al respecto,
porque está esperando que sea yo, el que saque el tema a colación. Esta
semana me pongo al día con mis contactos. A mí también me gustaría, que ella
pudiera ejercer tranquila y en momentos en que tú no puedas estar, pueda
asumir ella el liderazgo del equipo; de lo contrario, quedamos en las mismas.
No sé tú, pero yo siento mucha confianza en ella.
— Sí, yo también. Es una buena chica. Todavía en mi país sobra gente
buena y ella es de las buenas de corazón y humilde de espíritu.
*
Estoy en un salón donde en vez de paredes, hay vidrios que muestran toda
la ciudad de Bogotá. Una mesa larga en el medio, y aproximadamente quince
ejecutivos. A mi jefe lo perciben como una máxima autoridad ¡Estimado
Maurizio Antonucci! Escuché, que le dicen con aires de superioridad. Bien
merecido, ¡ese es mi jefe! Tan grande, tan brillante y humilde, que hoy me
cedió un espacio a mí, que a su lado sólo, soy una médica que todavía es
aprendiz de vida. Estoy frente a estas personas de renombre. Mi jefe está
sentado en uno de los primeros puestos, observo que abre la carpeta amarilla,
que adentro contiene los folletos y la presentación en cd del proyecto de la
empresa. Un catálogo con todos los talleres, una portada con el equipo de
trabajo, e inclusive, un artículo sobre las prevenciones de la gripe australiana,
escrito por mí.
Maurizio, ha sido mi guía y maestro ante todo lo que soy y lo que he
crecido. Gracias a él me encuentro ahora mismo mirando a unas personas
reunidas para una tarde de conferencia médica. Yo pienso: ¿Cuántas de estas
personas habrán tenido la misma experiencia, que, yo estoy teniendo en este
momento?
Ser médicos es una de las carreras más humanistas del mundo. Una carrera
que ejercí en mi país durante dos años, pero de la cual no he obtenido ni un
mínimo del beneficio que he logrado siendo inmigrante. Reconozco que yo
tuve la suerte y la bendición de contar con el apoyo de Maurizio; en mi país,
tristemente no pudiera vivir de manera independiente, ejerciendo la carrera
que amo. Reforzada por estas percepciones, cogí mi barco y decidí navegar
hacia esta tierra. En el camino me encontré con muchas corrientes,
tempestades, pero sigo aquí, consciente de que nunca me aparté de mi ruta,
consciente de que debo continuar. ¿Mi sueño, no era ser médico? Pues debo
seguir preparándome, aprendiendo, estudiando, creando artículos, escribiendo
sobre medicina, leyendo, para conocer más sobre esta carrera; y no tengo que
dejar paralizarme por el miedo, que es una droga que se puede volver poderosa
si nos acostumbramos a vivir con él. Esa ha sido la mejor enseñanza que
Maurizio me ha dejado.

CAPÍTULO 6
ADORARTE FUE MÁS QUE UNA FANTASÍA.

Mónica comprobó que Patricia tiene potencial, que detrás de esa jovencita
que viste con un estilo bastante particular, existe una gran profesional. Que fue
capaz de mirar aquella audiencia un poco extrañada, pero descubriendo que lo
que estudió, es su vocación. Me sentí sumamente feliz, no dejé de verla y
sonreírle. Al mismo tiempo me pregunté: ¿Cómo puedo sentirme tan feliz con
ella? ¿Qué me está pasando con esta jovencita? ¿Será una fantasía secreta, que
tengo escondida en lo más profundo de mi corazón? No lo sé. La última vez
que temblé pensando en una mujer, tenía la edad de ella. Hay algo en Patricia,
que desequilibra mi mundo, y como no lo entiendo, la culpo a ella por
provocar algo en mí, algo que no puede parecerse al amor, porque la única
mujer que he amado y amare en mi vida, es a la madre de mis hijas.
Me levanto de la silla del comedor, voy hasta mi habitación, veo la vista
que me regala el ventanal y me doy cuenta, que, Patricia me está comenzado a
importar, mucho, muchísimo. Me gustaría creer que me estoy enamorando de
alguien a quien no conozco y que no entraba en mis planes. Todo este tiempo
de dolor, de controlarme, de negarme a volver a amar y ahora, estoy a punto
de seducir a una mujer diferente, veinticuatro años menor que yo.
Cogí mi teléfono de la mesa de noche y busqué en los contactos su número
telefónico. Pensé sí marcarle o no. En esos pocos minutos, se vinieron muchas
escenas a mi mente.
— Naguará, estoy impactada con su currículo. Es demasiado estupendo.
Perfecto. Es increíble. ¿Cuándo hizo el postgrado en Harvard? Jefe, usted es
un crack. Ejemplo para muchos — ella sonríe. Está sentada frente a su portátil,
había buscado mi currículo en LinkedIn.
— Lo hice hace muchos años. Por ahí por el 90 y algo.
— Es maravilloso — vuelve a sonreírme — ¡Naguará!
— Disculpa. ¿Qué significa naguará? — pregunté algo extrañado. Me
causa gracia la manera en como pronuncia esa palabra.
— No es una grosería ¡Ojo!
— Yo sé que tú no eres de decir groserías — vuelvo a sonreírle —Pero
todavía no me dices, que significa.
— Es como algo impresionante, como cuando quieres decir que algo es
grandioso. Proviene de Barquisimeto estado Lara. Aunque yo nací en
Valencia, la digo a cada ratico. — se sonríe
— Wow. Gracias, ya me enseñaste algo nuevo.
— Si, ¡naguará! —pronuncia riéndose.
Ahora vuelvo a mi habitación, a la vista que me regala el ventanal. Hace
frio en Bogotá. Sonrío de nuevo y sigo recordado.
— Nadie se embriaga leyendo libros sobre vinos — dijo, leyendo
dulcemente un texto en la pantalla de su celular. — “Neurociencia y
comportamiento”— pronunció, levantado la vista hacia mí, y permitiéndome
ver en sus ojos marrones claros, el cariño que me tiene.
— He leído su libro. ¡Qué interesante!, me gustó mucho esa frase.
— Qué bueno que te haya gustado— dije, bastante estremecido por la
calidez de su mirada. — De todas las frases que he escrito, esa en particular, es
una de mis favoritas.
— Tiene un mensaje muy grande, sólo quienes la leamos con mente
abierta, podemos descifrarlo.
— ¿Cuál será ese mensaje? — pregunté cruzando los brazos y
esperando curiosamente su respuesta.
— Que debemos aprender haciendo ingeniero, así, como usted, que
aprendió haciendo.
Me vuelvo a reír y me vuelvo a desviar a esos recuerdos
— Naguará, yo tengo que hacer este cuadrito de metas, ¿todos los días?
— Todos los días Patricia. De lo contrario, uno va por la vida sin saber
que metas ha logrado. Y quiero metas realistas. Que se cumplan en lo que va
de semana.
— ¡Ay jefe!, usted si es estructurado.
— ¡Ay qué pena que tenga que ser tan ordenado! ¡Qué pesar! — Le
respondí con voz sarcástica.
— Bueno… me voy a hacer el cuadrito, entonces. Pero le aseguro que
no le gustará, porque usted le busca un defecto a todo.
— Patricia en vez de quejarte y hacerte malas expectativas, considera
que al final esta estrategia de trabajo, a quien le va a servir más adelante es a
ti. Estoy seguro que me recordarás y dirás: ah mire lo que Maurizio me dijo. Y
es entonces cuando vas a agradecérmelo.
—Está bien — respondió en tono cansado.
—¿Conoces a google?
— Claro, es mi mejor amigo.
— Bien, qué bueno saberlo. Google establece su plan de metas, con el
fin de que la compañía y sus empleados, consigan realizar los objetivos de
manera más eficaz y productiva.
—¡Caramba no sabía!
— Patricia, si una meta no te desafía, entonces no te motivará a
lograrla.
Me estoy riendo a carcajadas. No lo pienso más. Marco el número de
Patricia y al primer repique me contesta.
— Alo.
— Hola.
— Hola jefe, buenas noches. ¿Pasó algo?
— Sólo quería darte la bienvenida a este equipo de cracks. Buen trabajo
el de hoy.
— Muchas gracias — ella se ríe.
— ¿De qué te ríes? — pregunto con voz empática. Por primera vez le
hablo así.
— Que usted me habla así, con… — la siento apenada. Se queda en
silencio. Al parecer se arrepiente de lo que iba a decir.
— ¿Así cómo? — le pregunto con voz picara.
— Así como con… ¡Ay jefe! — ella vuelve a reírse.
— Dime. ¿Cómo te estoy hablando? — Le pregunto con la voz ronca
del mismo deseo que tengo de salir corriendo a buscarla y verla ahora mismo.
Menos mal que no sé dónde vive, qué puedo perder la oportunidad de robarle
un beso, sin culparme a mí mismo de haber dejado pasar esta oportunidad.
— Con voz de hombre interesante pues…— ella se ríe apenada. — Ay
jefe, que pena con usted. Que va a pensar de mí, que estoy loca— se ríe de
nuevo y yo le devuelvo la risa.
— Es que yo soy un hombre interesante — ambos nos reímos.
— No lo dudo. Créaselo, porque de verdad usted, sí, que lo es. Usted
es, así como… un cachaco, por ahí, leí que ese término se aplica al hombre
elegante, jovial y servicial.
— Sí, eso dicen.
— Entonces usted es todo un cachaco y no precisamente porque sea
bogotano.
— Gracias a la noche valoramos el día, gracias a la oscuridad se valora
la luz. Yin yang. Buenas noches Patty. — pronuncio su nombre en voz baja y
muy pausadamente.
— Buenas noches.
¡Patty! No escuché mal. Me dijo Patty
Estoy sentada en la cama y de manera alegre comencé a dar vueltas sobre
ella.
¡Ay me dijo Patty! — exclamo gritando. — ¡Ay lo amo! — esta vez, hablo
de forma desenfrenada. — ¡Patty! Y con ese acentico colombiano, tan bonito
con el que habla. ¡Ay Maurizio! ¡Usted es el hombre de mi vida! No sabe,
cuánto lo amo. Y algún día se lo diré— me paseo por la cama con los brazos
extendidos, felizmente emocionada.
Y sí, el cachaco que una vez, me dijo que no le gustaban los apodos, me
había llamado cariñosamente “Patty”.
*
Estoy colocándome una franela color blanca y cargo puesto un pantalón
color azul claro, unos converse negros. Era preciso volver a vestir de manera
más informal o deportiva para deshacerme por un día del rol de empresario o
ingeniero que pudiese haber centrado en Patricia. Mientras me coloco el reloj,
me pregunto: ¿Estoy consciente de lo que estaba por hacer?, la verdad, no lo
sé. Cogí bien temprano mi teléfono y le escribí por WhatsApp, señalándole
que, aunque es feriado en Colombia, quería conversar con ella. ¿Sobre qué?, la
verdad, tampoco lo sé. Me imagino por un momento la sensación de sorpresa
de Patricia al leer mi mensaje; pienso en cómo se le pondría su largo cuello, el
cual se pone rojizo cuando está nerviosa. Sonrío pícaramente, no puedo creer
que sea capaz de crear planes de distracción, con una mujer que tiene la edad
de mi hija Fiorella. A mis cincuenta años, ¿no debería estar pensando en
jubilarme?, en vez, de estar jugando al galán otoñal con esta jovencita. Me
sonrío y me miro al espejo. Recuerdo por un instante que mis compañeros
cuando era estudiante de la facultad de ingeniería en la Javeriana, me pusieron
como apodo, “él come años” porque nunca aparenté la edad que tenía. Al
principio eso me molestaba, pero ahora que sigo luciendo el cabello negro con
una o dos canas que casi ni se notan, le agradezco a la vida continuar siendo
así, un hombre come años.
Salgo a la cocina y me sirvo un vaso de agua. Camila está sentada en la
mesa del comedor muy concentrada leyendo un libro en su portátil. Fiorella
sale de su habitación y me ve de forma extraña.
— ¿Vas a salir?
— Sí, voy de salida — me tomo la poca agua que me queda y coloco el
vaso en la barra de la cocina.
— Te ves extraño. Tenías tiempo que no te vestías deportivo.
— De pronto me dio por vestir más informal.
— Te ves muy guapo papi — me abraza y yo la abrazo. Mi niña, ya no
tan niña. Le doy un beso en su cabello ¿Tienes planes para hoy?
— Sí, voy a una reunión en casa de Lucy. Luego vamos a comer, puede
que después vayamos por un cafecito en starbucks, probablemente también
vayamos a una obra de teatro.
— Me parece muy bien — le respondo aun abrazándola— ¿Tu
hermana? ¿Te la vas a llevar?
— ¡Ay no papá! Que flojera. Camila siempre se quiere ir de todos lados
temprano. Entonces me toca aguantar sus quejas.
— Bueno yo también voy de salida. Pero no quisiera dejar sola a tu
hermanita.
— ¿Y qué le va a pasar? — Fiorella me arruga el rostro como
queriéndome decir que no sea paranoico.
— No le va a pasar nada. Pero soy papá, cuando seas mamá me vas a
entender — le doy un beso en la frente a Fiorella y me acerco hasta la mesa
del comedor—Cami, hija —Camila voltea a verme. Se quita los audífonos.
— Bendición papá — me pronuncia sonriéndome
— Dios te bendiga — le doy un beso en la frente y le pregunto—
¿Planes para hoy?
— Ninguno. Debo estudiar para los parciales que tengo la semana que
viene.
Cuando escucho su respuesta, recuerdo inmediatamente a Fran, un amigo
venezolano que días antes mientras nos tomábamos unos whiskies en un bar,
me decía, “hijo de gato caza ratón”, esto justamente cuando Camila, quien se
encontraba acompañándonos, le mostraba las fotos del modelo de naciones
unidas realizado en México y el cual había ganado como mejor delegación en
el comité de la OMS. Él quiso decir qué, mi hija Camila heredó de sus padres
la responsabilidad, compromiso y el amor por el estudio.
— Tu hermana va salir, y yo también planeé salir. Pero no quiero
dejarte sola. Creo que me va tocar quedarme.
— No es necesario. Papá ve tranquilo a donde vayas a ir. Yo me puedo
quedar acá. No me va a pasar nada.
—¿Y si papi te invita al cine? ¿Aceptas ir conmigo? — Le pregunto
sonriéndole.
— Ay papá, me encantaría, pero de verdad tengo que estudiar.
— Bueno, entonces me va a tocar ver la peli en la habitación.
— ¡Ay papá!, no seas anciano — grita Fiorella desde la cocina— ¡sé
feliz! Y ve a donde tengas que ir. Por cierto, que no te pregunté, ¿a dónde vas
tan deportivo? — dijo, acercándose a la mesa, sentándose en la silla y
probando un sorbo de té.
— Verdad papá, y ¿con quién vas a salir? — Camila, me mira
seriamente— y en converse, ¡si tú nunca te pones converse!
— Fran— respondo pelando los ojos— me invitó a una parrilla en su
casa.
— Pero, si Leito me dijo que él está en Costa Rica— responde Camila
algo sacada onda.
— Ehhh, no, es que, no fue Fran el que me invitó. Me invitó un amigo,
pero ustedes no saben quién es, porque no lo conocen — trato de sonreír
forzadamente.
— Vale. Entiendo— respondió Camila volviendo a concentrarse en su
lectura.
—Bueno chévere. Tú, hace tiempo que no sales. No te cae nada mal una
salida entre amigos.
—Ok. Ya que están tan humanistas con su padre, les tomaré la palabra. Me
voy, pero una parte de mí se queda al pendiente de ustedes— las señalo a las
dos con el dedo índice.
—Ya lo sabemos. — responde Camila.
— Se portan bien. Cuídense — me doy la espalda dispuesto a caminar
hacia la puerta. Pero paralizo el paso y volteo a verlas. — Por cierto, me voy
en la moto.
—¿En la moto? — pregunta Fiorella asombrada — al fin recordaste que
tienes moto.
— Ya ves, a veces a uno le provoca ser espontáneo — me doy la vuelta
y continúo caminando en dirección a la puerta — Dios las bendiga. Las quiero
— les grito desde la puerta.
Cuando tenía quince años, estaba loca por descubrir lo que era tener un
novio, ansiosa por conocer lo que era un beso y caminar de la mano, de quien
fuese el amor de mi vida. Yo no podía entender, porque a esa edad mis papás
no me dejaban tener novio, porque consideraban que aún era pequeña. Hasta
que un día me molesté con mi mamá y le pregunté: ¿Me puedes decir, por qué
todas las mamás de mis amigas consideran el noviazgo como algo normal y tú
lo percibes como algo prohibido? Mi madre me respondió que mi mente debía
estar enfocada en los estudios. Y así fue. Supe lo que era tener novio, a los
dieciocho años, cuando me enamoré de Eduardo, un chico que estudiaba en la
facultad de ingeniería, pero todo acabó cuando él decidió partir a Colombia.
No supe más de él, aunque de vez en cuando me obsequia un like, en las fotos
del Facebook, sin embargo, él no es de colgar fotos en esa red. Vive en esta
ciudad, pero no tengo idea en que zona, tampoco estoy curiosa por saberlo. Lo
que sí sé, es que hay cosas de Maurizio que me recuerdan a él, por ejemplo, su
voz. Esa vocecita de profesor, que tiene cuando va a hablarme sobre un tema
que desconozca. Y ese “sí”, que repite cuando finaliza por decirme algo. O el
“¿recuerdas?”, cuando hace mención a una escena o un tema que haya
olvidado; es lo único, porque de resto, Eduardo y Maurizio, son dos hombres
totalmente distintos.
Me estoy viendo al espejo, Maurizio me pidió que por favor hoy no
vistiera con falda. Que me fuese lo más cómoda posible. Cargo puesto un
pantalón color azul claro rasgado, como los que están de moda y una franela
negra. Me puse unos converse blancos y el cabello me lo alboroté más, con la
ayuda del secador, ahora sí, que parece que me he hecho la permanente. Tengo
un estilo ochentero bastante peculiar. Me coloco el labial rosa en los labios y
echo un último vistazo a mi vestuario y le agrego a mi atuendo el toque final,
el perfume victoria's secret. Me sacudo el cabello, y escucho que el teléfono
suena. Salgo corriendo a la mesita de noche, tiemblo cuando veo su nombre en
la pantalla.
— Hola.
— Hola. — pronuncia con voz picara — Estoy abajo. Esperándote
— Vale. Ya bajo— respondo emocionada, y con el corazón animado por
verlo nuevamente.
— Te espero.
Cuelgo la llamada y me vuelvo a ver en el espejo.
— ¡Ay Dios mío! No lo puedo creer, voy a salir con él. Bueno Patty,
cálmate, contrólate. Normal, tranquilita, bien portadita y chévere. Disimula
por favor — me veo al espejo por última vez—¡Tú normal! — suelto unas dos
respiraciones y salgo.
Aunque es el principio de verano, todavía hace mucho frío en Bogotá. ¿A
dónde me va a llevar Maurizio? Me pregunto, mientras bajo por el ascensor,
hacia la salida del edificio. Anteriormente otros hombres que me invitaban a
salir se habían comportado de la peor manera posible. Muchos no habían
conseguido conquistarme, otros deseaban sexo, y otros sólo me dejaron una
gran decepción. Yo no había descubierto el universo de fantasías que se
habitaba en el amor. Ya estaba acostumbrándome a mi mundo, a mi soledad.
Una vez mi terapeuta me preguntó, ¿cómo me gustaría que me tratase un
hombre? Y le respondí que: Me gustaría, que me tratara con amor, con
instinto de protección, que siempre seamos dos. Que se detenga el tiempo cada
vez que nos besemos, que sintamos que se pierde la noche, cuando nos
amemos. Que todos los días, nos recordemos cuánto nos queremos.
Abro la puerta del edificio y lo observo, carga una chaqueta color negro,
una franela blanca, y su pantalón, es del mismo color de mi pantalón. Me
encanta cómo está vestido, es primera vez que lo observo con un aspecto más
jovial y relajado. Sinceramente escogió la ropa perfecta para la ocasión. Él es
un hombre que viste acorde a su edad e ignora cualquier tendencia de la moda.
Pero eso no quiere decir, que, no cuide su aspecto al momento de ejercer el rol
de ingeniero. Cada uno de los trajes que usa para ir a la oficina, lo ha cuidado
muy bien y le aporta muchísima elegancia.
Me alegro tanto de verlo y con esa emoción, me acerco sonrientemente, le
doy un beso en la mejilla, y disfruto su colonia. ¡Dios mío! Ese olor me seguía
matando.
— Buenos días señorita— me sonríe sin ocultar su picardía. Hasta estos
últimos días, me había dado cuenta, que no me quitaba los ojos de encima.
Podría estar segura de que le gusto, y que le encantaría ir más allá. Cada vez
que me ve, le surge de manera espontánea modificar su tono de voz habitual
para parecer más atractivo, galante y hasta sexy. Aprovecha la mínima
oportunidad para ponerme nerviosa, y lo logra. Se las ingenia para lograr
sonrojarme, pero luego, deja muy en claro su resistencia, volviéndose
estructurado y rígido.
— Buenos días. No sabía que tenía moto — dije sonrientemente.
— Si. Lo que sucede es que poco salgo a pasear con ella. Pero hoy es
un buen día para dar un paseo. ¿No crees? — declara apuntando sus ojos
directamente a mí y manteniendo una postura erguida.
— Si. Claro. Claro que sí— respondo con voz suave.
— Bueno, toma el casco— me lo entrega.
—Gracias.
— ¿Sabes cómo colocártelo? o ¿Quieres que te ayude? — me sonríe de
nuevo, y dirige ahora su mirada a mis labios, reforzándome las ganas que
tengo de besarlo.
— Ayúdeme por fa.
— Ven te ayudo— él me coloca el elemento principal de protección de
los motoristas, hasta abrocharlo correctamente, evitando que este se mueva y
me presione la frente.
— Listo. ¿Estás cómodas?
— Si— le respondo.
— Bien, me voy a montar yo y luego te montas tú — él se monta. Y
luego me monto yo. — ¿Listo? — me pregunta de nuevo
— Si
—¿Estás nerviosa?
—Sólo un poco— me rio. —
—Bueno, agárrate bien de mí, porque a mí me gusta la velocidad
— ¡Uy qué miedo! - me vuelvo a reír. Él también se ríe. Lo abrazo por
la cintura.
—¿Listo?
—Si— respondo riendo.
— Chévere. Nos fuimos.
Si esto, no es ser feliz, debe parecerse un poco a la felicidad. Apenas lo
escucho, me motivo a sonreírle y mi cuerpo comienza a temblar. En momentos
permanezco inmóvil, al parecer estoy prácticamente sentenciada a quererlo.
Bien sea por su forma tan interesante de ser, o por su caballerosidad, aunque él
haga todo lo posible por contenerse, bloqueando cualquier acercamiento más
profundo entre nosotros. Y no es el único, yo también he llegado a dar un paso
hacia el fingir que no siento nada, tengo una razón para hacerlo, y es que
siento temor de ser rechazada. Aunque una parte de mí, se mantiene
esperanzada, sobre todo, cuando observo como su rostro se ilumina y las
sonrisas entre nosotros, se hacen cada vez más cotidianas. Cuando vuelvo en
sí, cuando lo miro sin dejarme manipular por los nervios, puedo ver en sus
ojos, deseo y placer; pero apenas le ofrezco una pizca de ternura, él se vuelve
serio. Me imagino que recuerda mi edad, así como a su esposa, o a sus hijas,
que, en su mente probablemente se las imagine diciéndole, que nuestra unión
es toda una pérdida, un acto enloquecido.
Que lamentable que él se complique tanto y no termine de hacer
consciente, que su vida ha cambiado. Quizá yo esté especulando, lo cierto es
que, a él, le toca hacer vida con otra persona. Él necesita de una mujer, y yo
puedo ser esa mujer. Es más, yo quiero ser esa mujer. Yo sé, que él siente algo
por mí, algo que no sabe ponerle nombre y que su mente le intenta decir que
no debería sentir.
Ahora, estamos caminando por el parque de la 93, me habla de la
neurociencia y lo que sintió, al escribir su último libro basado en la felicidad,
intento escucharlo, pero al mismo tiempo estoy pensativa.
— Creo que mejor cambiamos de tema.
—¿Por qué? Estaba muy interesante lo que me estaba diciendo.
—¿Sí? — pregunta, dirigiendo su cuerpo hacia a mí — pero tu cara no me
dice eso. ¿En qué piensas? Llevas tiempo pensativa. Te he estado observando.
Estas pero no estás— dijo, mirándome de forma curiosa.
—Nada. No me pasa nada — respondo sonriendo forzadamente.
— No te creo— me responde en voz baja y viéndome fijamente. Se me
acerca mucho más. Mi mirada de deseo, es muy difícil de controlar, siento que
no puedo quitarle los ojos de encima — Dime. ¿Qué pasa?
— Yo… —miro hacia abajo, deteniendo el contacto visual con él.
Estaría encantada de besarlo; mi mente, sólo piensa en ese acto y eso hace que
intente ordenar mis palabras para poder responderle. — Yo — vuelvo a
repetirle, esta vez mirándolo y demostrándole lo mucho que me gusta sentirlo
cerca. — No entiendo ¿Para qué me invitó aquí? ¿Con qué fin?
—Te necesito—dijo, con un tono de voz grave y varonil. El corazón se me
estalla de emoción, mi cuerpo tiembla y no sé qué hacer. Me quedo estática-
Necesito que… — Maurizio exhala hondo, deja de reforzar cualquier tipo de
contacto visual conmigo; se toca el cabello, se acaricia el rostro y arrugándolo
por el fuerte sol que hace, aprieta los labios y dice— necesitaba más bien,
comentarte que estoy por escribir unos artículos. Tal vez, este año lancé un
libro sobre la importancia de la felicidad en el amor — dijo, caminando hacia
adelante y dejándome atrás. Prácticamente manifestando a través de su
resistencia, que no desea tener más contacto íntimo conmigo.
— Todo el mundo sabe de la importancia de la felicidad en el amor. La
mayoría de las novelas que he leído, hablan sobre eso. El amor, el amor y
siempre el amor. Pareciera que los escritores solamente quieran exponer sobre
ese tema. Incluso, aun y cuando he leído historias de suspenso, siempre el
amor está involucrado— él me mira extraño, sube las cejas y mueve la cabeza
de un lado a otro, como queriéndome decir, que es un poco absurdo mi
argumento — Bueno, ok, es verdad, el amor es la fuerza que lo mueve todo.
Pero, quizá sería bueno leer otra cosa. No sé, vidas pasadas, el internet, las
redes sociales, qué sé yo…
— Entonces voy a reformular lo que dije, voy a escribir sobre, la
felicidad en los jóvenes de la generación millennials.
— ¿Por qué se interesa tanto en la generación millennials?
— Quiero estudiar más a profundidad las limitaciones y la modernidad
de esta época. Quiero saber, si realmente los jóvenes son felices con la
tecnología, o si la tecnología los ha vuelto más infelices. Es algo muy
interesante.
— Ya que, la gente lee lo que usted escribe, estoy segura que podrá
tocar este tema y le irá excelente— sigo cruzada de brazos.
— Si. Y tú me vas a ayudar. ¿Almorzamos?
— Como usted quiera— respondo sin ánimo. Él paraliza el paso y dice:
— Vamos a la zona G. Quiero que conozcas un restaurante gourmet que
me gusta muchísimo.
— Vale. Chévere.
Estoy en un restaurante gourmet con el hombre que suele ser mi jefe, y no
con el hombre que se ha robado absolutamente todo mi corazón. Este cambio
de rol que él hace me tiene agotada mi paciencia. Hace algunos instantes creí
que hoy podíamos besarnos, por un momento consideré, que hoy sería un día
de confesiones, pero no, me equivoqué nuevamente.
Aun no entiendo el objetivo de esta salida, yo pensé que íbamos a acabar
descubriendo esta chispa, que ambos sentimos. Pero, por lo visto, estoy frente
a un hombre que se resiste a vivir algo que está sintiendo. ¿Será que lo percibe
peligroso? Porque esto que está haciendo, realmente me parece absurdo. Me
escribió temprano llamándome baby, me preguntó qué planes tenía para la
tarde, y luego, me dijo para vernos hoy. Le respondí que sí, con el corazón
latiendo fuertemente y mis manos sudorosas. Ahora bien, desde que estamos
juntos sólo ha hablado de sus libros, de neurociencia, del comportamiento, de
sus conferencias, de todos los seminarios que ha hecho en Miami, de verdad
no ha podido hablar de otra cosa, y cuando quiero cambiarle el tema, pareciera
que una parte de él, se negara a entablar otro tipo de conversación. Tampoco
permite que el curso del diálogo cambie rotundamente. De verdad, esta salida
no ha sido la que esperaba. Me encuentro cansada y aburrida.
Los pensamientos en mi mente se programan cada vez más rápido y me
gritan, que él se ha limitado a sentir algo, quizá, porque no me perciba lo
suficientemente mujer para él. Eso pienso por un instante, pero luego, hago
una pausa, es decir, no me puedo sentir responsable. Ni mucho menos triste,
por tener la edad y la personalidad que tengo. Si él no se interesa por
conocerme, es porque no termina de asumir que siente algo por una mujer muy
joven. Y por eso, actúa de extraña manera, es que es tan extraño que pareciera
bipolar. Todo en él me resulta confuso. Puedo entender que exista un poco de
ansiedad por el tema de las diferencias de edades, sobre todo, por tener la
misma edad de Fiorella. Tal vez con esta salida, él, haya decidido olvidarse de
este asunto y regresar a su casa con sus hijas. Por suerte nunca llegó a suceder
un acercamiento más comprometedor entre nosotros. Yo soy joven, pero lo
suficientemente madura como para darme cuenta, que no pienso aceptar una
picardía más. De aquí en adelante, simplemente seremos jefe y empleada. No
voy a permitir que me haga daño; mañana estaré lista para despedirme, la
verdad me siento triste, él está actuando como si no tuviese una relación
personal amistosa conmigo. Y yo, ya no quiero sentir sus emociones
contradictorias, que, en efecto, me están haciendo sentir lo suficientemente
mal.
— ¿Qué tal la pasta? — me pregunta, mientras saborea el vino.
Yo observo unos segundos mi plato. Agarro el vaso con coca cola y bebo
un poco.
—Todo está muy rico. Gracias.
— Qué bueno que te gusto— se pasa la servilleta por sus labios y me
mira— La felicidad es lo único que activa la creatividad. Para mí, la felicidad
nos purifica y nos libera— estoy cansada de hablar sobre felicidad y
neurociencia. Lo único que deseo es escucharlo hablar de lo que siente por mí,
y no de la felicidad como una teoría de estudio.
— Si. Es muy cierto —respondo viendo hacia los lados.
—¿Tú eres feliz? — me pregunta viéndome a los ojos-
— Hago lo que puedo— respondo, sin querer entrar en detalles— ¿Y
usted? ¿Usted es feliz?
— Después de sentir la pérdida de un ser querido, sé la razón de todo.
Sé la razón del amor, y la razón por la cual, debemos vivir cada día como si
fuese el último. La vida es hoy Patricia. Por ese motivo no podemos permitir
dejarnos dominar por nuestros problemas, debemos hacer lo que deseamos.
— ¿Y usted hace lo que desee?
— Si. Por ejemplo, algo que me encanta hacer todos los años es viajar,
me fascina caminar por la playa, escuchar las olas del mar, conectarme con mi
paz. Me hace feliz estar con mi familia, y hablando de deseos, no te he
contado, este diciembre pienso irme a Miami con mis hijas. Después de tanto
trabajar, lo merezco. Uno no puede ganarse la vida y perdérsela. Me iré con
mis hijas, y me olvidaré por completo del trabajo. Sólo disfrutaré.
— Qué bueno — respondo sonriendo forzadamente— ¿Y ellas, ya lo
saben?
— No. Quiero darles ese regalo de navidad. Además, que no quiero
recibir año nuevo acá en Colombia. Me las quiero llevar para distraerlas, y
digamos que aferrarnos a otras energías divinas.
Lo miro y le sonrío forzadamente. Tomo más coca cola. La verdad, es que
comienzo a sentirme incómoda y quiero irme a mi casa.
*
Soy suficientemente adulto como para darme cuenta, que es totalmente
ridículo establecer una relación con una mujer tan joven.
Sé que a ella le gustaría que la bese, y que, de aquí en adelante, sea incapaz
de dejarla ir. Pero he optado por hacerle caso a mi resistencia; ¡Dios mío!,
Patricia me ha trastornado, una cosa es lo que digo y otra cosa es lo que siento.
Para qué negarlo, yo la quiero; de repente siento que estoy dispuesto a
cualquier cosa por ella, y luego, percibo mi situación actual, y la gran
diferencia generacional que tenemos. Eso pienso, mientras camino hacia el
baño del restaurante. Patricia, hace poco menos de un minuto que se dirigió
para allá.
Ahora vuelvo a verla, está saliendo del baño, tranca la puerta y se queda
viéndome. No quiero pasarme de la raya, pero por más que quiera, no puedo
evitarlo. La miro, imaginando la expresión de placer, que tiene cuando la beso
en mis sueños. He actuado bajo la convicción de pasar la página, y en este
momento, en este preciso momento, lo único que quiero, es estar en contacto
con ella.
Patricia me sonríe ampliamente, toda la intención de disimular sus deseos
hacia a mí, desaparecen. Se siente más ligera, y se acaricia su alargado cuello,
con la yema de sus dedos. Abre un poco su boca, medio deja salir su lengua
hasta humedecer sus labios. Sonríe para mí, y por un breve instante, cierra sus
ojos, exhalando un suspiro de pasión, sin tan siquiera estar acariciando su
cuerpo. ¿Pensaría que fui a buscarla?
Su exquisito cuerpo delgado, forma en mí, una oleada de deseo que llega a
mi rostro. Pensar en tan sólo quitarle esa franelilla negra, y besarla, me hacen
perder completamente el control, aún y cuando, comprenda que sería un error
que eso sucedería. Patricia, tiene la cara y el cuello rojo. Tengo la sensación de
que está leyendo mis pensamientos. Se da la espalda y cuando tiene puesta la
mano en la manilla de la puerta, voltea a mirarme, mi corazón se sobresalta;
me mira con unas intensas ganas de besarme. Me quedo un momento inmóvil.
Mirando su esbelta figura, y ya me hago una idea, de lo que pasaría, si abre
esa puerta. Me vio por una vez más, y yo comencé a caminar hacia a ella.
De inmediato, abrió la puerta. Ya no siento que esto sea ilógico, somos
adultos y responsables. Estoy seguro de lo que voy a hacer; y sé, que ella
también. Ahora teniéndola frente a mí, cierro la puerta pasándole el seguro.
Intercambiamos miradas, observaba en ella, la misma expresión de placer
que tenía en mis sueños eróticos. Patricia muy segura de sí, se acercó a mí,
rodeo con sus brazos mi cuello, pegando sus labios a los míos. Puedo sentir su
respiración, su piel cálida, puedo apretar las manos sobre su cadera, pegarla un
poco más a mi pecho. Ella no tarda, e intenta besarme, pero es entonces,
cuando yo me despierto, y me doy la media vuelta.
— Por favor, no se detenga, soy yo, Patricia, su jovencita, la mujer que
usted quiere. Que ahora la tiene aquí, entre sus brazos, queriéndome. ¡Por
favor! ¡No se detenga! Déjeme sentir sus caricias, sus besos…— me abraza
por la cintura, y estando ubicado detrás de ella, despejo sus manos y volteo de
nuevo.
— No Patricia— digo, deteniendo de un sólo golpe cualquier contacto
entre nosotros— esto es una locura, estamos en un baño público, cualquiera
puede venir…
— ¡Vamos a otro lado! Por favor, no se resista — ella viene directo
hacia a mí, y yo me aparto de nuevo.
— Te llevo veinticuatro años — respondo, intentando recuperar mi
respiración. — Los que vamos de salida, no podemos cerrarle la puerta, a los
que apenas entran.
— ¿Y eso que importa? — preguntó con voz desesperada, tratando de
acercarse de nuevo, pero volví a alejarla.
— No está bien Patricia. Los dos sabemos que no está bien— dije,
mirándola directamente a su rostro, que muestra expresión de tristeza y
desilusión.
— No está bien, que cualquier roce, haga que se nos erice el cuerpo. —
dijo con voz suave, mirándome cálidamente.
— No está bien para mis hijas y no es justo para ti. Yo todavía no
olvido a mi esposita. Y esa es la tristeza que tengo, siento que la vida me la
quito. Siento que la vida me separó de la madre de mis hijas, sin tomar en
cuenta el inmenso amor que siento por ella — respondí con voz perturbadora.
Patty permanece en silencio y luego pregunta:
— ¿Todavía siente que la ama? — me miró con ganas de acariciar mis
labios. Pero no pasó; llevo tiempo soñando con besarla, con hacerla mía.
Muchos de mis pensamientos, están en contra de que la ame. No puedo faltarle
el respeto a la memoria de mi esposa. Patricia no ha sido un error en mi vida,
yo la quiero, por eso me duele. ¿Por qué?, porque me tengo que sentir
confundido, será por la tristeza que no es buena consejera. No puedo
corresponderle, ahora mismo yo estoy frente a Patty con una reja de por
medio. Lo mejor es que me libre de este sentimiento para siempre.
— Si — dije en voz alta. — Todavía la amo.
La he dejado en su casa, estoy consciente de que actué, como si esa salida
fuese la cosa más normal del mundo. Le di las gracias por su compañía, y
seguí mi camino. ¡Cincuenta años! Es lo que pienso mientras conduzco en
moto hacia mi casa. ¡Patricia tiene la edad de mi hija! Y mi esposa, mi esposa
es y seguirá siendo la única mujer que he amado, y amaré el resto de mi vida.
Todos estos pensamientos, suenan como si estuviese viviendo un momento
histórico, pero, para los que han amado, y perdido a su gran amor, es muy
difícil permitirse, amar después de amar.
Estoy de nuevo viajando en un tren, que se direcciona hacia la estación de
mi resistencia; me siento confundido, entiendo perfectamente lo que pasó en
esta salida, pero en estos momentos siento que soy incapaz de explicarlo.
Cuando vi a Patricia por primera vez, quedé impactado con su belleza, tuve
una conexión especial con ella desde que comenzamos a compartir, eso lo
supe, desde la primera vez que empezó a importarme como mujer. A veces, he
llegado a pensar que es como si tuviésemos que habernos encontrado, es como
si la vida me la hubiese traído hasta donde yo estaba.
Mientras sigo conduciendo hacia mi casa, trato poco a poco de recuperar
mi ánimo, y no sentirme culpable por la experiencia que acabo de tener.
De repente una escena de mi pasado, recobró importancia y recordé una
conversación profunda e intensa, que tuve con mi esposita.
— Cielo, ¿qué haces? — le pregunté al verla sentada frente al
escritorio, con su portátil encendido— mejor dicho, ¿qué estás escribiendo? —
me senté frente a ella. Al verme, cerró el portátil y me miró sonrientemente.
Las quimioterapias ya habían comenzado y lucía, poco cabello.
— Poco a poco me estoy recuperando de esta experiencia— me
extendió sus brazos y me agarró de las manos. Yo las aprieto con fuerza y las
acaricio. Sentí sus manos frías, muy frías.
— Creo que jamás podría explicar, lo que el cáncer ha significado en mi
vida— la percibí muy movilizada. Decidí escucharla y no interrumpirla.
— Hoy vi una señora en el hospital que esperaba por tratamiento, me
comentó, que el cáncer es como un arma que lanza balas, que no sólo destruye
el alma de quien lo padece, sino también el alma de las personas que te
quieren. Yo sonriendo, le respondí, qué, el amor puede salvarlo todo. Le
expliqué que actualmente miles de personas enfrentan esta enfermedad como
una experiencia que nos hace abrir los ojos y darnos cuenta, que la paz y el
amor, son los únicos sentimientos que mueven al mundo; que los pequeños
detalles tan suaves, que escasean de ser gigantes, son los que nos hacen soñar
y ser felices. El cáncer, nos permite amar, nacer, sufrir, soñar. Lo que parece
ser un monstruo, se convierte en una invitación a un viaje lleno de energía,
donde jamás puedes aceptar un no como respuesta, ante cualquier propuesta,
gesto o palabra. Sucede, que, cuando no estamos enfermos, cuando tenemos
salud, quizás el cansancio, la rutina, el trabajo, hace que nos perdamos de los
verdaderos detalles de la vida; el ruido de la naturaleza nos parece
insoportable, no percibimos con alegría las nubes a lo largo del cielo, cuando
tenemos experiencias que no son gratas decidimos decir ¡ya basta! Sin
permitimos llegar, tal si vez, si llegamos, podemos cambiar de idea. Tomamos
nuestro desayuno en silencio, conectados con la tecnología, olvidándonos, de
que ese, es un momento bendito, que sirve para conectarnos con nuestros seres
queridos sintiendo el verdadero significado de estar vivos. Las pequeñas
ciudades, los bosques pequeños, lo percibimos tan simple. En ocasiones, hasta
vivimos con inmensos sentimientos de culpa. Sentimos presión, a veces, nadie
se entusiasma con frases optimistas. En fin, el cáncer me ha enseñado, que
debemos aprender a disfrutar de la vida — me quedé en silencio, viéndola
fijamente y permití que ella continuara hablando — voy a escribir todos los
días una reflexión, y la colocaré en el espejo del baño — ella se sonríe — es
el primer lugar al que, acudimos al despertarnos. Lo único que pretendo, es
que mis hijas y tú, lean frases reflexivas y agradezcan por estar aquí, viviendo
esta maravillosa vida.
— Hagámoslo. Yo quiero empezar. ¿Dónde está el papel?
Vittoria me entregó un papel, de inmediato escribí algo en inglés y se lo
entregué.
— Fírmalo— me respondió sonriéndome.
— Vale— le sonreí, y coloqué mi firma.
— Léelo por favor.
— No se preocupe, sea feliz.
— Añade por favor: todos los días.
Le sonreí nuevamente y a un lado de la frase escribí lo que ella me pidió.
— Bueno, listo. Acá tenemos nuestra primera reflexión.
— Gracias por acompañarme — me agarró de las manos y me lanzó un
besito en el aire, que fue devuelto por mí.
*
Maurizio está en una etapa de resistencia muy grande. Eso pienso mientras
estoy sentada en la pequeña mesa del comedor del apartamento tipo estudio
donde vivo. No debería sorprenderme su actitud, incluso muy dentro de mí, ya
me lo esperaba. Ya no tengo ninguna ilusión; lo mejor es que continúe mi vida
y me olvide de todo esto, que no tiene ningún sentido. No tengo nada que
buscar en él. Ya él amó y por lo visto, no pretende volver a abrirse a amar a
alguien más. Lo mejor es que siga enfocada en mí, aprendiendo cosas nuevas,
conociendo nuevas personas y con eso bastará. A partir de hoy, voy a optar por
seguir adelante, decidir y nunca desistir.
CAPÍTULO 7
LA RESISTENCIA DE MAURIZIO

Abro la puerta de la casa y cuelgo la llave de la moto en un cuadrito de


madera. Escucho voces que provienen del televisor, me imagino que es
Camila, que está viendo una película; camino hacia la sala, paralizo el paso
cuando veo a Fiorella sentada en el sofá.
Vuelvo a escuchar la voz de Vittoria. Su dulce sonrisa me ilumina
absolutamente todo. Vuelvo a encontrarme con sus ojos, con sus caricias y
abrazos, sólo que esta vez, la situación es distinta. Esta vez, la percibo a través
de la pantalla del televisor. Quiero acercarme a Fiorella. Quiero decirle en voz
baja que su mamá siempre estará con nosotros. Pero aprieto los labios, cierro
los ojos, y decido quedarme arrinconado en la pared.
Mi hija entre sollozos le habla a su madre; le explica que se siente sola,
que ha dejado atrás a la mujer que era, esa chica animada con alegría de vivir,
una viajera andante, exploradora del mundo, nada de eso existe.
— Mamá, todo eso que era, se fue contigo. Todo eso que yo era me lo
arrebato el desgraciado cáncer, esa maldita enfermedad que hizo que te
apartaras de nuestra vida.
Sé muy bien, lo que se siente, sentir ese vacío. Yo también lo siento todos
los días, yo también he sentido que esta soledad será permanente. Aunque en
momentos me repita a mí mismo, que debo continuar; cuando me duermo,
vuelvo a encontrarme con su recuerdo, con su dulce aroma y es entonces,
cuando pienso, que ella, todavía está aquí. Pero luego, siento que ella se
vuelve a ir, y vuelvo a estar triste.
Mientras Fiorella solloza de dolor, y ve el video de aquellas vacaciones en
Disney, a través de la pantalla del televisor, puedo darme cuenta de las
palabras cargadas de rabia y dolor que ha dicho. La siento vulnerable, con un
intenso decaimiento. Es entonces, cuando dejo de estar alejado de ella, camino
hacia el sofá y me siento a su lado. Acaricio su cabello y atraigo su cabeza
hacia mi pecho. Con las manos entrelazadas, lloro junto a mi hija; nuestro
llanto, resonaba en la sala del hogar que construimos junto a su madre. En la
casa, se podía percibir un enorme duelo.
Podía notar los temblores de mi hija. Pero por un instante, me vi en la
necesidad de parar mi llanto, no la estaba ayudando, sólo había conseguido
reforzar su tristeza y eso no era justo. No estaba bien. Tras exhalar un fuerte
suspiro, le besé el cabello y le agarré sus mejillas, direccionando su mirada
hacia a la mía. Ella me miró, como esperando una respuesta que le diera paz,
una respuesta que sanara el dolor que siente.
Una sonrisa forzada se dibujó en mi rostro, mientras acariciaba su cabello.
Una expresión angelical se posó en su mirada, sus ojos le brillaron y noté
cómo se sonrojó.
—Debería aceptar que ya no está, ¿cierto? Debería dejarla ir en paz de una
vez— dijo, admitiendo una voz dolida y decepcionada. — Pero siento tanta
rabia papá, me arrebataron lo que yo más amo. — Comenzó de nuevo a llorar.
Pero extendí mi brazo y nuevamente la abracé. Ella se escondió en mi pecho y
continuó hablando. — Debería sentirme feliz porque finalmente descansó,
pero no puedo papá— sus sollozos cogen fuerza y ahora empezaba a toser.
— ¡Hija! — dije acariciando su cabello. En mi voz, le exteriorizo un
tono de consolación. Oigo su respiración acelerada. — Tu madre fue muy feliz
con nosotros, su familia. Sé que suena extraño esto que diré, pero Dios la
necesitaba. — Su conexión con él…— ahora mi voz suena triste y hago una
pausa— su conexión con él, fue muy bendita. Ella lo sabía, además, siempre
me lo dijo, no me gustaba escucharla hablar así, como si estuviera
despidiéndose de mí, como si estuviera preparándome. Me sorprendía la paz
con la que hablaba de su experiencia con esta enfermedad, admiré tanto lo
mucho que nos protegió a todos del dolor. — Estoy a punto de volver a llorar
y mi hija, se despeja de mi pecho para verme directamente a los ojos. — Ella
siempre dijo que Dios la necesitaba. — Fiorella, se inclina hacia a mí y me
sonríe, a la vez que me acaricia el rostro y me da un suave beso en la mejilla.
Yo le ofrezco una cálida sonrisa. — Debemos agradecer todos los días la
bendición que tuvimos de tenerla en nuestra vida. — dije con mucha
esperanza.
— Ya lo sé. — respondió en voz baja.
— Hija, yo nunca dejo de pensar en la dulce sonrisa que me dedicó,
todo el tiempo, que compartió su vida conmigo.
— Papá, a veces oigo su voz y en ocasiones la siento, la siento aquí, en
la casa. A veces me detengo frente a la habitación de ustedes, antes de abrir la
puerta, me la imagino recostada en la cama con un libro en sus manos y al
sentir mi presencia, expresarme palabras de amor. Pero parece que sólo son
cosas de la imaginación, porque al abrir, vuelvo a encontrarme con la misma
soledad. — dice en voz baja y sin dejar de parar sus lágrimas. — Tal vez,
necesite de un psicólogo o un psiquiatra; tal vez, me esté volviendo loca. —
dijo asustada y extrañada.
— No hija, claro que no te estás volviendo loca. — respondí
abrazándola, tiene los pies encima del sofá y rodea con sus brazos mi cintura.
— Ella siempre nos bendice y esta sensación de tristeza que ahora sentimos, se
convertirá en paz. Nos transmitirá siempre una luz especial, que ha de
permanecer en nuestra vida para siempre.
— Te amo papá— dijo, en voz baja y tierna.
— Yo también te amo hija. Tu madre siempre dijo, que no le era tan
sencillo ver a su primogénita parecerse tanto a mí. Pero siempre con una
animada risa, me decía, «esposito, si somos iguales, Fiorella se parece mucho
más a mí que a ti. De corazón y sentimientos, es idéntica a mí.» — mi hija
voltea a verme con sus ojos brillantes.
— Y no se equivocó. — contestó sonrojada.
—No, no se equivocó— respondí, con voz tranquila y suave. Ella volvió a
abrazarme y permanecimos por un largo rato, juntos y en silencio.
En este momento siento que no tengo fuerza física, sé que el alma de mi
esposita está siempre presente en mí y en nuestras hijas. Pero esta ha sido la
parte más difícil, ver a mis hijas sentir la ausencia de su madre. Yo siempre
observo que mi hija Fiorella, está en búsqueda de emoción, tiene muchas ideas
en mente, pero cuando va a ejecutarlas, la ataca el miedo y aquello de lo que
en ocasiones me habla como su gran sueño, “crear una plataforma de
asesoramiento de imagen personal para la mujer”, se queda estancado.
Siempre que hablamos, le comento que, para intentar alcanzar un
emprendimiento, hay que vivir muchos procesos. Sin embargo, ella debía
lanzarse y si caía volver a levantarse y no sentirse insatisfecha o angustiada
cuando no consiguiera los resultados esperados. Entiendo como padre y como
hijo, que no es fácil tener su edad y estar sin su mamá; porque, aunque ella
reciba muchos tipos de emociones y sentimientos, la primera sensación que
siente, estoy seguro que es ese vacío de acompañamiento que le impide ver
que Vittoria, sigue estando presente. Sólo necesitamos ver el paisaje a nuestro
alrededor para sentirla.
Aunque yo conviva con mis hijas con una presencia del padre entregado
que es capaz de seguir andando a pesar del dolor. En estos momentos, es
cuando necesito fuerzas para tener que levantarme y seguir adelante. Por ellas,
que a tan corta edad les tocó experimentar este dolor tan grande.
Yo pudiera muy bien transformar mi vida y querer cambiar mi mundo al
lado de Patricia, pero no sé si sea el momento. Muchos padres se equivocan
con los hijos porque piensan que saben que es lo mejor para ellos. Yo me he
equivocado y necesito estar con ellas. Patricia ahora mismo vive un mundo
distinto al mío, ella está influida por su juventud, aunque no puedo negar que
tiene una gigantesca fuerza espiritual que me ha hecho vivir de nuevo. Sin
embargo, Vittoria… Vittoria es mi constancia adoración
Estoy ante mi portátil escogiendo opciones para nuestro próximo viaje
familiar, se aproxima diciembre y es un mes perfecto para llenarnos de más
paz y amor, en una ciudad tan hermosa como San Francisco, donde todo es tan
gigante y tan extravagante. De repente siento que la puerta de lo que parece
ser mi oficina casera, se abre por una fracción de segundos y se cierra. De
inmediato huelo su delicioso perfume.
— Permíteme interrumpirte — Vittoria me abraza por el cuello y me
roba un beso en la mejilla. — Esos ojitos tuyos la noche de ayer, me
demostraron amor y más amor. ¡Qué noche! — ella se ríe pícaramente y
vuelve a robarme otro beso en mejilla.
— ¡Y todas las que faltan cielo! — me volteo hacia ella. — ¡Te amo!
— ¿Por qué me miras de esa manera? — me pregunta tiernamente y se
ríe.
— Porque estas hermosa hoy. — la abrazo por la cintura, y la siento en
mis piernas. Ella sigue riéndose. Yo le acaricio el rostro y empiezo a besarle el
cuello.
— ¡Amor! — ella vuelve a reírse.
— ¿Qué pasa? — ahora soy yo el que se ríe.
— Las niñas, están por ahí. ¡Oye! ¡Contrólate! — dijo, intentando
apartarme de su cuello.
— Es que cuando te tengo cerca, no puedo pensar— me rio.
—Concéntrate — ella se sonríe y me acaricia el cabello.
— Estoy concentrado— la miro pícaramente. Los dos sentimos
adrenalina, no estamos riendo como dos adolescentes. Me acerco a su oreja y
lentamente se la muerdo.
— ¡Maurizio! — ella suelta otra risa más fuerte.
— ¡Mi cuerpo! — la miro y me vuelvo a reír.
— ¿Qué sucede con tu cuerpo? — ella intenta parar de reírse, pero
tampoco lo logra.
— Está en llamas y tú eres la culpable.
Ella me sonríe, se acerca a mí y yo la abrazo.
— Amor, no te he comentado nada porque no quiero preocuparte— se
despeja de mi cuello y me mira— pero desde que llegué de Bogotá, no me he
sentido bien. Tengo como un dolorcito en una pierna que me está molestando
mucho y he sentido mucha debilidad en mi cuerpo. No sé qué me pasa.
— Cielo, cómo pudiste ocultarme algo tan importante. Tú salud es
primordial.
— Por favor, discúlpame— me acaricia el cabello y me habla con su
dulce voz, que pueda calmar hasta el corazón más frío— pensé que sería algo
pasajero. Sabes muy bien que no me gusta preocuparte. El hecho de que
tengamos todo para ser una familia feliz, hace que en ocasiones me refuerce a
pensar que los dolores o cualquier malestar que se presente, es algo
momentáneo.
— Tenemos que ir a un médico. Mañana lo haremos— finjo que me
siento aliviado y no estoy preocupado. Le robo un beso en sus dulces labios —
Cielo, cualquier malestar que tengas nunca puede ser evitado. Comprendo que
puedas reforzarte a sentirte mejor y controlar las emociones. Pero cuando hay
un dolor y un malestar que desconocemos, es necesario acudir a un
especialista.
— Cielo, yo soy médico — ella me sonríe.
— Si, lo sé. No se me ha olvidado.
— Por eso te comparto lo que estoy presentando, porque en este
momento, mi instinto médico, me indica que esto que estoy sintiendo no es
algo para lo cual me tenga que distraer. Así que debo avanzar con todos los
chequeos clínicos.
— Bueno, no hay que precipitarnos. Ya veremos cuando vayamos a la
consulta. Estoy seguro que no es nada grave.
Ella pone mi cabeza en su pecho.
— Maurizio ¡Mi amor! Cuando te tengo cerca, puedo aliviar cualquier
miedo que sienta. No te imaginas, no tienes idea, de lo mucho que significas
para mí, contigo me siento protegida, me siento en casa.
— Cielo, mi amor por ti está en mi corazón desde la primera vez que te
vi. ¡Te amo Vittoria!
— Te amo Maurizio.
— Jamás podría cansarme de recordártelo. ¡Te amo!
— Te amo— ella se acurruca más en mi pecho; yo le beso su liso y
rubio cabello.
La familiaridad entre Maurizio y yo, no era solamente de mi parte, también
la sentía de su parte. El corazón me ha empezado a latir con más fuerza,
apenas lo veo entrar a la oficina con su elegante traje y expresión seria. Yo
llevo toda la mañana preguntándome: ¿Qué razones tengo para renunciar?, ¿El
amor? Ciertamente esa es la única razón válida que tengo.
Finalmente entro a su oficina. Al hacerlo, me doy cuenta, que ya no quiero
estar aquí, no quiero sentir su rechazo, no quiero sentirlo sólo a través de su
picardía. Soy muy débil con mis sentimientos y me he encaprichado con un
hombre que ayer me habló muy claro. No me quiere. Todavía, ama a su
esposa. Sé que lo que gano en esta empresa será muy difícil que lo consiga en
otro trabajo, además, él me ha estado ayudando con las investigaciones para
permanecer viviendo legalmente en este país. A pesar de todo, no puedo negar
que se ha portado bien conmigo. Pero me tropecé, me enamoré de él y ahora
mismo siento una enorme tristeza, que será muy complicado sanar, si lo veo
todos los días. Suena ridículo, sí, sé que suena ridículo y que no estoy
pensando en mi bienestar económico, pero lo que pasó ayer, fue muy difícil
para mí.
Ahora comprendo que el despecho por un hombre, si existe, y es ahí
cuando entiendo a mis amigas, que más de una vez las veía llorando por la
ausencia de su pareja. Ayer le escribí a mi hermana Elena por WhatsApp, y le
resumí en dos notas de voz, todo lo que había pasado entre este señor y yo, su
respuesta fue muy puntual. Aterrizar en Venezuela, era encontrarme de nuevo
con la crisis, y la verdad, desde su percepción, le parecía demasiado dramático
que me dignara a perder una oportunidad de trabajo como esta, por una
historia de amor que sólo se había construido en mi cabeza. Renunciar
tampoco sería un gran problema. Elena, la otra opción que me dio fue,
“hacerle caso a mi intuición”, pues ella me haría entrar a la verdad.
Luego de haberle expuesto a él, los pendientes que tiene para hoy; me
detuve a verlo fijamente, lo percibo bastante serio, no me sonríe y me habla
muy recto. Puedo decir que su voz es otra, bastante distante. Mucho más
distante que cuando se volvía resistente. Levanta la vista hacia a mí y me pide,
que por hoy cancele las reuniones. Quiere dedicarles la tarde a sus hijas. Yo
me quedo un momento callada, intentando asimilar su actitud totalmente
aislada. De modo que debo adaptarme ahora a su distanciamiento, cuando
antes, fue simpático, amable y deliberadamente abierto conmigo, muy a pesar
de que, luego se disponía a ponerle fin a sus picardías, a la aventura de verme
con otros ojos, que no eran precisamente los de un jefe.
Lo acepto, me ha costado mucho llegar a donde estoy. Di muchas vueltas
para conseguir un trabajo del que vivir, y volver a casa con un pequeño
mercado. Me tocó acostumbrarme al frío, no había vuelto a sentir el calor de
mi tierra, y gracias a él, no padecí la desgracia de pasar necesidades o
angustias. Nada malo me llegó a suceder en este hermoso país.
Ayer me pasé la noche llorando y le escribí a mi madre diciéndole que me
regresaba a Venezuela. Sea como sea, esa es mi tierra, y estoy segura que
estando allá, no tendría problemas. Mamá me habló de forma tranquilizadora,
mostrándose alegre ante la idea de volver a verme y sentirme cerquita de ella.
Estoy convencida que mi presencia en casa, sería de gran alivio para mis
padres; sus tres hijos se encontraban fuera del país, y es una bendición para
ellos, sentir, la presencia de uno de sus tesoros.
— He leído sus libros y sé la razón por la cual ha obtenido tanto éxito—
estoy frente a su escritorio y sostengo la agenda en mis manos. Maurizio, deja
de ver la pantalla de su portátil y me mira extrañado.
— No entiendo. ¿A qué viene ese comentario?
— Un autor como usted conoce de la vida. Sabe una cosa, yo lo admiro
como profesional, como jefe, como líder. Pero yo no puedo seguir callándome
esto — coloco la agenda en su escritorio.
— No te estoy entiendo nada Patricia. — él se acomoda en la silla y
busca una posición más cómoda para estar sentado. Me mira seriamente.
— Sabe una cosa, su voz a mi mata. — él sube las cejas. No dice nada,
me sigue mirando. — Su voz, que la vive cambiando todo el tiempo. Un día
me habla como jefe, al día siguiente me habla como si fuese mi amigo, un día
es pícaro conmigo, otro día me llama y me invita a salir, primero es pícaro,
luego es jefe, después exterioriza su lado paternal. ¡Maurizio! — por primera
vez me atrevo a llamarlo por su nombre. Coloco mis manos sobre su escritorio
y me acerco más hacia él — ¡Me tienes mal!
Puedo sentir el calor en mi cuerpo a causa de los nervios y la adrenalina de
enfrentarlo, de inmediato me imagino que mi cuello está rojo. Él no dice nada,
sólo cruza los brazos. Me asombra la resistencia de este hombre, que ni
siquiera es capaz de parpadear, ante todo lo que le estoy confesando
— No soporto este juego— le respondo tajantemente.
—¿Cuál juego? — me pregunta seriamente.
— Como que… — respiro hondo — ¿Cómo que cuál juego? — le
pregunto en voz baja. Porque sé, que hace segundos, alcé la voz. — Maurizio,
un día me llamas y me dices una frasecita del yin y yang, otro día me sonríes,
un día juegas a ser el pícaro conmigo, al otro día me invitas a un café y…—
hago una pausa— ¿Quieres que entre en detalles? — él se queda en silencio—
Está claro que eres un hombre mucho mayor que yo, pero el corazón no
conoce de edades, ni de generaciones. Lo único que puedo decirte, es que no
te entiendo. No entiendo porque un día eres galante conmigo y al día
siguiente, actúas como si nada estuviese pasando. No entiendo porque ayer me
rechazaste, no entiendo porque me invitaste a salir, no entiendo porque dices
que la amas, no entiendo porque juegas conmigo. — dije, sintiendo una fuerte
punzada en el corazón.
— Somos dos personas que están trabajando en equipo y están
creciendo juntos. Eso es todo — responde tajantemente, mientras arregla unos
papeles en el escritorio, ni siquiera me ha visto a la cara.
— No es así— le respondo decepcionada. — Por favor, llevas tiempo
seduciéndome. Desde que empezamos a trabajar juntos, tu trato no ha sido
precisamente el de un jefe. Tú lo sabes…
— Patricia, a ver si de una vez terminas de darte cuenta, que yo soy un
tipo grande. A mis cincuenta años, ¿no te parece que tu deberías verme como
un señor? — volteó a mirarme y esta vez de manera muy seria.
— Pues no. Fíjate que no te veo como un señor.
— Entonces, te sugiero con mucho respeto que empieces a hacerlo. De
aquí en adelante, tendremos un trato exclusivamente profesional. Te ofrezco
mi amistad y ya, hasta ahí. — dijo, con un amargo tono de voz.
— Ok. Perfecto. Entonces ahora yo con mucho respeto, don Maurizio—
él me mira fijamente. Vuelvo a colocar mis manos sobre su escritorio y me
acerco a su rostro— le voy a agradecer encarecidamente que a mí no me
llame en las noches con excusas de trabajo, para luego decirme frasecitas
existenciales que esconden algo más, a mí no me invite a pasear en moto, a mí
no me invite a tomarme un cafecito en starbucks, a mí no me sonría
pícaramente cuando haga bien mi trabajo ni cuando le sirva su cafecito sin
azúcar, tampoco me envíe cancioncitas de vallenato al WhatsApp, ni me llame
por teléfono para preguntarme qué música me gusta, no me ofrezca viajecitos,
y mucho menos me llame cariñosamente baby. Porque resulta ser, que yo no
soy baby suya. Y usted es un señor, ¿no es así? — me detengo a verlo
fijamente a los ojos, pero él se aparta. Se pone de pie, y con una posición
erguida, dijo:
— Patricia acá no está pasando nada. Precisamente porque tengo muy
claro el panorama. Siempre lo he tenido claro.
— ¡Caramba!, déjeme decirle que sus acciones no me dijeron lo mismo.
Para mí, sí ha pasado mucho. Y sabe una cosa, hasta hoy trabajo con usted.
¡Renuncio! — he dicho finalmente.
— Chévere. Si es tu decisión, la respeto. Te deseo mucho éxito y
bendiciones. — respondió muy pasivamente.
— Eres un cobarde— le expreso con mucha rabia.
— Soy un hombre bastante centrado Patricia.
— Maurizio yo te quiero con todo mi corazón, y yo sé que tu sientes lo
mismo…— dije, con la voz quebrantada— necesito sentirte, necesito escuchar
lo que sientes por mí. ¿Quién dice que no puedes quererme?
— Patricia, te aprecio y te admiro. Pero hasta ahí. Valoro tu entrega y
esfuerzo. Gracias por tus servicios. Le pediré a Mariela que te haga llegar lo
más pronto posible el pago de este mes, de esa manera quedamos en paz y a
salvo. Que estés muy bien— se acomoda el traje y sale de la oficina.
A la mañana siguiente me prometí a mí mismo que no iba a intentar saber
nada sobre el paradero de Patricia, lo mejor que podía hacer era quedarme con
la idea de que se había visto forzada a irse del trabajo. Durante el año que
trabajamos juntos, encontré mucha felicidad a su lado, sin embargo, ese
pensamiento de ser feliz junto a ella, duraba menos de cuatro horas, porque al
final recordaba que entre los dos todo era imposible. Así que prefería, seguir
fingiéndole a ella que no me importaba como mujer. Respeté su decisión de
marcharse, pero al mismo tiempo pensé, que la jovencita que se fue, me había
devuelto la sonrisa y me había recordado el significado de la vida. Quizá, debí
decirle la verdad, pero preferí sacrificarme, yo sé que todavía me quedan
muchas cosas por sanar.
Con Patricia, pierdo la noción, el tiempo se me nubla, como me apasionaba
ver su cuerpo en las mañanas, yo sólo amé a mi esposa, hasta que ella apareció
en mi vida. La estoy protegiendo del dolor tan grande que todavía siento.
Nuestra vida ha tomado caminos distintos, direcciones contrarias, Patty está
empezando la vida y yo voy muy avanzado. Mi mente me juzga, me frena, ese
día en ese baño público, hubiera podido amarla a escondidas, mi alma, mi
cuerpo, me lo pedían a gritos; sin embargo, mis hijas, ¡Dios mío!, es por ellas
que esto no puede ser.
— ¡Jefe! — me sonríe mostrando sus dientes. Me gusta su atuendo,
está vestida con una falda color gris y una camisa color violeta, estos colores
le resaltan su piel blanca pálida. Su cabello ensortijado, alborotado como
siempre y en sus labios ese labial rosa mate que le queda estupendamente bien.
Estamos en mi oficina. Estoy sentado frente a ella, explicándole el plan de la
semana.
— Bueno, esta es toda nuestra planeación. ¿Cómo te parece? — me
inclino hacia atrás y recuesto mi espalda de la silla.
La miro, la desnudo con la mirada, me dejo llevar por la emoción y me
vuelvo exótico; a través de mis ojos, le revelo cuanto la anhelo como mujer,
todo lo que ansió tenerla entres mis brazos, las ganas que tengo de
encontrarme con sus labios, de tocar cada parte de su cuerpo y adueñarme
completamente de sus besos.
En este momento estoy perdiendo la cabeza, al verla, siento que no puedo
frenar este impulso sexual intenso, producido por un intercambio de miradas,
que se vuelve el detonante de toda esta pasión que le demuestro sentir y no me
permito rechazar porque reconozco que todo en ella es perfecto, aunque haya
días en que me resista a no tenerla conmigo, pero justo ahora, puedo sentir su
aroma y en medio de todo, ella también puede sentir el mío; desde acá, siento
como le palpita su corazón, como sus labios se humedecen, siento como sus
ojos me miran con un profundo deseo, así quiera mostrarse indiferente
conmigo.
Ella se sonroja, conoce perfectamente mi cara de placer. Me dan ganas
incluso de besarla, de demostrarle que quiero conocer cada rincón de su
cuerpo como la palma de mi mano. Cuando la miro, me provoca ser más
seductor. La seducción tiene extrañas y diferentes maneras de expresarse, estar
mirándola a una distancia limitada por mi escritorio, es una de ellas. Ella
tiembla, se siente intimidada, cruza sus piernas, se empieza a frotar las manos
contra su falda, evita mirarme a los ojos y arquea los hombros hacia adelante.
Se me hace muy sencillo distinguir los nervios que siente. Por el contrario, yo
no me puedo controlar, la veo cada vez más intensamente; no entiendo porque
ella lucha contra mí, porque me sigue evadiendo, cuando yo siento
perfectamente cómo se derrite, como tiembla al tenerme tan cerca.
En conversaciones conmigo mismo, me he aconsejado sucumbir esta
tentación; yo me recuesto en la cama pensando cómo le hago el amor, como
me acerco a ella, en su piel que me enloquece, en sus besos, en su boca, en
toda su belleza.
Ella va aumentando el brillo en su rostro, me mira por unos
microsegundos, pero no alimenta la excitación que le estoy ocasionando sin
tan siquiera estar acariciándola; trata de no sentirse descubierta, cruza sus
brazos sintiendo que está a una distancia segura y tratando de actuar
discretamente, de manera que yo no la capte; seguramente le estará latiendo su
corazón más de prisa, por sentir la energía de ser explorada completamente a
través de la sensualidad de quien la observa; con los ojos chispeantes de
emoción, se sonroja, y vuelve a evadirme. Ya pasaron aproximadamente tres
minutos y sigo seduciéndola, demostrándole que la quiero dentro de mí, para
entrar a otra dimensión de inmenso placer.
Empiezo a moverme de un lado a otro mientras recuesto mi espalda de la
silla, percibo como su cuerpo empieza a erizarse, me mira una vez más
sonrojada y su cuello se torna rojizo. Aquello hizo que delicadamente pasee
mi lengua por mis labios hasta humedecerlos, sintiendo como mi cuerpo se
relaja cada vez más, simplemente quiero sentirla. Dejé de moverme y me
quedé estático, era increíble ver como unos extractos segundos pudo llevarnos
a Patricia y a mí, a encender toda esta pasión. Me dieron ganas de decirle: deja
de huir de mí, ¡me estás castigando! Pero ella no merecía que fuese tan
directo. Siempre se ha comportado muy respetuosa conmigo, lo correcto es
que yo también lo fuese con ella.
Ella esquiva la mirada, se aclara la garganta y continúa reforzando sus
nervios.
— ¡Te quiero ver! ¡Mírame! — dije intentando ser cuidadoso ante esta
situación. Patricia me mira, se muerde rápidamente sus labios y me sonríe
forzadamente— Quiero que me mires— esto lo último lo dije con mucha
exaltación, como esperando sentirla como mi mujer.
— ¡Jefe! Me está poniendo nerviosa — ella me mira apenada, su
respiración es agitada, baja la cabeza, se le tornan las mejillas rojas e introduce
uno de sus rulos detrás de su oreja.
— Bueno y entonces ¿cómo le hacemos? ¿Me respondes la pregunta
que te hice al WhatsApp? — le pregunto sonriéndole y disminuyendo un poco
mi picardía.
— No, tampoco así— ella se ríe y vuelve en sí— el plan está
buenísimo. Todo lo que usted ordena siempre está excelente. Ahora si le digo,
eso de hacer videos no sé me da muy bien. Pero lo voy a intentar.
— Buena… buena Patricia, así me gusta. Que te plantees retos— le
respondo bastante seductor.
— Ok. Entonces me retiro para comenzar mi jornada — ella toma su
agenda y su lapicero del escritorio rápidamente, y se pone de pie— ¡Gracias!
— sonríe mostrando su dentadura. Tiene el cuello muy rojo.
— Perfecto. Que te rinda— la miro fijamente, ella me sonríe por última
vez y se retira de la oficina.
Siempre me consideré un hombre valiente, pero, ¿por qué esta vez hui
como un cobarde? Soy lo suficientemente adulto como para actuar ante todo
este proceso y enfrentar las consecuencias de mis actos. Mi comportamiento
ante Patricia, no era propio de un jefe.
— Vea Patricia, usted como me va a decir que no ha entendido nada de
la página web. Si lo que estoy preguntando es de psicología. Ahí sale todo.
— Bueno pero no entiendo. No sé. Estoy bloqueada. No sé— Patricia
cruza los brazos.
—¿Cómo no vas a saber? La página que te envíe es la de la empresa,
donde abordamos la psicología positiva. Hablamos de la felicidad desde otro
enfoque. A ver, respóndeme: ¿cómo están organizados nuestros talleres?
— Bueno… — ella me pela los ojos— uno empieza por resiliencia.
— Ok, muy bien. ¿Qué es la resiliencia? — tomo un poco de café y la
miro sin luchar contra mi resistencia. Sé que la estoy intimidando, y de nuevo
siento como se derrite, como tiembla; definitivamente, me gusta su actitud
cuando la pongo en aprietos.
— Es cuando superas algo… algo traumático, catastrófico. Para mí eso
es resiliencia.
— No señorita, eso no es resiliencia— le sonrío pícaramente y luego
me rio— a ver, vea y le digo, la resiliencia, es la capacidad de sobreponerse a
eventos duros, la capacidad que tengo de adaptarme positivamente a
situaciones adversas.
— Bueno… y yo, ¿que dije? — responde de manera cansada. Al
parecer no quería seguir estimulando esta conversación.
— Pues no nombraste la palabra clave, ca-pa-ci-dad. — le dije muy
lentamente y le vuelvo a sonreír. Ella respira hondo, se siente muy estresada—
¿Qué son las habilidades blandas? — pregunto con voz de profesor de
primaria.
— No sé. No sé nada. No sé, ni quien soy— cruza los brazos y mira
hacia los lados.
— ¿Cómo no vas a saber? Yo te envié un artículo con material sobre
ese tema. ¡Ay Patricia! Usted no está leyendo los artículos, que les estoy
enviado al correo señorita. — la miro de forma desafiante.
—Bueno, pero usted me explica y yo aprendo. Dígame pues, ¿qué son las
habilidades blandas? — pregunta de forma sonriente y cruzada de brazos—
¡Enséñeme!
— Vea, pues fíjese que no quiero— le sonrío y me arreglo la corbata, sé
que le encantan esos gestos que hago.
— ¡Ay jefe! ¡Cónchale! ¡Vale! ¡Naguará! — me mira de forma molesta
y luego se sonríe— Aporte la seriedad vale.
— ¡Naguará! — le exclamo riéndome— Fíjate, que ahorita no quiero
aportar la seriedad. Que pesar, ¿verdad? ¡Cónchale! ¡Vale! ¡Naguará! — trato
de imitar su acento y cruzo los brazos haciéndome el chistoso.
Sólo hubo dos cosas que no hice durante el año que trabajé junto a ella: la
primera, fue no confesarle que sí, me gusta, me encantó desde la primera vez
que la vi. Y la segunda cosa que no hice, fue besarla las veces que tuve la
oportunidad de hacerlo.
— Cafecito jefe— la tengo a espaldas de mí. Esta agarrando la taza y
cuando se voltea a entregármela, se fija que ahora estoy frente a ella, bastante
cerquita. La siento temblar e inclusive por unos segundos le cuesta sostener la
taza y me la entrega prácticamente evitando que se derrame el café; ignoro
este hecho, me le acerco y el primer impulso de ella, es echarse para atrás,
logrando tropezar su espalda con la pared. Me hago el desentendido otra vez, y
muy cerquita a sus labios, le digo — Sin azúcar, ¿cierto? — le hablo con voz
baja. No esperé que me respondiera, me separé de ella, probé el café y luego
coloqué la pequeña taza blanca, sobre el plato decorativo que sirve para evitar
quemarme y enfriarlo un poco. La miré con exceso de deseo, por supuesto, eso
estimuló sus nervios, sin embargo, esta vez se sonrió hasta mostrar su
dentadura, ofreciéndome una sensación de ternura.
— Si. Ya me acostumbré a la idea, ya no se me olvida que le gusta el
café sin azúcar— ella sonríe. De nuevo aprecio como se le pone el cuello rojo.
— Bueno yo me voy a trabajar. A seguir adelantando los pendientes y le
recuerdo que usted en la tarde tiene una reunión.
— Sí, chévere. Ya me lo comentaste al WhatsApp. Muchas gracias
Patricia— le sonrío tiernamente.
Ahora sólo tengo miedo de una cosa, de perderla…perderla para siempre.
—Jefe.
— Hola Patricia.
— ¿A qué debo su llamada?
— Quería saber, cómo te sentiste hoy con Jaime. ¿Qué tal te pareció la
reunión?
— Bien. Aunque sí me sentí un poco evaluada, pero creo que las
preguntas que él hizo se las respondí; digo, referente a la base de datos de la
empresa a las cuales le hemos prestado nuestro servicio, y, sobre todo la
pregunta que formuló, respecto a cómo yo observo el área de la salud
ocupacional de Colombia, en comparación a la de mi país Venezuela. Yo
pienso, que todo lo que dije estuvo bien. Espero que pueda gustarle el trabajo
y contraten los servicios médicos de disruptive.
— Tranquila. Lo hiciste muy bien, te defendiste estupendamente bien,
como siempre lo haces; y eso me gusta.
— Gracias.
— Bueno, me imagino que ya vas de salida. ¿Cierto?
— ¿De salida? No jefe, yo estoy en mi apartamento, yo casi ni salgo.
— ¿Sí? ¿Y eso por qué?
— Bueno, es que usted sabe que yo soy muy seria. Y me reúno más que
todo con gente adulta. Soy una chama, pero de mente, calcúleme como unos
cuarenta años— ella se ríe y yo también.
— ¿Y eso qué significa? Digo, que tengas amistades más grandes que
tú.
— Que estoy en otra etapa evolutiva.
— Que interesante— le respondo con picardía.
— Si, inclusive todos mis novios, bueno los tres que he tenido – ella se
ríe- todos han sido mayores que yo.
— Muy interesante eso que me dices — le respondo con voz baja.
— Si. Y cuénteme, ¿usted cómo está?
— Pues ahora mismo hablando contigo —me rio—
— Me gusta que me llame— dijo, con voz de niña ingenua.
— No te me acostumbres mucho, ¿vale? — me rio y ella me devuelve
la risa.
— No sé preocupe. Yo sé que usted es demasiado cuadriculado.
— Quien quita y tú termines poniéndome redondito — me rio
pícaramente, ella también se ríe. — Feliz noche señorita, la dejo descansar.
— Feliz noche jefe.
— See you tomorrow. Happy dreams.
— See you tomorrow.
Sigo recordando escenas, en donde evite tentaciones del amor con ella.
— Mire Patricia, vea bien. ¡Bogotá para usted solita!
Estamos en medio de un gran paisaje, he parqueado en una autopista
principal de Bogotá, y está hermosa vista, nos regala las calles capitalinas y
toda la naturaleza que se puede ver sólo en mi tierra.
— ¡Es hermosa esta ciudad! — contempla la vista mientras sonríe y
disfruta del aire y el fresco que está haciendo. Abre sus brazos a la naturaleza,
extendiéndolos completamente; dirige su mirada al cielo, cierra sus ojos e
inhala y exhala, disfrutando de la libertad que nos trasmite el aire puro — Jefe,
póngase detrás de mí y extienda los brazos. Se siente muy delicioso— dijo,
manteniendo la misma posición y con su mirada fija hacia el cielo— ¡Vamos!
Póngase detrás de mí— su voz atractiva, me hizo obedecer su petición; el sol
me ciega la vista por unos segundos y arrugando el rostro, me coloco detrás de
ella.
— Listo. Acá me tienes— dije con voz tierna, al mismo tiempo que
estiré mis brazos a los lados, abriendo las muñecas al exterior; cerré mis ojos,
dirigiendo la mirada hacia el cielo. Empecé a sentir con el contacto de la
naturaleza, un especial aire puro, escuchaba el silencio despejándome
completamente de esos espacios urbanos que forman parte de mi día a día.
Comencé a recuperar la calma que cotidianamente se alejaba de mis rutinas.
La brisa que sentimos es sabia, nos reservó este espacio de tranquilidad,
alejados de cualquier preocupación, abrazándonos al equilibrio vital saludable,
que obsequia este entorno natural. El cabello de Patty fluía con la brisa, podía
sentir como el viento le ofrecía la sensación de moverse libremente, al punto
de lograr que se acercara rápidamente por mi camisa y con el mismo ritmo,
flotara en el aire. Patty, acerca sus manos a las mías, y entrelazamos nuestros
dedos. Ahora los dos, estamos integrados y conectados a través de nuestras
manos; nos mantenemos por unos minutos estáticos, en la misma posición,
mientras disfrutamos del paisaje.
— Súper jefe, ¡ay mi súper jefe!, este mismo efecto de paz que estamos
sintiendo, es el mismo que usted causa en mí. — dijo, con esa voz dulce tan
bella que tiene. De inmediato sonreí, tenía tiempo que no me sentía así. Se ve
tan hermosa, incluso más que otros días. Como quiero a esta jovencita, como
la quiero.
Patty, se volteó hacia a mí, yo solté delicadamente mis manos de las suyas
y le dije:
—¡Feliz cumpleaños! —
—Muchas gracias — dijo, intentando hacer que el viento dejará de
moverle tanto el cabello. — Y gracias por llevarme al parque de atracciones y
traerme aquí. Es bellísima esta vista.
—¿Cuántos años cumples? — pregunté. Realmente estaba seguro, debía
cumplir la misma edad de mi hija.
—Veintisiete años — contestó, sonriéndome.
— Eres una jovencita— le respondo sonrientemente, y un poco sacado
de onda. Mi hija Fiorella cumplía a finales de año, veintiocho años.
— Sí vale, soy una chamita— ella me mira y se sonroja.
— Somos unos chamitos — dije, con voz chistosa, ella se vuelve a reír
— Yo tengo dieciocho — respondí muy sonriente.
— ¡Imagínese! — ella ríe a carcajadas— claro, de personalidad,
¿cierto?
—En cada cana jovencita— exterioricé una risa, que hizo que ella volviera
a sonrojarse y luego, me miró de forma curiosa.
—Jefe, ¿le puedo preguntar algo?
—Dime— le respondo viéndola fijamente, mientras me acomodo el
cabello que a causa del viento se me mueve.
—¿Usted me quiere?
Patricia me hace esa pregunta, esa pregunta que en ese momento no podía
responder, porque no podía darle la respuesta que ella deseaba oír. De nuevo
siento el terremoto y la tempestad que refuerzan esta resistencia. Tengo ganas
de decir: “si, te quiero y te deseo. Te deseo cuando te tengo cerca, cuando
estás lejos de mis ojos y cuando sólo eres un sueño o una fantasía”
—Claro, claro que te quiero. Yo te veo como una hija y a los hijos se les
quiere mucho.
Tal vez responder eso me salve o nos salve a los dos y a mí me traiga de
vuelta a la vida, a mi realidad, qué significa no tenerla nunca a ella como
mujer.
—Gracias. — observo que a ella se le aguan los ojos al escuchar mi
respuesta. — Es muy lindo gesto— responde con una sonrisa forzada.
—¿Nos vamos? — pregunto algo cortante.
—Sí, claro. Como usted diga.
Ella camina delante de mí y yo le sigo sus pasos.
Entonces yo recibí su amor y no le entregué el amor de un hombre por una
mujer. El amor de Patricia hacia mí, no tiene nombre, no tiene explicación, es
un amor que no pide, que no puede explicar su curso, sólo sigue adelante.

CAPÍTULO 8
LA DESPEDIDA.

He decidido regresar a Venezuela con mi frente bien en alto y las ganas de


volver a ver a los míos. En Colombia no tengo nada más que este amor que
siento por ese hombre. El resto, es silencio y oscuridad completa. Noches de
soledad en mi apartamento, nostalgia, recuerdos, creo que esa es la parte más
dura de emigrar. Me estaba perdiendo prácticamente los últimos años de vida
de mi padre, que ya este diciembre, cumplía ochenta años. Durante un tiempo
que me pareció infinito, yo sentí, que mi padre me empujó hacia adelante,
siempre tenía algo bueno que decirme y sus palabras, lograron transmitirme
fuerza, gracias a él, y a mi mamá, estuve a salvo los primeros días que empecé
a vivir en este país.
En cuanto a Maurizio, no me voy a preocupar, o eso intento. Su
mecanismo de defensa, hizo que se cerrara toda posibilidad de poder estar
juntos. Ya no hay nada más. Sólo esta distancia que próximamente nos va a
separar aún más. La posibilidad de que pudiera existir algo entre nosotros, sólo
fue un sueño, un sueño enloquecido de mi parte, que empezó a formar un amor
que es prohibido. Que ahora mismo me ha causado el dolor más grande que he
sentido.
Hasta hace una semana trabajé en su empresa. Ya él, no me hará más
preguntas que yo tendré que responderle, tampoco existirán más disculpas de
mi parte, cuando la respuesta que diera no fuese la acertada.
En mi mundo, existieron otras posibilidades, en mi mundo todo con él era
posible. Pero debía entender, que él, aún seguía afectado a causa de la muerte
de su esposa. Y eso lo volvía más resistente.
De repente miré a mi alrededor, callé, y me hice un comentario sobre una
prenda que olvidé guardar en mi maleta, y empecé a recordar.
El vino, siento que me transmite libertad para decir lo que pienso.
— Podríamos dejar bien claro una cosa— Mónica coloca su copa en la
mesa. Estamos en su apartamento, bastante lujoso pero la decoración no
combina con mis gustos. Maurizio continúa bebiendo vino como si fuese una
gaseosa lo que se está tomando.
— ¿Qué? — pregunta Esteban con cara de pocos amigos. Al parecer mi
único trabajo en esta reunión laboral, consiste en anotar en la agenda la
planificación de Maurizio, el hotel donde se van a hospedar, el número al cual
debo llamar para apartar las habitaciones, los números telefónicos de las
empresas a las cuales debo contactar para confirmar su asistencia a tal evento,
en fin, trabajo que sólo hace una asistente. La semana entrante viajarán a
Miami a ofrecer una conferencia, y yo por supuesto no iba a ir; mis papeles
aún no estaban en regla. Entonces, ¿por qué estoy opinando? Mi trabajo sólo
consiste en anotar.
— Patricia sea cual sea lo que vayas a decir, después lo hablamos. La
reunión ha finalizado. Ahora sólo nos estamos divirtiendo. ¡Salud hombre! —
Maurizio alzó la copa. Por supuesto yo no pude decir nada; consideré que él
no me había permitido dejar claro algo que pensé, al mismo tiempo,
comprendí que no podía existir amor entre él y yo, eso sólo existía en los
cuentos de hadas. Pero Maurizio, como si hubiese adivinado lo que estaba
pensando, volvió a levantar la copa de vino.
—Vamos a beber un poco más.
— Maurizio, hermano, ya nosotros estamos grandecitos para estas
bebidas de adolescentes. Mañana hay que trabajar— Esteban se ríe mientras
observa como Maurizio le sirve más vino.
— No se preocupe y sea feliz, Mónica, tu copa. ¡Vamos mujer! Sin
peros, mire que treinta y cinco años de casados, no se cumplen todos los días.
—Pues yo si te la acepto— Mónica bebe un poco y saborea el vino. —
¡Esta exquisito!
—Patricia, tu copa por favor— le entrego la copa, me sirve vino y me la
vuelve a entregar. Como me la entrega, la coloco en la mesa.
— Ahora vamos a brindar — vuelve a alzar la copa— ¡Por el amor!
Por esos treinta y cinco años de casados. Porque sigan siendo los mismos
novios de siempre ¡Salud carajo! — dijo.
Como lo vi un poco embriagado, decidí aprovechar la oportunidad.
— Por esas valientes personas, capaces de entender que existen amores
que no son una locura. — lo miro fijamente a él — Los locos asimilan el amor
y aquel que se enamora, se entrega y ama, ¡ama de verdad! Porque en la vida
real, el amor necesita ser permisible, oportuno y posible.
Esteban y Mónica se caldearon con el tema, cumplían treinta y cinco años
de casados, y al escuchar mi comentario, inmediatamente comenzaron una
animada conversación sobre el amor, que fue interrumpida.
—Es mejor que nos vayamos. Se nos está haciendo tarde y yo tengo que
devolver a Patricia a su casa.
*
Estoy arreglando una de mis maletas y siento que el timbre suena varias
veces. Salgo corriendo de la habitación gritando un “ya voy” bastante molesto.
¿Quién demonios toca con tanto apuro? Abro la puerta y me encuentro a
Maurizio frente a mí. Lo percibo tan guapo, como extrañaba ese olor a colonia
cara, como extrañaba verlo en traje y corbata, su cabello negro lo tiene como
más largo y su mirada, tan profunda; sus ojos que me miran, como un hombre
ve a una mujer. ¡Dios! Como deseo a este hombre. Lo hago pasar y en esos
segundos me pregunto: ¿Y ahora? ¿Qué haremos? No sé ni siquiera que
decirle, no puedo ni pensar.
— ¿Cómo estás? — pregunta al entrar. Es primera vez que me visita al
apartamento.
— Bien. Estoy arreglando las maletas. — le respondo tajantemente.
— Te vas a Venezuela. — afirma mirándome muy seriamente-
— Si. Me regreso a mi país.
— ¿Qué vas a hacer allá? — me pregunta con esa voz tan limpia y
educada, que me aflojaban las piernas tan fácilmente.
— No lo sé, pero algo haré. Allá está mi familia, mi casa. De lo único
que tengo certeza es qué techo y comida tendré, así que por eso no me
preocupo. Cuando esté allá, veré que haré para trabajar.
—Patricia, yo quiero seguir trabajando contigo. Pero, sólo tú puedes
decidir.
— Gracias, pero va a hacer difícil que me quede. — respondo con
indiferencia.
— Pero no imposible. — contesta él, sosteniendo su mirada hacia mis
ojos; de inmediato el corazón empezó a latirme con fuerza, como si hubiese
corrido en un largo maratón.
— Es hora de que siga adelante sola, sin ti — soné muy fría y quizá él
ni me haya creído; Maurizio se inclina hacia mí, me sigue viendo fijamente,
yo hago una pausa y continuo. — Si continuamos trabajando juntos,
intentando hacer que la relación se vuelva específicamente laboral y se ajuste a
tu manera de trabajo, ninguno de nosotros o más bien yo, no me voy a
beneficiar. Te agradezco todo lo que hiciste por mí, pero esta vez considero
que lo mejor es irme de Bogotá.
— Es una decisión extremadamente drástica, las cosas en Venezuela no
están fáciles. Permíteme que hable con Esteban, puedes trabajar
tranquilamente con él. — su insistencia me hace sentir encantada, quizá el
imaginarse la sensación de no verme más, haya sido el motivo por el cual está
frente a mí, de un modo racional, pensando en mi bienestar y demostrándome
que está de mi lado, a su manera, pero lo está.
— Gracias, pero no quiero abrir esa puerta. Prefiero correr el riesgo y
regresar a Venezuela— dije, considerando que tarde o temprano tengo que
sacarlo de mi vida. Sus emociones contradictorias, sólo me causarían más
daño.
— Patricia, por favor, entiende de una vez que a veces hay personas en
este mundo que son solidarias. Y yo quiero ayudarte. — dijo alzando la voz;
yo permanezco inmóvil, los latidos de mi corazón se aceleran más de prisa. No
sé qué responderle, porque exactamente en este instante, en estos
microsegundos, no sé qué quiero. — siento mucho haber alzado la voz,
discúlpame — me mira apenado, exhala un fuerte suspiro, se pasea su mano
por el rostro, y rápidamente dibuja una sonrisa forzada. — Patty…—no dejé
que continuara porque lo interrumpí.
— Te agradezco tu solidaridad, pero ya mi decisión está tomada — dije
apretando los labios y mirándolo muy seriamente. ¿Cómo me habla de
solidaridad en este momento? ¿Por qué, no me dice que quiere que me quede?
—Tú eres mucho más joven que yo, y apenas estás comenzando a conocer
lo que es la vida. Sólo me queda decirte, que la cura para sanar las heridas,
está en enfrentarlas.
— Yo pienso diferente. Y para serte honesta, ahora mismo, no me siento
muy cómoda de discutir este tema de las heridas. Prefiero mejor que nos
despidamos de una vez, mañana me espera un largo viaje, me iré por tierra y
tengo que terminar de ordenar mis cosas. — y era exactamente lo que yo
quería, que se fuese, no quería seguir viéndolo desde la distancia más grande
que nos separa.
— No he terminado todavía. — responde seriamente.
Maurizio cierra los ojos y respira profundo, luego me mira fijamente-
— ¡Perdón! — dijo, con voz baja y quebrantada.
Sé lo que debe estar pensando. Si permito que continúe, la conversación
avanzará hacia un tema al cual me resisto a hablar. Al parecer él no entiende,
que tomar la decisión de regresar a mi país, ha sido muy difícil para mí.
— Ok. Yo te perdono. — respondo a través de un temperamento fuerte,
mostrando seguridad y firmeza en mis palabras, lo único que procuro con todo
esto, es protegerme.
— La ausencia de mi esposa me trajo muchas confusiones. Nunca quise
lastimarte. Tengo que ser muy honesto contigo, eres una mujer maravillosa,
digna de un hombre como yo — se sonríe forzadamente y con la voz baja
continúa hablando— pero con unos años menos Patty. No va con mi
personalidad, salir con una mujer de la misma edad de mi hija.
Escucho sus palabras, hago consciencia plena y me doy cuenta, que él de
ninguna manera quiere aceptar lo que siente por mí. Todo lo que cree que
necesita, es su portátil y estar enfocado en el trabajo, vivir encerrado en las
cuatro paredes de su oficina, limitando su vida a lo esencial, la casa, el
mercado, sus hijas; impidiéndose vivir todo aquello que desea. En este
momento, aun cuando lo tengo frente a mí, siento que él está a mil kilómetros
de distancia, tratando de verme con indiferencia. Me quedo mirándolo por
unos segundos y pienso, que, si la vida me puso en esta situación, es por mi
bien. Todo llega en el momento adecuado, me repito esta frase muchas veces y
continuo.
—Lo entiendo y lo respeto. — contesto con los brazos cruzados.
—Perdón si hiere, pero es mejor aceptarlo y continuar. Seguiré estando a la
orden para ti, acá siempre tendrás a un amigo.
¿Un amigo?, definitivamente una persona negada a aceptar la realidad,
cuanto más explica, más exterioriza sus negaciones. Tal vez sean palabras que
nazcan desde su formación educada y afectiva, pero… ¿qué le puedo
responder exactamente?
— ¡Maurizio! — dije, y luego hice una pausa. Él aprieta los labios y me
mira, tiene las manos dentro de los bolsillos de su pantalón. Disfruto su olor a
colonia, miro su corbata roja, su traje color gris, alguna que otra cana que
apenas se le puede notar en su cabellera negra. Quizá no lo vuelva a ver más
nunca. Lo que siento por él, no ha cambiado, sólo el tiempo hará que vaya
sanando este episodio en mi vida, al punto de cerrar este capítulo. Por ahora,
lo único que tengo claro es que, mientras que él se desiste a amar de nuevo,
viene hacia donde yo estoy con la excusa de ayudarme, con la intención de
darme una palmadita en la espalda y decirme, “todo estará bien Patty”. ¿Por
qué mejor no se compromete a aceptar de una vez lo que siente por mí? ¿Por
qué no acepta que me quiere?
—Siempre busqué estar a tu lado. Pero tú ibas y venias y al final
finalizabas apartándote, así como lo estás haciendo ahora. Siento mucho tener
que decirte que tus palabras no me llegan, el hombre que tengo parado frente a
mí, está muy lejos de ser aquel hombre del cual yo me enamoré.
—Tú no me conoces Patricia. — Me responde seriamente.
—Te equivocas. Yo sí te conozco. — contesté alzando la voz-
— No. No me conoces, porque si me conocieras realmente pudieras
saber que yo no soy un hombre injusto. Eres muy jovencita, deja que Dios te
guie, al final los planes, sólo son de él. Tu partiste de tu país en busca de un
futuro mejor y lo encontraste. Debes celebrar hoy y siempre el valor que
tuviste de abandonar tu tierra, por ir a probar suerte en otro lugar. Por mi parte,
sólo puedo decirte que después de un largo periodo de tristeza, encendiste mi
alma. Me hiciste feliz y aunque ahora sientas que estoy negando una realidad,
o pienses que soy un egoísta por no entregarme a ti por completo y
abandonarte; no es precisamente eso lo que hago, ni siquiera tuve tiempo de
reconocer lo que empecé a sentir, todo paso muy rápido, pero son veinticuatro
años de diferencia. Tú tienes tiempo de sobra, yo no.
— El tiempo pasa mientras lo vivamos. — respondo con voz firme.
—En este momento decido volver a encontrarme conmigo mismo. Quiero
estar en paz. Y eso implica estar solo.
— Creo que ya no hay nada más que hablar. Lo mejor será dejar esta
conversación hasta aquí. Ya me quedó todo claro— dije, tratando de cerrar el
tema.
—No quiero irme. Quiero que entiendas.
— No hay nada más que entender, fuiste muy claro conmigo.
— Tú sabes muy bien el momento por el que estoy pasando. La mujer
que amé falleció, y por más que quise ser feliz a tu lado, me di cuenta que
nunca voy a lograr ser feliz, si tengo mis heridas abiertas. Por eso te compartí
hace unos minutos, las heridas logran sanarse si se enfrentan. Mi mente, está
llena de confusiones, jamás quise hacerte daño, al contrario, cada mañana me
despertaba con ganas de verte entrar a mi oficina, en cada momento que
compartimos como dos amigos, intentaba expresarte ese amor y cariño que
salían de mi corazón, sin embargo, el dolor me bloqueaba. Necesito curar lo
que siento, y para ese proceso yo no quiero contar contigo. La vida me ha
enseñado muchas cosas, me encantaría ser claro, contarte todo lo que pasa por
mi mente, pero eso sería un error.
— ¿Por qué sería un error?
—Chamita, quiero evitar tomar acciones sólo como medida de escape e
involucrarte.
—Que hayas venido acá, me demuestra que te importo— sacudo la cabeza
y me doy cuenta que me estoy desviando del tema — Tal vez, más adelante
consiga entender todo esto que ahora mismo mi cabeza se rehúsa a aceptar. Te
estoy muy agradecida, me ayudaste muchísimo, crecí a tu lado, me conduje al
éxito gracias a todos tus consejos.
— Retírame los créditos. Tú solita lo lograste.
Lo miro, noto que su mirada en el fondo también está llena de tristeza, yo
aguanto tanto como puedo, sé que a los dos nos consume un inmenso duelo en
este momento y ambos somos capaces de verlo. Él me toma de la mano y me
aprieta contra él; nuestros rostros están muy cerca, podemos sentir nuestras
respiraciones como si el siguiente paso fuese la acción de vivir la experiencia
de darnos nuestro primer beso. De inmediato, me voy a todos los instantes que
viví a su lado, cierro los ojos y pongo atención plena, al momento que estoy
viviendo ahora. Soy una mujer de veintisiete años, en un torbellino de
emociones con un hombre de cincuenta, que perdió a su esposa y que tiene
miedo de reconocer lo que siente. Maurizio, no se siente lo suficientemente
fuerte para amar, pero si lo suficientemente cobarde para escapar a una
supuesta lucha contra su resistencia, donde lo único que va a conseguir es
protegerse del dolor. Porque su proceso, yo lo sigo percibiendo igual:
manifiesta un difícil cuestionamiento, que lo hacen vivir en eternos conflictos
con sus pensamientos, muchos de ellos, le exigen que volver a hacer vida con
una mujer, significa traicionar la memoria de quien fue su esposa, y peor aún,
formalizar una relación con una mujer que tiene exactamente la misma edad
de su hija, es una total locura. Él no es capaz de arriesgarse, no querría vivir
todas las imágenes distorsionadas que le pasarían por su mente, escenas
dañinas, que sólo le transmiten que este amor no es viable.
Ojalá algún día se convenza realmente de lo que me comparte, y pueda en
realidad sanar sus heridas; de lo contrario, menos merecedor de volver a amar
se va a sentir; ojalá centre unos minutos en dedicarse a adorar lo bella que es
la vida. Ojalá no siga aguardando silencio y pueda darse permiso de sentir el
sabor del amor, ese mismo que llegó a sentir cuando era joven y se visualizó
envejeciendo junto a ella.
Lo abrecé, apoyé mi cabeza en su pecho aguantando el llanto. Él me
acaricia el cabello y luego, sus manos se deslizan por mi espalda,
acariciándola con frecuente intensidad, justo al sentir la yema de sus dedos por
encima de mi blusa a través de una caricia genuina, es que comprendo que él,
no me quiere dejar ir. Lo abrazo profundamente, siento su olor, ese olor que
me acompañó cada mañana. Siento sus manos abrazar mi cintura, lo siento tan
cerca de mí; nos separamos, pero aún seguimos cerca, acaricio su cabello y lo
observo, al mismo tiempo me pregunto, ¿qué ha hecho Maurizio conmigo? En
este momento, siento que no me será fácil, volver a enamorarme de otro
hombre.
Las caricias que le obsequio en su cabello, le refuerzan a él la libertad total
de acariciar mi espalda por medio de un contacto físico ya definido, mi piel
recibe sus caricias con deseo, fantasía y disfrute. Este momento se convierte
en una forma de seducción, lo miro a los ojos, le acaricio el rostro como un
gesto protector y tranquilizante, mientras disfruto del intenso sentimiento de
deseo que él demuestra sentir al explorar mi piel, y descubrir todo el arte
erótico que produce en mí.
— Chamita hermosa— dijo cerca de mi rostro, mostrando interés por
besarme, generando en mí, mucho placer. Yo refuerzo más el acercamiento,
modulo mi voz de una manera excitante y repito su nombre al mismo tiempo
que deslizo mi dedo índice por sus labios como un gesto inconsciente para que
él, se acerque y me bese de una vez; para que alimentemos este roce, que, en
este momento, mantiene la llama del amor encendida. Sin embargo, su
resistencia sigue estando presente y eso hace que él disminuya el acercamiento
y se aleje de mi rostro parcialmente, sin parecer demasiado rústico. Se pone
firme y sus manos las despeja de mi espalda. Hago consciente que este
acercamiento que acabamos de tener con señales eróticas, ha llegado a su fin;
él empieza a hablar en tono razonable, parándose muy erguido y gesticulando
muy seguro de sí mismo un mensaje, que nuevamente siento que no me llena,
que no me convence.
— Agradezco a la vida que me permitió conocerte — dijo en voz baja,
para luego acercarse y darme un largo beso en la frente— El tiempo dirá cómo
sigue mi vida y la tuya. Que Dios te bendiga jovencita— volvió a abrazarme.
Pero ese abrazo duró pocos segundos, delicadamente me separé de él.
— Muy bonito lo que dices, ahora mismo pienso que a veces las cosas
no son como queremos, de cualquier forma, te agradezco que hayas venido a
despedirte. — respondo tratando de cortar aquella conversación. Él nota que
no quiero seguir hablando de lo mismo.
— Vale. Buenas noches. — se da la espalda y yo lo sigo, le abro la
puerta y él vuelve a verme.
— Me avisas cualquier cosa que necesites, ¿vale?
— Si, te aviso — le respondo tratando de hacerme la mujer dura, que
acepta lo que está viviendo.
— Ok. Adiós Patty—me mira por última vez. Sé que quiere decirme
muchas cosas, pero su resistencia puede más que él. Me mira una vez más y
me sonríe forzadamente. — ¡Te cuidas! — dijo con voz bajita. Por primera
vez lo percibo ausente, ido, negado a querer irse.
— Adiós Maurizio.
Tranco la puerta rápidamente, y sigo recordando.
Estamos en silencio, mi cuarta taza de café, ya está por la mitad, fue
entonces cuando decidí hablar.
— Esta mañana me di cuenta que me he vuelto adicta al café. Tomo
café el día entero, y desde que vivo acá en Bogotá, he bebido café como
nunca. Me gusta mucho el café Juan Valdez. — cierro mi portátil.
Estamos en su casa, por no llamarle mansión. Es hermosa. Sus hijas están
de viaje, lo que significa que estamos solos, solos en una reunión
completamente de trabajo.
El cierra su portátil, se pasa la mano por su cabello y sin decir nada, me
sirve más café y luego se sirve para él
— Cuéntame un poco de tu vida Patricia. — bebe un poco de café y me
mira.
— No tengo grandes cosas que contar. Me vine a Colombia en
búsqueda de un futuro próspero y hago lo posible por encontrarlo con mucha
dignidad.
— ¿Cuál es el futuro que buscas? — me pregunta viéndome
detenidamente. Empiezo a considerar, que todo lo que digo, lo está analizando.
— El futuro que me lleve a cumplir mis sueños. Es un camino
complicado siendo inmigrante, pero también lo era complicado es mi país —
me quedo un momento jugueteando con la taza de café, casi vacía.
— ¿Por qué es complicado? — pregunta con una voz que transmite
formalidad y educación.
— Porque en ese camino las cosas nos llevan al vacío, estás sola, en una
ciudad donde todo tu rumbo cambia, tu vida cambia, empiezas desde cero…
no es fácil. — respiro profundo, y me termino de tomar el poco café que me
queda— pero al menos lo tengo a usted— le sonrío. Él no dice nada. Yo siento
que el café, ha soltado mi imprudencia.
— Patricia por favor, enciende de nuevo tu portátil. Olvidé comentarte
algo de la planeación.
Entonces era eso, era así de fácil despedirnos. Ahora estoy de nuevo en mi
apartamento, sola, sin jefe, sin trabajo, en un país donde no conozco
prácticamente a nadie; lo que ayer, era una historia de amor que me pinté en
mi cabeza, hoy es una inmensa sensación de fantasía, un cuento, una fábula
que no existe, ni existirá. No tengo que seguir pensando en Maurizio. Lo que
tengo que hacer es dedicarme a pensar en mi misma. Hasta entonces vivía
siempre preocupada por él. Mientras que él, seguramente no pensaba en nada,
y mucho menos en poder establecer una relación conmigo, que sólo soy una
aprendiz, una simple inmigrante. Seguro si no lograba estabilizarme
económicamente en Venezuela, él ni iba a enterarse.
Pero ya es suficiente. Ya basta. Podría ser una mujer joven con muchos
sueños y muchas ilusiones, pero la vida es dura, el amor a veces también es
duro. ¿A que estoy jugando? ¿Qué intento decirme con esto? ¿Me estoy
victimizando? Tal vez, por eso ahora que lo hago consciente, me doy permiso
a sentir y pensar, que esto que estoy viviendo, es un periodo de mi vida y
quizá lo que extrañe, sea ese acompañamiento que sentí cuando Maurizio
compartió conmigo. Con una sonrisa dulce, pero bastante triste, observo el
pequeño apartamento que me cobijó todo es tiempo que estuve viviendo acá.
El lugar donde fui feliz. El lugar donde soñé, lloré de tristeza, felicidad, brindé
por mis éxitos. El lugar donde hoy, vivo un duelo emocional.

CAPÍTULO 9
1 AÑO DESPUÉS.

Estoy cansando. En este país hace demasiado calor, siento que tengo el
cuerpo cubierto de sudor. Pienso en mi aspecto, realmente no me gusta lucir
un traje sin corbata, pero el calor es tan desagradable que preferí obviarla, sólo
por esta ocasión, a la vez considero que estoy pensando de manera muy
superficial, como si fuese camino a una reunión para lucir mi ropa.
El ascensor se abre, y camino en dirección a las escaleras eléctricas,
cuando estoy a punto de bajar, escucho que me llaman.
— ¡Maurizio!
Volteo, es Fran. Lo miro, me le acerco, nos abrazamos y nos damos ambos
unas palmadas en los hombros.
—¿Qué dice el parce?
— Yo le voy a decir una vaina, desde el fondo de mi corazón: en este
país, lo que hace es un calor hijo de puta. Ni la corbatica me la pude poner. Ya
quiero coger un avión e irme a Costa Rica.
— Coño chamo, tu eres una vaina seria vale— me mira y se ríe. —
Tampoco exageres. Hace calor, pero tampoco es una vaina que tú digas…
coño si, el calorsote. — esto último lo dice haciéndose el chistoso y con
peculiar acento venezolano.
— Hermano, yo vengo de Costa Rica, un país con un clima tan fresco y
aterrizo en este infierno. Es que definitivamente, yo no sé quién me mandó a
mí, a aceptar este trabajo. Es más, vámonos de una vez para el salón donde
voy a dictar la conferencia. Que imagínese, que yo que soy poco amigo de los
aires acondicionados, deseo estar en un sitio con aire, de una buena vez y por
todas. Así será el calor que tengo.
—Cuanto amargue vale. —Fran se ríe. — Sígueme, la vaina es por aquí.
Cuando estaba en Colombia, me ofrecieron liderar un banco de renombre
en Costa Rica, un tico había leído unos de mis libros y quedó fascinado. Este
no tenía nada que ver con neurociencia, ni mucho menos con felicidad, fue un
pequeño libro que escribí en inglés sobre ingeniería en informática. A causa de
mi formación universitaria, confiaron en mí y me llamaron para ser parte de
esta compañía. No lo pensé mucho y me traje a mis hijas conmigo, a un país
donde su eslogan dice “pura vida”. Por suerte y a Dios gracias, mis hijas se
han adaptado muy bien al estilo de vida que acá se vive. Es un país pequeño,
tranquilo, y el clima, es similar al de Bogotá. Cuando pisamos suelo
costarricense, pudimos ver las montañas, y sentir el viento tan fuerte que hace
acá. En las noches, empezaba a hacer frío, pero mis hijas no parecían estar
preocupadas por ese detalle, contrario a esto, disfrutan de este clima.
Con dos meses de trabajo, conseguí dar la inicial para una casa, en una
zona bastante bonita de la ciudad, específicamente en Escazú. Lo que más me
gusta, es el ventanal con vista a la montaña y lo que más enamoró a mis hijas,
fue su moderna arquitectura, con terraza y una gran piscina con vista al mar.
En cuanto al auto, por ahora tengo uno usado, pero espero en los próximos
meses ya poder hacer las gestiones para comprar uno de agencia. Después de
tener un Ferrari, te vuelves un poco exquisito con el tema de los carros.
Estoy a pocas horas de Costa Rica, ahora mismo voy a dar una conferencia
sobre seguridad de la información a unos empleados de un banco de República
Dominicana, país en el que me encuentro. He llegado a la sala de junta.
Observo a todos los empleados y los saludo cordialmente. Algunos me
conocen. Otros, no tienen idea de quién soy.
— Un placer— el chico de lentes me saluda con bastante estima. Me
cae bien este tipo. Me recuerda a mí cuando tenía su edad. Se sonríe y me
dice. — Crack entre los crack.
— Muchas gracias. ¿Cuál es su nombre? — le pregunto con bastante
firmeza.
— Alfredo Toscano.
— ¿Venezolano? — le pregunto algo que es obvio. Pero… Toscano,
Toscano es el apellido de Patricia. De inmediato me armo una novela en la
cabeza. No puede ser que sean familia.
— Si. Venezolano.
—¿De qué parte de Venezuela eres? — pregunto con algo de ansiedad.
—Valencia, Estado Carabobo.
— ¡De Valencia! — exclamo un poco asombrado. No dudo mucho en
preguntar y lo hago. — Por casualidad usted, ¿será familia de Patricia
Toscano?
— ¡Claro vale! — Alfredo se ríe. — Que pequeño es el mundo, ella es
mi…
— ¡Maurizio! — Oscar el gerente del banco para el cual ofreceré la
conferencia, se me acerca de una manera bastante familiar y me abraza.
Tendrá unos cinco años menos que yo.
— ¡Oscar! — respondo sonriéndole. Por un momento considero que lo
detesto. Alfredo se retira y me quedo con él.
— ¡Qué bueno tenerte en Santo Domingo! No te imaginas, es para
nosotros un placer, un privilegio que tú estés aquí. — Oscar me abraza de
nuevo. Me da como dos o tres palmadas en la espalda y yo sonrío
forzadamente.
— Muchas gracias— respondo con la misma sonrisa forzada en mi
rostro. Ya no quiero que me sigan elogiando. Lo único que quiero es saber que
parentesco tiene Alfredo con Patricia. Lo busco a él, con la mirada. Lo
consigo, ver sentado en uno de los últimos puestos, debo estar al pendiente de
él apenas termine la conferencia.
— ¿Qué tal República Dominicana? — Oscar intenta sacarme
conversación, pero yo realmente no quiero hablar. No tengo ánimo. Sigo
teniendo el mismo calor insoportable y no siento que en este salón haya aire.
— Muy bonito. Chévere, todo muy bien. — respondo sonriendo.
— Sólo hace un poquito de calor. Pero por lo demás, maravilloso este
país.
— Si, un poquito. — respondo sonriendo forzadamente. — Sólo un
poquito de calor no más.
*
Cuando finalizó la conferencia, se me acercaron muchas personas, entre
conversación y conversación, perdí la pista de Alfredo. Intenté buscarlo con la
mirada, buscar en los alrededores del salón, pero no estaba. No me podía
controlar, en este momento estoy reunido con unos gerentes que me indican
información importante, pero toda mi energía está enfocada en saber de
Patricia. ¿Vivirá en República Dominicana o seguirá en Venezuela?
Siento una inmensa curiosidad. Intenté cortar la conversación con estas
personas, pero hubo un colega que me lo impidió con mucha ética. Entonces
sentí que debía quedarme, el hombre quería hablarme sobre uno de mis libros
que al parecer había leído. Luego aparecieron dos jóvenes más, y me
empezaron a interrogar sobre el tema que acababa de exponer, la seguridad de
la información en las empresas. Observé mi reloj, me di cuenta que llevaba
aproximadamente ya treinta minutos conversando, cuando yo lo que quiero es
irme. Alguien comentó que es hora de almuerzo, y aproveché ese momento,
para dar la espalda y retirarme.
Comencé a buscar a Oscar. Mientras camino, me paso la mano por el
cabello, evitando exteriorizar la ansiedad que sigo sintiendo. Oscar camina en
dirección contraria, nos conseguimos frente a frente.
— Iba a buscarte Maurizio. Ya estamos por irnos a almorzar. — se situó
a mi lado y continuamos caminando.
— Muchas gracias. Yo también estaba por buscarte. Oscar, quiero
preguntarte algo. — me acomodo el traje y continuamos caminando.
— Si, dime.
— Ese jovencito, Alfredo, ¿de qué universidad es?
— De la Universidad Central de Venezuela. No sé si la habrás
escuchado. Excelente estudiante, fue mi alumno. Un poco caído de la mata, si
es. Pero muy buen estudiante, y gran trabajador— no entiendo qué quiere
decir con esa frase “caído de la mata”.
— ¿Caído de la mata? — pregunto, con duda.
— Si pues. O sea que es medio quedado.
— ¿Quedado? — subo las cejas y sigo entender.
— O sea, que no se arriesga para los negocios. Para la mente que tiene,
es para ya haberse independizado. Es un diamante en bruto. Sabe muchísimo.
Yo me lo traje de Venezuela para acá para Dominicana, ese muchacho es un
buen elemento.
— ¿Y acá vive solo?
— No vale. Él es casado. Vive con la esposa, aunque recientemente
llegó la hermana.
Yo me aclaro la garganta. Por lo visto Patricia vive en República
Dominicana.
— ¿Ella, también es ingeniero? — pregunto haciéndome pasar por un
desconocido que no sabe nada.
— No. Es médico, y trabaja en un colegio, asistiendo a una pediatría. Es
un jardín infantil. Yo la ayudé a conseguir ese empleo.
— ¡Wow!, que interesante — respondo sonriendo forzadamente. Y es
cuando pienso, «Ay Patricia, la tengo tan cerquita y la a vez tan lejos. La
mejor manera de prepararse para un posible encuentro es tener las ganas de
enfrentarlo».
Oscar continúa hablándome sobre sus proyectos en Dominicana, pero
estoy tan concentrado en los recuerdos con Patricia, que me cuesta entender
sus planes.
Patty está afuera, en camisa color rosa y falda larga azul marino. Me
acerco a ella. Había olvidado que hoy es su cumpleaños y minutos antes,
llegué a la oficina saludándola de forma cordial, fueron minutos más tarde,
que recordé la fecha.
— Recuerdas lo que te conté hace unos días, ¿verdad? Mis hijas están
convencidas de que tengo mala memoria, que soy un gran profesional y que
mi estructura y orden han sido el secreto de los logros obtenidos. Una vez, una
profesora en el colegio, le comentó a mi madre: “Antonucci es muy seguro,
pero muy olvidadizo”. Ese es el secreto por el cual domino la técnica de la
planeación. Ahora si me entiendes, ¿cierto?
Patty me sonríe.
—Claro, claro que lo entiendo.
— No es verdad. Nadie me convencerá de lo contrario, estas molesta,
muy molesta porque no te he felicitado. Es momento de rescatar este descuido.
Cuando leí tu estado en WhatsApp, recordé que hoy es un día especial.
Seguramente muchos te están homenajeando.
Ella me sonríe mostrando su dentadura, se sonroja. Me mira con ternura.
— Feliz cumpleaños Patricia. De mi parte y de mi amada familia.
Espero que tengas un bonito día, lleno de muchas bendiciones y que sigas ese
camino hacia la felicidad.
— Gracias jefe. Muchas gracias.
Tengo ganas de decirle: que quiero invitarla a almorzar. Definitivamente
siento mucha ternura por esta jovencita.
—¿Planes para hoy?
— La doctora Mónica me invito a almorzar, pero quería saber si usted
me da permiso, porque con ella estoy libre, pero con usted, no lo sé— dijo,
sonriéndose.
—Ni más faltaba. Claro que sí, disfruta tu día. Tienes la tarde libre— Le
sonrío y me volteo dispuesto a entrar a la oficina. Pero ella me lo impide.
— ¡Jefe!
Escucho que me llama y me volteé hacia ella. La observo de pie, luce tan
hermosa.
— En la tarde voy a estar sola. No sé si quiera acompañarme.
Veo su cuello tonarse rojo, entiendo que la petición que me hace la pone
nerviosa, y sienta miedo de escuchar mi respuesta. Cuando estoy dispuesto a
sacarla de dudas, ella inmediatamente sigue hablando.
— Me gustaría mucho contarle lo que voy a tratar de hacer con el
diseño de la página web de disruptive, y quizá hablarles de algunos otros
artículos que he escrito sobre neurociencia y medicina. Como ha estado tan
ocupado estos días, no hemos podido entablar esas buenas conversaciones de
mucho contenido y aprendizaje.
— A mí me gustaría mucho que te olvidarás por hoy del trabajo, y
disfrutes, este día tan especial. ¿Qué te gustaría hacer?
— Bueno, le va a parecer algo muy loco esto que le voy a decir, pero…
— ella se sonríe y se toca el cabello— la verdad es que a mí me encantaría ir a
un parque de atracciones y montarme en la montaña rusa, comer algodón de
azúcar, correr súper rápido— ella se ríe a carcajada. Yo la miro con ternura—
me encantaría hacer algo como extremo y estuve pensando en eso.
— Chévere. — Le respondo muy sonriente. — Disfruta tu almuerzo
con Mónica y cuando regreses a la oficina, me escribes y vamos a ese parque
de atracciones. Al que más te guste, ¿vale?
— ¿En serio?, de verdad, ¿me va a llevar?
— Es tu cumpleaños, ¿cierto?
— Sí, claro, es mi cumpleaños. — Ella me sonríe una vez.
—Bueno, listo. Ahora nos vemos.
Regreso a mi realidad, ahora mismo estoy con Oscar en su oficina, me
propone unos proyectos que puedo manejar a distancia porque vuelvo el fin de
semana a Costa Rica, me interesa la propuesta, pero debo estudiarla. Él recibe
una llamada que interrumpe la conversación, y yo de nuevo hago un trato con
mis recuerdos, despejo mi mente y me conecto con el pasado.
Logro ver la alegría de Patty, está muy feliz.
— Ahí está súper jefe. Ahí está la montaña rusa. — ella la señala
sonrientemente, feliz y complacida. Se ve tan hermosa. Voltea a verme y me
sonríe. — ¿Vamos?
La miro con deseo.
— Sólo si me prometes, que te vas a montar conmigo en los carritos
chocones.
— ¿Y si no quiero? — me mira de forma traviesa.
— Estaré muy triste. — Le respondo haciendo puchero.
Ella se sonroja.
— Bueno, vamos a montarnos en la montaña rusa y luego vamos por
los carritos chocones. ¿Si va?
— Si va. — Le respondo tratando de imitar su peculiar acento.
— Vamos— me toma de la mano, sin pena, sin pudor. Yo la aprieto con
fuerza, tratando de disfrutar ese pequeño tacto. Ella corre y yo le sigo el paso.
— Corres rápido.
— ¡Vamos súper jefe! — me extiende el brazo, mientras me toma de la
mano. Voy detrás de ella.
— Sin prisa, pero sin pausa cumpleañera. — Me rio a carcajadas,
mientras corremos hacia la atracción. Al llegar y montarnos, le pregunto. —
¿Hay algo que te gustaría hacer antes de iniciar este tormentoso viaje? — la
miro de forma picara.
— Todo lo que necesito en este momento, es un abrazo. — Ella me
sonríe.
Le acaricio sus cabellos.
— Te prometo que, al bajarnos de acá, nos daremos ese abrazo.
— Bueno, entonces, regáleme un besito aquí. — se señala su mejilla.
De nuevo la miro de manera picara.
— Mmmm — le sonrío entre labios.
— Por fa, es mi cumpleaños. — Me mira sonrientemente. — Ande vale,
regáleme un besito.
— Está bien cumpleañera. Me convenciste. — Le sonrío de nuevo y me
acerco a su mejilla. Siento su olor, su piel suave, como tiembla al sentirme tan
cerca; le beso la mejilla de manera rápida, cuidando el tacto. De nuevo pienso
que debo ser cuidadoso— ¡Listo! — le respondo con una sonrisa.
— Ahora si puedo andar por la montaña rusa en sana paz.
Al bajarnos de la atracción, me di cuenta, que mi tensión había cambiado
por completo, durante todo el viaje en la montaña rusa mantuve los ojos
cerrados y a veces los abría y la veía a ella felizmente gritando, con los brazos
abiertos; Patty deja de hablarme sobre esta experiencia extrema, me toma del
brazo y comienza a guiarme hacia los carritos chocones.
— ¡Venga conmigo!
No tengo tiempo de responder nada. Comienzo a correr en traje y corbata
junto a ella por el parque. Patty está muy feliz, y mi corazón siento que está
disparando felicidad.
— ¡Vamos súper jefe! A los carritos chocones.
Segundos después, estamos cada uno montado en un carrito. Patty desde su
auto me saca la lengua, y yo le sonrío tiernamente. Me siento como un
jovencito de su edad. Muchos chicos me miran mi ropa formal, seguro se
estarán preguntando qué hace un hombre de traje y corbata en un parque de
atracciones. Pero luego, considero que no debe importarme nada y tengo que
seguir mi pensamiento, no preocuparme y ser feliz.
Patty arranca en su auto y yo freno frente a ella.
— Esta presa señorita.
— Eso cree usted.
Yo le guiño el ojo y me desvío, pero nuevamente Patty reaparece, sin decir
nada, me pela sus ojos, pero yo no tengo tiempo de perder, me desvío
nuevamente y cojo otra dirección hasta chocarla de nuevo. En ese momento,
no somos jefe y empleada, sólo somos dos personas que están en búsqueda de
su felicidad, la cual no siempre es transparente, como quizá debería de ser. A
pesar de que la formalidad del trabajo fue lo que nos unió, la única razón que
tuve para aceptar este encuentro, fue esta empatía que tengo con ella, esta
conexión que me hace querer verla todos los días, esa capacidad que tiene ella
de hacerme reír y olvidarme por un momento de lo dura que se convirtió mi
vida, después del fallecimiento de mi esposa. Acepto que trato de mover con
toda fuerza cualquier pensamiento amoroso, por respeto a mis hijas y por
evitar cualquier malentendido, y desde ahí es que mantengo mi código
conductual de ser rígido y estructurado, cuando observo en ella, sus
intenciones de revelar sus sentimientos.
— ¡Naguará! Siento que necesito un vaso de refresco inmenso. —
Patricia vuelve a reírse. — La pasé súper genial en los carritos chocones.
Hacía años que no me montaba en uno de esos.
— Entonces, es preciso ir ahorita por un refresco. ¿Cierto?
— Si. Me muero de sed. — Ella se mueve su melena ensortijada a un
lado y me sonríe. Sus mejillas están coloradas. — Quiero decirle algo, sin que
me quede nada por dentro. ¿Me autoriza?
— Claro, dime. —Le sonrío tiernamente y enseguida escucho mis
pensamientos, que me dicen, «te va a confesar algo desde el amor.»
— Me encanta compartir con usted. Me gustaría mucho que siempre
estemos así, riéndonos, pasándola bien. A mí no me da miedo estar tan
cerquita de usted. Con usted, me siento en paz, relajada, me siento como en
casa. — Me sonríe de nuevo. Me mira fijamente, sus ojos se tornan más
claros, y su cuello vuelve a tornarse rojo. — Jefe, cuando lo tengo cerca me
siento muy protegida.
Yo meto mis manos en los bolsillos del pantalón de vestir color negro; me
detengo a observarla fijamente y nuevamente caigo en cuenta, de que es un
jovencita hermosa, brillante e inteligente. Reconozco que nunca he llegado al
fin con ella o más bien al punto de explicarle que entre nosotros nunca podrá
existir nada, porque siempre que quiero decírselo, me detengo y no lo hago,
porque sé que todo lo que necesito en este momento de mi vida, es su
compañía. Patty me transmite una energía extraña, en momentos como este, la
veo como una mujer joven y bonita, pero en ocasiones, la miro y es como ver
a una hija.
— Patricia valoro mucho tu cariño. Muchas gracias. Tú también eres
una persona muy especial para mí. Te aprecio, te respeto y estimo mucho.
Percibo que ella sonríe forzadamente y mira hacia los lados, no era esa la
respuesta esperada. O al menos, no es la respuesta que quiere escuchar. Pero
insisto, en que no debo decir nada.
— Bueno, vamos por el refresco— camino delante de ella. Pero me
toma del brazo y me dice:
— Se está olvidando de algo que quedó en darme cuando nos
montamos en la montaña rusa. ¿Recuerda?, es un abrazo. -
Me volteo y de nuevo estoy frente a ella.
— Por favor, hágalo ahora. Abráceme — me sonríe de forma tierna.
La miro con ternura y pienso que me he dado la oportunidad de pasar una
tarde maravillosa con ella, el escenario lo permite todo, es como que si yo en
lugar de ser su jefe, fuese un ladrón que aprovecha esta ruta, que se robó este
espacio para hacer cosas bellas al lado de una mujer que me cautiva todos los
días, que hace de mi oficina un lugar cálido, donde soy feliz. Quiero regalarle
a Patricia no sólo este abrazo, sino muchísimos momentos más de amor y
demostrarle que todavía soy joven, esto es lo que me grita mi corazón. Pero mi
mente, me señala constantemente, que una relación entre nosotros, no
beneficiaría a nadie, causaría daño a mis hijas, podría causarle daño a ella y
eso no me lo podría perdonar. Patty es una jovencita extraordinaria,
inteligente, talentosa, eso pienso como su jefe; como hombre, Patricia es la
mujer que deseo y quiero sólo para mí. Pero no es solamente el duelo por la
muerte de Vittoria, que aún no he finalizado de sanar, es también esta
diferencia generacional que tenemos, le llevo veinticuatro años y cuando hay
tantos años de por medio, tal vez es mejor fingir, quizá es mejor entender que
todo esto, es una locura que no puede ocurrir por el bien de todos, pero en
especial por el de ella.
Con mucha nostalgia, la abrazo, acaricio sus cabellos ensortijados y me
permito disfrutar este gesto, que significa tanto para mí y percibo que para
Patricia simboliza lo mismo; ella recuesta su cabeza en mi pecho, suspira una,
dos, o tres veces, siento que no tiene miedo de tenerme cerca, siento que
quiere ir más allá; me abraza más fuerte, como si no me quisiera dejar ir, como
si aquel acto no quisiera que acabara nunca.
— Una vez leí, que cada vez que abrazamos a alguien con muchas
ganas, obtenemos más dosis de felicidad. — Le acaricio sus cabellos, le hablo
pausadamente, con esa voz que en ocasiones me había comentado que la
asocia con la de un profesor de primaria.
— Súper jefe, no sé si sea la única vez que esto ocurra — aun
abrazándome con más fuerzas, continua— pero le diré algo, este abrazo para
mi simboliza el universo, que en este momento se expande para encender luz,
mucha luz. Siento paz en mi alma y en mi corazón. Gracias. Muchas gracias.
— Me abraza con más fuerza. Sin embargo, yo insisto en continuar un trato
con la resistencia.
—Vámonos. Ahora quiero mostrarte otro lugar. — Le doy un pequeño
pero rápido beso en su cabello y delicadamente la despejo de mí. Mantengo la
calma y confío en mis acciones.
Oscar ha colgado la llamada, de nuevo lo tengo frente a mí; esta vez usa
sus influencias, el hombre tiene labia y desea que yo forme parte de su nuevo
proyecto. Veremos qué pasa.
— Bueno ahí te la dejo. Por ahora, vayamos a almorzar. Alfredo irá con
nosotros. Me interesa ponerlo en contacto contigo, por cierto, él estará en el
proyecto del banco.
— Me parece excelente. Aún no lo conozco con tanta exactitud, pero,
de entrada, me pareció un joven bastante responsable.
— Tienes todo el almuerzo para ponerlo a prueba.
— Es bueno saberlo. — Le sonrío con firmeza.
*
La deliciosa pizzería que he frecuentado desde que vivo en República
Dominicana, pasa a partir de hoy a formar parte de uno de los restaurantes de
comida rápida que más me gusta. La última vez que había estado aquí, fue
para celebrar que tengo nuevo trabajo como asistente médico de una pediatra,
hace ya cuatro semanas.
En esta pizzería trabaja Alex, un ex compañero de la universidad, un
venezolano más que guindaba su título de médico, para trabajar como mesero.
Siempre que voy a la pizzería, entablamos conversaciones rápidas sobre
psicología, o de los duelos emocionales que tiene un inmigrante. La
conversación que en ese momento tenía con Alex, fue interrumpida por el
sonido de mi celular.
— ¿Cuál vas a ordenar?
— La de siempre mi pana. — respondo sonriéndole y sacando mi
celular de la cartera. Veo el nombre de mi hermano en la pantalla y atiendo. —
Alfre, ¿Todo bien?
— Patty ¿Dónde estás?
— Estoy comprándome una pizza y me la llevo a la casa. ¿Por qué?
— Estoy ahora mismo en un almuerzo de trabajo. Pero tengo una
reunión con Oscar y otro colega, será en la casa. Tú podrías por favor
ayudarme a preparar algo para picar.
— Perfecto.
— Chévere. Gracias. Nos vemos ahora.
— Seguro.
Lo único que realmente es urgente ahora para mí, es comerme la pizza,
pues tengo un hambre que me está matando. Alfredo, mi hermano, tiene un
mes viviendo conmigo, su esposa está en Venezuela visitando a la familia y
llevando a mi sobrino Nick, a ver sus abuelitos. Durante casi dos meses, mi
hermano y yo convivimos juntos, la verdad es muy agradable vivir con él.
Sumamente tranquilo y muy empático.
Alex ha vuelto y me entrega la pizza, le doy las gracias y me despido.
En menos de unos diez minutos, me encuentro en el apartamento. Hoy he
recibido varias historias clínicas, que debo chequear. Así, que, lo primero que
hago es colocar la carpeta verde que tengo desde que viví en Colombia, en la
mesa del comedor. Abro la nevera, veo que puedo cocinar, pienso en hacerles
unos tequeños, sí, es una opción muy acertada, al final ya almorzaron y sólo
debo prepararles algo para picar. Saco el paquete del congelador y lo pongo a
descongelar unos minutos. Mientras esto sucede, me voy a la mesa, me como
un trozo de pizza y comienzo a leer las historias de vida de varios pacienticos.
Pero no me da tiempo, el teléfono vuelve a sonar.
— Dime Alfredo.
— Estoy llegando.
— Si, ya puse los tequeños a descongelar. Apenas lleguen los preparo,
así se los comen calientitos. ¿Viene mucha gente?
— No. Sólo Oscar y el jefe.
— ¿Y tú jefe no es Oscar? — pregunto algo desconcertada.
— Ahora tengo otro. Al llegar lo conocerás. Es un gran tipo.
— Vale. Chévere.
Todo llega en el momento perfecto y correcto. Esto pienso mientras
disfruto del agua fría, que recorre todo mi cuerpo; conectarme conmigo misma
y disfrutar de mi soledad, ha sido un proceso maravilloso, del cual he
aprendido que las cosas en mi vida son totalmente excelentes, por no decir
perfectas, ya que nacemos imperfectos. El amor para mí, es una fuerza, que en
ocasiones nos deja perdidos y confusos. Yo hacía un año que no me
enamoraba. Hacía mucho que no me fijaba en alguien, porque estaba
completamente centrada en mí. Con Maurizio, soñé vivir el amor, pero no se
tuvo el valor de enfrentarlo, y yo no pude seguir conviviendo con él, yo sé que
lo ideal no era que me fuese de la empresa, pero estar reunida con él todos los
días, me iba a reforzar a buscar hechos para estar juntos, hechos que no
encajaban en la manera tan estructurada que él tuvo de ver la realidad.
Como hago todos los jueves, me exfolio el cuerpo con café, es delicioso.
Siento que la piel me queda suavecita. Sólo tengo unos cinco minutos para
refrescarme en el agua, viviendo en este país donde los servicios son costosos,
no puedo darme el lujo de durar una hora en la regadera.
*
— ¿Dónde está Patricia?
Es la primera pregunta que me hago al entrar al pequeño apartamento de
Alfredo. Parece que el destino me trajo hasta este país para reencontrarme con
su entusiasmo y su juventud.
— ¿Un refresquito? — pregunta Alfredo de manera muy amable. Oscar
dice que sí y yo opto por no tomar nada. Me siento el sofá y empezamos a
entablar los tres una conversación. — Su libro me ayudó muchísimo para mi
tesis de ingeniero.
Alfredo me habla con mucho respeto.
— Alfredo, me puedes tutear hombre. Estamos en confianza — le
respondo tratando de familiarizarlo conmigo.
—Y este que escribiste de neurociencia y felicidad, ¿de qué año es?
—2013. Me dispuse a escribirlo recién acabando mi segundo postgrado, el
cual hice en la Universidad Javeriana. — respondo algo cortante. Estoy algo
ido, me paso la mano por el cabello y sonrío forzadamente.
—Interesante no, esto de escribir libros. — Oscar mueve la cabeza como
convenciéndose así mismo de que sí, en efecto, es muy interesante escribir.
— Bastante. — Alfredo pela los ojos.
—Si. Muy interesante. — Sonrió forzadamente.
Recordé a Patricia, diciendo cosas interesantes de mí cada vez que la
presentaba como mi mano derecha, ante mis equipos de trabajo. Fue ella la
que, en una oportunidad, me dio la idea de reunirme con mis equipos de
proyectos, una vez por semana. Ella llegó a considerar algo muy similar a lo
que yo pienso, lo más importante es hablar y escuchar las ideas de los demás,
cosa que la gente ya no hace. La juventud actual, va al cine, teatro, televisión,
escuchan la radio, ven el teléfono, pero no se comunican. Si el mundo se
quiere cambiar, tenemos que volver a la época en donde nos conectábamos
con las personas, esa época en donde no existían estos aparatos electrónicos
que cada día nos mantienen más distantes y ausentes de todo. Me sucede con
mis hijas, a veces les estoy hablando y concentran su mirada en el celular,
cuando quiero que me den feedback, y les hago una pregunta inteligente sobre
lo que minutos antes les había conversado, suben sus cejas y preguntan
“¿cómo así, pa?”, respiro profundo, cotidianamente termino diciéndoles lo
mismo, «hablar con ustedes es hablarle a la pared»; porque definitivamente,
nunca me escuchan por estar al pendiente del bendito teléfono.
Poco a poco la conversación fluye más, aunque para mí es inevitable no
regresar al pasado. Al momento en que Patricia entró por primera vez a mi
oficina, y desde ese día por cobarde, la escondí en lo más profundo de mi
resistencia. La conversación continúa, pero es interrumpida por el sonido de
una puerta que cierran muy fuerte, sentimos unos pasos. Yo me arreglo el
traje, aprieto los labios, prefiero calmarme y esperar verla.
— Buenas tardes.
¡Dios mío! La tengo frente a mí, está mucho más guapa que antes, y su
espontánea apariencia, le irradia una poderosa energía. De inmediato me
adentro a su belleza, inicio entonces un viaje a través de mis ojos por todo su
cuerpo; voy hacia su fina cintura, que se distingue perfectamente ante su
franela de tiras color azul claro pegada a su abdomen. Puedo oler su perfume
con aroma a flores, que me reforzó a excitarme todas las veces que la tuve
cerca. Me resulta emocionante estar viéndola, recuerdo lo mucho que me
encantaba ver como su cuello se tornaba rojizo, sobre todo cuando jugábamos
o interactuábamos pícaramente. Lamento tanto no haberme arriesgado a estar
a su lado. Pero en aquel entonces, yo no sabía qué dirección tomar, y lo que
pasó fue lo mejor.
Patty está nerviosa, tiembla y se queda inmóvil, sin decir una sola palabra.
Parece verdaderamente asombrada. ¿Cómo no estarlo?, estoy seguro que no
sabe si hablar o quedarse en silencio. Yo le sonrío, y disfruto de la calidez de
su mirada.
— Hola Oscar. — pronuncia con algo de tensión, tratando de no verme.
— Hola Patty. — Oscar se pone de pie y la saluda con un beso en la
mejilla y un abrazo. Sin embargo, ella se queda estática. — ¡Mujer! ¿Por qué
estás tan caliente?
— No sé — responde ella sonriendo forzadamente. — Mucho calor—
se bate el rebelde cabello que aún sigue conservando.
— Patty, ¿te sientes bien? — Alfredo se pone de pie y se acerca a ella.
— Si. Si claro, estoy bien— ella se esconde unos de sus rulos detrás de
su oreja.
— Estas muy roja. — Le responde Alfredo— ¿Segura que estás bien?
— insiste su hermano, colocando su mano en el hombro de ella— de verdad,
estás muy caliente.
— Es el calor. Claro que estoy bien. — dijo con voz suave, en cualquier
caso, no podía decir nada.
— Ok. Es bueno saberlo. Mira, te presento a mi jefe, Maurizio
Antonucci. — Alfredo me señala, y es un motivo para que ella vuelva a
esquivar su mirada. Estando sentado en el sofá de la sala, me pongo de pie y
camino hacia ellos.
— Ya nos conocemos — la miro muy sonriente. Ella me ve, con mucho
asombro.
— ¿Cómo así? — pregunta Alfredo. — ¿De dónde se conocen?
— Fue mi jefe en Colombia. — responde ella en voz baja y
evadiéndome completamente.
— ¡Naguará! Estuviste trabajando con el autor del libro con el que me
apoyé en mi tesis, y nunca me dijiste nada. — Alfredo se cruza de brazos y se
ríe. Patty lo mira muy seriamente. —Mentira vale, es echando broma; pero,
que pequeño es el mundo. Ahora tu ex jefe, es mi jefe. — Alfredo le sonríe a
Patricia.
— Si, ya veo — responde ella, tratando de disimular su asombro.
— Tu hermana es muy profesional. Excelente doctora — trato de
hacerme el formal.
— Gracias. Y ella está ejerciendo aquí en República Dominicana. Patty,
cuéntale a Maurizio, todo lo que estás haciendo.
— Ay tampoco es para tanto Alfre, sólo estoy ayudando a una pediatra
en un jardín infantil. — Se cruza los brazos.
— Pues ya eso es un éxito. — La veo con orgullo y a la vez de manera
interesante.
— Si. Muchas gracias por … — no sabe si tutearme o tratarme de
usted.
— Tutéame por favor. — Le respondo sonriéndole.
— Gracias. — Ella se sonroja y evita de nuevo verme. — Bueno, yo
voy a prepararles algo para picar. — Se voltea y se va hacia la cocina.
— ¿Y Oscar? — pregunta Alfredo algo desconcertado.
— La verdad es que no tengo idea.
— Aquí estoy. Estaba en el baño— Oscar se sonríe. — ¿Qué tal si
compramos una friitas?
— ¿Unas friitas? — pregunto sin entender a que se refieren.
— Si, unas cervecitas — me responde Oscar animándome a tomar. —
Vamos Alfredo. Aquí mismo en el abasto.
— Pues vamos.
— Yo me quedo. — Respondo sonriendo— me gustaría hablar con
Patricia.
— Chévere ingeniero, está en su casa.
— Muchas gracias Alfredo.
— Ok, entonces vamos a darle que para luego es tarde. — Oscar le da
una palmada a Alfredo y caminan hasta la puerta.
— Patty ya vengo. Maurizio se queda contigo, trátamelo bien por favor.
— Si. — responde algo agitada—vayan tranquilos.

CAPÍTULO 10
EL REENCUENTRO.

— A los tres días de irme de Bogotá, te llamé. Quise tener contacto


contigo, pero creo que estuviste bastante tenso, irritado y muy resistente.
Porque nunca me respondiste ese mensaje que te escribí y después, me acabé
dando cuenta que me bloqueaste. — Él me mira fijamente. Sigue intacto, con
su cabellera negra azabache, de contextura un poco más delgado y su voz, su
voz continúa haciéndome temblar.
— Tres días después de irte de Bogotá, me di cuenta que lo mejor era
que cada uno tomara su camino. No quería que siguieras atormentándote o
sufriendo. No valía la pena. — Él me responde muy recto. Yo hice una pausa.
— ¿No sientes nada? — pregunto con voz firme. Mi cuerpo tiembla, y
aun me cuesta creer que lo tengo frente a mí. — Te lo pregunto, porque no
parece asombrarte el hecho de verme.
— ¿Tú crees? — me mira desafiante— en verdad crees que, ¿no estoy
sintiendo absolutamente nada?
— Si no estás sintiendo absolutamente nada, lo puedo comprender. Es
normal estar desconectados, ha pasado bastante tiempo. — Ante esta
respuesta, él me sonríe.
— Nunca, nunca te saqué de mi mente. No hubo un día que no me
despertara pensando en ti, preguntándome qué estabas haciendo, con quién
estarías, si todavía pensarías en mí. Nunca, nunca dejé de recordarte, nunca te
olvidé, jamás Patricia, siempre fuiste tú. — Su voz es profunda y me acelera
fuertemente el corazón. Lo miré fijamente a los ojos, y le dije:
— Estoy un poco asombrada. — vuelvo a mirarlo, y mi único
pensamiento es, «Dios mío, lo tengo frente a mí.»
— Imagínate como estoy yo. ¡Estás hermosa! — me mira intensamente,
exhalando muy fuerte.
— Gracias — cruzo los brazos y trato de no mostrar mis nervios. —
¿Cuánto hace que estás viviendo acá?
— No vivo acá, vivo en Costa Rica. Vine a colaborar en un proyecto
para el banco donde trabaja Oscar y tu hermano. Pero el domingo, ya me
regreso.
— Pensé que seguías viviendo en Bogotá y sólo estarías por aquí un
tiempo.
— No, la mejor decisión que pudimos tomar como familia, fue
mudarnos a otro país.
— ¿Y sigues con la empresa?
— Si, disruptive ahora la manejo en Costa Rica como una marca
personal. Ahora, si me disculpas, me parece que las cosas no funcionan así. —
él suelta una risa y yo subo las cejas, realmente no entiendo qué quiere decir.
— No te entiendo. — Arrugo el rostro y me paso la mano por mi
cabello ensortijado.
— Parece que esta conversación se ha vuelto una entrevista. — Me
sonríe de nuevo— cuando deberíamos estar es conversando y mostrándonos
entusiasmados por vernos después de tanto tiempo, ¿no crees?
— Entusiasmados no creo— lo miro seriamente— es decir, nosotros no
quedamos mal, pero tampoco fue que yo me fui feliz de Bogotá.
— Entiendo. Sabes Patty, creo que estoy percibiendo algo nuevo.
— ¿Qué será?
— Con este encuentro percibo, que las razones que yo tenía para venir
acá, ya desaparecieron.
— Sigo sin entender nada. — Respondo de forma seria y observo como
él estira su brazo y me toma de la mano. De forma rápida me acerca a él.
— Sólo hay una forma para entenderlo, nadie se embriaga leyendo un
libro sobre vinos.
— ¿Y eso qué significa? — pregunté muy seria. El olor a su colonia
siento que me refuerzan las ganas de besarlo. Miro sus ojos, sus labios, su
cabello, se ve tan guapo. — Si te vas a poner existencialista, avísamelo. De
verdad no estoy para tus profundidades, o teorías. — Suelto mi mano de la
suya bruscamente, y cruzo los brazos de nuevo, aprieto mis manos e intento
disimular que no estoy temblando.
— Después que admiraste tanto esa frase de mi libro, ¿ahora te
molesta? — él me sonríe y luego se ríe— ¡Ay jovencita!, como me gusta verte
así. — Me mira de nuevo sonriente. Yo no digo nada, sólo me quedo viéndolo
seriamente.
— Vea, te explico: tal vez hoy este encuentro sea una rareza, ya que, lo
que menos esperábamos era volver a vernos. Pero ahora, tú solo dedícate a
entender que regresé. — Me responde con esa voz gruesa y deseosa. Con ese
acento colombiano que tanto extrañaba escuchar. Con esa voz, que nunca
olvidé y la escuchaba en mis sueños, en las escenas que imaginé a su lado y en
mis recuerdos.
Él me mira fijamente, y yo lo miro a él.
— Este reencuentro es sólo para nosotros. Patty quiero que sepas que
este hombre que ahora está de pie frente a ti, es un hombre abierto. Incluso
abierto a ti.
Él me responde con esas palabras y comienzo a temblar de nuevo. Finjo
que por mi cuerpo no pasa absolutamente nada.
— Claro, que comprendo que seguramente, ya tú tienes tu vida hecha
acá, ¿no?
— No he estado interesada en abrirme a estar con alguien. — él me
pregunta con una indirecta y yo le respondo directamente hacia lo que él se
refiere. ¿Tenía pareja? ¡No!
— ¿Y ahora cómo estás? — me pregunta con voz tierna—
— Enfocada en mis trabajos. Tuve la oportunidad de mudarme para acá
y desde que llegué, lo que he hecho es trabajar y obtener los resultados
deseados.
— Buena, buena Patty. Tú siempre has sido una mujer de retos. Ahora
yo insisto, me parece que las razones que yo tenía para venir acá ya
desaparecieron.
— Discúlpame la intolerancia Maurizio, pero… muy lindo verte, bonito
este reencuentro. Sin embargo, mi sanación ha traído muchos cambios a mi
vida. Pude conectar con mi paz, la cual siempre estuvo presente, sólo que en
esos momentos no estaba centralizada en mi aquí y en mi ahora. Ahora coloco
límites, y la verdad no estoy dispuesta a abrirte la puerta de mis sentimientos,
para que luego me hagas sentir mal con tus emociones distorsionadas.
— Me parece que estás juzgando la vida que tuve hace un año; mi dolor
y mi renuncia hacia ti, tuvo un motivo. Precisamente porque no me encontraba
en paz conmigo mismo, fue que te alejé de mí.
Él se acercó, tenía una expresión muy profunda, más profunda que de
costumbre.
— ¿En qué piensas? — preguntó.
— En nada. Estoy tratando de no pensar.
— Me gustan tus ojos. — Él dice esto y yo siento deseos de que me
abrace, pero me quedo quieta sin hacer nada. Siento ganas de decirle que lo
sigo amando. Pero no es el momento.
— Mírame — dijo.
Trato de verlo, disimulando los nervios, me sigue temblando todo el
cuerpo. Él me toma por las mejillas, y me dirige la mirada hacia sus ojos. Veo
su rostro, la verdad es que, Maurizio no había cambiado en nada y yo estoy
feliz de verlo.
— Te fijas jovencita, no podemos mentirnos, cuando nos miramos a los
ojos no podemos ocultar lo que estamos sintiendo. Las cosas del pasado, son
cosas del pasado. Chamita, tengo sólo estos días para demostrarte que te
quiero.
Maurizio y yo somos adultos responsables, mi instinto me dice que él ya
ha sanado; y ahora se está permitiendo ser sincero con él y conmigo. El brillo
de sus ojos es otro, básicamente muestra una representación física de sus
sentimientos, que lo caracterizan como un hombre enamorado; yo jamás pensé
que volvería a decir esto, pero me hacía tanta falta sentirlo de nuevo conmigo.
Él me abrazó, yo respiré aliviada en su pecho, le besé la mejilla y lo abracé
más fuerte. Pareciera diferente del hombre que había conocido, las personas
realmente en un año cambian.
Recordé, miré al pasado y reviví uno de los momentos que compartí a su
lado, donde le exteriorizaba lo importante que era para mí.
— ¿Te gusta? — me mira sonrientemente. Esa mirada picara, cada vez
que la pone me hace sentir nerviosa. Me sonrojo.
— Súper buenísimo starbucks. Me encanta. Estoy ansiosa por probar el
café frío de chocolate— él me sonríe. — Súper jefe, estoy más feliz que
muchacho con juguete nuevo— miro todo el café, me parece increíble,
¡siempre deseé venir!, pero darse ese lujo siendo inmigrante no se podía. Por
lo menos no en mi caso, ya que tenía otras prioridades. Me le quedo viendo
fijamente, y él también. Me guiña el ojo y yo me vuelvo a sonrojar.
Aquel hombre que tengo frente a mí, en el café durante esta tarde, parece
seguro de sí mismo, y ahora empezaba a mostrarme sus sentimientos.
—¿En qué piensas?
— Creo que estamos muy lejos — le sonrío — a mí me gustaría tenerlo
más cerquita. Me gustaría que se sentara aquí a mi lado. — toco el espacio
vacío del sofá. Él me sonríe. Se pone de pie, y se sienta. Lo veo, me pierdo en
sus ojos color negro que me despojan con su mirada. Él me abraza, me da un
beso en el cabello y me pregunta:
— ¿Así estás más cómoda?
— Muy cómoda. — Escondo mi cabeza en su pecho. — Jefe, ¿qué es el
amor? — pregunté disfrutando de su rico aroma, luego me despejo de él y lo
miro tiernamente.
— El amor es libertad, es la capacidad de compromiso que tenemos
hacia nosotros mismos. Nosotros debemos primero despertar ese sentimiento,
entregándole atención, y sintiendo su energía. Sabes algo Patricia, yo necesito
salvar el amor, no puedo dejar morir una de las cosas más importantes de la
vida. — dijo, viéndome fijamente y deslizando su dedo índice por mi mejilla.
Estoy atemorizada, empecé a notar que después de tanto autocontrol de su
parte, empezaba su corazón a darme señales. Porque sí, él siente lo mismo que
yo. Y en este momento me acababa de hacer una confesión especial, y es que
quiere despertar ese amor que en todo este tiempo ha sentido que está
apagado, hasta convertirlo en una luz especial.
— ¿Tú crees en el amor? — se me acerca, lo tengo cerquita a mis
labios. Cierros los ojos y suspiro. Estoy temblando— ¿Crees que en el amor o
no? — me pregunta con su voz paisa que me enloquece, siento que voy a
estallar de felicidad.
— Usted habla del amor como si fuese un profesor. Y sí, creo en el
amor— abro los ojos y observo que me mira con intensidad, se me acerca más
al rostro. Pega su nariz contra la mía y ambas se acarician. — ¡Jefe! — le
pronuncio respirando hondo. Estoy dispuesta a besarlo y mostrarle el camino
del amor compartido.
— ¿Todavía no soy Maurizio? — me mira necesitado de mí besos, mis
abrazos, mis caricias. Me toma la mejilla. Su respiración comienza a hacerse
más lenta. Estábamos a punto de besarnos, cuando su celular suena e
interrumpe ese momento.

CAPÍTULO 11
AMARTE SIN LÍMITES.

Alfredo está concentrado en hablarme sobre su experiencia en el mundo de


la ingeniería. Había estado haciéndoles preguntas bastante puntuales y muy
inteligentes, que respondía con mucha seguridad. Las respuestas eran concisas,
precisas y adecuadas. Ahora que no tengo nada más que preguntarle referente
al trabajo, mi primer impulso es saber dónde está trabajando Patricia. En
nuestro último encuentro, no pudimos intercambiar nuestros números
telefónicos, y me pareció poco prudente pedírselo a él. Desde que me levanté,
estuve pensando en visitarla a su trabajo y eso haría.
Patricia se mueve y se desprende mí.
— ¿Tú me quieres? — pregunta ella.
— Nunca dejé de hacerlo. Y tú ¿me quieres? — la miro tiernamente,
acariciando su cabello.
— Sí, te quiero.
— Entonces estamos de acuerdo, ¿cierto? — pregunté con voz suave,
deslizando mi dedo índice por sus mejillas.
— ¿De acuerdo con qué?
— Con que esta distancia no puede durar para siempre. — Cuando le di
esa respuesta, los ojos de ella se transformaron, me miró con amor y su cuello
de inmediato se tornó color rojo— estoy dispuesto a demostrarte lo valiosa e
importante que eres para mí.
— Ok. Entonces yo doy por cerrado este trato. Demuéstramelo.
— Lo haré. — La miro seriamente.
— Hecho. — ella me sonríe.
— Podemos empezar compartiendo números. — la miro pícaramente y
saco mi teléfono del bolsillo de mi pantalón. Ella me mira y me sonríe hasta
mostrar su dentadura.
— No. No te voy a dar mi número.
— ¡Ah! ¿No? Está conquista, ¿es a la antigua entonces? — la vuelvo a
ver pícaramente.
— No lo sé, ingéniatelas. Por ahí leí una vez que las conquistas dan
trabajo.
— Prepárese señorita. Porque la voy a sorprender — me le acerco más a
su cuerpo y la miro fijamente.
— Tienes un reto — me mira desafiante.
— Prepárate para disfrutar del reto más grande de tu historia.
— ¡Ay Maurizio!, ¡cuánta labia! Esa frase una vez me la mencionaste.
Tal cual.
— ¿Sí? — respondo sonriéndole, ella se ríe— bueno vamos a
cambiarla. Vamos a decir que quiero salir de mi zona de confort, pero contigo.
— ¡Súper! — ella me sonríe una vez más.
Alfredo me agradece el tiempo que le dediqué en escucharlo, me explica
que entiende perfectamente mi horario y el poco tiempo que tengo y que no
podría colaborarle como él quiere en su primer emprendimiento. Se pone de
pie, dispuesto a despedirse, me extiende la mano y vuelve a agradecerme.
Elogia mi trabajo, añadiendo que está agradecido de tenerme como amigo. Es
entonces, cuando pienso que es hora de aprovechar este momento.
— Alfredo, quisiera preguntarte algo, ¿dónde está trabajando tu
hermana?
— Mi hermana está trabajando en un jardín infantil, que está ubicado en
la Sabana. Es un colegio pequeño, pero muy bonito.
— Qué bueno. Me interesa hablarle, pienso asociarme con una
organización para niños que opera desde Miami y sus conocimientos me
pueden ayudar mucho — es mentira, lo había estado pensando, pero mi tiempo
no me da para más. Sin embargo, necesitaba una excusa para lo que estaba a
punto de hacer.
— Cuente con ella. Esa lo ayuda. A ella le encantan los niños y se le da
muy bien, además.
— Sí, me imagino. Por favor envíame por WhatsApp la ubicación del
colegio. Gracias.
— Si claro, por supuesto. Ya mismo lo hago.
*
¡El amor!, ahora pienso que el tema parece perseguirme por todas partes.
Los problemas de la relación entre Patricia y yo, se manifestaron por mi
desgaste físico y psicológico. Ahora que ha pasado todo este tiempo, acepto
que cuando uno quiere, debe abrirse a sentir y no cerrarse las puertas a amar.
Yo en aquel momento, no me dejé convencer, al fin y acabo para mí todo
estaba en perfecto orden y me llegué a sentir ridículo, por sentirme atraído por
una jovencita veinticuatro años menor que yo.
Hace poco leí un artículo que decía que el amor es el sentimiento principal
de todos los seres humanos, y es así, estamos en este mundo gracias al amor.
Ahora, creo que hace algún tiempo, yo no me arriesgue a vivir el amor. Me
parece infantil, irresponsable y sin razón alguna que yo me haya alejado de
Patricia. Pero ahora estoy dispuesta a amarla.
De repente me siento perdido. Doy con una dirección que no es la que
estoy buscando, la única forma que tenía para corregir este error era el GPS,
que justo ahora se descargó. Estoy ante una calle que desconozco, así que,
bajo el vidrio del carro, y le pregunto a una señora por la dirección hacia la
cual voy, amablemente me responde y me explica que no estoy tan perdido.
Estoy más cerca de lo que pensé. Vuelvo entonces a presentarme ante el
volante con la misma rapidez; sí, me gusta la velocidad, pero trato de no
abusar de ella. Una vez que estuve en los Estados Unidos, me tocó pagar una
multa de doscientos dólares por exceso de velocidad, confieso que estaba muy
jovencito, y aunque no fui joven de inventar o sumergirme en aventuras
arriesgadas, siempre me gusto correr.
Cinco minutos después, estoy frente al jardín infantil. Empiezo a pensar
más a fondo en Patricia, en sus ojos que reflejan amor y ternura al mismo
tiempo. Toco la puerta y una señora muy amablemente me saluda,
preguntándome por el nombre de mi “hijo”, el grado y la sección que está
cursando. Me sonrojo y le respondo que no es precisamente a mi hijo al que
vengo a buscar. Vine por la doctora, Patricia Toscano.
— Soy su jefe — le sonrío firmemente. — requiero hablar con ella.
¿Estará ocupada?
— Me parece que sí Señor…— arruga el rostro intentando recordar mi
nombre.
— Maurizio — le respondo sonriéndole entre labios.
— Señor Maurizio, exacto, ya no se me olvida. — La señora se ríe.
— La doctora se encuentra justo ahora atendiendo pacientes, estamos
en jornada, y los representantes están con los niños. Realmente está muy
atareada y hoy la doctora Sabrina, no vino.
— ¿Tampoco cree que le pueda dar la sorpresa?
— ¿Cómo así? — la señora arruga el rostro y cruza los brazos.
— Me gustaría verla.
— ¿De qué parte de Colombia es usted? — la señora cambia
rotundamente la conversación y yo opto por seguirle el juego.
— Del interior de Bogotá.
Este cambio tan repentino de conversación, supongo que se debe a las
dudas que ella pueda tener sobre mí. La señora que tengo al frente es Irma,
tendrá unos sesenta y seis años, usa bastón, tiene rasgos italianos, ojos verdes
y sus labios finos enmarcados en un color rojo.
— Bueno va a tener que esperarla aquí afuera.
— Se me va a hacer imposible — le sonrío mostrando mis dientes.
— No va a ser imposible. Soy la directora de esta escuela, y no puedo
dejarlo pasar a ver a una persona que forma parte de mi personal y que en
estos momentos está trabajando.
— Entiendo que pueda parecerle extraño, que un hombre quiera
acercarse a ver a una de sus empleadas. Sin embargo, continuaré insistiendo.
Vea le explico, mientras Patricia está atendiendo pacientes, usted podría
mostrarme la escuela y responderme ciertas preguntas que en estos momentos
me llaman la atención. Tengo un proyecto, en el cual quiero incluir a Patricia,
inclusive usted también podría colaborarme. Quiero asociarme con un instituto
que opera en Miami, y que está basado en el bienestar educativo, emocional y
familiar del niño.
— Generalmente tengo dos comportamientos ante la gente que insiste
tanto. El primero es apartarme, el segundo es dejarme llevar por la curiosidad.
— Se da cuenta, que no es tan imposible — le sonrío.
— Me convenció. Pase adelante.
La señora me abre la puerta del colegio, y con una sonrisa de haber
obtenido lo que quiero, entro a este jardín infantil.
*
El niño no quiere entrar al pequeño consultorio decorado por mariposas y
superhéroes. Su madre es joven, mucho más que yo. Tal vez de unos veintitrés
años de edad, su rostro angelical, le ofrece un aspecto más jovial. El niño de
cinco años, no desea estar aquí, se siente asustado y actúa con miedo.
Abrazado a su madre, le dice que se quiere ir, mientras llora.
No siente deseos de ir al doctor, por aquel mito de ser atacado por una
inyectadora. Esta información me la suministra su madre, mientras se sienta
delante de mí e intenta convencer al pequeño de que me salude, pero no logra
convencerlo. Tengo en mi mano derecha un bolígrafo azul, estoy vestida de
uniforme color verde menta que hacía que cualquiera pudiera visualizarme
como una enfermera, excepto por el estetoscopio, que ya me hacía ver como
una doctora. Me incline hacia la madre, y acariciando suavemente el cabello
negro del niño, le transmití un mensaje alegre, que hizo que su consternado
llanto se paralizara. El niño me vio curioso, le mostré una paleta de fresa, pero,
sólo se la iba a comer, si se dejaba examinar por mí. Sus ojos dejaron de
verme, y volteó a ver a su madre, de nuevo intentó llorar al considerar que
podía inyectarlo, pero fue entonces, cuando volví a intervenir para recordarle
que eso no iba a suceder, “no va a pasar nada”, dije sonriéndole.
Mis palabras lo hicieron tomar confianza, y ya no estaba tan enojado; con
la ayuda de su madre, lo conduje hasta la camilla, ahí lo recosté, y le regalé
una mirada de amor mientras le acariciaba su mejilla. Su voz, apenas era
audible. “No tengas miedo”, le dije con voz aliviada, “lo único que voy a
hacer, es escuchar cómo está latiendo tu corazoncito, ¿vale?” El niño asintió
con la cabeza, sonrojado y ya poniendo su confianza entera en mí.
— Carlitos — pregunté en tono de voz calmada. — ¿Por qué te bebiste
el detergente que tu mamá tenía puesto en la mesa?
El silencio se equipó del lugar y de inmediato su madre quiso responder a
mi pregunta, pero yo alzando mi mano le impedí que lo hiciera.
— Porque sabía a coca cola doctora.
Esta respuesta inocente, hizo que su madre se sintiera apenada. El niño
encogió los hombros y colocó sus manitos arriba, como queriendo decir, “no
fue culpa mía”.
— A ver Carlitos, eres lo suficientemente bueno e inteligente como para
saber, que no puedes beberte un detergente, ni ningún otro producto que se
utilice para la limpieza. Porque eso pueda causar que te enfermes. Y mamá—
miré a la madre— debe guardar los detergentes en sitios altos, que no estén al
alcance de los pequeños. — Esta vez miré al niño fijamente con una sonrisa
forzada. — Por suerte acudieron el día de ayer rápidamente al médico. Puede
estar tranquila señora Rodríguez, el corazoncito de este campeón está fuerte y
sano, no hay nada de qué preocuparse. De todos modos, le voy a resetear un
analgésico, porque si noto que tiene una congestión nasal.
— Gracias doctora, me quita un gran peso de encima.
En medicina cualquier cosa es posible. Cuando era residente, presencié
casos que jamás esperé vivir. En una oportunidad, salí corriendo a las afueras
del hospital, y vi como un adolescente me decía en tono alto y ansioso, que se
había cortado el dedo meñique, pero lo había guardado, y en efecto, lo
guardaba en un envase que sostenía en sus manos. Esa escena, fue impactante
para mí, recuerdo que rodeé con mis manos su cintura y lo llevé corriendo a la
sala de urgencias. Ese caso, me dejó muy abatida.
El paciente se causó una infección muy grave al cortar su dedo y colocarlo
en un envase sucio y lleno de bacterias. Puedo todavía escuchar su voz
opacada y triste, diciéndole a la doctora que llevaba adelante el caso, que en la
página de internet donde le habían puesto como reto cortarse un dedo, no decía
nada de infecciones. Yo subí mis cejas en señal de confusión, se me hacía
difícil creer que aquello se tratara de un experimento o invento maquiavélico
que este joven haya leído, en quién sabe qué página de internet. Su mamá
estaba molesta, se volvía hacia él con mucha rabia, y le repetía centenares de
veces que le explicara la razón por la cual había hecho eso. Había mucho
tejido dañado, su madre pensó que su hijo podía recuperar su dedo, pero
lamentablemente no fue así. La señora lloraba desesperada, y el adolescente
insistía, en que sólo lo estábamos asustando.
Este caso no sólo fue extraño, sino también irresponsable. Es decir, si mi
hijo usa la tecnología, ¿yo voy a dejar que este pase todo el día apegado a un
aparato electrónico?, sin tan siquiera conocer qué páginas o sitios web está
frecuentando, esto definitivamente es un tema que tiene mucha tela que cortar.
La madre de Carlitos, nuevamente me agradeció mi atención, de modo
que, me puse de pie y extendiéndole mi mano, me despedí de ella, para luego
abrazar a su pequeño. En cuanto a los posibles nervios de la madre, ya que
decía que el niño es muy hiperactivo, le sugerí nuevamente seguir la
instrucción que le di y guardar todos los productos de limpieza en un lugar
donde el niño no pudiera acceder, o tener contacto con ellos.
Me senté de nuevo en la silla, me encontraba de nuevo sola, me quité el
estetoscopio y lo coloqué sobre el escritorio. Eché mi cabeza para atrás y
cerré los ojos, soltando un suspiro y de nuevo pensando en Maurizio. En mis
labios se dibujó una linda sonrisa, cuando recordé verlo después de tanto
tiempo. Me resulta extraño creer que ayer lo tuve frente a mí.
En el diminuto consultorio de la doctora Sabrina, hago una enorme fuerza
de voluntad para no reforzar estas ganas que tengo de verlo. Me gustaría
regresar el tiempo, para haber intercambio números telefónicos y no haber
actuado como la villana de la telenovela, pero, debía reforzarlo, él debía
conquistarme. Y esta vez, no se la pondría tan fácil.

CAPÍTULO 12
EL PODER DEL AMOR.

Un hombre de contextura delgada, vestido de traje y corbata azul,


excesivamente elegante, acompaña a Irma a las afueras de su oficina. Yo
paralizo el paso y sacudo mi cabeza, no puedo creer que me encuentre de
nuevo con el hombre al que amo y justo aquí, en mi lugar de trabajo. De
inmediato mi respiración se volvió acelerada, imaginé por un momento que su
olorcito a colonia cara estaba a pocos metros de mí. Me dieron ganas de salir
corriendo, abrazarlo fuertemente, pero debía mantenerme tranquila y controlar
mis emociones. Mientras camino, se me vienen a la mente todos los recuerdos
que viví con él. Y a la vez consideraba, que esta historia de amor estaba
volviendo empezar, sin que me diera cuenta. Sólo sé, que de repente Maurizio
apareció en el apartamento que comparto con mi hermano y ahora, se
encuentra en el jardín infantil donde laboro. Me percaté de la actitud simpática
de Irma, se reía mucho con él, de qué estarían hablando, la verdad no lo sé.
Pero era difícil sacarle a ella una sonrisa. Eso me causó cierta extrañeza,
porque hasta entonces, la veía seria y rehusada a entablar conversaciones
coloquiales. Finalmente me detuve a unos pocos metros de donde ellos
estaban, y Maurizio, al sentir mis pasos, volteó a mirarme; se aclaró su
garganta y se pasó la mano por su cabello negro alisado. Me quedé en blanco
un momento, sin saber qué decir. Me sentía como la propia colegiala, pensé
que esto de los nervios ya era periódico de ayer, pero al parecer no era así.
Maurizio se volvió hacia a mí y se quedó mirándome como si tuviese años
sin verme.
— Buenas tardes doctora. — dijo, en voz baja.
— Hola— respondí con voz apenada, teniendo en cuenta la
circunstancias en las que estamos. Mi trabajo, la estricta señora Irma
presente… en fin, me sentía poco aliviada. Hasta que finalmente Irma
interviene.
— Buen hombre, eres un buen hombre— dijo, tocándole el hombro.
Entonces, ella tomó con fuerza su bastón y volteó a mirarme. — Patricia,
querida, sé lo difícil que ha sido para ti, irte de tu país, pero has tenido la
bendición de ser apoyada por muchas personas que te aprecian y han valorado
tu trabajo. El ingeniero Antonucci, me habló muy bien de usted.
— ¡Qué bueno! Muchas gracias por sus palabras. — Contesté de
manera educada pero cortante, sin querer seguir alimentando la conversación.
Irma respiro hondo y obligándose a controlar su equilibrio, colocó una
mano en la pared y se aferró con más fuerza al bastón.
—¡Espere! — dijo Maurizio, tomándola de la mano. Yo me acerqué más a
ella y la vi más de cerca, sus rasgos faciales me indicaron que no se sentía
bien.
— ¿Se siente bien? — pregunté tocándole la frente. Al menos fiebre no
tiene.
— Ya me falta poco — dijo, con voz risueña, se ríe y vuelve a respirar
fuerte.
— Ay señora Irma, no hablé así — respondí con voz pausada.
— Es bueno que Patty la examine. No me parece correcto que nos
vayamos y usted se quede así. — Maurizio volteó hacia mí y dijo. — Vamos a
llevarla al consultorio, la siento muy débil.
— Me siento bien. ¿Qué es lo peor que me puede pasar? Ya yo estoy
viviendo mis últimos años. — contestó con voz vieja y agotada.
— No, no me parece. Vamos a examinarla. Maurizio ayúdame -—
respondí, colocando su brazo derecho sobre mi hombro y sosteniéndola por la
cintura.
— Ustedes sí que se dan mala vida — dijo, al mismo tiempo en que
Maurizio la sostenía por un lado y yo por otro.
—Lo importante ahora es su salud — replicó Maurizio, con tono de padre.
Como si fuese una de sus hijas, la que estuviese sintiéndose mal.
— Ahora sólo quiero dormir. — dijo, con voz quejosa.
Maurizio abrió la puerta del consultorio y entre los dos, la sentamos en la
silla.
— Ay, pero, ¡bendito sea el creador! Ya les dije que sólo quiero dormir.
— Quédese tranquilita y siga mis órdenes— expuse sonrientemente.
Maurizio me miró muy tiernamente, como admirando verme encarnando un
rol, que es mi vocación de vida.
Al examinarla, me fijé que sus palpitaciones se habían normalizado. Quizá
sería una baja de tensión. Así que, para salir de dudas, le tomé la presión
arterial y me di cuenta que le había subido.
— ¿Tiene pesadez en la cabeza?
— Un poco. Pero nada de lo cual se puedan preocupar.
— ¿Se tomó la pastilla de la tensión? — preguntó Maurizio en tono
alarmante.
— Si.
— ¿Y qué comió?, los niños de kids I esta mañana estaban viendo
películas. Comió palomitas de maíz, ¿verdad? — pregunté mirándola
fijamente.
— Unas poquitas, no más— dijo recostando su mentón del bastón.
Cuando Irma me dio esa respuesta, tanto Maurizio como yo, entendimos
todo. No hacía falta ser un experto en medicina para conocer que el exceso de
sal, no es bueno para la salud, sobre todo para pacientes con tensión arterial.
De inmediato, llamamos a su hija y esperamos poco tiempo para que llegara,
la chica trabaja en una tiendita ubicada en la misma cuadra donde se sitúa el
jardín infantil. A ella le di sus advertencias, y le pedí que intentara hablar con
su madre, referente al tema de cuidar su alimentación. Mis indicaciones la
intrigaron un poco, pero supe calmarla al decirle, que no había nada grave
porque preocuparse, lo que debía hacer era ocuparse. No había pasado nada.
Así que, por último, me agradeció el gesto preguntándome el costo de mi
consulta, que por supuesto no iba a cobrarle. Se molestó, no estuvo de acuerdo
y por más que insistió, le respondí que no.
Me despedí de Irma, y Maurizio hizo lo mismo, ambos salimos del jardín
acompañados por Bea, su hija. Al despedirnos en la puerta, ella me entregó
una barra de chocolate, que le proporcionó cierto alivio al observar que la
acepté un poco resignada ante su insistencia de querer valorar mi trabajo con
algo que fuese más que las gracias. Por último, intercambiamos números
telefónicos y le pedí que cualquier cosa que observara, no dudara en llamarme.
*
En cualquier momento va a oscurecer. Voy conduciendo por la autopista y
tengo a Patricia a mi lado, recuerdo que debo devolverle una llamada a mi hija
Fiorella, no he hablado con ella hoy. Este fin de semana me devuelvo para
Costa Rica y me quiero llevar a Patricia conmigo. Es complejo, porque vivo
con dos mujeres, que son mis hijas. Pero creo que ellas podrían divertirse en la
semana santa, y yo puedo lograr pasar unos días felices con Patty. Así logro
entender, las señales de este encuentro.
— ¿Cómo supiste que trabajo en ese jardín infantil? Y mejor aún
¿Cómo convenciste a Irma para que te dejara pasar? ¡Esa señora no es fácil!
Nada fácil de convencer — comenta Patty, moviendo su cabeza de un lado a
otro.
— ¿Con quién crees que estás hablando tú? — respondí mirándola
pícaramente.
—Tonto. — dijo, entre risas.
— Permíteme comentarle una cosa. — La miro de forma interesante.
— ¿Qué será?
— Tengo que confesarle, que tengo el placer de estar conquistando a la
doctora más bella del mundo.
Patty se sonroja, lleva su mano a mi barbilla y la acaricia, permitiendo que
mis labios busquen dar con la yema de sus dedos, para poder besarlos.
— Gracias bogotano. Y eso que no me viste atendiendo el caso anterior.
Un niño se tomó un poquito de detergente, porque le sabía a coca cola — yo
solté una risa al escuchar esa anécdota. — ¡Me encantan los niños! — expuso
exhalando un corto suspiro.
— ¿Y los viejos no le gustan doctora? —pregunté tan pícaramente
como pude.
— ¡Me fascinan! — dijo con voz sexy y acercándose rápidamente a mi
mejilla, para robarme un besito.
— Con eso que acabas de contarme, me hiciste recordar, que yo una vez
me bebí un poquito de querosén. Casi infarto a mi madre. No sé cómo estoy
vivo. ¿Será por eso que sufriré del estómago? — dije, riéndome.
— ¡Ay dios mío! Que peligro bogotano. Pobrecita la señora Amelia. Me
imagino su angustia. ¡Qué susto! Eso que te bebiste fue una bomba de tiempo.
— Totalmente. Pero, cambiando de tema; quiero compartirte, que el
domingo me devuelvo para Costa Rica. Tengo que regresar a casa, con mis
dos mujeres — me rio al decir esto, ella sonríe—además que soportar el calor
que hace acá, ha sido terrible.
— El calor que has pasado aquí, podíamos experimentarlo en Playa
Jacó. Podría empezar por romper la consigna que te di y finalmente darte mi
número.
— Creo que ya es hora de que me des tu número telefónico. Digo, no
tienes a mas nadie en Costa Rica que te pueda ir a buscar al aeropuerto, ¿no?
— me rio al decir esto.
— No. No tengo a nadie que me busque en el aeropuerto.
— Pronto, prontito irás a visitarme. — Le agarro la mano y me la llevo
directo a mis labios, la beso. Siento que ella tiembla.
— Ahora mismo, no tengo dinero para comprar un pasaje.
— A ver jovencita, y usted, ¿acaso piensa que yo voy a permitir que te
pagues un pasaje? — ella no responde. Sólo sonríe forzadamente — creí que
me conocías. — Siento que ella se ríe.
— Ya veremos qué pasa. Maurizio quiero ir a bailar. Entiendo
perfectamente que puedas estar cansado, pero… ¿Serias capaz de ir a una
disco conmigo?
Al escuchar su petición, me volteo a verla y la miro fijamente. Ella me
sonríe pícaramente.
— Pero por supuesto que vamos a ir a esa disco. Si algo que me encanta
hacer, es bailar.
— Gracias. Muchas gracias. — Patricia me sonríe, yo le guiño el ojo y
continúo conduciendo.
*
El siguiente paso de Maurizio, fue conducir hasta una disco de esas que
suelen visitar las personas adultas contemporáneas, las cuales los chamos de
veinte años, no toman en cuenta. La sociedad ha cambiado, ya los jóvenes no
bailan merengue, si no reggaetón. No es mi caso, amo bailar, aunque no se me
dé del todo bien.
Al llegar a la disco, empezamos a escuchar música colombiana
Me gusta este lugar. — dijo con voz alta, mientras rodea con sus manos mi
cintura y me mueve al ritmo de la música.
— Viste, hasta te recomendé una disco divertida— le respondo al oído.
La música es fuerte y debemos hablar alto para entendernos.
— Gracias, muchas gracias por hacerme conectar con mi tierra. ¡Que
viva Colombia vea!
Consciente de que me gusta el baile, le jalo el brazo a Maurizio para
acércanos a la pista y comenzar a bailar; él me pregunta si quiero tomarme
algo, le respondí gritando que no deseaba tomar nada.
Decidí desafiarlo con mis movimientos, que hacían exteriorizar mi lado
femenino y mi entusiasmo por tenerlo frente a mí; explorando mi contacto con
él, lo invité a dejarse seducir por la vibración de mis caderas. La conexión,
entre nosotros es tan fuerte que empezamos a encender el fuego que
guardamos tanto tiempo. En ese momento nos dejamos llevar, yo coloqué sus
manos sobre mi cintura y dándole la espalda, le pedía que siguiera mis pasos
rápidos conducidos por la música. Él comienza a bailar el vallenato de manera
rítmica (colombiano al fin), y yo aumenté velozmente mi danza; ahora
teniéndolo frente a mí, nos reímos, lucimos tan felices, que por este momento
me siento bendecida de vivir junto a él, este encantador encuentro.
Tengo que decir que Maurizio posee un extraordinario swing, ya que
puedo observar claramente su sabrosura para el baile. Debido a su capacidad
de entregarse a este género bailable proveniente de su país, decido mostrarle
mi lado sexual y lo jalo por la corbata azul, direccionándolo hacia otro lado de
la disco. Él me abraza por la cintura y con voz erótica dijo, «si te sigues
moviéndose así, no respondo de mis actos. No me retes jovencita». La idea de
que aquel baile terminara en un orgasmo feliz, pasó de inmediato por mi
mente, y sólo pude soltar una risa picara al escucharlo. Así que me tocaba
seguir poniéndome creativa y recurrir a todo lo que mi cuerpo quería ofrecerle
a él.
La música colombiana comienza a animarnos más y aunque no esté para
nada abrigada, tengo calor. La corbata, a él parece molestarle y comienza a
quitársela, yo por mi parte al verlo tan varonil empiezo a acumular sonrisas
pícaras que me hacen levantar mis cejas y mostrar mi dentadura.
El vallenato nos lleva a cantar, gozando de la energía potente que nos
produce bailar esta música folclórica de la costa del caribe colombiana. En
este momento, él está haciendo que su corazón acompañe sus sentimientos en
la letra de cada canción que suena. Se disfruta esa música típica de su país,
permitiendo que, como venezolana, yo experimente otra música tradicional,
que no imaginé nunca bailar. La única diferencia, es que, en mi país, la música
llanera no se manifestaba tanto como el vallenato en Colombia.
Otra vez siento que necesito cambiar de posición, le tomo la mano y él me
sigue, ahora ubicados en otro punto de la disco, el baile aumenta de
exaltación; siento cada vez más calor, él estira sus brazos hacia adelante y
coloca la corbata sobre mis hombros, al punto de estirarla y como si tuviera un
ligero toque alcohólico, Maurizio comienza a moverse suavemente al compás
de la música. Su corbata tomó un papel de hilo, un hilo no precisamente rojo,
pero si sexy, que hicieron que él se moviera pícaramente, mientras sale de su
garganta su acento colombiano cantando las canciones; la música suena cada
vez más fuerte, y ahora yo me le pongo a un lado y comienzo a dar vueltas
moviendo rítmicamente mi cintura, él hace lo mismo, acompañándome en este
gozo espontáneo, que parece no calmarse porque ambos estamos muy
eufóricos.
Yo trato de absorber al máximo este momento que no esperaba vivir. Lo
inesperado siempre es hermoso, definitivamente sí.
— Esa canción que va a sonar me gusta.
Se escucha la melodía de una cumbia y de repente se oye, un “ay hombe”;
y como para confirmar sus palabras, Maurizio me toma de las manos, me
acerca a él, y ya con un ritmo más bajo comenzamos a bailar muy pegaditos,
tal y como si estuviésemos escuchando un bolero. Por un momento me siento
tan colombiana como él. Todo es cuestión de saber, que jamás podemos
desligarnos de nuestro país. Confieso que compartir con una persona de otra
nación, su cultura y su música, es muy interesante, hace de la relación un
efecto especial, una magia única o por lo menos así lo siento yo.
Me agarro el cabello y me lo amarro con una de mis pulseras a causa del
calor, veo que él saca de su bolsillo un pañuelo, y sin dejar de cantar, lo
desplaza por mi frente y mis mejillas. Yo le sonrío, lo miro fijamente y él me
devuelve esa sonrisa con la misma ternura, me mira como un hombre que ama
a una mujer. Definitivamente sí, estoy con el hombre que amo. Hoy estamos
armando nuestra historia, viviendo el aquí y el ahora.
Me llevo mis manos a su rostro, acaricio su cabello y bailamos mucho más
pausado. Su olor, definitivamente cada día me convenzo más de que ese
olorcito a colonia cara me enloquece, respiro y me permito sentirlo, una, dos,
tres veces.
— ¿Me deseas? — le pregunto acariciándole el cabello.
— Mucho— me responde muy cerquita — te deseo mucho. ¿No tienes
ganas de hacer el amor conmigo? — respira cerca de mi boca aceleradamente.
— Demasiado cachaco. — le acaricio el rostro y desplazo velozmente
mi dedo pulgar por sus labios.
— ¡Vamos! — me responde tomándome de la mano y conduciéndome
hacia la salida de la disco. Yo sonrío pícaramente y le pregunto.
— ¿A dónde vamos?
— A amarnos.

CAPÍTULO 13
AMAR DESPUÉS DE HABER AMADO.

Llegamos al apartamento ejecutivo donde me estoy hospedando estos días


que pasaré en República Dominicana. Patricia no dice nada, aunque al mismo
tiempo dice mucho. Se sienta en el sofá de la sala, su mirada la visualizo tierna
y al mismo tiempo, veo el rostro de una niña ingenua.
— ¿Quieres tomarte una copa de vino? — le pregunté viéndola
pícaramente. Lo único que en estos momentos imagino es estar besándola
muchas veces.
— La copa que me gustaría tomarme es otra, y no es precisamente de
vino. — respondió, con un tono de voz dulce y a la vez placentero.
Coloco la botella en la barra, me divierte observar que esta noche Patty sea
muy espontanea. Se acerca hacia a mí, intentando provocarme, yo por mi parte
acepto el reto que se ha planteado de seducirme. Ella me da la espalda, se echa
su cabello a un lado y luego me dice:
— Me puedes ayudar a bajar el cierre de esta blusa, que me está
incomodando ¡Por favor! — su petición viene cargada de energía y mucho
vigor.
Su cuerpo tiembla apenas acaricio sus hombros y comienzo a bajar el
cierre de su blusa escotada color rosa; finalmente al bajarlo por completo,
puedo sentir la suavidad de su piel y observar su fina cintura; escucho sus
gemidos, huelo su cabello, le respiro muy cerca de su oído, disfruto su olor
extremadamente femenino, esa fragancia floral con olor a rosas, que conforme
pasaba el tiempo, más me gustaba.
— ¿Recuerdas ese perfume? — pregunta con la voz enardecida, al
sentir el contacto de las manos de un hombre completamente vestido, ante una
parte de su cuerpo casi desnuda. — Es el mismo que usaba cuando trabajaba
contigo.
— Justo como lo recuerdo — respondí con mi pasión saliendo por la
boca, por los ojos, por los poros.
Mis manos cariñosas, continuaron acariciando su espalda, como si esa
parte de su cuerpo fuese exclusivamente mía. No me dio tiempo de girarla
para tenerla frente a mí, Patty deja caer su blusa, y de inmediato se voltea; la
parte de arriba de su cuerpo es cubierta por un brassier color negro. Acaricio
su cabello, dedicándole un mimoso tacto, contemplo su atrayente abdomen,
que, en muchas de mis tentaciones, imaginé besar; su dedo índice se mueve
lentamente por la punta de mi nariz y se pasea por mi boca. Yo dejo que mis
manos se claven en su espalda, y acariciándola muy de prisa, aprieto aún más
su cuerpo contra el mío.
— Me imaginé este momento tantas veces Maurizio — dijo acariciando
mi cabello, jadeando con abundante placer, tocando mis labios con los suyos,
manteniéndose a la vez dulce y delicada. Pero cuanto más delicada se volvía,
más sentía el calor en mi cuerpo.
— Desde que nos volvimos a ver solamente pienso en hacerte mía, en
tenerte abrazada a mi pecho, aunque debo confesarte que mi realidad ha
superado mi imaginación. — dije, con la voz ronca del mismo deseo que
siento.
Ahora sí, me propongo complacerme a mí y complacerla a ella, comienzo
por desabrochar su brassier, y es entonces cuando observo su pecho desnudo,
aquello hizo que todo mi cuerpo se erizase. Mis manos sólo quieren
acariciarlos, mi boca desea tener la paciencia y el tiempo para degustarlos, y
sentir que me pertenecen.
Su cuerpo quedó inmóvil y ahora sus manos, desabotonan mi camisa color
blanca, después de soltar el último botón, con delicadeza acaricia mi pecho al
mismo tiempo en que me ve con amor y yo la miro, admirando sus ojos en
completa adoración. Dejé que ella me besara, y descubriera que esos pequeños
besos que me concede por todo mi pecho, me hacen expandir gozo, me
emocionan y relajan. Ella se detiene, sube la mirada y viéndome fijamente me
declara que me ama.
Te amo. — La sensación de plenitud con la que me pronunció ese te amo,
me hizo sonreír, ciertamente está frente a mí una mujer completamente
radiante. Como necesité escuchar ese te amo de sus labios; ahora yo
necesitaba decírselo, de manera que tenga la certeza de que es correspondida,
y que lo único que deseo es estar con ella. No sé si eso nos pueda costar o no,
pero el sacrificio que pudiéramos hacer por estar juntos, era lo que menos me
interesaba ahora. Patricia tiene una juventud por delante, y yo una gran
experiencia e independencia de la vida. El destino barajo nuestra historia, y
hoy estamos corriendo el riesgo de vivirla.
Empiezo a sentir que el calor se expande por todo mi cuerpo y sé que ella
siente lo mismo. Suavemente llevo mi mano a su mejilla y la acaricio muy
despacio, ella cierra los ojos y disfruta de ese gesto de amor que pretende
expandir deseo. Su cuello de inmediato se puso colorado.
— Te amo. — respiro hondo al decir esto. — ¡Te amo! — le repito muy
cerca a sus labios, a una distancia reducida que daba apertura a un primer
beso. — ¿Qué voy a hacer contigo jovencita? — respiro desesperado por
sentirla dentro de mí.
— Amarme Maurizio. Amarme hoy, mañana, pasado mañana, en esta
vida, en la próxima vida. Amarme siempre.
— Te puedo garantizar que así será.
Los ojos de Patricia, se iluminaron al escucharme y de inmediato conseguí
besarla. ¡Primer beso! Por fin descubría el sabor de sus labios, por fin siento el
placer que me produce su boca. Es un beso donde la presión aumenta y acelera
el ritmo cardiaco. Es un beso que era necesario, y que a partir de este instante
cambiaria nuestras vidas.
Nos agarramos las manos y entrecruzamos nuestros dedos, mientras
continuamos emitiendo todo este amor y complicidad que sentimos el uno por
el otro. Poco a poco la frecuencia de aquel beso se fue reduciendo, pero mi
deseo no se recorta, contrario a eso, lo único que quiero es hacerla mía.
Lentamente nos separamos, vuelvo a acariciar su rostro, me acerco a su
frente, la beso, y sin quitarle la mirada de encima, le extiendo mi mano. Ella
sabe cuál es el paso que sigue ahora.
Patty me toma la mano, luego yo la dirijo hacia mi pecho y así la conduzco
hacia el pasillo que da con las habitaciones.
La muevo frenéticamente, y la pego contra la pared, justo al lado está la
puerta.
— ¿Me deseas? — pregunto con la respiración acelerada.
Sigo sintiendo calor en mi cuerpo.
— Si. — responde viéndome fijamente a los ojos, sus pupilas se dilatan
y su respiración, cada vez es más fuerte y rápida.
Yo me aproximo a su boca. Siento que su piel está erizada, y esa señal es
una prueba inconfundible. ¡Me desea!, me desea como yo la deseo. Sin
despejarme de ella, estiro mi brazo y abro la puerta de la habitación.
No es la primera vez que siento a Patricia temblar tanto. Está temblando
mucho más, que cuando la ponía en aprietos o cuando la seducía. Aun así, me
fascina sentirla vulnerable, me fascina ver lo hermosa que es, sus ojos claros,
su cabello ensortijado, su contextura delgada, su alargado cuello. Percibo a
Patricia, como un pintor que admira su obra de arte, la miro con el corazón
explotado de amor. Quiero experimentar una noche mágica a su lado, una
noche encantada por la belleza de sus ojos color marrón claro, el amor que me
refleja en ellos, es tan fuerte como el que yo siento por ella. Deslizo mi dedo
índice, por su labio inferior, ella inhala y me siente desde el placer.
— Por favor, ámame ahora. — dijo, lo suficientemente excitada, para
que la obedezca.
— Siempre, siempre voy a amarte.
En ese momento pienso que las palabras, preguntas o frases no me sirven
de nada. Simplemente voy a hacerla mía. Patricia cierra los ojos y vuelvo a
demostrarle que la amo a través de otro apetecible y penetrante beso. Ella
desplaza sus manos por mi cabello, y yo acaricio su espalda, sus brazos,
disfrutando de este contacto deliberado que ahora tenemos, sintiendo que
ahora somos dos aventureros, que deciden amarse por primera vez. Mi
corazón late de alegría, saber que ahora mis días serían más felices que otros,
me hacía crear un paisaje, que lleva por nombre “Patty”.
Beso a Patricia con más ímpetu, ella acaricia mis hombros, y clava sus
uñas en mi espalda; me despejo de ella sólo un poco, y sostengo una mirada
penetrante, Patty se sonroja, le brilla la mirada y su piel se colorea más pálida;
esos gestos ingenuos que hace, como el mirarme tímidamente, me refuerzan
mi masculinidad. Ella despeja su cabeza de la almohada, y se aproxima a mi
boca, quiere besarme, pero yo se lo impido. Enredo mis dedos en los rulos de
su cabello, y reconociendo el poder que tiene mi voz sobre ella, le dije:
— Patricia te amo, te quiero, te deseo, me encantas, eres realmente
bella.
— ¡Maurizio! Yo…
No dejé que continuara, me acerqué a sus labios y la besé
Mi intención es amarla toda la noche. Y así lo hago, cuando la siento
dentro de mí, la abrazo para tener la seguridad y evidencia de que en verdad
está conmigo. Siento la misma sensación por parte de ella, quien se esconde en
mi cuello y me besa, como para certificar que sí, estamos juntos, que en efecto
hacemos el amor de verdad.
La siento dentro de mí con más fuerza, la miro con placer, le respiro cerca
de sus labios, escucho sus gemidos, como pronuncia mi nombre, le repito que
la amo al oído. Que la amo más que a nadie en este mundo. Ella me acaricia el
cabello, me abraza, me acerca a su boca, y yo, la beso.
Beso a Patricia, como si fuese la primera vez, la beso y la disfruto más que
antes, la beso porque quiero que este momento sea inolvidable, la beso porque
ese beso se detuvo, estuvo clausurado en nuestro pasado, en esos momentos en
que los dos convivimos a través de las cuatro paredes de mi oficina. Beso a
Patricia, porque este beso nos recuerda nuestro amor, ese amor que yo estuve a
punto de perder; la beso, porque sus labios despiertan mi sensibilidad para
amarla, porque este beso, despierta mi deseo de estar con ella, mi esperanza
para amar después de amar.
Definitivamente en este momento de amor, se encuentra toda la alegría que
había desperdiciado vivir al lado de esta mujer. Por suerte, he sido un hombre
que siempre ha creído en las segundas oportunidades. Y hoy he ganado la
batalla, hoy le entrego a Patricia mi corazón. Hoy le repito que la amo y la
deseo, ya no continuo en silencio, ahora me doy la oportunidad de honrarla y
perderme en su belleza.
— Te amo chamita— vi en sus ojos esa ilusión de centenares de veces
que soñó, con tenerme a su lado.
— Te amo bogotano. Te amo.
Aquel gesto que para muchas parejas se puede convertir en
verdaderamente simple, en este momento simboliza nuestra propia lucha por
estar juntos.
*
Me desperté con sus brazos alrededor de mi cintura. Con los ojos entre
abiertos, observo una claridad del sol que proviene de la ventana, al parecer se
nos había olvidado cerrar las persianas. Paso mis dedos por mis ojos
intentando abrirlos completamente, aunque realmente, lo único que quiero es
seguir durmiendo a su lado. Así que, reposo mi cabeza en la almohada, y
acomodo sus manos sobre mi abdomen, para sentirlas más cerca de mi piel.
De repente siento que me besan la mejilla, y un acentico colombiano, me
susurra al oído:
— Buenos días chamita.
Sus manos volvieron a acariciar mi cuerpo. Yo me sonrojo, y me muevo,
quedando frente a él. Observo su mirada, sus rasgos físicos, sus cejas
prominentes, labios finos, nariz perfilada, y grandes ojos negros, le sonrío de
nuevo y pienso que sigue sin aparentar esos cincuentas años que tiene.
Acaricio su cabello negro azabache con apenas algunas canas y le robo un
pequeño beso en los labios.
— Te confieso que siempre detesté que me dijeran chama.
— ¡Ah!, ¿sí? — él me mira pícaramente. Y me aprieta contra él. — Es
decir, que detestas que cariñosamente te llame así.
— No vale. De tus labios suena tan…— me muerdo los labios y lo miro
traviesamente.
— ¿Tan qué? — él me mira con deseo.
Por un momento me apeno y me escondo en su pecho, me rio a carcajadas
y él también se ríe.
— Dime. Eso no se vale. ¡Dime!
— No. No te voy a decir.
— Dime — me aprieta más contra él, y me acaricia mi cabello — dime
— me besa el cabello — vamos, dime — él comienza a reírse.
— De tu voz, suena tan sexy — me rio pícaramente.
— ¡Wow! Honor que me haces — vuelve a reírse.
— Esa voz ¡Dios mío! Esa voz tuya — me despejo, de su cuello. Me
mata tu voz — le dije, acercándose a su mejilla y obsequiándole un beso.
— Si, ya lo recuerdo — se sonroja — es pura voz baby. Tú me ves
guapo porque me amas.
Le sonrío y lo abrazo fuertemente.
— Eres guapísimo.
Él me abraza y me roba un beso en mis labios.
— No me quiero ir — me mira con ternura mientras acaricia mi cabello.
— ¿Y nos tenemos que ir? — lo miro con cara de puchero.
— Los bancos abren dentro de poco. Y como gerente corporativo, debo
estar a la hora.
— Que fastidio. — reviro mis ojos y me hago a un lado.
— Ven acá. — me agarra con fuerza y me aprieta contra él. — ¿A
dónde vas jovencita?
— Supongo que a bañarme ¿no?, como el deber te llama, don Maurizio.
¡Qué flojera trabajar un sábado!
— Si. Y que flojera irse de viaje un domingo. — él dice esto y arruga el
rostro.
— Tengo que averiguar lo de tu pasaje.
— Antes de eso, quiero hacerte una pregunta.
— ¿Es una pregunta muy importante? — me mira seriamente.
— Sí, bueno, supongo. ¿Por qué?
— Porque aún me queda tiempo, para volver a hacerte mía.
Yo me sonrío al escucharlo.
— Sí, es importante.
— Estoy seguro que esa pregunta puede esperar.
Me besa apasionadamente y yo no lo detuve. Como anhelaba sentirlo, tanto
tiempo que lo percibí cómo mi jefe, ocultando que lo amaba, hasta que un día
empecé a demostrarle que lo estaba comenzado a ver como hombre. Que no
me importaba que yo fuese más jovencita que él. Que no me importaba nada.
Que lo único importante para mí, era amarlo.
No quería salir de esa habitación, quería estar en sus brazos por horas.
Definitivamente ahora es cuando más entiendo al destino, y termino
confirmando que lo que es para ti, definitivamente, ni que te quites ni que te
pongas. Los planes son de Dios, y aunque parezca una frase repetitiva, el
tiempo de Dios sí que es perfecto. Esta es una prueba viva de estos dichos tan
comunes.
*
Ahora mientras conduzco hacia el edificio de Patricia, hago consciente,
que de ahora en adelante caminaremos alineados el uno junto al otro. Que
haríamos el amor con ganas entre semana y de manera fija los sábados y
domingos. Debemos tener siempre en nuestra mente, como permanecer en
armonía, conducirnos hacia la felicidad y no despreciar nuestro tiempo en
discusiones, conflictos, que sólo haría que nuestra convivencia se cultivara
hostil. El amor es una bendición muy grande, está hecho para cuidarlo y
apreciarlo, cualquier tentativa de amenaza o riesgo, podría destrozarlo. Es
preciso evitar al máximo caer en la monotonía, debemos hacer cosas
diferentes, salir de nuestra zona de confort, comer en lugares distintos, viajar
en vacaciones, conocer otras culturas. Yo había recorrido medio mundo al lado
de Vittoria, y mis hijas siguieron nuestros pasos. Cada viaje que realicé, me
dejó una enseñanza, hacia adentro y hacia afuera de mí mismo.
Merece la pena continuar recorriendo el mundo, ahora en compañía de la
mujer que amo. Ahora que sólo quiero ser yo, sin jugar partidas con mi ego,
que tuvo tiempo diciéndome que no era feliz porque mi esposa no estaba.
Cuando realmente no era feliz, porque mi vida no la estaba haciendo feliz yo.
Con esta experiencia aprendí, que haber sido esposo de Vittoria, no fue
solamente amarla, ser su esposo también fue respetarle la vida y el periodo de
existencia que le correspondió vivir.
Lo importante de todos estos momentos que he vivido con Patty, es la toma
de consciencia plena que he hecho, en efecto, ya no tengo ninguna gota de mi
historia personal de hace un año en mi alma, me he liberado del dolor,
quedándome solamente con las bendiciones que este proceso me dejó.
Quizá, antes era un hombre que enfocaba la mayor parte de su atención en
los desafíos del trabajo o de escribir un libro, o hasta en las dudas propias
sobre la capacidad de los proyectos de mi empresa. Un hombre con
oportunidades, pero que al mismo tiempo se colocaba inconscientemente
limitaciones. La partida de mi esposita, me regaló paz, porque me conecté con
su alma.
Recuerdo que un día, mediante un proceso terapéutico, le pregunté: ¿por
qué me abandonaste?, me acuerdo que luego, le pedí perdón. Porque ella
nunca me abandonó, yo me abandoné a mí mismo. Abandoné al hombre que
era, a la pasión por mi vida, por mi mundo. Yo dejé de viajar, dejé de pensar
en mí, y Vittoria me regaló ese vacío para que yo me dedicará a mí. Y fue
entonces, cuando comencé a pensar: ¿a dónde me provoca viajar?, no tenía ni
idea; ahí fue, cuando dije, «no existo. Soy el esposo y se murió mi pasión de
vida.» Mi terapeuta, en aquella consulta me preguntó, ¿con ella se te va a ir la
vida?, en ese momento, me di cuenta, que no podía indignarle a una mujer tan
hermosa como lo fue mi esposita, mi tristeza. La tristeza era mía, y el
abandono no era de ella, sino mío. Porque Vittoria, siempre estará en la sonrisa
que me regaló durante todos los años que convivimos juntos.
— Estas muy pensativo. — dijo Patricia.
— Estoy pensando en todas las cosas, que, de aquí en adelante debo
hacer, para que esos ojitos tuyos brillen siempre — le tomo la mano y se la
beso.
— Nuestra historia de amor ahora está en blanco, y la estamos
escribiendo de nuevo. A ver, usted que es el escritor, ¿con que frase
comenzaría nuestra historia?
— Yo la comenzaría con esta frase, erase una vez; sería como un cuento
de amor, de nunca acabar.
— Que terminaría con la frase, el cachaco y la chamita vivieron felices
para siempre. — ella suelta una sonrisa.
— ¡Uy! ¡Mire vea! Hasta el acentico colombiano, se te salió en esa
frase que dijiste. — me rio.
— Suena hermoso, ¿no crees?
— Suena perfecto jovencita. ¿Quieres que te comparta que me
enseñaste?
— ¿Qué? — preguntó un poco apenada.
— Que el amor se hizo para los valientes, para los enamorados. Y usted
y yo jovencita, tenemos todos esos ingredientes, para ser completamente
felices. Patty, yo anoche te veía y quería perderme. Yo ayer te veía, y me libré
de cualquier prejuicio, de toda limitación que pudiese en algún momento haber
creado en mi mente. Lo que más deseo en la vida Patricia, es amarte. Nunca
dejé de quererte, y decírtelo desde la libertad, me quitó el inmenso tormento
de haberme negado tantas veces a estar contigo.
— Ay bogotano, te fijas, que mientras nos amemos, nada ni nadie tiene
que detenernos.
— ¡Nada chamita! ¡Nada! — vuelvo a besar su mano.
*
Durante el camino, conversamos acerca de la diferencia entre el clima de
Costa Rica y el de República Dominicana, aunque no conozco Costa Rica, él
me señaló algunas diferencias, y yo le indiqué lo que me llama la atención de
este país, y lo que quizá poco me gusta. Él volvió a hacer énfasis en su viaje,
recordando que el día lunes tiene un compromiso importantísimo, y ya
después podía disfrutar relajadamente de la semana santa, cuando me nombra
esta época vacacional, recordé de inmediato lo del tema del pasaje, y la
pregunta que había quedado en hacerle en el apartamento, se me vino a la
mente.
— Detente un segundo.
Él estaciona el carro a una esquina de un centro comercial. Ya estamos,
muy cerca del edificio donde vivo.
— Bueno, no lo decía literalmente.
— Me pediste que me detuviera y eso hice — él voltea a verme y me
sonríe pícaramente. Me toma del brazo y me acerca a él, con intención de
besarme. Sin embargo, yo me aparto, y me vuelvo a alejar. Él sube las cejas y
cruza los brazos. Me quedo en silencio e inmóvil, realmente no sé porque
donde empezar. La cabeza, me empezó a dar vueltas y no comprendo qué está
pasándome.
— ¿Qué sucede? ¿Por qué te apartaste así? — él me habla seriamente.
Me mira fijamente, esperando una respuesta.
— Discúlpame. — dije apretando los labios.
— No me has respondido.
— Desde anoche tengo a tus hijas en la mente. No sé, me dirás loca,
pero yo tengo un mal presentimiento Maurizio. Y no sé… no me las puedo
sacar de la cabeza. — cruzo los brazos.
— ¿Mal presentimiento?, y con mis hijas. — él arruga el rostro,
extiende su brazo, y acaricia mi cabello, enredando sus dedos en mis rulos. —
Jovencita, yo lo que pienso, es que usted está ansiosa. Y quizá haya una
partecita de su subconsciente, que este atrayendo pensamientos negativos
asociados, a lo que puedan pensar mis hijas sobre nosotros.
— No. No, eso no es. Yo me siento muy segura. Sabes, mejor no
reforzar esto. Seguro son tonterías mías.
Le extiendo mi mano, él la toma, y la ubica en su corazón.
—¿Sientes? — me mira fijamente. No puedo evitar sonreírle tiernamente,
de inmediato imagino que el cuello lo debo de tener rojo.
—Si.
— ¿Qué sientes? — me pregunta con esa voz, tal cual profesor
evaluando a su alumna.
— Que los latidos de tu corazón, sólo se centran en nuestro amor.
— Vale. — me sonríe cándidamente. — Baby, quiero compartirte una
cosa, los cambios duelen, perder a alguien duele, olvidar también duele. Pero,
el peor de los sufrimientos, es no vivir nuestra vida, por pensar en el que dirán.
Ya mi corazón no necesita sufrir más. Ya fue suficiente. Yo permanecí
abrazado a el dolor por un buen tiempo, y mis hijas lo saben, ya es hora de
pensar en mí. Aún tengo salud, y si Dios quiere, me quedará una vida por
delante, la cual estoy dispuesto a vivirla a plenitud contigo. Mis hijas lo van a
entender.
Después de escucharlo, me quedo en silencio. El miedo se desaparece, y
ahora pienso que tuve una reacción de adolescente. Ahora sí que estaba
asombrada, de mí misma, porque de pasar a estar feliz con el hombre que amo,
ya iba dispuesta a generar una conversación que estaba enfocada en el
conflicto. Sin embargo, sus palabras, su presencia, su tono de voz, su sonrisa,
me hicieron obtener confianza.
— Te amo, y yo también estoy dispuesta a vivir mi vida a plenitud
contigo. — le sonrío tiernamente.
— Aprendes rápido. — él me guiña el ojo, me sonríe pícaramente.
Tiernamente me acerca hacia él, me da un abrazo y me besa el cabello.
CAPÍTULO 14
LA DISTANCIA.

Patricia y yo, estamos distanciados de nuevo. El día domingo viajé para


Costa Rica, y hoy lunes, estoy en una conferencia en Escazú, me he pasado la
tarde hablando de mi libro sobre Neurociencia y felicidad. Las preguntas de
los periodistas, siento que son las mismas: ¿Por qué he escrito sobre la
felicidad? ¿Qué hago para sentirme pleno y feliz? ¿Cómo construyo una vida
realmente plena?…
Terminadas las entrevistas, converso con los editores y nuevamente, siento
que me preguntan lo mismo: ¿Qué haces para inspirarte?, intento saborear el
vino que me han obsequiado, y disimular la pereza que me producen esas
preguntas, porque debo ser simpático y desempeñar mi rol de escritor.
Después de almorzar, y hablar de todo, nos despedimos y yo vuelvo a casa
con mis hijas. Estuvimos los tres juntos durante todo el día, y al caer la noche,
decidí llevarlas a cenar. Al llegar al restaurante, pedí una botella de vino y me
senté con ellas, permanecimos bebiendo y hablando sobre la vida.
— Cada día estoy más feliz. — comenta Fiorella, con una sonrisa
hermosa.
— ¿A qué se debe tanta felicidad? — pregunto con aires de interés.
— A que estoy contigo pa. A que Jorge y yo mantenemos, una relación
basada en el respeto, el amor y la confianza. A que mi hermana, ya pronto
comienza la universidad.
— Me ha gustado que me hayas nombrado. — le respondió Camila
sonriéndole.
— Siempre te tengo presente hermanita. — Fiorella mira a Camila y la
abraza. Luego voltea a verme. — Qué bendición tener como papá, Maurizio
Antonucci. Eres un padre valioso.
— Hija, eso que dices es muy sabio de tu parte. — me sonrío y luego
suelto una risa. Fiorella me mira de forma desafiante, y se vuelve a reír.
— Mi padre, y su humor negro. — Camila se sonroja al decir esto.
— Bueno… ya hablando en serio. Me voy a poner serio. — me aclaro
la garganta.
— ¡Si! ¡Por favor! — Fiorella cruza los brazos, aguantando la risa que
le produjo mi respuesta.
— Quiero decirles, que cuando su madre descansó, y partió de este
plano terrenal, lo primero que le pedí, fue que me diera fuerzas para lidiar con
todas las responsabilidades que de ahí en adelante me tocaba asumir. A medida
que pasaba el tiempo, pude observar que con mis altos y bajos, yo aprendía a
ser mejor cada día a través del amor de ustedes. Y entonces, entendí, que todo
era más fácil de lo que pensaba. Ahora las veo transformadas en dos
mujercitas, bien preparadas, inteligentes, educadas, estudiosas. Con un
grandioso futuro por delante. Estoy seguro que Vittoria, está tan orgullosa,
como yo lo estoy de ustedes. Y deseo de corazón que todos nuestros días sean
como estos, que hemos estado viviendo este tiempo que tenemos acá en Costa
Rica.
— ¡Pura vida! — responde Fiorella con los ojos aguados.
— Espero que siempre podamos continuar el camino hacia la felicidad.
— dije, mirándolas, como lo que ahora soy, un padre orgulloso.
— Te amo papá. — Camila, se pará de la silla y me abraza.
— ¡Ay no! ¡Falto yo! — Fiorella se pone de pie y me abraza del otro
extremo.
En estos momentos, doy gracias a Dios por la vida digna y llena de amor,
que les he dado a mis hijas. Fiorella y Camila, arrearon su vida con valor y
madurez, aún a pesar de la ausencia física de su madre (porque sé que Vittoria
donde quiera que este, está siempre con nosotros). Mis hijas tuvieron el valor
de seguir adelante; siempre les recordé que debían luchar mucho para
conseguir lo que quisieran, que nunca tuviesen miedo a lo que pudieran pensar
los demás; que la vida cambia, pero los seres humanos también cambiamos. Y
este cambio drástico, en la vida de nosotros como familia, nos ofreció la
posibilidad de transformarnos, por suerte, Dios es bueno y nos obsequió a los
tres el entusiasmo y las ganas que, por un momentico, sentimos que habíamos
perdido. Ninguno de los tres sintió remordimiento, ya que, desde el día uno, en
que supimos el diagnóstico de cáncer de Vittoria, como familia nos centramos
en servir y ayudarla, todo a causa de su bienestar. Estoy consciente, que Dios
también me dio fuerzas para enfrentar esta dura misión de vida, que me hizo
acompañar a mi esposita en su lucha, esa lucha que nos hizo ser felices a pesar
de todos los riesgos.
*
Me había convencido a mí misma, que estos malos presentimientos sólo
eran cosas mías. No entendía, porque seguía pensando en eso. Cuando
acompañé a Maurizio al aeropuerto para despedirlo, yo sentí algo, pero no
logré identificar que fue. Algo me decía que no todo estaba bien. Por esa
razón, lo besé y lo abracé con muchísima fuerza, evitando mostrarle la
ansiedad generalizada, que me producía su viaje a Costa Rica. Apoyé mi
cabeza sobre su pecho y le afirmé cuanto lo amaba.
— ¿Baby que pasa? — me toma con sus manos, por mis mejillas.
— ¿Qué pasa de qué?
— Tu expresión está muy tensa. Me dejas algo inquieto. Me quieres
compartir, que tienes.
Callé en ese momento, sin saber qué respuesta darle. A los pocos segundos,
me reí, tratando de verme espontánea, y mostrarme relajada. Lo abracé de
nuevo, y le respondí que eran cosas de él, que yo estaba bien y que por mi
mente no pasaba nada.
— ¿Segura? De verdad, ¿no me estás ocultando nada?
— Nada. — lo abrazo más fuerte.
Desde el momento en que Maurizio me llamó para indicarme que ya estaba
en Costa Rica, supe lo que es un verdadero alivio, cuando tienes un mal
presentimiento. Sin embargo, la inquietud no se me iba. El día martes, cuando
nos volvimos a comunicar, le comenté:
— Ayer te mentí. — dije.
— No te entiendo.
— Ayer te mentí cuando me llamaste, y me preguntaste porqué estaba
tan distante. La verdad es que no me siento bien. No sé porque tengo un mal
presentimiento, desde ese día que salimos de tu apartamento. Te juro que
intento hacerme la loca, borrarme de cualquier idea. Pero es algo, que está
siendo más fuerte que yo.
— ¿Qué sientes exactamente?
— No sé Maurizio. Es como una inquietud. Me siento angustiada por ti.
— Baby, por acá todo está bien. Estoy en casa, mis hijas están conmigo,
y el miércoles salen de viaje con Mónica. ¿Te comenté que ella también está
viviendo acá?
— No. No me comentaste, y la verdad, tampoco es que ahora me
interese mucho. — me doy cuenta que comienzo a hablar de forma ansiosa.
— A ver baby, calma, tranquila. Lo único que yo necesito en estos
momentos, es tenerte acá conmigo. — cuando lo escucho decirme eso, las
piernas comienzan a aflojárseme, y de inmediato comienzo a temblar. Es
increíble, que aun su voz, me siga poniendo nerviosa. — Así que, mañana
sacaré tiempo para ir a comprar tu pasaje.
— No sé, si ir a Costa Rica. — le respondo firmemente-
— Bueno, lamento desilusionarla señorita. Pero usted, tiene una cita
pendiente conmigo. — de nuevo su voz me hace temblar. además, que me
entristeció mucho, que no hayas podido acompañarme a la conferencia de mi
libro.
— Si claro, te entristeció tanto, que ni siquiera me compartiste nada de
esa noticia. Me tuve que enterar por las fotos de tus estados en WhatsApp.
— Ya te lo conté, pero te lo voy a repetir. No te dije nada porque era
difícil pedirte que me acompañaras, sé muy bien cuanto hubieses querido
haber estado conmigo. Pero créeme, que durante toda la presentación pensé en
ti. Y ahora, es qué, quedarán muchos eventos, a los cuales iremos juntos.
— Bueno, ya no sé si confiar tanto en ti la verdad— hablo como niña
caprichosa.
— Señorita, nunca podemos juzgar las decisiones de los demás, porque
cada uno sabe porque razón las toma. Una cosa es suponer que yo no quise
decirte, porque no me dio la gana. Y otra, es que esa haya sido la verdadera
razón, por la cual yo no te comenté nada.
— Ok. Perdóname la intolerancia. — dije, con voz suave.
— Tengo muchas sorpresas para ti. Así que vente preparada.
— Vale. Eso haré.
— ¿Dónde te llegó el beso que te envié? — preguntó, con voz varonil y
sexy.
— Ja, ja, ja, ¡ay Dios mío! Ese mensaje que me enviaste. — me rio, con
tan sólo recordar ese pequeño texto que me envió por WhatsApp.
— ¿Te gustó? — dijo, en un tono muy erótico.
— Si, estuvo muy rico. — respondí un poco apenada.
— No me has respondido, ¿dónde te llegó el beso? — repuso, con el
mismo tono placentero.
— Directamente a mis labios.
— Prepárate, porque me debes muchos besos, y yo soy muy buen
cobrador.
— Ja, ja, ja, te voy a pagar esa deuda completita— me vuelvo reír-
— Más te vale jovencita ¡Más te vale!
— Te mando un beso.
— Un besito rico — pronunció él, con voz picara.
*
Hoy es jueves, y me encuentro en el aeropuerto esperando el vuelo que
sale de Santo Domingo para San José. Le mentí a mi hermano, y le comenté
que había conseguido dar con una oferta para viajar a Costa Rica, finalizando
mi discurso diciendo que, después de tanto trabajo, merecía disfrutar de estos
días vacacionales. Se nota que es época de semana santa, porque el aeropuerto
está repleto de gente. Desde que salí de mi casa, hice que el mal
presentimiento lograra disolverse de mi mente, la noche anterior estuve
meditando y considerando que nada malo va a suceder. Recé, me conecté con
Dios y la Virgen, y sentí, que ella me entendió y lo hizo porque ella también
vivenció el verdadero amor.
El sol en Dominicana, no había cambiado de posición, recordé a Maurizio,
si el domingo antes de volar a Costa Rica continuó quejándose del clima,
ahora estuviese al borde de la locura, la temperatura cada día aumenta más en
este país. Mientras espero para abordar, lo que siento es un frio que me hace
temblar, y mi cuerpo no tiene tranquilidad; me he puesto dos chaquetas más
dos bufandas, para ver si así, la paz climática llega a mí. Luego cerré mis ojos,
y comencé a intentar descansar un poco, respiré una dos veces, dejando salir el
aire, y conectándome con la energía positiva. Fue entonces, cuando decidí
vincularme con mis recuerdos.
Después de una hora de meditación, caí completamente dormida en la
cama. Maurizio me había comentado que saldría tarde de la oficina. Pero que
sí alcanzaríamos a vernos, antes de que mañana lo despidiera en el aeropuerto.
Lo había imaginado toda la tarde saliendo hasta Costa Rica, y mi corazón
acelerado por volver a tenerlo cerca de mí. La atención plena con la que tuve
conexión para llegar a dar con mi momento presente, me hizo concentrarme en
lo que tengo en mi aquí y en mi ahora; porque definitivamente, ya mis
pensamientos distorsionados asociados a un presentimiento sin sentido, me
estaban causando una actitud de desencanto a cerca de lo que me ocurría en
este instante. Debo estar contenta, y no arruinar mi encuentro con él,
solamente por entregarle importancia a pensamientos que no eran visibles.
Mi teléfono celular suena, tengo un sueño profundo, y no pretendo atender;
vuelvo a escuchar el sonido, y aun con los ojos cerrados, extiendo mi brazo
hacia la mesa de noche, y cojo el móvil. Atiendo la llamada.
— Alo.
— Estás dormida jovencita. — dijo, soltando una risa.
— Sí, sí lo estoy — bostezo y le digo — el día estuvo bastante atareado,
pasé la tarde atendiendo pacientes y archivando historiales clínicos, el resto
fue dormir. ¿Cómo estás tú?
— Estoy saliendo del estacionamiento, así es cómo le llaman ustedes,
¿cierto?
—Sí, así mismo es.
— Bueno, para contextualizarme con el vocabulario venezolano, te
hablo con el mismo lenguaje de precisión— él se ríe — ¡Ay jovencita!, me
gustaría estar allí contigo. Apegaditos y abrazándonos muy rico.
— Definitivamente, el sexo es como una droga. — suelto una risa.
— Ja, ja, ja no puedo dejar de pensar en ti chamita. Cuando no te tengo
cerca, imagino todas las sensaciones que me has hecho sentir.
— Sé de eso — respondí — ya conozco el proceso, me pasa lo mismo.
— respondo tiernamente. — ¿Cómo estuvo tu día hoy?
— Fue un día muy tenso. Demasiado trabajo. — exhala un suspiro de
alivio. — pero por suerte, ya el día finalizó.
— ¿Quieres que te relaje?
— ¿Y cómo vas a relajarme? — preguntó con voz interesante.
— Adivina, ¿qué hice hoy? — pregunté excitada.
— Pensar en mí. — respondió excitado.
— ¡Si! Y mucho. El efecto del placer, hizo que cerrara los ojos y
permaneciera unos instantes imaginando, que me estabas haciendo el amor,
perdiendo totalmente el control.
— ¿Sí?, sería muy rico que hicieras lo mismo ahora. — me dijo.
— ¿Qué quieres ahora de mí? — pregunté con voz seductora.
— Que toques ese placer, que yo no puedo tocar ahora.
— No sé de qué me hablas. — me río.
— Claro que lo sabes — él ríe— ahora mismo lo que siento es una gran
necesidad de besarte, de verte…
— ¿Quieres saber qué cargo puesto?
— Un vestido. — responde apasionadamente.
— Si.
— Quiero verte con ese vestidito puesto. Vamos a conectarnos por
video llamada.
— Estás manejando. -— respondí riendo.
— Ya pude parquear.
De inmediato cuelga la llamada, y en segundos me invita a una video
llamada.
— Quiero verte. — se muerde los labios y sonríe traviesamente. Puedo
ver apenas un poco el reflejo de su rostro, mal iluminado por la luz amarilla
del carro. No puedo creer que se ha detenido en medio de una calle sólo para
mirarme.
No reímos juntos, estamos muy relajados.
— ¿Y entonces? ¡no veo nada! — dijo, sin disimular la excitación que
siente.
Me sonrío, ciertamente este episodio me causa mucha gracia. Maurizio,
hace minutos estaba andando por la ciudad, y ahora mis ojos se encuentran
viéndolo entre el contraste de la claridad que proviene de la luz del auto, y la
oscuridad de la calle. Se me resultó fácil entrar en su juego, en este momento
me encargo de seducir al hombre que deseo, que me ha hecho gobernar mi
dulzura, y me traslada hacia la excitación y la aventura. ¡Me estoy volviendo
loca!, pensé cuando enfoqué la cámara de mi teléfono, y me recosté en mi
cama, mostrándole mi orgullo de mujer apasionada, que me hace
manifestarme de una manera diferente; con la parte de arriba del vestido
desabotonada, le muestro mis senos pequeños, cubiertos con un brassier color
rosa, y aunque, no pueda leerle sus pensamientos, entiendo que desee besarlos.
Me encuentro en mi habitación, conversando con la persona que amo,
cosas que no me habían interesado antes y que ahora las comparto por instinto.
Aplico toda mi energía, y cuando empiezo a moverme a una velocidad
pausada para bajarme más el vestido, como si algo hubiese explotado en él,
me interrumpe.
— Ya fue suficiente jovencita. — Finalizó el video. Solté otra risa. A
los pocos segundos, me devuelve una llamada por WhatsApp. — ¡Demasiada
tentación! — dijo, con voz aliviada.
— Entonces, ¿logré relajarte?
— ¡Sí!, sí lo lograste. Y si no fuese porque estuvieses viviendo con tu
hermano, te sacaba de tu cuarto, y te hago mía acá mismo.
— ¿Sí?
— Si, damos unas vueltas por dos calles, cenamos, y luego pautamos un
encuentro espontáneo de sexo salvaje, en mi carro.
— Necesito mucho, que algún día vivamos esa experiencia.
— Decrétalo chamita. Te veo mañana, ¿cierto?
— Sí. Te amo.
— Bueno, te dejo descansar.
— Vale. Te amo muchísimo.
Cuando regresé al aeropuerto, al ruido, a las voces de las personas, escuché
que estaban llamando a mi vuelo. De inmediato, tomo mi cartera, sacudo mi
cabeza, y evito dejar de sentirme nerviosa, repitiéndome a mí misma, que estas
sensaciones eran cosas mías, ansiedad quizá por el vuelo.

CAPÍTULO 15
EL SENTIDO Y LA MELODÍA DEL AMOR.

Las puertas se abrieron, los pasajeros salían y se abrazaban con sus


familiares o amigos que lo esperaban. Patricia, camino en pasos rápidos a
abrazarme.
La abracé, disfrutando su perfume que en ese momento lo inundaba todo,
la sensación de alegría que sentimos es única. El tiempo que duramos sin
vernos, para mí, había sido una eternidad. Ella se movió para verme. Tengo
puesta una gorra negra, una franela y un short deportivo. Dejé que me
sonriera, mientras acariciaba mis mejillas con ternura.
— ¡Jovencita! — dije con voz de gozo. Me acerco a su cara, Patty
siente mi nariz rodeando la suya, pega más su rostro al mío. Mis manos
abrazan su cintura. La luz se manifiesta en sus ojos, y la sensación de saber
que pronto sería mía otra vez, aumentaron mis gestos de placer. Besé su frente,
demostrándole a ella que quiero ir más lejos, exclusivamente hacia lo exótico.
Ella empezó a jadear, sus ganas de sentirme dentro de ella también son
inevitables; mi cercanía hacia su boca, la inspira a renunciar a la voluntad de
ser discreta ante está aproximación tan carnal que tenemos en pleno
aeropuerto. — ¿Quieres que te bese? — pregunté con voz agitada, revelándole
lo alborotado que estoy por tenerla conmigo; ella cierra sus ojos, inhala
fuertemente, mueve su cabeza de arriba abajo y con ese gesto me responde que
sí.
Nos besamos, como si fuese nuestro último día juntos. Patty me quita la
gorra, y empieza a acariciar mi cabello, compartiendo en sus gestos, el
entusiasmo que siente de tenerme junto ella. Quizá muchas personas en el
aeropuerto nos miraban con descortesía, mientras otras, nos regalaban miradas
de afecto, pero eso no es lo importante, lo realmente valioso, es el paso que
como pareja estamos dando. Arriesgando todo, sin tener miedo a nada, sin
poseer ninguna pizca de dudas, sobre este encuentro que enfrentamos sin
limitaciones, sintiéndonos totalmente liberados.
Hubo un pequeño murmullo de personas, que al contrario de quienes nos
miran con desacato, habían conseguido hacer de este acercamiento, una escena
romántica. Empezamos a escuchar aplausos y expresiones de novela. Patty se
sonroja, y se esconde en mi pecho. La abracé y le besé el cabello.
Un grupo de jóvenes conocía nuestra historia. Yo había llegado al
aeropuerto unos minutos antes, con una sorpresa para Patty; y una chica más o
menos de la edad de ella, me comentó que el poster que sostenía en mis
manos, estaba muy bonito. Me miró fascinada, y le señaló a su novio, la
importancia de ser detallista.
— Pero novia, si yo cuando puedo te regalo chocolates. — el chico
cruzó los brazos.
— Tienes razón, pero casi nunca te acuerdas de cuando cumplimos
meses de novios.
— Novia eso no creo que al señor le importe.
La queja de esta joven ante su novio, deshecho por completo, la atmósfera
de paz, que había unos segundos antes. Sin embargo, yo opté por no nutrir sus
demandas, y rápidamente les expliqué cómo podían ayudarme para esta
sorpresa.
— ¡Patty! — pronunció la joven con voz alegre.
Patricia, se despejó de mi pecho, volteó a verme de forma rápida, arrugó el
rostro como queriéndome decir, que no conocía a la chica. Yo le sonreí, y me
mantuve en silencio.
— Sí, soy yo. ¿Te conozco?
— Te conocí hace menos de una hora. Tu novio tiene razón, eres muy
guapa. Que chiva ser parte de esta sorpresa. Esto te lo enviaron— la chica le
entrega una rosa roja, y me guiña el ojo. Yo le sonrío en forma de
complicidad. Patricia, agarra la rosa, arruga más su rostro — ¡Gracias! Pero…
Maurizio, ¿no entiendo? — cuando voltea a verme, la miro con una sonrisa
tierna. La chica es tica, y supongo que Patty no entendió que quiso decir con
esa palabra, “chiva”, que, en Costa Rica, hace referencia a algo muy bueno o
bonito.
— No hay nada que entender. Tú solo dirige la mirada hacia allá. — la
chica le señala a Patty la ubicación donde están un grupo de jóvenes
sosteniendo un poster, que, con letras en mayúscula, resalta esta pregunta:
“Patty, ¿Quieres ser mi novia?”
Patricia, hizo una pausa.
— ¿Recuerdas cuando te dije que estaba dispuesto a demostrarte lo
valiosa e importante que eres para mí? — la abrazo por la cintura y le beso la
mejilla. Los chicos le hacían señas para que respondiera, ella ríe y aprieta mis
manos sobre su abdomen.
— ¡Que responda! ¡Que responda! — muchos empezaron a vocear esta
frase en una sola voz.
— ¡Respóndele al parcero vale! — de inmediato, ambos notamos que
este chico que gritó está frase, es venezolano. Patty ríe y se voltea hacia a mí.
— ¡Estás loco! — me mira tiernamente, y se tapa su cara en señal de
ternura. Delicadamente le separo las manos de su rostro, para besárselas.
— Qué pasó chamita, ¿te pusiste nerviosa? Parece que siempre te pones
así cuando te hago preguntas desafiantes, pero no será esta ni la primera ni la
última, ¿cierto? — respondí con la mirada fija, y atenta a sus ojos, esto hizo
que ella se ruborizara.
— ¡Si quiero ser tu novia! — dijo con voz alegre, y la mirada
ligeramente tierna y penetrante.
— Siempre que me sea posible, quiero volverme joven y alocado a tu
lado. — respondí robándole un pequeño beso en sus labios, para luego
abrazarla, bajo el aura del romanticismo, tomarla fuerte de la cintura y darle
vueltas en el aire. Como es de esperarse, las personas aplauden; es entonces
cuando pienso que, si nosotros no publicamos nada sobre esta escena de amor,
ya tendríamos un público que abiertamente podría colgar este momento
romántico en las redes sociales.
— Los jóvenes en mis tiempos hacían pancartas de amor. — le sonrío
muy cerca de su rostro.
— Adoro a los jóvenes de antes. Por suerte, tengo a mi lado a un
hombre de la vieja escuela. — me mira con sus ojos que denotan felicidad. Me
roba un pequeño beso en mis labios, y me abraza.
¿Qué importan los años? ¿Qué diferencia podría suponer en nuestras vidas
que nos llevemos veinticuatros años de edad? Estoy completamente seguro,
que iba a pasar el resto de mis días, viviendo escenas felices al lado de
Patricia.
*
Hoy en este hermoso país, con este maravilloso amanecer que nos regala
Guanacaste, el vino que saboreo con exquisitez, la lasaña que está por
acabarse, y la compañía de Maurizio, me pregunto: ¿Seremos realmente
profetas de nuestras vidas?
En este momento, el universo me regala esa respuesta, y es que sólo
nosotros tenemos la posibilidad de cumplir las profecías que decimos. Todo lo
que ocurre en nuestra vida, es una bendición, aunque en ocasiones no parezca;
si yo volteo al pasado, puedo ver los resultados de todo lo que aprendí, y doy
gracias por cada vivencia, definitivamente todo lo que he vivido hasta ahora,
ha sido correcto y beneficioso. Hoy siento, que la distancia que hubo entre él y
yo, hizo crecer nuestro amor y ahora me encuentro acompañándolo en un país
de Centro América. Cuando veníamos vía a Guanacaste, Maurizio me hablaba
con mucho entusiasmo de Costa Rica, y consideraba que se había establecido
en el sitio ideal; desde que se mudó con sus hijas a este país, todo iba cada vez
mejor.
Yo lo escuchaba con paciencia, amor y educación, siempre me interesaron
mucho sus ideas, cuando trabajé con él, mi cabeza siempre recorría todas las
tareas que debía cumplirle, y todas las respuestas que debía comunicarle a sus
preguntas inteligentes; su manera de seducirme ante una corrección u opinión,
fue lo primero que me hizo visualizar que él es un hombre interesante.
El comportamiento de él, durante este encuentro, ha sido cada vez más
fresco y jovial. Cuando fuimos a la playa, alegó que siempre ha amado
caminar por el mar, y desde que vive en Costa Rica, empezó a irse los fines de
semana solo a la playa e inclusive a veces lo hacía por semana. Para él, esa
acción es una forma de salir de la rutina y permitirse conectar con su ser.
Debería haberle dicho que continuáramos hablando sobre la vida que está
basada en decisiones, que a su vez son consecuencias, pero dejó de ser un
interés para mí, continuar con el tema.
Se me vino a la mente preguntarle, si alguna vez se había metido al mar
con ropa. De inmediato me miró boquiabierto, y se rio para él mismo. Me
comentó que jamás se había propuesto hacer ese plan alocado y hasta atrevido.
Le comenté que mi gran misión en estas vacaciones, que pasamos juntos, es:
conectarlo con su juventud, exteriorizar su espontaneidad, y guardar en un
pequeño cajón esa estructura que tanto lo identifica, de manera que cuando
regresara a su trabajo de ingeniero, volviera a reorganizarla para cualquier fin
que tuviese en mente. En resumen, el objetivo es hacer que viva cosas que
jamás había vivido.
Parte de mi propuesta, era precisamente que no pensara tanto y de una vez
corriera y se sumergiera al mar completamente vestido. Nos habíamos bebido
antes unas copas de vino, lo demás dependía de su ánimo y humor. Maurizio,
ciertamente es un hombre jovial cuando se lo propone, así que, sin
complicarse tanto, corrió hacia el mar hasta sumergirse y comenzar a nadar.
— Muy buena tu jovialidad. Pero es más interesante si me acompañas,
¿no crees? — dijo, echándose su cabello húmedo para atrás. Reí al verlo
vestido con ropa deportiva dentro del agua. Le lancé un beso al aire, y corrí
hacia él.
Definitivamente estoy viviendo intensamente mi sueño.
— Cuéntame bogotano, ¿cómo se siente disfrutar del mar
completamente vestido?
— Muy rico jovencita. Realmente es una experiencia que vale la pena
vivir. — me agarra de la cintura y me aprieta hacia él. Yo me rio al verlo—
¿De qué te ríes? — pregunta sonrientemente, y pasando sus manos por su
cabello húmedo.
— Recordé la primera vez que te vi, y todas las cosas que pensé sobre
ti. — vuelvo a reírme.
— ¡Ah!, ¿sí? Y cuéntame, ¿qué pensaste? — me acaricia mi cabello, y
me roba un beso un pequeño beso en los labios.
— De verdad, quieres saberlo.
— Ya lo dijiste, habla. ¿Qué pensaste? — me mira pícaramente.
— Que eras un cuadriculado, sabelotodo, insoportable, además
demasiado egocéntrico. Me caíste súper pesado. — él sube las cejas, me
sonríe forzadamente y quita sus manos de mi cintura.
— Ven acá — lo jalo hacia a mí. Él se hace el indiferente— eso pensaba
antes— le doy un beso en la mejilla. — Pero detrás de toda esa fachada de
ingeniero estructurado, nunca imaginé que hubiese un hombre tan guapo,
noble, con un corazón gigante. Absolutamente humano.
— Por eso siempre he dicho, que las apariencias engañan, ¿cierto? — él
responde con la misma sonrisa forzada, mientras continúa haciéndose pasar
por el hombre indignado.
— Pero, no me puedes negar que cuando me viste joven, trataste de
intimidarme. — Maurizio sonríe, como si lo hubiese descubierto.
— ¡No! ¡Claro que no! — vuelve a reírse.
— ¡Claro que sí!
— Estás equivocada jovencita.
— No, no estoy equivocada. — me acerco y le robo un beso — Con tu
forma maliciosa de entrevistarme, me hiciste sentir como una doctora
principiante.
— Bueno, fíjate que yo te vi muy segura. Simplemente eras tú misma, y
respondías todo con mucha sinceridad. Si supieras, que después que te fuiste,
no dejé de pensarte ni por un segundo chamita. — sonríe y me besa de nuevo
— ¡te amo! Fuiste una berraca como decimos en Colombia. — me dijo con un
acento muy colombiano.
— ¿Y ese término? ¿Qué significa?
— Persona que pone mucho empeño para realizar algo, y tú pasaste
todo limite jovencita.
— Y tú, en ese proceso, fuiste mi maestro y mi mentor. — él me roba
otro beso, me abraza y dice:
— Me gusta mucho abrazarte. — me besa mi cabello. — Me gusta
mimarte, me encanta que me mimes. — me abraza más fuerte.
— Me encanta estar contigo. Soy tan feliz. — le robo un beso en sus
labios y luego él me sonríe.
— Y ahora chamita, ¿qué otro desafío me toca vivir?
— Muchísimos. — lo abrazo — ¿Estás preparado para lo que viene?
— Más que listo.
Una hora después, decidimos irnos lejos otra vez. Habíamos dejado
Guanacaste, para regresar a Escazú; la tradición de escuchar música en el
carro mientras se viaja, se hizo presente y por primera vez en todo este tiempo
que tenemos compartiendo, pude lograr que Maurizio, al menos cantara el
coro de algunas canciones de reggaeton. Es entonces, cuando le propongo que,
al volver a su casa, hagamos un karaoke, él acepta la proposición con una
mezcla de fascinación y al mismo tiempo sorpresa. Nuevamente consigo
hacerlo reír con mis ocurrencias.
Para mi sorpresa, Maurizio en vez de mostrarse retraído ante el micrófono,
exteriorizaba toda su espontaneidad, por primera vez lo oigo cantar a capela
una canción romántica, que no se asociaba a su época de juventud, y que leía
en el televisor pantalla plana. Empiezo a reírme, y él, me pide que cantemos a
dúo. Yo me le pongo a un lado, y canto la canción sin leerla, a diferencia de él,
si conozco la letra.
La siguiente canción que sonó, fue una salsa, en ese momento su instinto
de bailador lo transformaron y me invita a bailar, le respondí que no sabía, y
me dijo que no me preocupara, que él tenía todo programado, sólo tenía que
dejarme llevar por él. Y a partir de ese momento, pasamos toda la noche
bailando; cualquiera que nos viera, juraría que estábamos embriagados.
Maurizio, se encontraba totalmente alborotado, y su estructura fue olvidada.
Intentó enseñarme a bailar salsa, y medio lo logró. Aunque todavía me falte
aprender.
Nuestros ánimos iban aumentando cada vez más. Nuestras voces, nuestros
bailes, cada vez, eran más elevados.
— Hoy me enseñaste que no es tan arriesgado, dejar lo cotidiano por lo
dudoso. — me responde él bailando merengue.
— Si compruebas, que es totalmente cierto, lo que siempre digo, la
espontaneidad es sacar hacia afuera todo lo que tenemos dentro.
— No me queda la menor duda. — me da una vuelta, me aprieta contra
él, siento su colonia, suspiro fuertemente y él me besa.

CAPÍTULO 16
LA DISTANCIA MÁS LARGA.

Estoy en la sala de espera de un hospital, las puertas de terapia intensiva


son abiertas durante cada segundo, a cada momento veo salir de ella un doctor
o una enfermera, después vuelven a cerrarse. ¡Nadie dice nada!
Mis ojos están transformados en miedo, ahora mismo estoy dolida, sufro y
siento mucho temor. Veo angustia, conflictos, problemas, dimes y diretes, en
las hijas de Maurizio ante la relación que tenemos.
Me parece mentira, que hoy estemos viviendo una tormentosa situación,
cuando el día de ayer Maurizio y yo estábamos contemplando el mismo
paisaje, disfrutábamos en Playa Jacó de la manera más acogedora posible, por
un momento llegué a sentir que mis presentimientos habían desaparecido, y
comenzaba a vivir a plenitud estas pequeñas vacaciones al lado del hombre
que amo.
No sé, si pueda recuperarme del todo de esta experiencia que estoy
viviendo, ahora siento que no puedo ni hablar.
— ¡Patricia!
Alguien pronuncia mi nombre. Yo sigo mirando fijamente la puerta que da
con la sala de terapia intensiva. Volteo, es Mónica, hacía mucho que no la
veía, de inmediato se me acerca y se sienta a un lado.
— Hola Patricia.
— Hola Mónica. — intento mostrarme fuerte y me limpio las lágrimas.
— ¿Crees que puedas hablar? — me toca el hombro, su voz cambia y
comienza a hablarme como terapeuta.
— No lo creo, la verdad.
— Dios está con nosotros. Yo confío en que todo estará bien. — dijo,
colocando su mano, sobre la mía.
— ¿Tú sabías que Maurizio y yo habíamos iniciado una relación?
— Sí, claro. Inclusive desde hace mucho tiempo a mí me parecía que
entre ustedes había química. Cuando yo veía como él y tú se miraban, me
empecé a dar cuenta, que ahí existía algo. — Yo la miro y le sonrío
forzadamente. Realmente no quiero hablar. — Linda, no es justo nada de esto
que está pasando. No fue justo lo que pasó con Maurizio.
Mónica espera que yo haga algún comentario, pero sigo en silencio.
— Yo hablé con Fiorella, le pedí que por favor no hiciera sufrir más a
su papá. Jorge mas o menos me comentó cómo sucedieron los hechos, y lo que
puedo decir, es que el comportamiento de ella, el día ayer, estuvo fuera de
lugar. Su forma de actuar no fue la correcta. Claro, tampoco la culpo, en ese
momento era la emoción la que estaba hablando por ella.
Yo continúo en silencio, tratando de no alimentar la conversación.
— Evidentemente para Fiorella, lo sucedido el día de ayer, fue algo
muy difícil de asimilar. Y Maurizio, se enfrentó ante una situación que no supo
manejar.
Mi sensibilidad ahora mismo está a flor de piel, sólo quiero llorar.
— Linda, siempre vale la pena desahogarse. Si quieres hablar, aquí
estoy para ti.
— Todo fue muy fuerte Mónica. Yo no quería venir para acá. Yo le dije
a Maurizio, pero él insistió, claro, él que se iba a imaginar que esto iba a pasar.
Yo ahora mismo me siento culpable, yo lo presentía.
Después de haber pasado todo un día en Guanacaste, y regresar en la noche
a Escazú, además de disfrutar del karaoke, Maurizio me llevó a un restaurante
típico a cenar, y finalizamos la noche haciendo el amor en su casa. La
temperatura aumentó más de lo que imaginábamos, y la sensación de frío que
hacía, para mí, había disminuido. Inclusive al día siguiente, aprovechamos la
oportunidad para amarnos de nuevo.
Durante los siguientes veinte minutos, Maurizio preparaba el desayuno, y
yo lo abrazaba por la cintura, demostrándole la emoción que me daba estar con
él.
— ¿Qué harás con esos huevos?
— Unos deliciosos huevos pericos baby. ¿Te gustan?
— Mmm ¡Me encantan! — lo abrazo más fuerte.
Desayunamos juntos en el comedor de su lujosa casa, más o menos con el
mismo estilo colonial que su casa en Bogotá. Yo me encontraba muy
disciplinada en las consignas que él me había dado, «tranquilizarme y pasarla
bien», y así lo hacía. La ternura de Maurizio, me permitía concentrarme en
vivir nuestro momento.
— ¿Cafecito? — me preguntó sonriéndome. Su cabello estaba
alborotado, y esa franelilla color blanca que hacía lucir sus brazos delgados
pero muy bien formados, me disparaba el corazón de amor, de amor por
sentirlo de nuevo conmigo.
— Si. Con mucha azúcar — le sonrío mostrando mis dientes. Y él me
guiña el ojo.
— ¡Con azuquita entonces! — dijo mientras servía las cucharadas de
azúcar en el café — por cierto, no te he dicho que me encanta lo hermosa que
te ves con esa, pijama. — él vuelve a sonreírme — te luce muy bien mi
camisa.
— Gracias por el cumplido baby. — respondo mientras pruebo el
cafecito. — ¡Te quedó divino el café!
— Gracias. Y no me agradezcas por el cumplido, es la verdad. Te ves
hermosa recién levantada, pero lo que más me gusta, es como te queda mi
camisa.
— Estas siendo muy especial conmigo.
— Yo, para ti, siempre quiero ser especial. — me toma la mano y la
besa.
— ¿Y a donde iremos hoy?
— A la playa. Te voy a llevar a conocer Playa Jacó.
Me levanto de la silla y lo abrazo; él estando sentado, disfruta de ese tierno
gesto y me acaricia el cabello.
— Nos veremos muy sexys en la playa baby mío.
*
Cuando estábamos camino a Playa Jacó, mi ansiedad empezó a despejar, y
coger terreno, pero ante esos sentimientos, me mostré resistente, me hice la
fuerte y no permití que me dominaran. ¿Qué podía pasar?, lo único que nos
esperaba era un mar hermoso, y un resort que Maurizio tiene cercano a la
playa. Así que, concentrada en que lo que estaba haciendo, era lo correcto, me
centré en el momento, en la música colombiana que escuchábamos y que a
dúo cantábamos.
Cuando llegamos al resort, dejamos las cosas ahí, no perdimos tiempo, y
nos fuimos a la playa.
El sol me hacía arrugar el rostro y para poder percibir mejor el lugar, me
coloqué unos lentes color rosa, al mismo tiempo que él se colocó sus lentes
color negro. Los dos estábamos vestidos de blanco. Él llevaba puesta una
camisa blanca, con un short color beige, y yo un vestido corto, que dejaba al
descubierto mis hombros.
Empezamos a caminar tomados de la mano.
— Me encanta este lugar.
— Qué bueno baby. Me alegra que te guste, esa era mi idea. ¡Esto es
un verdadero paraíso tropical!
— Pero… — me volteo y me pongo frente a él — ya sabes que el
próximo destino playero, será en los Roques, ¿verdad? — lo miro con cara
traviesa y él me sonríe.
— Los Roques, luego Isla Margarita y así vamos recorriendo
Venezuela. — me aprieta contra él.
— Si. — le respondo riéndome. — tienes que volver a visitar
Venezuela.
— Sí, tengo que volver, mejor dicho, tenemos que volver. Tengo muy
bonitos recuerdos de Caracas. Me encantó el Ávila, y me gustó mucho el
teleférico. — me ve sonrientemente — Y las cachapas, el papelón con limón,
los perros calientes de Chacao, y pare de contar. — los dos nos reímos.
— A tu regreso, te va a ir mejor, porque vas a estar conmigo. Me muero
porque vayamos a los Roques. — lo vuelvo a ver traviesamente, mientras
juego con los botones de su camisa. — Por ahora disfrutemos de esta playa.
Este capítulo de nuestra historia, lo voy a llamar, el cachaco y la chamita
disfrutando en Jacó.
— ¿Qué quieres hacer exactamente? — me pregunta con voz deseosa.
— Ya sabes. — le respondo apenada.
Él me besa la mejilla y rápidamente se dirige a mi oreja, despacito me la
muerde.
— Mucho placer baby, eso es lo que los dos queremos. — me dice con
voz deseosa.
— Si, baby mío. — coloco mis brazos alrededor de su cuello— cada
noche que pasamos juntos me convenzo de que…— me quedo callada y
vuelvo a reírme.
— ¿De qué te convences? — él me acaricia el cabello, que se mueve
velozmente por la brisa que hace.
— Me convenzo, de que, cuando tomas el control, te vuelves demasiado
erótico.
— ¡Si! — me mira con placer y me habla con ese acentico paisa entre
dulce y autoritario. — ¿Y te gusta?
— Me encanta. — lo miro con ganas de hacer el amor.
— ¡Voltéate! — su voz me demuestra orden.
Hago lo que me pide. Siento sus manos tomar mi abdomen y cierro los
ojos, al mismo tiempo que muerdo mis labios, y exhalo un suspiro encantador;
a mi cuerpo en ese instante, le cuesta mantener el equilibrio. Él empieza a
besar mis hombros descubiertos, y yo estiro mi cabeza hacia atrás, muriendo
de ganas por estar en sus brazos. Siento que la temperatura en mi cuerpo me
sube a cuarenta grados, tengo muchísimo calor; y no encuentro la voluntad
para controlarme. Él comienza a subirme el vestido, sus caricias sobre mi
abdomen, empiezan a darme cosquillas. Me empiezo a reír y me muevo.
— ¡Ay jovencita!, no te estás portando bien.
De nuevo su voz deseosa me hicieron estallar en placer.
— Mantente quieta. — me agarra más fuerte de la cintura. Yo respiro y
me quedo estática. Él me voltea, ahora estoy frente a él, y sin pensarlo tanto,
me sube el vestido, hasta quitármelo completamente. — Así es que te quería
ver delante de mí. — Maurizio me mira en traje de baño, deseoso, con ganas
de hacerme suya otra vez; ya no era la misma persona con la que venía
hablando desde el resort hasta la playa, ahora tengo frente a mí, a un hombre
que irradia pasión. Él se quita su camisa, y ahora quien esta estalla en deseo
soy yo.
— No quiero seguir llevando sol. Quiero meterme al agua contigo. —
lo miro y le sonrío tiernamente.
— Vayamos. — me extiende el brazo, y yo lo tomo de la mano;
corrimos juntos y nos sumergimos en el mar.
Lo beso dentro del agua, y luego él baja hacia mi cuello.
— Baby, me siento enviciado.
— Y yo también bogotano. Me siento enviciada, por ti. — lo vuelvo a
besar.
Ya no estaba preocupada por temas difíciles, palabras duras o algún
presentimiento que desde mi percepción se debiera a algo serio.
Disfrutábamos del agua y de la adrenalina provocada, por el placer que
sentimos el uno por el otro. Él realmente estaba motivado a querer
demostrarme que yo soy importante, sus gestos eran de caballero, y cada día
estaba profundamente convencido de establecer su vida conmigo. Ya no supe
lo que era verlo con la mirada distante, o perdida hacia el infinito, como
preguntándole a Dios porque a él le había tocado asumir esa prueba tan dura
de perder a su esposa. Ahora, su única creencia, era ser feliz y vivir de nuevo
el amor.
Yo acaricié sus cabellos húmedos y luego coloqué mi cabeza en su pecho,
escuché su corazón latiendo muy rápido, y él me rodeó con sus brazos,
acariciando mi cabello.
— Quiero contarte todo lo que tengo pensando hacer. — me beso el
cabello.
— ¿Y qué piensas hacer?
— Me encantaría formalizar lo más pronto posible nuestra relación.
Pero antes de eso, quisiera pedirte tiempo.
Enseguida escucho mi voz interior, que me dice: tiempo por sus hijas.
— Yo sé, que no es fácil llevar una relación en silencio. Para mí
tampoco es cómodo. Pero por ahora es preciso estar así, mientras yo voy
hablándole a mis hijas de esta nueva etapa en mi vida.
— Entiendo, ellas necesitan tener la capacidad de comprender tu
presente.
— Gracias. — él me abraza más fuerte.
— ¿Por qué?
— Por tu paciencia.
— Te amo Maurizio. Te amo. — me escondo en su cuello y me permito
disfrutar más a fondo ese abrazo.
Salimos del agua pensando en ir a almorzar, pero se me ocurrió la brillante
idea de correr descalza por la arena, gritando un “persígueme” a Maurizio, que
hizo que él hiciera exactamente lo mismo que yo. Todo lo que necesitaba en
ese momento era ser feliz, y eso estaba haciendo. Corría, corría y corría,
respiraba el aire de la playa, y cerraba los ojos sintiéndola como mía.
Maurizio, logró alcanzarme y me detiene, me sujeta por la cintura, me besa la
mejilla, luego me abraza por el cuello y me susurra al oído:
— Pero tú, que crees, ¿qué me iba a dejar a ganar? — su voz, vuelve a
aflojar mis piernas. Me rio y volteo mi cabeza hacia su rostro, para darle un
beso en la mejilla.
— No es justo — hablo como niña caprichosa. — no fue justo. Lo ideal
era que yo ganara.
— Es que yo tengo muchos súper poderes baby. — Él me abraza de
nuevo por la cintura, me voltea frente a él y me alza para darme vueltas en el
aire.
Yo empiezo a reírme a carcajadas, y ahora miro de nuevo el lugar donde
estamos, esta vez desde sus brazos.
— ¡Te amo chamita! — pronuncia en un grito mientras sigue
cargándome y dándome vueltas.
— Yo también. Pero bájame. — me vuelvo a reír. Maurizio me
complace y vuelve a colocarme frente a él — te amo — lo miro tiernamente
— ¡Gracias por traerme aquí!
— Me retaste a que te demostrara que te amo, ¿cierto? Y eso estoy
haciendo. Demostrándote que, por ti, estoy dispuesto a todo.
— ¿Sigue en pie la invitación de ir a comer?
— No es algo que ahora mismo me entusiasme mucho. — Él me mira
pícaramente, y me echa todo mi cabello mojado hacia atrás, acariciando mi
largo cuello.
— Estoy por pensar que ahora yo vivo pensando, sólo en querer tenerte
sobre mí. — me rio pícaramente.
— No sé, si eso es una indirecta baby. Pero ahora estoy pensando
seriamente en comerte. — al decir esto, él me muerde delicadamente la oreja.
— ¿Qué se necesita para que eso suceda? — pregunté tiernamente.
— Amar, amar como yo te amo a ti.
— ¿Solamente eso? — esta vez hablé de forma picara.
— Y placer, mucho placer. — él me vuelve a sonreír.
— ¿Nos vamos?
— ¡Vámonos! — me responde sonrientemente.
Después de controlarnos durante el almuerzo que hicimos en el comedor
del resort, Maurizio y yo nos encontrábamos de nuevo en la habitación. La
temperatura volvía a descender, más de lo que imaginábamos. Nuestros
cuerpos aprobaron el deseo. Yo me quité el vestido blanco, hasta quedar
completamente desnuda. Él me miraba, sus gestos eran demasiados
placenteros, yo le sonreía pícaramente, ya sabía lo que estaba imaginándose.
Comenzamos a besarnos compulsivamente, por mi mente, sólo pasaba amarlo
y sentir sus caricias que me hacían llegar al cielo. Él me acariciaba el rostro y
con sus ojos, me señalaba que me amaba. Mi piel estaba erizada, las ventanas
de la habitación dejaban pasar mucha claridad, y podía observar su cuerpo
delgado completamente blanco, sus pecas en la espalda, que, en mis impulsos
eróticos muchas veces me imaginé besándolas. Siento placer y deseo por él.
Yo intento tomar el control, pero él me toma de las manos y hace un
movimiento con la cabeza en dirección contraria a lo que yo quiero. Lo siento
dentro de mí con más fuerza, grito su nombre, él dirige sus labios a mi boca y
me besa. Mis labios lo disfrutan. Estoy viviendo el momento amoroso más
hermoso de todos, en un lugar bello, con un atardecer espectacular, y el sonido
de las olas del mar que llega hasta nuestra habitación. Ahora Maurizio, me
toma de la mano y me la pone en su pecho, me aprieta con fuerza y cerca, muy
cerca, me dice:
— ¿Qué me hiciste jovencita? ¿Qué me hiciste que me tienes así de
enamorado?
Me volví hacia él y lo besé.
— ¿Puedo voltearme? — pregunté de forma picara.
— Aún no. — él responde con mucha firmeza y vuelvo a sentirlo de
inmediato dentro de mí.
Ahora siento que el calor es más fuerte.
— ¿Me deseas? — me pregunta con la voz ronca del mismo deseo que
siente por mí.
— Te deseo mucho. — respondo agitada.
Él respira profundo y continua.
De repente en medio del acto, escucho unos ruidos, Maurizio mantiene su
cabeza en mi cuello, mientras me besa. Yo me siento nerviosa, y no consigo
esta vez hacerme la loca. Abren una puerta y escucho voces. Él intenta de
nuevo besarme, pero yo con mucha delicadeza y tratando de mantener la
calma, lo controlo y le pido que pare.
— Escuché ruidos.
— ¿Qué escuchaste?
— No lo sé. Escuché unas voces.
Y como dando certeza a lo que estaba diciendo, empezamos a escuchar la
risa de una mujer y un hombre. El rostro de Maurizio cambia, y como si
tuviera el coraje de enfrentar el momento me dice:
— Espérame acá.
— ¿Qué vas a hacer? — pregunto, tapándome con la sábana blanca de
la cama.
— ¡Ya regreso! — responde vistiéndose rápidamente.
Sin embargo, las personas que aguardan afuera, abren la puerta. Es ahí
cuando observo una chica de cabello largo negro, con los ojos de Maurizio y
él mismo estilo chic, que tenía cuando la conocí. Es entonces cuando pienso,
que esta aventura ha llegado a su fin. En ese momento vimos frente a nosotros
a Fiorella, su hija; su rostro parecía estallar de rabia y decepción. Ella me
miró, y se asombró, me tuvo que haber recordado, claro, trabajé un año entero
con su padre, yo era su mano derecha. De repente apareció un hombre parado
exactamente detrás de ella, que, al ver la escena, tuvo el mismo asombro, sin
embargo, parecía inmune. No se movió, no habló, no pestañeó.
Maurizio tomó la palabra.
— Fiorella hija, ¡vamos a hablar!
— ¿Hablar de qué? — Fiorella está hecha una fiera. Yo sólo quiero que
la tierra me trague. — ¿Qué me vas a explicar? ¿Qué estás celebrando tu
soltería con esta mujer que puede ser hija tuya?
— Por favor, escúchame. — dijo, alzándole la voz.
— Yo no voy a escucharte papá — dice Fiorella gritando y con
desesperación. Lo mira con rabia. Maurizio intenta controlarse. Jorge toma a
Fiorella de los brazos, y le pide que salgan del cuarto, sin embargo, ella se
despeja de él.
— Eres un miserable. No te soporto, no te puedo ni ver, no te
reconozco. ¿Desde cuándo andas aventurándote con esta? — Fiorella levanta
el volumen de su voz más de lo normal, me mira con rabia. Yo sólo respiro
profundo, y me refuerzo a seguir en silencio.
— Te repito que vamos a hablar. Pero no así. Hablemos como dos
personas civilizadas que somos, y sobre todo con respeto. — le responde
Maurizio en su habla cotidiana, tratando de mantener la calma.
— ¿Con respeto? — su voz resuena por las paredes de mármol de la
habitación. — Papá tú no tienes idea, de lo que yo estoy sintiendo. ¿Cómo
puedes tener una relación con una mujer que tiene mi edad? Papá, tienes
cincuenta años. Acaso no la ves, mírala— me señala, me mira indignada. —
Papá, ella tiene mi edad.
— Fiore, por favor, volvamos al lugar donde estábamos. ¡Por favor! —
Jorge vuelve a interceder. Maurizio se tapa la cara y respira profundo.
— No me has entendido, ¿verdad?, que no me voy a ir Jorge, ¡no me
voy a ir! — Fiorella voltea a ver a Maurizio y se le acerca — dime papá, ten
bolas y dime. ¿Desde cuando eres feliz con esta? ¿Desde que era tu secretaria?
¿Eres feliz con ella después del supuesto período de tristeza que viviste por la
muerte de mi madre? ¡Respóndeme carajo! — grita de nuevo.
— Basta Fiorella. Entiende de una vez que hay personas en este mundo
que, por obras del destino, les toca volver a hacer vida con alguien.
Observo que el color de piel de Maurizio cambia, de inmediato me pongo
de pie. No me importa que Jorge esté ahí, o que Fiorella esté presente, me
envuelvo en la sabana. No me acerco tanto a ellos. Pero trato de dar la cara.
Siento miedo, mi corazón me estalla en palpitaciones. Ahora entiendo todos
mis presentimientos.
— Tú no entiendes, lo que yo estoy sintiendo papá.
— Fiorella, no entiendo lo que viniste a hacer acá, pero parte serte
sincero, me siento más tranquilo. No me siento desmerecido, ni insultado por
tus palabras. Ojalá, pudieras entender que ya no me siento solo, ojalá pudieras
ver que Patricia me volvió a mostrar algo que tuve la dicha de compartir con
tu madre, a quien respeté, y amé hasta el último día de su vida. Hacía mucho
tiempo que no reía, me entregué a ustedes y me olvidé de mí mismo. Hasta
que me di cuenta, que necesitaba ayuda, fue en ese momento cuando hice
consciente que perdí a tu madre, y comprendí que donde ella está, se encuentra
feliz; me di la oportunidad de reescribir mi historia. Soy un hombre que ha
vivido y experimentado, y que, por circunstancias del destino, le tocó cambiar
su mundo.
Yo sigo buscando la manera de estar a su lado. Pero, Maurizio con un
gesto, me pide que me quede donde estoy.
— Quizá, tú ahora mismo sólo veas esta escena, pero si tú lo decides,
me puedes dar la oportunidad de explicarte lo que se transformó entre Patricia
y yo.
— Que descarado eres. Actuaste equivocadamente todos estos años. No
respetaste la memoria de mi madre. Toda la estructura y perfección que ahora
mismo quieres mostrarme, es pura falsedad. Nada de eso es verdad.
— Nada, absolutamente nada, de lo que te explique ahora, lo podrás
entender, porqué estás viendo cosas donde no las hay y sacando conclusiones
que no son.
— Me gustaría decirte en este momento que siento asco por ti papá. Y
lástima, no sólo por ti, si no por ella. — Fiorella me vuelve a ver con rabia, y
yo me tapo con mis manos el rostro en señal de angustia. Veo a Maurizio, cada
vez más débil. — Siento decepción, ¿cómo es posible? Que un hombre como
tú, ya de cincuenta años, lo encuentre teniendo relaciones sexuales con una
mujer que puede ser su hija. Eres un pervertido papá. Un pervertido por
naturaleza. Que lo único que estás haciendo es utilizar a esta mujer para
encontrar placer en ella.
— Doy por cerrada esta conversación Fiorella — Maurizio aprieta sus
labios, y le alza la voz a su hija.
— Desde este momento, te deshonro Maurizio Antonucci. — dijo
cerrando los puños, entrecerrando sus ojos, y con una tensión evidentemente
elevada en su cuerpo.
— ¡Fiorella! Por favor, ¡ya basta! — Jorge le grita desde la puerta,
intenta acercarse a ella, pero Maurizio le hace una señal de detención con su
mano y se lo impide.
— Yo ya no tengo más nada que decirte. No me tienes que obligar a
creerte. Eres un depravado papá. Le inventaste a mi mamá por muchos años,
algo llamado “amor”, y eso nunca existió. ¿Cuántas veces le fuiste infiel?
¿Cuántas veces nos inventaste que te ibas de viaje de trabajo y seguramente
estabas aventurando?
—Yo siempre respeté a tu madre. No digas cosas que nunca pasaron.
Maurizio habla cada vez con más autoridad. Yo siento mucho miedo y
comienzo a temblar.
— Las mentiras han servido para que te protejas de los juicios. Lástima
que hoy, supe verdaderamente quien eres.
— No tienes idea de lo que estás diciendo.
— Parece que tuve bastante razón para llegar acá. Ahora puedo irme,
teniendo bien claro quién es mi papá.
— Ojalá pudieras prestar atención a mis palabras. — Maurizio intenta
acercarse a Fiorella.
— ¡No me toques! — ella lo rechaza — no puedo aceptar algo, que ni
sé cómo llamar.
La molestia y decepción de Maurizio ahora comienza a reflejarse en sus
ojos. Él baja la cabeza y su respiración se vuelve más débil. Lo percibo con
culpa y un dolor inmenso, que se manifiesta en ese momento en otra
dimensión. Maurizio se lleva la mano a su pecho, se acaricia su corazón, y
vuelve a ver a Fiorella.
— ¡Fiorella! — repite el nombre de su hija de forma seria, arruga su
rostro y empieza a respirar más débil.
— Detesto este momento ¿sabes? — le responde llorando— pero te
desteto todavía más a ti papá. ¿Cómo pudiste?
Ella no sabe lo que está haciendo. Veo a Maurizio cada vez peor.
— Fiorella. Ya fue suficiente.
Jorge se acerca y la aparta un poco. Maurizio vuelve a verla, con la mirada
perdida y apretando su mano sobre su corazón, arruga el rostro y dobla su
cuerpo como si tuviese un peso grande en su pecho.
— ¡Maurizio! — grito, apenas veo que toda su fuerza de voluntad, y sus
ganas por seguir manteniéndose de pie, se derraman por completo y cae al
suelo
— ¡Maurizio! ¿Qué pasa Maurizio? ¡Contéstame! ¡Maurizio!
Maurizio cierra los ojos. Yo me desespero y comienzo a llorar, por un
momento me parece estarlo viendo muerto.
— ¡Maurizio! — repito su nombre tocando su rostro.
— ¡Papá! ¡Papá! ¿Qué tiene Jorge? ¡Por favor que no esté muerto!
Jorge no reacciona. Se queda impactado, sin pronunciar palabra alguna. Yo
le tomo el pulso en su muñeca, y chequeo que no tiene.
— No tiene pulso — dije muy asustada— Está muy mal. Hay que
llevárnoslos ya mismo.
*
— Gracias por la confianza.
Esa es la respuesta de Mónica después de escuchar mi versión sobre los
hechos. Realmente no sé qué le habrá dicho Fiorella. Pero, así fue, como
aconteció toda esta tragedia.
— Gracias, muchas gracias — ella me abraza, y yo ahora, sigo en
silencio. — Ese hombre que está allá adentro es un luchador, capaz de vencer
esta prueba, y muchas más. Sé que no es mentira lo que me confesaste. Porque
yo no he conocido persona más noble en el mundo que Maurizio. Él logró lo
que muchos de nosotros hubiésemos querido lograr, y todo gracias a su
excelencia. Tal vez, Fiorella consiga entender muchas cosas, que el día de
ayer, debido a su emoción, se rehusó a aceptar.
— Gracias por escucharme. — le respondo sonriendo forzadamente, y
tratando de ocultar el llanto. Mis ojos están hinchados y rojos.
CAPÍTULO 17
AMARTE NO ES MI PECADO.

La primera noche en el hospital, fue un manantial de insomnio, lo único


que hacía era contemplar la puerta de terapia intensiva. Mónica estuvo
acompañándome. Fiorella y Camila, no me dejaron verlo, sólo me ignoraron; y
Jorge mantuvo una postura muy neutra. Yo reposé mi cabeza en la silla de
espera, y me sumergí en la fe y la oración, confiaba en que, él iba a sanarse,
que saldría de ese hospital con más fuerza que nunca.
Al día siguiente, el proceso fue el mismo: Fiorella seguía sin dirigirme la
palabra, Camila no me tomaba en cuenta, Jorge por educación solamente me
daba los buenos días, y yo continuaba sin poder tener acceso a verlo. Al
mismo tiempo, consideré que la salud de Maurizio, dependía en parte de la
protección y la armonía de su familia, así que evitaba cualquier contacto o
discusión con sus hijas, quienes eran las mujeres responsables, de él, en ese
momento. Por otro lado, yo debía organizar mi retorno a Dominicana, ya me
faltaba sólo un día para volver.
— Linda. — Mónica se acerca hacia mí, acompañada de Esteban. —
¿Cómo estás?
— Bien, gracias. Iba de salida. Aun preocupada y angustiada, pero
mañana me regreso a Dominicana, y necesito arreglar mis cosas, el vuelo sale
muy temprano.
— Hola Patricia. Buen día. — dijo Esteban, acercándose a mí, y
dándome un beso en la mejilla.
— Hola Esteban. Gracias, buen día.
— Si quieres, te puedo llevar hasta el hotel, donde estés hospedándote.
— No cariño. No te preocupes, yo la llevo. —Le respondió Mónica a
Esteban— es mejor que te quedes aquí, y nos avises de cualquier cosa. ¡Por
favor!
— Sí, claro, vayan que yo estaré atento.
— Vamos entonces. — respondo tomando mi cartera. — Gracias
Esteban — dije acercándome a él, y dándole un beso en la mejilla de
despedida. Pretendo salir del hospital con Mónica, cuando una enfermera
menciona mi nombre.
— La señora, Patricia Toscano.
De inmediato volteo.
— ¿Quién es? — pregunta la enfermera.
— Soy yo. ¿Por qué? — dije, pelando mis ojos, y con voz ansiosa.
— El paciente despertó, y preguntó por usted.
— ¡Ay Dios bendito! ¡Dios es grande! — responde Mónica abrazando a
Esteban.
— ¡Es así esposita! ¡Dios es grande! Nuestro amigo reaccionó. —
Esteban abraza a Mónica y ambos se sonríen.
— ¡Vamos Patty! ¡Entra linda! — dijo Mónica, acariciando mis
hombros, y regalándome una mirada de emoción.
— Sí, claro. — sonrío de felicidad, y le sigo los pasos a la enfermera.
Para mi sorpresa, me encontré con Fiorella y Camila saliendo de la habitación.
Sus rostros me mostraron tranquilidad y alivio, las percibí en un plano
espiritual de agradecimiento. El semblante de Camila había cambiado, y ya se
veía más tranquila. Ninguna de las dos respondió el saludo de los buenos días
que les di, pero yo intenté no mostrarme distante, tampoco quería, que
sintieran que les estaba invadiendo su espacio.
— ¿Cuándo lo pasaron a una habitación? — le pregunté a la enfermera.
— Desde esta madrugada. Pasa. — me indica, abriéndome la puerta.
— Gracias. — yo le sonrío y entro.

CAPÍTULO 18
REVIVIENDO.

Hasta que una mañana me despierto, y me doy cuenta que estoy en un sitio
diferente. A mi tiempo, abro completamente los ojos y consigo ver a mis hijas.
Hago memoria, mi corazón estaba herido, delicado, pero por lo visto, había
logrado recuperarse, y de nuevo me daba la oportunidad, de ver lo hermosa
que es la vida. Respiro profundo, vuelvo a ver a mis hijas, y comprendo que lo
peor ya ha sucedido. Ahora, que estoy acostado en esta cama clínica, hago
consciente mi nueva condición de paciente hospitalizado, y lo que me ha
pasado, recordando la debilidad súbita que sentí a un lado de mi cuerpo, antes
de caer al suelo; miro el reloj de la habitación, son las tres de la tarde, me
siento un poco extraño, tengo mucho frio, mi boca está seca, y mi cuerpo
quiere despejarse de esta cama. Con esa sensación de extrañeza, arrugo el
rostro, y cierro de nuevo los ojos.
Conocí muchas personas que después de haber sufrido un infarto, pasaron
a otra dimensión, pasaron a eso que comúnmente llamamos “muerte”.
Recuerdo, que hace poco tuve la sensación de que me iba, lo sé, porque
recordé que entré a un bosque, y una luz blanca descendió sobre mí, me sentía
perdido, y ahí fue cuando me topé con su presencia. Vittoria, me estaba
esperando.
— No tengas miedo, que todo va a estar bien.
— Vittoria. Nunca te engañé, yo siempre te amé.
— Si, lo sé. Así como sé, que en su momento sufriste mucho, al no
verme a tu lado. Pero luego supiste vivir la vida sin mi presencia, y eso no está
mal. Eso no significa que no me hayas querido.
— Yo no querría que nada de lo que sucedió, hubiera pasado. Todo lo
que esperaba de nosotros, era que envejeciéramos juntos.
— Mi amor, yo estoy muy satisfecha con todo lo sucedido. Siempre me
gustó, que me acompañaras hasta el último suspiro de mi vida. Que hayas
buscado la manera de hacerme feliz, y que te hayas montado en ese barco
conmigo, hasta luchar y luchar. Sé muy bien cuanto te negaste a volver a amar,
sé perfectamente toda la oscuridad que viste, y que no te permitía acercarte al
amor. Yo sé muy bien cuanto sufriste, con la misión que me tocó asumir en
vida. Amor, tú tienes el camino abierto para la felicidad, compañía y amor
hacia a otra persona. No te preocupes por nuestras hijas, yo limpiaré desde acá
sus heridas, tú solo encárgate de bendecirlas, que, desde este hermoso paraíso,
vas a tener mi apoyo. Te voy a dar todas las fuerzas para que enfrentes este
momento, y a partir de ahora, sólo tienes la oportunidad de ser feliz. ¿Confías
en mí?
— ¡Claro cielo! ¡Yo siempre confiaré en ti!
— Entonces no te preocupes y sólo sé feliz. ¿Recuerdas esa frase?
¡Vamos Maurizio! Sé feliz
Vittoria, me sugirió en nuestro encuentro, que me fuera inmediatamente,
agregando a sus palabras, que mañana iba a sentirme mejor.
— Yo estoy en paz. Nuestra relación hace mucho tiempo, que tuvo su
final, y tu felicidad no se trata de lo que nuestras hijas crean que te hará feliz a
ti, se trata de amor. Ama, vive, siente. Yo celebro desde acá, el inicio de este
viaje amoroso que decidiste emprender.
En efecto, la mujer con la que estuve casado por treinta años, decide la
dirección de mi vida, ¡ella quiere que luche por el amor! Por lo cual bastaba de
retrasarlo, debía enfrentar mi relación, no podía pasar el resto de mi vida
investigando sobre la neurociencia. Al final, Patricia estoy seguro que estaría
esperándome, y entonces aceptaría mi decisión de hacerle frente a lo nuestro.
Fiorella me acaricia el cabello, y con una irreconocible cara de angustia,
me pregunta:
— ¿Papá estás bien?
Me quejo un poco de estar en la cama, y trato de moverme. Estoy sujeto a
un catéter en mi mano derecha. Del otro lado, está Camila, con su corte de
pelo amarillo, el vivo rostro de Vittoria; ella se muestra contenta de verme y
me besa la frente.
— ¿Papá, cómo te sientes?
Yo no digo nada, aún sigo respirando, me cuesta poder pronunciar alguna
palabra. Me imagino que es algo normal, llevo dos días pasando noches en
sueño, sin comer, y viviendo cambios importantes en mi cuerpo. Ya mi vida no
sería la misma.
Ya no soy el padre sobreprotector de sus hijas, ahora soy: el papá de
Fiorella y Camila, que atraviesa por una dura prueba de la vida. Cuando
acabara esta hospitalización, Patricia y yo, estaremos juntos, recordando todo
esto como una simple anécdota.
Ahora si quiero hablar.
— Ho…. la — pronuncio muy lentamente, mientras les sonrío.
— ¡Papi! — Fiorella me acaricia la frente, y me habla muy cerquita —
es por mi culpa que estas así ¡perdóname!
— No tengo nada que perdonarte hija. No pasó nada.
— Nos llevamos un susto horrible papá. Verte a mi lado sentado sin
signos vitales, fue una sensación espantosa.
— Yo también me asusté mucho papi. — Camila apoya su cabeza en mi
pecho- suspiré aliviada, luego de saber que estabas bien.
— Mis princesas, papá está bien. Esto sólo fue un mal momento. Ahora
sueño con salir de acá; como mucha gente de mi edad, me va a tocar cuidarme,
ya que debo aceptar esta segunda oportunidad que tengo de vida. Y a
propósito de eso — arrugo el rostro e intento continuar hablando.
— Papi no te esfuerces. Después conversamos — Fiorella me acaricia
el cabello.
— Esto que diré será breve. Quiero que sepan, que Patricia es muy
importante para mí. — miro a Fiorella y observo como aprieta sus labios. Su
mirada cambia, y me mira de forma seria.
— Yo no entiendo muy bien esa historia tuya con ella papá. Pero no
creo que sea el momento oportuno para hablarlo. Por favor descansa.
— Les prometo a las dos, que, al salir de acá, les hablaré sobre cómo
acontecieron lo hechos.
— Si papi, te prometo que te vamos a escuchar. Por ahora descansa. —
Camila me besa la frente. — ¡Lo necesitas!
— Antes de eso — cierro los ojos, y arrugo el rostro otra vez, hablo
pausadamente — necesito hablar con Patricia. ¿Ella esta acá?
Fiorella y Camila se miran, como buscando una respuesta.
— Si, está acá — responde Camila.
— La quiero ver. Por favor llámenla.
Esta experiencia, me hizo andar por mi pasado, ver dónde me equivoqué,
hasta donde llegué, y el momento en que perdí a Vittoria. A mis cincuenta
años, viví algo que nunca, imaginé vivir a esta edad. Todo por estar al lado de
Patty, que, sin ser consciente de ello, me guiaba a la felicidad. Siempre he
creído en Dios, pero sin lugar a duda, hoy creo más en él.
La puerta se abre, es entonces cuando observo a Patricia entrar sin una gota
de maquillaje, y con su rostro preocupado. De inmediato se acerca a mí.
— ¡Cachaco! ¡Mi bogotano! — me obsequió besos en la mejilla-
— ¡Jovencita! — pronuncio pausadamente-
— Hace unos minutos estaba pidiéndole a Dios, que vencieras esta
prueba. Y ahora parece que él escuchó no sólo mi suplicas, también las
súplicas de toda la gente que te quiere. Tuve tanto miedo. — dijo, colocando
su mano sobre mi muñeca, para acariciarla.
— Yo también tuve miedo baby. Y aunque, ahora me veas así de
achicopalado, casi que, sin voz, y no sea el mismo hombre que tu conociste,
quiero que sepas que estoy contento, porque pude vencer esta tempestad.
— Claro que si cachaco, superaste esta tempestad, y estoy segura que
superarías cualquier prueba de la vida. Pero yo, ahora mismo quiero pensar en
todo, menos en pruebas o situaciones como estas. Tuve tanto miedo de lo que
pudiera esperarme con esta situación. Procuré mantener la calma, y sólo
pedirle a Dios que derramará sobre nosotros bendiciones.
— Y así lo hizo baby. Así lo hizo. Te amo. — hablo cada vez más
bajito.
— Shhhh — ella me besa la frente —Descansa baby. Aquí estoy
contigo. Siempre voy a estar contigo. Prometo cuidarte, amarte y protegerte
mucho.
Salí de la habitación de Maurizio, más tranquila, en realidad feliz y
contenta, porque él está sano y dispuesto a recuperarse; a pesar de que no
habló mucho, me mostró que está fuerte y positivo, preparado para su
recuperación total.
— ¿Crees que sea posible que hablemos? — Fiorella, al verme salir de
la habitación, se me acerca. No fue una sorpresa para mí, su actitud poco
asertiva. Yo la miro a ella, y luego miro a Mónica, quien me pela los ojos
desde donde está. Esteban se queda inmóvil, y Camila sólo baja la cabeza.
— Supongo. — le respondo en voz baja.
— Perfecto. Vamos a la cafetería por favor. Quiero que hablemos a
solas. — expuso con voz antipática y fría.
— Yo también quiero ir. — dijo Camila.
— Perfecto Cami. Si quieres venir, ven. Al fin y al cabo, las dos somos
hijas de Maurizio. — Fiorella me lanza una última mirada de desconfianza, y
se da la espalda.
Caminamos hasta la cafetería, que quedaba a menos de quinientos metros
de donde estábamos, y sin escoger mucho, nos sentamos en la primera mesa
que vimos.
— Me imagino, que al intentar algo con mi papá consideraste que
ninguna de sus hijas estaría de acuerdo, ¿no es así? — dijo, Fiorella. En su
tono de voz, podía percibir la rabia y molestia que me tiene.
— Sí, siempre lo pensé — le contesto. Y a la vez pienso, que, no voy a
caer en su juego de discusión.
— Entonces, ¿cómo empezó esto? Tu hace un año estabas en
Venezuela. ¿Qué te hizo venir a Costa Rica? — ella me sigue mirando con
rabia y su voz, cada vez se vuelve más pesada.
— Tuve ganas de salir de mi país, en busca de un futuro mejor. Nada
demasiado complicado de entender, todo el mundo conoce la situación de
Venezuela. — mi mirada de tensión, tuvo que haberle dicho algo a las dos; lo
único que quiero lograr, es que ya no insistan más en generar conflictos.
— Bien, ¿y de la nada les nació el amor? — dice lo suficientemente
insoportable, como para hacerme sentir incomoda.
— Con todo el respeto que se merecen las dos por ser las hijas del
hombre que amo, creo Fiorella, que está completamente fuera de lugar tu
pregunta. No entiendo a donde quieren llegar con esta conversación, pero me
terminan de confirmar, lo que yo siento, ustedes quieren controlar la vida de
Maurizio. — admito con voz seria.
— Y ya que, además de ser su secretaria, novia, y ahora también su
abogado. ¿Me permites que te de un consejo? — Camila me mira fijamente.
— No estoy muy interesada en recibir consejos — le respondo, con el
mismo tono de voz serio. Sin embargo, estoy muy clara que Camila no se va a
dejar desalentar por esa respuesta.
— Igual voy a expresar mi opinión. — dijo, con voz de chica
adolescente. — Si mi papá, es el hombre con el que quieres hacer tu futuro,
definitivamente no entiendes nada de la vida.
— ¿Por qué dices eso? — pregunté, con un tono de voz, seguro y firme.
— Porque hay demasiada diferencia de edad. Tú puedes ser mi
hermana. Y aunque aparentes, más edad que Fiorella y cuando hables parezcas
más adulta, no dejas de ser una mujer muchísimo más joven que mi papá.
¿Qué va a pasar en diez años? En diez años, mi papá tendrá 60, vas a parecer
la propia hija. ¿Sabes lo que eso significa? — añadió Camila, con voz
alarmada.
— No Camila. No lo sabe. Porque es obvio que detrás de tanto amor,
hay un interés oculto. — responde Fiorella bruscamente.
— Respondiendo a tu pregunta Camila, quizá esto te sirva de
enseñanza, no hay que vivir en el futuro. Soy una persona que honra su
presente y cuando me va bien, no tiendo a crear problemáticas. — dije
calmadamente, pensando que estoy sentenciada a su indiferencia.
Decido no decir más nada, porque no quiero discutir.
— ¡Wow! ¡Cuánta filosofía de vida! — responde Fiorella, con voz
sarcástica.
— No voy a discutir sobre mis sentimientos hacia su papá. Igualito
nada de los que les diga, hará que me crean. Que piensan ustedes, ¿qué quiero
su dinero?, ¿qué les voy a quitar su herencia?, o ¿me voy adueñar de la
mansión donde viven?
— Si. — responde Fiorella mirándome fijamente. — De lo contrario, no
veo la necesidad de que estés envuelta en un lío como este. No veo necesario,
que una chica de mi edad, esté en esta posición, habiendo allá afuera tanto
hombre joven, soltero y con más posibilidades que mi padre.
— Pues a mí me gusta muchísimo la vida sencilla, y no tengo la menor
intención de cambiar de estatus. — por una fracción de segundos, siento que la
tensión en las dos chicas al escuchar mis respuestas, se hace más evidente.
— ¿Tienes algún trabajo que hacer acá? — pregunta Camila.
— Pertenezco al personal médico de un preescolar o un jardín, o como
le llamen aquí.
— ¿Es necesario toda esta victimización? — pregunta Fiorella — lo
digo, por lo que recién dijiste de vivir una vida “sencilla”— dijo, formando
unas comillas en el aire con sus dedos.
— Es necesario: seguirte y caer en este juego, que tienen las dos basado
en diálogos, que sólo tienen palabras irreflexivas. Discúlpenme, pero a
diferencia de ustedes, el ataque no me funciona como defensa.
— Yo siento que mi papá y tú, no se están dando cuenta que son
completamente distintos. Pienso que saben las consecuencias, y fingen hacerse
los locos — responde Camila.
— No entiendo muy bien qué quieres decir — dije, cruzando mis
brazos.
— Después de presenciar una escena como la que viviste con mi papá y
Fiorella, no te parece suficiente muestra, para darte cuenta, que la relación
entre mi padre y tú, no puede ser. — ha dicho Camila, haciendo un esfuerzo
por mantenerse tranquila y no alterarse.
— Me van a disculpar, pero ustedes no tienen que decirnos a Maurizio
y a mí, que es lo que tenemos que hacer. Cada ser humano escoge desde la
permisión de ser, el camino hacia el cual quiera vivir su vida. Permitan que su
padre lo haga. — contesté.
— Sí, claro que tenemos el derecho. Porque si una persona es capaz de
amar a un hombre, son sus hijos. Sin restricciones, ni mucho menos
condiciones. Y si mi papá sigue contigo, nuestra historia cambiará. — Fiorella
vuelve a hablarme con autoridad.
— ¿Y por qué ha de cambiar? — pregunté en tono cansado.
— Por lo visto sigues negada a ver que esto es una locura — reafirma
Camila.
— Puede que el mundo con mi papá, para ti, tenga sentido. Pero
realmente no es así. — Fiorella me mira seriamente.
— ¿Qué quieren que haga? ¿Qué lo deje?
— Al fin dijiste algo sensato. — responde Fiorella.
— Para ustedes eso debe ser una idea genial, ¿no?
— Como todos los jóvenes, tienes muchísimas formas para colaborarle
al mundo y comértelo. Eres joven, hermosa, y muy inteligente. Llegará un día
en que tendrás la edad de mi papá, y quizá ahí entiendas que no es tan fácil
sobrellevar ciertas cosas, más cuando se tiene hijos. Una historia familiar, y
muchas cargas que llevar. Mientras, esto sería inútil seguirlo conversando.
¿Nos puede colaborar en el favor que te pedimos? Necesitamos que mi papá
este tranquilo — debo confesar que cada análisis de Camila, siendo la hija
menor de Maurizio, me impacta. Pero decido seguir actuando con prudencia.
— ¿Crees que lo paso, es por mi culpa? ¿Crees que yo lo provoqué? —
he contestado seriamente.
— No estoy queriendo decir eso. — respondió Camila, en voz baja
serena.
— Entonces, ¿qué me quieres decir? — pregunté.
— ¿Realmente quieres saberlo? — pregunta Fiorella, con el mismo
tono molesto de voz.
— Por supuesto. — contesté pasivamente, ignorando su actitud de
rabia.
— Luego del infarto, mi papá se ha visto obligado a tener un
tratamiento de por vida, por la tensión. Emocionalmente sufre de eso, y ahora
cualquier episodio emotivo hará que le suba. Él no puede recibir ninguna
amenaza o angustia. Como hijas de él, tenemos que velar por su bienestar.
Sabemos que tu presencia provocará angustias y preocupaciones por pensar
que diremos nosotras o como controlar nuestra relación contigo.
Conociéndolo, sabes muy bien que él es bastante estructurado y siempre
quiere llevar todo a la perfección. Lo que queremos evitarle es un desgaste
emocional o físico que le provoque alteraciones en su salud. — advierte
Fiorella, con voz antipática y fría.
— Cualquiera puede ayudarlas. Eso no es un motivo, por el cual yo
tenga que estar apartada de Maurizio, basta con que la energía del amor se
expanda en nosotros como pareja, y en ustedes como familia, para que el
problema se solucione. — dije tranquilamente. Ella me mira con más enojo.
— La única energía de amor que conozco en mi padre, fue la que sintió
por mi madre. — dijo Fiorella en voz alta, parándose de la silla al tiempo en
que la estiraba para atrás, colocando sus manos en la mesa, y reclinándose
hacia mí. — ¡Aléjate de mi papá! — su actitud altanera, ya me parece fuera de
contexto. Yo me quedo en silencio. Ella está completamente molesta, y fuera
de su centro. Camila la coge del hombro, y la hace sentarse de nuevo.
— Sólo queremos que entiendas que… — Camila intenta intervenir,
pero yo la interrumpo.
— No quiero ir más lejos con este tema chicas. Mañana viajo a
Dominicana, pero eso no significa que me olvide de Maurizio. Seguiré tan
pendiente de él, como pueda. Al final lo que me ha hecho estar aquí con él, es
el amor que le tengo. — Fiorella al escucharme, cruza los brazos y revira sus
ojos. — Me despido y espero que sigan bien. Hasta luego — dije con voz
calmada. Me di la espalda y fue entonces, cuando escuché el sonido fuerte de
una silla moverse. Fiorella se acercó a mí y como si realmente fuese su peor
enemiga, me cogió del brazo y me volteó hacia ella.
— Eres tan descarada, que ni siquiera respetas que nosotras somos sus
hijas. Será muy difícil que puedas librarte de Camila y de mí. — me miró
como si fuese una delincuente. Yo me quedé inmóvil, sólo observándola
detenidamente y mostrándole una mirada pasiva.
— Fiore, ¡ya fue suficiente! Suéltala, no vale la pena. —Camila me ve
con molestia, Fiorella me suelta el brazo. Yo las miro por última vez, y en
completo silencio, como si estuviese tranquila, me di la media vuelta y me fui.
*
Después de ducharme y bañarme, caminé un corto pero perezoso camino,
que me llevó hasta la parada de los buses. Me senté en el asiento de la ventana,
observando cómo se despejaba el sol, estaba haciendo una brisa sabrosa.
Recordé que a Maurizio no le gusta el calor, él está acostumbrado a vivir en
climas fríos, por eso, cuando llegó a Dominicana, supo que el ambiente
climático era algo con lo cual debía lidiar todos los días. Escazú es una zona
hermosa, cubierta de muchos arbustos verdes y de impactantes atardeceres,
que al obsérvalos, no te provoca ni parpadear, lo único que estas vistas logran
es robarse todas las miradas de las personas que estuviesen presentes como
turistas para dar largos paseos, o de los que viviesen allí, que aún y cuando
deberían de estar adaptados, todavía le rinden culto a una de los lugares más
modernos de San José.
Mantuve los ojos puestos en sus calles, miraba los árboles e intentaba no
pensar tanto en la discusión con las hijas de Maurizio, aunque en momentos,
sintiera que no podía evitarlo. El bus se estacionó para que varios pasajeros se
bajaran, aparté la mirada de la ventana y recosté mi cabeza del asiento, cerré
mis ojos e intenté descansar otro ratito. Sin embargo, escuché unos gritos; por
las voces, sentí que era una pelea de chicos, me volteé de nuevo, y vi por la
ventana.
Un grupo de adolescentes salían de un instituto, es como una pequeña
escuela de artes. Aproximadamente diez chicos rodean un círculo, y un joven
de cabello amarillo, se burla grotescamente de alguien, su boca está rota y al
verlo así, me quedé tiesa, porque empezaron a gritar "sangre, sangre",
entonces, observé, que el chico fue empujado por una chica de cabello
amarillo. Ahí, fue cuando la vi. No son ideas mías, es ella. De inmediato me
puse de pie, y me bajé corriendo del bus a buscarla.
Camila no quiso ir a su casa. Una chica la empujó, y en ese momento ella
sintió que todo le dio vueltas. Se había caído boca abajo y su rostro a causa del
empujón, impactó directamente frente a un camino de piedras que hay en el
patio del instituto donde perfecciona su inglés. Entonces, aún con la rodilla
adolorida y el labio inferior sangrándole, se puso de pie y reaccionó con un
empujón hacia su compañera. Tenía mucho miedo y respiraba con dificultad,
pero supo indicarles a todos los que estaban allí que lamentaba todo esto que
estaba sucediendo. Y que no deseaba, de verdad, que ninguno de ellos perdiera
a su madre.
Cami, se sintió humillada, cuando el chico al que vi con la boca sangrada
desde la ventana del bus, escribió en la pizarra del salón de clases: "Camila.
La huérfana"; la chica a la que empujó, había colgado una foto de ella,
aproximadamente de cuando tenía cinco años de edad, sin dientes, gordita, y
sin ropa. Esa foto, la tenía Vittoria en su perfil de Facebook. Era una de sus
fotografías más preciadas. Su madre siempre le contaba que, a ella, le gustaba
bañarse en la pequeña terraza que había, en el apartamento donde vivió con su
familia y experimentó su infancia en Bogotá. Samy, su compañera de curso,
había compartido la foto por WhatsApp e Instagram, colocando efectos
especiales, que hicieron que sus delgados labios inocentes y su bella sonrisa,
se desviaran por un color rojo fuerte y unos dientes de murciélago que
causaron que la foto, se percibiera como algo monstruoso.
Tony empujó a Mark, el chico que escribió en la pizarra el imprudente y
cruel mensaje. Y Sammy la empujó a ella, por defender a su hermano mellizo.
En el momento en que aparecí en la escena, no lograba encontrar palabras,
sólo grité "ya basta", y ellos al verme lo suficientemente adulta, se quedaron
estáticos. Agarré a Camila del brazo y les advertí a todos, que esto no iba a
quedarse así; y llegaría a boca del personal directivo del instituto.
No estaba pensando del todo con objetividad, inclusive, un chico me grito
que hiciera lo que me diera la gana. Pero lo ignoré. Ver a Camila en esa
situación, me hicieron recordar las tantas veces que fui humillada por mis
compañeros del colegio.
— No pasó nada Cami, tranquila, que no pasó nada.
Le repetía abrazándola, intentando calmar los sollozos de su silencioso
llanto. Cogí un taxi, y me la llevé hasta el hotel donde me hospedo.
*
Camila se dejó ver el pequeño raspón de la rodilla, dejó que se lo limpiara
con agua oxigenada, y luego, le colocara una crema que le ayudara a cicatrizar
los rasguños que tenía. Le preparé una limonada caliente, y le pedí que se
tomara un analgésico para calmar la hinchazón del golpe y el dolor.
A pesar de que ya estábamos en territorio seguro, ella no dejaba de
sollozar. Entonces le sonreí, no estaba intentando ser sólo amable, le estaba
demostrando que aquel gesto, venía desde el corazón, y no con el propósito de
ganármela o intentar ser la buena de la película. Me senté a su lado, le
pregunté cómo se sentía, pero no respondió a mi pregunta. Angustiosamente
volteó a verme, con sus ojos verdes claros llorosos y arrugando el rostro para
sollozar de nuevo, me dijo:
— No le cuentes nada a nadie. Por favor, no le cuentes nada a mi papá.
No quiero hablar con él de esto. No quiero hablarlo con nadie.
— De acuerdo. Esto no sale de acá — le acaricié el cabello y le dije. —
Yo voy a cumplir mi promesa.
— Hay personas que no saben cerrar sus bocotas. Espero que ellos,
nunca pierdan a su mamá. Realmente es un dolor que no deseo que viva nadie.
Camila se sentía traicionada, y no se le ocurrió otra cosa más que también
empujar a la chica. Además, le había confesado a Teffy, que todavía veía a su
mamá y hablaba con ella. Era su mejor amiga, pero no supo guardar el secreto.
Así que aparte de que la etiquetaran como huérfana, también le habían dicho
loca y desquiciada. Teffy no pensó que habérselo confesado a su mamá,
hubiese traído este conflicto. Todo parecía ser una cadena de información,
Cami hablaba y a cada momento me daba cuenta, de que efectivamente, no se
puede confiar en todo el mundo. La mamá de su amiga, es amiga de la mamá
de los mellizos, y ellos son chicos de cuidado. Son de esos adolescentes, que,
en dos segundos, acababan con medio mundo.
Triste, desolada e insistente, Teffy llamó a Camila, pero ella sólo apagó su
teléfono. Ciertamente no quería hablar con su mejor amiga.
Por otra parte, no podía quitarme de la cabeza lo sucedido con Camila.
Maurizio aún en el hospital, ella todavía sentida, y Fiorella alarmada al
considerar que yo iba dispuesta a quitarles todo. Estuvo unas cuantas horas
recostada en el sofá de la habitación, por más que le pedí que se fuese a la
cama, no quiso. Estuve al pendiente de su temperatura, pero todo estaba en
orden. Ya pasada las horas de la noche, luego de haberle preparado un pan y
no comerse ni la mitad, le pedí un taxi y la envíe a su casa, pidiéndole que por
favor me avisara apenas llegara.
*
Abrí la puerta de la habitación, pelé mis dientes, mostrando una sonrisa
triunfal. Maurizio alzaba el control para cambiar los canales de televisión,
recordé que poco le gusta ver tele, en eso nos parecemos. Su semblante había
mejorado muchísimo, y ya lo observaba más ligero, con mejor ánimo.
Al sentir mi presencia, volteó a verme con una sonrisa fresca, lo suficiente
como para que yo saliera corriendo, y me escondiera entre sus brazos.
— ¡Jovencita! — dijo, con voz animada y alegre.
Me acerqué a él y comencé a acariciar su voluminoso cabello negro
alisado. Él y yo, tenemos una conexión indescriptible, nuestro amor esta fuera
de serie. Me preocupé tanto al pensar que podía perderlo, pero gracias a Dios,
logró vencer esta prueba. Maurizio, me había regalado lo más felices y
conmovedores momentos. Su mirada, simboliza los mejores ojos, donde yo
me he mirado. Él estaba esperando verme, me preguntó qué había sucedido,
porque demoré tanto en volver. Le sonreí y le cambié el tema.
— Ese no es el punto ahora, lo importante es que ya estoy aquí, y
pronto estaremos amándonos fuera de este hospital. — respondí con una
sonrisa cándida.
Tras escuchar mi respuesta, observó detenidamente mis ojos, se le hacía
irresistible no mirarme con ganas de besarme con crecimiento progresivo,
empezando lentito, y cuando parara un poco, arrancar más fuerte. Vivir esos
besos después de este proceso, sería una bendición. De repente comenzó a
reírse, de modo que, yo también empecé a reírme con él.
Es un hombre que sabía reírse aun en esta circunstancia, no todo el mundo
sabe utilizar la risa como un refuerzo de voluntad; se reía de sí mismo, y eso
era inteligencia. Siendo médico, podía constatar que, como paciente, esa era su
mejor habilidad, su risa. Extendí una de mis manos para acariciar sus mejillas.
— ¿Y esa risa? ¡Cuéntame el chiste! — dije, curiosamente al verlo tan
exquisitamente sonriente. Comenzó a reírse alegremente, al tiempo en que me
veía con picardía.
— Estaba recordando todas las veces que te puse nerviosa. Hubo un día,
que te miré tanto, que algo en mí, empezó a subir — dijo, moviendo
lentamente su mano hacia arriba. — Aquella vez, me moría por besarte.
Creo saber qué momento fue ese, mi memoria es muy selectiva y sólo
recuerda momentos que hayan tenido un impacto en mí. Aquella mañana, él
me hablaba de la planeación, pero al mismo tiempo, me comenzaba a mirar de
una manera distinta, como si estuviese viviendo la excitación más elevada de
su vida sexual, sin tan siquiera estar tocándome. Él estaba sentado en su silla,
y yo estaba sentada frente a él, nos separaba su escritorio, pero, aun así, yo me
sentía desesperada y me di cuenta que estaba sintiendo un placer diferente.
Todavía puedo cerrar mis ojos, y recordar su fascinante voz, diciéndome,
«¡mírame! ¡quiero que me mires».
Yo sentía que el corazón se me iba a salir del pecho, no podía controlar mis
nervios. Estaba desesperada porque me besara. Yo me le quedé mirando con
expresión nerviosa, él había vuelto a sonreírme pícaramente y dejando escapar
un pequeño suspiro, me preguntó de nuevo por la planeación de la semana.
— ¡Dios mío! — me rio angelicalmente al recordar ese momento.
Maurizio me vio con una sonrisa tierna, respiro fuerte y cerró sus ojos.
— ¡Descansa! — dije en voz baja.
— Me desperté hace un rato, todo el día he estado pensando en ti —
volvía a suspirar, con los ojos cerrados y tratando de relajar su cuerpo. — Me
imaginé que estábamos los dos en una playa. Sólo usted, y yo doctora.
— Pronto, prontito, estaremos de nuevo en la playa. Cuéntame, ¿cómo
te sientes?
— Tengo a la doctora más hermosa de todo el planeta cuidándome,
¿Cómo no estar bien?, si puedo escuchar tu voz, oler tu perfume, ver tus ojos.
¡Te extrañé! Lo único que necesito ahora, es escaparme contigo.
— Mucho cuidado con lo que pides, mira que yo cumplo tus deseos.
Necesito que estés muy, muy fuerte. Porque al salir de aquí, no te voy a dejar
descansar.
— Y yo estaré feliz jovencita. Con el mayor de los gustos, podría pasar
cada segundo de mi vida a tu lado.
— Ahora sí, ¡mi paciente más pequeño! Vamos a descansar. — dije,
dándole un beso en la frente.
— ¡Ah! ¡no! Jovencita, no me hagas trampa. ¿Y mi beso de las buenas
noches?
Sonreí y lo besé.

CAPÍTULO 19
EL RELATO DE MAURIZIO.

Después de estar varios días hospitalizado, volví a casa con un


comportamiento diferente, y tratando de no conectarme con la presión. Mi
única compañera, era la lluvia; en las noches, llovía muchísimo en Costa Rica,
no podía salir de casa, estaba solo en mi habitación, y ahí, es cuando más
extrañaba a Patricia. Yo lo llamaría, el momento de la nostalgia.
Cada vez que hablo con Patty por WhatsApp, le recuerdo lo mucho que
deseo, que mi boca se aprenda de memoria su rostro. Lo mucho que anhelo
tenerla de nuevo a mi lado; desde que salí del hospital, acepté esta oportunidad
que Dios me dio para vivir la historia de amor más grande de mi vida. Acepté,
levantarme todas las mañanas a su lado. Ya había cancelado los miedos, y los
fantasmas que tenía. La mejor decisión que he tomado, es unirme con la mujer
que amo.
Quiero enamorarla todos los días, complacerla en absolutamente todo,
después de haberla encontrado de nuevo, ahora más que nunca, tengo que
saborearla, degustarla, sentirla, amarla, desearla.
Ha sido poco fácil esta historia, pero hermosa. Ciertamente mi vida parece
una telenovela, y larga la condenada; yo que pensé, que no volvería hablar de
amor y ahora todas las noches, mientras hablo con ella siento que vuelvo a
tener veinte años, porque a pesar de los kilómetros que nos separan, estoy
completamente sumergido en nuestro romance.
— Bogotano, el destino parece que insistiera a pesar de nosotros. A
pesar de tus hijas, de lo que la gente pueda pensar, a pesar de…
— Jovencita, tu mundo y el mío, son uno solo, y estos dos mundos van
a estar tejidos para siempre.
— A pesar, de lo que piensen tus hijas, y de todo lo que vayamos a
enfrentar, tú crees Maurizio, que nosotros podamos con todo. Porque ahora
mismo, siento que no…
— Usted lo único que tiene que sentir, es el amor que me tiene. Mas
nada. Y ya… ¡basta! No digas nada que nos traiga malos recuerdos, ¿sabes por
qué?
— ¿Por qué? — preguntó viendo tiernamente desde la pantalla de su
móvil.
— Porque te amo chamita. Te amo — dije, lanzándole un beso en el
aire — Y lo único que tengo que hacer, es vivir la vida, con lo mejor que
tengo, tú. Te amo — le susurré, admirando lo atractiva que se ve sin
maquillaje. Deseando que, en vez de tener puesta una bata de dormir, tuviese
puesta una franela mía, y que, en vez de estar recostada en su cama, estuviese
abrazada a mi pecho.
— Es así. Te amo. Te amo y te extraño todos los días.
— Pronto, pronto estaremos juntos otra vez. — dije, lanzándole otro
beso.
Muchas veces, sentí deseos de mandarla a buscar para tenerla conmigo,
pero esa acción, no sabía cómo empezarla. Fiorella y Camila aún seguían en
desacuerdo con el noviazgo. Había conseguido señalarles a las dos, que mi
corazón estaba totalmente liberado para amar, y que nadie debía meterse en mi
decisión. Lo importante es que ellas me vieran felices, y la felicidad es un
sentimiento, que se puede expandir en todas las familias, así tengamos
cualquier diferencia.
¿Desde cuándo mis hijas no me veían reír de cualquier tontería?
Entablábamos en ocasiones, conversaciones poco filosóficas, y más
comunes. Ellas se reían de mis chistes, aunque estoy claro, que mi humor es
pésimo, pero me alegraba el alma verlas sonreír conmigo. Un día, les comenté
que el amor había logrado encontrarme, más allá, de que ellas colocaran
prejuicios a mi unión con Patty, y antes de que Fiorella dijese un comentario
donde expusiera su negación a aceptar mi nueva relación amorosa, abrí de
nuevo otro tema de conversación, que no estuviese ligado al amor.
Sabía que aquella mañana, que mis hijas me dijeron que se iban a Europa
por un mes, sería el tiempo en que ya no iba a contenerme más y podría irme
con Patricia, a un lugar donde nadie me conociera, donde si me provocaba
cruzar la frontera con ella, lo hiciera en sana paz y tranquilidad.
Para mi buena suerte, el banco donde el hermano de Patricia trabaja,
nuevamente se comunicó conmigo, así que tendría que volver a dirigir otro
proyecto, que hasta ahora, sería por un mes. Viajo a Dominicana el día lunes, y
ya estoy ansioso por ver y sentir los besos de la jovencita, que se ha robado
todo mi corazón.

CAPÍTULO 20
EL RELATO DE PATTY

— Esto que estoy haciendo es una locura. Parezco una adolescente. Lo


correcto era decirle a Maurizio, que venía para su casa. ¡Ay!, pero, ¿qué voy a
hacer pensándolo? Hoy decido accionar, es hora de dar pie a lo que siento.
Nada malo va a pasar.
Llegué a un complejo urbanístico, situado en una de las zonas más
modernas de Dominicana. Estoy vestida bajo la singularidad de mi particular
estilo, falda larga y franela de tiras. Una vez me preguntaron: ¿cuándo tú,
trabajas con niños, no te cambias de ropa?, respondí que no.
Para mí, mi forma de vestir es creativa, y me hace lucir diferente ante
tantas jóvenes que visten prendas que están en tendencia. Yo no me visto,
como manda la moda. En alguna ocasión, le pregunté a Maurizio, si le gustaba
mi forma de vestir y me respondió, que él me encontraba atractiva,
completamente fresca, de modo que, eso le parecía interesante; no existía, para
él, algo más divino, que verme vestida con franelas de colores ajustadas a mi
abdomen, que lo reforzaban a continuar mirándome en dirección a mis senos
operados, sin considerarlo una forma de abuso. Y transmitiéndome escalofríos,
por su mirada intensa, que hacía, que el calor aumentara en mi cuerpo. Para
ese día, él, notó en mi rostro una sonrisa juguetona transformada en placer y
me llamó de nuevo baby.
Él sabía que eso era un acto de provocación, que yo aceptaba. ¿Por qué
tenía que fingir que él me gustaba? Yo también le gustaba a él, sólo que no
tuvo el coraje de enfrentarlo.
Ahora puedo negarme a todo, menos a tocar la puerta. No existe ley que
me lo niegue. Camila y Fiorella, no están en el país, porque decidieron
vacacionar en Europa y por unos meses, estar lejos del Caribe.
Pero ya estoy pensando mucho, tengo un buen argumento por el cual estar
aquí, frente a esta puerta, buscando al hombre que amo.
De manera sutil toco el timbre. Sin embargo, nadie se asoma. De repente,
pienso, si habrá salido con Esteban a correr o … luego recuerdo que él, me
comentó que estaría en casa en la mañana. Reviso el WhatsApp, para constatar
que exactamente eso fue lo que me dijo, y en efecto, fue así. Pienso que
merece la pena seguir tocando el timbre y eso hago, pero no recibo respuesta.
Me veo obligada a pensar que él no está, porque nadie sale a abrirme.
Ahora pienso en llamarlo, pero si lo hago, la sorpresa se arruina, y realmente
quiero sorprenderlo. La alegría inicial, se trataba de reencontrarnos, después
de dos meses sin vernos. Quizá, necesite hablar con Mónica, ella seguro sabría
dónde se encuentra. Toco el timbre por última vez, espero unos segundos, y
me doy por vencida. Cuando sea posible nos veríamos, lo importante, era que
ya él se encontraba en Dominicana.
Al fin volvería a mi historia de amor presencial con Maurizio, y
recordaríamos, todas y cada una de nuestras batallas. Y estaríamos listos para
arrear contra todo. La idea de que él estaría con Esteban, seguía reforzada en
mi cabeza, así que empecé a caminar, hacia la salida del conjunto residencial.
— ¡Patty! — escucho un acento colombiano gritar mi nombre, de
inmediato me siento acalorada, segura estoy, de que tengo el cuello rojo.
Siento el entusiasmo que tenía dos meses sin vivir. Al fin me estoy
reencontrando con el hombre que me hace sonreír todos los días, aun en la
distancia.
Me quedo estática y cierro los ojos, pensando en volver a verlo.
Imaginándolo, con su cabellera negra azabache, y su contextura delgada. Fue
entonces, cuando escuché que me grito:
— Preparé un chocolatico caliente, que seguro te va a gustar.
Yo le sonreí, y con mucho coraje de besarlo y sentirlo completamente mío,
me volteé, y corrí hacia a él. Él me alzó entre sus brazos, me dio vueltas en el
aire, hasta agarrarme por los hombros y besarme con mucho amor y alegría de
vivir. Sí, me besó, sin sentir ninguna ansiedad por conocer que pasaría
después. Simplemente nos dejamos llevar por la sensación de nuestros labios,
sus caricias desenfrenadas en mi cabello; yo me dejé llevar por la certeza de
que eso, era lo que ambos queríamos, lo que esperábamos, y lo que hoy la
distancia no impidió que sucedería.
— Aja, jovencita, ¡qué impaciente eres! ¡ya ibas a irte! — él se sonríe y
me roba otro beso. — ¡Te amo chamita! ¡Te amo! ¡Cómo te extrañé jovencita!
— me vuelve a robar otro beso. — Te amo — dijo, acariciándome el pómulo
con su pulgar.
— Y yo a ti cachaco — lo abracé fuertemente, y me escondí en su
pecho. — ¿Tú siempre hueles así de rico? — pregunté, disfrutando su olor a
colonia.
— Siempre — contestó riéndose y dándome un beso en la frente.
— Te he extrañado horrores — me vuelvo a reír y me despejó de él. —
Tengo un regalo para ti — dije, con una expresión dulce y traviesa.
— ¿Ah? ¡sí!, a ver, ¿qué es? — Preguntó sonriéndome pícaramente y
acercándome hacia él. — No te me alejes, recuerda que estuviste lejos de mí,
por mucho tiempo. — sus manos ahora cubren mi cintura. Yo lo miré
tiernamente y saqué de mi cartera, una pequeña nutella. — ¡Mira! — dije,
mostrándosela. — La compré pensando en los dos. Más que todo en mí, que
me encanta la nutella, pero, me empalaga muchísimo. Claro, que estoy
segura, que, si la comparto contigo, no me voy a empalagar. ¿Tú qué piensas?
— pregunté con voz de niña traviesa y mirándolo seductoramente. Sí, lo
estaba provocado.
Él me miró con mucha intensidad.
— Definitivamente, hasta ahora yo pensé que tenía lo más importante,
pero ahora sí, que lo tengo todo— dijo, con ganas de querer besarme
apasionadamente.
— ¿Sí? Y cuéntame ¿Qué es todo? — pregunto, al mismo tiempo que
desplazo mi dedo índice, por la punta de su perfilada nariz.
— Tengo tu amor, la nutella, y lo más importante de todo, ¿sabes qué
es? — su voz advierte un tono erótico.
— No — respondí sonriéndole traviesamente.
— ¡Tú boquita! — respondió placenteramente, muy cerca de mis labios.
— ¡Ay! porque tengo que quererte tanto — añadí, con el
enamoramiento poderosamente envuelto en mí sonrisa, paralizado en mi voz
tierna y pasiva a la vez. — ¡Quiero abrazarte! Mucho, mucho, muchísimo.
— ¡Te abrazo! — dijo, con su voz ingeniosa, con ese acento
colombiano, educado y sexy a la vez.
— Abrázame rico.
— A ver, ¿y cómo es un abrazo rico? — preguntó con voz baja y
seductora. — ¡Enséñame!
— Así — respondí, agarrando sus manos y metiéndolas dentro de mi
blusa. Mostrándole, cómo quiero que me acaricie, como deseo que
placenteramente sus manos tengan contacto con mi piel. — Que me des
masajitos ricos, mientras te abrazo — dije, escondiéndome en su pecho.
— ¿Te gusta así? — preguntó, moviendo sus manos suavemente por mi
espalda, estimulando esa zona de mi cuerpo y haciéndome entrar en territorio
placentero. Respondí que sí, disfrutando el olor de su colonia. — Prepárate,
porque esto apenas es el preámbulo, jovencita — dijo, al mismo tiempo que su
mano se desliza ahora por mi abdomen y velozmente, se direcciona hacia la
copa del brassier rosa, que cargo puesto.
Esto dio paso a otro apasionado beso. Definitivamente el amor puede
cambiarlo todo. El destino escogió por nosotros, y esta vez los dos estábamos
corriendo el riesgo. Agradezco a la vida, porque hace dos meses, tuve miedo
de perderlo para siempre, y ahora lo tengo conmigo, sano, fuerte, guapo,
romántico. Es el mismo bogotano del cual me enamoré. Nada ha cambiado.
Todo sigue intacto.
*
Me puse de pie, para marcharme con una supuesta indignación reflejada en
mi rostro — mentira, estaba haciéndome la víctima — Maurizio me jaló del
brazo, y yo caí directamente en sus piernas.
— Pero no te molestes chamita. Ok, la arepa no es colombiana. Está bien.
Pertenece a ambos países, ¿de acuerdo? — dijo entre risas. Acarició mi
cabello, enredando sus dedos en mis rulos, y me sonrió tiernamente.
— Obvio que no. Estas equivocado — dije, cuando se acercó a darme
un pequeño abrazo. Estamos sentados en el sofá, de la sala de su casa
alquilada en Dominicana.
— Me parece que este debate, entre ver si la arepa es colombiana o
venezolana, va tener una segunda temporada. Yo pensé, que hoy sería el
capítulo final, pero veo que me equivoqué— él, exhaló un corto suspiro y me
miró tiernamente. — Ven acá — pronunció con voz autoritaria, extendiendo su
brazo para jalarme hacia él. Pero yo rechacé su retención.
— Mira bogotano, yo he sido muy clara — lo reprendí con la mirada. Y
él, subió las cejas en señal de asombro — además, no tengo porque seguir el
juego — dije, cruzada de brazos.
— Cuando viviste en Bogotá, no escuchaste ese dicho que dice, "más
colombiano que una arepa" — me miró, curioso por saber que iba a responder.
— Por suerte no, de haberlo escuchado, se hubiese formado tremenda
pelea — respondí muy firme, exteriorizándole todo mi folclore venezolano. —
Mira bogotano, ¿sabes qué?, que nosotros en Venezuela, tenemos, mira… —
moví mis manos, para exponerle una cantidad numérica con mis dedos — la
arepa con huevo, la arepa con queso de mano, la arepa con carne mechada, la
arepa con caraotas, y donde me dejas, la famosa arepa reina pepiada, que
puede curarte de cualquier cosa. Comerse una reina pepiada, es la cura
perfecta para cualquier herida — hablé con tanta euforia, que en un momento
sentí, que se me trabó la lengua.
— Y la arepa de choclo con queso blanco bien fresquito, y la arepa
santandereana, y... — Maurizio hizo una pausa, e intentó, no reírse a
carcajadas — esta conversación se puso un poco infantil, ¿no crees? —
expuso, mirándome de forma animada.
— ¿Infantil? — dije, con voz asombrada. — ¡Ay no! Mira bogotano, a
mí, no me gustan que me ataquen, y mucho menos con el temita de la arepa.
— Pero… si tú eres la que me está atacando a mí, diciendo que la arepa
solamente es venezolana — replicó él, con voz chistosa.
— No... Yo.
Maurizio, colocó su dedo índice en mis labios. Se llevó su mano a mi
cabello, y, por último, me abrazo escondiéndome en su pecho.
— A ver jovencita, la arepa es un derivado del maíz… — empezó a
hablar con su voz de profesor de primaria, fue entonces, cuando volví a
interrumpirlo.
— Ya te dije que la arepa no es colombiana. No insistas — dije,
intentando separarme de sus brazos, pero él no me lo permitió.
— ¡Quieta! Si quieres escúchame, por favor.
— Ajá — respondí con voz de niña malcriada.
— Vale, voy de nuevo, te decía que la arepa pertenece a ambas
naciones. Que ahora, con tanto problema político, hasta eso ha causado
desunión en dos países hermanos. Así, que te diré, yo adoro a Venezuela, y me
encantan las arepas, venezolanas y colombianas. ¿Sí? — me quedo unos
segundos callada, y él me mira, esperando mi próxima reacción. Sonríe
cuidadosamente, mirándome tiernamente con sus ojos grandes color negro.
Me siento tan querida y amada por él, que continuar este debate, sería
perderme de sus besos y caricias, así que, en completo silencio me volví hacia
él y me escondí en su pecho.
— Creo, que ya hay una razón para comprobar que pertenece a ambos
países, ¿cierto? — susurró estas palabras, acariciando mi cabello, al tiempo
que me abraza fuertemente.
— Ajá — respondí con voz de niña ingenua y volviéndolo a ver, de
forma traviesa. — La arepa pertenece a Venezuela. Es venezolana, claro está,
¿ok? — luego solté una risa — no son...
Maurizio, se llevó la mano a mi mejilla y me robó un beso. Yo coloqué los
brazos alrededor de su cuello, y me comencé a mover hasta quedar encima de
él.
— Y tú eres mía. Sólo mía, ¿cierto? — declaró, exhalando un suspiro
en medio del beso — ¡sólo mía! — traté de responderle, pero no pude. Ese
beso era excesivamente delicioso, y mi respiración ya se había acelerado. Sus
manos, se aferraban con fuerza a mi cintura y acariciaban con mucha pasión
mi espalda.
Bueno, el juego no llegó hasta ahí, de vez en cuando, él lo utilizaba como
un medio para hacerme molestar — en modo chiste —. Él había visitado
Venezuela en una ocasión, y le pareció interesante la vista de las casitas
coloridas en lo más alto de los cerros de Caracas. En su tiempo libre,
contemplaba nuestra montaña llamada “El Ávila”, la neblina en las mañanas, y
el cielo azul claro, que, hacía sonreír al caraqueño, aún en momentos difíciles.
Se había asombrado al ver, como en la capital le rendían tanto culto a su Ávila,
como era un paisaje tan fotografiado y hasta exhibido en un cuadro, colgado
en la sala del apartamento donde estuvo hospedado por un mes, ubicado en el
municipio del Hatillo, una zona fría y fresca. Para él, fue muy gratificante, ver
como el venezolano lidiaba con la crisis y en el proceso, nunca perdía la
sonrisa. En momentos, observaba como en las calles deambulaban niños, que,
mediante su inocencia, exigían que se les diera comida. Pero también, se fijó,
en como personas colaboraban con su alimentación e intentó imaginar la
nobleza que se expandiría en ese país, si sus dirigentes se retiraban. Deseó
regresar a Caracas, pero al final no volvió. Tenía guardado en sus recuerdos
imágenes de una Venezuela encantadora, donde en medio de su propia
zozobra, había motivos de felicidad, que no vinculaban tanto a esta bendecida
tierra, con el sufrimiento y la desesperanza, contrario a eso, lo que más respiró
en ese hermoso país, fue la esperanza.
*
Desde que estaba muy joven tuve claro, que, quería encontrarme con una
esposa que me recibiera con amor, cuando yo llegara cansado del trabajo. Y
ahora, Patty tan dedicada a ser feliz a mi lado, me esperaba todos los días con
una sorpresa. Apenas abría la puerta, y le gritaba — "baby mía" — escuchaba
sus rápidos pasos, luego, la veía acercándose a mí y escondiéndose en mis
brazos. Es entonces, cuando realmente percibo, que conocer a Patricia, ha sido
la bendición más dulce de mi vida. Definitivamente, no quiero volver a tenerla
lejos nunca. Depende sólo de nosotros, que esto sea posible.
Amo a Patricia, y no voy a aceptar vivir mi vida sin su presencia. No más,
voy a luchar contra lo que sea, para estar juntos. Estoy consciente que tengo
que preparar bien a mis hijas, porque no va a ser nada fácil para ellas,
comprender mi presente.
Este amor que siento por ella, es muy grande e intenso, a veces quiero que
el tiempo se detenga, y que nunca salga de mis brazos. Que bendición se había
vuelto para mí, escuchar la suavidad de su voz en las mañanas. Estos días que
han pasado, hemos estado olvidándonos de todo, perdiéndonos en nuestro
romance. Le doy las gracias por amarme, yo sé, que a pesar de todos los
percances que tenemos, nosotros podemos ser felices juntos.
Cuando no estaba conmigo en casa, sentía demasiado silencio. En cambio,
cuando estábamos juntos, me tumbaba con ella en la cama, le pasaba mis
manos por su cabello y observaba como disfrutaba de mis caricias, mirándome
directamente a los ojos y con ganas de tenerme siempre junto a ella.
En las noches, cierro los ojos y se me eriza el cuerpo con tan sólo recordar
el sabor de sus besos; ya no soporto dormir sin su compañía, lo cual, supongo
que significa, que debo decirle de una vez a Alfredo, que su hermana y yo
iniciamos una relación. Digamos que las opiniones erróneas de mis hijas, ante
esta unión, ha hecho que actué con discreción y prudencia.
La eterna discusión en chequear si la arepa es venezolana o colombina,
comenzó en nosotros como un juego. Un tipo broma que he llegado a pensar
que nos turnábamos de manera inconsciente para comenzarla. Según ella, la
idea fue mía, pero yo no recuerdo de cuál de los dos fue. Me costaba poco
menos de un minuto, en verla a ella, intentando ganar aquel juicio espontáneo.
Al final, yo le contaba cualquier historia desde la reflexión y le exponía, que la
arepa pertenecía a ambos países, pero como si estuviese aburriéndola, en una
oportunidad, sacó una salsa de tomate de la nevera y de forma maliciosa me
amenazó con colocármela encima.
Cada vez estaba más sonrojada y soltaba una risa traviesa; «ni se te ocurra
chamita», repuse en voz alta. Pero no se dejó guiar por mi orden. Cuando la vi
dispuesta a empezar, ya sentía el olor penetrante a salsa de tomate sobre mí, y
la camisa azul claro que llevaba puesta, estaba manchada.
La expresión de malicia que tenía en su rostro, hicieron que me dieran
ganas de hacer lo mismo con ella. Y cuando me vio sacar un envase de
mostaza de la nevera, inmediatamente dijo, «no, no… Maurizio no.».
Patty se mostró entonces muy ágil y empezó a huir corriendo por toda la
sala de la casa; logré alcanzarla, hasta convertir su cabello rizado y brilloso, en
un cabello maltratado y envuelto en mostaza. Se quedó estática al sentirse así,
y luego me dio un empujón que hizo que me tambaleara y en segundos,
tuviese sus manos ahora sobre mi cabello, ya completamente repleto de salsa
de tomate. Aunque corrí, no pude vencerla. No éramos capaces de permanecer
quietos, parecíamos dos niños, corriendo y riéndonos fuertemente,
persiguiéndose uno al otro. En un momento me sentía cansado, ya quería
parar, pero ella me reforzaba a continuar. Creo, que yo estaba más manchado
que ella.
— Y entonces, ¿ya no quieres jugar más conmigo? — quiso acercarse a
colocarme más salsa en la camisa, que ya lo que menos parecía era eso; pero,
la jalé del brazo.
— Claro que quiero seguir — contesté riéndome.
Por primera vez desde que la conozco, tuve la sensación de sentirme joven.
Aún y cuando ya habíamos hecho muchas cosas o más bien, yo accedía a
hacer sus aventuras. Tuvimos la sensación de que íbamos a caernos, ya en el
piso habían caído gotas de salsas, y a pesar de que intenté que eso no
sucedería, ambos perdimos el equilibrio. No sé, cómo pasó, pero terminamos
acostados en posición boca arriba uno al lado de otro, riéndonos mucho.
— Te fijas, como tengo el poder de volverte joven a mi lado — dijo,
librándose de ser la niña traviesa, y volviendo a ser la mujer que me robó el
corazón— iba a responderle, pero no me dio tiempo. Patty se puso de pie y
dijo: “ahora vamos al agua". Corrió directamente a la piscina y se lanzó.
Estoy seguro que mi resistencia hubiese querido no hacerlo, pero en ese
momento, mi espontaneidad hizo que me lanzara con todo y ropa. Así, como
ella lo hizo. Mi pantalón, mis zapatos, todo estaba completamente mojado. El
frío que sentía, era suave y fresco.
— Bueno, aquí me tienes — dije sonriente — convertido en todo un
hombre jovial. Que nuevamente sale de su zona de confort, a tu lado.
Patty flotando en el agua vino hacia a mí, jaló mi camisa y me beso.
—Aquí me tienes, siendo tu chamita. La que quiere siempre ser el motivo
de tu sonrisa.

CAPÍTULO 21
LA DECISIÓN MÁS DIFÍCIL.

Antes de dirigirme al apartamento de Patricia, tuve una conversación con


uno de mis socios que me explicó que yo estoy en lo cierto, que tendríamos
muchos problemas con las diferencias de edades y que, de paso, no es justo
que ella dejé de ser madre, sólo por querer complacerme a mí. Realmente
había desecho totalmente la opción de tener hijos, un niño requiere atención de
horas por semanas, en una primera etapa, no somos capaces de dormir bien, a
medida que van creciendo, se tienen que formar e invitarlos desde pequeños a
convertirse en grandes profesionales. Ese fue mi caso, yo fui un padre
extremadamente exigente con mis hijas. Quienes, por lo visto, encontraron
cada una su vocación de vida. Pero no todos los padres tienen esa oportunidad.
Cuando Fiorella nació, yo tenía veinticuatro años, en aquel entonces, me
pasaba los días delante de libros y cuadernos, era un estudiante de ingeniería,
que hacia un esfuerzo sobrehumano para mantener a mi familia. ¿Qué me
puede aportar a mis cincuenta años de edad tener un hijo? NADA. Yo ya había
quemado esa etapa y vengo cargando con una experiencia que me hizo vivir
bastante tiempo sentando ante un escritorio dirigiendo mi empresa. Porque es
así, el que no trabaja no come. Lo único que ahora quiero hacer, es viajar,
beber vinos, divertirme al lado de una mujer, la vida me había devuelto la
vida. No sentía culpa por el motivo de ese infarto que viví hace dos meses, ni
miedo, ni mucho menos vergüenza porque mi hija me haya encontrado con
Patricia. Quizá ese era el momento de correr ese riesgo, de que ella y su
hermanita, se enterarán que estoy enamorado de una mujer joven que tiene
edad para ser mi hija.
De repente todo cambió, Patty comenzó a hablarme de hijos, un tema que
nunca había pisado y que me sorprendió que lo tomara muy en cuenta. Me
quedé sin palabras, al momento en que me dijo que iba a dejar de cuidarse. No
tenía la cabeza para controlar todo lo que sucedió en ese momento. Solamente
callé, miré alrededor de la habitación, hice otro comentario y evadí el asunto
en seguida.
Este sueño de estar con Patty se acabará hoy mismo. No será fácil apartarla
de mi lado, ya que estoy enamorado de ella, pero aprenderé a controlar mi
corazón, aunque sea en estos minutos que vamos a vernos.
Ha empezado a llover, esta lluvia que cae, me hace pensar que amar no es
tan sencillo. Estaciono el auto frente al edificio de Patricia y le marco.
— Bogotano estoy abajo. No sé porque, pero me dieron ganas de
mojarme bajo la lluvia.
— Patricia, lo que tengo que decirte es muy serio.
— Ay cachaco, ¿y donde deberíamos hablar de temas serios? ¡bájate!
Mira, ya te estoy viendo — me hace señas desde un arbusto que está ubicado a
una esquina de su edificio. Me bajo del auto, dispuesto a mojarme.
— ¡Mi amor! — ella corrió hacia a mí. Me abrazó fuertemente, pensó
que iba a abrazarla y besarla, pero yo me quedé estático. — Maurizio ¿Qué
pasa? ¿Por qué estás tan serio? — pienso que, si este encuentro fuese amoroso,
estas gotas de lluvia que caen por nuestros rostros, tendrían otro sentir.
— Te sugiero que nos vayamos a otro lugar. No quiero que hablemos
aquí.
— Maurizio, yo no quiero hablar. Lo único que quiero, es lograr hacerte
vivir, cosas que nunca has vivido. Dime, ¿qué se siente mojarse bajo la lluvia?
— ella abre sus brazos y me sonríe.
— ¡Vamos a otro lugar! — dije, bastante serio.
— Ay, pero ¿por qué tan serio? — intenta abrazarme, pero yo se lo
impido.
— Espera Patricia. Lo que tengo que decirte es muy importante.
El hombre mojado que Patricia tiene frente a ella, mostrándose serio y
distante, esta aterrorizado. Yo respiro hondo, bajo la cabeza, permanezco en
silencio unos minutos y luego la miro.
— ¿Qué pasa? ¿Estás molesto conmigo? — pregunta, con voz baja.
— Seré muy breve. Te espera una vida con hijos, a mí me esperan son
nietos. No conocía esos planes tuyos, me di cuenta que sólo conozco los míos.
Estoy en una edad, en donde se me hace imposible percibirme como padre —
mi corazón se disparó de dolor, al decirle esto. Patty baja la cabeza, el sonido
de la lluvia comienza a mezclarse con los sollozos de la jovencita que amo—
ya yo viví la paternidad, ya hice lo que tenía que hacer... — callo por unos
minutos— tú tienes todo el derecho de querer ser madre, no me resulta fácil
tener que decirte esto, pero… — respiro hondo.
— ¡No por favor! — me miró a los ojos con lágrimas de dolor.
— Discúlpame. Pero yo no soy un hombre egoísta. Tú eres una mujer
que vale la pena. Lo mejor es separarnos. Yo no quiero vivir la paternidad a
estas alturas de mi vida — trato de meter la seriedad en mi corazón. Aunque
por dentro, sólo quiera abrazarla.
— Maurizio, tú una vez me dijiste que ya a tu edad le habías perdido el
miedo a cualquier cosa. Ahora me intentas decir, ¿qué te parece una locura que
yo quiera formar una familia contigo?
— No detengas tu sueño— dije.
— Merezco una explicación Maurizio. No me puedes dejar así.
— Deseo lo mejor para ti. — me volteo dispuesto a irme. Pero me ella
me agarra del brazo.
— No sé si mi destino sea ser madre. Lo único que tengo claro, es que
te amo— ella se pone frente a mí.
— Esta es mi decisión Patricia. De corazón te deseo lo mejor —
respondí seriamente.
Mi auto estaba estacionado delante de su edificio. Tuve miedo al caminar y
dejarla tras de mí.
— ¡Maurizio! tú eres lo más hermoso que tengo en mi vida — dijo
entre sollozos, que se mezclaban con el ruido de la lluvia.
No me voltee, seguí mi camino y me monté en el carro. Sería casi
imposible que aquella hora de la noche, Patricia consiguiera un taxi que la
llevara hasta mi casa. En aquel minuto, en que, comencé a rodar y la observé
desilusionada y triste, allí, en esa sonrisa perdida, se encontraba escondida
toda mi alegría. Recordé su cabello, sus besos, prácticamente imaginé todo el
resumen de mi vida a su lado.
Estoy en silencio mirando hacia la vista que me regala el balcón del
apartamento. Es un silencio triste, desolado, es el silencio de mi corazón
fracturado. Puedo sentir las caricias de Maurizio y no hago nada para apartarlo
de mis pensamientos.
Hoy por la noche cuando él me miró en medio de la lluvia, abrió una
puerta hacia la tristeza; pero no dejo que ella se apoderé de mí, todo lo
contrario, siento tristeza, pero al mismo tiempo estoy conectada con el amor,
con ese olor a rosas repleto de ternura y contentura, que él me dejó.
Hoy me doy cuenta, que él escogió la verdad con la que pretende vivir.
Procuró en ese proceso ser cuidadoso. Pero en estos momentos me encuentro
debatiendo, entre mi objetivo de ser madre y mi deseo de estar con él. Lo
confieso, me gustaría poder escoger el deseo como esa joya que se convierta
en mi amuleto de aventuras, ese amuleto que esté sobre mi poder, que me
pertenezca durante horas, incluso días. Puede el deseo comenzar un día y
finalizar al día siguiente, o incluso nunca acabar, de tanto, tanto amor que
tengo que no me cabe en el pecho.
En todos estos momentos, que compartí con él como su novia, me he dado
cuenta que la vida es corta, o demasiado larga, para que yo pueda permitir
darme el lujo de vivirla mal. Me he dado cuenta que muchas personas son
felices a mi alrededor, y eso me deja en agradecimiento. No me siento tan sola,
no lo estoy, sólo necesito abrazarme a mí misma, para recordármelo.
Si dos personas están destinadas a estar juntos, y se quieren, tienen que
sincronizar, la sincronización no tiene normas, no hay manual que exija que
para sincronizar con alguien debes tener una edad, una profesión, una
generación ¡eso no existe!
Él es un hombre que sabe amar, nació con ese don y cuando me conoció, le
tocó re-aprender, tuvo que recordar cómo se ama, y revivir algunas alegrías,
dolores, y recuperación, hasta conseguir ver el hilo, porque detrás de cada
encuentro de dos almas, existe un hilo conductor.
La atracción que me unió hacia él, es imposible de explicar. Me impresiona
saber que el deseo sigue intacto, aun cuando tengamos visiones distintas. Este
deseo profundo, este deseo real de estar con él.
La vida…. respiro y pienso, que la vida, en ocasiones es muy mezquina.
Yo había pasado días, semanas, años, sin sentir nada nuevo hacia alguien. Sin
embargo, una vez que le abrí la puerta del amor a Maurizio, me di cuenta, que
tuve mucho, mucho más de lo que haya soñado, en algún momento vivir, al
lado de un hombre.
A él, puedo continuar entregándole muchas cosas, una juventud por
delante, una gran independencia del alma y él… de él, podría seguir
aprendiendo sobre la gran experiencia de la vida. Lamento muchísimo que mi
juventud, haya coincidido con una época de extremo libertinaje. Por suerte,
escogí vivir mi vida a través de la conservación y los valores. Y bajo esa
premisa, me toca seguir adelante. No existe dolor, sólo existe deseo, amor, y
agradecimiento.

CAPÍTULO 22
LA VIDA EN CONTRA DE QUE NOS AMEMOS.

Me encuentro en el banco donde trabaja Maurizio, por suerte el


departamento de él es otro, y no está liderando el equipo donde mi hermano
sigue laborando. La secretaria se acerca hacia a mí y me dice que él no puede
atenderme. Llevo cuatro horas esperándolo. No he visto salir gente de su
oficina y tampoco lo he visto salir a él. Es imposible que una reunión se
postergue tanto tiempo y conociendo lo preciso que es él, menos lo creo.
Respiro profundo. Entiendo que la chica que tengo frente a mí, me dé esa
respuesta, porque está obedeciendo órdenes de su jefe y lo debo comprender
más, porque yo también fui secretaria. Sin embargo, había pasado toda la
mañana escribiéndole y llamándolo y no lograba contactarme con él. Necesito
verlo.
— ¿Qué le dijiste cuando te preguntó quién lo buscaba?
— Usted como no quiso decirme su nombre, le dije, que había una
joven afuera. Que no sabía exactamente su edad, pero que debe tener más o
menos treinta años.
Yo escucho su respuesta y no me dejo guiar por la reacción que tengo de
pasarle por encima y correr hacia la puerta, abrirla y preguntarle a Maurizio,
qué demonios le pasa que está huyendo de mí. Decido alargar la conversación
con la chica, contándole un poco sobre las dificultades que he tenido para
comunicarme, con quien, para mí, sigue siendo mi novio, aunque ayer, haya
decidido finalizar su relación conmigo.
— ¿Qué edad tienes? — pregunta ella.
— Veintisiete años.
— No parece.
Es decir, que me veo más vieja. Eso es lo primero que pienso cuando
escucho su respuesta. Lo que realmente es la verdad, nunca he aparentando mi
edad. Él único que me percibe de veintiún años, es Maurizio. Así de grande
será su resistencia. La chica me pregunta mi nombre y de inmediato me
responde.
— Usted es Patricia, ¡wow!, el ingeniero Maurizio siempre me ha dicho
que usted ha sido, una de sus asistentes más talentosas — se sonríe. Yo le
devuelvo la sonrisa. Ella no conoce de mi relación amorosa con él.
Ahora empieza a preguntarme sobre mí y se me ocurre la brillante idea de
mencionarle que soy médico y me empieza hablar sobre su hijo, la
conversación se ha vuelto realmente desequilibrada cuando me comienza a
preguntar, ¿si está bien que a ella le guste la brujería? Me detengo a mitad de
su discurso y le pregunto
— Disculpe que la interrumpa. Tengo que pedir una cita para hablar con
el ingeniero Antonucci. O, en algún momento él va a salir de la oficina. Llevo
cuatro horas acá.
— Le voy a ser sincera— ella voltea a los lados, se acerca más a mí y
me habla en voz baja. — Pero me parece que el ingeniero no está bien. Esta
mañana, llegó como irritado y ni siquiera quiso tomar café. Y me pidió que
dijera que no estaba para nadie. Yo no le comenté que usted está acá. Yo sólo
entré y le insistí, en que se tomara un cafecito. Pero no quiso.
Ahora que conozco la realidad del asunto, quiero abrir esa puerta de vidrio.
— Creo que será mejor respetarle su espacio de privacidad doctora, ¿no
cree usted?
— No lo creo. — respondo viéndola fijamente. — ¿Me puedes dejar
pasar? Te prometo que no vas a tener ningún problema con él.
— Quien conoce al ingeniero, sabe que no le gusta que pasen por
encima de su palabra.
— Eso depende de lo que usted llame conocer. Yo conozco muy bien a
Maurizio. Te aseguro que no va a pasar nada— le guiño el ojo y camino en
dirección a la puerta.
— Doctora. Antes de que abra. — la chica se me acerca de nuevo— yo
adoro pintar, aunque sea secretaria — subo las cejas al escucharla — ¿usted
cree que pueda regalarle un cuadrito a cambio de una consulta con usted?
Últimamente he sentido muchos mareos y como sensaciones de ahogo
mientras duermo — sin mayores explicaciones le respondo, que luego
coordinábamos. Ella se voltea y yo abro la puerta.
— ¿Cómo entraste? — me pregunta sin mirarme a la cara. Está de
espaldas viendo el balcón.
— ¿Cómo sabes que soy yo?
— Tu perfume. Es inevitable no reconocerlo.
Me dirijo hacia donde él esta. Me coloco a su lado.
— Esta mañana, me desperté, teniendo más claro que nunca que te amo
y que quiero estar contigo — respondo intentando mantener el equilibrio. Y
observando el tráfico de la ciudad, desde el balcón.
— No quiero atrapar tus sueños. Mis objetivos son otros — responde
con la mirada fija en el tráfico, que seguimos viendo los dos, desde el balcón.
— Hace unos meses acordamos algo, ¿ya se te olvido? — me pongo
frente a él. Pero él, sigue negado a quitarle la vista al tráfico, a la gente, al
ruido de la calle.
— No se me ha olvido Patricia. Pero nuestro actual presente, tiene
muchos inconvenientes. Lo que está ocurriendo ahora, es lo mejor.
— Puedes, aunque sea mirarme a la cara — dije un poco molesta.
Él se voltea de manera rápida y me mira. Puedo observar sus ojos, lo
conozco, no ha dormido bien y ha estado llorando.
— Hay cosas en esta vida que tienen que terminar — dijo muy firme,
pero yo sé, que todo es una apariencia, él también está dolido.
— A pesar de todo lo que estás diciendo, todavía te amo. No siento ni
una mínima gota de rabia hacia a ti. Sabes, ¿por qué?, porque en realidad, yo
puedo ver que mi encuentro contigo te abrió una puerta, quizá, no la puerta
que querías, pero te hice pasar otra dimensión de tu vida. ¿Cuántos conflictos
no resueltos existen en ti?, las personas te esperan y tú siempre acudes a ellas,
¿pero cuando acudes a ti? Toda tu vida has estado en la misma estación.
Viviendo sólo lo que tú conoces, lo que tu intelecto intenta decirte que es lo
correcto y perfecto. Siguiendo los pasos de tu perfeccionismo. Que tienes
cincuenta años, ¿sabes todo lo que puedes continuar haciendo?, y tú acá, en las
paredes de esta oficina. ¿Esperando qué? ¿Qué Dios te escuche? ¿Qué Dios te
envíe un milagro? Cuando en realidad tú, no te permites seguir creciendo a
través de lo que te sucede.
— Basta Patricia — me mira seriamente. — Tú no me conoces.
— Te duele lo que acabo de decirte, ¿verdad? Te duele porque acabo de
darle una patada fuerte a tu ego. Te sorprende, que, una niña de veintisiete
años, te esté diciendo tu verdad en la cara, ¿no?
— Tú eres mucho más joven que yo, no has sufrido lo que yo sufrí.
Patricia te agradezco con mucho respeto, que, por favor, te retires de mi
oficina.
— Sí, soy más joven que tú. Y no he sufrido lo que tú has sufrido.
Quizá, por eso, la vida me atrajo a ti, porque era necesario que yo esté en ella,
aquí y ahora, para acompañarte a limpiar todos los golpes, marcas y heridas,
que hay en ti. Tal vez, mi presencia signifique un desafío, que, si te hubieses
permitido recibir con alegría, lo hubiésemos superado con tranquilidad — lo
miro fijamente. Mi primer impulso es evitar las ganas que tengo de llorar
frente a él, pero pienso, que tal vez vale la pena mostrarle que me siento triste.
Él me mira fijamente, también está aislado. No digo nada más, me volteo y
salgo de la oficina.

CAPÍTULO 23
LA DESILUSIÓN.

He pasado días tristes, tenía que hacer el esfuerzo por dejar completamente
mi historia con Maurizio. Todo este tiempo he comprobado que el peor castigo
que hay, es intentar dormir cuando tienes muchos pensamientos en la cabeza.
Todo lo que hace una semana y media me hacía feliz, ahora es dolor; al
mismo tiempo pensaba que debía volver a enfocar mi atención en mí, de lo
contrario, el único resultado que iba a conseguir era enfermarme. La situación
política de Venezuela seguía complicada, y Alfredo y yo, necesitábamos seguir
ayudando a nuestros padres. Hace días, antes de que Maurizio tomara la
decisión de romper con lo nuestro, nos habíamos mudado a un apartamento
más pequeño, entregamos el otro apartamento, porque la empresa donde
labora mi hermano, sólo podía custodiar una vivienda por mil dólares. Ahora
las rutas de los buces me quedaban un poco lejos, la zona no se percibía
segura, y lo primero que hicimos, fue preguntarle al vigilante si podíamos salir
a cualquier hora. Y él, nos respondió que no, mucho más si somos extranjeros.
Mi hermano no está contento con la idea de compartir vivienda con una
pasante del banco. Es venezolana, nunca comparte con nosotros, no sé, si es
porque sea solitaria o mira cuidadosamente a quien va tratar, pero no he visto
nada malo en ella.
Por mi parte necesitaba repetir constantemente “fluir y no forzar”, con el
propósito de dejar atrás el pasado, y concentrar mi atención en el presente, o
acabaría creyendo que simplemente mi vida no tendría sentido, si él, no estaba
a mi lado.
La venezolana llamada María, apareció la mañana de un sábado con unas
bolsas de zara, al verla entrar al apartamento pensé, que seguramente se había
dejado llevar por un impulso, eran aproximadamente como siete bolsas.
Jamás, en toda mi vida, yo había comprado tanta ropa. Ella me dio las buenas
tardes, y camino hasta la habitación.
Yo en vez de soñar con comprar la nueva colección de ropa en Zara, sueño
con salir de aquí. Creyendo que la oportunidad de olvidarme completamente
de Maurizio, está en irme; el proyecto en el banco se ha alargado y al parecer
permanecería más tiempo en Dominicana. Mi misión en este espacio, que, por
suerte, no está vacío gracias a mi hermano, es salir adelante, distraer mi
atención en otra cosa, hasta despejar poco a poco todo el dolor.
Durante esta última semana, trabajaría en el jardín infantil todas las
mañanas, y al regresar a casa, como parte de mi rutina, me encerraría en mi
habitación. Estoy escribiendo una guía para padres, en donde trato de
señalarles, cómo cuidar a sus hijos de enfermedades estomacales mediante una
sana y balanceada alimentación. Me siento en paz conmigo misma, poco a
poco dejaré ir a Maurizio. Permitiré que la divinidad me siga guiando.
Un sábado en la noche, observé una botella de vodka en la barra de la
cocina, Alfredo no toma, y yo detesto el vodka y ni hablar del ron, de
inmediato, consideré que sería de la chica. Últimamente me sorprendía ver
todo lo que gastaba, por lo visto, el sueldo que ganaba le rendía mucho más
que a nosotros. Pero el dinero, no tiene demasiada importancia o al menos no
para mí.
Estaba segura que las cosas en mi país cambiarían, y más temprano que
tarde, volvería a mi tierra. Mientras tanto, pensaba en todo lo que estaba
viviendo. Mi vida ha dado una vuelta enorme, pero he podido sobrevivir a los
cambios.
Es preciso, evitar al máximo decir no, cuando se presente una oportunidad
laboral, lo que los demás pensaran no me importaba. La doctora Sabrina, me
pagaba un poco más por asistir en los partos que atendía en el hospital, y en
ocasiones, por volverme su asistente. Lo importante, era que había que comer
tres veces al día, más el pago de los servicios, y eso significaba dinero. Y si no
sabemos ahorrar o aprovechar las oportunidades que se nos presente, sería
complicado sobrevivir. Llevaba conmigo la experiencia que tuve en Colombia,
que me permitía observar la importancia de administrar bien los gastos
personales, recordando que siempre, hay prioridades. En este caso, tengo que
enviarle a mi madre dinero, para que arregle su aire acondicionado.
Un poco cansada y casi que, con los ojos cerrados, entré a la habitación,
abrí una de las gavetas de la peinadora, para buscar el sobre blanco donde
guardo todos mis ahorros. El miedo se apoderó de mí, cuando no sentí el
sobre; preocupada y furiosa, saqué toda la ropa y la lancé al suelo. Y noté que
parecía haber vivido un robo. El sobre, había desaparecido.
Poco a poco fui respirando profundo, caminé hasta la cama y me senté,
empecé a rezar; en ocasiones, las cosas parecen perderse, volví a ponerme de
pie y abrí las otras gavetas, más pausada, comencé de nuevo a buscar. Presté
atención a todo, a las bolsas que veía de tiendas considerando, que tal vez lo
hubiese guardado ahí, y no recordara; busqué debajo de la cama, en el closet…
pero no, el sobre no se encontraba.
La desesperación llegó a mí rápidamente. Por primera vez me sentía
absolutamente desesperada, todo mi esfuerzo, mis trabajos, mis noches sin
descanso, estaban en ese sobre.
Recordé de inmediato, aquella mañana que Maurizio me visito al
apartamento, para entregarme el dinero de un seminario que me regaló.
— Baby. Cuánto fue me dijiste, que cuesta el seminario de pediatría que
quieres hacer.
— Trescientos — dije sacando el sobre blanco de mi cartera.
— ¿No era más?
— Sí, pero el resto del dinero lo pondré yo — él me sonríe tiernamente
al escucharme.
— ¿Cuánto cuesta el seminario? — preguntó bastante convencido de
querer regalármelo.
— Setecientos cincuenta.
— Entonces toma— me entrega el dinero completo — te dejo
doscientos dólares más, para que puedas estar tranquila.
— Maurizio, es mucho. No es necesario.
— ¡Jovencita, toma! — me entrega otra vez el dinero. — yo soy un
hombre de palabra, prometí regalártelo y eso haré.
— Ok — le sonreí y guardé el dinero en el sobre blanco.
— Patty, ¿por qué guardas la plata en ese sobre?
— Porque no tengo cuenta Maurizio.
— Puedes hablar con Alfredo para que te colabore a abrirte una cuenta
en el banco. Eso puedes hacerlo en cualquier momento. Ha sido un descuido
de tu parte.
— Aun me faltan unos papeles por tramitar.
— Entonces, pídele Alfredo que te los guarde en su cuenta. No es
razonable, ni inteligente, que guardes tu plata en un sobre.
— ¡Ay cachaco! Pero tú sí eres pavoso. Ese temita de la seguridad de la
información te ha vuelto más estructurado que de costumbre. Ni que viva con
un extraño. Aquí vivimos mi hermano y yo. ¿Quién me va a robar? — cruzo
los brazos.
— En primer lugar, ¿qué significa pavoso?
— Que piensas desde la mala suerte. Vuelvo a preguntarte, ¿quién va
robarme? ¡Yo no salgo a la calle con el sobre!
— No se trata de robo. Pero en mi opinión, es más oportuno que
guardes la plata en una cuenta. Pero tú eres quien elige, yo sólo te doy
sugerencias.
Aurora, la doctora especialista en cardiología pediátrica y facilitadora del
seminario, un día después, me pidió como favor que le depositara el dinero,
por una plataforma de pagos on-line. Tuve que volver a acudir a Maurizio.
— La doctora dice que es mejor transferir el dinero. Le funciona más.
Recuerda que ella es venezolana y ya tiene mucho efectivo. No quiere regresar
a Venezuela con tantos dólares.
— Chévere, ya mismo hacemos esa transferencia.
— Gracias. — le sonrío, y saco de mi cartera el dinero — toma, acá
está el efectivo.
— Quédatelos.
— ¡No Maurizio! Agárralos, toma — estiré su mano y se los entregué.
— ¡Ya dije que no! — me los devuelve. — Estoy seguro que los vas a
necesitar.
— ¿Para qué? Si vas a pagarle a la doctora Aurora el seminario por
transferencia, no es necesario, que yo me quede con esta plata.
— Me dijiste, que quieres pasar tu próximo cumpleaños en Punta Cana,
¿cierto? — le respondí que sí, moviendo la cabeza de arriba abajo. —
Perfecto, ya tienes algo para guardar en tu chanchito viajero.
— ¿Chanchito viajero? — pregunté arrugando la cara.
— Es un cochinito, así le llaman en Costa Rica. Su función es llenarlo,
con el fin de que traiga abundancia para los viajes.
— Ah, ¡claro! En mi país le decimos cochinito- suelto una risa y él
sonríe.
— Empezamos bien, ¿Cierto?
— ¡Cierto! — le sonrío.
Volví a mi habitación, a la desesperación, al miedo. En verdad me he
quedado sin dinero, lo que tengo es un coraje enorme. De repente mi teléfono
suena, está en la sala, pero no pienso en contestar. Decido permanecer sentada
en la cama, hasta entender bien esto que me está sucediendo. No he sido ni la
primera ni la última que van a robar. Pero, ¿por qué tenía que pasarme esto
ahora? Me seco las lágrimas. Y trato de sacarme cualquier idea que tenga en la
cabeza. Tengo que pensar que voy a hacer. La primera hipótesis que se me
viene a la mente, es que haya sido la chica que comparte apartamento con
nosotros, la que me haya robado. Ha sacado el sobre de mi habitación, y con
los dos mil dólares que había allí, que formaron parte de todo mi trabajo, pudo
haberse comprado, las botellas de vodka, el montón de ropa de zara, y quién
sabe cuántas cosas más. Siempre he sido una mujer prevenida, pero, ahora
mismo, pienso que he confiado mucho en la gente. ¿Con quién podía entrar en
contacto? Aunque sea para que me prestara una mitad del dinero. ¡No tengo
nada!, sólo trescientos dólares en mi cartera. La única posibilidad que tengo,
es decirle a Alfredo que me ayude, mientras me voy recuperando. Esta, es la
hipótesis que tiene más sentido, él es mi hermano, y estoy segura que
cualquier dificultad de la vida, podríamos superarla juntos. Así nos criaron
nuestros padres, unidos, nobles y de buen corazón.
Ahora concentro la idea de mi nueva condición, soltera y sin plata.
Preparándome para ver cómo haré ahora, que no tengo nada, y que, de paso, el
jardín infantil, cerró por vacaciones. El teléfono vuelve a sonar ¿Vale la pena
contestar ahora que estoy asimilando este proceso? ¡Que ha sido lo peor que
me ha pasado!
Me paro de la cama y camino hasta la mesa del comedor. Veo en la
pantalla, el número de la doctora Aurora, me asombro, ¿qué hace
llamándome?, pienso que seguramente será para trabajar, si es así, sería una
bendición.
— Hola Doctora ¡Un gusto! ¿Cómo le va?
— Hola Patricia. Todo bien. ¿Tu novio se llama Maurizio Antonucci?
— Si, bueno, en realidad él y yo…
— Hoy me llegó un correo electrónico desde la cuenta donde me
depositaron el dinero; en el correo, se me señaló, que él hizo un reclamo
aclarando que los setecientos cincuenta dólares del seminario, él no los pago,
ahora tengo la cuenta bloqueada y me tienen en observación.
— ¡Ay dios mío! ¿Cómo así? Maurizio pago ese seminario doctora, yo
estuve con él, cuando lo hizo.
— ¿Tú estás molestas con él?
— Bueno molesta no, estamos distanciados sí, pero… ¡no entiendo
nada!
— En realidad, no sé qué le habrá pasado a él para que haya cancelado
esa transferencia. Sólo él, puede resolver este asunto.
— Permítame que hable con él y le aviso, ¿vale?
— Ok.
— Disculpe doctora.
— Ok. Adiós
Cuelgo la llamada, miro el reloj, son las cinco de la tarde, sé que todavía
Maurizio está en el banco. Tengo la desagradable sensación, de que, canceló la
transferencia apropósito, con la intención, de molestarme y de esta manera,
dejarlo de buscar. Resuelvo tomar mi cartera, aguantar las lágrimas, e irme al
banco. Tengo un fuerte dolor de cabeza. Maurizio ocupaba todo mi universo,
creí, que él sentía lo mismo por mí. Pero por lo visto, su supuesta energía de
amor, era una farsa. Me siento confusa, esto que me está sucediendo es
demasiado extraño, hace un mes pensaba: ¿hasta dónde sería capaz Maurizio
de impresionarme? Y ahora, todo es una destrucción. Me siento sola, y lloro
en el bus mientras voy camino al banco.

CAPÍTULO 24
EL ALEJAMIENTO SIN FILTRO.

En una semana mi agenda había cambiado por completo, es viernes, y yo


tengo que ir hasta un restaurante indio a almorzar con unos gerentes del banco.
Intenté cancelar la cita, pero Oscar me insistió en que fuera porque mi
presencia, es sumamente importante. Sugerí cambiar el almuerzo para el día
siguiente, pero Oscar, comentó, que hay dos ingenieros que vienen de las
afueras de la ciudad, su respuesta me dejó sin argumentos. Así que me toca ir,
porque sí.
Estoy en la oficina, chequeando en el portátil, una agencia de viajes, quiero
intentar huir de todo esto que me ha pasado, ya no soporto pensar en el tema
de Patricia. Este cuestionamiento entre ver si soy un egoísta o egocéntrico y
luego, tener que decirme a mí mismo, que mi actitud fue la mejor. Nadie al
final se ha muerto por amor. El hecho es que significaba para mí, un infierno
mirar hacia atrás.
Debo seguir intentando olvidarla y con eso bastará.
Mientras espero que me contesten una llamada que le hago a la agencia de
viajes, escucho como abren la puerta muy fuerte. De inmediato, cuelgo y
volteo a ver de quién se trata.
— ¡Maurizio! — la observo con los ojos rojos e hinchados. Acababa de
llorar.
— Hola. — dije, en un tono de voz serio y firme.
— ¿Te acuerdas del seminario que me regalaste?
— Si, si me acuerdo.
— Y si tanto lo recuerdas, ¿por qué cancelaste la transferencia? —
Patricia permanece inmóvil. Inspiro hondo y no se tranquilizó
— ¡Respóndeme Maurizio! — dijo, conteniendo muchos impulsos, está
muy molesta.
— ¡Ups! Fue sin querer — respondí sin parpadear — casi no uso esa
cuenta, y no recordaba, que yo había pagado ese seminario por allí. Al
chequear ese monto de inmediato cancelé la transferencia.
— Ok. — me mira seriamente y respira más aliviada, disminuyendo un
poco su impotencia. Su cuello está rojo, su rostro también, frunzo el ceño y
continuó — Puedes por favor, ¿retirar el reclamo lo más pronto posible? — el
sonido de sus palabras, me dio a entender que le hervía hasta la sangre. Está
que echa chispas.
— Con quitar el reclamo, no es suficiente. La multa que toca pagar,
seguramente es bastante cara. Dile a la doctora que no se preocupe. Ya mismo
te entrego el dinero, para que tú, se lo hagas llegar.
Tras mi respuesta pacífica y relajada, Patricia me mira con indignación y
con una furia bastante acumulada, dijo:
— ¿Qué te está pasando? — preguntó en voz alta.
— A mí, nada — respondí sin mostrarme agobiado o desesperado por
su actitud.
— La doctora está de vacaciones. Este caso es de emergencia, cómo me
encargo de hacerle llegar un dinero a alguien, que está fuera del país, si yo no
tengo cuenta.
— Estoy seguro que lo vas a poder resolver — respondí sacando el
dinero de mi cartera.
— Maurizio, tú no sabes, no te imaginas, la situación que yo estoy
presentando en estos momentos…— contestó Patricia con una preocupante y
solloza voz, aguantando sus lágrimas.
— Suficiente tengo con todos mis procesos. — la interrumpí y no dejé
que continuara. Toma. — le entrego los setecientos cincuenta dólares. Ella con
molestia los agarra.
— Maurizio, hay que pagar una multa.
— Yo te ayudé, porque quise que te prepararas, que te enfocaras en tu
carrera. Ahora encargarte tú, de resolver lo demás, la multa no debe bajar de
cincuenta dolores. Yo recuerdo haberte entregado esta misma cantidad de
dinero, cuando le pagamos el seminario a ella en efectivo, pero luego dijo que
le resultaba mejor por transferencia. De ahí, puedes sacar lo que falte.
— En este momento tengo un gran problema que me ha provocado una
sensación horrible, tal vez consigas entenderme… — solloza e intenta
desahogarse, pero yo vuelvo a interrumpirla.
— Habla con Alfredo. Pídele que te ayude. Yo no tengo tiempo— en un
momento quito el reclamo. Ahora, si me disculpas me tengo que ir. Tengo una
reunión — agarro el saco y me lo coloco. — Estoy seguro que lo vas a
resolver — le sonrío forzadamente y salgo de la oficina.
— ¡Maurizio! — me llama, yo me volteo — ni siquiera vas a preguntar,
¿qué clase de problema tengo?
— Perdóname Patricia, pero yo también tengo mis problemas. Es mejor
así. Envíale mi disculpa a la doctora. Feliz tarde.
Salí de la oficina considerando que ya no soy un hombre feliz y en paz,
desde el fondo de mi corazón, le pido disculpa a Patty. Sentí que quiso
decirme algo, pero si me volvía atento y simpático, volveríamos a caer en lo
mismo. Quizá, me mostré ante ella como un enemigo disfrazado, que se
comportó normal, que ni tan siquiera se mostró sorprendido de verla. Que
actuó con facilidad, aceptando que lo mejor es estar separados; como si ella,
ya no fuese interesante para mí. Tal vez mañana, dentro de un año, o más
nunca, Patricia deseará saber de mí y considere que haber dedicado tiempo a
estar conmigo, fue una gran pérdida.
Mientras conduzco hacia el restaurante, pienso que ahora todo lo que
necesito, es cerrar este ciclo de una buena vez, quiero comprar un pasaje e
irme a visitar a mis hijas, que están en Europa.
Pero la única voz que oigo en mi mente, es la de Patricia intentando
explicarme algo que no permití que explicara y que seguramente se trataba de
nuestra relación. No le tendí la mano, mis respuestas ante lo sucedido fueron
prácticamente una muestra de que no me importa su situación económica.
Como si yo no supiese lo complicado que es ser inmigrante. Los ojos de Patty
al ver mi indiferencia, cambiaron, me miró con dolor, tristeza y decepción. Su
mirada fue dura cuando me despedí, estaba furiosa. Yo fui lo bastante tajante,
lo suficiente como para que no me busque más. Aunque cargue con este peso
encima, y hasta culpas, sé, que la realidad es que soy un hombre mucho mayor
para ella, que no quiere tener más hijos.
La vida nos puso esta situación, yo sólo sé que mi decisión de dejarla, fue
por el bien de ella; aunque me duela, y le esconda el miedo que me da
perderla, quizá ella me vea como si nada me estuviese pasando, pero está
equivocada, yo también estoy sufriendo. El tiempo sanará.
Después de controlar mi desanimo durante gran parte del almuerzo, dos
ingenieros me preguntan si me gustaría asistir a un coctel de emprendedores
en la noche, de una vez, respondí que no. Oscar me miró sorpresivo, por lo
que había entendido me encantaban las noches de vino. Pero ahora mismo
cualquier música y cualquier vino, no me quitará el malestar que tengo. El
restaurante comienza llenarse, procuro participar en la conversación, pero la
canción que está sonando me recuerda a Patricia. En un momento
determinado, corto diálogo con un gerente, me pongo de pie, y camino hasta el
baño.
Respiro, tratando de sentirme aliviado mientras me lavo la cara y me miro
al espejo. Saco el celular del bolsillo de mi pantalón, me fijo, que tengo dos
llamadas perdidas de Alfredo. Me extraña un poco, desde que llegué a
Dominicana, casi no hemos compartido. Le devuelvo llamada y al tercer
repique contesta.
— Buenas noches Maurizio. ¿Cómo estás?
— Hola Alfredo. Todo va bien, ¿cómo vas?
— Bueno un poco preocupado para serte sincero. De vuelta al
apartamento, me encontré con Patty en un mar de lágrimas — hubo un instante
de silencio- ¿Alo?, ¿sigues ahí?
— Sí, claro, acá sigo. ¿Qué le pasó a Patty?
— Fuimos robados en el dormitorio de la residencia. A mí me robaron
la cadena de oro de mi hijo, un perfume, un dinero que tenía guardado en una
chaqueta, y a mi hermana le robaron todos sus ahorros. Aproximadamente te
hablo de unos dos mil dólares. No tenemos prueba, pero estamos seguro que
fue la chica, que comparte apartamento con nosotros.
Patricia, ahora en vez de estar deprimida, estará mucho más molesta
conmigo. Considerando que era sumamente evidente que me comporté como
un egoísta, que sólo pensé en mí. Todo lo que estaba por decirme era tan
importante y tan delicado, y yo tuve una actitud incomprensiva, sin ser
consciente de la difícil situación de ella.
— ¿Alo? Maurizio, ¿me escuchas?
Tras una larga pausa. Vuelvo a hablar.
— Si, acá estoy.
— Nosotros estamos preocupados. En realidad, me mostré ante mi
hermana como el hombre tranquilo, que piensa que el dinero se recupera. Pero
soy testigo, del gran esfuerzo que ella hizo para reunir toda esa plata. Hablé
con Oscar, me dijo que no puedo denunciar a la chica, si no tengo pruebas, y
que probablemente el sobre de Patty se haya perdido en el proceso de la
mudanza. Pero estoy seguro que no fue así. Nunca me ha convencido esta
mujer.
— Es curioso que Oscar la defienda tanto.
— Según él, la conoce de años.
— Con un acto como este, lo pondría en duda. Ciertamente esta joven,
es alguien a quien preferiría no conocer.
— Prácticamente Oscar, con esa respuesta que me dio, me dijo que me
jodiera.
— Bueno, no remontes el tiempo atrás. Hermano usted es un berraco.
Sólo dedique tiempo a trabajar y alquilar una residencia donde puedan
alojarse, lejos de esta señorita. Con mil dólares, puedes encontrar un
apartamento tipo estudio más sencillo y en otra zona.
— Será difícil. Recuerda que Oscar me rebajó el sueldo, desde que yo
estoy sacando los papeles para tramitar mi cedula, como ciudadano
dominicano, ahora tengo más trabajo y poca paga.
— Sólo mantén prudencia al intentar tu independencia. Podrás con esto
y más, cuando se quiere, se puede, ¿cierto?
— Sí, claro.
— Bueno, puedo ayudarte con trabajo. Así ganas otro sueldo extra.
— Gracias Maurizio. De verdad muchas gracias.
— Te agradezco la confianza que tuviste en hablar esto conmigo.
Mañana paso a hablar con Patricia y en la noche me reúno contigo.
— Ella me comentó, que tú le regalaste un seminario, pero ahora resulta
que debe transferirle a la doctora, porque tú cancelaste la transferencia, algo
así…
— Si, para hacerte el cuento corto, cancelé la transferencia porque no
recordaba que había pagado ese seminario, esa cuenta yo nunca la uso. ¡Lo
olvidé por completo!, fue un descuido. Le entregué el dinero en efectivo y le
pedí que se lo hiciera llegar a la doctora, cuestiones de tiempo. Pero mañana
resolvemos eso.
— Por favor Maurizio, te lo agradezco, no tengo cabeza ahora.
— Lo entiendo. Paso mañana por allá.
— Gracias.
Cuelgo la llamada y ahora siento que tengo el estómago revuelto y una
decepción hacia mí mismo, mezclada con rabia. Había tomado malas
decisiones en mi vida, pero no escuchar a Patricia, y tratarla con indiferencia,
había sido la peor decisión de este año
Vi su carro estacionarse frente al edificio, adopté un ritmo rápido y seguí
caminando, haciendo caso omiso a sus llamados. De inmediato se dirigió a mí,
con mucha prisa.
— ¡Patricia! Vamos a conversar por favor.
— Voy muy mal de tiempo Maurizio.
Él, se puso frente a mí.
— ¡Maurizio! ¡Tengo prisa! — intenté moverme, pero me detuvo
agarrándome por la cintura.
— Por favor, vamos a hablar.
Me despejé de él.
— Para mí no existe ninguna justificación sobre tu actitud conmigo.
— Estoy muy apenado contigo, te debo una explicación y quiero
dártela. Por favor, escúchame — dijo mirándome fijamente.
El silencio nos envolvió a los dos
— Tuve un incidente y ni siquiera fuiste capaz de escucharme — repuse
con dolor.
— ¡Lo siento Patty! —respondió lentamente en voz baja y pasiva — no
sabes, cómo lo siento.
— Tranquilo, yo hice de cuentas que el seminario me lo pagué yo
misma.
— Yo vine a resolver eso. Podemos hacer la transferencia ahora mismo.
— No te preocupes Maurizio. Ya resolví. Gracias. Ahora si me
disculpas, me voy — le digo tajantemente, pero él nuevamente se acerca a mí,
y me detiene.
— Todos estos días me he dado cuenta, que he actuado en mi contra —
dijo, mirándome fijamente a los ojos con tristeza.
— Lo importante es que he resuelto Maurizio. — respondí con el
mismo tono tajante.
— Todo es aprendizaje Patty, en la vida, no todo es fácil. Ves porque
siempre te hice mención a que guardaras esa plata en una cuenta — afirmó con
pasividad, mirándome tiernamente.
— Admiro tu precaución — le respondí seriamente — estoy consciente
que yo también fui responsable de lo que me pasó.
— Las experiencias, son una guía que nos llevan al crecimiento — me
mira necesitado de mis besos. De inmediato, ignoro cualquier cosa que me
pase por el cuerpo.
— Por supuesto — confirmé rápidamente.
— ¿Reconoces mis disculpas? — preguntó en voz baja. Mostrándose
verdaderamente humano, como todas esas veces en que fue mi maestro y mi
mentor. Rectificar es de valientes, frente a mí, se encuentra un hombre con la
sensibilidad a flor de piel, pidiéndome disculpas.
— Claro. Claro que sí — le respondí sonriendo forzadamente.
— Gracias. Me alegro escuchar esa respuesta. Acá me tienes Patty,
siempre me tendrás.
— Gracias. Alfredo, ya me comentó que lo has estado ayudando.
— Él se encargó de comentarme lo sucedido. Su intención es irse de
este apartamento y yo le estoy ayudando con averiguaciones para que alquile
otro más económico. También le ofrecí trabajo extra, necesito unos tableros
para disruptive, y él se encargará de hacerlos. Esteban, también va a necesitar
de su apoyo. Entre él y yo vamos a colaborarle, mientras se estabilizan.
— Gracias.
— Bueno Patty, ¡no te quito más tiempo! ¿A dónde vas? — preguntó en
voz pasiva, y mirándome con ansias de tenerme en sus brazos. Yo me alejo lo
más rápido que puedo.
— No te preocupes. Sólo quiero caminar — respondí seriamente.
— Bueno, supongo que debo despedirme— me miró fijamente, y yo le
esquivé la mirada. — De corazón, deseo que todo en tu vida, vaya cada día
mejor y mejor. Muchas bendiciones y … — se quedó callado por unos
segundos, yo no emití palabra alguna. Y a juzgar por su expresión, parecía
buscar las palabras correctas que hicieran de este encuentro, un momento
reflexivo y no tenso — siempre estarás presente en mi vida, seguramente nos
encontraremos más adelante— respondió, como una manera de salvaguardar
lo que ambos habíamos construido. — Feliz día.
El siguió su camino, tuve la intención de voltearme y decirle, que, a pesar
de todo, todavía lo quiero. Pero de inmediato, pulsé el interruptor del amor, y
apagué la bombilla, aunque eso es difícil, ahora sólo tenía que honrar el
espacio que me estaba dando a mí. El resto de las cosas, solo servirían para
enseñarme, para hacerme crecer.
*
Me senté en la cama, esta necesidad de comerme algo dulce es
desesperante. Miré el reloj, aún estaba a tiempo de ir a la dulcería a
degustarme un volcán de chocolate con helado, así que eso haría. Sin pensarlo
mucho, agarré mi cartera y salí del apartamento.
Esto que tengo es ansiedad, puede que incluso esté asociado al proceso de
separación que estoy viviendo y ahora mismo, pienso, que, posiblemente él me
haya descolgado completamente de su vida.
Al pasar una avenida, le echo un vistazo al lugar donde me comeré el
dulce, considero que de nada sirve arrepentirme ahora, pero mínimo aquí
gastaré como unos sesenta dólares y mi condición de soltera y sin plata aún
sigue vigente. Sin embargo, sé que, si no me como el bendito volcán de
chocolate, me voy a seguir sintiendo ansiosa.
Entro al café, observo que hay poca gente, me muero de ganas por
tomarme un café frío, los de esta dulcería, en especial son una delicia, pero
debo hacer una pausa; vine por un volcán de chocolate, y eso será lo que me
comeré.
Cuando voy dispuesta a buscar una mesa, veo la espalda de un hombre que
me parece conocida y unos movimientos que no son para nada diferentes a los
de él.
Está conversando con una mujer que no logro ver con exactitud quien es,
porque su ancha espalda, no me permití identificar bien sus rasgos. De
inmediato, pienso, en lo fatal que me puedo llegar a sentir, si esa mujer no
resulta ser ninguna de sus dos hijas. La boca se me seca, me cuesta tragar
saliva, mis piernas me tiemblan, cruzo los brazos y con una actitud de zozobra,
me paro de la silla y camino un poco más hacia la ubicación de la mesa, donde
está él en compañía de una figura femenina, que desde, donde estoy, no logro
identificar quien es; pero que, al llegar a un punto del lugar, puedo ver
completamente. No, no es Fiorella, no es Camila, además en qué demonios
ando pensando si ellas están de viaje. Me sorprendo de mi mala memoria. No
sé, si la escena que estoy viendo sea verdad o sólo sean imaginaciones mías,
pero ella ríe, y él también ríe. Él llama al mesero, le pide algo, que no escucho
que es y le hace una pregunta a ella, seguro la pregunta será qué más quiere
comer.
Por amor a Dios, ni siquiera ha sido capaz de extrañarme o tan siquiera
vivir un duelo, darse un espacio para estar con él mismo ¡nada!, ¿tan poco le
importé?, en este momento, me siento como la propia tonta. Algunos días
había estado llorando por él, y justo ahora, una pequeña lagrima rodea mi
rostro, sobre todo ahora que lo sigo viendo reírse con esta falsa rubia (porque
ese pelo amarillo es pintado) mucho mayor que yo, pero menor que él. Tendrá
unos treinta y cinco años, probablemente tenga hijos, quizá sea divorciada o
puede que nunca en su vida se haya casado y haya sido madre en plena
adolescencia ¡qué sé yo!, ya me estoy armando la película completa. Aquí y
ahora, lo único importante es este hormigueo que tengo en mi estómago y el
maquillaje, que siento correrse por mis mejillas a causa de las lágrimas.
De repente él se voltea y se pone de pie. Ahora puedo ver completamente a
la chica que estaba sentada frente a él y que también se ha puesto de pie. El
corazón me palpita con mucha fuerza, lo miro y no puedo evitar llorar, a él
seguro le dará gracia verme como la propia víctima sufrida. Papel que en este
momento tengo que dejar de hacer, ¿ok Patty?, ¡claro está! ¿cierto?, lo miro de
arriba abajo y salgo corriendo.
Contengo la calma, volteo a ver Milena, es una chica de treinta y pico de
años que conocí en la iglesia, teníamos menos de dos días hablándonos, pero
todo iba muy rápido, ya nos habíamos besado y ya habíamos hecho el amor en
su apartamento.
Como pude le pedí que se volviera a sentar y me esperara unos minutos; la
excusa que inventé, fue ir al carro a buscar la tarjeta que supuestamente había
dejado en la guantera. Ella asintió con la cabeza y ahí la dejé.
Salí corriendo a las afueras del café, volteé mi cabeza a los lados
intentando encontrarla, y la vi correr por la avenida, de inmediato me fui tras
ella.
Con mucha velocidad, la alcanzo hasta tomarla del brazo y bruscamente
voltearla hacia a mí.
— ¡Patty! — ella se despejó de inmediato, pude ver su rímel correrse
por todo su rostro, sus ojos llorosos y su mirada de dolor.
— Porque no vas a pedirle otra taza de café a tu nueva amiguita—
responde con voz desesperada y molesta.
— Patty, no te armes historias que sólo existen en tu cabeza, jovencita,
yo…
— Maurizio ¡No me llamas jovencita! — dijo, con los ojos cerrados,
apretando sus puños y con el ceño fruncido — ¿Tú crees que yo soy estúpida?
— pregunta con voz furiosa, era lógico que la situación había empeorado.
— Nos estamos conociendo. Nada más. Sólo eso… es una amiga, nada
más — me limito a quedarme frente a ella, le hablo en voz pasiva, para pelear
se necesitan dos personas y yo no podía alterarme, así como tampoco podía
juzgarla. Entiendo su dolor, porque a mí también me duele verla así.
— Me alegro que hayas conseguido a una amiguita para salvar tu vacío
de mero macho, y tener una vida sexual activa, y sin compromisos Maurizio.
— al escucharla, aprieto los labios y bajo la cabeza, respiro hondo y en
segundos vuelvo a verla.
— Ya te dije que sólo somos dos personas, que se están conociendo —
respondí en voz baja y pasiva.
— Perfecto, será mejor entonces que vayas a pedirle otra taza de café.
¡Adiós!
— Patricia. — dije agarrándola de nuevo del brazo — ¡por favor! No
quiero quedar mal contigo, yo…
— No tengo nada que hablar contigo — se despejó de mí y mirándome
con rabia, dijo — y devuélvete, mira que tu amiguita nos está viendo. Acaba
de salir a buscarte, si te pregunta con quién estabas hablando, avísale que
estuviste frente a la mujer que en este momento odia amarte y quererte. Adiós.
— ¡Joder! — dije colgando de nuevo la llamada. El teléfono vuelve a
sonar por quinta vez y luego leo un mensaje en WhatsApp, es él, me escribe
que esta abajo esperándome. No sé, qué hacer. Por un lado, quiero bajar a
verlo, por otro lado, quiero que se quedé ahí esperando hasta que se canse y se
vaya de una buena vez. Será que todo en verdad fue una exageración mía, o
me pinté una novela en la cabeza. No, no Patricia, no eran imaginaciones
tuyas, no seas ingenua. Por Dios, cuando tú has visto que un hombre se muere
de amor, ¡eso nunca ha existido!
Me acerqué a la ventana de la habitación, lo vi, esta abajo, viendo
fijamente hacia el balcón del apartamento, lo noto extremadamente serio, con
ganas de querer gritar mi nombre, pero le sería imposible, no es un hombre
histriónico. Volvió a sacar su celular del bolsillo, y vi como marca un número,
de inmediato, sonó de nuevo mi celular. Estaba que ya lo pegaba contra la
pared con todas las fuerzas del mundo, pero respiré profundo y atendí la
llamada.
— ¿Qué quieres Maurizio? — pregunté con voz amargada.
— Bueno Patricia tú me dices, si quieres que aclaremos las cosas, o si
tú no quieres que te llame más y yo no te molesto. De cualquier manera,
quiero que sepas que te aprecio y admiro.
— Ya vas a empezar con tu labia, ¿eso mismo le dijiste a ella? — dije,
en tono furioso.
— Sabes perfectamente que nada de lo que te estoy diciendo es labia.
Conoces muy bien todo el amor que siento por ti, y la admiración que te tengo.
Sí, estoy conociendo a esa chica, pero no he podido olvidarte Patricia, y ella lo
sabe, ella sabe que yo a la única mujer que sigo amando es a ti. Este amor tan
grande que siento, no lo siento por ella. Y precisamente de eso estábamos
hablando, no se me hace justo que se ilusione conmigo, cuando yo amo a otra
mujer.
— No puedo creer que te hayas estado viendo con otra tipa, durante
todo este tiempo, no tenemos ni un mes de habernos separado Maurizio— dije
con voz decepcionada.
— Todo pasó muy rápido. Me sentía muy solo. La conocí en un
discipulado que hice en la iglesia y bueno… yo le gusté y… — él exhaló un
suspiro profundo— y bueno Patty, lo demás fue una simple aventura. Estoy
condenado a amarte jovencita — su voz se quebranta y de inmediato escucho
que empieza a llorar. — Me duele en el alma, no tenerte conmigo.
— Tú me abandonaste — respondí librando mi llanto.
— Ya he vivido muchas cosas Patty, tú estás empezando la vida.
— Este sacrificio ha sido el más duros de todos. Discúlpame Maurizio,
pero ya no puedo seguir hablando contigo. Por favor, no me llames más. No
me busques, olvídate de mí. Yo haré lo mismo. Esto va a pasar, sé que podré
olvidarte, y sólo me quedaré con los bonitos recuerdos que me dejó esta
relación. Pero por favor, no me busques más.
— Está bien Patty — respiró profundamente y tratando de mostrarse
fuerte, dijo — respeto tu decisión y me hago responsable de todo. Nunca
quise, hacerte sufrir. Te mando un abrazo y….
— Ya fue suficiente, adiós. — dije, para luego colgar la llamada.

CAPÍTULO 25
¿LIBRES DE SU AMOR, PARA SIEMPRE?

Llevo dos meses sin oír la voz de Patty, siento que he esperado por años
este reencuentro. Resuelvo dar vueltas por el parque ecológico donde
quedamos en vernos, cuando empieza a ponerse el sol hacía a mí, me acomodo
la gorra evitando el golpe del calor. He guardado mucho silencio, y el
arrepentimiento se apoderó de mí, aquella cantidad de veces que decidía
llamarla y luego, pensaba que aquel encuentro telefónico después de un
tiempo, resultaría distante. Pero después de pensarla con tanta nostalgia, le
escribí, no quería irme a Europa sin despedirme de ella.
A mitad de camino paralizo el paso, cierro los ojos, echo mi cabeza hacia
atrás y respiro, mi cuerpo absorbe el oxígeno y consigo relajarme. Sin abrir los
ojos, siento su presencia y el sonido de sus pasos. En estos quinientos metros
que nos separan, tengo que honrar todo lo importante que significó para
nosotros, haber dedicado tiempo a estar juntos. ¿Qué debo decirle cuando la
tenga frente a mí? Tengo toda la mañana pensando en eso.
Ella se acerca, y yo desde acá puedo oler su perfume. Quiero correr al
encuentro con ella, pero respiro, tratando de calmar mi ansiedad. He pensado
en decirle, que: está muy hermosa, y ese pantalón de vestir color verde oliva,
le queda estupendamente divino con esa camisa manga larga color blanco.
Pero al final, me decido decirle solamente un “hola”, rotundo y preciso, como
si sólo, hubiésemos tenido un día sin vernos.
Posiblemente Patricia tuviese los mismos pensamientos que yo,
seguramente se haya repetido durante toda la mañana, todos los saludos y
frases, que podía haberme dicho en este reencuentro.
Ella reaccionó diferente, me sonrió y me dio un suave beso en la mejilla.
— Hola —
Al escucharla, vi sus ojos llenos de brillo, su cabello con friz a causa de la
humedad y el invierno, sus labios totalmente naturales y su entusiasmo que me
hizo andar de nuevo y descubrir que soy un hombre capaz de volver a amar.
— Te estaba esperando. Pensé que te habías arrepentido— dijo soltando
una risa, mientras se acaricia su cabello ensortijado. — He sentido muchas
ganas de verte. No voy a negarte que estuve muy dolida, no podía creer todo
lo que nos pasó y menos lo que vi la última vez que nos vimos. Pero no
permití que el pasado, empezara a entrar en mi aquí y en mi ahora.
— Sólo debemos tener la convicción de querer ver el cambio como una
oportunidad — mi voz sonó como un medio de enseñanza— la vida es un
proceso, que se vive todos los días.
— Tienes razón — respondió, mostrando una dulce sonrisa — tú
siempre explicas todo como si fueses un profesor.
— La formalidad, siempre ha sido algo habitual en mí — le sonreí
tiernamente— ¡me alegra verte! ¡me alegra escucharte! — dije, con voz
intensa.
Patricia, levantó la cabeza hacia el sol, que se asomaba hacia donde
estamos ubicados, arrugó el rostro y volvió a mirarme
— A mí también. Me alegra saber que estás bien.
¿Debía despedirme de una vez? Pensé, al escuchar ahora su voz suave y
atractiva, al observar el labial rosa que cubría sus labios, dejando al
descubierto su perfecta dentadura, un sello de su belleza.
— Me perdoné y te perdoné. Cuando uno perdona, deja ir la tristeza,
nos liberamos de la culpa, del sufrimiento y sólo la paz y la quietud, se
establecen en nuestro ser— dijo, sonriendo, a la vez que sacudía su cabello
ensortijado a un lado.
El encuentro parecía transcurrir con normalidad. Sin mucha travesía
emocional, los dos nos mostrábamos con confianza, como comprendiendo,
que todo lo que sucedió, fue lo mejor.
— Hay situaciones que deben aceptarse y no se deben convertir en
problemas. Cuando creamos problemas, creamos dolor, o cargamos en nuestra
mente el peso de mil cosas, muchas de ellas, que tendríamos que hacer en el
futuro— respondí en un tono demasiado bajo.
— Si, a veces uno se queda inactivo por el miedo, el ego, en mi caso, el
miedo a no triunfar en todos mis planes –— dijo, sonriendo.
— ¡Tú ya triunfaste! — dije, con una alegre sonrisa que hizo que ella se
sonrojara.
— Desde el momento en el que vivo, desde la alegría de mi ser, todo lo
que me sucedió, me sirvió para despertarme y permitirme acercarme, hacia
metas más profundas.
Su risa sonó angelical. A mí se me secó la boca al pensar, que, al finalizar
este momento, estaría lejos de ella. No lo voy a negar, olvidarla
completamente, ha sido un proceso lento, y recordarme todos los días que los
duelos son bendiciones, se volvía en momentos una tarea difícil.
Un silencio se evaporó entre los dos, y sólo se escucha una pequeña y
brillante melodía a nuestro alrededor, que proviene del sonido de los árboles,
cuando el viento pasa por sus hojas
— Patty. — dije, sintiendo el corazón acelerado. — ¡Me voy mañana!
— Debes estar feliz, porque finalmente vas a ver a tus hijas — me miró
tiernamente y luego, se escondió detrás de su oreja un mechón de su cabello
ensortijado.
— Sí, pero ahora estoy feliz, porque tú estás aquí — la miró fijamente a
los ojos, como invitándola a tener un contacto físico sutil.
Ella sonrió forzadamente, esquivó la mirada. No había vuelto a hablar
desde el amor, desde que decidí dejarla.
— Nunca quise hacerte daño.
Patricia al escucharme, levantó los ojos hacia mí, y respondió en tono
paciente
— Nunca lo hiciste, yo fui muy feliz a tu lado. Te quise, te esperé, te
amé como nunca he amado a nadie. Pero esto fue lo que nos tocó vivir
Maurizio y no me quedó otra opción, más que aprender a aceptarlo.
— Siempre voy amarte, aunque no te tenga a mi lado, no voy a dejar de
hacerlo. Aunque construya mi vida, será muy difícil que vuelva a sentir ese
amor tan grande que aun siento por ti — contesté con afecto y la voz
quebrantada. — Me hiciste revivir muchos sentimientos, me hiciste volver a
vivir. Me hiciste tan feliz… ¡tú serás irreemplazable!
— ¡En otra vida Maurizio! Tal vez, allí, no seas el hombre de nadie,
sino sólo mío, o quizá el padre de mis hijos, el esposo soñado… — dijo, con
voz baja — creo que mejor no continuo, es mejor despedirnos de una vez.
— Claro — respiro profundo, la miro cálidamente, le sonrío
suavemente y aguanto, las ganas que tengo de abrazarla — Voy a empezar a
creer en la reencarnación — ella al escucharme, me mira con una sonrisa
forzada— O tal vez en los sueños jovencita, tal vez, ahí los dos podamos vivir
una historia de amor y no de nostalgia, quizá, allí tengamos una razón más
para volver a estar juntos. — respondí con tristeza.
Así que, adelante. ¿Qué continuaba?, decir, ¿Vámonos?, ¿Adiós?, ¿Hasta
luego?

FIN.

Diario de Patricia:
Destino final: Los Ángeles / España.
El inglés básico que hablo no es precisamente de fiar. Me espera mi
hermana en Madrid. Estaré allí por dos semanas, hace cinco años que no veo a
Elena. Hace seis años, que los tres (Alfredo, ella y yo) no nos vemos.
Conocería a Rick, mi sobrino, y a su esposo Mark, un europeo que conoció en
un bar de Edimburgo.
Ahora estoy en los Ángeles, aquí he hecho escala para continuar hacia
Madrid. Ya me he montado en el avión, estoy sentada justo al lado de la
ventana, esperando que esta aventura empiece. Tengo el portátil encendido y
ubicado sobre mis piernas, estoy escribiendo estas líneas, es como un mini
diario; ahora estoy narrando, que, moriría por ver la cara de Elena, al verme
con este nuevo look que tengo y que no he mostrado por redes sociales, me he
pintado el cabello de amarillo, luego de pasar cinco años con el cabello de
color marrón.
Mientras espero, y vivo el efecto que causa el calmante que me he tomado,
para superar el dolor de cabeza que produce la altura en mí, siento la presencia
de alguien a mi lado, es un hombre, que me saluda con un perfecto inglés, yo
le respondo el saludo, tratando de demostrar que el inglés que hablo, no es tan
básico; y sin darle importancia a su presencia, continúo escribiendo. De nuevo,
esta persona me hace otra pregunta, específicamente la hora en que
saldríamos, al parecer, el vuelo estaba retrasado. Intenté entender lo que me
dijo, sin embargo, habló muy rápido y cuando volteé a verlo, me quedé
estupefacta. De inmediato, se me formó un nudo en la garganta, que, me
impedía respirar y tragar saliva. Él se quedó mirándome fijamente, impactado,
como si verme ahí sentada al lado de él, fuese imposible.
— ¡Patty! — una sonrisa, se dibujó en su rostro asombrado, al verme—
¡No lo puedo creer!
Yo tampoco puedo creerlo, me sorprende en absoluto que un año después
de alejarnos, tenga a Maurizio sentado a mi lado, en un avión que va directo a
Madrid.
— Definitivamente, esto se cuenta y no se cree — respondí cerrando el
portátil, he intentado calmarme ante la impresión.
— Parece que el destino se empeña en que yo vaya detrás de ti, o
viceversa — respondió sonriéndome tiernamente.
— ¿Qué harás en España? — pregunté curiosa y tratando de mostrarme
seria.
— Mi hija Camila está viviendo allá. Voy a visitarla unos días.
— Qué bueno.
— Fiorella, también está viviendo en España, pero ahora está en Italia
de vacaciones.
— Excelente. — respondí tajantemente.
— Y ¿tú? ¿Qué harás en España? — preguntó con ese mismo tonito de
voz interesante, con ese acento colombiano sereno y tierno a la vez, que hizo
que temblara y quizá, le delatara de algún modo, que todavía su voz me seguía
poniendo nerviosa. El volvió a sonreírme, sigue siendo el mismo hombre
atractivo e interesante, del cual me enamoré. Los años no pasaban por él.
— Mi hermana vive allá — respondí tan seca como pude, cruzada de
brazos y apretando mis manos.
— Poco me hablaste de ella.
— Recuerda que Elena es mi hermana por parte de papá. Me regaló el
pasaje, en una de mis tristezas y soledades, le comenté que quería verla y
decidió hacer el encuentro. Es una lástima que Alfredo, no haya podido venir.
— Me alegra el reencuentro con tu hermana y espero que pronto puedan
reencontrarse los tres.
— Gracias, si Dios quiere así va a ser. A mí también me alegra que te
reencuentres con tu hija.
Nuestros diálogos sonaban extraños, realmente parecíamos dos
desconocidos y no dos personas que se habían dedicado a amarse. Su rostro
parecía extrañado de verme, y el mío, seguramente también, yo me encogí en
mi asiento y me aferré a la ventana, intentando alejar cualquier conversación
posible. Después de nuestra ruptura, yo no tuve más nunca contacto con él, y
al contarle toda la verdad a Alfredo, le pedí encarecidamente que no lo
mencionara. No sólo porque me había dolido, que él me dejara, sino porque
debía concentrarme demasiado en mi bienestar, y eso implicaba, hasta
olvidarme de su nombre.
Mi dolor por no tenerlo conmigo era cambiante, a veces duro, otras veces
fuerte, en otros momentos me hacía considerar que lo mejor, era lo que había
sucedido. A veces, tenía días buenos, otros días malos. El imaginarlo tan lejos
de mí, me hicieron sentir que lo había perdido para siempre; la última vez que
lo vi, me dijo que se iría a Europa, pero al parecer había estado en Los
Ángeles, tal vez aquí había hecho su vida, a él no le quedaba de otra. Él debía
formar su propio hogar y continuar hacia adelante.
— Sólo Dios sabe porque nos tocó estar acá, juntos, en un mismo
vuelo. — dijo, con voz pausada.
— No me voy a tomar esto muy en serio. Fue una casualidad. Una
simple casualidad.
— No creo en casualidades — respondió seriamente. — No quiero
ponerme filosófico, pero… — su comentario hizo que yo dejara de ver la
ventana y volteara a verlo, disimulando mis nervios, mientras sentía que mi
corazón latía con rapidez y euforia. Intercambiamos miradas de nostalgias.
Los latidos de mi corazón se fueron alargando, y en su lugar, no le quedó otra
cosa más, que, llevar su mano a mis mechones de pelo rubio, sonriéndome una
y otra vez.
— Tengo que admitir, que verte ha sido una tentación para mi olvido.
Tengo que admitir, que verte…
— Ya no sigas — quité su mano delicadamente de mi cabello — por
favor— bajé el rostro, y él me tomó delicadamente por el mentón y dirigió mi
mirada a la suya.
— El tiempo, quizá nos demuestre con este viaje, que rumbo ha tomado
mi vida y la tuya — despejó su mano de mi mentón — me alegra mucho verte,
estas hermosa, ¿soltera? — preguntó sonriéndome pícaramente-
— Si.
— Buena, buena Patty. Quizá no sea en la otra vida, quizá nuestra
historia, se tiene que construir en esta vida.
— Se lo entrego al tiempo — me volteé y me encogí de nuevo hacia la
ventana.
— Sólo necesito aclararte algo — exclamo él —
— ¿Qué? — pregunté sin voltear a verlo y escondiendo mi cabeza entre
mis brazos.
— Nadie se embriaga leyendo libros sobre vinos.
Sé que esa frase la escribió en uno de sus libros, él la dijo con expresión de
galantería, tuve ganas de decirle, que ya sus esfuerzos por enamorarme no
servirían de nada, que ya lo había deshecho por completo de mi vida. Pero
entonces, me di cuenta que eso, sería absurdo, porque aun y cuando trato de
hacerme la dura, la que ya no siente nada, no puedo detener las aceleradas
palpitaciones en mi corazón vinculados con los temblores en mis piernas, todo
a causa de su voz, que lo inunda todo. Su forma de expresar esa frase, fue con
una advertencia, como una manera de decirme que no pensaba dejar pasar esta
oportunidad. A mí, no me quedó otra opción, hice lo posible por evitarlo, pero
no pude. En algún momento de mi despecho, esperé volver a besarlo; mañana
veremos qué pasa. Lo único importante es el hoy, así que, sin más preámbulos,
me volví hacia él y lo besé.
— Seguramente, si te hubiese buscado, jamás te hubiese encontrado
jovencita — dijo, con la respiración agitada y reforzándome a volver a colocar
mis labios sobre los suyos.

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