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San Petersburgo, Rusia

16 de septiembre, 1846
Aprovechando mi momento de lucidez, he decidido contar la historia de mi vida, ya que
temo no volver a la realidad misma. Mi nombre es Vlad Ivanov soy de Rusia y tengo 54
años, no tengo padres ni pariente alguno, estoy solo en cuanto a eso.
En la actualidad, vivo en el Instituto Psiquiátrico de San Petersburgo desde hace 16 años
o al menos eso es lo que dicen las enfermeras. Antes de eso vivía en un pequeño
departamento de pésimas condiciones, pero que para mí era más que suficiente. De
pequeño vivía en un orfanato a las afuera de la ciudad, en donde pase los peores años de
mi rara vida.
En el sanatorio, me diagnosticaron con trastorno neurocognitivo mayor, en palabras más
sencillas, demencia, la cual me provocaba alucinaciones y descontroles que me alejaban
de la realidad del mundo.
Mi enfermedad se presentó a muy temprana edad, pero nunca había sido tan grave, ni lo
suficientemente importante para mí, ya que creía que eran pequeños episodios de mi
muy interactiva imaginación, hasta que esta empezó a dificultar mi relación con los
demás, fue el momento en el que supe que algo no iba bien conmigo.
Desde que tengo conciencia propia siempre he buscado encajar en la sociedad, ya que
no me gustaba sentirme diferente a los demás, quería ser como ellos, como los niños
que reían y corrían sin preocupaciones, como los adolescentes que se tomaban de las
manos e iban al parque, quería ser normal…
Al empezar la adolescencia, me cegué de odio que dirigía al mundo, a la vida y a las
personas; me volví egoísta, orgulloso e inmaduro y que gracias a esta nueva
personalidad que había creado conseguí muchos ¨amigos¨ y me sentí bien por un
tiempo, ya que creía que había escogido el camino correcto, creía que eso era lo que
buscaba el mundo, lo necesario para ser aceptado, para ser considerado parte de la
sociedad.
En esa etapa de mi vida, sufrí tanto que ahora temo recordar, ya que siento que si lo
recuerdo, mi mente me adentraría en algunos de esos episodios y me volvería a
sumergir en el dolor que solo puede provocar mi locura.
Dure muchos años en esa turbulenta forma de vivir, hasta que sentí que no podía más,
quería salir de ese pozo en el que me había sumergido, quiera dejar de ser preso de los
vicios, quería empezar a cuidarme porque mi mente no dejaba de recriminarme el daño
que me estaba haciendo, no solo a mi cuerpo sino que también a mi alma; estaba
muriendo, lo sabía así que trate de remediarlo.
Deje de frecuentar mi círculo de ¨amigos¨, empecé a asistir a charlas de superación, deje
de beber y de buscar a chicas por satisfacción. Aunque he de admitir que fue un proceso
con muchas recaídas no me arrepiento de haberlo empezado, es más me enorgullece
haberlo hecho puesto que, gracias a esto pude conocer a una persona que cambio
totalmente mi forma de pensar, una persona que exploro mi corazón de tal manera que
creía imposible. Su nombre era Sara de origen norteamericano, se había mudado a Rusia
para empezar una nueva vida. Era tan bella, nunca había conocido una mujer tan
ejemplar y bondadosa como ella. Me sentía tan afortunado de que sus ojos me mirasen.
Pasábamos mucho tiempo juntos yo le conté mi historia y ella la suya, nos apoyábamos
mutuamente. Ella fue la responsable de que yo pudiera salir de ese bucle de odio y baja
autoestima en el que había vivido por años.
Con el tiempo a medida que convivíamos juntos ella empezó a notar mis desváenos
mentales, que para ese entones eran más frecuentes. En compañía suya asistimos a un
médico, el cual nos derivó a un psicólogo especialista en el tema ya que tenía pinta de
cierta deficiencia mental. A la semana del encuentro, se me diagnostico demencia, la
cual ya estaba muy avanzada…
No podía aceptarlo, ahora comprendía mis lagunas mentales, olvidabas las cosas porque
realmente no las vivía, me escondía en mi mente he ignoraba todo, me encontraba
devastado. Ese día llore como un niño en el regazo de mi bella Sara, gracias a ella mi
pena no fue tan grande, ella era la base de mi corazón sin ella, me viera desmoronado de
una forma colosal.
Tiempo después Sara me acompaño a mi primera terapia, al no tener cura era lo único
que quedaba. Al principio me encontraba desganado y de mal humor, sin darme cuenta
mi comportamiento afectaba a Sara y yo no me podía permitir lastimarla, no podría con
la culpa de llegar a hacerla sentir mal, mi amor por ella era tan fuerte que tan solo una
lagrima suya provocaría miles de las mías. Con entusiasmo realice mi tratamiento,
quería el bien de ella y si eso implicaba tragarme mis penas lo haría, buscaría el bien de
ambos.
En los meses siguientes, la situación solo empeoro, ya no era consciente de la realidad,
ni del tiempo, la poca lucidez que llegaba a tener se la otorgaba toda a mi amada. En
esos pequeños lapsus me memorizaba todos sus rasgos, aunque estos cada vez parecían
más decaídos, tenía que hacer algo, ya que sin querer estaba acabando con ella…
Un día, cansado de ese sufrimiento me puse de rodillas a sus pies y le suplique que me
dejara, que realizara su vida con otro hombre que la hiciera feliz y que yo me internaría
en el instituto mental de la ciudad. Ella me grito diciendo que era una locura, que nunca
haría eso. Durante los próximos días le insistí tanto como mi condición me lo
permitiese. Y así también en los meses siguientes.
Hasta que una noche con lágrimas en los ojos acepto mi propuesta, ambos nos fundimos
en un abrazo y lloramos por cada fragmento de nuestro roto corazón. Prometimos que
las visitas y las cartas no faltarían, y que nuestro amor nunca terminaría, siempre estaría
presente en cada mirada, cada carta y en cada recuerdo.
A los 38 años ingrese al sanatorio mental de San Petersburgo en compañía de mi amada,
la despedida fue aún más dura que la noticia, afortunadamente el recuerdo me es aun
vivido. Recuerdo que ese día bese su frente, le di las gracias y le pedí que fuera feliz por
ambos, nunca olvidare los ojos de mi bella y bondadosa Sara…

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