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RECOPILATORIO DE HISTORIAS QUE NACIERON DEL

AISLAMIENTO

RELATOS
EN
CUARENTENA

CUEN T O S C RE ADO S
EN L O S T AL L E RE S DE
ES CRI T URA C RE ATI VA 2 02 0
PROGRAMA BIENESTAR PSICOEMOCIONAL
UNIDAD PATRONATO MUNICIPAL SAN JOSÉ
PROYECTO JÓVENES
Relatos en Cuarentena
Recopilatorio de historias que nacieron del
aislamiento
Coord. Rafael Soto Guarde
Primera edición 2021
Relatos en Cuarentena
Coordinación y Edición: Rafael Soto Guarde

Historias que nacen de los talleres de escritura creativa


que se pusieron en marcha durante la emergencia sanitaria
del 2020.

La iniciativa artística surge por la necesidad de generar espacios


de cuidado y acompañamiento que permitan hacer más sostenible
el aislamiento obligatorio, usando el arte como herramienta de
expresión y desahogo.

Programa de Bienestar PsicoEmocional del


Patronato Municipal San José
Proyecto Jóvenes
Prólogo

El año 2020 nos conmocionó de muy diversas maneras. Vivimos una experiencia global que
no estaba ni en nuestro imaginario vivir; una situación grotesca que nos ha dejado múltiples y
crueles lecciones. Llegó de imprevisto, a pesar de las alertas, y arrasó con todo. Nuestra vida
se detuvo, nuestra afectividad cambió, nuestra formas de expresarnos se vieron limitadas,
nuestro mundo relacional se descompuso para recomponerse de un modo impensable.

En ese maremágnum de emociones que nos fue ahogando durante los primeros meses,
se dilucidó la necesidad de pensar espacios que nos permitieran el reencuentro, no solo para
vernos, sino, sobre todo, para sentirnos acompañadxs. Una necesidad imperiosa que nos gritaba
desde todas las regiones del planeta. Estamos aislados, sí, pero no necesariamente tenemos
que permanecer solxs. Con ese reto en mente surgió el programa de bienestar psico-emocional,
como un mecanismo que nos permitiera cubrir ese hueco, que nos diera la oportunidad de
transformar una cuarentena en soledad en una cuarentena en compañía.

El programa, además de ofrecer contención psicológica a todas aquellas personas que así lo
requiriesen, construyó una serie de monográficos artísticos prácticos que sirvieran como
herramienta base para el desahogo emocional. Se desarrollaron talleres de
teatro y creación teatral, de comunicación a través de la imagen (fotográfica o dibujada), de
escritura creativa y un Club de Lectura. Con ello se logró que varios centenares de personas se
pudieran beneficiar directamente de esos encuentros artísticos a lo largo del año.

Como representación del esfuerzo que muchas de ellas realizaron en estos cursos, en
particular en los de Escritura Creativa, se ha elaborado este libro con gran ilusión y cariño.
En esta muestra del trabajo llevado a cabo, se han seleccionado una serie de relatos que
fueron escritos por lxs participantes durante las clases, y que aunque no son todos los que
deberían estar, al menos sirven como aperitivo lingüístico de la calidad literaria existente
en nuestro país.

Como se ha mencionado, hay muchos más relatos que fueron creados a lo largo de las
jornadas de trabajo en los cursos de escritura, pero que lamentablemente no aparecen
en esta antología, por ello pido mis más sinceras disculpas. Al final, se decidió por esta
serie de 23 cuentos que hoy mostramos aquí, ya que ejemplifican a la perfección la riqueza
estilística y temática que se manifestó en el transcurso de estos talleres.

Agradecer a todas las personas que participaron en el programa de un modo u otro, por su
predisposición y, sobre todo, por sus ganas de dar lo mejor. Ha sido un viaje fascinante
lleno de aprendizajes y de compartir. Gracias.

Espero y deseo que en este nuevo año que ya comenzó sigamos construyendo más historias
de vida, más cuentos desde el encierro, más relatos liberadores.

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Autobiografía I

Hoy tuve un encuentro fuera de lo común. Mientras iba a servirme un té, vi la


contraportada de un libro que estaba leyendo mi sobrina Daniela. Me sorprendió
porque no había ninguna sinopsis, reseña o crítica del contenido de ese grueso y llamativo
ejemplar. Sin artificios ni palabras, un azul oscuro y solitario bañaba la
parte posterior del libro. Intrigada, le di la vuelta para ver el nombre: Confesiones
de un loco. Enseguida lo abrí y me encontré con la biografía del autor, que
en realidad era una autobiografía porque decía lo siguiente: “Soy Sebastián.
Nací. Aun no muero”. Mi reacción inmediata fue una tenue y casi imperceptible
sonrisa. Publicar una biografía de esa manera tan desinteresada me daba mucho
qué pensar. ¿El autor era cínico o la había escrito en un momento de poca
inspiración? De cualquier forma, era un bromista. Quería seguir con la
exploración del austero libro, pero ese era un día que había reservado para
Dani y para mí, así que fui a por mi té y volví a la habitación, en donde
estábamos viendo una película. Lo cierto es que pasé la tarde pensando en ese
tal Sebastián y su minúscula presentación. Después de que Dani se fuera, me
dije que, si un escritor podía redactar así su biografía, ¿por qué yo no? Tomé
un cuaderno en el que anoto mis pendientes de la semana y empecé:

Soy Martha. Me gusta leer, tomar café, reunirme


con mis amigas y mirar películas los domingos en la tarde. Con frecuencia,
pienso en mi pasado. Nunca estudié lo que mi familia me dijo que estudiara,
nunca me sentí cómoda en las fiestas ni en las grandes reuniones, nunca formé
una familia ni tampoco tuve una mascota. Sí, soy un poco como todos, pero
también soy diferente. Mi vida es, en una palabra, solitaria. No me quejo, he
logrado cumplir varias de mis metas, he viajado por el mundo y vivo en uno de
los mejores sectores de la ciudad. No obstante, la soledad no solo incluye la
independencia, sino también el deterioro. Muchas veces me pregunto, ¿cómo sería
despertar cada mañana y tener a alguien junto a mí? Después de todo, yo también
me he enamorado. O ¿qué haría todos los días si después de salir del trabajo me
pasaran a recoger para ir a casa o al cine o a comer? La realidad es que hoy
paso conmigo misma la mayor parte del tiempo, pero hubo una época en la que no
era así. Vivía con mis papás, mis dos hermanos y mis dos hermanas. Aunque ellos
eran bastante mayores a mí, la casa era un lugar lleno de actividad, de voces y
de historias. Cuando era niña, también me gustaba visitar a mi abuela porque
jugaba con mis primos y los niños que vivían en los cuartos que ella arrendaba.
Corría, reía y no pensaba en nada parecido a lo que la adultez me hace pensar
ahora. Luego, en la juventud, sentía que mi camino se abría hacia rumbos nuevos
y que era capaz de forjar mi propio destino. Esa era la imagen que llevaba cuando
por fin entré a estudiar francés en la facultad de lenguas de la Universidad Católica,
después de haber dejado 4 carreras que mi familia me decía que debía seguir.

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Pero el júbilo pasa rápido y cuando una se da
cuenta, ya lleva más de medio siglo aprendiendo a vivir. Como nada es perfecto,
también tuve malos momentos. El problema es que fueron esos los que en el fondo
marcaron mi camino hasta el día de hoy. Por ejemplo, las cosas con mi papá eran
difíciles. Él no era abierto de mente y tenía problemas para tratar con las
mujeres de la casa. Yo heredé lo contrario, siempre tuve mala suerte con los
hombres y cualquier vínculo que conseguía con alguno, duraba poco. Por supuesto
que el colegio de monjas tampoco ayudó. Tal vez hoy es diferente, pero en mi
época todas ellas eran muy estrictas y buscaban cualquier pretexto para hacer
uso de su autoridad, como a mis 6 años, cuando una de ellas se enojó conmigo
porque había manchado una tela de la clase de costura y me sacudió de los
brazos en forma de castigo. Desde ahí empecé a esconderme en sus horas, para no
tener clases con ella. Con los años vendrían momentos más duros, como el día en
que Carla, mi única hermana con poca diferencia de edad a la mía y con quien
había formado una amistad reconfortante, murió cuando yo tenía 17 años. Un
accidente de auto la apartó de nosotros y, desde su partida, la vida en mi casa
se resumía en largos silencios. Han pasado muchos años de esa época, pero
realmente la vida sigue siendo la misma. A veces estoy feliz y a veces
simplemente sé que existo en una realidad que está en algún sitio inhóspito,
apartado de todos. Las personas hacen planes, viajan, se enamoran, salen a
correr para descansar de una vida ajetreada, escalan una montaña o se vuelven
artistas. Yo, al menos, leo, tomo café, me reúno con mis amigas y miro
películas los domingos en la tarde. Soy Martha y nací pájaro, pero pocas veces
salí a volar.

Doménica Aroca Borja

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Pensabas...
El sol ecuatorial pintaba de naranja las cumbres del Pichincha mientras la ciudad
contenía el aliento. Las siluetas oscuras de los edificios quedaban atrás cada vez que
los sureños pedaleaban; el viaje de regreso había iniciado.

Formaban una V. Diego y Karen al frente y él, más grande, rezagado. Iban callados, el silencio a
su alrededor parecía irrompible, la avenida de alto flujo se abría desolada. El resto de la urbe se
había recluido en sus viviendas hacía 4 horas ya, obedeciendo al toque de queda. Ante los tres
se alzaba el Centro Histórico, una larga subida hasta el serpenteante camino de regreso
a sus casas.

Su mente divagaba mientras sus piernas iban de arriba a abajo. Veía los obstáculos en el
camino y las calles estrecharse a medida que avanzaban. Buscaba precavido signos de actividad
por delante de ellos, cuesta arriba, pero estaban solos. Se distraía a propósito para no pensar
en el esfuerzo que hacía para continuar, se distraía para no rendirse. Miraba las espaldas de
los otros dos y se preguntaba en qué pensarían ellos.

¿Pensaba Karen en su beso?

Ella, la dulce chica de trenzas que cargaba cajas con la eficiencia de un jornalero.
Dentro de dos semanas se enterarían que ese beso los contagió y ella lloraría.

¿Pensaba Diego en su madre?

Él, un atleta que debía bajar la velocidad para no dejar atrás a sus compañeros más lentos. Su
madre, esperándolo en casa con la comida caliente, sonriente y sana todavía, pero con apenas
tres meses de vida por delante.

Probablemente no.

¿Acaso pensaba él mismo en otra cosa que no fuera ese instante?

Las calles desiertas y ellos como sus únicos dueños bajo el cielo ahora rosa. Empezó a pedalear
más rápido pasando entre los otros dos con la cabeza en alto, disfrutando una sensación de
liviandad y felicidad. “Libertad” pensó, y recordó sentir lo mismo cuando de niño montaba su bici.
Sus compañeros percibieron el cambio y se aventuraron a hacer lo mismo. Sus facciones
parcialmente ocultas tras la tela protectora se iluminaron mientras cruzaban como una flecha
la vía serpenteante: a la izquierda la quebrada profunda, a la derecha el Panecillo y sobre
ellos solamente el cielo del atardecer.

Ninguna tarde fue igual a esa en los meses posteriores.

El Tercer Ciclista

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Silencio

Es que es muy seria. Muy callada. Rara. Ha crecido escuchando eso y estaba bien.
En realidad, nunca sabía qué decir o cómo responder a ciertas preguntas.
Había ocasiones en las que le hubiera encantado poder sacar algo más para no dejar morir
una conversación, pero para cuando había terminado de devanarse los sesos era ya
demasiado tarde. Y luego el remordimiento. Pasar las noches pensando lo que debía haber
dicho o hecho.

Coincidir con alguien. Un auténtico golpe de suerte poder establecer una conversación y
sentirse lo suficientemente confiada como para creer que en realidad le agradaba. ¡Qué
alivio! Pensar. Pensar. Pensar. Problemas. ¿A quién acudir? En realidad, ¿quisiera alguien
escucharlos? Es difícil encontrar un momento para contar las cosas buenas. Con las
malas es casi imposible.

Tiempos duros. Están ahí, nunca se van. Sentir como el aire es cada vez menos y el corazón
late un poco más rápido… Los ojos húmedos y la fatiga a pesar de no mover un dedo.
De pronto, llegan todas las cosas que ha hecho mal y solo siente hundirse en aguas
oscuras. La vida de los demás pasa y se mueve, pero esta se mantiene estática. El líquido
apenas es perturbado por intentos involuntarios de los otros, más no los propios. Las paredes
de papel a su alrededor, aunque ruega porque alguien las rompa, parecen ser infranqueables.
¿Cómo pedir ayuda cuando la quiere un minuto y al siguiente no? ¿Cómo llegar a la superficie
y moverse como el resto? ¿Cómo salir de la jaula propia cuando se ha llegado a estar
tan cómoda en ella?

Y no lo notan. Es que es muy seria. Muy callada. Rara.

Sheila Hernández

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Encierros

1.

Mis ojos despiertan con su expandida visión, con la intención de vivir en cada imagen
atrapada. El anhelo de sentidas experiencias en cada rincón, en zonas recorridas por
mis constantes huellas. Es como un mundo que reduce mi dependencia social y eleva
la creativa soledad enmarcada en el pecho; tal opresión que lleva al suspiro, es mi voluntad
que hace evolucionar la voz en canto, pues cantar me desconecta, me conduce fuera de la
divulgación mediática; es la inyección, es la dosis que no pretendo injerir, no concibo el
pensamiento abatido a causa de la sustancia que fluye y controla el corazón de los más
débiles. Ante una sombra de nerviosos estados, el baile purifica mi cuerpo a través de
simples gotas.

Entre la adrenalina y el movimiento comprendo que estoy vivo, vivo con la sensación
de un futuro sin necesaria protección, sin el exilio de los afectos a quienes amo y me aman.

2.

Llevo conmigo un velo que estremece la piel, una protección que el inconsciente activa, lo lleva
al extremo y mis piernas tambalean en semejante vibración. Es llamado el natural sentimiento,
el plano que encuentro como un negro abismo profundo, hostil, como aquel vértigo que
es recorrido por la desconfianza entre cada uno. La egoísta necesidad que espanta aquella
expresión de apretones, abrazos, besos; los amantes olvidan el espantoso juego del
enemigo y se adentran en la cascada sin temer a una corriente que golpea sus sentidos,
sin temer el no volver. El instinto me propone huir frente al paso de otros, de todos,
de nosotros, del mundo, y ocasiona un sombrío espejismo, un espejismo recreado sin calor,
manifiesto por el temor.

Un final devastado entre manos trizadas y rostros marcados, marca o sello distintivo del
rebaño, a quienes llevan como a uno más de sus sentidos. Y mis noches carecen del
primordial descanso, el que lleva al mundo sin razón, sin función, sin lógica, sin la mirada de la
sombra y su guadaña, dónde los pasajes de aire y tierra son una extinta idea, sueños
desconectados, libres, sueños de aquellos tiempos. Un consternado despertar, una respiración
que me recuerda la inconclusa batalla, la vida del soldado y su lucha, pero que a pesar de esa
represión en el pecho, me decido a continuar aislado donde estamos, donde nos
encontramos, donde sollozamos.

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3.

El sol recorre mis brazos y me ama con su calor. Es una sensación que libera mi ser ante un
verano limitado, limitado por las consecuencias de las ambiciones, de los errores del pasado
que comprometen al presente y advierten al futuro. Es lo sencillo de sentir, de percibir el aliento
de la brisa arrebatando como huracán lo más pesado del sentimiento y la carne. Contemplo
los recuerdos con enfocada atención, sufrir no es opción, sólo busco vivir, renacer en las
uniones fraternales, las que solo los camaradas sabemos gozar, por cada palabra con o sin
sentido.

Me proclamo soñador. Proclamo esperanza en mi palpitar, en tu palpitar, en nuestro palpitar.


Llega la hora y el cielo pinta seres de luz en toda su infinidad. Intuyo que pronto acabará. Sonrío
a la llama de mi veladora y ella libera destellos, los destellos que observo en la mirada de los
más Dañados, en los que anhelan el cantar desde el corazón como pacto de amor incondicional.
Ahora la veladora reduce su lumbre y me pide descansar, olvidar, transcender con la voluntad
soñadora y crear un nuevo día, el día predilecto, el indicado, el profético, en donde el dolor solo
fue un villano de nuestra historieta.

4.

Me atrevo a seguir sin angustiar al corazón, sin incrementar la paranoica lucha frente a necios
que no conocen el veneno tan amargo tan ácido, que solo los elegidos son salvos; el ajedrez
que muestra el juego comparativo de privilegiados y humillados. Conozco sus miradas, las
miradas que se clasifican en distintos mensajes. Mi deber, el tuyo, el de todos, es descifrar en
cada uno los aspectos misteriosos resguardados por la tendencia popular. Es la búsqueda
designada a cada uno en la totalidad de nuestra alma, el explosivo sentido de hablar con miradas,
de hablar con la sonrisa en los ojos, aquellas señales en los costados que demuestran gusto,
pena, sorpresa o quizá seducción. Suena tabú, pero la tendencia o moda es permanecer en los
próximos años con el morbo oculto, oculto bajo la prenda que obliga al caballero ser atrevido
y a la dama sonrojar hasta su cabellera, amando así solo con la mirada.

Es la paradójica vida que tomo en mis manos, por muchos observada con ojos comunes, con la
distorsionada ansiedad que es alimentada por miedos ficticios. Hay ciertos vistazos que carcomen
mi atención, miradas de esquivas intenciones, las más frescas y sinceras, invisibles en el caos
de obsesivos y descuidados por la ciudad.

Yo deseo convivir con cada color que transciende en estas líneas y plenamente digo:
Nuestro futuro idioma está evolucionando ahora, evoluciona hacía la conexión de pensares con
mordazas implantadas y miradas reveladas.

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5.

Llamas de alas blancas desplegándose como las nubes obedecen al viento, como la corriente
impulsa el oleaje impactando contra las rocas. Esa es mi esperanza en una constancia que
forma el golpe exacto, el golpe sin huesos ni piel, solo ímpetu, solo espíritu. En la inminencia
del cielo sus alas expanden su gracia como la fuente de agua viva, del agua que todos deseamos
beber; tan perfecta y eternamente libre es el rasgo divino en cuerpos sedientos de luz perpetua.

Contemplo la multitud de rostros ásperos, rostros semejantes a desiertos erosionados faltos de


ilusión, faltos de vida. Lo más preciado que roza mi mano es la piel de otro, es la fresca
fórmula de sincero contacto, de contacto ilimitado, que fue arrebatado sin libertad. Para mí
esta es una época de reto y no de angustia, de inspiración y confianza, de héroes y sus capas;
aquellos que llevan el miedo a su favor, con la intuición de volar y olvidar, volar hasta el más
lejano cielo, hasta la estrella más blanca y más brillante, donde los infantes cantan y los
abuelos bendicen.

Este es el futuro que sello en mi pecho, la oportunidad de lavar heridas y renovar sonrisas.
Pendientes no hay y tampoco excusas sin final. Vivir es mi destino, es mi destino ser un futuro y
al igual que el de cada uno ser el suyo, como protectores del corazón, leales a toda vida,
leales a la Salvación y resguardando el verdadero sendero, resguardando el mundo pacífico
que está pronto a nacer, el que espera por nosotros, por todos. Debemos velar por cada
nacimiento y con una sola mirada esfumar los intentos de normalidad, la que tanto precipitó y
dolió, la normalidad que el centinela devastó con los más débiles y con los más fuertes.

La herida y su huella sangraron, paralizaron y espantaron, ahora sanan y cicatrizan; nace el


nuevo eco de los caídos como protectores e intercesores. Nos dicen con su gloria:
Es la promesa de nuestro presente que ahora es su presente, lo viven presente lo viven
futuro. Es la magnífica llama que los eleva sin alas, los eleva sobre el temor, el pánico,
la ansiedad, el dolor, sobre la desesperanza desvelada como antagonista que ya no podrá
más, que ya no es ni será el toque final. Será el insolente enemigo llamado amigo, llamado
proceso, llamado necesario o equivocada premonición que no soporta la nueva vida, la gloriosa,
la que nuestros hijos viven no ayer, solo ahora, el ahora del mañana…

Pablo Garzón

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Hay un cuerpo desmembrado en el suelo

Hay un cuerpo desmembrado en el suelo. Tuve otro de esos sueños en los que me convierto
en un objeto. Hoy fui petróleo y reposaba en un pozo de forma rectangular, quizá de
2x9 metros, con desconcierto los campesinos me observaban. A mi costado, en otro pozo
de las mismas características, yacía un líquido verde. No es complicado adquirir formas.

Decidí marcharme del lugar desesperante, así que me convertí en una serpiente gigante negra
y pronto me deslicé fuera, pero aquel líquido verde retuvo mi partida. Luché para liberarme, pero
parecía imposible. Los campesinos, como si estuvieran en un ring de lucha, lanzaban barras a
cada una de las partes. Yo serpiente golpeé con firmeza al líquido verde que sabrá Dios en qué
se convirtió, pero una vez cayó al suelo, hui, hui muy rápido. Y despierto y hay un cuerpo
desmembrado en el suelo.

Vuelvo a romperme el corazón por primera vez al despertar entre botellas vacías y cenizas. Mi
madre solía decir que la traición es necesaria a veces pero que yo me la autoinfligía siempre. El
aire de la habitación toma un color gris, afuera el cielo parece estar entre soleado y nublado,
puta ciudad bipolar, y acá todo está por los suelos, hasta el piso parece haberse hundido.
¿Por qué no recuerdo el nombre de mi madre?

Cuando tenía cuatro años en el jardín de infantes nos preguntaron el nombre de nuestros
padres, cuando llegó mi turno la señorita Liliana me dijo: “Querida, ¿y tus padres cómo se
llaman? Mi respuesta fue inmediata, “se llaman mamá y papá”. “No mi amor, ¿cuál es el nombre
de tu mamá y tu papá?”. “Sí, ese es el nombre de mis padres”. Resulta que todos los niños
tienen mamá y papá, pero el nombre parecía ser algo único. Cuando llegué a casa les
pregunté a mis padres sus nombres, pero curiosamente ya no lo recuerdo. A mis cuatro años
tuve entonces mi primer choque de realidad, aun así, no suavizó contusiones posteriores.
El color marrón nunca fue chocolate ni el violeta jamás se llamó uva. Este último causó las risas
de todo el salón cuando mi compañero de mesa lo notició. Ya me hubiera gustado a mí que
esos pequeños sintieran lo que yo sentí al enterarme de que lo que había conocido hasta ese
momento, en verdad no lo era, ¿y si el color amarillo jamás se llamó así? Qué hubieran hecho…

Anocheció y hay un cuerpo desmembrado en el suelo. Está como armado boca abajo, la cabeza
en la cúspide, el tronco por debajo, un brazo en cada lado y las piernas abajo. Hay apenas unas
cuantas manchas de sangre. Para inspeccionarlo agarro coraje y me sujeto a la cama. Ha vuelto
a atardecer y yo recién estoy librándome de la madeja de sábanas. El cuerpo que antes pesaba
siglos empieza a obedecer, y al pararme observo los cristales en el suelo, me doy cuenta
de que mis pies son los más cruentos del mundo entero.
Busco un teléfono para llamar a emergencias porque...
hay un cuerpo desmembrado en el suelo.

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El sol nuevamente está en la mitad del cielo, su luz me ayuda a vislumbrar, pero lo que
encuentro es basura, papeles que parecen confirmar que alguna vez estuve enamorada de
alguien,..., certificados, diplomas, mentiras,…, por fin encuentro algo con vida. Hay una pequeña
planta en la esquina del armario, está por fallecer. Quiero colocarla en la ventana para que
tome sol, pero otra vez ha oscurecido. Amanece y aún hay un cuerpo desmembrado en el suelo.

Definitivamente soy puro apego, hace tiempo debí haber enviado este cuerpo al cementerio,
pero sigue ahí, frío entre colillas. Me acerco lentamente, llevaré primero su cabeza. Entre mis
manos tomo el cráneo, lo volteo, quiero ver el rostro, pero cuando esos ojos se clavan en mí,
me desprendo de todo lo que alguna vez conocí.

Aquel cuerpo desmembrado en el suelo, es mi cuerpo. Y el dolor empieza a demandar, yo que


por dentro me pretendía marchita, ahora descubro que mis lágrimas quieren regar estas piezas
de cuerpo para hacerlas germinar. Llega de inmediato el servicio de emergencia, no recuerdo
haberlos llamado. Ingresan tumbando la puerta. Ninguno de ellos me observa, sólo recogen mi
cuerpo muerto y se lo llevan. Yo estoy en esta cama, destrozada. Tomo el encendedor,
reúno los papeles del suelo y los incendio. El infierno cabe en un agujero.

Salgo de ahí, tomo un camino lejano, demasiado torcido, un camino que jamás volverá a ser el
mismo. Mientras recorro los paisajes de un devenir en otro país, la agonía no se aleja y aún me
pesa, quiero creer que, si nunca me he de olvidar, algún día me lograré superar.
Lo juro.

Wendy Martínez

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Refugio

Pinto las paredes de mi habitación.


Salgo al jardín.
Subo a la terraza.
Doy vueltas en mi cama.
¿Han pasado 5 días?,
¿han pasado 3 meses?

Me refugio en mi familia.
Me refugio en mis amigos.
Veo las noticias,
pregunto a mis abuelos
—Nunca hemos vivido algo así —me dicen,
mirándome a los ojos.
—¿Tenemos que usar esto? —señalan las
mascarillas sin convicción

Desconfío de los datos oficiales.


Al comienzo, los números me importaban algo,
ahora, son glifos vacíos frente a mí.

Es el tiempo de renovarse, dicen unos.


Salgamos con lo que podamos, dicen otros.
Lo cierto es que han pasado más de seis meses
y el encierro pesa más cada día.

—Se termina la cuarentena —anuncian en las


noticias.
El mundo afuera está en pausa.
El mundo adentro sigue.
El miedo está en todas partes
y la incertidumbre se acrecienta en mí.

Michelle Valladares

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Prisión
El encierro es ansías.
El encierro es extrañarte cuando estás conmigo. Porque, en realidad, cuando estás conmigo
eres otro. O tal vez no, tal vez el otro es el hombre en mi cabeza. El que me ama. El que no existe.
Estar encerrada contigo es tener terror de salir.
Porque en realidad, no tengo a dónde ir.

—Ven, quédate conmigo un par de días, di en tu casa que te vas a la playa o de viaje con tus
amigos y ven a quedarte conmigo. ¿O no me amas?

Estaban pasando ciertas situaciones que llevaban a las palabras que su exnovia me
mencionó alguna vez. ¿Estaba haciendo lo mismo conmigo que con ella? Un deja-vu.

—Sí, por supuesto, que sí te amo, mañana mismo vendré a quedarme contigo.

Ni siquiera me preocupé de qué diría en casa, sabía que me dejarían ir, o me iría de todos
modos. Mamá no hacía muchas preguntas, y a papá lo vi 3 veces en ese mes.
Solo me despedí tiernamente de mi tía abuela, diciéndole que iría a Baños, me regaló $80
y me entregó unas velas. Le prometí ofrecerlas a la Virgen de Baños, pidiendo por su salud.
Se me rompió el corazón decirle eso. Al terminar de hablar con ella, salí de casa, Nelson me
esperaba en su moto. Sentada atrás de él, agarraba su cintura, lo apreté levemente y
apoyé mi cabeza en su espalda, sentía el viento y la adrenalina de ir a más de 100 km/h
cuando él manejaba. Tenía puestos mis audífonos y escuchaba Lana del Rey-Ride y
solo me repetía: “No pienso perderte, no voy a perderte”

Al llegar a su casa, lo primero que hice fue pedir comida a domicilio. Yo siempre tenía hambre.
La comida, el sexo y las películas de zombies hicieron que jamás quisiera irme.

Al tercer día se me terminó el dinero y a él también. Tenía hambre y empecé a tener


mal humor. No había podido bañarme en dos días porque sus papás no habían salido de casa,
y nadie más que Nelson sabía que estaba ahí. Esa noche, antes de dormir, empezó a armar su
pipa con marihuana, yo odiaba las drogas, no era yo misma cuando estaba drogada,
pero se molestó porque pocas veces lo hacíamos juntos. Estaba en su casa, con él.
No quería que se molestara conmigo, pero por alguna razón la marihuana me vuelve paranoica.
La noche que conocí a su ex y me advirtió de todo esto que estoy viviendo,
las dos estábamos drogadas. Ella hablaba de todo el daño que él le hizo y del día que ella
canceló su viaje a New York por quedarse con él, mientras en su casa todos pensaban
que estaba conociendo la Estatua de la Libertad.

16
—Mis papás me regalaron $1,000 para mi viaje y nos gastamos $1,000 en comida los días que
me quedé encerrada en su casa, encerrada. No me dejó salir. —Recuerdo esas palabras
y ese día con mucho detalle.

Pero, y ¿qué pensaba yo? Solo pensaba en toda la comida que debieron comer esos días.
Mucha de la gente que conozco me ha dicho que la marihuana relaja, pero a mí no,
a mí me hace pensar como si fuera otra persona, como si tuviera otro cerebro. Lo sabía,
siempre lo supe, y él también. Así que después de fumar, me preguntó si todo estaba bien.
Respondí que sí. Estábamos teniendo sexo y la marihuana hizo efecto en mí como las anteriores
veces, y mi mente empezó:

¿Qué haces aquí? ¿Por qué sigues viniendo a verle? ¿Cómo pudiste venir a quedarte estos
días con él? Si te mata, nadie lo sabría porque dijiste en casa que irías de viaje con otras personas.
¿Dejó de dolerte el labio? ¡Vaya golpe que te dio la semana pasada!.. ¿Solo pienso lo mala
persona que es cuando estoy drogada? ¿Me está violando porque le dije que quería dormir
y él me quitó el pantalón? ¿Te fijaste que solo prende el celular cuando sale del cuarto?
¡Por favor, sal de ahí!

Empecé a llorar y Nelson se apuró en terminar, con mala cara, se sentó en la cama y me
quedó mirando.
—¿Qué pasa? ¿Por qué siempre haces esto?
—Lo siento, solo quiero irme.
—Es la una de la mañana.
—Por favor, Nelson solo quiero irme.
—Lárgate, esta vez no voy a acompañarte.

Empecé a vestirme y reunir mis cosas. Abrí la puerta y solo sentí un golpe en mi espalda
que me hizo caer.
—Tú no te vas cuando quieres, solo si yo me canso de ti o si yo te quiero fuera, y hoy no tengo
ganas de tus dramas, así que vuelve a la cama.

Me levanté furiosa a golpearlo con el vaso de agua que me había traído en la tarde.
Me regresó cada golpe. Sentía que no era yo cada vez que él me golpeaba, no era yo. Yo era de
las niñas en la escuela que se dejó hacer bullying para evitar problemas y ahora estaba
tomando cualquier objeto a mi alcance para golpearlo cada vez que él lo hacía.

Nelson se tocó la frente y miró su sangre en los dedos, luego en el piso. La sangre no paraba.
Me acerque con una camiseta mía a limpiarlo. El efecto de la marihuana empezó a irse.
—Lo siento tanto, perdóname, te amo, te amo, perdóname
—Mientras le pedía perdón, sentía en mi cabeza irse la voz que me hacía las
preguntas. Hasta que solo se fue.
—¿Ya no te irás verdad? ¿Te quedaras hoy y siempre? —Me miraba como un niño que
fue regañado, que su mamá lo golpeó y que había aprendido la lección,
y que ahora solo quería cariño.
—Hoy y siempre, porque yo te amo.
17
Volvimos a tener sexo, y esta vez yo lo hice con todas las ganas, con las ganas que siempre
tenía después de reconciliarnos.

“Somos dos locos felizmente enfermos”, amaba esa frase y se la repetía muchas veces.
Me gustaba estar así, me gustaba tenerlo loco por mi cada vez que amenazaba con irme
y viceversa. Pero todo ese éxtasis terminaba al salir de la cama.

Al quinto día en la mañana, él se fue, regresó en la tarde con comida, no hablamos,


no reclamamos, solo comimos juntos mientras veíamos Crímenes imperfectos.

Vimos un episodio que trataba de como un hombre asesinó y descuartizó a su pareja el día que
descubrió que lo engañaba.
—Yo haría lo mismo contigo —dijo Nelson

Regresé a mirarlo y él seguía comiendo, como si no hubiera dicho nada. Volví a mi plato, como si
toda esta violencia estuviera normalizada. Es que estaba normalizada.

Ese día decidí que era el último que pasaría con él, así que le propuse ir a un bar y luego me
las ingeniaría para perderme de él e ir a mi casa. Luego le diría que el hecho de que él no lleve
su celular cuando salimos, hizo que se me dificultara comunicarme para regresar con él.

Así lo hice, llegando al bar tomamos unos tragos, y al salir del bar solo caminé. Estaba un poco
mareada, así que no me di cuenta de que estaba muy lejos del bar cuando me percaté que no
tenía dinero. Recordé que Nelson se quedó con mi mochila, así que me senté en la vereda.
No pasó mucho y Nelson me encontró.
—¿Estás lista para volver a casa?
—Quiero ir a la mía, me pesa estar contigo.
—Pero tú no puedes vivir sin mí, hoy fue un día aburrido, solo estás aburrida.

Me levanté de la vereda en la que estaba sentada y tomamos un taxi a su casa, dentro del taxi,
me acomodé para acostarme en sus piernas, mientras pensaba que lo que me decía era cierto.
o ya no podía estar sola, estar sin él.

Al día siguiente me desperté en su cama, sin saber cómo llegué ahí. Mi mochila
estaba al pie de la cama y un papel que decía: VETE.

Lo esperé 2 horas y cuando llegó, tomó el papel y me lo lanzó a la cara.


—¿No leíste? Estoy cansado de esto, si a ti te pesa estar conmigo ya vete. Hoy más que nunca
quiero que te vayas de mi vida. —Empezó a llorar en el piso tapándose la cara, bajé al piso
con él y le abracé mientras pensaba en el asco que le tenía cuando se ponía así, en el desprecio
que me causaba cuando él era la víctima.
—¡No me dejes, por favor! —me decía sin quitar sus manos de la cara.

18
Yo no podía evitar excitarme de verlo así, de verlo llorar por mí y de que me pida quedarme.
Estábamos en un juego, donde nos quedábamos por lo vital que nos hacíamos sentir el uno
al otro al pedirnos, exigirnos quedar.

14 de abril de 2016

Hoy después de 6 días, volví a casa, nadie dijo ni preguntó nada. Fui a la cocina por un vaso de
agua y mamá se acercó, me sugirió que tome limonada y se fue. No es fácil volver a casa
y no sentir nada.

Al abrir mi mochila y ver las velas de mi tía abuela intactas, me quedé en blanco por unos
segundos. Me dispuse a pelear con mi mente. Quería pensar en que era hora de no ver a Nelson
nunca más, pero, ¿qué haría en casa cuando empiece a extrañarlo? A la vez quería pensar en los
detalles y así guardarlos como un recuerdo importante, sabía que era algo que debía
rememorar por siempre, como cada episodio que vivía con él. Habían pasado horas y
nadie se acercó a mi cuarto, no les interesaba saber cómo me fue. Mis papás estaban demasiado
ocupados y yo quería estarlo también. Así que empecé a llamarlo, a la quinta llamada sin
respuesta mi corazón empezó a latir tan fuerte que lo sentía y a la vez parecía escucharlo. Dejé de
sostener con firmeza el teléfono porque mis manos empezaron a sudar. Entonces salí de casa y
bajé a verlo.

Alejandra Santillán

19
Quietud

Me encontraba en una calle estrecha y empedrada, iluminada por faroles con olor a querosén.

Aquella noche no la recuerdo con luna, ni estrellada; pero lo que sí recuerdo es su voz.

Había piedras en el camino que él hacía algún tiempo había pintado, para que cuando pasara por
ahí lo recordara.

Su imagen me perseguía, su olor y su presencia se mantenían latentes.

El sonido del río cerca de la callejuela acompañaba mis pensamientos y mi caminar, mientras me
dirigía a casa de mi abuelo. El escudo de la casa fue tallado por sus manos jóvenes;
con los años había adquirido más habilidad.

Los días y las noches pasaban sin mayor relevancia, sin que les prestase atención, como si no
importaran en realidad.

Mis únicas visitas eran los pajaritos que jugaban en la base de madera de mi ventana, desde
donde podía observar el jardín lleno de árboles que habían ido creciendo desde que los recuerdo,
sin ningún tipo de cuidado.

Prefería pasar observando el jardín que salir al pueblo a conversar. Me aislaba, buscaba el silencio
por encima de cualquier otra cosa. Pero tras unos cuantos días de soledad, decidía regresar a
la cotidianidad.
—Tal vez sea por mi edad y cambie con el tiempo —me dije dubitativa.

Es verano y diferencio los atardeceres de las noches por el calor que va instalándose en la
habitación. Me lleno de ansiedad anhelando quedarme profundamente dormida entre el canto
de las cigarras, el ladrido de los perros y el maullido de Clotilde.

Hoy antes de dormir he notado que cuando canto desde mi cama hacia el espacio que está
entre el armario antiguo y la pared, se produce un eco, y como hay huecos en la pared el sonido
sale al pasillo de la casa.
—Rrrr… AaAaAaAaAaaaaaaaa

Andrea Heredia

20
La oscuridad

1.
Se escucha el gorgoteo del agua a través de la oxidada llave. La neblina cubre la pequeña
ventana de la habitación.

Comencé a ver lo difícil que era para ella abrir sus ojos, mientras subía rasgando un poco las
cobijas de su pequeña cama. Aun siento el toque de su fría mano en mi pelaje al llegar a casa.
Me moví alrededor de sus pies, justo cuando ella buscaba desesperadamente el frasco; me
encanta el sonido que hace al abrirse. Coloqué mis garras en el cajón, pidiéndole que me
alimentara. Habían pasado dos días desde la última vez, pero al igual que ayer se acostó
lentamente en la cama observándome con su rostro apesadumbrado, suplicándome que me
acercase a ella. En ese instante, sentí un picor en mi muslo, por lo que comencé a lamerlo.
Entrecerré mis ojos y los gritos comenzaron. No eran contra mí, lo sé muy bien, ya que soy lo
único que tiene desde aquella vez que me recogió del basurero. Los gritos continuaban.
Caminé un poco para saltar a la fría cama y acostarme a su lado. Esta vez era diferente;
no estaba buscando el bisturí en el cajón de su madre. Me divertí mucho ese día, aún tengo
el sabor de la fría sangre en mi paladar. Mis patas dejaron unas hermosas huellas por
todo el lugar.

Al despertar noté en sus ojos de color café un poco de desesperación. Golpeó el piso y
gritó desesperadamente mientras se levantaba del suelo de su habitación. Observó a su
alrededor sin decir nada, tomó un trapeador y limpió todo a su paso, mientras sollozaba.
Parece que mañana tampoco habrá comida.

2.
Una tenue luz entraba por la pequeña ventana, alumbrando una mesita de noche en la
que se encontraba una maceta con un lirio de la paz que moría cada día un poco más por
falta de agua. Dhamar terminó de despertarse, sintiendo el calor de su gato, Sorata, a su lado.
Al igual que todos los días, tomó un baño, intentando no hacer ruido. Cogió una camisa blanca
un poco rota, amarilleada por el uso diario, buscó un pantalón limpio y se vistió para la jornada.
Siempre cerraba sus ojos al peinarse frente al espejo y ese día no fue la excepción. Acarició a
su gato y salió de su habitación.

Su madre se encontraba en la cocina, habían tenido una pelea la noche anterior, por lo que
no quiso saludarla. Se dirigió al comedor y tomó asiento, esperando a que su madre le
sirviera las tostadas de la mañana. Probó un bocado lentamente, como si deseara que ese
momento durara más, mientras su madre sin prestarle atención limpiaba minuciosamente el
mesón para luego seguir buscando que más limpiar a su alrededor. Dhamar no podía evitar
mostrar su descontento, apretó su puño con fuerza y golpeó contra la mesa, gritando con rabia.

21
—¡Ya no quiero hacerlo!, escuchas madre. Ya no quiero seguir con esto, duele y no me
gusta. Madre, ¡por favor! —volvió a gritar.

Su madre sin decir nada formó una sonrisa en su rostro señalando la ventana.

Era ya la hora. La primera persona del día llegó. Dhamar secó sus lágrimas y mirando a su
madre con ira, se dirigió a abrir la puerta. Para aquel hombre ya era habitual pasar
por aquella casa desvencijada. Al parecer no le importaba la suciedad que había allí, a ese
hombre lo que le encantaba era ser el primero en estar con la pequeña chica de cabello largo
y oscuro. Les encantaba el color claro café exótico de sus ojos. Dhamar abrió la puerta, el
hombre se abalanzó sobre ella y comenzó desde besos hasta hacer un desastre con su cuerpo,
sin importar lastimarla. Su día continuó de la misma manera.

Llegó el atardecer. Se escuchó el clac de un plato colocándose en la mesa, Dhamar se sentó sin
decir nada, observando lo limpia que había quedado la cocina. Abrió su puño dejando caer una
pequeña cantidad de dinero. Tomó un poco de agua y se dirigió a su habitación, abrazó a su gato
y se acostó a esperar el siguiente día.

3.
—Hoy va a ser un buen día —mencionó el Doctor Harrison, mientras caminaba por los blancos
pasillos del hospital psiquiátrico.
—Ohh, buenos días, doctor. Aquí está el historial de su paciente. Al igual que al resto se
le envió su postre favorito —dijo la recepcionista cortésmente.
—Gracias por su trabajo.
—Por cierto, doctor, leí el historial de la joven, ¡qué espanto! Es algo bueno que la rescataran
de ese horrible lugar. Leí también que sus padres murieron en un accidente de tránsito y tuvo
que vivir sola manteniéndose como podía. Qué pena. Las imágenes de ese sitio son horribles,
no había nada limpio,…, todo lleno de ratas; no comía nada,..., solo quería que no la alejasen de su
madre cuando la trajeron aquí,…, ¡pobre criatura!

El doctor sin ninguna expresividad en su rostro contempló a la recepcionista esperando a


que terminara. Sin más, le brindó una sonrisa, tomó el historial y se dirigió al cuarto 906.
Antes de entrar miró por el cristal de la puerta a la pequeña chica de cabello oscuro que estaba
sentada en la cama acariciando la nada.

Jessica Chiran

22
S. R. C.

Después del bloqueo, el cierre masivo y el establecimiento de un toque de queda de casi 18


horas en la ciudad, tuve mucho tiempo en casa para pasar contigo, mi humana.

Te enseñé muchas cosas, cosas que quizás nunca debí haberte enseñado, pero también
aprendí mucho de ti.

Mi corazón quiere diluirse entre las costillas, regarse un poco en el piso; mi cerebro trabaja
tanto para entender lo que sucedió que parece un motor sobrecalentado, con las ideas chorreando
como gasolina, la combinación perfecta para que baste una chispa y lo haga estallar.

Te dejaron en mi pórtico esta mañana, tuve que verte amarrada en dos vigas de madera cruzadas
en forma de X, con tus extremidades sujetas a cada esquina, tus muslos fueron cortados por la
mitad dejando los músculos y tendones al descubierto. Tus manos fueron atadas con alambres de
púas. Un arnés fue colocado en tu cuello con una extensión metálica clavada en la base de tú
cráneo que mantenía tu cabeza recta. Tú cráneo estaba cortado a 10 centímetros de donde
terminan las cejas y tú cerebro estaba desparramado, con algunos sesos colgando. Dejaron tres
notas en pequeñas placas metálicas. Dos, donde estaban los chips que logré extirparte hace cinco
meses, con las iniciales S. R. C, y una más, donde estaba el chip rastreador que no pude sacarte
porque te hubiera matado, que tenía grabadas las palabras “Nosotros si lo pudimos sacar
atentamente S.R.C.”

Han pasado dos días y no consigo la fuerza para moverte. Lo único que logré es meterte a la casa,
quería tenerte más cerca. Nunca quise que te fueras, pero te dejaré en tu lugar favorito, en el río
que está bajo el puente de la frontera de la ciudad. Decías que te encantaba cada vez que lo
visitábamos.

Dos días habían pasado desde que pretendí dejarte ir, cinco desde que te encontré en mi pórtico,
momento en el que tumbaron mi puerta. Era la S.R.C y sus agentes, seis de ellos armados y 12
más en la caravana. Me llevaron. Un golpe y una bolsa negra en mi cabeza fueron mis últimos
recuerdos antes de que me condujeran a sus cuarteles. Me presentaron al jefe de operaciones
de la ciudad. Nunca pensé estar hablando con él, pensé que me ejecutarían o me torturarían
para extraer todo lo que sé.
—Te necesitamos aquí, te tengo un trato,..., mejoras nuestros sistemas de instalación de chips
en los humanos, nuestra maquinaria y en seis meses serás libre.

Siempre detesté la S.R.C y lo que hacían, pero si me mataban igual iban a obtener lo que querían.

Han pasado tres meses. Los veo hacer fila a cientos de ellos, mientras los apuntan con armas
para que avancen y colocarles los chips de control y rastreo. Al ver a uno de los guardias recuerdo
como los esquivábamos cada vez que te llevaba a las fronteras de la ciudad. Siempre fui muy hábil
para que no nos vieran. Llevan el mismo maldito uniforme.

23
Una chica en la fila es muy parecida a ti, me recuerda la noche que me sorprendiste viendo
el correo que me envíe a mí mismo. “Ten cuidado con lo que haces”, leíste el encabezado y
noté tu presencia; el correo no decía nada más. Aprendiste a leer tan rápido.

En la siguiente sección del edificio está el sistema de máquinas. Hay una máquina con cuatro
cadenas puestas en direcciones opuestas, las amarran a sus cuatro extremidades, y las
encienden a 500 revoluciones por minuto. La usan para aquellos que se escaparon del control
de sus dueños. Hay otra con una soga atada a sus pies que los mantiene parados de puntillas
y una escopeta de doble barril dirigida hacia sus ojos. Si bajan los pies antes de decir qué vieron
se activa el gatillo. Una de las más crueles es para los que aprendieron a hablar más de lo que
se les enseñó. Obedecer órdenes básicas y respuestas breves es todo lo que se les permite. Es
una máquina que está anclada a sus mandíbulas. Las cadenas que salen de esta se encuentran
amarradas a sus lenguas y aseguradas con clavos, cuando el temporizador se agota las arranca y
se enroscan en un taladro a la inversa. No soporto ver más.

Han pasado dos meses más, falta uno para largarme de aquí. Mientras sigo mejorando el sistema
de implantación de los chips, recuerdo la noche en que te enseñé a bailar tango, me dijiste que
nunca habías sentido tu cuerpo moverse de esa manera. Pasamos muchas noches hasta que al
final conseguiste dominarlo.

En dos días salgo. Las pruebas han sido exitosas. No pueden extraer ninguno de los tres chips
sin matarlos, espero que esto haga que paren con sus máquinas.

Es mi último día aquí, logré evadir las cámaras e instalé una bomba que puede acabar con la mitad
de la ciudad. Está unida a sus sistemas de energía, el material explosivo se encuentra disperso
por todo el edificio. No lograrán desactivarla, el detonador está ligado a mi pulso.

Me han liberado, como ofrecieron. Vinieron en una caravana de seguridad a dejarme en mi


antigua casa. Ya ni la entrada se siente igual al saber que no estás esperándome dentro.

Abro la puerta con dificultad, me rompieron dos dedos casi hasta pulverizarlos después de
dejarme allí. He oído un ruido en la sala. Camino cuidadosamente y cojo un cuchillo para
detener mi pulso si los vuelvo a encontrar. Mis piernas se anclan al piso, mientras aprieto
los puños tan fuerte que se me incrustan las uñas. Ante mí, encuentro otra humana, se acerca
tanto que logra quitarme el cuchillo de la garganta. La reviso cuidadosamente y arranco de su
espalda, sin romper su vestido blanco, una etiqueta metálica "Gracias por sus servicios aquí
tiene una humana libre de chips y de nuestro control, atentamente la S. R. C”.

David Piñeiros

24
Punto de fuga

¡Enteros! Días, semanas, meses donde la presencia es cotidiana y en extremo abrumadora.


Mismos rostros acompañan lugares físicos, sitios explorados una y otra vez. El pino dibujado
en la comisura de la madera en el techo; mis párpados abiertos preparados para explorar
la pantalla pequeña que permite recorrer aquellos seres o lugares que no pueden ser
alcanzados mediante contacto físico; el paso circular de los días que se ha tornado en foco
de atención para la creación de nuevas actividades que mi cuerpo abrumado por la
desesperanza no desea realizar; el amor del otro lado esperante e insaciable en descubrir,
si la construcción sigue en proceso de gestación o si se ha quebrado como hoja seca.

Adentrarme en una nueva aventura Quiteñistica es parte de mi goce matutino, en donde me


acompañan escupitajos de quienes han sido arrancados por la cultura, sin voz propia,
sumergidos en la pobreza y a la expectativa de lo que traiga el día. Momentos de transgresión
a la ley en donde asumes que ya te conocen, pero que en realidad es un ¡detente!

Impactos metálicos producto del ego, regañadas y pláticas amenas de mi copiloto de vida.
Después de un arduo día de enfrentamientos con la “cordura”, ha de abrazar la noche
trayendo consigo juego con aros, querellas con el amor nuevamente producto del ego,
rascadas feroces de pata de desconfianza perrunas, estancamientos de bitácoras. Y eso sucede
hasta dar encuentro con marcadores sorpresivos de años pasados que traen música de aquellas
épocas donde el ser era diferente, quizá ingenuo y con ansias de aprobación social
y lo más bello de la noche es recordar que siempre habrá del otro lado
alguien llamado COMPAÑERO.

Samantha Hidalgo

25
El diálogo

El sol de la tarde se sumergía a través de las enormes paredes de cristal. El blanco de los
uniformes, las paredes, las batas y las mesas daban una saturada imagen de desinfección
a los visitantes. Sobre la mesa, junto a la ventana, el silencio estaba a punto de ser despedido.
—¡Quiero el divorcio! —dijo la mujer con malestar.
—¿Qué? —respondió la visita con extrañeza.
—Me has oído perfectamente. Por favor, no me obligues a repetirlo.
—¿Te sientes bien? ¿Deseas que llame a alguien?
—¡No Fabricio! Me siento bien. Bastante me cuesta admitirlo, pero, en realidad, nunca
tuvimos un matrimonio y ya que estamos en estas, ese bigote no te queda bien.
—¿Te ha mencionado algo el especialista? —le preguntó asustado— ¿Han iniciado ya con
la nueva medicación?

Se puso de pie y se giró en busca de ayuda.


—Mi problema no es la medicina —reconoció— el problema es este niño que pusiste en mi
vientre y que hemos tenido la obligación de criar.

Ante esta noticia, el hombre detuvo su intención de llamar a la enfermera. Se volvió a sentar
lentamente y le preguntó:
—¿A qué te refieres?
—Tú lo sabes —dijo— Ese niño es lo único que nos ha mantenido juntos para evitar más
escándalos.

Con extrañeza juntó sus manos, apretó los labios y, luego, respondió:
—No … no estoy comprendiendo, por favor —carraspeó— continúa.
—Eres el necio más desconsiderado que he tenido la desdicha de conocer. ¡Quiero
seguir con mi vida! Pero eso a ti no te importa. Todos estaríamos mejor si no me hubieses
obligado a tenerlo, incluido él —dijo entre murmullos la última parte, mientras se acariciaba
el vientre.

Un enorme nudo se le comenzaba a formar en el estómago, parpadeó aceleradamente,


miró a todas partes intranquilo, tomó aire y dijo:
—Pero Ma … —reflexionó— pero Mariana, creí que lo amábamos.
—Lo intenté, al igual que tú.

Pero fue un engaño pensar que nuestro hijo tendría una vida normal. Qué el cielo me
perdone por lo que siento y estoy a punto de decir… y que me condene si ese es el precio,
pero nunca llegué a amarlo. Quizás otras mujeres podrán soportar, quizás ellas si hayan
desarrollado aquel… instinto materno o como lo llamen.

26
—Entonces, todos estos años …
—Si —interrumpió— nuestro hijo se merece algo mejor, yo solo lo daño con mi presencia
y mi actitud. Estarían mejor sin mí … ¡los dos! —agregó— Si decidimos darle una vida,
por lo menos que sea feliz...

El silencio se hizo presente. Ella mantuvo su mirada hacia el piso y él, inmóvil, la observaba
sin pestañear, no podía apartar su vista de ella. Intentó retener las lágrimas, aunque nadie
en su posición sería capaz de hacerlo. No la juzgaba, no la odiaba, solo intentaba componer
ese puzle que se había desarmado en su mente. Pasaron varios minutos, nadie dijo nada.

Se secó las lágrimas, se abrochó el mandil y se puso de pie. Ella aún no se atrevía a mirarlo.
—Mañana vendré a verte de nuevo —se acercó, la besó en la cabeza y asentó sus manos
sobre sus hombros— Te amo.

Al salir una enfermera lo estaba esperando.


—Hemos tenido que ser más severos con la medicación, —dijo la asistente— esperemos esta
detenga su avance.

Notó que había estado llorando.


— ¿Hay algo que puedo hacer por usted, doctor? —le preguntó.

El hombre volvió su mirada a través del vidrio para ver a la paciente una vez más.
—Si —respondió—nunca la dejen sola. En ninguna de sus terapias —remarcó—, como ella
nunca me dejó a mí.
—Entendido, doctor.
—Una cosa más Rosita.
—¡Dígame!
— ¿Usted cree —dudó por un segundo— que me sienta mal el bigote?

La enfermera, ya veterana, sonrió y agregó:


—Es la misma pregunta que alguna vez me hizo el doctor Fabricio cuando tenía su edad.
Son tan parecidos los dos.

Le devolvió la sonrisa, se dirigió hacia la puerta y antes de cerrarla le dijo:


—Cuiden muchísimo de mi madre.

Ariel Villarreal

27
Como el sol naciente de 1990

Así se levantaba Juan, con el trastrabillar de sus piernas lentas del sueño y el pesar de la
falta de voluntad para ir al trabajo, ¿su sueño de vida?

¡Vaaaaaaa!

Esas cosas son de pubertos inocentes, pensaba mientras tomaba su bata y sus sandalias
viejas, y caminaba hacia la cocina a hacerse unos huevos revueltos, pues era la comida
mas fácil y mas barata para un hombre que ve con desánimo todo amanecer rutinario.
Llegadas las 4:40 am corría apresurado a la ducha, luego se vestía con la camisa menos
arrugada que encontraba y salía a tomar el metro antes de que amaneciese la madrugada.

Mas tarde, llegaba a la oficina con sus zapatos brillantes de bacerola. Un compañero al verlo
siempre le decía refunfuñando− “ojalá mi vida amorosa fuera como tus zapatos Juan”.
Él con cara de hastío apenas pestañeaba y seguía de largo, se sentaba en su cubículo,
tomaba el teléfono y empezaba a marcar una lista innumerable de clientes.

Así el veía la vida pasar, semana a semana, mes a mes, año tras año y pensaba,…,
¡bueno, ya ni pensaba! Esas cárceles de alguna manera te roban el anhelo.

Al terminar la jornada, tomaba su chaqueta de fino Casimir libanés y su portafolio, y se


dirigía al mismo lugar de hace 40 años, a la misma hora, al mismo tren y con el mismo
semblante.

Era diciembre de 1983, un kamikaze a bordo.

Paul Marcillo

28
Invisibles

—¡Sácale los ojos!


—¡No mamá! ¡No lo hagas! —gritaba Adrián.

Su padre tomó al niño del brazo y lo apartó. En medio de la cocina Adelaida había terminado
de trocear la gallina en cuartos y le había arrancado las vísceras. La cabeza había salido intacta,
pero de los ojos de la gallina se derramaba un líquido purulento extraño que podía ser alguna
infección que el ave había adquirido los días previos. Adelaida se los arrancó y sin desperdiciar
la cabeza, la colocó junto al resto de vísceras en la olla para la cena de aquel día. Ese día de
carnaval Adrián no salió de su cuarto.

La casa era una pequeña media agua con un patio cercado de madera sin pintar y hierba mal
cortada, en el centro había una gran fuente improvisada que servía como lago para los patitos.
Al fondo se acumulaba el estiércol de pato y a diario Adelaida debía usar una escoba larga
y una pala especial para alcanzar a extraer del fondo toda la mierda sumergida sin mojarse
demasiado. Las gallinas, por su parte, tenían un stand de madera y paja que estaba cubierto
con un tejado bien oxidado que al llover derramaba lágrimas rojizas sobre los caparazones
de los polluelos no natos que Adelaida a veces olvidaba recoger.

Adrián solía pasar las tardes después de la escuela sentado al borde de la fuente, tomaba
hojitas del árbol esquinero y las colocaba como barquitos en la orilla. Observaba como el viento
las movía lentamente, cuidando siempre su rumbo; a veces se hundían los barcos, otras veces
llevaban hormigas de pasajeras y él les ponía un nombre:
—Almirante Nelson, ¡estamos perdidos!
—Pero… ¿qué ha hecho usted con el mapa?
—Se lo han comido los patos marinos.
—¡Oh, no! Uno grande se acerca, gire el timón Capitán. ¡Al norte! ¡Al norte!

Y entonces, el pato picoteaba la hoja y el barco se hundía. Los náufragos, sin embargo, eran
rescatados al instante por una mano salvadora.
—¡Gracias, Adrián! Has salvado nuestra vida.

Cada pato gigante tenía un nombre: Ramoncito, Jacinto, Jorgito, Carlita, Copito, Vicentito,
Donito, Anita y Laurita. A las gallinas su mamá le había prohibido ponerles uno.
—Van a vivir 3 meses, no les pongas nombres.
—Deja que haga lo que quiera, pero igual tiene que comer, ¡la comida no se bota!
—Que coma arroz con Laurita, jajaja.
—¡Cállate! que si no el ñaño no come.

A principios de verano, Adrián terminó el preescolar. Sus calificaciones eran buenas y su


madre le dejaba que pasase en el patio todo el día, y así evitaba tener que encargarse de él.
Su hermano mayor ayudaba a Adelaida con las tareas del hogar y con la elaboración de las
empanadas de pollo que salían a vender.
—¡Cuida que el perro no se coma a los patos! Tienen que crecer hasta navidad.
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Adrián se tomaba la tarea en serio. Tomaba un cucharón viejo y se ponía en guardianía.
El perro viejo de la casa apenas y se levantaba, pero Adrián no se confiaba, él los cuidaba a
todos. En los días fríos tomaba a la gallina más desplumada y la ponía sobre sus rodillas,
la arrullaba y ella ronroneaba. Magalí era su nombre secreto, nadie podía saber que tenía
una identidad. A veces espulgaba a Magalí de los piojos que escondía su plumaje y así evitaba
que estos la devorasen en vida. Los patos eran un poco más ariscos, tal vez por eso se
libraban de la muerte, no se dejaban tocar. Laurita, sin embargo, era como las gallinas,
se dejaba acurrucar y espulgar los piojos invisibles.
—¡Te quiero mucho!
—Pero… he nadado sobre los barcos derrumbándolos.
—No es tu culpa.

La situación en la casa había empeorado. Las empanadas fuera de la temporada escolar no


se vendían bien y les tocaba pasar más horas trabajando, Adelaida y Junior llegaban agotados.
El padre que regresaba cada 15 días del oriente en su trabajo de esclavo, apenas y podía
ayudar lavando las cacas de las aves unos días, dormía un poco y se volvía a marchar.
La familia vivía esperanzada con la llegada de la Navidad. El pato Ramón y la pata Carla se
habían puesto gordos y grandes y se venderían a buen precio.

En noviembre ambos niños habían regresado a la escuela y los gastos de útiles escolares
eran un peso para la familia.
—Hay que vender el pato oji-azul, ¡mujer!
—Pero en Navidad nos darán el doble.
—¿Y qué comemos hasta entonces? ¿Caca de pájaro?
—¡Mamá! El Toby ha mordido a la Gallina chueca.
—¡Hoy la cenamos!

El tercer viernes de diciembre Adelaida se levantó en silencio en la madrugada, agarró a los


patos uno por uno discretamente para evitar la algarabía de las aves, les torció el cuello
a todos y los desplumó enseguida en agua caliente. Los colgó a desangrarse y los dejó ocultos
en la cocina. A las 7 de la mañana tenía listo el desayuno e hizo que Junior y Adrián salieran
de inmediato a su escuela. A mediodía, la abuela Enriqueta pasó por Adrián a la escuela y le
llevó a su casa. Junior, por su parte, regresó a la suya y con su madre tomaron los cadáveres
de los patos aún frescos para llevarlos a la feria navideña. Estaban cubiertos con algunas
hormigas que habían encontrado el festín, así que los enjuagaron con un poco de agua de la
fuente. Los pusieron en una vieja carreta de madera que tenían para la ocasión y los
cubrieron con plástico negro. Los llevaron en marcha fúnebre con sus cuellos degollados
y aún ensangrentados hacia la feria.

La plaza en donde se realizaría la feria, estaba junto a la iglesia. Se habían acomodado


mesas improvisadas con parasoles coloridos y sucios. El bullicio de la gente se confundía
con el de las luces navideñas de algunos stands. En el piso se iban acumulando poco a
poco vasos plásticos y fundas con restos de hornado. Los pocos perros que transitaban por
ahí las olían y continuaban indiferentes ante ellos.

30
Los cuerpos de los patos eran pesados. Vendieron los dos más grandes de entrada y a
buen precio. Más tarde se fueron Jacinto, Vicentito y Jorgito. A Donito y Anita se los llevo
un hermano del párroco con harta familia. Copito se fue con la maestra de la escuela
que tenía pendiente la llegada de sus padres y hermanos el día siguiente.

Finalmente, a la noche y estando ya por cerrar la feria, doña Paula compró a Laurita para
revenderla a su patrona al doble de precio. Felices por la venta exitosa, recogieron el dinero
dentro de un pedazo de plástico aún ensangrentado y fueron de regreso a casa
empujando la carreta.

La abuela paso un poco más tarde con el niño y lo dejó de regreso. En casa de la abuela
Adrián había pasado sosteniendo la lana para que ella terminase su tejido de gorros
navideños para los niños de la iglesia y ayudándola a desgranar unos choclos para la
venta del día siguiente.
—¡Quiero ir a jugar con los patos!
—Mira Adrián cuánto choclo hay aquí, sino acabamos rápido tu mamá te va a castigar.

Adelaida recibió al niño y lo llevo directo a la cama y lo arropó. Luego se fue a dormir.
Ese día Junior no durmió en la cama con su hermano para evitar despertarlo y se acurrucó
junto a su madre. Ambos cansados se quedaron profundamente dormidos.

Adrián, que no se había podido dormir salió sigilosamente al patio y cruzó silenciosamente el
stand de las gallinas, se acercó en la penumbra a curiosear si habían puesto huevos o no.
No alcanzó a ver nada y no quería despertarlas. Más allá estaba la casa de los patos pero no
divisó a ninguno. Era demasiado oscuro, pensó. Seguramente están nadando. Se dirigió a la
fuente, los buscó alrededor y tampoco vio nada. Subió al peldaño de ésta intentando
encontrar algo con sus ojos pero no estaban a la vista. Se agachó y extendió sus cortos brazos
en el agua hasta donde pudo, buscando tocar algún pato, alguna pluma, no sentía nada.
Su mano ansiosa se fue extendiendo hasta el fondo y al tocarlo, sus pies al igual que
los patos se volvieron invisibles para siempre.

Liliana Díaz

31
Tiempos de Guerra y Paz

Al final del mugriento camino, se ve el impávido agujero lleno de humo, un mal llamado bar.
Lo inundan alborotos, murmullos; banal música y canto; muchedumbre sentada o parada;
mujeres ora entreteniendo ora sirviendo; sonido de vasos y botellas; sillas restregándose
contra el piso o apilándose sobre despostilladas mesas. Con frecuencia estalla un ruidoso
escándalo y se enreda el silencio… y enseguida todo empieza de nuevo.

Es que creamos entornos atestados de bullicio para no escuchar, porque tenemos tanto
que nos grita por dentro y que no es posible acallar. La pertinaz monotonía camuflada
dentro de la confusa bataola es anestesia para el alma atormentada. Es que vamos cargados
de luchas prestadas, de guerras ajenas y de balas atinadas.

Nos han regalado una vida pero la perdemos a diario. La útil pero deshonesta Mente es la
culpable del desperdicio. Le complace vernos malgastar el precioso don para alimentar
a su hijo mayor: el irreconocible ente; él prefiere huir y se envuelve en humo, multitud,
bebida y ensordecedora charlatanería para evitar escucharla. Solo así se puede concebir
lo que llaman Vida.

Mientras tanto Wellington, nieto del sobreviviente saxofonista, observa y aprende,


el sofocante agujero es su hogar.

Patricia Correa

32
Una vida, un libro

Las primeras hojas del libro datan de aquel lunes cuando un ser despertó contemplándose
en el lago, no estaba solo, formaba parte de un contexto tejido por el espacio y tiempo que
lo situaron en un lugar propio y a la vez muy común; un paisaje siempre verde,
una topografía inconstante, pequeños arbustos y flores abiertas de colores cálidos salían
de la negrísima tierra, formando un paisaje desordenado pero vivo en el cual se proyectaba
su existencia.

Conforme las hojas de aquel libro aumentaban dicho ser se aferraba a su reflejo en el
lago, pero el contexto iba cambiando lentamente, de manera desapercibida para él. Los
arbustos se convirtieron en árboles y desde lo alto de éstos se podía observar la
retrospectiva de un paisaje acondicionado, agotado, dejando ver un polvoriento camino
recorrido que no llevaba a ningún lugar. Había dado vueltas y vueltas siempre cerca de
aquel cuerpo de agua: su espejo. Era sábado cuando aquel ser observó por primera vez la
atmósfera que lo rodeaba. El paisaje y aquella tierra negra se habían opacado sin haber
reparado en ellas ni un solo instante.

Las hojas del libro parecían avanzar hasta formar un pesado volumen. Observando el lago
se dio cuenta finalmente que aquel reflejo ya no le devolvía la imagen ideal que una vez
observó con tanto ímpetu, lo que a cambio veía era decadencia de una vida común que se
aferraba a un hito, a un elemento natural sujeto también a evolución, elemento que
permanecería por siempre reflejando el perpetuo deterioro de la eternidad. Aquel ser no
supo observar sus deformidades como marcas necesarias del tiempo, la posibilidad de
re-crearse se había marchitado.

Era domingo, tiempo de descanso, tiempo del fin.

Karen Piñas

33
Retrato de una ruptura

Inhalar, exhalar, inhalar, exhalar, inhalar, exhalar . . . el cielo me ciega de lo azul que es, no hay
ni una sola nube. Es sábado, el parque está repleto de niños trepados en las espaldas de sus
padres, el ambiente lleno de risas (trin, trin trin, gemelo, empastado, gigante, trin, trin),
el ruido de los columpios meciéndose, el olor del pasto quemado por el intenso sol, el vacío
que dejo en la banca mientras espero.
—¡Andrea! ¡No te he visto hace tanto! ¿Cómo estás? ¿Quieres caminar?
—¡Baby! ¿Cómo te ha tratado la vida? ¡Si estas que deslumbras! —digo esto mientras me tomo el
cabello y lo peino “despreocupadamente”
—Claro, caminemos juntas.

Le sonrío, me sonríe, nos tomamos de la mano y caminamos por el sendero de piedras que
dibuja un circulo alrededor de la cancha de fútbol. Ella me cuenta de su último viaje a la playa,
de cómo terminó primera el semestre en la u y de cómo va a celebrar el primer año con
su novio. Sin embargo, cada vez que pasamos por el arco mete la barriga, saca el culo y
le sonríe al arquero.
—No te parece hermoso —me dice mientras baja sus gafas y me guiña un ojo
—O-BVI-O —comenzamos a reír
—Ya, pero he estado hablando estas 24 vueltas que le hemos dado a la cancha, ¡cuéntame algo!
Cómo estás...
—Mira, me regalaron esta cámara súper cute, es una instax, una cámara instantánea. Cuando
tomas una foto se imprime directamente y...
—¡Ay que hermosa! —me dice arranchándomela de las manos —¡SONRIE! —CLIC— Wow pero si
salimos de verdad hermosas amiga, ¿me la puedo quedar, please?
—Girl es tuya, para que me recuerdes siempre.
—Gracias, you are the BEST, mira que tarde es, ya me tengo que ir, sabes, tengo una cita de
manicure porque mis uñas están terribles y hoy tengo una date —me dice todo esto mientras
me abraza y me da dos besos en la mejilla —Adiós, hermosa.
—Adiós, baby.

Miro el número que marca la cámara en la parte de atrás, 2 fotos. Mierda. Comienzo a guardar
la cámara en el estuche mientras siento cómo se me revuelve la barriga, no sé si porque
acabo de pisar caca o porque se me cruza tu nombre por el corazón. Me siento mareada,
puto perro, puto verano, puta espera.

Inhalar, exhalar, inhalar, exhalar, inhalar, exhalar . . . con cada exhalación morimos y con cada
inhalación volvemos a vivir. El panorama se me hace blanco y negro. Es sábado, el cielo
se llena de nubes grises, el viento mece los columpios causando un chirrido estrepitoso,
la basura y las hojas crean torbellinos, se me despeina la cara. El olor a lluvia se me mete hasta
el corazón. Se me congelan las piernas debido al roce de mi piel desnuda con el metal
de la banca en la que estoy sentada ya hace dos horas. Mis dientes comienzan a rechinar
(I hope you know I hope you know, that this is nothing to do with you, it´s personal
my self and … ). La primera gota de lluvia cae sobre mi nariz.

34
—Hola guapa, ¿por qué tan sola?
—Hola Richi —le sonrió mientras me quito los audífonos y el coloca su paraguas sobre mí.
—Vengo en tu rescate mi lady.
—Gracias —trato de sacar mi mejor sonrisa, pero mis dientes no me lo permiten.
—Jajajajaja, estás cagada del frío.
—Me gusta el frío.
—Te noto muy apagada, ¿estás triste? —me doy cuenta de la realidad de mi situación.
—Obvio, ¡no!, guapo, una tiene que salir a brillar incluso bajo la lluvia.
—Esa es la actitud, ya decía yo la Andy nunca esta triste —me guiña el ojo y me coloca su
chaqueta—. Incluso tienes una cámara, clima perfecto para tomarse una foto tipo tumblr,
¿verdad?
—La lluvia, la ropa, el makeup, el mood. Todo es perfecto para sacar algo súper cute.
—Pues ahora yo seré parte del combo cute —Toma la cámara, me abraza, saca la lengua...CLIC...
La foto sale, los químicos explotan y el momento se revela —¿No crees que hacemos una
pareja perfecta? Es mejor que cuando estabas con...
—¡Si! Es una foto perfecta, toma, puedes quedártela baby..
—Vamos a mi casa, podemos comprar unas bielas y te puedo tomar unas fotos con mi cámara
profesional; en mi cuarto tengo...
—Es un super plan, pero ya se me hizo tarde y esa era la última foto, así que debo ir a
recargar la cámara. —Me levanto, le lanzo un beso volado— Nos vemos guapo.

Mierda. Comienzo a caminar rápidamente sin saber a dónde. Miro el número que marca la
cámara en la parte atrás. 1 foto. Mierda. La lluvia me entra hasta los calzones. El tráfico
que genera la lluvia hace que me exploten los oídos, que me explote el corazón.
Te odio, me odio. ¿Acaso esta espera vale la pena?

Inhalar, exhalar, inhalar, exhalar, inhalar, exhalar... Los recuerdos viven en las palabras con las
que lleno agenda tras agenda con tu nombre, en el álbum de fotos que no logramos llenar,
en tu mirada que se hace cada vez más borrosa con el pasar de los meses. Es sábado,
el ambiente está húmedo, las mariposas juegan en un perseguirse infinito entre las flores
nacientes. El cielo parece un cuadro de acuarela a tiempo real donde los rosados y
morados se diluyen en el ocaso. En este cuadro, yo me pierdo entre las personas que caminan
y el humo que sale de mi boca. Mi mano juega con las sombras que proyecta el árbol en ese
espacio vacío de la banca.

Hoy se presenta una banda de pueblo en la tarima principal. El parque esta atestado de
vendedores, niños de 14 años jugando a ser adultos con botellas de ronponpon en sus
manos, amores prohibidos y esperanza de que el invierno ha llegado a su fin. Yo trato de
encontrarte entre la multitud, pero lo único que puedo percibir es el olor marihuana y a
orina que forma un domo de vapores sobre el barrio.

35
El sonido de los gritos de las personas es cada vez más alto, el aire se electrifica (¡vamos todos!
Y YO QUE TE DESEO A MORIR! QUE IMPORTA ESTA ES LA ULTIMA VEZ, EL ORGULLO...). Muchas
personas me saludan, les sonrío, me hacen un gesto con la mano para que vaya, y yo,
yo trato de sacar mi mejor mueca, pero se me hace imposible. La noche cae y yo trato
de invisibilizarme junto a ella.
—Malboro, lark, chicles, caumales, moritas...
—Buenas seño, deme media de lark.
—No vendo medias, solo por unidades niña.
—Bueno entonces deme 5 cigarrillos y una menta.
—$2.50 niña, le regalo la menta.
—Gracias veci —le digo entregándole un billete de $10 con una mano y prendiéndome un
cigarrillo con la otra.
—Oiga niña, estoy vendiendo puro mezclado con jugo de naranja, se ve que a usted le
hace falta. Vea le dejo diez cigarrillos y la botella por los diez dólares, combazo.
—Buenas noches veci.

Tomo la botella sin pensar y me guardo los cigarrillos en el bolsillo. Mierda. El ruido del
concierto crece. Las peleas de borrachos comienzan. Se escucha el eco de las sirenas de
las patrullas. El banco de la espera se convirtió en motel de lujo. Comienzo a caminar
por las calles oscuras mientras nado en el puro. Los cigarrillos se terminan. A lo lejos alcanzo
a ver una sombra borrosa, ¿acaso es su sombra? Trato de gritar, pero la voz no me sale
y la sombra comienza a alejarse. Corro con todas mis fuerzas, pero no hago más
que terminar tropezándome con el enredo de mis pies y mi cabeza. Me caigo y escucho
un CRACK bajo mi pecho. Mierda. Saco la cámara y miro el número que marca la cámara
en la parte atrás. Comienzo a reírme frenéticamente mientras trato de gritar tu nombre,
risa que comienza a convertirse en lágrimas. Mierda.

CLIC.
Ana Lozada

36
Fragmentos de un sueño encerrado

Estamos secuestradas en un vehículo con otros niños, lloran, están angustiados.


Hay dos personas que llevan uniformes, uno de ellos con una boina azul. Tiene
la tez trigueña con un poblado bigote que se peina orgulloso, sus ojos oscuros despliegan
una mirada malvada sobre nosotros, mientras acaricia a la joven que está junto
a mí. En un momento dado ella le empieza a pegar, a dar de manotazos, y todos
comenzamos a agredirles. El que maneja se descontrola y chocamos.

Estamos en un mar inmenso, donde sentimos miedo por el tiburón que está rondando.
En una esquina hay puertas y paneles de madera, forman un camino a su alrededor,
allí nos refugiamos. Vemos pasar una embarcación, en la que hay más niños atrapados.
Se los puede ver porque está hecha de vidrio. Ahí están de nuevo esas caras de angustia y dolor
de los pequeños...

Ya estamos en mi antiguo departamento, es de madera tanto el techo como el piso. Me siento


incómoda, pero aún no sé por qué. Me topo con una telaraña y ahí obtengo la respuesta.
La casa está repleta de arañas. Una de ellas es inmensa, color café, con pelos en sus patas,
como alfileres, y está mirándome con sus ocho ojos fijamente. Salgo con rapidez de allí,
intentando deshacerme de esa sensación que no me gusta.

Llego a una escalinata donde hay personas que juegan lanzándose con tablones por ella,
se divierten, yo no me atrevo...

Viviana Arias

37
El sabor de la nada

Las once a.m. una mañana cualquiera en un lugar cualquiera.


Pedro se levantó para tomar un café. Harto de la falsedad de los noticieros y de la
ignorancia de la multitud, miró con desdén por la ventana, afuera hacía sol.
—Aghhhh… qué día tan pesado. ¡Mi taza debería estar aquí! Es que ya nadie tiene respeto
en esta casa.

Mientras el café tostado empezaba a hacer efecto en su paladar, un cúmulo de memorias


de días sin retorno despertaron en su mente. Su infancia en el campo, las cosechas de verano
junto a sus hermanas, la sutileza de su madre al colar el café, la danza resonante del líquido
cayendo junto al vapor elevándose hasta desaparecer en el ambiente. Para Pedro todas estos
recuerdos se integraban en una gran obra puesta en escena digna de ovacionar.

Al terminar su café volvió a su sillón, tardó cinco minutos en quedarse dormido, o eso fue lo
que pensó.
—Sr. Pedro Sebastián.
—Se está dirigiendo a mí.
—Usted es Pedro Sebastián.
—Pedro Sebastián Balladares.
—Ballena más bien será.
—Qué ha dicho.
—Balladares, Sr. Balladares, bienvenido.
—Bienvenido a dónde, ¿dónde estoy? -
—Aquí tiene. Estas son las reglas.
—¿Reglas de qué? ¡Respóndame!
—Señor, aquí no hay preguntas ni respuestas. Solo hay reglas.

Pedro bajó la cabeza y tapó sus ojos con la mano derecha. Mariela la menor de sus tres hijas que
destacaba por sus berrinches cuando era niña, sabía que esta era la señal de:
¡Corre que te va a matar!
—Usted, ¿quién mierda se cree que es? …. Pero, ¿a dónde ha ido este pelafustán?
—Hola, ¿a quién buscas?
—Al hombre que estaba aquí.
—Pues ya no está.
—Eso ya lo sé, ¿a dónde se ha ido?
—No se ha ido, solo no está.
—¡Qué rayos! Me están tomando el pelo.
—Claro que no. Lo que ves es lo que hay. Así de simple.
—Qué disparates dice señorita,..., y usted, ¿de dónde ha salido?
—Ningún disparate. Yo no estaba y ahora estoy.
—¡YA BASTA! Uhhhhh...
—Tómelo con calma Sr. Pedro.

38
—Por favor, señorita apiádese de este viejo y explíqueme que está pasando aquí.
—Sr. Pedro no lo tome a mal, pero esto no tiene explicación si lo que busca es una
respuesta lógica. Si usted trata de ver, puede darse cuenta de que en este lugar no hay nada,
si trata de sentir algo entre sus manos no lo logrará y así con todo lo que intente.
—Eso suena irracional.
—Sí, pero es lo que es. Aquí no tiene sentido la desesperación o cualquier exacerbación
de alguna emoción.
—Acaso estoy muerto... Eso no puede ser cierto, esto no es el cielo.
—Esto el cielo, jajajajajaja...
—Muchacha no te rías, que si yo he muerto no puedo ir a otro lugar que no sea el cielo.
—Yo no me río de usted, pero ha sido muy gracioso lo que ha dicho.
—No tiene nada de gracioso, toda mi vida fui un hombre devoto, fiel a la palabra de Dios.
—¿Qué palabra? De ser cierto que exista tu Dios y todos los demás Dioses en los que el
mundo cree, “la palabra” de la que hablas no la ha escrito ninguno de ellos.
—Agghhh... muchacha blasfema e ignorante, no discutiré contigo.
—Cómo usted guste.

Pedro guardo silencio por unos minutos tratando de digerir lo acontecido.


Desde que Mariela desapareció, él se había convertido en un hombre cascarrabias y
amargado, incapaz de expresar su dolor. Como ahora, que sintiéndose ahogado no podía
gritar y mucho menos llorar.
—Ha oído eso Sr. Pedro, ha llegado otro.
—Pero no has dicho que aquí no se llega ni se va.
—Los que estamos aquí obviamente no, pero los recién llegados, sí.
—Y, ¿por qué no podemos verle?
—Espere un poco, ya verá quien le ha tocado
—¿A qué te refieres con eso?
—Digo que ahora es su turno.
—¿Cómo que mi turno?
—Pues a mí me ha tocado usted y ahora le toca a usted. Ya es hora.
—Adiós Sr. Pedro.
—¿A dónde vas muchacha? ¿Qué debo hacer?

Aquella joven desapareció, mientras la voz de la persona que estaba llegando se oía cada
vez más clara. Por un momento se vio reflejado en la persona que empezaba a vislumbrar
por todas las emociones que al llegar tuvo la dicha de experimentar, sin saber que sería la
última vez que lo haría.
—Hola ¿a quién busca?

Poleth Vega Duarte

39
Esperanza de vida

Amaneció un día cualquiera, ya me había acostumbrado a la idea de un virus letal que


amenaza con quitarnos la vida a toda la humanidad y que nos mantiene cautivos, acaso con
la ilusa idea de que nos podemos escapar de su fatídica ponzoña.

De repente y sin previo aviso, me empecé a sentir mal.


—Acudid de inmediato al hospital —dijeron mis hijos. Y así lo hice.

Al mirar de lejos todo parecía tan bonito. El hospital IEES Quito Sur se presentaba ante mí;
el mismo edificio que vi nacer como un bebé y que de alguna manera lo sentía mío al verlo
día tras día emerger vigoroso. Me admiraba su empeño en nacer, su gestación incluso en las
noches, yo diría que ni dormía, sería tal vez porque sabía que lo íbamos a necesitar tanto
tiempo después, que iba a ayudar a muchos…. Ayer lo comprendí.

Las carpas blancas y con tono militar dispersas por todo el estacionamiento parecían vacías
de lejos, pero al caminar hacia ellas me di cuenta que estaba equivocada. El ir y venir de
médicos, enfermeros, guardias, pacientes y familiares me hizo estremecerme ante la cruda
realidad. Amontonados en sillas blancas con una manilla en la mano izquierda, con el nombre y
dirección del paciente, por si acaso, había decenas de personas. Algunas eran jóvenes, otras
viejas, las había flacas y gordas, altas, de figura esbelta, y otras no tanto, y yo con mi tristeza a
cuestas ya no sentía ni fiebre, ni agotamiento, ¡nada!, sólo asombro al mirar el esfuerzo
increíble de enfermeros que no se daban abasto para atenderlas a todas. ¿Cuál estaría más
grave? ¿Sería tal vez el esposo de la señora que entró gritando? O quizás, el anciano que
hace ya más de dos horas esperaba en su silla de ruedas con el tanque de oxígeno entre
sus piernas. A su lado el hijo arrodillado le susurraba al oído, ¡que no se rinda!, ¡que sea fuerte!,
que él lo espera a la salida. Pero, ¡oh sorpresa!, tendrá que seguir esperando pues acaba de
llegar un niño que, sin poder hablar, convulsiona y está rígido: posible covid.

Es como observar un hormiguero o una colmena, me maravilla la coordinación y la colaboración


de todos. Enfermeras y doctoras con sus uniformes descoloridos y ajados, y sus caritas llenas
de arrugas y con las ojeras marcadas que denotan el cansancio que cargan. Sin embargo, con
voz suave y acariciadora van atendiendo a todas las personas. Nadie se queda sin ser
atendido, no hay palabras en voz alta solo susurro para calmar el dolor de sus pacientes.

Luego estalla en nuestros oídos el llanto de los familiares que reciben a los que no se
salvaron, a los que llegaron tarde, en los que el virus triunfó. Ahora es mi turno, regreso mi vista
atrás, mi silla ya está ocupada por otra persona y la carpa aparece otra vez llena, sin asientos
vacíos. Van llegando nuevas personas en carros, bicicletas, a pie.

¡Oh, dios mío! ¡Ten piedad de nosotros!

Amarilis Intriago

40
A través del agujero de la pared
Desde el pequeño agujero en la pared que Malena utiliza como ventana, se pueden observar
pocos detalles de lo que sucede en el exterior. Un perro lánguido de color dorado y
blanco se rasca rotundamente con la pata trasera. Tiene las orejas caídas y pintadas de
morado. Sus patas terminan en puntas de algodón, pero están marcadas por el hollín.

Desde el borde izquierdo de su encuadre, Malena observa a Cachito, el dealer local, vistiendo
la chaqueta de siempre, que le queda demasiado grande. Ella suspira, cierra los ojos,
escucha chillar al perro, abre los ojos, el perro ya no está y Cachito tampoco. Cierra los ojos
otra vez y el mundo se hace grande.

Recuerda que a la misma hora de hoy, hace dos años, estaba armando un pipe en el aula vacía
de su colegio. A pesar de que era la enésima vez que lo hacía, aquella ocasión el olor la
delató y como consecuencia, la expulsaron. Su madre, como castigo, la encerró en el
cuarto, el del agujero en la pared y ninguna ventana; cuatro paredes con techo de zinc más
una pequeña letrina haciendo un fuerte, a metros de la casa principal. La sacó de ahí
luego de una semana, durante ese tiempo solo se acercó a la casucha para dejarle comida
en la puerta, pues no quería verla. Después la llevó a la iglesia donde le dieron una dosis
de oración y exorcismo. Así mismo, le recomendaron remedios caseros para que pudiera
dejar el vicio, le dieron varios baños con agua de ortiga y, finalmente, la internaron dos días
en un centro para que dejase las malas mañas. Malena no creía estar haciendo algo terrible;
fumaba un pipe de vez en cuando, nada más. Sin embargo, del miedo se curó y juró no
volver a hacerlo, decidió morderse las uñas y los labios, pero no querría jamás volver a pasar
por esa tortura.

Hoy, abre los ojos y mira a través del agujero. El perro con orejas de violeta de genciana
se sigue rascando la sarna; Cachito se fuma algo legal. Malena abre todos sus sentidos, el
olor se mete en su cabeza y le juega un click. Entonces, se agacha y mueve uno de los
bloques arrimados en la esquina del cuarto, ahora utilizado para mantener el
distanciamiento en tiempos de incertidumbre y pandemia. Saca el cigarrito armado y le da
fuego, lo enciende y se lo fuma despacio, tose y tose. ¿Qué puede pasar?
Su madre cree que es covid, Malena cree que es genial.

María Mercedes Román

41
Profunda realidad
Aún tengo la sensación de volar sobre nubes. Sobre torres y escaleras, escalinatas y torbellinos
donde no reine el temor ni la agonía.

Es primero de enero por la tele anuncian un hospital qué se construye en 10 días. El temor roza
nuestras almas y nos hiela los huesos, pero es opacado por la tranquilidad del abrazo materno.

Un segundo llamado llega a nuestros oídos. El aire ya no se siente tan limpio, una sensación
extraña me respira sobre la espalda, por la tele ya no hablan de fútbol, sino de la manera correcta
de lavar nuestras manos. Entre risas y escalofríos veo como la gente imita el lavado de manos,
el temor ya no roza mi alma, la acaricia y la coquetea lentamente.

El equinoccio llama a nuestros hogares, así como el agua es abundante, las fiestas y abrazos
también, festín de emociones, festín de tragedias, festín de algo que desconocemos. Algo llama a
nuestra puerta. El sol se está ocultando y una brisa extraña corta mis alas y me abraza fuerte.
Pierdo el ímpetu del viento, ya no tengo la sensación de volar. Me susurran al oído, me agarran
fuerte y me cierran la puerta en las narices.

Parpadea por un momento la realidad.

Decreto presidencial: Entramos en toque de queda, solo


se puede salir dos veces a la semana según la placa de su vehículo, es obligatorio el uso de
mascarillas y lavarse las manos frecuentemente, tome distancia de dos metros. No se acerque a nadie.

Mis ojos se cierran, me tapo el rostro, me abrazo las rodillas, me hago bolita, me siento chiquita
tan chiquita qué no alcanzo a topar la realidad. ¿Acaso esto es real? ¡Es imposible!

Se nubla mi percepción, no reconozco lo blanco de lo gris, ni el sol de la luna. Todo queda en


silencio, una manta negra cubre la ciudad. Abro los ojos, miro al techo y la puerta del closet,
miro por la ventana y una bruma pesada me empuja con hostilidad. Caigo hacia atrás y
me golpeo en lo más profundo del ser. Corro a los brazos de mi madre, le pregunto si todo esto
es real, acaricia mis alas malogradas y solo asiente. Me tapo lo ojos para ver con mayor claridad,
aquí me siento mejor.

Abro mis ojos, miro al techo y la puerta del closet, no me atrevo a mirar por la ventana, anoche
tuve una pesadilla y aún siento el dolor. Me hundo bajo las cobijas, bajo la almohada
hay una escalera. Algo me toma de la mano y jala con fuerza. Me abraza fuerte, me acaricia
el alma, un calor me invade, las lágrimas me acompañan y subo lentamente.

Apago la luz, prendo una mesita de noche y me acurruco abrazado a un álbum de fotos que
lleva los mejores recuerdos de mis vuelos y travesías, cuando sobre tierras y escaleras aún podía
subir y bajar, era libre y nadie me detenía.

42
Abrazo a mi madre, ella saca un rompecabezas. Preparo una pizza cuando por el alto
parlante anuncian que debo alimentar a mis padres por ser la más joven. Acepto este reto
de todas maneras, es la única forma de sentir la brisa de la ciudad.

¡Ding dong!
—¿Si?
—Es Linda.

Un rayo de sol entra por la ventana.

Repite unas combinaciones raras, grita ¡Gracias! Y se va.

No entiendo, pero la imito; no entiendo la realidad. No entiendo nada. Solo me dejo llevar por el sol,
la nubes y el viento, solo dejo qué la vida siga su camino, solo soy una herramienta más del amor.

Vengo y me voy, no entiendo nada, ¡adiós!

María Isabel Cevallos

43
El mito de Sísifo

A quien sea:

La descripción de las siguientes situaciones ayudará a comprender cómo he estado


anímicamente en la cuarentena. Éstas no son las únicas, pero pueden ejemplificar muy bien
qué sucede conmigo en estos casi 80 días de encierro.

1.
Cada mañana me levanto a desayunar, me despierta mi hermana aunque entra muy despacio
intentando no hacer ruido. Escucho cómo entra en el cuarto y me despierto antes de que ella
se de cuenta. Más tarde, llega la hora del almuerzo, otra vez. Siento como si hubiera
desayunado hace tan solo treinta minutos. Después de acostarme, escribir,
dibujar, leer, ver por la ventana, llorar un poco, sentir la baldosa fría, vuelve a llegar la
merienda. Horas después, escucho de nuevo el canto del gallo y me pregunto,
¿por qué siempre cantará a las tres de la madrugada? Finalmente, decido dormir unas horas
para volver a escuchar a mi hermana entrar sigilosa. Antes de caer en sueños, como
cada noche, me digo a mi misma: ya no quiero amanecer a esperar que vuelva a anochecer.

2.
Estuve viendo la palma de mi mano y me di cuenta de que ha empezado a aclararse.
Antes la tenía más morena, eso para mi era una señal de estar viva y activa. Ahora la miro
y veo que tiene venas azules, verdes y moradas. Tal hecho me hace pensar que mi manos
se parecen a las de Silvano, quien acostado en su cama, yacía muerto tras un cáncer de
pulmón. También pensé que las mías tienen muchas arrugas y que cuando sea vieja tendré
muchas más.

3.
Cuando estoy sentada viendo el blanco de la pared, hay una sensación extraña en el pecho,
es como cuando te falta la respiración y te dan ganas de gritar. A veces es tan fuerte que no
pienso bien. Un día se cerraron mis puños entre mis cabellos y los jalé hasta arrancarlos.
Luego, los puños así cerrados, empezaron a golpearme hasta que ya no sentí mis pómulos
y quijada. Lo peor no son los moretones, sino el dolor que me causan al querer sonreír.
Ahora, no sólo me duele la cara, sino también la mano.

Melannie Kazte (MxC)

44
ÍNDICE
Autobiografía I por Doménica Aroca Borja 6
Pensabas... por El Tercer Ciclista 8
Silencio por Sheila Hernández 9
Encierros por Pablo Garzón 10
Hay un cuerpo desmembrado en el suelo por Wendy Martínez 13
Refugio por Michelle Valladares 15
Prisión por Alejandra Santillán 16
Quietud por Andrea Heredia 20
La oscuridad por Jessica Chirán 21
S. R. C. por David Piñeiros 23
Punto de fuga por Samantha Hidalgo 25
El diálogo por Ariel Villarreal 26
Como el sol naciente de 1990 por Paul Marcillo 28
Invisibles por Liliana Díaz 29
Tiempos de Guerra y Paz por Patricia Correa 32
Una vida, un libro por Karen Piñas 33
Retrato de una ruptura por Ana Lozada 34
Fragmentos de un sueño encerrado por Viviana Arias 37
El sabor de la nada por Poleth Vega Duarte 38
Esperanza de vida por Amarilis Intriago 40
A través del agujero de la pared por María Mercedes Román 41
Profunda realidad por María Isabel Cevallos 42
El mito de Sísifo por Melannie Kazte (MxC) 44
Relatos en Cuarentena
Relatos en Cuarentena
Relatos en Cuarentena
Recopilatorio de historias que nacieron del
aislamiento
Coord. Rafael Soto Guarde

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