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.FEDOR DOSTOIEVSKI '

.. ...

. EL JUGADOR.

PROLOGO DE CANLOS PUJOL

SALVAT EDITORES, S. A. .
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. t·t. . .· -� - : · , . � 41'

�r· : • •· t��. ��<����i�?��


,
. .. ·
COmité de Patronazgo 11!
·
··� � -

-.· DAMASO ALONSO


Presidente de la Real Academia .Española

MIGUEL ANGEL ASTURIAS


Premio Nobel de Literatura

MAURICE GENEVOIX
Secretario Perpetuo 'de la Academia de Franci!'l
.-..� .
·'

Esta colección BIBLIOTECA BASICÁ SALVAT, si�J,gÍi'f�


en el mundo por sü lanzamiento y su tirada, constituvEi �ria
aportación decisiva para la difusión de la cultura. y la prb� o-' · .
·

ción del libro. �-



·


.
·

Resultado de la combinación de múltiples esfÜ:e}!l'()s, ·. .•

BIBLIOTECA BASICA SALVAT ofrecerá un panoram·a compf �to


de la cultura contemporánea y constituirá una auténtica' y·:fr5�;;...:. . , ·• •

quiblé' biblioteca.
· ·· ,

..
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.. .
© t%9 Sal'Vat Editores, S. A. � . . \ �
Tradu�ón. del ruso J:,or José laín EntraJso "

:t · .

Iinpre$o en: ., ,.
1 GráJi.cas Estella. S. . A. Carretera de Estella a Tafalla, km. 2 ��, -: · , ._
.
(Navarra) - 1970
·.
.
· ·
· ·" · · ·. ·
..
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.
Depósito Legal NA. 162 ·1970 .
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·

Printed in Spain .
Precio: $ �.30
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..., Edici6n ••Pecial·mente prep_... Pitt1f. \{
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. BIBLI01"ECA BASICA SALVA1" ·.
·

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PROLOGO

. ·- :.
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.•
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En 1866 Dostoievski tenia cuarenta y cinco años y ! '·

.. -,.
se encontraba en una situación económica desesperada;
�.. : la . muerte de su hermano mayor Mijail le había obliga-
·

·1' �o· a hacerse cargo de la viuda y de cinco hif: os, uno de


.. ,·:,_ ellos ilegítimo, y a responder de las deudas del difunto,
· · y en marzo del año anterior la revista que él dirigía, ·· .,. .

· -"La Epoca", había tenido que suspender la publicación


·por falta de medios, añadiendo más deudas a las ya.
_e;x;i.stentes. El único recurso a su alcance era a�eptar·..
co,mpromisos editoriales que iban a obligarle a desarro- . :·
_ ·

, .llar una tarea agobiadora durante largos meses. Y así� " · ·

. t·en julio de 1865, firmó un contrato con Stellovski con-


. ;;•
_

·· cediéndole la exclusiva de sus obras ya publicadas y ; . ,;¡t


� - - comprometiéndose a entregarle una novela inédita an_tes ·�. · ·

· ·: del primero de noviembre del año siguiente; en caso · -­

, de. que el escritor no hubiese entregado en estaftcha


:: su original, perdería todos los derechos sobre la edición
:-, . .
:. y tendría que devolver los anticipos. A pesar. de lo _ ,
. :mucho que se jugaba en esta cláusula, pocos meses· más : . · ·, .

· · tarde Dostoievski ofrecía a otro editor el proyecto de ·

lo que iba a ser Crimen y castigo y cobraba el corres.;.


,pondiente anticipo. Era, pues, imprescindible que en


_,

poco más de un año escribiese dos novelas� . .• . _

·• La primera parte de Crimen y castigo se publicó . .. l ·

· �n el número de enero de 1866 de "El mensajero rf!.So"_�. _ � :-� ·

· -_Y lit rodacción t/e)a obro ·te absorf>ió completarnen li(�?


..,.. ' --��
. .

. . .
. .. ,

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·

��:;:i:�.: .
.��r" ... . ,... . . . -���

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;;,CO>inúy fl��;;l.�i���Jtlt#.
-... -�vela<�-- D8"Sto.ievski ltabla dé adoptar. r.á:tq,·_sjli¡'f;
. j> J#:��}Jti6
· . -�,. utiit c:arta ·él mismo c lifi a de "exé'éníriC.lJ;l,.� sbi: :
. . a c
·
_·- '.": )rece¡¡};éntés" : por la mañana continuará 'e-�cri�iJif
· · .

· .:• Crimen _y' castigo y por 'la tarde trabajará en la tl¿f},v�lii: � .

�" " de. Stellovski. "Estoy convencido -dice- de que ni:ftjiin(


_ · .
.
· •

de tlu/eSfros . autores, antiguos o modern os, ha �e.it;ritp-. : ·

..:; :· · · · _

" � en lf!-S condiciones en las que yo VÍVO constantem�t,e/' •:.".¡,


· ·· .. ·

Pero a -comienzos ·de octubre, cuando cuenta sl()lq,ti}/i{hté ,.;.\r�


con unas pocas semanas, es ínuy poco lo que lleva �s'cri-- ,; }�"
to de.s u segunda novela; y entonces contráta lo-$� �étvi� ·� . · : ­ �
cios de una joven taquígrafa, Anna Grigorievna)�.ij.it- -�� �'!;
kina, a la que dicta la obra entera del 4 111-'!/t#e> '.;��
octubre._ El primero de noviembre la novela es_ e1tt{ifr!gc_i,-- �-:· -�\f
- ·
. .

':.\
da al'· edito r, y una semana más- tarde DostqievsK:i_i �de p -·-¡-�Z
la mano 'de Anna· Snitkina, con la que contJ:ae-k.tfi4it-· ;):�i�
" trima:nio enfobrero del año siguiente. _, . . . ¡�
��
·

Esta segunda novela,_ escrita en. el tiempo réooftd. de_


. '
tres semanas, un paréntesis en la redacción. de Crjm�n :<=..;
·-�. :� y castigo, se llamaba primitivamente Ruleten�f:iigó, ',·'!. · �

,. ) pero�e publicó con el título de El jugador. . · , . · :-;,-._:- _. · ·

La· pr:imera idea de este relato parece dat�h. _i¡e ¿�1-


_ ·� <: .. u,nos. _treS años antes; por aquel entonces DostlJ( �'ki ....�--;� ih¡ · ·

: .• \ ·pens�. -eJZ escribir una novela sobre el tema del j1fi¡g'ó_� ;.��:
. . - ·- •

� ambientándola en alguno de los balnear¡ios ale/#iirt.�- :; �\ e


· ·

que solían frecuentar los rusos en sus- viajes por. la· .


·'
. ·
.

Europa occidental; balnearios como los de Wiesbad�n;'·


·

, Badén.--Baden, _Homburgo y Ems, que eran al


· ·

tiempo· verd áderas capitales del juego, y que el Q.· �,.,..,.liu<r.


·
conoda bien, para su desgracia.
·

� ' ·, Su -prir,lera experümcia en este sentido dr�Jtfl;:_ ;f!,�


¡:"f�1 1862� ·cuando-, reciente aún el éxito de sus dus·p1�fas ' ._
� �:;'!1 oovelas - irnp�rttmtea, Recuerdos de la-. casa ,. ��::; los'
· .

'� :· ·:

� ··::. �����·
. - . -
�ueiio�:y H �rriill�dos y óferia:idos� e�;���Ji"X'"s�J;�er. :� �. ;.;�
. vi'aj�. al extranjero y, camino de París, hi�o escaJa,c-:e,¡'_'-,��.:
::·
. �
Wiesbaden y P.,rob ·s�erte· en· la· ruleta. !El recorri o : ;;,;� · .··� �
. :

.
__

· ¿ europeo del ano szguzente se hace en czrcunstanczas



:;;. - �
-i :crttu<;ho más dramáticas: en San Petersburgo, su primera : J. ·

�;esposa, María Dimitrievna, está agonizando víctima de.· / ..


la ·tisis, y el escritor, que sufre cada vez con más fre- ·: �-, -· ·. .

�r cuencía crisis epilépticas, se dirige a París para reunir- : \�;,


·:' .�
·.

·:J� �é con su amante Polina Suslova. Nueva parada de,· ':_ ·

.··:·cuatro días en Wiesbaden, donde ahora gana cineo


··
'A
·· ··;mil francos a la ruleta; luego, en unión de Polina, va
: ·(1;. .. /talia, pero pasando por Baden-Baden, y allí deja
·en el tapete verde hasta el último céntimo. La pareja
·

.' tiene que pedir dinero a Rusia, sablear a los campa-, . .:.· :. _.,

triotas que hay en la ciudad y, más Jarde, empeñar el_ ·:


··

< reloj de él y el anillo de Polina. En el verano de 1865., .·· =,.


'\ después de la muerte de su esposa y de su hermano
·

-�l�. ·Mijail, cuando su situación económica es más apurada, : ·

· .� (;()!'Cierta una nueva cita con Polina. . . precisamente . :


· .· ' ·

v•., ..én Wiesbaden; es el lugar donde la suerte le había .. .


:,�;�.spnreído en una ocasión, pero ahora la buena fortuna : _;¡;':.t.:'i: '
. -no. le acompaña: en cinco_ días pierde todo su dinero y . :;;:�
.
·
·· , ·

.- :Polina le abandona definitivamente. . ""· ·

· ._._ . . Dostoievski traslada todas estas experiencias a. su ... '-¡: " . ·

·>:" obra con el propósito de liberarse de. una pasión fu-_ ·

; . nesta, objetivizándola en un libro y dominando unos : .. ·. .


: ,. ,;.. recuerdos obsesionantes, como antes había sublimado .
<.: los negros años de su estancia en un penal de Siberia, .."-. _: :. , -
r• .�-�·, en Recuerdos de la casa de los muertos, y como hará . . .
l
:
más adelante, en Los hermanos Karamázov, cun la. < .
:_imagen que dejó en su niñe� un padre tiránico y a1coho- . o

� lizado. Todo eso, la dolorosa niñez, el destierro siberia-


,•-' �>.no_
.por motivos políticos, el juego, tiene que relegarse
·
.

. .. ·<
·::.;·· a·. un pasado ya vencido del que también forma
�·
·.· .·
.
·"' . .
����-�-·
.

¡:·.·:. ·..
.
.
· -
•• - • • ,.. � & • : :::
-. • �

::;lii:'"Vótúhié' PóJina; .qui�n, _.c�n�erv ql�do su, ru!mflrec, -�


· ·

-, ;. : _p rincip á l . pe(ianQ,jif.Jemenino l:le :¡jsift obí?_'a .;; :er jugador·:·


)::; i;.- fJUÍere, ser, F�i uri_ borrÓn .y CfU!lita nueva-en !ii_rj:_ing�a-
·-·
.

'--':�;�_· �{O episodio de $U v·ida. <


. .

·.
� _ �· _ . _

r.-.
•<:
¡: .·
Do_Stoievski es en buena medida el Al-e.t.'e/liri(nóvich
k ,y
-�

. de lo, irltovela, un ruso pobre pero culto qlte· tl.�fjitibuúc
.

por el-:e.rtranjero, atolondrado, incongruente, presa de - _

. �f� una agitación febril que le hace perder las· nli�jijres -·:
oportu,itidades, que supedita su vida-al azar de.ltt:}ule· ...
ta, a _qn Juego que anula su voluntad y al que aju�esta : -

, todas :sus esperanzas, su amo-r, su futuro-. Pero la. nave.. �


·;-
l la no-se limita al estudio de un carácter, y la attfobiO>'- .
... grafla: se ensancha para describirnos, en una -�eriíi.áe •· •
.).
:•: tipos,'. una especie .de infierno al qué los mist!:Jil$.jier-- ,•
¡J �_: soiWj�s se condenan volu'!tarian;ente, del que se
__ r.�$.�s.ten. · . .

1 � •• � -·�-a sallr; del que en realtdad solo salen, expulsa dos .del_;¡.,�_
y·ya 1
·

IL�. casino sin dinero -es decir, deshonrado�; para_.-:.;.· �


V · sentir el resto de sus vida� la nosta�gia de ,Q.<¡_#iiflos :_
_ · -:�� �:
1 momentos supremos de emocwn , y de nesgo. En. el ,pro- :�;4_ ·
:>;J;
. · . • . .·

IL
1, .>
·tago'}iita seguimos to� o el froc�so de esa pa.S'�n-·es-
clamzatlora, pero quzza mas aun que este caso;_·nas..' >;._:;.·l
_ .
·· _
-
,

1•·.:. · c;(:}nmueve e impresio(J.a elde la inenarra&/e babulinka�>-


· :�h
la anciana inválida con cuya muerte especula totJtii _la · ;::� :
¡ .
¡·-_ t�empo �no-. : :�:�- :
. . .

familia y �ue D;?tes de morir aún_ tiene de


_cer la fascmacwn de la ruleta y de arrumarse en.pQC(!� ·�:.:
l1 .� . días. .:-•:·
ra del"�·�\
·
·
!".
A(e.rei Ivánovich es el· centro de una pirJtu
ambie-nte de los ruso-s en .el e.rtranjero, temper�t-ti ·_y ; .. · '

.. le.s, apasionados y e.l·travp.gantes, orgullosas y ritHe�$-/:: }\.'


.Y. __
a �n tj-e�po, alterrian'!,o la gallardía del gesto· ioT! 1� : · •; __

• :;
· mas $o-rdida degradacwn: el general, PQ]uta, �fit �\h \ ��,:
� linka� GJVa irrupción en la no vela e-s oom� un �&l�siftti ;� ·
.
que l-a tra$torna todo.
Y, en torno a los pu:tte.��CfJS: ��- �·-
�' ·rusos.. ··ut:ta�étJ.rio-sa fauna internacio'*al: les ttléiifanes,.>·�-�¡
"' .
"!J: ...
;)·!;

, 8
.
: -*�
.. � . ...... �

·�.:j
�.�-.> �
·..:·... ; �..
! . serviles e interesados; los polacos histriónicos; .. que se·
"'· .."' . .·
·

�., �-· apiñan rodeando al jugador con suerte para rec&ger


... ......·

';,,�.n.as migajas de su fortuna; el inglés enigmático y se�


.,.
. ·

· ·-,reno, incapaz de apearse de su imperturbable flema;


el francés sinuoso, galante y amanerado; la cortesana
-� ·parisiense prototipo de la aventurera dilapidadora de
. ,_,-

,gran estilo ... No es precisamente ajetreo y colorido lo-­


·

, · ·

.. . que falta en la novela; todos sus personajes se agitan


e intrigan, les vemos siempre nerviosos y sobreexcita­
,. dos,' sufriendo y torturándose, para luego abandonarse
a una apatía fatalista. Es el característico mundo de
Dostoievski, extraño y embrollado, que hipnotiza al
.lector como una pesadilla de la que no podemos librar-
·
·

: nos y que nos arrastra con cierto sentimiento de placer


·

;<- ..,....; masoquista hasta unas zonas turbias e insondablemente

?- ·profundas de lo humano.
·

Muy poco después de escribir El jugador, Dos­


_ ·,

toievski recaería en este infierno. En abril de 1867, a


�- los dos meses de su segundo matrimonio, tenía que
.. ,
huir de Rusia junto con su esposa para ·evitar la prisión
. ·'

�> •. • .")'t.

... , por deudas; y� al verse de nuevo en Alemania, otra vez


t · la tentación del juego le empuja a Wiesbaden y a
. . Homburgo, donde pierde nuevamente su dinero. Es el
· · ·

./: último rebrote de ifna pasión a _la que el escritor puede


·-

.. -··ya sobreponerse a partir de entonces. Se inicia pam su


' � ' obr,a la etapa de mayor madurez,
· la de las grandes
obras maestras como El idiota, Los endemoniados y
·

_Los hermanos Karamázov, y en 1880 llega la consagra-


·. ··,pión oficial cuando pronuncia un discurso_ sobre Pushkin
_

'. ·.con_ motivo de la inauguración del monum_ento a este


·

, poeta. Al año siguiente, el 28 de enero de 1881, Dos­


¡,..-.;. toievski moría en San Petersburgo. ·

'! .•.
� . ., :;....._'

CARLOS PU)fJL: >'#:-:·,·


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l
1

.!

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.....�·
CAPÍTULO!

Finalmente, volvía después de una ausencia de dos semanas.·


. ;: Los nuestros llevaban ya tres días en Ruletenburg. Yo pensaba
que sólo ellos y Dios sabían con qué ansia me estaban esperan­
<: do, pero me equivocaba. El general se mostró muy displicente,
habló conmigo con altanería y me remitió a su hermana. Esta­
ba claro qué habían conseguido dinero. Me pareció, incluso,
que sentía cierto reparo en mirarme. María Filíppovna estaba
ocupadísima y habló conmigo .muy superficialmente; tomó, sin
embargo, el dinero, lo contó y escuchó todo mi informe. Aguar­
daban para la comida a Mezentsov, a un francés y a qerto in­
glés; era su costumbre en cuanto tenían dinero: inmediatamente
daban una comida de gala, a la manera moscovita. Polina Ale­
xándrovna me preguntó al verme por qué me había retrasado
tanto, y sin aguardar respuesta se fue no sé adónde. Se coll).pren-
. de que lo hizo a propósito. No obstante, entre nosotros dos era
necesaria una explicación. Se habían reunido muchas cosas.
Me asignaron una pequeña habitación en el cuarto piso del
hotel. Allí todos ·sabían que yo formaba parte del séquito del
general. A juzgar por lo visto, habían logrado darse a conocer.
Al general todo� lo consideran aquí. un riquísimo alto dignata·
rio ruso. Antes de la comida, entre otros encargos, tuvo tiempo
de darme dos billetes de mil francos para que se los cambiara,
cosa que hice en la oficina del hotel. Ahora nos mirarán como a
millonarios, por lo menos durante una semana entera. Yo que­
:• .. ría llevar de paseo a Misha y N ádenka, pero ya en la escalera
- .
.•

1.
l_
�e llamaron de parte del general: se le había ocurrido infor- ·" � ..

. .. -1
11
¡:
1 . .,
'
·"

1
�:"���{:}): ::t::i�-L, : ,.f:: ·.':{�·:.- �Jc1�1f .·

��. - m�se af-� lbáhíos.-Este·h�bre, deddi�•é.7fu �f{e�---


a los ojos ; querría hacerlo, y mucho, pero :Ca:da vé"ir ¡.. . :
... ·. :-de nUrat'tll� ·.

. . . ·que lo intenta yo 'le contesto con una mirada tan fija, es' �' . :_;
.

..·
in'e&petuosa.,. que··parece turbarse. Con frases
-'�tart muy ámp�;';?:f. ·,�-

.
sas, colocando una tras otra y acabando por perderse, me dio��:-;;_,·..
:ilf(;'_
'•

;;� entender que llevase a pasear a los niños a cualquier sitiQ, -� "

:
parque,
pero lejos del casino. Terminó por irritarse y añadió�� >' ·_
;
¿ '
camente:

.. -Porque usted es capaz de llevarlos a la ruleta. Perdó'l)emtb: ·: ·· '·

. :....aiadió-, pero sé que usted es todavía bastante ligero y es e��:;: ;;; : , ·

paz de jugar. En todo caso, aunque no soy su mentor ni quiero:.-:¡\


: ,,._
, ·_-caigar con este papel al menos me creo en el derecho de dese�:,:>; '· ·

que
usted, por así decirlo, no me comprometa:..
-Ni siquiera· t�ngo dinero -le repliqué
· · · trati��-�-;�;,:-·-::�.r.
: :,·. .

__ ·

-para perder es preaso tenerlo. . .


<�:· �:;-� �:�;::. .:.
- · "·

-Inmediatamente lo recibirá -dijo el general, poni�


·

,H5- �;- · .
algo
encarnádo; buscó en su escritorio, consultó un libro -dt::n6·1:,;S}; �­ -

tas y resultó que me debía cerca de ciento veinte rublos.


·' . '· :A:( )
"'
·

-¿Cómo podemos· arreglarnos? -prosigui�. Hay que 'Vtfft )}¿�-.


-
. cuántos t4leros son. Mire, tome cien táleros para redondGaí l,aj ;�J:¡:;¡
l
·

· iK--:: ''-� ;
.

1 ··

1 cuenta. Lo demás, natuialmente, no lo perderá.


1

¡··- Yo.tomé el dinero en silencio. · · -. ;·:'_,


' ·.

! · ._
. .-N(, se ofenda por mis palabras, se lo fuego; es usted�-� . ·. ·, -'
�so.... rengo cierto derecho a hacerle una ádvertenciá.
..
;­ �-
. �evetlifl e... . -
,M volver. a casa con los niños a la hora de la-comida, m�� : T� •. �
��
cé con una gran cabalgata. Nuestra gente había ido a wn;__;· J r..l ·

_ . , ,�piar no sé qué ruinas. ¡Dos magníficos coches, espléndi� . . ·

' '· ·.caballos! Mademoiselle Blan�e iba en un coche con Macla p¡:• '·
povna y Polina; el francés el inglés y nuestro general iban a:.·
llp , "1

. >caballo;: Los transeúntes se paraban a mirar; el efeetÓ se lu.bia: ·


·
· · · _

producido, pero las consecuencias no serian ·gratas para el gene-� :�.<f. ·:


.. ral Yo calculaba . que con los cuatro mll francos q\le- le babia �l1�i't · ··

_,- �-::. traído,-más lo qu - e ·ellos parecí


an ha ber conseguido aquí.
.
d''t$��:� Y�� � -'it
1'2-
�:;; _ ·_ 1 ,, -

'
1
. .� • ;-

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. .. . ..�..�-�
'i � : . �
·
<!fían .ahora de siete u och�- mil franc�s,· Esto ·era· de·�siadO .. ..,-
·
'.·

poco para mademoiselle Blanche.


Esta para también en nuestro hotel, en ui:úón de su madre .. :·� };:•, ;
en las cercanías se hospeda nuestro francés. Los criados lo .lla- ;_ �fJ
se_ . .-:::$
.
. .. . - �
. man monsieur le comte y la madre de mademoiselle Blanche
:_, hace llamar madame la comtesse; bueno, acaso sean realmente f· ·�
comte y comtesse. .
·' ..

Sabía que monsieur le comte no desearía reconocerme cuando - · ..

.:��:·.f
acudiésemos a la mesa. Al general, como es lógico, no se le ha-
'/": ;;�
.

bía ocurrido siquiera presentarnos o, al 'menos, decir quién era


_ ·_ �
r .· �-: :yo; y monsieur le comte había estado en Rusia y sabía que lo que
-
¡-··
' .

-ellos llaman outchitel, un preceptor, es el último mono. Por lo


_ ·

�- :: - · demás, me conoce muy bien. Pero he de confesar que me pre- _ �::


{�. -"� . : . . senté a la comida sin haber sido invitado; seguramente, el gene-· i; . .

�: ·,. ral se olvidó de disponer nada a este respecto, porque de otro . · ..


modo es muy probable que me hubiese mandado a la table

�7 �.

•.
.
d'hote. Mé presenté por propia iniciativa, de suerte que el gene-
- ral me miró descontento. La buena María Filíppovna me desig- ·' "

�- ·
nó inmediatamente sitio; pero mí encuentro con míster Astley
!> . me salvó, e involuntariamente quedé incluido en su sociedad. . .
.

A este extraño inglés lo había cooocido en Prusia, en un .• · · · __

·� ·
vagón de ferrocarril, donde íbamos sentados uno frente a otro, · · ·
�:� _:_- ._ �do yo acudía a unirme a los nuestros; luego tropecé con él -
•. � .

··:al entrar en Francia, y, fmalmente, en Suiza; en d transcurso


' -

'
' :- de estas dos últimas semanas nos habíamos visto dos. .veces, y
i .;_.
•.' ahora, de pronto, nos encontrábamos en Ruletenburg. En toda
�. _ - .

" �
! · :; . mí
. vida he visto a un hombre más timido; es timido hasta la
' estupidez, y él lo sabe, naturalmente, porqU;e de estúpido no .
.��··; •
·tiene nada. Por lo demás, es muy agradable y pacífico. Yo le
_tiré� de la lengua la primera vez que nos encontramos, en Pru-
... ..�.:

- -- sia,. Me explicó que aquel verano había estado en el cabo Noc- ;:

: \--.·.l"�_� .
: .
� \$.:;�
- -

·.�.A:·:te y que t�ní� grandes deseos e ir a la feria de Nizhni Nóvgo-�


, .
k: r.od. No se como trabó conoOffilento con el general; se me ti�
·
· ( ;¡� :;:.gura 'que está muy enamorado de Polina: al entrar ésta sep.usp>�.'�.: : ·

·�:�::. . � is.:·: F�,:, -.l


_J.
-- ·
F:�":�:,·S;��:f��:\t�����w��E:(. ;r;
:[,:· ·�-� ��. .
Ea. · ta mesa, el francés daba el tono, se m?str�ba muy · . ·· .'.: � :_. ·:.
_.•
.
y trátab-a a todos con d�preoo. En Moscu, sm embar · . p· .:..:, �
.
· ·

-�·.;_·: ·
·,-.

re�erd(ll, era un cipo completamente vacío. Ahora habláb�'1f�; . . ...,,_


�, · rribleménte de finanza� y de la política rusa. El general, :,:�:.
d-6"y» ,
en 01ando se atrevía a contradecirle, pero modestamente,:�&Jo ·-' - �
,
�- �. '

· ·

}o ne.cesario para no ver dañada definitivamente su grav�ªªjJ�- ,


�:.
· •.

r·7.- . Yo me hana ba en una extrana N dispostoon de ammot;�;:,� 1 �· · 1�-


, ,
· · , ·

· ··

.
..-co:mptende que ya antes de mediada la comida había t - � .. <"�
·

tiempo· de fórmularme mi habitual pregunta· de siempre: " . ·t-. : �. ,


qué pierdo el tiempo con este general y no lo he dejado��-: :.: ·· •.

titacho?" De cuando en cuando lanzaba una mirada a Pit.l.i$ . :: ·;


.
'Alexán.dr<>vna; ella no se fijaba en mí en absoluto. La �.:� �i(:
ternúnó en que ' me irrité y decidí mostrarme grosero. }· r . .·.::.:.
· ·. ·

Empecé por meterme de pronto, sin venir a cuento, en.�� ·� :_. � ;·


�\ . alta y sin pedir la venia, en un.a conversación en la que n<fif;,f� · · ".;:·
.
. ·
.

. nia m arte ni parte. Lo que yo quería, sobre todo, era . i


·
c,, ���� . �
· con el francés. Me volví hacia el general en voz y � :_­
muy. �J-
.: , ·clara., creo que interrumpiéndole, observé que este vúano.·: <I�:;

, ·
·'.·. eta a los rusos casi imposible comer en la table d'hOtt
· (d:e' ��-;, · •

hoteles. El general me dirigió una nürada de asombró. . '\ :-¡:. :-... \., ·

. -Si es usted un hombre que se estima �egú'í embala�- , �' . ·

. . ·: f9rzÓsamente habrá de soportar insultos extraordinaria-s �� . �.- .


y
.- . .- pertinencias. En París y en el Rin, incluso en Suiza, en 1a fll
· · 'f'# · :• · ·

� �·.
. d'hOte. se encuentra uno �on tantos polacos� y con franceses.-:�ij�·:_:;_ � -�-:
· ·�

silnpati.zan con ellos, que al ruso le es imposible hablar una �P� • : � .


;>):�-:
· · ·• ·

·,
palabra. .
·

..
,. Esro lo había dicho en francés. El gener� me miró ��:: · . .

·
-jo. sin saber si le correspondía enfadarse o, símplemente, . ai(i:fi'i::;� · .
.
brarse de que yo hubiera ido tan. lejos. ... ·
��.�-. . --Esto quiere decir.que alguien le ha dado a usted un.al��.�-;·
.

·. :
-

: . �. .
' ·
·

· ···

• -: , � n en ti.n :sitio de éso s -terció el francés despe<:tiva:tnente��\�� ;i· ' . ? _::¡


·.

.:. >; 14
A .
.
. .

. � . (_ �. - . .
.,-En París ;eñí
p�efo. ron -un pohcÓ --lé yJú��·- • .;
_;ePliqúé·< _

go con un oficial francés que salió en apoyo de aquéL Después, .- -.-- "' �­
. parte de los- franceses se pusieron de mi lado; eso cuando dije· � ; .?¡,,;
_·. _

-.- :·'que yo había querido escupir en el café de un monseñor. "' .. -��


f ; · _ -¿Escupir? -preguntó el general con un aire de grave per- · ''�
· ·

)r:- plejidad, y hasta miró en torno suyo. El francés me contempló --; '"

-

� - receloso. - ·. -r�
: . �
-Tal como suena -contesté-. Como durante dos días �stu�
;:. , : .ve convencido de que para ultimar nuestro asunto tendría que -•·
·

•. · trasladarme a Roma, acudí a las oficinas de la nunciatura del

: : ·:- ·: Padre Santo en París al objeto de hacerme visar el pasai>orte.


· ·.·,-._�.ly.le recibió un cura de unos cincuenta años, de fisonomía seca.
e�-�: ' y helada, quien después de escucharme, en tono cortés, pero
extraordinariamente frío, me rogó que esperara. AUI1que tenía
prisa, me senté a esperar, saqué la Opinion Nationale y me puse
, . a leer una terrible diatriba contra Rusiá. Entre tanto, oí que:..;"'':-�­
;-).-por hl. habitación vecina alguien pasaba a ver a monseñor; vi .
;�': ·: como mi cura le hacía una reverencia. Yo me acerqué a él con
·
·

·· 'el ruego de antes, pero en un tono más frío todavía insistió en


�··
'

. ..: ·que debía esperar. Poco después entró otro, un austríaco que
r·_; venía a resolver cierto asunto: le atendieron e inmediatamente
.
..; . _. lt; acompañaron arriba. Esto me produjo gran enojo; me levan- :-�s ..
":.�. ��

té� me acerqué al cura y \e dije en tOno enérgico que, puesto


. ··

que monseñor recibía, también podía atenderme a mí. El hom- -. ;:-;;


·
·

' bre dio un paso atrás con inusitado asombro. Le era imposible
·. ¡�·- :'comprender que un simple ruso se atreviese a ponerse al mismo
�-- _" pivel que los visitantes de monseñor. En el tono más insolente,'
.. -

como satisfecho de poder insultarme, me miró de pies a cabeZa._


• "'

"
r
· ·
-'
. y· exclamó:
"-¿Pero cree que monseñor va a dejar su café por usted?
'¡· � _·"r, "Entonces yo grité también, pero todavía inás fuerte que él:

[�� ;- -¡.__
_
"-¿Sabe lo que le digo?¡ Que me dan ganas de escupir FJil d .. :'d.· _

. -� •
·
café de su monseñor! Si ahora mismo no me despachan el pa-.
·
' - ..
_ · .
. . ' ""'"
.. • u�. ��é �te a en �···
.

• . ���-���:
:
.
' • • ..::.í:c&no!. (€-ii e{ preciso
: !> mqmenío m. _ _ ·qu�. ;tí�� <»t1 �:á. '
ear4(tM:l! �#6 i:4.Eú:i�
. - �� Wi : ,lpa��dó�1';4�'�[�,5p#$�d,?.• - y se : .
.
_ _ _

' e.: ·lánzó a'li 'puetta ll.brié'íldo lós brazos eh criti, cO-mo :a.anao a., .. _·:
f � "entendet
.
� que era capaz de morir antes de . dejarme pasái-=· " · -�-
· · ·-

tf:::
'
"' Bntonces le repliqué que yo er a un her ej e 1 un q�b�o,
· :<"� _

q ueje Stlis hérétique et barbare, y que s e me daba un bledo ,de to- �- ?.��
·
-

�� ·: dos estós arzobispos, cardenales y monseñores. En una-pala-


·
-�. .

f- :· bia, le di a entender que no cejaría. El cura me miró c<>n una .· t


cólera infinita, luego me arrancó mi pasaporte y lo llevó al piso· _•!:·:
�... , '
dé a:friba. P'n minuto después tenía ya el visado. Aqui'·-··_i;Stá, . · '!·-
¿1uj.eren verlo? · ,¡ . ,.¡ .' ,

Saqué el pasaporte y mostré el visado romano. �-'' •. .

, -Sin embargo ... -quiso empezar el general. -�:"ti!


,_

f · : -Lo que le salvó a usted fue el haberse declarad<> bárbcuo . ' . � .

� · y hereje -observó el francés con una sonrisa iróníca�: C�.--' t·�


,, L�.... .. .
n étatt pas st ot:Jt.
���
... - •

.

, -� �· •
··' . . .

-¿Se han parado ustedes a mirar a nuestros rusos? �- .


- - , - ·. . ...

-. ·
.
. • '
necen quietecitos, sin atreverse a abrir la boca. y disp��J:Qs· a_;).·. .
r.
negar su nacionalidad. Por lo menos, el hotel de París· empe-
en . ,\
11'
· ·

zaron a mostrarse mucho más amables conniigo cuando y�_le5


f
i .. conté lo de mi trifulca con el ctlra. Un polaco gordo;, él _que -. ·

' '
más hostilidad me mostraba en toda la table d'hote, qued.Q-rele- :

gado· a_ un segundo piano. Hasta los franceses cainbiax?n cu,an: : ·

do les conté que dos años antes había visto a un homl?!f a ·


..

quien un"cazador francés, en 1 8 1 2, había disparado sobl'e el-so"


lamente para descargar el fusil Este hombre apenas_. téni��·;é.íi..
· �.

1
i:onces diez años, y su familia no había podido salir de Mos�-
' ��
• •

·�� �· . -Esto no puede ser -se acaloró el- francés-. ¡Un so�ó . - :·
francé!>' no. disparará nunca contra un niño 1 :: '
_

-Pu�s fue así -le repliqu�. Me lo contó un ca�:#ti- .. �-'


rado, persoP'a muy RQnorable, y yo mismo vi en su mejf.la,;la
· -

cicatriz que había dejado la bala. . _ ,


.
. El francés empezó a hablar mucho y muy de pt� ��e-
_ _ �

ral sémostl'6 dispuesto a apoyarlo, pero yo-le te.c�,f �ue :


16. ..
.leyera siquiera fuese, por ejemplo, algunos fragmentos de ·¡Qs· �
Apuntes dd general Perovski, que en el mismo 1 8 I 2 cayó pri- ��;.: .�''
sionero de los franceses. Finalmente, María Filippovna cambio-��·
de tema, para cortar la conversación.
El . general quedó muy descontento conmigo, porque. el
francés y yo habíamos acabádo casi a grjt;os. Pero a míster ��1,:
Astley mi discusión con el francés pareció agradarle mucho;
levat1tándose de la mesa, me invitó a tomar una copa de vino
en su compañía. Por la .tarde, según era de esperar, conseguí ,.,,;
hablar un cuarto de hora con Polina Alexándrovna. Nuestra
c�nversación tuvo lugar durante' el paseo. Todos habíamos ido
al parque o al casino. Polina se sentó en un banco, junto a la.
fuente, y dejó que N ádenka jugase cerca de ella, con los niños.
Yo di permiso a Misha· para que fuese a la fuente y nos queda-
mos, fmalmente, solos.
Lo primero de todo hablamos, como se comprende, de ne­
gocios. Polina se enfadó cuando no le entregué. más que sete2 .·

cientos florines. Estaba convencida de que le traería de París, .


donde había empeñado s� brillantes, 'dos n;ül florines por l<T ...-:-':
menos.
'"¡;\

-Necesito dinero sea como sea -dijo-, y he de encontrarlo.


Dé lo contrario, estoy perdida.
Yo empecé a preguntarle qué había sucedido en mi au• ·..

senc1a.
-Nada, salvo que han sido recibidas de San Petersburgo
dos noticias: primero, que la abuela estaba muy mal, y luego,·a
los dos días, que, al parecer, ya había muerto. Esto último lo
hemos sabido por Timofei Petróvich -añadió Polina-, y él es
un hombre muy de fiar. Estamos a la espera de la confirmación
última y definitiva.
-Así pues, ¿aquí toc!os están esperando? -:-pregunté.·
. -Claro que sí: todos y todo. Hace ya medio año que eso · -

·;-
es. la única esperanza. ·� ,';·�:
. .
-¿También usted espera? -pregunté.
· ·
- :. .,...y. 01P,fi;¡s<l}"·�Iia.f��i11a� �pj (SQ�te.� � � -ge:ti��
. 'ral. l'et<{ '€s
: ioy · ¿� de que se aconlatá dé' mfe» 1:1,\t���-:\
mento.
-Creo que le dejará mucho -asenú.
· -Si. ella me quería. Pero ¿por qué le parece así a usted�:,' . . ·

. cis
. amente? . . "::; ·. ·

-Dí.game -contesté con otra pregunta-, ¿está tá�� ·

nuestro marqués �ciado en tados los secretos de la familiaP ;" · -

�¿Por qué le interesa saberlo? -inquirió Polina, clavandP '


en mí una mirada severa y dura. . : , ·

·-¡Claro que me interesa! Si no me equivoco, el g®d�f:


. ,
,.
. ha- conseguido de él un préstamo.
· ·
·

-Ha dado en el clavo�


. -Claro; ¿le habría entregado algo si no hubiese sabido �f,.
de la abuelita? ¿Se ha dado cuenta? Durante la comida,¡>$'.·�-:_
.,_'
tres. veces., .rdiriéndose a la abuela, la ha llamado "abuelita··�:!'··

rQué relaciones tan íntimas y amistosas! .-¡._

. -Si, tiene razón. En cuanto sepa que he sido favorecida'�{·


•· · testamento, pedirá mi mano. ¿Era eso lo que usted .quei:$:� _:
el ·
'

�? · .

¿La pedirá? Yo �eí que ya lo había hecho hace mudlo •


- • .• • .

-¡Sabe muy bien que no! -dijo Polina irritada-. e ::Dón���� - :--

se· encontró us�ed con este inglés? -añadió, después de ��;+"


-

pausa.

!
-Ya sabía que me lo iba a preguntar.
Le_ ·referi los· anteriores encuentros que había tenido �-�
míster .Asdey.
- ,. r� ...
-Es tímido y enamoradizo. ¿Se· ha enamorado �e...,.�:[:'. '
verdad? . ·r
.....
· ·.·.

·;:: :·

. -Sí, está enamorado de IDí -contestó Polina. ·; ;'


-Y, dato, es diez veces más rico que el francés. Po·,;�;:,, ¡ ·

, ¿tiene el francés algo realmente? ¿No será dudoso?


·

·>··: ,,, 'f ,


No no lo es. Posee un cbJteau. Ayer mismo el general a,t��-
- , 1 ·

dio todá clase de seguridades. ¿ Qué?, ¿le parece ba.st3llte? . -.� -, . ? ·

."' . 18
t:i4 .�:"f��'":�·�{-!�44.�-Er�����*05z-'fr'"· ������
'¡ · .-
i
1
i
-Yo, en su lugar, me casaría· con el inglés.
-¿Por qué? -preguntó Polina.
-El francés es más guapo, pero como persona es peor; y
el inglés, además de ser honrado, es diez veces más rico -re­
pliqué.
-Sí, pero el francés es marqués y más inteligente -aft.rmó
ella con toda tranquilidad.
-¿Está usted segura? -insistí yo.
-Por completo.
A Polina no le agradaban en absoluto mis preguntas y yo
veía que quería irritarme con el tono de su voz y la dureza de
las respuestas. Así se lo dije.
-¿Qué quiere usted?, me distrae ver cómo se enfada. Debe
pagar siquiera sea por el simple hecho de que le permito hacer­
me tales preguntas, y esas conjeturas.
-En efecto, me considero en el derecho de hacerle toda
clase de preguntas -repliqué tranquilamente-, y eso porque
estoy dispuesto a pagarlas como sea; mi misma vida la estimo
ahora en muy poco.
Polina rompió a reír:
-La última vez, en el Schlangenberg, me dijo usted que es­
taba dispuesto, a una palabra mía, a tirarse cabeza abajo, y
creo que allí estábamos a una altura de mil pies. En alguna
ocasión pronunciaré esta palabra únicamente para ver si usted
hace honor a la suya, y puede estar seguro de que me manten­
dré Hrme. Usted me es odioso por lo mucho que le he permiti­
do, y todavía más porque lo necesito tanto. Pero mientras me
sea necesario, tengo que cuidarlo.
Se puso en pie. Había hablado con irritación. Ultimamen­
te siempre terminaba nuestras conversaciones así, con auténtica
cólera.
-Permítame una pregunta: ¿qué significa mademoiselle
Blanche? -dije con el propósito de no dejarla marchar sin una

explicación.

19
1.-

.:_

-Usted mismo sabe quién es mademoisdle Blanche. Desde


entonces no ha habido nada nuevo. Mademoiselle Blanche se
convertirá, seguramente, en generala. Claro que esto será si se
confirman los rumores de la muerte de la abuela, porque tanto
ella como su madre y su primo tercero, el �arqués, saben muy
bien que estamos arruinados.
-¿Es cosa seria lo del amor del general?
. -Ahora no se trata de eso. Escuche y recuérdelo: tome
estos setecientos florines y vaya a jugar. Gane para mí a la
ruleta todo lo que pueda; tengo necesidad urgente de dinero.
Dicho esto, llamó a N ádenka y se fue al casino, donde se
incorporó a toda nuestra pandilla. Yo torcí por el. primer se�­
dero que encontré a la izquierda, pensando las cosas y hacién�
dome cruces. La orden de ir a jugar a la ruleta me había produ­
cido el efecto de un mazazo en la cabeza. Cosa extraña: tenía un
tetna en que pensar, pero me sumí por completo en el análisis
de mis sentimientos hacia Polin.a. En verdad, me· habían sido
más llevaderas las dos semanas ; de ausencia que, ahora, el día
de mi regreso, aunque por el camino la había echado mu�o de
menos. Parecía un loco y me movía como si tuviera azogue; so­
ñaba con ella a cada momento. Una vez (esto ocurrió en Sui­
za), al quedarllle dormido en el tren, parece que empecé a h;t­
blar en voz alci con Polina, lo que divirtió mucho a todos mis
compañeros de viaje. Ahora me pregunté de nuevo': ¿la amo?
Y tampoco supe contestar; mejor dicho, me contesté de nuevo,
por centésima vez, que la aborrecía: Sí, me era odiosa. ¡ Había
instantes (sobre todo después de nuestras conversaciones) en
que habría dado media vida por estrangularla! Lo juro; si hu­
biera sido posible clavarle ahora mismo en el pecho un afllado
cuchillo, creo que lo habría empuñado de buena gana. Y al mis­
mo tiempo, lo juro también por todo lo sagrado, si en el
Schlangenberg, en el pico de moda, me hubiera dicho: "Tírese
ab aj o , me habría tirado inmediatamente, y hasta lo habría he­
"

cho con placer. Lo sabía. De una manera o de otra, esto de-

20
""""

bía ser qecidido. Ella lo advierte muy bien, y la idea de que yo


comprendo perfecta y. precisamente la distancia que nos separa,
la imposibilidad absoluta de ver realizadas mis fantasías, esta
idea, estoy seguro, le proporciona un placer extraordinario; de
otro modo, con lo discreta e inteligente que es, ¿cómo podría
tener conmigo estas intimidades? Se me figura que hasta ahora
me ha mirado como aquella emperatriz de la ·antigüedad que se
desnudaba delante de su esclavo, pues no .veía en él a una per­
sona. Sí, muchas veces no me ha tomado como persona ...
Ahora bien, me había hecho un ruego: a toda costa, yo de­
bía ganar en la r:uleta. N o tenía tiempo para las reflexiones:
¿para qué necesitaba ganar con tanta prisa?, ¿qué nuevas consi-
; deraciones habían nacido en aquella cabeza, siempre entregada
al cálculo? Durante estas dos semanas, evidentemente, se habían
acumulado una infinidad de hechos nuevos de. los que yo aún
no tenía noticia. Todo esto debía intuirlo, debía penetrar .en
todo, y lo antes posible. Pero ahora me era imposible: teÍúa
que ir a la ruleta.
-- -
.'�::: ...;.:��-�\> :�·:- .,":. t��·: .- .�-�i!::{�;�·:-·- � �
: __
- . .
- -.-:��-� :-��;_�: \'i:· t �;;:-..-:··�:�-- . � :;.1*�..:;,
. <

,'" , .
CAPÍTULO II

. _·Confieso que esto no me gustaba; había decidido jugar, sí.


pero en modo alguno pensaba hacerlo por cuenta de otro.
Esto me desconcertó incluso un tanto, y en las salas 4e juego
entré con un sentimiento desagradabilísimo. A primera vista
me disgustó todo. No puedo sufrir este .espíritu servil de 'las
crónicas de todo d mundo, y muy particularmente de nuestros
periódicos rusos, en los que casi 'todas las semanas se habla de �- '.

dos cosas: primero, de la extraordinaria magnificencia y el lujo


de las salas de juego de las ciudades dd Rin, y segundo, de los
montones de oro que se ven en las mesas. Porque no pagan a
los autores para esto; ellos lo cuentan, simplemente, movidos
' por un desinteresado espíritu de servilismo. En esas miserables
salas no hay magnificencia alguna, y el oro, lejos de amonto­
narse en las mesas, más bien brilla por su ausencia. Cierto, en
contadas ocasiones, a lo largo de la temporada, surge de pronto
l. un tipo raro, un
inglés, un asiático o un turco, como ocurrió
este verano, que pierde o gana grandes cantidades; todos los
demás hacen puestas pequeñas y, por término medio, en la_
mesa hay siempre muy poco dinero. Pasó cierto tiempo antes
de que me decidiese a jugar cuando hube entrado en la sala de
juego por primera vez en mi vida. Además, me molestaban los-
! . empujones de la gente. Si hubiese· estado solo, creo· que me·
1 . habría ido sin 'jugar. Lo confieso, el corazón me palpitaba y

1 babia perdido la serenidad; pero estaba seguro -lo tenía más


que. decidido- de que no iba a irme de RW,etenburg así, siro� :
. •.:;,
. ..

.
' ..

23
' ..
1

._,
�...,.�;;_:::.- · -�'�"'""�-'"'-'"t,"' '-"'!-Jtt:.'� T·E'I" --"'l; -:-·�'1:.,.. .._, ·���
��;�":,�:� ���-:j��t: ,��.�,,�':.· •. · r,J:� ��·., �:: :�
·:·
·y .

, ,

·.plemente-; ·én 'tili. ·destino' tenía que produdrsé algo- radidlli� �t\.: -Y:
t"i · ·.

-� ·:._ · ·- finitivb. Así debía ser y así sería. Por ridícula que p Úe p���j. ,· ··:
;
- esta ídea de esperar tanto de la ruleta, to-davía más ridícul�t �K,���
la opmron vulgar, tan generalizada, de que esperar algo ,de : f;;.��
juego es estúpido y absurdo. ¿Por qué el juego es peor qu��;��
cualquier otro modo de adquirir dinero, que el comercio, P?t;

i S
ejemplo? Es verdad, de cien gana uno; pero ¿qué me inipóq�;i:�{i
a mí?
•·
·

En todo c�so, decidí orientarme al principio y no empet��<";:;


, -�Jtt�
nada serio aquella tarde. Aquella_ tarde, si ocurría algo, �- ��;�
sin quererlo y a la ligera: así lo había decidido. Ademá$.; del>_-{�--': �
aprender las reglas mismas del juego; porque, a pesar de las ��:5�
descripciones de la ruleta que yo había leído siempre con tantaJ'$i
� �
a dez, n? · llegu -� �tender nada en 'absoluto hasta qie_ nq���
·Vl con miS propiOS OJOS.
' '

: .,;·;��;; .

En primer lugar, todo aquello me parecÍa sucio, algo m� -��


. ...

talmente sucio y repulsivo. No me refiero de ningún mod(') -�<:Y�


esas caras ávidas e inquietas que a docenas e incluso _a ccilt��-�H
nar s rodean las mesas de juego. No
� �eo en absoluto nadA'it�!
sucto en el deseo de ganar lo antes poSible y todo lo qu�·�s�r t.{
·- pueda. Siempre me pareció muy estúpida la idea de e��}.�
materialista, un hombre gordo y con el riñón cubierto, qi.r(:'¡?8:'iJ;
¡ . a la justificación de que "las puestas son pequeñas", rep ,f4 �
"Tanto peor, porque así el interés· que despierta es menoi�l�};4.
Como si no fuese lo mismo el interés pequeño que el �� �i:�
Es algo proporcional. Lo que para Rothschild es poco, pá;r,��;�i;
mí es mucho; y, por lo que se refiere a la ganancia, la gentié;:::·=:*;
lo ·mismo en la �eta que en todas partes, lo único que ha«:<��
. -�-��� ··
es quitar a on:os lo que considera su ganancia. Si el afán de eri,/·:·;;·�
riquecerse y de ganar es algo repugnante en genr:ral. esto �(j�:)
otra ·cuestión. Péro aqui no me refiero a eso. Como también yt>:' .f�
estaba entonces poseído en el más alto grado· del deseo .���·��
ganar, todo este interés y toda esta sucia avidez, si lo queFéJs;. : 't\
al entrar en la sala, me resultaron algo cómodo y fanñliár� �· -�i
.
.• . ·.:¡.
.
f
24
• • �
... . !r
. . .

...
.11'
. ' .. irÍejoi' es �do la gente no. se. :inda co� mk.lmi�n�oS y· Sé_Cón� � .
duce abiertamente. Además, ¿para qué engañarse a sí misni.o?;
. ¡Es la ocupación más vaáa e imprevisora! A primera vista,'
l9 particularmente feo en toda esa canalla de la ruleta era el · �: · '�
respeto hacia lo que estaban haciendo, la seriedad y hasta la
devoción con que todos rodeaban las mesas. Por eso aquí se .
marca tan definidamente la diferencia entre el juego mauvais
genre y el que puede permitirse un hombre digno. Hay . dos
juegos: uno de caballeros y otro plebeyo, interesado, el juega �: "'

de la chusma. Aquí se marca muy bien la diferencia, pero ¡qué


infame es esta diferencia en el fondo! El caballero� por ejem-
plo, puede apostar cinco o diez luises, en contadas ocasiones
más, aunque si es muy rico puede hacer pue.stas de mil francos,
pero sólo como un simple juego, como diversión; en realidad, . •,

para seguir el proceso de la ganancia o la ·pérdida; pero la ga-


., •

nancia misma no debe interesarle en absoluto. Si gan�. puede,


-
por ejemplo, soltar la risa, hacer una observación a alguno <le
los que le rodean; puede incluso doblar una y otra ve:z la pues-
ta, pero únicamente por airiosidad, para calcular sus posibili-
dades, y no movido por el plebeyo deseo de ganar. En una
palabra, a todas estas mesas de juego, a la ruleta y al trente et
. quarante, las debe mirar como un entretenirruento que sólo pue­

-1

de proéurarle satisfacciones. El interés y las trampas en que se

·_basa y descansa la banca, no debe sospecharlos siquiera. Estaría


-· �� -
... � ... ;..
muy bien incluso que, por ejemplo, todos los demás jugadores
-toda esta basura que tiembla por un floón--pareciesen otros
: tantos caballeros ricos <:omo él que jugaban únicamente para
distraerse y divertirse. Esta ignorancia completa de la realidad · ·

y esta ingenua visión de la gente serían, sin duda, muy aristo­


cráticas. He sido testigo de cómo muchas mamás empujaban
a sus hijas, ingenuas y· elegantes misses de quince y dieciséis
· . años, y les ponían en la mano Jlllas monedas de oro, enseñán• ·•

. do�as a jug�. La señorita, ganase o perdiese, siempre sonreía ·• ."; � ;�


-contenta y se retiraba la mar de satisfecha. ·

25' ��·>.J�
:·'\%�

. .
. :�3�
J
.. �
� �-��-�
·
�,
· ;...��- ... :
, :� �: .Ñ��it��;-:Á����� ;j����;��; 't.e{ie�lhle,i·.:f'���Rk��¿::}���, �- .--�
·.:_-me:sa·; ·et ·Iacayo;' había corrido·a ac.ercarle liiÍa silh, - p�o;r����-��::c:· : �
s�quiera. -se fijó en aquel hombre; buscó premiosamente el
· �qJS�i&>z�· :
' sacó premiosamente de él trescientos francos en oro, los eóliieo � · {t�
· ·:·• . .
al negro y ganó. N o retiró la ganancia; la dejó sobre la meia:);;)�f
:0� nuevo salió el negro; tampoco esta vez-retiró su' dinero�,y�;;:;\�;
cuando a la tercera salió rojo, perdió de un ·golpe mil do�D',j�< '�

.���
.... ..
., Cientos· fran<:os. Supo contenerse y s� retiró con una sonrls$1.. � ;����:;�
··l., �·J : or!·
. R-st1>y convencido de que unos gatos arañaban su cor�-u jr; ,. �':..',:�:·
· . 1 ·.

de que, si la puesta hubiera sido· el doble o el triple, no hab ,··,·:o·:·_,


· sabidci contenerse y su agitación se habría revelado. Poi.' -�
· demás, ·un francés ganó y luego perdió, en mi presencia, 'P{�Í(�1':':_;;�
.treinta mil francos alegremente y sin dar muestras de la tn�Ql.l.f� ':� .
' ·
- •

eQl<>ciÓn. El auténtico caballero, aunque haya perdido tod:i$�}'f �' '",:


fortun,a, no debe dejar traslucir emoción alguna. El din�.(C:��;'�tr: ·
· .
.algo tan inferior al espíritu caballeresco, que casi rlo meree<!')':�:tt t:''
·pena oeuparse de él. Claro que resulta· muy aris�cr�ticóri�;·���:;J
' ' advertir la suciedad de to�a esta chusma y todo este ambieu��t'f�1�,j
A veces, sin embargo, no es menos aristocrático el pr��� -;·\�·: ·.
¡:.-·.

miento contrario, es decir, advertir, mirar y hasta contemp�;� J} T


aunque sea con el monóculo, a esa canalla; pe�o, eso sí, -�i i:-�,:;·i:i
. . �·
mando todo ese gentío y esa suciedad como una peculiar �:;,:;-. tz
tracción, como si �ese un espectáculo montado para distra<;ci�� � ;: � �i J
;
de caballeros. No tm.porta meterse en esas apreturas, petQ hay¡� ,:fi'
que mirar alrededor con el con_vencimiento absoluto de que ®é¡��f�}
�mero 9bservador y no pertenece de ningún modo a l�.plébe.�·.:J�:�
Aunqae tampoco se debe observar muy atentamente, porq�e�-d�-:-:��q
·espectáculo,· en todo caso, no lo merece. En general, son P�9S·�;p/..{
los espectáculos dignos de que el caballero les preste una aten;:::��{:,\*'
., icul' 1 fi . . .... \ k_¡�.
oon pan ar. En o que a m1 se re ere, persona.Jlllente� m!l��:'t'\
, -1- .
· · ". '
\� . .
p.ared6 . que todo ello era digno de la observaci6n más atenu�t��:�
. sobre .todn por quien no' había entrado a observar � simple :�;H��*
sino que de manera sincera, de buena. fe, se consideraba p�;;{�;t.�
integtant{: de. aquella chusma. En -cuanto a mis íntimas
· eoa�Cf:{�)J
'
• ' :. !.��- ..."�.
.: � -�

·,, 26 .., . <!


� . � ' ·� ..

ciones morales, no es éste el lugar para adentrarse en el�as. Lo


:: · ':,� ¿
digo para tranquilizar mi conciencia. Una cosa observaré·: úl� - . ·. ]
. timamente me resulta terriblemente molesto ajustar mis actos .

e ideas a una medida moral, sea cual fuere. Era otú cosa lo
que me dirigía ... '. t
.-:.

El juego de la chusma, en efecto, es muy sucio. Diré in­


cluso que aquí, ante la mesa, se producen muchos casos de robo ·

corriente y moliente. Los croupiers que, sentados a los extremos


de la mesa, vigilan las posturas y ajustan las cuentas, tienen un . . ·,,

trabajo horrible. ¡Ellos sí que son gentuza! La mayoría son '· : '
franceses. Por lo demás, si estoy aquí, observando y tomando
nota, no es ni mucho menos para describir la ruleta; lo hago
para saber cómo he. de conducirme en el futuro. He observado, -.
.

por ejemplo, que resulta muy corriente el hecho de que una

· _ mano salga de pronto de detrás de la mesa y se lleve lo que


otro ganó. Sobreviene la discusión, a menudo los grito , y s
¡a ver quién demuestra que la postura es suya!, ¡a ver quién •· . ,
encuentra testigos !
En un principio todo esto, para mí, era un auténtico galima­
tías. Me limitaba a intuir y distinguir que las apuestas se hacían'
a pares y nones y a colores. Del dinero de Polina Alexándrov­ • ·}!
'

na decidí aquella tarde arriesgar cien florines. La idea de que


iba a jugar por cuenta ajena me desconcertaba un tanto. La
sensación era muy desagradable y quise liberarme de ella cuan-
-. to antes . Me parecía que, al empezar a jugar para Polina,
·

echaba a perder mi propia suerte. ¿Es que resulta imposible


acercarse a la mesa de juego sin sentirse contagiado acto segui•
do de la superstición? Empecé por sacar cinco federicos, es
. decir, cincuenta florines, y los puse a los pares. La rueda empe-
zó a girar y salió trece: había perdido. Con una sensación do- \

lorosa, únicamente para tqminar con todo aquello y marchar- .• ,

me, aposté otros cinco federic�s al rojo. Salió rojo. Dejé los \ _,;;.

diez federicos y de nuevo salió rojo. Lo volví a jugar todo y ·. _<;,.,


salió rojo una vez más. Después de recibir Cuarenta federicos. /'· . ):. ·��
tj
i · ·· ·
. 27
••
· .
· - � ¿t��i.�
·
�{¡'fd���:��J�-cijr�' te���/����li&. ����%sill-
. taría h ello. Me pagaron' el triple.. De est� ni<ildo, l$}a1�· .
·

federicos se habían convertido en ochenta. Se me hizo todo 'ta& . .·

·intolerable, eiperim.�ntaba una sensación tan. extraña, <fUC d���;':


'
..
·.

.
cidí marcharme. Me parecía que si hubiese jugado- por it,li_::�:.::::� ;,
·

ruenta lo habría· hecho de manera totalmente distinta. No dtis�_;�·: ·."

·tañte� puse los ochenta federicos otra va a lps pares. Salió .ef:;?
�·:,
cuatro. Me entregaron otros ochenta federicos y, cogiendo �·F . ·: ·

·
, total· de los ciento sesenta, me dirigí a buscar a Polina ��,i��: : :, · ·
•.

:xándrovna. :�:· · •

' . . Estaban todos en el parque y no pude verla hasta la ho�(


_de la cena. Esta va el francés no se hallaba presente y el g��.;?;¡: .;
ral pudo explayarse: consideró necesario, entre otras cas�;, �,!
repetirme que no desearía verme ante la mesa de juego. En su;::t·';·
:o¡}inión, le comprometería mucho si yo .llegaba a perder �\!� ..
masiado. -;-!.
� .
. -Y, aun en el caso de que usted ganase mucho! tam.bi�nf<� ..,
. :. :
entonces me vería comprometido -añadió significativamente";"'-/. :: >. . {
!.t. . .

'
. Oaro que no tengo derecho a señalarle cómo debe compot;·�: �
tarse, pero e<>nvendrá...
. > ·· ·

No terminó la frase, como tenía por costumbre. Yole te;.;f


pliqué secamente que disponía de muy poco dinero y que, p�::ik _;
tanto,, no podría perder mucho aunque me diese por jugar. �r.:>·{
subir a mi habitación pude entrega r a Polina sus ganancias-·yJ���;. �:/ ·
decirle que no volvería a jugar para ella. ·,;cs..:_;; :..: ·

1 •• --¿Por qué? -preguntó, inquieta.


-Porque quiero jugar por mi cuenta- cpntesté, mirándo-la: :··

con asombro-, y eso es un obstáculo . .


�¿Sigue, p\les, convc:;ncido de que la i:uleta es su úillca. sa- · ' ·
·

lida, su salvaCión?- preguntó ella, en tono de bUrla. ·��.;


.. ·

Le repetí muy serio que sí. En lo que s� refería a mi segU:... , :, ,;�


ridad de que ganaría infaliblemente, podía parecerle ridic�::[�.. ::¡; ·.

�-. estaba de acuerdo, pero le pedí que me dejase en paz. ·;]·;·��; �


Polina Alexándrovna insistió en que debíamos rey.¡:- bs ;�,. :¡
,..

..
ganancias a medias y quiso darme ochenta federicos: propo­
niéndome seguir en adelante el juego en las mismas condicio­
nes. Yo me negué rotundamente a aceptar la mitad y dije que
no podía jugar por cuenta ajena, no. porque no lo desease, sino
porque estaba seguro de que perdería.
-Sin embargo, por estúpido que parezca, yo misma confío ·
.
. �· �

casi exclusivamente en la ruleta -dijo pensativa-. Por eso es '


:

· preciso que siga jugando a medias conmigo, y se comprende


que lo hará -y, dicho esto, se retiró· sin prestar oído a mis ul­
teriores objeciones.

.1.

• ::� • .: .1!¡

t• ...
·"'

..;¡;

f
�'
1.

1
.....··t

·-
CAPÍTULO 111

A pesar de ello, ayer no volvió a hablar conmigo ni una


sola palabra del juego. En general, evitó hablarme. Su modo de
conducirse conmigo no había cambiado. Era la misma negli­
gencia absoluta al encontrarnos, y en sus modales había incluso
algo despectivo y hostil. Habitualmente, no desea ocultar la
repugnancia que le inspiro; lo veo. Pero, aun siendo así no tra­
ta de ocultar que le soy necesario y que éuenta conmigo para
algo. Entre nosotros se han establecido unas relaciones un
tanto extrañas, que eil ·muchos aspectos me resultan incom­
prensibles si tomo en consideración su orgullo y la altivez que
muestra con todos. Sabe, por ejemplo, que la amo con locura.
Me permite hablar de mi pasión, y se comprende. que de nin­
gún otro modo ha expresado mejor el desprecio que siente por·
mí, que con este permiso para hablarle libremente, sin obstácu­
lo alguno, de mi amor. Parece decir: "Esto significa lo poco
que tus sentimientos representan para mí. Me es absolutamente
indiferente lo que tú puedas decirme y lo que sientas hacia mi
persona." De sus propios asuntos, también hablaba antes mucho
conmigo, pero nunca fue del todo franca Más aún, en su des­
. .

precip hacia mí había, por ejemplo, ciertos refinamientos: sabe,


supongamos, que conozco una circunstancia de su vida o algo
que la inquieta profundamente; ella misma me habla de esas
circunstancias si necesita utilizarme para sÍls propios fines, pues
soy para ella algo así como un esclavo o el chico que le hace
los recados; pero siempre me cuenta lo justo que debe saber
"3
1
.� .
�����,�-�)��.P!J;·�?·. ·���r�-:t
f �'.: . U ·�¡ que ha de haeer el recad<Y, y si t�,o conozco ia: �
..,.. · 'é
�:. ; >cl6Ja completa . de .. los acontecimientos, atinque ella mism� vea

.
. :!.. . romo. sufro- y me inquieto con sus sufrimientos e inquietudes, ·�

-.._ . >janlás se digna tranquilizar�e por completo con su sinceri<!-ad


ainistosa, aunque, al recurrir a mí a menudo para comisiones
.nó s6lo complicadas, sino hasta peligrosas, estaba obligada, a . :
mi juicio, a ser sincera conmigo. Pero ¿merece la pena ocupar-
. se de mis sentimientos, de. que yo también me inquiete y acaso
sus propios contratiempos y preocupaciones me preocupen y
.. atormenten tres veces más que a ella misma?
. Desde hacía tres semanas conocía sus intenciones de jugar
a la ruleta. Me había prevenido incluso que debería jugar por
su: cuenta, porque no creía decoroso hacerlo ella misma. Por d
1 •

tono- de sus palabras comprendí entonces que la dominaba uria


grave preocupación y que· no sé trataba del simple deseo. de __

ganar dinero. ¡Qué es para ella el dinero en sí! Aquí hay un


propósito, ciertas circunstancias que yo puedo intuir, pero que
de momento desconozco. Se comprende que la humillación y
esclavitud en que ella me mantiene podrían proporcionarme la
oporttJnidad (y muy a-menudo me la proporcionan) de pregun_­
�le grosera y abiertamente. Como para elli soy un esclavo y
ÍW sigrtifico nada en· absoluto, mi grosera curiosidad no puede
ofenderla. Pero; aunque me permite preguntar, no contesta a
:las· preguntas. En ocasiones ni siquiera repara en ellas. ·¡Así
· ·

es como estamos!
Ajer se habló mucho entre nosotros de un telegrama expe­
<lido ·hace ya cuatro días a San Petersburgo y del que no ha
habido respuesta. El general se muestra visiblemente preocupa­
.
do y pensativo. Se trata, claro está, de la abuela. También al
francés se le ve preocupado. Ayer, por ejemplo; mantuvieron
después de la comida una larga y seria conversación.· El tono ·

. del francés con todos nosotros es extraordinariamente altanero


y· despectivo. Es lo del dicho: "Lo sientas a la mesa y porie
_los pies sobre ella.�' En su desprecio� hasta con Polina llega a
f . . 32
..,

la. groserí�. Por lo demás, toma parte, satisfecho, en los. paseO's


por el parque del casino o en las cabalgatas y excursiones a �
'

afueras de la ciudad. Conozco hace bastante tiempo ciertas


circunstancias que unen al francés y al general: en Rusia pro­
yectaron construir una fábrica; no sé si la idea se vino abajo o

siguen con ella. Conozro además; por· pura casualidad, parte de


un secreto familiar: el francés, en efecto, sacó al general de apu­
ros el año pasado y le entregó treinta mil rublos para comple­
tar la suma que faltaba en la caja al hacer entrega de sus fun-
ciones. Y se comprende .que tiene al general atenazado; pero
ahora, lo que se dice ahora, d. papel principal en todo ello co­

rresponde a mademoiselle Blanche, y estoy seguro de que no


me equivoco.
¿Quién es mademoiselle Blanche? Entre nosotros se asegu­
ra que es una francesa distinguida que tiene madre y una in-
mensa fortuna. Se sabe también que es pariente de 'nuestro · � .,-,;�
marqués, pero muy lejana, algo así como prima en tercer grado.
Dicen que hasta mi viaje a París el francés y mademoiselle
. ·· . ,, �

Blanche se trataban con mucho más cumplido, eran más finos


y delicados entre sí; ahora, en cambio, su amistad y parentesco
parecen resaltar más, como si sus relaciones fueran más eStre-
chas. Puede �currir que nuestros asuntos los vean tan mal,
que no consi_deren necesario andar con cumplidos y disimtdos. ' .

Anteayer, por ejemplo, advertí cómo míster Astley miraba a


:.;:
mademoiselle Blanche y a su madre. Me pareció que ya las

conoóa. Me pareció, asimismo, que también nuestro francés


se había encontrado antes con míster Astley. Por lo démás,
este último es tan tímido, vergonzoso y callado, _que casi se
puede confiar en él: no sacará a relucir los trapos sucios. Al
menos, el francés apenas lo saluda y casi no le mira; quiere
,· t.

decirse que no le tiene miedo. Esto todavía se comprende; .


pero ¿por qué mademoiselle Blanche tampoco le mira casi et1 . •· : �·.i�l
�%!
· ·

absoluto? Tanto más que ayer el marqués se fue de la lengua:. ;·


q\lé <;·�j.�'1
·

dije de pronto, en plena conversación, no recuerdo con

. 33 :-:-�'�
¡'
...... .
:-.'{<� -��-
¡ motivo;· .
.
.·· �es�:·�r.�t-�q��> . ;;J�: :�\�t�·I1��' j":,. :�����¡:i . ,;.-:<-.
llisrmo y ·qt!i:e: •a,·�l', Íe· c<;>);rga':;.;r� · �.-:.
·

.
. . , . ..
· ·.
· · · ·

�: • ,i G6mó : mir6· ent�ncés mademoiselle Blanche a nústér .A$tfey1Y'[�fj


La cosa es ·que el general se halla inquieto. ¡Se comprende lo·. -,g�
·
que para él puede significar ahora el telegrama anunciando la ';�1>� ·
. muerte de la tía ! � �!i�
'C(ii,�L ���
· ·

Aunque creo seguro que Polina evit� hablar conmigo


-· ·
toda intención, también yo he ·adoptado un aire frío e in.dife- : ?...;¡
rente, pero no cesaba de pensar que acabaría por acercarse.� ·,.·;tt
·�
BU. Por el contrario, ayer y hoy. he prestado mi atención. pre:</;!ii
ferentemente, a mademoiselle Blanche. ¡Pobre general !? ¡ �;��
definitivamente perdido! Enamorarse a los cincuenta y cin.có �-��:<

·; .años y tan apasionadamente es, sin duda, una desgracia. Aña¡-, � Í��
arrt.tj.. ;�-1:2�
·
.

..··_ ..di.d a ello la viudez, los hijos, la hacienda completamente


' ) . >ll:íida, las deudas y, en fm, la clase de mujer de la que se hli :��
!,f.�: -�
· .

.
·
::_ ' . enamorado. Mademoiselle Blanche es hermosa, pero no sé
.

1 \ .. - . se me comprenderá si digo que su cara es de las que pu� i �"41


.. Jn�pirar miedo. Por lo menos, yo siempre he temido a esa clase .
� ·�
de mujeres. Tendrá, seguramente, veinticinco años. És alta, �·�
ancha de espaldas y de hombros redondos; su cuello y sus '� �
��-�- �;r}\�
·

,.pechos. son espléndidos; la tez es de wi color moreno


·liento; el pelo, negro como la tinta china y muy abund�te:, ; '' �iJ ·

�mo para dar trabajo a dos ¡>einadoras. Pupilas negras sobtf · '

nn fondo amarillento, el mirar descarado, los dientes blanq\IÍ·


•, -.
·símos y los labios siempre pintados'; y' huele a almizcle. sus:}:
vestidos son llamativos, lujosos, pero de mucho gusto. Pies y{.��
. lnanos maravillosos. Su voz es ronca, de contralto. A ·veces <
:;_ .. ríe a carcajadas y �uestra todos sus dientes, pero de ordina(io �, ·..
· • .
·

. ,, . mira en silen cio y con descaro: por lo menos en presencia de : ·


.

Polina y de Maóa F..ilíppovna. (Extraño rumor: María Fi�·.


·

líppovna se va a Rusia:). Me parece que mademoiselle Blanche,


aunque carece por completo de instrucción y ni siquiera es m- ·
:tdigente, es súspicaz y astuta. Me da la impresión de .que en -��­
su Vida no han faltado las aventuras. Para decirlo todo. es po- M ·

s-. · . '
sible que el marqués no sea pariente de ella; ni que su tnacft-e,:·
·

�":- �.¡;;,.:· �
34
sea su madre. Pero hay nrl"ormes de que en Berlín, donde �os
juntamos con ellas, la madre y la hija poseían algunas amis- · ·

tades entre la buena sociedad. En cuanto al marqués, aunque··. _,

hasta ahora pongo en duda que sea tal marqués, lo cierto es que
pertenece a la buena sociedad, como nosotros, por ejemplo, en .... ·

Moscú, y también en algún lugar de Alemania. No sé qué será


en Francia. Dicen que posee un chateau. Pensaba que durante
estas dos semanas habría . corrido mucha agua, pero no. sé de
fijo si entre mademoiselle Blanche y el general ha habido algo
definitivo. La verdad es que todo depende ahora de nuestra
situación, es decir, de si el general puede mostrarle tener dine-
ro. Si, por ejemplo, llegase la noticia de que la abuela no había
muerto, estoy seguro de que mademoiselle Blanche desaparece-
ría al instante. A mí mismo me resulta asombroso y ridículo lo
chismoso que me he vuelto. ¡Qué repugnante me resulta todo
esto! ¡Con qué placer los dejaría a todos y todo! Pero ¿es que
puedo separarme de Polina, es que puedo dejar de espiar en _

tomo de ella? El espionaje es sin duda algo infame, pero ¿qué·


importa?
·

me

También míster Astley me resultó ayer y hoy curioso. ¡Sí, •··

tengo el convencimiento de que está enamorado ·de Polina!


R:esulta curioso y ridíCulo lo mucho que a veces puede expresar
la mirada de un hombre vergonzoso, ·morbosamente púdico,
tocado por el amor, precisamente cuando este' hombre preferi­
ría que la tierra se abriera bajo sus pies antes de decir nada o
de darlo a entender con la palabra o· con los ojos. Míster ASt­
ley se encuentra muy a menudo con nosotros durante los pa- .
seos. Se quita el sombrero y sigue de largo, muriéndose del
deseo, como se comprende, de unirse a nosotros. Pero, si le
invitan, renuncia. En los lugares de recreo, en el <:asino, en los
conciertos de la banda o junto a la fuente, siempre procura co­
locarse cerca de nuestro banco, y dondequiera que nos en-

. contremos -en 'el parque, en el bosque, en el Schlangenberg­


basta mirar alrededor, y en cualquier sitio, en el sendero pró-

35 . �:

l ... :��·
. .. -.:
.�
__ �;�sF����:i!r-t�:!��d�ill�m��L�-·,���:.
. :- -. servadamente. Esta mañana nos hemos tropezado y heni§S;;:.,
'
:cambiado dos palabras. A veces habla muy fragmentariammtct -:� :�<�:
:1'. :_ Sin haberme dado siqwera los· buenos días, ha empezado
.
di- ·:;�-�
··�. clendo: ,:h;�
-¡Ah, mademoiselle Blanche ! . . . ¡ He visto muchas liUlje-· � .'�if
..,. ..
res coino ella' como mademoiselle Blanche! . : :.�,. ··:
.
Se quedó callado, mirándome expresivamente. No sé io
.
c:iut_::��>-it
'luerría decir con esto, porque a mi pregunta de qué significaba:+�E.�:
. meneó la cabeza con una sonrisa astuta y añadió: . i
_,,C:?,;
- Lo he dicho por decir. ¿Le gustan mucho las flores a. ·:���;f:
señorita Polina?
-N_o 1o se,
, no tengo 1"dea -respond'1.
.
.'
. ���
.,.-"' "':·��
··:�t;:
\;
.. -¿Cómo? ¿Que no lo sabe? -exclamó asombradísitno. · ... ���;
-No. lo sé, no me hé dado cuenta -repetí, riendo.
... ·� i" . -Hum, esto me sugiere una idea.
¡· ...
·
. .

Acto seguido me hizo una inclinación de cabeza y si�'


adelante. Por lo. demás, parecía satisfecho. Nos entende�s
[ ..
francés detestable.
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CAPÍTULO IV
,.

Hoy ha sido un día ridículo, indecoroso, estúpi4o. Ahora,


son las once de la noche. Estoy en mi cuchitril y recuerdo.
Para empezar, por la mañana, a· pesar d� todo, tuve que ir a la
ruleta para jugar por cuenta de Polina Alexándrovna. Tomé sus
- � ,·

ciento sesenta federicos, pero con dos condiciones: primera, que


.qo quería jugar a medias, es decir, que si ganaba, no aceptaría
nada .para mí; y segunda, que por la tarde ella me explicaría
por qué le era tan necesario ganar y cuánto dinero necesitaba. ,.. •

A pesar de todo, no podía i maginarme que se tratase simple­


mente del dinero en sí. El dinero lo necesitaba, evidentemente,
para algo. Ella prometió darme explicaciones y yo me dirigí a
cumplir su deseo. En lás salas de juego había unas apreturas
·,·,

horribles. ¡ Qué insolentes y qué ávidos son todos! Me abrí


paso hacia el centro y me coloqué al lado mismo del croupier;
luego empecé a probar tímidamente, apostando dos o tres mo­
nedas. Mientras tanto, observaba y tomaba nota; me pareció .
que el cálculo, propiamente significaba muy poco y no tiene en
modo alguno la importancia que muchos jugadores le atribu- . ,,
yen. Estos tienen ante sí unos papeles cuadriculados, observan
las jugadas, cuentan, deducen las posibilidades, calculan y; por
último, apuestan y pierden exactamente igual que nosotros, los
simples mortales que jugamos sin calcular nada. En cambio,
saqué una conclusión que parece ser justa: efectivamente, a lo
largo de las suertes fortuitas, si no un sistema, hay, al menos,_ . ·,­

cierto orden, lo que sin duda r.esulta, naturalmente, muy extra-1.


-
· ' ,

37 . .

.,
.
.
. . .
• - . . f¡····· • . ,.
.
,. • •

iio·; Por �jeinp1o; .suele ·Ócúrrir qtie despiÍ:és· deltis.,·d'6ce>nfun:'<ll'os .


.
·

":
,
,... • . _ .

' _. ;� ·:éentrales salen los doQ: últimos; dos veces, supongamos, salen.
.>" estós últimos /Y-. luego se pasa a los doce primeros. De los doce
. primeros se paSa. de nuC!vo_ a los doce del centro; salen éstos
· .

tres veces seguidas, cuatro, y de nuevo se pasa a los doce úl-


. timos, de los que, también después de dos veces, se pasa a los
primeros; la bola cae una vez en éstos y de nuevo pasa· por
otras tres veces a los medios, siguiendo así durante hora y media
o dos horas. Resulta muy divertido. Alguna tarde o alguna ma­
ñana ocurre, por ejemplo, que el rojo y el negro se suceden
casi sin orden alguno a cada momento, de tal modo que no �e
da más de dos o tres ·veces seguidas l,l1l éolor u otro. Pero a la
maiian� o a ·la tarde siguiente· le da por salir al rojo solamente,
·

-�ca.D.zando, por ejemplo, hasta: más de -veintidós veces seguidas,


y así sigue durante cierto tiempo, pongamos durante toda una
mañana. Míster Astley, que estuvo toda la mañana ante las
mesas de juego, pero sin hacer una sola postura, me ha expli­
cado muchas cosas de todo esto. En lo que a mí se refiere, no
.. t�dé mucho en perderlo todo. De buenas a primeras, aposté
veinte federicos a los pares y ·gané, volví a apostar otros cinco
y de nuevo gané, y así otras dos o tres veces más. Creo que
··

junté unos Cuatrocientos federicos en cosa de cinco minutos.


lfnbiera debido retirarme entonces, pero sentí en mí. una sen­
sación extraña, como un deseo de desafiar al destino, de darle
una bofetada, .de sacarle la lengua. Hice la postura más alta
'J.tle se permite, de cuatro mil florines, y perdí. Luego, enarde­
cido, saqué cuanto me quedaba, repetí la jugada y perdí de
nuevo, después de lo cual me retiré de la mesa como aturdido.
No comprendía siquiera lo que me había sucedido y sólo hablé'
de la pérdida a Polina Alexándrovna a Ja hora de la comida.
Hasta entonces no cesé de dar vueltas por el parque.
·Durante la comida me sentí en aquel estado de exaltación
que me había dominado tres días antes. El francés y mademoi­
_selle Blanche estabán otra vez con nosotros. Resultó que ella
38 .. ;

' ,.
. .
había estado por la mañana en las salas de juego y había sido
testigo de mis proezas. Esta vez se mostró más atenta conmigo.
El francés fue directamente al fondo del asunto y me preguntó
si el dinero que había perdido era mío. Me parece que sospecha
de Polina; en una palabra, que aquí hay algo. Yo mentí y dije
que era mío.
El general se mostró extrañadísimo: ¿de dónde había sa­
cado yo tanto dinero? Le expliqué que había empezado con
diez federicos, que seis o siete golpes seguidos, al doble, me
habían significado cinco o seis mil florines, y que luego lo ha­
bía perdido todo en dos jugadas.
Todo esto, claro, ofrecía grandes visos de verosimilitud.
Mientras lo explicaba, miré a Polina, pero sin que pudiera
leer nada en su rostro. Sin embargo, me dejó mentir, no me
rectificó; de ahí deduje que debía mentir y ocultar que jugaba
·por su cuenta. En todo caso, pensé para mis adentros, ella me
debe una explicación: antes prometió que me revelaría algo.
Yo pensaba que el general me iba a hacer alguna observa•
ción, pero no dijo nada;en su rostro advertí, en cambio, seña­

les de agitación e inquietud. Acaso en la difícil situación en


que se encuentra le resultase duro escuchar que un estúpido
como yo, tan imprevisor, en d transcurso de un cuarto de hora
hubiera reunido tan respetable montón de oro y lo hubiese
dejado escapar.
Sospecho que ayer por la tarde tuvo con el francés una dis­
cusión violenta. Estuvieron hablando durante largo rato, aca­
loradamente, a puerta cerrada. El francés salió como irritado;
esta mañana, temprano, acudió de nuevo a la habitación del
general, probablemente para reanudar la conversación de la
víspera.
Al enterarse de lo de mi pérdida, el francés, mordaz y
hasta rencorosamente, hizo notar que se debía ser más juicioso.
No sé para qué añadió que, aunque los rusos juegan mucho, en
su opinión no sirven para el juego.
··;..·

.. - �·· ..
·4'· .

· �Pues a mi entender la ruleta sólo sé ha hecho para los


rusos -dije, y cuando el francés sonrió despectivamente al oír
mi comentario, le hice observar que� naturalmente, la razón
estaba de nú parte, ya que al hablar de los rusos como jugado­
res los censuraba mucho más que los alababa, por lo que se me
podía creer. .
-¿En qué funda su opinión? -preguntó el francés.
-En el hecho de que en el catecismo de las virtudes y mé-
ritos del hombre civilizado de Occidente ha entrado histórica­
mente, y casi como su punto principal, la capacidad de adqui­
rir bienes. El ruso, en cambio, no sólo es incapaz de adquirir­
los, sino que los derrocha sin cálculo alguno y de una manera
estúpida. No obstante, nosotros, los rusos, también necesitamos
el dinero -añadí....:, y por consiguiente mostramos gran afición
. a recursos como la ruleta, por ejemplo, que permiten eni'ique­
cerse de pronto, en dos horas, �in necesidad de trabajar en ab­
soluto. Esto nos seduce mucho, pero como jugamos a lo que
salga, sin tomarnos ningún trabajo, perdemos.
-Esto, hasta cierto punto, es verdad -asintió
. satisfecho el
francés.
-No; no es verdad, y'a usted debería darle vergüenza ha­
blar �sí de su patria �bservó el general en un tono severo e
imponente.
-;-Perdóneme -le repliqué-. Todavía no se sabe qué es
peor: la perversión rusa o el modo alemán de acumular dinero
mediante un trabajo honrado.
-¡Qué idea más escandalosa!exclamó el general.
-

-¡ Qué idea más rusa! -exclamó el francés.


Yo me eché a reír. Sentía unos deseos terribles de enzar­
zarlos.
-Yo preferiría -dije- pasarme toda la vida en una tienda de
kirguizes nómadas antes que adorar al ídolo alemán.
-¿A qué ídolo? -preguntó el general, que ya empezaba a
amoscarse en seno.

40

··•·•··· .•
-Al modo alemán de acumular riquezas. No llevo aquí
mucho tiempo, pero lo que he podido advertir y comprobar
subleva mi sangre tártara. ¡ La verdad, no quiero esas virtudes!
Ayer tuve tiempo de recorrer unas diez verstas por los alrede­
dores. Bueno, resulta exactamente lo mismo que en los instruc­
tivos libritos alemanes con ilustraciones: en cada casa tienen
·su Vater ( 1 ). terriblemente virtuoso y extraordinariamente hon­
rado. Tan honrado es, que da miedo acercarse a él. No puedo
aguantar a las personas honradas a las que da miedo acercarse.
Cada Vater de estos tiene su familia, y por la noche todos ellos
leen en voz alta libros instructivos. Sobre la casa rumorean los
olmos y los castaños. El sol que se pone, la cigüeña en el te­
jado, todo esto resulta extraordinariamente poético y conmo­
vedor ...
"Si no le molesta, general·-proseguí-, me permitiré referir
algo más conmovedor todavía. Recuerdo que mi difunto padre,
también bajo los tilos, delante de la casa, nos leía todas las tar­
des, a mi madre y a mí, libros de ese género... Puedo, "pues,
juzgar bien de todo esto. Bueno, aquí todas las familias se en­
cuentran bajo la esclavitud y la sumisión más completa al Va­
ter. Todos trabajan como bueyes y acumulan dinero como ju­
díos. El Vater, supongamos, há reunido ya tantos florines y
espera ceder al primogénito su taller o su parcela de tierra. A
este objeto, no dan a la hija dote alguna, y ésta se queda para
vestir imágenes. Con idénticas miras venden al hijo menor
como criado o como soldado, y este dinero lo incorporan al
capital familiar. Se hace así, pueden creerme; he procurado
.
informarme . Y todo esto lo hacen movidos por la honradez,
por un extremado espíritu de honradez, hasta el punto que el
hijo menor, que fue vendido, está convencido de que lo ven­
dieron movidos por la honradez; y esto es el ideal: la propia
víctima se alegra de que la ofrezcan en holocausto. ¿Qué pasa

(1) En alemán, "padre''. (N. del E.)


i
1 41

1
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después? Que tampoco al primogénito le van mejor las cosas:
hay allí cierta Amalchen a la que su corazón se siente unido,
pero no puede casarse, porque no ha ahorrado tantos florines
como para hacerlo. También esperan digna y sinceramente y
aceptan el holocausto con la sonrisa en los lab �
Amalche-? se
_
ha quedado demacrada y flaca. Fmalmente, al cabo de vemte
años, los bienes se han multiplicado: disponen de los florines
honrada y virtuosamente reunidos. El V ater da su bendición
al primogénito, de cuarenta años, y a Amalchen, de treinta y
cinco, que tiene ya los pechos fláccidos y la nariz colorada ...
Llora, les da sus consejos y muere. El primogénito se transfor­
ma, . a su vez, en virtuoso V ater, y la lústoria vuelve a repe­
tirse. A los cincuenta o sesenta años, el nieto del primer Vater
dispone ya, en efecto, de un capital considerable, que él trans­
mite a su hijo, y éste al suyo, y este otro al suyo, con lo que al
cabo de cinco o seis generaciones nos encontramos con el barón
Rothschild o con Goppe y Cía., lo que sea. ¿No resulta un es­
pectáculo grandioso? ¡Un trabajo continuado de cien o dos­
cientos años, paciencia, inteligencia, honradez, carácter, firme­
za, cálculo, la cigüeña en el tejado! ¿Qué más quieren? Porque
no hay nada superior a esto, y desde este punto de vista empie­
zan a juzgar al mundo entero y a castigar a los culpables, es
decir, a quienes se diferencian un ápice de ellos. Y aquí está el
asunto: .yo prefiero alborotar al estilo ruso o enriquecerme en la
ruleta. No quiero ser Goppe y Cía. dentro de cinco generacio­
nes. El dinero lo necesito para mí mismo y no me considero
como un apéndice obligado del capital. Sé que he dicho muchas
barbaridades, pero no me importa. Tales son mis convicciones.
-N o sé si tiene razón en lo que ha dicho -observó pensa­
tivo el general-, pero de lo que estoy seguro es de que� en
cuanto se le da pie para ello, empieza a despotricar intolerable­
mente ...
Fiel a su costumbre, no acabó la frase. Cuando nuestro ge­
neral empezaba a hablar de cualquier cosa que se apartase un

42
poco del nivel de una conversación corriente, nwica terminaba .·

la frase. El francés había escuchado desdeñosamente, mirando


con los ojos muy abiertos y sin compr ender nada de lo que yo
había dicho. La mirada de Polina era de cierta altiva mdife­
rencia. Parecía como si no hubiese oído nada ni de lo que dije
ni de cuanto se había hablado en torno a la mesa.

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·...
CAPÍTULO V

,
.,

Estaba extraordinariamente sumida en sus pensamientos,


pero en cuanto nos levantamos de la mesa me mandó que la
acompañase al paseo. Tomamos los niños y nos dirigimos a la
fuente del parque.
Como yo estaba muy excitado, le solté de pronto una pre­
gunta estúpida y grosera: ¿por qué nuestro marqués De Grillet,
el francés, no la acompañaba ahora cuando ella salía a algún_
sitio y, al contrario, se pasaba sin dirigirle. la palabra días ente-
·

ros?
·

-Porque es un misc:rable -me contestó extrañamente. Nun­


ca le había oído hablar así de De Grillet y no hice ningún
comentario, temeroso de comprender esta irritación.
-:-¿Se ha dado cuenta de que hoy parecía andar a la greña
con el general?
· ·

-Lo que usted quiere saber es el motivo -:-replicó ella, seca·


e. irritada-. Ya sabe que tiene hipotecada toda la hacienda ád
general. Si la abuela no se muere, el francés pasará inmediata-.
mente a hacerse cargo de todo.
-¿Es cierto que lo ha hipotecado todo? Lo he oído, pero ·

no sabía que la hipoteca fuese por el val:or total de·Ia hacienda.


-Claro que sí. · .

-Pues, entonces,. adiós mademoiselle Blanche -observé-.


¡Entonces no será generala! ¿Sabe una cosa? Se me figura que
el general se ha enamoradp hasta tal punto, que acaso se pegue
un tiro si mademoiselle Blanche lo deja. A sus años resulta- pe­
ligroso enamorarse de esa manera.

45'
r�,f�:�t���r�t�!��� :: �:�i����;�
· ·� · pensativa, p.olina Alexándrovna.
q
.

...:..¡.Resultá magnífico! -exclamé-. Es imposible demostrar


_
··:

. -.� �manera más burda que únicamente 'd dinero la ha movido


�:; � .t<:eptark Ni siquiera se guardan las apariencias. ¡Es maravi­
, lioso! ¿Y lo de enviar telegrama tras telegrama preguntando si
··-e$- verdad que h!l muerto la abuela? ¿Puede haber algo más
<:omico y sucio? ¿Qué me dice usted, Polina Alexánd�ovna?
-Es una estupidez -dijo ella, in�errumpiéndome con repug­
.ruutcia-. Lo que sí me asombra es que se muestre usted tan jo­
.
: . viaL ¿Cuál es ·el motivo de su contento? ¿Haber perdido �
dinero?
:-¿Por qué me lo dio para que lo perdiera? Ya ,le dije que
·

. no podía jugar por cuenta de otro, y tanto menos por cuenta


:>de usted. Yo obedezco sea como sea lo que me mande, pero el
resultado no depende de mi. Y a le advertí que no resultaría
tii-da. D.ígame: ¿la contraría muCho haber perdido tanto di­
�ero? ¿Para qué lo necesita?
· ·

-¿A qué vienen estas preguntas?


-Usted misma· prometió explicármelo ... Escuche: estoy
· qompletamente convencido de que, cuando empiece a jugar por
·•pri cuenta (tengo doce federicos), ganaré. Entonces podrá dis­
. �··:· poner de todo cuanto necesite.
,
Ella .hizo un mohín despectivo.
-N o tome a mal mi oferta -:-proseguí-. Estoy tan conven­
. cido de que soy. un cero a la izquierda ante usted, es decir, ante
sus ojos, que puede aceptar de mi hasta dinero. Un regalo mío
.JlO puede ofenderla. Tanto más porque he perdido lo suyo.
Me lanzó una rápida mirada y, al advertir mi tono irritado
·y sat;cástico, cambió de· nuevo de conversac�ón:
-A usted no le interesan en absoluto mis circú.nstaricias. Si
. .. ·

lo quiere saber, estoy sencillamente entrampada. Pedi un prés­


·

'tamo y querría devolverlo. Se me ·ha ocurrido la insensata y


extraña idea de que voy a ganar infaliblemente aquí, en la mesa ·

46: ..
. . ·�

� =-· .
:t. . �.

p ,.,
de juego. No sé por. qué se m� ocumo semejante idea, pero ·

estaba convencida. ¡Quién sabe!, acaso creía así porque rio me :·•.

·
quedaba otra salida.
-0 porque tenía demasiada necesidad de ganar. Es exacta­
mente lo mismo que quien se agarra a una paja cuando está ,a
punto de ahogarse. Convendrá usted misma en que, si no se ' e

estuviera ahogando, no confundiría la paja con un tronco de


árbol.
Polina me miró con asombro.
-¿Es que usted mismo no abriga idénticas esperanzas?
-preguntó-. Hace dos semanas me habló en una ocasión, largo . .

y tendido, de que estaba completamente seguro de ganar aquí


a la ruleta, y trataba de persuadirme de que no debía tenerle
por loco; ¿o es que entonces bromeaba? Pero recuérdo que es�
taba usted tan serio que resultaba imposible tomarlo a broma.
-Es cierto -contesté, pensativo-. Sigo estando comple- ·

tamente seguro de que ganaré. Incluso le confieso que sus


palabras me han llevado ahora a preguntarme por qué mi pér­
dida de hoy, tan estúpida y escandalosa, no me· ha hecho v:a·
cilar en absoluto. Porque estoy completamente convencido de
que, en cuanto empiece a jugar por mi cuenta, ganaré de se­
guro.
-¿Por qué está tan convencido?
-Si quiere que le diga la verdad, no lo sé. Lo único que sé
es que necesito ganar, que ésta es también mi única salida. Aca­
so por eso se me figura que debo ganar forzosamente.
-0 sea que también usted tiene muchísima necesidad, dado
que está tan fanáticamente cqnvencido.
-Apuesto a que usted pone en duda que yo me encuentre en
situación de sentir ima gran n�cesidad.
-Me da lo mismo -dijo Polina en tono suave e indiferen­
te-. Si quiere saberlo, sí pongo en duda que le atormente algo
serio. Usted puede sufrir, pero no seriamente. Es un hombre
desordenado y cuyo carácter no se ha acabado de formar'.

47

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.
�. .

r ·. . ¿P:i�a- qué necesita el dinero ? E.n todas.las razones que ehtofi"


. .
.-·:..:;�
. -m.·- eXpuso, no encontré nada serio. ·.
:...A propósito -la interrumpí-: dice usted qu e necesita
· ·· ··

pagar nna deuda. ¡Una buena deuda! ¿Será al francés?


-¿Qu� pregunta es ésa? Hoy se muestra particularmente
·

·; · brusco. ¿Está borracho?


-Ya sabe que siempre me -permito hablar así y a veces
·

pregunto con la may()r ttanqueza. Le repito que soy su esclavo,


· y de \li1 esclavo no se puede tener \rergüenza: d esclavo no
. puede ofender.
·

-¡Todo eso es ·absurdo 1 Me resulta insoponable esa teoría


"Servil" que usted mantiene.
-Dése cuenta de que, si hablo de mi esclavitud. no es
-.. :porque quiera ser su esclavo: lo hag�. simplemente, como de un
. hecho que no depende de mí en absoluto.
. -Diga abiertamente, ¿para qué necesita el dinero?
·

-'-¿Y_ para qué necesita .usted saberlo?


-como quiera -contestó ella, y levantó orgullosamente la
..•
cabeza.
-No acepta la teoría servil, pero exige la esclavitud:
"'¡Cóntesta y no te metas en consideraciones!" Está bien, sea.
.
Pl.'egun:ta para qué necesito el dinero. ¿Cómo para qué? ¡ El
dinero lo es todo!
-Lo comprendo, pero no concibo. que el afán de tenerlo
pueda llevar a esa locura. Porq�e usted llega basta la exalta�
· -ción, hasta el fatalismo. Aquí hay algo, un fm particular. Hable
. sin rodeos, así lo quiero.
·

Parecía que empezaba a enfadarse; me agradó terriblemen­


te: que insistiera con tanto interés en el interrogatorio.
-S e comprende que hay un fm -<lije-, pero no acertaré a
-aplicarlo. Se . trata únicamente de que con dinero seré
· para
usted un hombre distinto, y no un esclavo.
i .
�¿.Cómo? ¿Cómo lo conseguirá? .
·- -¿Qtte cómo lo conse�? ¡Ni siquiera comprende cómo
.: '", 48
�,. . �-
.

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r� . .·'T .'?>' rt};O:f��· ; ., :: \:F¡ ' \•· ct;.. ;1 :J}:f
· .· ·.· . ·
'i)·�1�;¡�
puedo conseguir que me mire de manera distinta a como se ·
·- '' ·

mira a un esclavo! Eso es precisamente lo. que no quiero, esos


asombros y perplejidades.
-Usted decía que la esclavitud le significaba un placer.
· Así lo pensaba yo misma.
-¡Así lo pensaba! -exclamé con una extraña fruición-.
¡ Qué hermosa ingenuidad! Sí, sí, ser esclavo suyo es un placer.
¡Sí, sí, hay placer en el último grado de la humillación y la nu­
lidad! -proseguí en mis desvaríos-. El diablo lo sabe. Acaso
pueda existir también en el látigo, cuando el látigo cae sobre la
espalda y arranca pedazos de carne ... Pero quiero experimentar
otros placeres. Antes el general, delante de usted, cuando está­
bamos sentados a la mesa, se creyó en el derecho de sermonear­
me por los setecientos rublos anuales que, acaso, no llegará a
pagarme. El marqués De Grillet, arqueando las cejas, me mira-.
ha y, al mismo tiempo, parecía no verme. ¿Y si yo, por mi
parte, sintiera el apasionado deseo de agarrarle de
- las narices -
al tnarqués De Grillet delante de usted?
-Palabras de un mocoso. En cualquier situación es posible
conservar la dignidad. Si hay lucha, ésta eleva todavía más,
-
pero no humilla.
-¡ Una frase tnodelo! Usted supone que yo soy incapaz de
conservar mi dignidad. Es decir, que aca�o soy un hombre -- '- .·

digno, pero que no sé hacerme respetar. ¿Comprende que pue-


de ocurrir así? Todos los rusos somos de esta manera, y usted ·

sabe por qué: porque estamos demasiado dotados y poseernos -


- detnasiadas facetas, lo que nos impide encontrar de buenas a
primeras una forma decorosa. La cuestión reside en la fo�.
La rnayoría de los rusos estamos tan abundantemente dotados,
que hace falta ser un genio para encontrar una forma deoorosa.
Y el genio no se da con frecuencia, se presenta en muy raras
ocasiones. Unicamente los franceses, y acaso algunos otros
europeos, han determinado tan bien su forma, que son capaces
de mirarle a uno con extraordina�ia _dignidad aunque sean la·

49
, ..,

..

�na·� indigna. De ahí que la forma tenga ta.nt:l impór- ""


tancia para ellos. El francés aguanta una ofensa verdadera,
auténtica, i.ma ofensa que le llega muy a fondo, y no arruga el
cei!-o, pero por pada del mundo aguantará un papirotazo en la
nariz, porque esto es una infracción de la forma del decoro ge­
n«almente aceptada y tradicional. Por eso nuestras señoritas
son tan aficionadas a los fránceses, porque su fama es buena.
A mi modo de ver, sin embargo, no ha:y forma alguna: se trata
únicamente del gallo, le coq gaulois Por lo demás, no puedo
. .

·comprenderlo, no soy mujer. Puede ser que los gallos sean


b\'leiÍ.os. Pero he empezado a divagar y usted no me para. De­
téngá.me más a menudo; cuando hablo con usted quiero decirlo
todo, todo, todo. Pierdo toda forma. Estoy de acuerdo, in­
cluso, en que no sólo es la forma, sino que carezco de mérito
alguno. Se lo confieso. Ni siquiera me preocupo de los méritos.
En mí se ha detenido todo. Usted sabe la razón: En mi cabeza
no hay ni un solo pensamiento humano. Hace mucho que no
sé lo que ocurre en el mundo, ni en .Rusia ni aquí. Pasé por
Dresde y no recuerdo qué es eso de Dresde. Usted misma sabe
lo que me domina. Cómo no tengo la menor esperanza y a sus
ojos soy .un cero a la izquierda, hablo abiertamente: la v�o en
todas partes, lo demás me es indiferente. No sé por qué la quie­
ro ni cómo la amo. Es posible que ni tan solo sea bonita. Figú­
rese que ni sé si usted es guapa o no. Su corazón, de seguro,
es malo; su alma no es noble... Podría ocurrir muy bien.
· -¿Es porque no cree en mi nobleza de espíritu, por lo que
confía en comprarme con dinero? -preguntó ella.
-¿Cuándo he pensado comprarla con dinero? -exclamé.
-Usted divaga y ha perdido el hilo del discurso. Si no a
mí, sí piensa comprar mi estimación.
-No, de ninguna manera. Ya le he dicho que me resulta
difícil explicarme. Usted me abruma. No se enfade de mi
charla. Comprende muy bien por qué no es posible enfadarse
conmigo: estoy, sencillamente, loco. Aunque me es igual si se

50
enfada. Cuando estoy arriba, en mi cuchitril, con sólo recordar
e imaginarme el rumor de su falda, siento deseos de morderme
las manos. ¿Por qué se enfada conmigo? ¿Porque digo que soy
un esclavo? ¡Aprovéchese, aprovéchese de mi esclavitud! ¡ Há­
galo! ¿Sabe que en alguna ocasión llegaré a matarla? No la
mataré porque deje de amarla o en un acceso de celos, lo haré
sólo porque a veces siento deseos de comérmela. Se ríe ...
-Nada de eso -dijo enojada-. Le ordeno que se calle.
Se detuvo jadeante de cólera. Lo aseguro, no sé si es gua­
pa, pero siempre me ha agradado mirarla cuando se detiene
así ante mi, y por eso me gusta tanto provocar su cólera. Acaso
lo hubiese advertido y se enfadase premeditadamente. Así se
lo dije.
-¡Qué porquería! -exclamó con repugnancia.
-Me da lo mismo -proseguí- ¿Sabe una cosa? Cuando
estamos a solas los dos corremos peligro. En muchas ocasiones
siento el irresistible deseo de golpearla, de dejarla tullida, de
. estrangularla. ¿Piensa que no llegaré a tanto? Usted me lleva
hasta un estado febril, ¿Es el escándalo lo que temo? ¿Su có­
lera? ¿Qué me importa su cólera? La amo sin esperanza y sé
que después de esto la amaré mil veces más. Si llego a matar­
la, también tendré que matarme a mí mismo. Tardaré en ha­
cerlo todo cuanto pueda para sentir este dolor insoportable de
su ausencia. ¿Sabe una cosa increible? Cada día la amo más,
y eso es casi impGsible. ¿No voy a ser fatalista después de
esto? Recuerde lo que pasó anteayer en el Schlangenberg, cuan­
do murmuré, impulsado por usted: "Diga una palabra y me
arrojaré a este abismo." Si hubiese dicho esta palabra, yo ha­
bría saltado. ¿No cree que me habría arrojado?
-¡ Qué charla más estúpida! -exclamó ella.
-No me importa que sea estúpida o inteligente -repliqué-.
Sé que delante de usted necesito hablar, hablar, hablar. Y
hablo. En su presencia pierdo todo el amor propio y todo me
da lo mismo. ·

51

- .... ¡'!'-
i;_:,;�::_ r�_<..��--z���;·� - ;_ ':;:;:.� - <:-: -. --:·� ;�. ��> :; 2 �� -;:y:�� : ';_. \7:_-_�·:_
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....¿P�a qué·Í;há a hacerle S� descJ.e·d s��erg?
· " _ _

.;..&jo' secamente y con un particular acent() o��ivo-:-. Para _

-tnf. éra algo completamente_ inútil.


-¡Magnifico! -exclamé-. Ha empleado esta mágnífica pa- ..
labra de "inútil" para. aplastarme. Lo veo muy bien. ¿Inútil,
- dice? Pues la satisfacción siempre es algo útil, y el poder sal­
va;e e q
ilimitado -aun ue sea sobre una mosca- también consti­
�-. tUye una especie de satisfacción. El hombre es un déspota por
naturaleza- y le agrada hacer sufrir. A usted eso le gusta terri-
blemente.
Recuerdo que :me miró con una atenc10n particular. Mí
cara debió de expresar entonces �odas mis absurdas sensaciones.
Recuerdo ahora que, en efecto, nuestra conversación transcu­

.- - rrí§, a
casi palabra por pal bra, tal como aquí la transcribo. Mis
_ojos se inyectaron de sangre. La espuma se me había secado en
'las comisuras de los labios. En lo que se refiere al Schlangen­
ber.g, lo juro por mi honor, incluso ahora: ¡si entonces me hu­
biese mandado tirarme, me habría tirado! Aunque lo hubiese
_dicho en broma, aunque lo hubiese dicho con desprecio, ¡me
habría arrojado! ,-
-No, ¿por qué? Le creo -dijo ella, pero .de la manera
é0ll10 sólo ella sabe pronunciar las palabras, con un desprecio
_ y un escarnio, con una altivez tal que, la verdad, hubiera podi-
4<> matarla en ese momento. Corría peligro. No había mentido
y_cJ al decírselo.
-:¿Es usted _cobarde? -me preguntó de pronto.
-No lo sé; puede que lo sea. No lo sé ... Hace mucho que
no he pensado en eso.
-Si yo le dijera: "Mate a ese hombre"', ¿lo haría?
-¿A quién?
-A quien yo quisiera.
-¿Al francés?
-No pregunte, linútese a contestar. A quien yo le dijera.
Quiero saber si lo que usted decía ahora era en serio.

52-
Aguardaba con tal gravedad e impaciencia la respuesta, que·
sentí una sensación extraña. .
. . ·

-¡ Dígame de una vez qué pasa ·aquí! -exclamé-. ¿Me


-:.

tiene miedo? Yo mismo veo todo lo que aquí ocurre. Usted es _

la hijastra de un hombre arruinado y loco dominado por la pa­


sión que siente hacia ese ·demonio de Blanche; luego está ese
francés con su. misteriosa influencia sobre usted. y ahora me
viene tan seriamente con ... esa pregunta. Por lo menos, que
yo lo sepa; de. otro modo, perderé el juicio y haré cualquier
cosa. ¿O es que se avergüenza de hacerme digno de su sinceri­
dad? ¿Acaso puede sentir vergüenza de mí?
-No me refiero a nada de eso. Le he hecho una pregunta y
espero la respuesta.
-Se comprende que lo mataría -exclamé-. Mataré a quien
usted me mande. Pero ¿es que puede ... es que púede mandar­
me eso?
-¿Piensa que voy·� sentir lástima de usted? Se lo mandaré,
,
pero me quedaré al margen del asunto. ¿Podrá soportarlo?.
. ...

¡No, no sería capaz! Usted puede que matase a quien yo le


indicara, pero luego vendría a matarme a mí por haberme
atrevido a mandárselo.
Estas palabras fueron para mí como un mazazo en la cabe­
za. Cierto que entonces consideré que su pregunta había sido
hecha medio en broina, como un desafío; pero el tono con que
la hizo era muy serio. Me asombró, sin embargo, que se hu- ·

hiera manifestado en este sentido, que pudiera hacer valer ese


derecho sobre mí, que aceptase ese poder sobre mí y dijera tan
abiertamente: "Ve a tu perdición y yo me quedaré al margen.'"
En estas palabras había un cinismo y una franqueza que me pa­
recían excesivos. ¿Cómo me miraría después de esto? Esto re­
basaba ya los límites de la esclavitud y la nulidad. Después de
esta mirada el hombre adquiere conCiencia de sí mismo. Y, por
absurda e inverosímil que fuera nuestra conversación, el cora­
zón me dio un vuelco.
53
¡ ..

1
�rt'�·�!!1�!tlt!J3;::i:q;�;:;[���;���
� �;::: •• ·
· rompió a reír; Es.tába.tnos sentados en im
De .;pronto, ella
'

,.. ·· ·:��. jUn.to a los niños que jugaban, frente al sitio donde los
, " ...

. . .,

�cQCbes se detenían y dejaban a sus ocupantes en la avenida que


:levaba al casino.
-� ··. -¿Ve a esa señora tan gorda? -preguntó-. Es la baronesa
Wurmerhelm. Sólo lleva tres días aquí. Su marido es ese pru­
siano largo y seco con un bastón en la mano.¿Recuerda cómo
nQs miró anteayer? Vaya ahora mismo, a�érquese a la barone­
.sa, quítese el sombrero y dígale algo en francés.
• -¿Para qué?
-Usted juró que se tiraría del Schlangenberg; ha. jurado
que estaría dispuesto a matar a quien yo le ordene.. En V� de
estas muertes y tragedias, lo únic<;> que quiero es reírme. No re­
plique y vaya. Quiero ver cómo d barón le da un bastonazo.
--Usted me provoca; ¿cree que no soy capaz de hacerlo?
-Sí, le provoco, vaya, j así lo quiero!
-Lo haré, aunque se trata de un capricho absurdo. Una
cosa me retiene: ¿no traerá esto algún disgusto al general, y de
<- rechazo a usted? Le aseguro que no me preocupo pÓr mí, úni­
camente por usted; bueno, y por el general. ¿Y qué capricho es ·

ese de ir a ofender a una mujer?


-Por lo que veo, usted no es má.s que un charlatán -dijo
ella .despectivamente-. Antes se le han inyectado los ojos de
sangre, aunque acaso fuera porque ha bebido demasido durante
la comida. ¿Es que no comprendo yo misma que se trata de
algo estúpido y vil, que el general va a enfadarse? Lo único
que·quiero.es reírme.. ¡Lo quiero y nada más! ¿Para qué ofen­
der a una mujer? Lo probable es que reciba wi bastonazo.
Yo di la vuelta y me dirigí en silencio a cumplir lo que me
pedía. Claro que esto era e&túpido, y yo no había sabido salir
airoséllll:ente del paso, pero cuando me acercaba a la baronesa,
lo recuerdo, algo me aguijoneó, algo propio de un colegial.
Además, estaba irritadísimo, como borracho.

54 ..
.. .
CAPÍTULO VI

Han pasado dos días desde aquella jo�da tan estúpida;


¡Cuántos gritos, ruido,. voces y golpes! ¡ Qué _desorden, qué
trifulcas, qué estupidez y villanía! Y yo tenía la culpa de todo.
Por lo demás, a veces mueve a risa, a mí por lo menos. No sé
darme cuenta de lo que me ocurre, si efectivamente me encuen·
tro en un estado de enajenación o si, sencillamente, me he des­
carriado y escandalizo mientras no lleguen a atarme. A veces
me parece que me estoy volviendo loco. En otras oc.asiones se ' ·

me figura que todavía estoy cerca de la infancia, del pupitre de


la escuela, y lo que yo hago son simples graserías de colegial
¡Es Polina � Polina es la que tiene la culpa de todo! Acaso
no hubiese surgido en mí ese espíritu de colegial si no fuera
por ella. ¡Quién sabe!, acaso se deba todo esto a la desespera­
ción (por estúpido que resulte razonar así). ¡Y no comprendo,
no comprendo qué puede haber en ella de bueno! Hermosa,
por lo demás, lo es; creo que es guapa. Porque tatJlbién enlo­
quece a otros. Es alta y esbelta, aunque muy delgada. Me pa­
rece. que se podría hacer con ella un nudo o doblarla por la
mitad. Sus pies son estrechos y largos, un suplicio. Justamente
un suplicio. Su cabello es de un matiz rojizo. Sus ojos son de
auténtico gato, pero ¡con qué orgullo y altanería sabe mirar!
Hace unos cuatro meses, cuando yo acababa de hacerme cargo
de mis funciones de preceptOr, en el salón, estuvo hablando lar­
ga y anímadamente con De. Grillet. Lo miraba de un modo ...
que luego, al subir a mi cuarto para acostarme, me imaginé que
le había dado un bofetón: se lo había dado con' sólo mante­
nerse delante de él y mirarlo ... Aquella tarde me enamoré de
ella.

55 .
t�:!�:: :�:* ", ..

Baje par el se,ndero a la avenida. tn.e" roloqaé en el centro


. -,;<� ' .•,• éf�
.

..
• · '
de ésta y. quedé esperando a la baronesa y al barón. Cuando
·estaban a cinro pasos me quité d sombrero e hice un saludo.
Re�erdo que la baronesa llevaba un vestido de seda in�
menso. de color gris claro, con volantes, crinolina y cola. Era
pequeña r extraordinariamente gruesa; la papada la tenía tan
grande y le colgaba tanto, que le tapaba el cuello por comple�
to; Una cara amoratada. Unos ojos pequeños, malignos e inso­
lentes. Caminaba como si nos . hiciera un favor a todos. El
barón era· seco y alto. Su cara, según es rostumbre entre los
alemanes. era torcida y estaba atravesada por mil pequeñas
arru�s; ·usaba lentes. Cuarenta y cinro años. Sus piernas páre­
áa que empezasen en el pecho mismo (eso le venía de raza).
Orgulloso como un pavo real. Algo desmañado. Cierta expre­
sión de carnero que, a su juicio, reemplazaba la profundidad de
pensamiento.
Todo esto apareció ante mí en tres segundos.
Mi saludo y mi sombrerazo apenas llamaron su atención en
··

un principio. El barón se limitó a arrugar ligeramente las cejas. ·

La baronesa siguió avanzando majestuosamente hacia mí.


-Madame la baronne -articulé claramente, recalcando cada
palabra-: } ÍtÍ l 'honneur detre votre esclave.
•. ·
.
Seguidamente me incliné, me puse d so�brero y pasé jun�
to al barón. volviéndole cortésmente la cara y sonriendo.
l4 de quitarme d sombrero me lo había mandado ella.·
. pero. lo del saludo y la chiquillada fueron de mi cosecha. El
diablo sabe qué me impulsó a hacerlo. Pareáa como si me des­
peñase de una montaña.
--"-Hein! ( 1 ) -gritó o. mejor dicho, graznó el barón, volvién­
: dose hacia mí con irritado. asombro.
Yo di la vuelta y me detuve en respetuosa ·actitud de espe-
·

( i) En alemán, exclamación de enfado. (N. del E.)

�-·
ra, sin dejar de mirarle y sonreírme. El parecía perplejo y arril;
'

gó las cejas hasta nec plus ultra. Su cara se ensombrecía más y ·' '·­

más. La baronesa se volvió también hacia mí y me contempló ...


con ilna perplejidad colérica. Los tranSeúntes empezaron a
mirar. Algunos se detuvieron.
-Hein! graznó de nuevo el barón con duplicada pote�cia. y
duplicada ira.
-Ja wohl! (z) -dije yo, alargando las palabras y sin cesar
de mirarle a los ojos.
-Sind Sie rasend? ( 3) -gritó él, levantando el bastón y como
empezando a sentir su pizca de miedo. Es posible que le des­
concertara mi traje. Yo iba muy bien vestido, hasta con ele­
gancia, como persona que pertenece a la mejor sociedad.
-Ja wo-o-ohl! -grité con todas mis fuerzas, alargando la o
a la manera de los berlineses, que a cada momento emplean en
la conversación el ja wohl y alargan la o más o menos para ex­
presar distÍntos matices de sus ideas y sensaciones.
El barón y la baronesa dieron rápidamente media vuelta y _ !.
se alejaron de mí asustados, casi corriendo. Entre los curio-
·

sos, unos empezaron a hablar entre sí, mientras que otros me ··

miraban perplejos. Por lo demás, no lo recuerdo bien.


Con paso normal volví hacia el banco donde había dejado
a Polina Alexándrovna. Pero cuando faltaban unos cien pasos
vi que se ponía en -pie y se dirigía al hotd con los niños.
La alcancé en la entrada.
-Lo he cumplido ... Es una estupidez -le dije al alcanzarla. ,.
-¿Y . qué? Ahora deberá pagar las consecuencias -repuso
sin mirarme siquiera, y empezó a subir los escalones.
Toda aquella tarde la pasé en el parque. Cruzando d par­
que y luego el bosque. llegué hasta otro principado. En una
casa de mala muerte pedí unos hu�os fritc;>s y vino; por este
festín me sacaron un tálero y medio.

( 1) En alemán, "¡Sí, claro que sí!" (N. del E.)


(3) En alemán, "¿Está usted loco?" (N. del E)
57
� d �
Cuanoci� ��lií. a· Ci�a �a · ya. la� ·on��- 'Iiirrie ia�alue t�jvi�.
· t .. nier<?tt a decirme que el general me esperaba.
Los nuestros ocupan en el hotel dos departamentos, con un
total de cuatro piezas. La primera, grande, es el salón, con
piano de cola. Sigue otra, también grande, que es el despacho ·

del general. Aqtú. me esperaba él, de pie en el centro del gabi­


nete y en una actitud extraordinariamente majestuosa. De Gri­
llet pernil!-flecía arrellanado en el diván.
-Permítame preguntarle, caballero, ·qué es lo que ha hecho
"""CmpezÓ el general, dirigiéndose a mí.
-Me agradaría, general, que fuera directamente al grano
..:dije yo-. Probablemente, de lo que usted qu
_ iere hablar es de
mi encuentro de hoy con un alemán, ¿no es así?
-¿Con un alemán? Ese alemán es el barón Wurmerhelm,
1 un personaje importante! Ha hecho objeto a él y a la bar<?ne­
·sa de sus groserías.
-En absoluto.
-Los ha asustado usted; señor mío -gritó el general.
-Nada de eso. Ya en Berlín me sorprendió la constante re-
. p.etición del ja itloht, .que la gente alarga tan repugnantemen­
te. Al tropezarme con ellos en la avenida, me viilo a la cabeza
�e pronto, no sé por qué, ese ja wohl, y esto me produjo gran
irritación... Además, la baronesa, y ya son tres veces con
. ésta, al encontrarse conmigo tiene la costumbre de echárseme
encima como si yo fuera ún gusano al que se le· puede aplastar
con el pie. Convendrá en que también puedo tener mi amor
propio. Me quité el sombrero y cortésmente (cortésmente, se lo
aseguro) le dije: Madame, jai l'honneur d'etr� votre esclave.
Cuando el barón se volvió y gritó: Hein, yo sentí el impulso de
gritar: Ja wohl! Lo hice dos veces: la primera con naturalidad,
y la segunda alargando la o con todas mis fuerzas. Eso es todo.
Confieso que quedé contentísimo de aquella infantil expli­
cación. Sentía el asombroso deseo de presentar toda esta his­
toria de la manera más absurda.

58
Y, conforme me adentraba en ella, más le tomaba el gusto.
-¿Se burla de mí? -gritó el general.
Se volvió a De Grillet y, en francés, le dijo que yo me
estaba metiendo en un lío. El marqués sonrió despectivamente
y se encogió de hombros.
-¡No se trata de eso, en absoluto! -dije al general-. Sé
que mi acción no estuvo bien, lo reconozco con toda sinceri­
dad. Se puede calificar de estúpida e indecorosa travesura in­
fantil, pero nada más. Puedo decirle, general, que estoy arre­
pentidísimo. Pero hay aquí una circunstancia que! a mi modo
de ver, casi me dispensa del arrepentimiento. Ultimamente,
durante estas dos o tres semanas, no me he sentido bien: ner­
vioso, irritable, sumido en todo género de fantasías, hay oca­
siones en que pierdo por completo el dominio de mí mismo.
Le digo la verdad; a veces siento el deseo de dirigirme al mar­
qués De Grillet y... Aunque no hay para qué seguir; podría
sentirse ofendido. En una palabra, todo esto son síntomas de
enfermedad. No sé si la baronesa Wurmerhelm tomará en con­
sideración esta circunstancia cuando vaya a pedirle perdón
(porque tengo el propósito de hacerlo). Supongo que no, tanto
más cuanto, por lo que sé, últimamente se ha empezado a abu­
sar de tal circunstancia en el mundo de las leyes : los abogados,
en los procesos de lo criminal, suelen buscar muy a menudo la
absolución de sus dientes, los asesinos, aduciendo que en el
momento de cometer el crimen no se daban cuenta de nada y
de que esto es una enfermedad. "Mató, vienen a decir, pero
no se daba cuenta de lo que hacía." E imagínese usted, gene­
ral: la medicina viene en su ayuda; confirma positivamente que
existe esa enfermedad, una locura temporal en que la persona
no se da cuenta de casi nada, o se da cuenta a medias, o un
cuarto solamente. Pero la baronesa ·y el barón son gente cha­
pada a la antigua; son además, Junk.er ( 1 ) y terratenientes pru-

(1) En alemán, �hijos d� un noble". (N. del E.)

59
sianos. Seguramente, no tendrán noticia de este progreso en el
mundo médico-legal, y por eso no aceptarán mis explicaciones.
¿Qué cree usted, general?
-¡Basta, caballero! -dijo él en tono brusco y con indigna­
ción reprimida-. ¡Basta! Trataré de ponerme a salvo de una
vez para siempre de sus travesuras de colegial. No presentará
sus excusas a la baronesa y al barón. Cualquier relación con
usted, aunque se redujese al simple hecho de pedirles disculpas,
seria para ellos demasiado humillante. El barón, al enterarse
de que usted pertenece a mi casa, ha tenido conmigo explica·
ciones en el casino y, se lo confieso, ha estado a punto de
exigirme también a mí una satisfacción. ¿Comprende a lo que
me ha expuesto, caballero? He tenido que presentar al barón
mis excusas y le he dado palabra de que inmediatamente, hoy
mismo, usted dejaría de pertenecer a mi casa ...
-Permítame, permitame, general, ¿es él quien ha exigido
que yo dejase de pertenecer a su casa, según usted ha te�do a
bien expresarse?
-No, yo mismo me he considerado en el deber de darle
esta satisfacción, que el barón aceptó, naturalmente. Nos se­
paramos, caballero. Le debo cuatro federicos y tres florines,
según el cambio locaL Aquí tiene el dinero y la cuenta, puede
comprobarlo. Adiós. Desde este momento no hay nada común
entre nosotros. Lo único que usted me ha proporcionado han
sido preocupaciones y disglistos. Ahora llamaré al camarero
para anunciarle que desde el día de mañana no respondo de
sus gastos en el hotel. Tengo el honor de quedar a sus órdenes.
Tomé el dinero y el papel en que, a lápiz, había sido ano­
tada la cuenta, hice una inclinación ante el general y le dije
muy seriamente:
-General, la cosa no puede quedar así. Siento mucho los
disgustos que el barón le ha causado, pero, perdóneme, la culpa
es suya. ¿Por qué se creyó en la obligación de hacerse respon­
sable de mis actos ante el barón? ¿ Qué significa eso de que yo

60
wce, .s;:;s:;:.. ..41W aw;.
. -.- - -.:

pertenezco a su casa? Soy, simplemente, maestro en su casa, y


nada más. No soy hijo suyo ni estoy bajo su tutela; usted no
puede responder de mis actos. Jurídicamente, estoy en posesión
de la plenitud de derechos. He cumplido veinticinco años, ten­
go estudios universitarios, pertenezco al estamento noble y no
tengo nada que ver con usted. Sólo mi gran respeto a sus vir­
tudes me impide exigirle ahora mismo satisfacciones y una
nueva explicación por haberse arrogado el derecho a salir res­
ponsable de mis actos.
El general quedó tan asombrado, que abrió los brazos,
luego se volvió hacia el francés y, con frases atropelladas, le
explicó que yo acababa poco menos de desafiado. El francés ·

soltó una sonora risotada.


-Pero no estoy dispuesto a dejar escapar al barón -conti­
nué con toda mi sangre fría, sin turbarme en absoluto por la
risa de monsieur De Grillet-. Y como usted, general, al hacer­
se eco de las quejas del barón y hacerlas suyas se ha convertido
en parte en este asunto, tengo el honor de informarle de que
mañana mismo a primera hora exigiré al barón, en nombre pro­
pio, una explicación formal de las causas por las que él, que
con quien tenía el asunto era conmigo, se ha dirigido a otra
persona y no a mi, como si yo no pudiera o fuese indigno de
responder de mis actos.
Ocurrió lo que yo había previsto. El general, al escuchar
esta nueva estupidez, se acobardó terriblemente.
-¿Cómo?, ¿es que todavía tiene la intención de seguir
este maldito asunto? -exclamó-. ¿Se da cuenta de lo que eso
significa para mí? No haga nada, caballero, no haga nada o le
juro ... También aquí hay autoridades, y yo ... yo ... En una pa­
labra, atendida mi condición ... y el barón también ... En una

palabra, haré que lo detengan y lo expulsen de aquí, por mano


de la policía, para que no arme un escándalo. ¡ Comprénqalo!
-Y aúnque la cólera casi no le dejaba hablar, se había acobar­
dado terriblemente.

61

·-
-General -le repliqué con una tranquilidad que a él se le
hacia intolerable-, detenerme por escandalizar es imposible an­
tes de que d escándalo se haya producido. N o he iniciado mis
explicaciones con el barón, y usted desconoce en absoluto la
forma y las bases sobre las que me propongo llevar adelante d
asunto. Lo único que deseo es poner en claro una suposición
que me resulta ofensiva: la de que me encuentro bajo tutela de
una persona y ésta tiene poder sobre mi libre albedrío. No hay
razón alguna para que usted se alarme e inquiete de este modo.
-¡Por Dios se lo pido, por Dios se lo pido, Alexei Ivá­
novich! ¡Desista de ese absurdo propósito! -balbuceó el gene­
ral, pasando de pronto del tono colérico al ruego, y hasta co­
giéndome las manos-. ¿Se imagina lo que va a resultar de todo
esto? ¡Nuevos disgustos! Conv�drá conmigo en que aquí
debo conducirme de una manera especial, particularmente aho­
ra ... ¡particularniente ahora!... ¡Oh, usted no conoce, no co­
noce todas mis circunstancias! ... Cuando nos vayamos de aquí,
estoy dispuesto a tomarle de nuevo a mi servicio. Ahora segui­
remos así simplemente; bueno, en una palabra, ¡usted mismo
comprende las causas! -exclamó desesperadamente-. ¡Alexei
·

Ivánovich, Alexei Ivánovich!.. .


Emprendiendo la retirada hacia la puerta, le rogué de nue­
vo encarecidamente que no se preocupase. Prometí que todo re­
sultaría bien, se ·arreglaría decorosamente,· tras lo cual me di
prisa en salir.
En ocasiones, cuando se encuentran en ei extranjero, los
rusos son demasiado cobardes y tienen un miedo terrible al
que! dirán, a si esto o aquello será bien visto. En resumen, se

mantienen como encorsetados, sobre todo los que pretenden vi­


vir en un plano de distinción. Lo que más les gusta son las
formas ya establecidas de comportarse, que ellos siguen servil­
mente en los hoteles, el paseo, las reuniones, el tren ... Pero el
general se había ido de la lengua al afirmar que, adep:1ás de
esto, se encontraba en unas circunstancias especiales, que tenía

62
sus razones para comportarse particularmente". Por éso se
había acobardado y había cambiado tanto conmigo. Yo tomé
nota. Claro que, irreflexivamente, podía recurrir al día siguien­
te a cualquier autoridad; me convenía, ·pues, andar con pro-
. dencia.
Por lo demás, no tenía el menor propósito de enfadar al
general; a quien quería enfadar era a Polina. Polina me había
tratado con tanta crueldad, empujándome ella misma a tan �­

túpido camino, que sentía vivísimos deseos de llevar las cosas


adelante hasta tal punto, que ella misma me pidiese que me de­
tuviera. Mi chiquillada podía acabar por comprometerla. Ade­
más, en mí empezaban a cuajar otros deseos y sensaciones;
aunque, por ejemplo, ante ella desaparezco ·y me convierto vo­
luntariamente en nada, eso no quiere decir, ni mucho menos,
que ante la gente pueda ser un calzonazos ni que, claro .está, el
barón pueda darme un bastonazo. Quería reírme de todos ellos
y quedar como un héroe. Que vean.·¡ Quién sabe!, a lo mejor
ella se asusta del escándalo y vuelve a llamarme. Y si no me
llama, al menos verá que no soy un calzonazos ...

* * *

Una noticia sorprendente: acabo de enterarme por nuestra


aya, a la que he encontrado en la escalera, que María Filíp­
povna se va hoy ella sola a Karlsbad, en el tren de la noche,
para reunirse con su prima. ¿De qué se trata? El aya dice que
ya hace tiempo que tenía intención de hacerlo. Pero ¿por qué
no lo sabía nadie? Aunque podría ser que yo fuese el único que
lo ignoraba. El aya me ha dicho que María Filíppovna tuvo
anteayer una discusión con el general. Lo comprendo. Se trata,
seguramente, de mademoiselle Blanche. Sí, entre nosotros va

a suceder algo decisivo. _


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1-
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l.

...
CAPÍTULO VII

A la mañana siguiente temprano llamé al camarero y le


comuniqué que debían abrirme cuenta aparte. La habitación no
me salía tan cara como para asustarme y dejar el hotel. Dispo­
nía de dieciséis federicos, y allí... ¡allí podía esperarme la ri­
queza! Cosa rara: no-había ganado aún y ya me comportaba.
·sentía y pensaba como rico, y no podía imaginarme a mí mismo
de otro modo.
. A pesar de lo temprano de la hora, me disponía a dirigir-
_me en busca de míster Astley,, en el Hotel d'Angleterre, que
estaba muy cerca del nuestro, cuando; de pronto, entró en mi
cuarto De Grillet. Esto no había ocurrido nunca; además, en
los últimos días mis relaciones con dkho señor habían sido
muy tirantes. Él no disimulaba su desprecio hacia mí, incluso
procuraba no oCultarlo; en cuanto a mí,· tenía mis razones partíru­
lares para no mostrarme amable. En una palabra, lo aborre­
cía. Su llegada me extrañó mucho. Inmediatamente comprendí
·que algo especial había orurrido.
Entró muy amable y tuvo unas palabras elogiosas para mi
cuarto. Al verme con el sombrero en la mano, preguntó si salía
a pasear a una hora tan temprana. Cuando escuchó que iba en
busca· de míster Astley, se ·quedó pensativo, meditando, y su

cara -expresó una gran preocupación.


De Grillet era como todos los''Íranceses, es decir, sabía
mostrarse jovial y cortés ruando hacía falta y le resultaba ven­
tajoso, y era intolerablemente aburrido cuando no había ne-

65
�r���fi.�{Z���zll:,����;;;
• ' '·
;.e� de ser jovial y cortés. En muy raras 0casiones .es d ·· ·

'"bin.cés amable 'por naturaleza; ·siempre lo es como a voz de


·.:" ' ;·mando, por cálculo. Si, por-ejemplo, ve la necesidad de ser fan-
. . i.
tástico1 priginal, algo que se salga de lo común, su fantasía -la
más estúpida y falta de naturalidad- se ajusta a unas formas
convenidas que ya hace tiempo se convirtieron en algo vulgar.
El francés natural es un ser impregnado por el positivismo más
pancista, ruín y vulgar; en una palabra, es el ser más aburrido
del mundo. A mi modo de ver, sólo· los novatos, y particular­
mente las señoritas rusas, se sienten cautivados por los france-
ses. Cualquier persona decente advierte al momento ese espíri­
.,_
tu oficial de las formas, convenidas de una vez para siempr�.
de la amabilidad, desenvoltura y jovialidad que muestran en
los salones.
-Me trae a usted un asunto -empezó diciendo con un aire
de extraordinaria independencia, aunque, por lo demás, corté�.
,, Y no le oculto que vengo en calidad de. embajador o, mejor di-
�. de mediador de parte del general. Conoz<;:o muy mal el
_ ruso y ayer no comprendí casi nada; pero el general me lo ha
explicado todo con gran detalle y le confieso ...
-Pero escuche, monsieur De Grillet ..:..}e interrumpí-, ¿tam­
bién en este asunto se ha prestado al papel de mediador? Yo,
claro está, soy un outchitel- y nunca pretendí al honor de ser
íntimo amigo de esta casa ni a ninguna relación particularmen-
.'te íntima. Por eso no conozco todas las circunstancias. Pero

,explíqueme: ¿es que ya pertenece usted por completo a la fa-
milia? Porque, como toma en todo tanta parte y se presta in­
mediatamente a ser en todo mediador ...
Mi pregunta no pareció agradarle. Era para él demasiado
transparente y no quería entrar en explicaciones.
_ -Con el general me unen, de una parte, negocios y, de
otra, ciertas circunstancias _especiales -dijo secamente-. Ahora
me envía a usted para pedirle que -desista de los propósitos que
ayer albergaba. Todo lo que usted imaginó es, ciertamente,

66

..:_-,��··.
muy espiritual; pero él me ha pe'dido que le haga presente que :,
no conseguirá salirse con la suya. Todavía más: el barón se ne·
gará a recibirle, y, en fin, en todo caso dispone de recursos
para evitar las contrariedades que usted pensara causarle. Us: . . >•

ted mismo convendrá en ello conmigo. ¿Para qué seguir? El , .:·.,


···"f
.

general, en cambio, le promete que le yolverá a admitir en su


casa en la primera ocasión oportuna, y mientras tanto le abo-
nará sus honorarios, vos appointements. Para usted· es bastante
ventajoso, ¿verdad?
Yo repuse, muy tranquilo, que estaba algo equivocado; que
acaso el barón no me echase, sino que, al contrario, se prestara
a escucharme. Le pedí ,que lo confesase: probablemente había
venido para tantear el terreno y enterarse de lo que yo pen­
saba hacer.
-¡ Oh, Dios mío! Cuando el general muestra tanto interés, .·

se comprende que le agradaría saber sus intenciones. ¡ Es tan


natural!
Yo pasé a explicárselo y él se dispuso a escuchar, arrella­
nado en la butaca y la cabeza un poco ladeada hacia mí, con
una clara expresión de ironía que no trataba de disimular. Ha­
bitualmente, su actitud era de una altanería extraordinaria. Yo
me esforcé en fingir que todo esto lo enfocaba desde el más se- ·

rio punto de vista. Le expliqué que, como el barón se había di­


rigido al general para quejarse de mí como si yo fuera un
criado, con esto, en primer lugar, me había privado de mi em­
pleo y, en segundo, me había tratado despectivamente, como a
una perSona que no puede responder de sus acciones y con la
que no merece la pena hablar. Claro, yo me sent{a justamente ' ·

ofendido; pero, comprendiendo la diferencia de edades, de si­


tuación en la sociedad, etc. (apenas pude contener la risa al de­
cir esto), no quería cometer una nueva ligereza, es decir, exigir -
abiertamente una satisfacción al barón, ni sugerírselo siquiera.
No obstante, consideraba que tenía derecho a presentarle a él y
particularmente a la baronesa, mis disculpas, tanto más cuanto, · ·

1
67
1

¡. k�- �·�-- ���:v.: . ··"' - .·.,_ . -:":'";r:·-�7.,�
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. _ ,__ ;: . -· . .· ·�; .:;· . :;·" ·:
"!

· ·.. ·en efecto, últimaménte me sentía, por así decirlo� indispuest<?,


,d:e un humor fantástico, etc. Ahora biert, el. propio barón, con
' ·• sos palabras of.eosivas para mí� ante d general, y ·éon su insisten-
· ·

. ·cia para ··que éste me despidiera, me había· puesto en tal cir-


"·�::� cunstancia que ya no p<>día presentar a él y a la baronesa mis
.

• ·
�cusas, porque todos pensarían que lo había hecho movido por
el miedo, para poder recuperar mi empleo. De todo eso se des­
prendía que yo me veía ahora obligado a pedir al barón que se ..

excusase previamente ante mí en las expresiones más modera­


das: por ejemplo, decir q'ue no había tenido el menor deseo de
ofenderme. .
-En una palabra -concluí-; lo único que pido es que el
barón me desate las manos.
-¡Que susceptibilidad y qué sutilidades! ¿Por qué ha de
present;arle sus excusas? Ea, convenga usted conmigo, mon­
sieur... monsieur . . . en:
. que promueve todo esto deliberadamen­
te para causar un disgusto al general.. . Acaso persiga un fm
particular .. . mon cher monsieur. Pardon, j'ai lJublié votre nom.
Monsieur Alexis .. ; n 'est pas?
-Permítame, mon cher marquis,
. ¿qué le importa a usted?
-Mais le general...
-¿Y qué le imporÚ al general? Ayer mismo deáa que debe
comportarse no sé cómo ... y se mostraba tan inquieto ... Aun- ·
·

que yo no entendí nada.


-Aquí hay, precisamente aquí, una circunstancia particular
-se hizo eco De Grillet, con un tono de súplica en que cada

:;, vez se traslucía más el despecho-. ¿Conoce usted a mademoi­


selle de Cominges?
-¿Se refiere a mademoiselle Blanche? ·

, . -Sí, claro, a mademoiselle Blanche de Cominges. . . et ma-


dame sa mere .. Usted mismo comprenderá; el generaL. En
.

una palabra, el general está enamorado y hasta ... hasta podría

· ser que se celébrase aquí la boda. Imagínese todos estos escán-


·

. · dalos ·e historias . . .

k -- '68

�: ·¿� .,
-Yo no veo aquí ningún escándalo o historia . que tengan ..
·

algo que ver con la boda. _

-Pero le baron est si irascible, un caractere prussien, vous sa-


-
Ve"XJ enfin, il Jera une· querelle d'Allemand.
:._En todo caso, eso se refiere a mí, pero no a ustedes, por­
que ya no pertenezco a la casa .. . -Yo trataba de parecer lo más
torpe posible.-- Pero, permítame, ¿es cosa decidida que �de­ .-

moiselle Blan:che se va a casar con el general? ¿A qué esperan?
Quiero decir, ¿para qué lo ocultan, por lo menos a nosotros, la
·

gente de la casa?
-Yo no. puedo ... Por �o demás, no está del todo decidi­
do... Aunque... usted sabe que están esperando noticias de
Rusia; el general necesita arreglar sus asuntos ...
-¡Ah, ya, la abuelita!
Dé Grillet me miró con odio.
-En una palabra -me cortó-, confío por completo en su

amabilidad innata, en su inteligencia, en su tacto... Usted .


hará sin duda esto para una familia en la que fue acogido como
uno más, fue querido, respetado ...
-¡ Perdóneme, he sido arrojado de ella! Usted afirma aho­
ra que esto se hace para guardar las apariencias. Es lo mismo
que si le dijeran: "No quiero tirarte de las orejas, pero, para
guardar las apariencias, permíteme que lo haga ..."
. -En tal caso, si ningún ruego es capaz de hacerle cambiar
-empezó en tono severo e insolente-, permítame asegurarle
que se tomarán medidas. En la ciudad hay autoridades; le
expulsarán hoy mismo. Que diable! Un blanc-bec comme vous
quiere desafiar a un personaje como el barón. ¿Cree usted
que le van a dejar tranquilo? Créame, ¡aquí nadie le tiene
miedo! Si le he pedido algo, ha sido más bien por propia
iniciativa, porque usted ha molestado al general. ¿Es que
piensa, pero es que piensa que el barón no va a ordenar sim-
plemente al criad� que lo eche a la calle? .
-Es que no pienso ir yo personalmente -le corté con ex-

69
f:�1:7'�"��}:�>c'T:�-< >-�- "'-:� ��:-:�: _-:'.7:·-
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1 -it�.
.
tta.� �;,.;; ; usted se equivoca; monsieur De Grillet:
.. : .
todo esto se hará de manera mucho más decorosa de lo que us­
ted cree. Ahora mismo voy a entrevistarme con míster Astley
para rogarle que sea mi padrino, en una palabra, mi second. Me
quiere, y de seguro no se negará a hacerlo. El irá a visitar al
barón, y el barón lo recibirá . Si yo soy un outchitel y parezco
algo así como un subalterne; en fm, una persona sin defensa,
míster Astley es sobrino de un lord, de un lord auténtico, to­
dos lo saben, de lord Peabrocke, y este lord se encuentra aquí.
Créaine, el barón será cortés con míster Astley y le escuchará.
Y si no quiere oírle, míster Astley lo tomará como un agravio
personal (ya sabe usted que los ingleses son muy tenaces) y
mandará al barón, en su nombre, a un amigo, y tiene buenos
amigos. Calcule ahora lo que resultará de todo esto; puede ser
algo muy distinto de lo que usted pensaba.
El francés se acobardó decisivamente; en efecto, todo te­
nía grandes visos de verdad y, por consiguiente, resultaba que
yo estaba muy' en condiciones de armar una verdadera historia.
·
-Sin embargo -empezó con voz suplicante-, le ruego que
lo abandone todo. ¡ Parece como si le agradara la idea de qüe
esto _puede concluir en· una historia desagradable! He dicho
que todo esto resulta divertido y hasta ingenioso, y es posible
que lo consiga, pero en una palabra -concluyó, viendo que yo
me ponía en pie y tomaba el sombrero-, he venido para trans­
mitirle estas dos líneas de parte de cierta persona. Tome, lea ·

esto; se me ha pedido que espere contestación.


Dicho esto, sacó del bolsillo y me entregó una pequeña es­
quela doblada y sellada con una oblea.
De puño y letra de Polina, la esquela decía:
"Parece que tiene usted el propósito de llevar adel;mte esta
historia. Se ha enfadado y empieza a hacer chiquilladas. Sin
embargo, median aquí cir�stancias especiales que acaso le ex­
plique más tarde; le ruego que se calme y entre en razón. ¡ Qué
estúpido es todo esto! Usted me es .necesario; prometió hacer-

70

1.
me caso. Recuerde el Schlangenberg. Le ruego que sea obedien-
te, y si es neces;uio, se lo ordeno. Suya, P.
·

"P. S. Si está enfadado conmigo por lo de ayer, perdó-


neme."
Todo empezó a darme vueltas cuanto leí estos renglones.
Los labios se me pusieron blancos y empecé a temblar. El mal­
dito francés me miró con forzada discreción y apartando sus
ojos de los míos como para no ser testigo de mi turbación. Yo
habría preferido que se hubiese echado a reír en mis barbas.
-Está bien -dije-, diga que mademoiselle puede estar tran­
quila. Permítame, sin embargo, una pregunta -añadí en tono
brusco-. ¿Por qué ha tardado tanto en entregarme esta nota?
En vez de charlar de cosas sin importancia, creo que debía ha­
ber empezado por ahí ... si lo que le traía aquí era esto.
-Oh, yo quería... En general, todo est� es tan extraño,
que usted debe perdonar mi natural impaciencia. Quería cono­
cer, por usted mismo, cuáles eran sus intenciones. Por lo demás,
no sé lo que la nota dice y pensaba que siempre tendría tiempo
de entregársela.
-Lo comprendo, a usted le encargaron, sencillamente, que
me entregase la· nota en un caso extremo, sólo si no conseguía
arreglarlo de palabra. ¿No es así? ¡Hable abiertamente, mon­
sieur De Grillet!
-Peut etre -dijo él, adoptando un aire de particular reserva
y mirándome de una manera especial.
Yo tomé el sombrero; él me hizo una inclinación de cabeza
y se fue. En sus labios me pareció advertir una sonrisa burlona.
¿Podía ser de otro modo?
"¡Aún nos veremos ·las caras, franchute; nos encontrare­
mos!", gruñí mientras bajaba la escalera. N o podía comprender
nada, era como si me hubieran dado un mazazo en la cabeza.
El aire de la calle contribuyó a despejarme.
Dos minutos después, cuando empezaba a ver con cierta
claridad lo ocurrido, me vinieron. a la cabeza dos ideas; pri-
.71
'�· .-; ', "

" . '.. � . . �;

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" .� .·. :
. (

� .:,,::. mera: que una. cosa . �in �porta.ncia alguna; unas estúpidas
amenazas de chiquillo proferidas la _vísper�. había promovido
-�, . . una alarma general; segunda: ¿qué influencia tenía, después de
· --·� ·
todo, este francés sobre Polina? Una palabra suya era bastante
para que .ella hiciera cuanto él_necesitase, escribía la esquela y
h;lsta me rogaba. Cierto que sus relaciones siempre habían sido
para mí un enigma desde el comienzo mismo, desde que empe­
cé a conocerlos; ahora bien, en los últimos días había observa­
do en ella una franca avexiión hacia él, hasta desprecio, ·y él no
la miraba, incluso se mostraba descortés. Lo había advertido.
La. misma Polina me había hablado de esa repugnancia; a ve­
ces se le escapaban confidencias muy significativas... Esto que­
ría decir, sencillamente, que él la tenía en sus. manos, que la
tenía encadenada ...
........,·

CAPÍTULO VIII

En la promenade, como aquí la llaman, es decir, en la ave­


nida de los castaños, me trOpecé con mi inglés.
-¡Oh, oh! -empezó al verme-. Yo iba en su busca y usted
venía a verme. ¿De modo que se separa usted de los suyos?
-'-Lo primero de todo, d;game cómo lo sabe -le pregunté
. asombrado-. ¿Es que ya es de dominio público?
-'-Üh, no lo sabe todo el mundo ni la cosa merece la pena.
De eso no habla nadie.
-¿Cómo lo sabe usted entonce$? .
-Lo sé, es decir, me he enterado por casualidad. ¿Adónde
piensa ir ahora? Le tengo cariño, por eso venía en su busca.
-Usted es un hombre excelente, míster Astley -dije (por
lo demás, yo había quedado terriblemente asombrado: ¿cómo
lo habría sabido?}-. Como no he tomado café todavía y segu­
ramente usted habrá tomado uno muy malo, lo mejor que po­
demos hacer es ir al casino; nos sentaremos allí, fumaremos un
cigarrillo,· yo le contaré todo y... y usted me dirá lo que sabe.
El café estaba a cien pasos. Tomamos asiento, nos sirvie­
. ··.' • r

ron, yo encendí un cigarrillo, míster Astley no encendió nada


y, con la vista clavada en mí, se dispuso a escuchar.
-No me voy a ningún sitio, me quedo aquí -empecé.
-Estaba seguro de , que se quedaría -dijo _míster Astley,
aprobando mi decisión.
Al ir en busca de míster Astley, no tenía el menor propósi­
to de decirle nada de mi amor a Polina; incluso estaba decidi­
do a no hacerlo. Durante todos estos dias no había cambiado
73
�7f��w}��:!!��!I:L :� ·:��.: ,;�:�;��
· ···: � . . :con él casi ni una �ola palabra. Además, él era muy tímido�
. �� ' :

Desde el principio mismo pude advertir que Polina le había


., _

producido una impresión extraordinaria, aunque él nunca men­


cionaba su nombre. Pero, cosa rara, ahora en cuanto se hubo
sentado y 'clavó en mí su atenta mirada de estaño, de pronto, no
sé por qué razón, sentí el deseo de contárselo todo, es decir,
todo mi amor con todos sus matices. Estuve hablando durante
media hora larga y fue para mí un gran placer el explayarme,
por primera vez, sobre la materia. Al advertir que en algunos
pasajes, particularmente fogosos, se turbaba, yo incrementé
adrede la fogosidad de mi relato. De una cosa me arrepiento:
ac;tso cargase algo las tintas al referirme al francés ...
Míster Asdey escuchaba sentado frente a mí, inmóvil, sin
pronunciar una sola palabra, sin emitir sonido alguno y mi­
rándome a los ojos; ·pero cuando_ empecé a hablar del fran­
cés . me detuvo y preguntó severamente si tenía derecho a
mencionar una circU.nstancia que no venía al caso. Míster
Astley siempre hacia sus preguntas de un modo extraño.
-Tiene razón: temo que no -contesté.
·
�¿Puede decir de este marqués y de miss Polina algo con­
creto, fuera de simples conjeturas?
De nuevo me asombró una pregunta tan categórica hecha
por un hómbre tan tímido. como míster Ascley.
-No, no sé nada concreto -contesté-. Claro que nada.
-En tal caso, hace usted mal no ya en hablar conmigo de
ello, sino incluso de p·ensarlo.
,...;.;· ¡ -¡ Está bien, está bien! Lo reconozco, pero ahora no se
trata de eso -le' interrumpí, asombrándome en mi fuero interno.
Entonces pasé a contarle lo de la historia de la víspera con
todo género de pormenores, la ocurrencia de Polina, mi aven­
tura con el barón, mi despido, la extraordinaria cobardía del
general; por último, le hablé de la reciente visita de De Gri­
llet sin omitir detalle; para terminar, le mostré la esquela.
-'¿Qué ded�ce de todo esto? -le pregunté-. Venía preci-
_
';; 74

' ·
.sa.mente a saber su opinión. En lo que a mi se refiere, creo
que mataría a ese franchute i. es posible que lo haga.
-También yo -dijo mister Astley-. En .cuanto a m1ss
Polma... usted sabe que, cuando la necesidad nos obliga,
mantenemos relación hasta con personas que nos son odiosas.
Aquí puede haber relaciones que usted ignora y que dependen
de circunstancias ajenas. Creo que puede estar estar tranquilo;
en parte se entiende. En cuanto a su proceder de ayer, resulta
raro, naturalmente, no porque ella quisiera librarse de usted y le
mandase al alcance del garrote del barón (que no comprendo ' ;

cómo no lo empleó, cuando lo llevaba en la mano), sino porque


esta ocurrencia, tratándose de._. . una miss tan excelente, resulta
indecorosa. Claro que no podía prev� que usted iba a cumplir
tan al pie de la letra su jocoso deseo ...
-¿Sabe una cosa? -exclamé de pronto, mirando fijamente
a míster Astley-. Se me figura que usted está enterado de todo
·esto, ¿sabe por quién?, ¡por la propia miss Polina!
Míster Astley me miró con asombro.
-Sus ojos relampaguean y en ellos leo el recelo -empezó,
aunque recobrando al momento la calma de antes-, pero usted
no tiene ningún derecho a poner de manifiesto sus sospechas.
No puedo admitirlo y me niego categóricamente a contestarle.
-¡ Bueno, basta! ¡ N o hace falta! -grit;é, extrañamente agi­
tado y sin comprender por qué me había asaltado esta idea. .
¿Cuándo y de qué manera había podido Polina tomar a
míster Asdey por confidente? Por lo demás, últimamente yo
había perdido algo de vista a míster Astley, y Polina siempre
fue para mí un enigma. Hasta tal punto lo era, que ahora, por
ejemplo, al empezar a contar a míster Astley toda la historia
de mi amor, a lo largo del relato me admiró que no pudiera de­
cir de mis relaciones con ella casi nada . concreto y positivo. Al
contrario, todo resultaba fantástico, extraño, infundado e inclu­
so malo.
, -Bueno, está bien; estoy trastornado y hay aún muchas co-

75 '
lilniJm:� � ,�¡:,c�� f.�faleftl
·� ·:+.. �_:, ��- :;f.o:.:
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f -� . _ _. .:�.:�:? -�·
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_

·<
·

r .·demás usted es �a buena persona. Ahora, otro asunto: no


...;- ..
;_.1::·· quiero. pedirle .consejo, sino su opinión. ·

Hice una pausa·y empecé:


-¿Qué le parece? ¿Por qué le entró tanto miedo al ge­
neral? ¿Por qué . de mi necia chiquillada han armado todos
ellos semejante historia? Una historia tal, que induso d pro­
pio De Grillet ha considerado necesario' intervenir (y él sólo
. Interviene en los casos más impo_rtantes), me ha visitado (¿qué
le parece?), me ha rogado, me ha suplicado. ¡El, De Grillet, a
mí! Dése cuenta, finalmente, de que ha venido a las nueve,
todavía no lo eran, y la nota de miss Polina estaba ya en sus
manos. ¿Cuándo -la esCribió? ¡Es posible que la despertasen
para eso! Además de que de ahí deduzco que miss Polina es
esclava de él (¡porque induso llega a pe�e perdón!); y, más
aún, ¿qué tiene que ver ella personalmente en todo esto? ¿Por
qué se toma tanto interés? ¿Por qué se han aSustado de un ba­
rón, cualqúíera? ¿Qué importa que d general sé CaSe con made­
moiselle Blanche ·de Cominges? Dicen que esta circunstancia les
impone un comportamiento espefial, pero resulta ..demasiado es-
_pecial; usted mismo convendrá en _ello. ¿Qué opina? ¡Por sus
:ojos veo que sabe más que yo!
Míster Astley sonrió y asintió con un movimiento de ca­
beza.
-En efecto, creo que estoy mucho más enterado de este
asunto 'que usted :-dijo. Todo se refiere únicamente a mademoi­
. selle Blanche, y estoy seguro de que ahí esci la razón de todo.
-¿Qué tiene que ver mademoiselle Blanche con todo esto?
'.

-exclamé de pronto (había concebido súbitamente la esperanza


de que ahora se iba a descubrir algo de mademoiselle Polina).
-Me parece que mademoiselle Blanche tiene en estos mo­
·mentos un interés especial en evitar todo encuentro con d ba­
rón y la baronesa, tanto más un· encuentro desagradable y, peor
aún, eScandaloso;
16

:--�- .
-¡ Hola, hola!
-Hace tres años, dur;tnte la temporada, mademoiselle Blan-
che estuvo aquí, en Ruletenburg. Yo también estuve. Midemoi- ,
selle Blanche no se llamaba entonces mademoiselle de Comin­
ges, y su madre, madamé veuve de Cominges, no exístía. Al
menos, no se hablaba de ella. En cuanto a De Grillet, tampoco
existía. Estoy completamente convencido de que, además de no
haber ningún parentesco entre ellos, su amistad es muy recien­
te. Lo mismo puede decirse del título de marqués: hay cierta
circunstancia que me permite asegurarlo. Hasta cabé suponer
que el apellido De Grillet lo adoptó no hace mucho. Tengo aquí
un amigo que lo conoció con otro nombre.
-Pero lo cierto es que cuenta con buenas amistades.
-Eso es posible. Hasta mademoiselle Blanche las puede te-
ner. Pero hace tres años mademoiselle Blanche, en virtud de una
reclamación de esa mÍsma baronesa, fue invitada por la policía
local a abandonar la ciudad, y salió de ella.
-¿Cómo fue eso?
-Se había presentado con un italiano, Cierto príncipe de
apellido histórico, un tal Barberini o algo parecido. Este hom·
bre iba siempre cargado de sortijas y brillantes, que hasta eran
legítimos. Iban en un coche espléndido. Mademoiselle Blanche
jugaba al trente et quarante, .al principio con fortuna, aunque
luego la suerte le cambió por completo; así lo recuerdo. Una
tarde perdió una suma irnportantísim.a. Pero lo peor de todo
fue que un beau matin su príncipe desapareció sin dejar rastro;
desapárecieron también los caballos y el coche, desapareció
todo. La deuda en el hotel era , terrible. Mademoisell� Selma
(en va de Barberini, se convirtió en mademoiselle Selma) se en­
contraba en el colmo de la desesperación. Sus gritos y chillidos
se oian en todo el hotel, la rabia le hacía desgarrarse los vesti­
dos. En el hotel se encontraba también un conde polaco (todos
los polacos Viajeros son condes), y mademoiselle Selma, que
.desgarraba sus trajes y se arañaba con sus hermosas y perfuma-
77
'5:� .... <''· ; < < ·' .·.•: ·<.· .. . '
':das ma,aos . 1� 'C�a/ Cotrio Un ga:to, le ekrfa UhpresiÓtL
�iód�o:'
·' -._ . .. .'• . ·. ·' ' . . '·

/
·
.

Entraron en conversación y a la hora de la comida ella ya se ha­


bía consolado. Por la tarde apareció él en el casino llevándola
del brazo. Mademoiselle Selma, fiel a su costumbre, se reía estre­
pitosamente, y sus modales eran algo más desenvueltos. Pasó di­
rectam�te a la categoría de las damas que juegan a la ruleta y
que, al acercarse a la mesa, se abren paso a empujones hasta ha­
cerse un sitio. Es algo muy propio de esas señoras. Usted lo ha
advertido ¿verdad?
' .
1 -Claro que sí.
-Por lo demás, es un detalle que no merece la pena fijarse
en él. Con el natural descontento de las personas decentes, no

las molesta nadie, por lo- menos a aquellas que cada día cambian
en la mesa billetes de mil francos.· Eso sí, en c:Uanto dejan de

cambiarlos, les piden que se vayan. Mad_emoiselle Selma siguió


cambiando billetes, pero la suerte le fue más adversa todavía.
Hábrá observado que estas señoras suelen acertar en el juego;
poseen un admirable dominio de sí mismas. Y aquí termina mi
historia. Un día, exactamente igual que había hecho el príncipe�
despareció el conde. Mademoiselle Selma acudió por la tarde a
jugar ella sola, pero esta vez no hubo nadie que le ofreciera el
brazo. En dos días se arruinó por completo. Después de apostar
el último luis y perderlo, miró alrededor y vio junto a sí al ba­
rón Wuimerhelm. que la miraba muy atentamente y con pro­
funda indignación. Pero mademoiselle Selma no reparó en ello
-y, volviéndose hacia el barón con una sonrisa, le pidió que
apostase por ella diez luises al encarnado. Como consecuencia
de esto, ante la reclamación de la baronesa, aquella misma tar­
de recibió la invitación de que no se dejara ver en el casino. Si
le asombra que yo conozca todos estos pequeños y tan indecoro­
sos detalles, le diré que se los oí contar a un pariente mío, a mis­

ter Fieder, quien aquel mismo día llevó en su coche a mademoi­


selle Selma de Ruletenburg a Spa. Ahora recuerdo: mademoise- .
_lle Blanche quiere ser generala, probablemente, para que la poli"
_
78
cía del casino no vuelva a hacerle invitaciones como la de hace
tres años. Ahora no juega; pero eso porque, según todos los in­
dicios, posee dinero que presta a los jugadores con réditos usu­
rarios. Esto es mucho más provechoso. Sospecho incluso que el
desgraciado general está en deuda con ella. Es posible que tam­
bién deba dinero a De Grillet. Es posible que De Grillet y ella
vayan a medias. Comprenderá, pues, las razones de que, por lo
menos hasta la boda, no desee llamar la atención del barón y la
baronesa. En una palabra, en su situación un escándalo es lo que
más puede perjudicarle. Usted se encuentra relacionado con esa
casa, y sus actos podrían originar un escándalo, tanto más cuan­
do ella se presenta todos los días en público del brazo del gene­
ral o con miss Polina. ¿Comprende ahora?
-¡No, no comprendo! -exclamé, descargando con todas
mis fuerzas tal puñetazo sobre la mesa que el garfon acudió
asustado-. Dígame, míster Astley -proseguí, exaltado-: si usted
conocía toda esta historia y, por consiguiente, se sabía de me­

moria quién es mademoiselle Blanche de Cominges, ¿por qué


no nos advirtió a mi, al propio general y, principalmente, a
miss Polina, que se dejaba ver en el casino, en público, del
brazo de mademoiselle Blanche? ¿Acaso eso está bien?
-No tenía que prevenirle porque usted no podía hacer
nada -contestó tranquilamente míster Astley-. Además; ¿de
qué iba a advertirle? Es posible que el general sepa de made­
moiselle Blanche más que yo, lo que no es obstáculo para que
se pasee con ella y con miss Polina. El general es un hombre
desgraciado. Ayer vi cómo mademoiselle Blanche galopaba en
un hermoso caballo con monsieur De Grillet y con ese pequeño
príncipe ruso, mientras que el general les seguía en un alazán.
Esta mañana decía que le duelen las piernas, pero que sabía
mantenerse bien sobre la silla. Pues bien, en aquel instante se me
ocurrió que era un hombre completamente perdido; Aparte de
que nada de eso es cosa mía, hace poco que tuve el honor de
conocer a miss Polina. Aunque -míster Astley recogió velas de

79
pronto-- ya le he dicho que no puedo admitir su derecho a ha­
cerme ciertas preguntas, a pesar del sincero afecto que le tengo.
-Basta -dije, poniéndome en pie-. Ahora veo daro como
la luz del día que también miss Polina conoce todo lo referente
a mademoiselle Blanche, pero que no puede romper con el fran­
cés, y por eso se decide a salir de paseo con ella. <;:réame que
ninguna otra influencia le mo·.'ería a pasear con mademoiselle
Blanche y a suplicarme en su esquela que no toque para nada
al barón. ¡Justamente aquí debemos ver la influencia ante lo
cual todo Sj:: inclina! ¡Y, a pesar de ello, me echó contra el ba­
rón! ¡Esto no hay modo de entenderlo, diablos!
-Usted olvida, en primer lugar, que mademoiselle de Co­
minges es la novia del general y, en segundo, que miss Polina,
hijastra del general, tiene un hermano pequeño y una hermana
pequeña, hijos del general, a los que éste tiene ·abandonados y
a los que, a juzgar por todo, ha despojado de lo que les perte­
necía . .

-¡Sí, sí! ¡Eso es verdad! Apartarse de los niños significa


abandonarlos por completo, y quedarse significa defender sus
intereses y, acaso, salvar algo de la hacienda. ¡Sí, todo eso es
cierto! Pero, sin embargo, sin embargo ... Comprendo el inte·
rés que todos ellos demuestran por la abuelita.
--¿Por quién?
-Por esa vieja bruja de Moscú que no acaba de morirse y
la noticia de cuya muerte esperan recibir por telégrafo.
-Sí, claro; todos los intereses confluyen en ella. ¡Todo el
asunto está en la herencia! Si la herencia llega, el general po·
drá casarse, miss Polina quedará libre y De Grillet ...
·

-¿Qué?
· -De Grillet recibirá lo que se le adeuda; es lo único que es­
pera aquí.
-¿Nada más?¿ Piens� usted que es lo único que espera?
-Yo no sé nada más -dijo míster Astley, empeñado en su

silencio.
80
. ·-: -:.·-. -.

-¡Pues yo sí que lo sé! ¡ L o sé! -repetí frenético-. El es­


pera también la herencia porque Polina recibirá su dote y, con
el dinero en la mano, se arrojará a sus brazos. ¡Todas las mu­
jeres son iguales! ¡Las más orgullosas resultan las más viles es­
clavas! ¡Polina, de lo único que es capaz, es de amar apasiona·
damente! ¡ Esa es la opinión que me merece! Mírela, sobre
todo cuando está sola y pensativa: ¡ es algo predestinado, sen­
tenciado, maldito! Es capaz de todos los horrores de la vida y
la pasión ... Pero ¿quién me llama? -exclamé de pronto-.
¿Quién grita? He oído que alguien gritaba en ruso: "¡Alexei
Ivánovich!" Era una voz de mujer. Escuche, escuche.
En este momento nos acercábamos a nuestro hotel. Hacía
un buen rato que, sin darnos cuenta, habíamos dejado el café.
-He oído gritos de mujer, pero no sé a quién llaman; era
en ruso. Ahora veo de quién vienen -indicó míster Astley-¡ es
aquella mujer que está sentada en un sillón y han llevado al
vestíbulo tantos criados. Otros van detrás con las maletas, lo
que quiere decir que acaba de llegar.
-Pero ¿por qué me llama? Otra vez grita; mire, nos hace
señas con la mano.
-Ya lo veo -dijo míster Astley.
-¡Alexei Ivánovich! ¡Alexei Ivánovich! ¡Qué torpe es,
Dios mío! -resonaron unos gritos desesperados en el vestíbulo
del hotel.
Nos acercamos casi corriendo. Llegué a la puerta y ... los
brazos se me cayeron de asombro y los pies parecía que se me
·

pegaban a las piedras.


CAPÍTULO IX

En el rellano del amplio vestíbulo, al que había sido trans·


portada_ en su sillón, rodeada de criados y criadas y de la nu-­
trida y obsequiosa servidumbre del hotel, en presencia del pro­
pio Oberkellner ( 1 ), que_ había acudido a recibir a tan distingui·
da cliente, llegada con tanto aparato y ruido, con su propia ser­
vidumbre y tantos baúles y maletas, se encontraba ¡la abuela!
Sí, era ella misma, Antonida Vasílievna Tarasévicheva, temible
y rica terrateniente y señora de Moscú, con sus setenta y cinco
años, 1!1 abuelita, con relación a la que habían sido enviados y
recibidos telegramas, que no acababa de morirse y que, de
pronto, aparecía en persona como caída del cielo. Había venido,
aunque impedida, pues desde hacía cinco años era transporta­
·¡
da en un sillón, fiel a su costumbre, animada, fogosa y satisfe- .
cha, tiesa en su asiento, sin cesar de dar órdenes imperiosas, ri­
ñendo a todos: en ulia palabra, tal y como yo había tenido el
honor de verla un par de veces desde qué había ingresado
como preceptor en la �asa del general. Como es lógico, me
quedé petrificado. Me había visto con sus ojos de lince cuando
la conducían en el sillón, me había reconocido y llamado por
mi nombre y patronímico, del que, según su costumbre, se acor­
daba perfectamente. "¿A ella querían verla muerta y enterrada,
para disfrutar de su herencia? -cruzó por mi mente-. ¡Nos en­
�errará a todos nosotros y a cuantos hay en el hotel! Pero,

'
'(1} En alemán, "jefe de comedorn. (N. del EJ
83
Di()-��-�{C.t·tli,·��¡¡�,(-" '<ij;¡;�;-;:r�'h
¡ "rlf':�
,-"""'� Uhl?- ¡ a a revoiver el hotel e1,1u:ro .de arrib� aba}óe··
·' ·'::t.:( -¡Qué haces ahí, hijito, quieto y con jos ojos que se �e sa­
/:'le:o. de la cara! -prosiguió la abuela, gritándom�. ¿Es que no
sabes saludar? ¿O es que te has vuelto tan· orgulloso. que no

, quieres hacerlo? -¿No me has conocido? Oye, Potápich -se
· t"olvió a. un viejo de pelo canoso, de frac y corbata blanca, de
· ;:, �ontosada calva, su mayordomo, que la había acompañado en
d viaj�. oye: ¡no me ha conocido! ¡Me habían enterrado!
Pusieron un telegrama tras otro preguntando si me había muer­
to. ¡Lo sé todo! Pero, como puedes ver, estoy viva y coleando.
-Por favor, Antonida Vasüievna, ¿por qué iba a desearle
nada malo? -contesté yo alegremente, reponiéndome de lá
sorpresa-. Como nadie ·la esperaba ... Ha sido tan inopinado ...
-¿De qué te asombras? Tomé el tren y he venido. En d
vagón se va perfectamente, no hay empujones. ¿Habías ido a
dar un paseo?
-Sí, me he acercado al casino. ·

...,-Aquí se está. bien -dijo la abuela mirando alrededor-.


La temperatura agradable y los árboles son grandes. ¡Es lo

que a mí me gusta! ¿Están los nuestros en casa? ¿Y el gene·


ral?
-Sí, ·a estas horas todos suelen encontrarse en sus habitacio-
nes.
-¿También aquí tienen establecidas horas para todo y de­
más ceremonias? Dan el tono. He oído que tienen coche pro­
pio, les seigneurs russes. ¡Se arruinaron y al extranjero! ¿Está
Praskovia con ellos?
.....
-Sí, Polina Alexándrovna está también. _

-¿Y el franchute? Pero yo lo mismo los veré a todos.


Muéstrame el camino, Alexei lvánovich; quiero ir directamen-
te a su cuarto. ¿Te encuentras aquí a gusto?
·

-Así, así, Antonida Vasílievna.


-Tú, Potápich, di a ese imbécíl de camarero que Jlecesito

·� '.·�
- . .

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. . .... "
una habitación cómoda, buena, que no esté .alta, y encárgate de
que lleven las cosas ahora núsmo. ¿Para qué acuden todos a -
llevarme? ¡Qué esclavos! ¿Quién es ése que va contigo? -se

.. volvió de nuevo hacia mí.


�Es míster Astley -contesté.
- ¿ Y quién es núster Astley?
-Un viajero y buen amigo mío; �mbién conoce al general.
-Un inglés. No aparta los ojos·de iní y no dice esta boca
es mía. Por lo menos, me agradan los ingleses. Ea, llevadme
arriba, a su habitación; ¿dónde están?
Cargaron con la abuela; yo abrí la marcha por la amplia
escalera del hotel. Nuestro cortejo resultaba impresionante.
Cuantos nos veían se detenían a mirar con los ojos desorbita­
dos. Nuestro hotel era considerado el mejor, el más caro y
aristocráti�o del balneario. En la escalera y los pasillos siempre
se tropieza uno con espléndidas señoras y graves ingleses. Mu­
chos pidieron informes abajo, al Oberk.ellner, quien, por su par­
te, estaba muy impresionado. Contestaba, claro está, a cuantqs
pedían noticias, que era una extranjera muy principal, une russe,
une comtesse, grande dame, y que iba a ocupar las habitaciones
en que una semana antes había estado la grande duchesse de N.
El aspecto imperioso y autoritario de la abuela, transportada en
el sillón, fue la causa principal de todo esto. ,
Al encontrarse con una persona desconocida, la medía con
su mirada curiosa y me preguntaba a grandes voces quién era. .
Se la veía robusta, y. aunque no se levantaba del sillón, uno se
daba cuenta también de que era de elevada estatura. Mantenía
la espalda recta como una tabla y no se apoyaba en el respaldo.
Su cabeza, de cabello gris, grande y de facciones muy acusadas,
se mantenía erguida; miraba con insolencia y de un modo pro­
vocativo, y su mirada y sus gestos resultaban ·perfectamente na­
turales. A pesar de sus setenta y cinco años, su cara seguía bas­
tante lozana y conservaba toda la dentadura. Ves tía· un_ traje
·

de seda negra y cofia blanca.

85
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- J�. que subía coomig<>. . .
"Lo de los telegramas lo sabe -pensé yo--. A De Grillet
:�mbién lo conoce, pero a mademoiselle Blanche parece que
no". Inm�diatamente se lo dije así· a míster Ascley.
¡Pecador de mí! En cuanto se pasó mi primer asombro, me ·

.alegré horrores del trueno que ahora íbamos a producir en las


habitaciones del general. Esto _me había infundido ánimos, y
por ello marchaba extraordinariamente alegre delante del cor-
--.ttjo.
Los nuestros se alojaban en el tercer piso. No me .hice
anunciar y ni siqúiera llamé a la puerta. La abrí sencillamente
de par en par y la abuela fue introducida triunfalmente. Como
á propósito, todos estaban reunidos en el despacho del general.
Eran las doce y, al parecer, habían proyectado una excursión:
···unos irían en coche y otros a caballo; y habían invitado a algu­
nos amigos. Además del general, Polina y los niños con sus
· -
.. ayas, en el despacho se encontraban De Grillet, mademois·elle
· Blanche (otra vez en traje de a¡pazona), su madre, madame
· veuve Cominges, el pequeño príncipe y cierto sabio alemán, un
'Viajero al que yo veía entre ellos por primera vez.. El sillón de
bt abuela fue colocado en medio del despacho, a tres pasos del
general. ¡Dios mío, jamás olvidaré la escena! Cuando entra­
mos, el general estaba contando algo y De Grillet le contrade­
cía:· Hay que señalar que inademoiselle Blanche y De Grillet
llevaban dos o tr es días mostrándose muy atentos' con el peque­
ño príncipe, a la barbe du pauvre géniral, y todos -aunque ello
podía ser fingido-- se encontraban en la más alegre y familiar
disposición de ánin:o. A la vista de la abuela, el general se que-
.' dó de piedra, abrió la boca y enmudeció a media palabra. La mi­
ró con los ojos desorbitados, como hechizado por la �irada de
un_ basilisco. La abuela lo miró también en silencio, fijamente,
'_pero con una mirada triunfante, provocativa y burlona. Se es­
mvieron contemplando así, durante diez segundos, en medio .

86
del. profundo silencio de ruantos los rodeaban. D� Grillct se·
había quedado en un principio aturdido, pero una inquietud ex­
traordinaria no tardó en aparecer en su rostro. Mademoiselle
Blanche enarcó las cejas, abrió la boca y miró asustada a la
abuela. El príncipe y el sabio contemplaban con honda perple-. ,
jidad el cuadro. La mirada de Polina expresó extraordinario
ásombro, pero de pronto se quedó palidísima; un momento
después la sangre le afluyó a la cara y tiñó sus mejillas. ¡Si, ·. :,;,.. ·

aquello era una catástrofe para todos! Yo no cesaba de pasear


mi mirada de la abuela a todos ·los demás y de los demás a la -

abuela. Míster Astley se mantenía aparte, tranquilo y digno


como de costumbre.
�¡Bueno, aquí me tenéis! ¡ En vez del telegrama! -resonó,
por fin, la voz de la abuela, interrumpiendo el silencio-. ¿Qué,
no me esperabais?
-Antonida Vasílievna ... tía ... ¿De qué manera ...? -bal­
buceó el desgraciado general. Si la abuela hubiese tardado en
hablar unos segundos, es muy posible que le hubiera dado un
ataque.
-¿De qué manera? Tomé el tren y he venido. ¿Para qué
está el ferrocarril? Todos vosotros pensabais que había estira- · .

do la pata y os había dejado como herederos. Estoy al tanto


de los telegramas que tú mandabas desde aquí. Me figuro lo
que te habrán costado. Telegrafiar d�sde aqui resulta caro. Me
hice mi composición de lugar y aquí me tenéis. ¿Es éste el fran-
cés? ¿Monsieur De Grillet, verdad?
-Oui, madame -asintió De Grillet-; et croye� }e suis si en­

chanté... Votre santé... C'est un miracle ... vous voir ici, une sur­
prise charmante ...
-Y a, ya, charmante. Te conozco: eres un histrión, ¡no te
creo ni tanto así! -y le mostró su meñique-. ¿Quién es ésta?
-se volvió, señalando a mademoiselle Blanche. La llamativa
francesa, vestida de amazona y con la fusta en la mano, había : · ·

despertado su atención visiblemente-. ¿Es de aquí?

87
�.;,t:��- - :o-J;, . �,- :-.;; :. ,;:,é t.'�-��., '·�'-c,.,.�;-i
;� < _,:;;!. �i'•�i�':'· � ;� ,<-, A �;, <,,�:? · ·­

.,. -:g�7-:iñ�dté.U�'i$e:lle .Ulanche d�· Coming�s,· ·y· éSta d·' sú


· ·

loii ... .
··
mamá. njÍldame de Cominges; se hospedan en el hotel-le informé.
···. -¿Es� casada la hija? -preguntó la abuela, sin gran cere­
•tttoma.
. -Mademoiselle· de Cominges es soltera -contesté en el
tbno más respetuoso que pude y, premeditadamente, a media
\l'OZ.
-¿Es alegre?
Yo no llegué a entender la pregunta.
¡ -¿No se aburre uno con ella? ¿Entiende el ruso? De Gri­
1
,. :¡tt;, por ejemplo, aprendió en Moscú a chapurreado.
'

. Yo le expliqué que mademoiselle de Cominges no había


estado nunca en Rusia.
-Ban jour! -dijo la abuela, volviéndose bruscamente hacia
·dla.
-Bon jour, madame -contestóle, con una ceremoniosa y ele­
. -gante revt:rencia, aunque logrando hacer sentir; bajo el velo de
una discreción y cortesía extraordinarias, con toda la expre­
sión de su rostro y su figura, el gran asombro que le había pro-
. · &cidó tan extraña pregunta y la manera de abordarla.
-:-Ha bajado la vista y � aficionada a los remilgos y cere­
monias; se ve que es un pájaro de cuenta, una actriz. Me he .
- -quedado aquí, en el piso de abajo -se volvió de pronto hacia
iJ: generah. Seré vecina tuya. ¿Te parece bien?
-¡Oh, tía! Puede creer en la sinceridad de mis pensamien-
:ros de mi· satisfacción �afirmó el general. Se había serenado
...

basta cierto punto, y como llegado el caso sabía hablar bien,


:gravemente y con la pretensión de producir cierto efecto, ahora
s:e dispuso a explayarse .-. Estábamos tan inquietos por las
..

noticias de su salud. . . Recibíamos unos telegramas tan deses­


perados, y de pronto ...
-No mientas, no mientas -le cortó en el acto la abuela:
-Pero, ¿de·qué manera -se apresuró a interrumpirla el gene-
ral, elevando la voz y tratando de no reparar lo· de las "menti-
88
. '�
ras"-, de qué manera, sin embargo, se ha decidido a l;tacer este .. -.
viaje? Reconocerá que a sus años y con su salud ... Por lo me-
nos, ha sido tan inesperado todo esto, que se comprende nues-
tro asombro. Pero me alegro mu�o ... y todos nosotros -em­
pezó a sonreír tierna y fervorosamente- nos esforzaremos en ··'

hacerle su estancia aquí lo más agradable que podamos ...


-Bueno, basta; todo eso son palabras vacías. Sigues lo
mismo que siempre; sabré vivir_ por mí misma. Aunque no os
rechazo; no recuerdo el mal. ¿De qué manera, preguntas? ¿Qué ,
tiene esto de particular? De la manera más sencilla. No sé por
qué os asombráis. Buenos días, Praskovia. ¿Qué haces aquí?
-Bueno� días abuela -dijo Polina, acercándose a ella-. ¿Le
ha llevado mucho tiempo el viaje?
-Vaya, ésta es la que ha preguntado con más sensatez,
porque todo eran aspavientos. Ya ves: estaba harta de seguir
en la cama y de medicinas, eché a los médicos y mandé lla-
mar al sacristán de San Nicolás. Había curado de la misma en­
fermedad a una mujer con polvos de heno. También a mí me
sentó bien el remedio; al tercer día empecé a sudar y me levan­
-··
té de la cama. Volvieron a reunirse mis alemanes, se calaron
los lentes y emitieron su dictamen: "Si ahora va a tomar las
aguas al extranjero -dijeron-, le desaparecerán por completo
las obstrucciones." ¿Por qué no?, me dije. Los imbéciles de los
Zazhiguin pusieron el grito en el cielo: "¿Qué va a hacer us­
ted?" Y ahí. tienes. En un día hice los preparativos, .y el viernes
· ·

de la pasada semana tomé el tren con la doncella, Potápich y


Fiódor, el lacayo, aunque a éste le hice dar la vuelta en Berlín,
porque vi que no me hacía falta; habría hecho el viaje yo sola...
- :·:· �
Había tomado un vagón especial, "y, en cuanto a mozos, en
cualquier estación puedes encontrar los que quieras por. veinte
kópeks. iNo está mal el piso que habéis alquilado! -concluyó,
mirando a su alrededor-. ¿De dónde sacas el dinero, padreci-
to? Porque todo lo tienes hipotecado. A este francés le debes'
dinero. ¡Lo sé todo, todo!
·x

89
�ezó el general. sumido en.la co�ión-;
..

1 ""· .•
-Yo, tía.:.
. . me asombra, tía ... Creo que podría prescindiese de todo con­
. trol. . Además, mis gastos no son superiores a mis recursos, y
..

nosotros aquí ...


,. --:-¿Que no son superiores? ¡ Qué cosas dices! ¡Seguramente
·

has dejado a tus hijos sin nada! ¡Vaya un tutor!


. -Después de esto, después de estas palabras ... -emp.ezó el
general-indignado-, no sé ya ...
� 1

-¡Claro que no sabes! Seguramente aquí no te apartas de


la ruleta. ¿Te han desplumado?
El general había perdido casi el úso de la palabra, tan fuer­
tes eran los sentimientos que le habían invadido.
-¡En la ruleta! ¿Yo? Atendida mi posición ... ¿Yo? Dése
cuenta de lo que dice, tía; debe de encontrarse aún indispues-
ta...
-Todo esto son mentiras; seguramente no pueden arrancar­
te -de aquí. ¡Todo es mentira! Pero hoy mismo me acercaré a
ver qué es eso de la ruleta. Tú, Praskovia, me dirás lo que ·

hay aquí digno de ver; Alexei I vánovich me acompañará, y


tú, Potápich, toma nota de los sitios adonde hemos de ir.
¿Qué es lo que hay aquí digno de verse? -se dirigió otra vez,
de pronto, a Polina.
-En las cercanías tenemos las .ruinas de un castillo, y tam-
bién está el Schlangenberg."
·
·

...:,¿Qué es eso del Schlangenberg? ¿Un bosque?


-No, no es un bosque, es una montaña; hay un pico ...
-¿Qué pico? -
-El pico más alto ·de la montaña, un lugar cercado. Las
vistas són espléndidas. .
-¿Y podrán subir el sillón a Ja montaña? ¿ �odrán llevar­
me?
-Es posible encontrar porteadores -contesté yo.
En este momento se acercó a la abuela Fedosia, el aya,
que traía a los hijos del general..

90
-¡Nada de besos! No me gusta besar a los niños: todos es­

tán siempre llenos de mocos. ¿Qué tal te va por aqui, Fedosia?


-M�y bien, pero que .muy bien, madrecita Antonida Va­
sílievna --contestó Fedosia-. ¿Y usted, cómo lo ha pasado, ma­
drecita? Estábamos todos tan preocupados ...
-Lo sé, eres un alma sencilla. Y éstos qué son, ¿invitados?
-se volvió de nuevo hacia Polina-. ¿Quién es ese tipo escuchi-
mizado que lleva lentes?
-El príncipe Nilski, abuela -murmuró Polina.
-¿Es ruso? ¡Pensé que no me entendería! No he oído hablar
de él; puede que sea así. A míster Astley ya lo he visto. Ahí
está. -Se dirigió a él-: ¡Buenos días! ·

Míster Astley le hizo una inclinación en silencio.


-¿Qué me cuenta de bueno? Diga algo. Tradúcelo, Poli-
na.
Polina lo tradujo.
-Que tengo un gran placer en verla y me alegro de que
esté tan bien de salud --contestó m.íster Astley seriamente, pero
con la mejor voluntad. Se lo tradujeron. a la abuela y ésta, al
parecer, quedó satisfecha.
·

-Los ingleses siempre contestan bien --observ&--. No sé


por qué, si-empre me han agradado; no se los puede ni compa­
rar con los franceses. Venga a verme -dijo de nuevo a míster
Astley-. Procuraré no. causarle molestias. Tradúceselo; dile que
yo tengo mis habitaciones aqui abajo, aqui abajo; ¿lo oye?,
abajo, abajo -repitió a míster Astley, señalando con el dedo.
Míster Astley quedó extraordinariamente contento de la in­
vitación.
La abuela examinó a Polina de pies a cabeza con mirada
aten ti y satisfecha.
·

-Siempre te he querido, Praskovia -dijo de pronto-.; eres


_
una buena chica, la mejor de todos, aunque con un gemo ...
Bueno, también yo lo tengo. A ver, vuélvete; ¿qué es esto que
llevas en la cabeza? ¿Son postizos?
91
�.-��}���¡!r:.�+���f;0i?72::�'\!��
:�··:· --
,.'· ·¡;k:\�:, ...:No , abuela, es mi pelo.
· .
.�·�?( . . -Eso está bien, no me gusta la estúpida moda de ahora.
·. :��� muy guapa. Si fuera hombre me enamoraría de ti. ¿Por
· . � qué 'no te casas? Pero ya está bien. Tengo deseos de dar un
: paseo, después de tanto vag6n... Ea, ¿sigues enfadado? -pre­

guntó al general.
:-¡Por favor, tía! -contestó el general, alborozado-. Com�
. pr�do que a sus años ...
-Cetie vieilk est tombée en enfance. -cuchicheó De Grillet. a
·mi oído.
�uiero verlo todo. ¿Me cederás a Alexei Ivánovich? -pro­
siguió la abuela, dirigiéndose al general.
-Cuélllto usted quiera. Pero yo mismo ... y Polina, y mon­
sieur De Grillet ... Todos nosotros tendremos un gran placer
en acompañarla... .

-Mais, madame, cela sera un plaisir -confirmó De Grillet


c:On una seductora sonrisa.
'-Ya, ya; un plaisir. Me das risa, padrecito -añadió de
pronto, volviéndose hacia el general-. Pero ten·presente que no
te daré dinero. Bueno, ahora me voy a mis habitaciones: tengo
que
. ver todo eso; luego iremos a donde sea. Ea, levantadme:
Alzaron de nuevo a la 'a:buela y, en ftla india, seguimos to­
dos al sillón, escaleras abajo. El general marchaba como si le
hubieran dado un garrotazo en la cabeza. De Grillet meditaba
algo. Mademoiselle Blanche se habría quedado, pero juzgó
conveniente salir con todos. Cerraba la marcha el príncipe.
Arriba, en las habitaciones ·del general, se quedaron solamente
el a1etnán y madame veuve Comjnges.
CAPÍTULO X

En los balnearios -y parece ser que en toda Europa- los


directores de los hoteles y los Oberkellner, al destinar habitacio­
nes a sus clientes, se guían no tanto por las exigencias y deseos
de éstos como por su criterio personal; y hay que advértir que
raras veces se equivocan. Pero a la abuela, sin que sepamos la
causa, le asignaron un departamento tan lujoso, que hasta peca­
ron por exceso: cuatro habitaciones espléndidamente amuebla­
das, con baño, piezas para la servidumbre, cuar�o particular
para la doncella, etc. Efectivamente, aquellas habitaciones ha- _

bían sido ocupadas una semana antes por cierta grande duchesse,
lo que, como es lógico, se puso inmediatamente en conocimien­
to de los nuevos huéspedes al objeto de encarecer el precio del
departamento. La abuela fue conducida en andas o, mejor di­
cho, paseada por todas las habitaciones, que ella observó con
mirada atenta y severa. El Oberkellner, hombre de bastante
edad y calvo, la acompañó respetuosamente en aquella primera
revista.
No sé por quién tomarían todos ellos a la abuela, pero creo
que fue por una persona muy principal y, sobre todo, riquísi­
ma. En el registro apareció acto seguido la siguiente inscrip­
ción: Madame la générale, princesse de Tarasévicheva, aunque
ella no había. sido nunca princesa. Su servidumbre, el departa­
mento particQ].ar en el tren., la infinidad de innecesarios baúles,
maletas y hasta arcon_es llegados con la abuela, contribuyeron
probablemente a darle prestigio; y el sillón, el tono rudo y la
voz de la abuela, sus excéntricas preguntas, hechas sin el menor·
embarazo y en unos términos que no admitían réplica, en una

93
. ·. _
\J������I�:�'>·;�,�:���::::���1,
p�ra,t�· :f'ig)JihiHod!a · de 'bí: abueli -tiesa:, -b�ca/!mp'éí:íi;lsa,::::; - '-',�:·r�
_

:\ �;_· - lkVélr01l al niáxiÚto la vénéración general hacia' ella. En ocasio�


.- · '·

. :: <;r�f$. durante la revista, la abuela mandaba de pronto detener el


- · ;sillón, indicaba un detalle del moblaje y hacía las preguntas
�- .. más peregrinas al Ober/e.eltner, que no abandonaba su respetuosa
$0nrisa,; pero que ya· empezaba a sentir miedo. Hacía sus pre­
guntas en francés, lengua que, por lo demás, hablaba bastant!= -
" ·.

mal, por lo que yo solía servir de intérprete. La· mayoría de las


respuesta� del Ober/e.eltp.er le desagradaban y le parecían insatis­
... · '

- : faetorias. Además, ella preguntaba cosas que no venían a cuen-


• '

- to. De pronto, por ejemplo, se- detenía ante un cuadro� una co-

pia bastante floja de un original conocido de tema mitológico.


-¿De quién es este retrato?
El Ober/e.ellner explicaba que, probablemente, era de alguna
condesa. -
-¿Es que no lo sabes? Vives aquí y no lo sabes. ¿Por qué
'está aqUí?¿ Por qué bizquea?
El Ober/e.ellner no sabía dar contestación satisfactoria y hasta
se desconcertaba.
-¡Es un necio! -comentaba la abuela en ruso.
La llevaban adelante. La historia se repitió con una figuri-
. lla de Sajonia que la abuela estuvo examinando largo rato y
luego, sin explicar las razones, mandó que fuese retirada. Final­
mente acosó a preguntas al Ober/e.ellner: cuánto costaban las al­
fombras de la alcoba, dónde las hacían. El Ober/e.ellner prometió
informarse.
1 -¡Son unos ásnos! -gruñó la abuela, y concentró toda su
¡:
atención en la cama.
-¡Qué baldaquino más ostentoso! A ver, levantad la ropa.
Dejaron las sábanas al descubierto.
-Más, más, que se vea bien. Quitad las almohadas y las
fundas. Levantad el colchón.
Dieron la vuelta a todo. La abuela lo exa�ó atenta-
mente .

. 94
-Por lo menos, no hay chinches. ¡Que quiten toda la ropa!
Que pongan mis sábanas y mis almohadas. Pero todo esto es
demasiado suntuoso para una vieja co�o yo: yo sola me sen­
tiré aburrida.· Tú, Alexei I vánovich, procura venir por aquí a
menudo, cuando termines las clases con los niños.
-Desde ayer no estoy al servicio del general -le dije-,
vivo en el hotel por mi cuenta.
-¿Cómo es eso?
-Hace unos días vino de Berlín un linajudo barón alemán
con su esposa, la baronesa. Ayer, en el paseo, me dirigí a él
en alemán sin respetar la pronunciación berlinesa.
-¿Y qué? .
-El lo consideró un atrevimiento y vino a quejarse al ge-
neral, quien anoche me notificó que quedaba despedido.
-¿Es que insultaste al barón? Aunque lo hubieras insulta­
do, no era tan grave la cosa.
-De ninguna manera; todo lo contrario; el barón hizo
ademán de darme un bastonazo.
-¿Y tú, calzonazos, permitiste que tratasen así a tu maes­
tro? -se volvió de pronto hacia el general-. ¡Y para colmo lo
despides! Sois unos pazguatos; por lo que veo, todos sois unos
pazguatos.
-No se preocupe, tía -dijo el general con cierto matiz de
altiva familiaridad-. Yo sé lo que me hago. Además, Alexei
Ivánovich no ha contado las cosas como sucedieron.
-¿Y tú te aguantaste? -me preguntó a mí.
-Yo quería desafiar al barón -contesté con toda la modes-
tia y tranquilidad posibles�, pero el general se opuso.
-¿Por qué te opusiste? -se volvió ·de nuevo la abuela al
general-. Y tú, amigo, vete, ya vendrás cuanto te llame -dijo
al Oberk.ellner-. N o te quedes ahí como un pasmarote. N o pue­
do sufrir esta fisonomía nuremburguesa.
El interpelado hizo una inclinación y se retiró, claro· que . � ·

sin haber entendido el cumplido· de la abuela. · _. · .� " ·

.c._. :
95
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.
-
,.
·el generar .con una 'sonr-isa.
·

-¿Por qué han de ser �imposibles? Los hom?r� son �os


· �; se hubieran peleado. Ya veo que todos vosotros sois
wos calzonazos, no sabéis mantener el buen nombre de vuestra

patria. ¡Ea, levantadme! Potápich, procura que haya �iempre


cilos porteadores dispuestos-, contrátalos y ajust� las condicio­
nes. Más de ¡los no hace falta. Unicame�te me tendrán que
· l:levar en alto por 'las escaleras; en terreno llano, por la calle,
va rodando: explícasdo. Y págales por adelantado� así serán
·

. más respetuosos. Tú estarás siempre coiunigo, y tú, Alexei


Ivánovich, me señalarás a este barón en el paseo� quiero echar
s-iquiera. un vistazo a. este "von Baron". Pero bueno, ¿dónde
está la ruleta?
Yo le expliqué que las ruletas se encontraban en las salas
del casino. Luego siguieron las preguntas: "¿hay muchas?,
_¿jue-gan mucho?, ¿�e juega todo el dí,a?, ¿cómo funcionan?"

Yo contesté que lo mejor de todo era verlo con los propios


t'>jos, puesto que la simple descripción resultaba bastante di­
ñcil.
. �¡ Pues que me Ueven allí directament�! Ve por delante,
AleX.ei I vánovich .
...;.¿Es que no desea· descansar �espués· del viaje? -preguptó
solícito el general..
- Parecía un tanto inquieto. Todos empezaron a mirarse con­
fusos. ·Probablemente les p�ecía algo delicado y hasta bochor­
noso- acompañar a la abuela al casino, donde, se comprendé,
. podía hacer una de sus extravagancias, ·y en público; sin em-
bargo, todos ellos se ofrecieron a acompañarla. · ·

-¿Para: qué voy a descansar? No estoy cansada; he venido


sentada cinco días enteros. Veremos las fuentes y las aguas
mediCinales. Y luego; ¿cómo decías, Praskovia? ¿el.pico?
-:-Sí, abuela.
-Pues bien, el pico. ¿A qué otros sitios se puede ir?

96

'
·. .
-Hay -muchas cosas, abuela -contestó Polina� embarazada: ; .... .;_.;-;
-¡Ni tú misma lo sabes! Marfa, vendrás conmigo -dijo la ;� , . ·

abuela a su doncella. · _ _ :,,

---,¿Para qué va a venir, abuela? -intervino. el generál-. No


.
es posible. Y a Potápich también es difícil que le permitan la
entrada en d casino.
-¡Eso es una estupidez! ¿La vamos a dejar porque es una ,.:
criada? También es una persona; llevamos una semana de via-
je, también ella tiene deseos de ver cosas. ¿Con quién va a ir,
si no es conmigo? Ella sola no se atrevería a asomar la nariz
a la calle.
·

-Pero, abuela ...


-¿Es que te da vergüenza salir conmigo? Pues quédate en
casa, nadie te pide que vengas. j Vaya con d general! yo mis­
ma soy generala. Además, ¿para qué voy a llevar toda esa cola ·

detrás de mí? Lo veré todo con Alexei Ivánovich . . . ·

Pero De Grillet insistió decididamente en que debían


acompañarla todos y se extendió en las más amables frases
acerca dd placer que para ellos significaría, etc. Se pusieron en
marcha.
. -Elle est tombée en enfance -repitió De Grillet al general-;'
,
seule, elle Jera des betises...
No oí la continuación, pero era evidente que abrigaba cier-
tos propósitos y que hasta sus esperanzas habían renacido. · , ':,

Hasta d casino había como cosa de media versta. Nuestro· ,


camino seguía la avenida de los castaños hasta los jardines,
después de los cuales se desembocaba directamente en las salas
de juego. El general se tranquilizó algo, porque nuestro cortejo,
aunque bastante excéntrico, era digno y decoroso. Además, no
era nada sorprendente que en d balneario se presentase una
persona enferma y débil, incapaz de manejarse por su cuenta.
.
Pero a lo que el general tenia miedo era, sin duda, al casino:
¿para qué una vieja, enf� e impedida, tenía que ir a la ru­
leta? Polina y mademoiselle Blanche iban a· ambos lados dd ·

97"t
. . .
·
�{s :_&;;���0�� •s•¿�ec��{br·:�¿��---sÚ��;
e
!'":
- ·� .. - se mostráhá: dfscretáni6:tte al,egre y hasta gastaba algunas bro'-
- . · ,· rruis ap¡ables con la abuela, con lo que ésta acabó pór hacer
>. >dogios de ella. Polina, al ·otro lado, estaba obligada a contes­
·.

._�f -tara constaittes e innumerables preguntas de la abuela: "¿quién


es ése que ha pasado?, ¿quién es ésa?, ¿es grande la ciudad?,
·

,
. ¿qatS árboles son ésos?, ¿qué montañas son ésas?, ¿hay aquí

. águilas?, ¿qué tejado tan ridículo es ése?" Míster Asdey cami­


. , : ·: naba a mi lado y me dijo al oído que esperaba mucho de esta
-

. " :.: ::. mañana. Potápich y �arfa cerraban la marcha tras el sillón: él
, �- : ·dé frac y corbata blanca, pero con gorra, y ella -una solterona
·

<k cuarenta años y colorada, pero que ya .empezaba a enea­


. necer-- con cofta, vestido de satén y crujientes zapatos de piel
.. . de cabra. La abuela se volvía muy a menudo para cambiar

unas frases con_ambos. De Grillet y el general se habían reza- -


·

! .. gado algo y conversaban entre sí con gran calor. El general­


_

p�ecía muy alicaído; De Grillet hablaba en tin tono muy


enérgico. Es posible que tratase de animar al general; al pare­
. cér, le daba ciertos consejos. Pero la abuela ya había pronun­
. · ·

-� la frase fatal: "No te daré dinero." Esto pudo ser algo


iirverosímil para De Grillet, pero el general conocía a su tÍa.
. ;:·Yo observé que De Grillet y mademoiselle Blanche seguían ha-
-ciéndose guiños. Al príncipe y al alemán viajero los vi al fmal
1 �• ··: • mismo de la avenida: se habían quedado atrás y seguían por su .

¡
cuenta.,

: Al casino llegamos triunfahnente. En d conserje y en los


1 criados se reveló el mismo respeto que en la servidumbre del
: . ·' ·, hotel. Nos �aron, sin embargo, con cierta curiosidad. La
1
· · · abuela mandó que lo primero de todo le diesen una vuelta por
r . . todas las salas; unas cosas las elogiaba y otras la dejaban com-
-
pletamente insensible. Llegamos, por fm, a las salas de juego.
· �El lacayo, que se mantenía ante las puertas cerradas tieso, como
· si montase gÚardia , desconcertado, _las abrió de par en par.
- La aparición de la abuela produjo honda impresión. Tras

. �.

.,

!.
-�--

las mesas de la ruleta y al otro extremo de la sala, donde es­


taba el trente et quarante, se apiñaban unos ciento cincuenta o
doscientos jugadores, en varias filas. Los que habían consegui­
do abrirse paso hasta la misma mesa, como de costumbre, se
mantenían ftrmes y no abandonaban el sitio hasta que los de­
jaban sin blanca; porque ocU.par un puesto junto a la mesa es
algo que no se permite a los mirones. Alrededor de la mesa
había sillas, pero eran pocos los que las ocupaban, sobre todo
cuando había mucha gente, porque de pie se ocupaba menos
sitio y resultaba más fácil hacer las puestas. La ftla segunda y
la tercera se apretaban tras la primera, esperando su va. y mi­
rando; pero alguno, movido por la impaciencia, alargaba la
mano a través de los primeros para hacer su apuesta. Hasta
desde la tercera fila había quien se las ingeniaba para participar
así en el juego; la consecuencia era que no pasaban diez. minu­
tos, o cinco solamente, sin que en un extremo de la mesa sur­
giese una "historia" a cuenta de un gesto dudoso. La poliáa
del casino, pdt lo demás, es bastante buena. Las apreturas,
claro, no se pueden evitar; al contrario, se ven con buenos
ojos, porque resulta ventajoso; pero los ocho croupiers sentados
en torno a la mesa vigilan atentamente las posturas, abonan las
ganancias y, si surgen diferencias, las resuelven. En casos ex­
tremos llaman a la policía y el asunto se liquida en un dos
por tres. Los policías se encuentran en la misma sala, vestidos
de paisano, entre los espectadores, de tal manera que no es po­
sible distinguirlos. Prestan atención especial a los fulleros que
en las salas de juego abundan mucho por la gran facilidad que
tienen para ejercer su industria. En efecto, en cualquier otro
sitio, para robar, hay que meter la mano en el bolsillo ajeno ó
fracturar cerraduras, y eso, cuando las cosas salen mal, trae
consecuencias muy desagradables. Aquí, en cambio, basta acer­
carse a la mesa, empezar a jugar y de pronto, de manera abier­
ta y a la vista de todos, tomar una ganancia ajena y embolsár­
sela; si se promueve una discusión, el fullero insiste a grandes

99
....
: ·
-
voces en que la postura es suya. Si la maniobra ha sido reali­
z�da hábilmente y los testigos vacilan, es muy común que el
ladrón se quede con el dinero; claro está, si se trata de una can­
tidad muy pequeña. Si la postura es grande, la faena no suele
pasar inadvertida de los croupiers; los propios jugadores la ad­
vierten. Pero si la cantidad no es grande, el verdadero dueño
suele abap.donar la· partida simplemente, temeroso del escinda­
do. Ahora bien, si el ladrón es descubierto, es expulsado al acto
ignominiosamente.
La abuela contemplaba todo esto de lejos, con ávida cu­

riosidad. Le agradó mucho eso de que echasen a los fulleros.


El trente et quarante no excitó gran cosa su curiosidad; le gustó
más la ruleta y lo de la bolita que rueda. Finalmente, mostró
deseos de ver el juego más de cerca. No comprendo cómo su­
cedió, pero los criados y algunos solícitos agentes (más que
nada polacos a quienes habían desplumado y que ofrecen sus:
servicios a los afortunados y a todos los extranjeros) encontra­
ron un sitio para la abuela a pesar de las apreturas, en el centro
mismo de la mesa, junto al croupier principal, y empujaron has­
ta allí el sillón. Numerosos mirones (principalmente ingleses
con sus familias) acudieron inmediatamente hacia la mesa para,
por encima de los jugadores; contemplar a la abuela. Nuni.ero­
sos impertinentes se dirigieron hacia ella. Entre los croupiers
renació la esperanza: un jugador tan excéntrico prometía, en
efecto, algo extraordinario. Una mujer de setenta años, impe­
dida y con deseos de jugar, no es cosa que se vea todos los
días. Yo me abrí también paso hasta la mesa y me coloqué
junto a la abuela. Potápich y Marfa se mantuvieron a un lado,
entre la gente. El general, Polína, De Grillet y mademoiselle
Blanche quedaron también entre los mirones.
En un principio, la abuela se dedicó a contemplar a los
jugadores. A media voz me hacia preguntas tajantes y secas:
"¿Quién es ése?, ¿quién es ésa?" Le agradó particularmente
un joven que en un extremo de la mesa jugaba por todo lo

100
. >"
.•
�\-_k,.,...-..... . ....
_ .
....
.. ...,.,. -Zt .
· : _:· -· - .-

alto, hacía apuestas de miles de francos y, según se decía alre­


dedor, llevaba ganados ya los cuarenta mil, que tenía ante é].
· en oro y billetes de banco. Estaba pálido, sus ojos brillaban y
le temblaban las manos; apostaba, ya sin pensarlo, lo que po­
-día coger con la man?, pero siempre ganaba y seguía amonto­
nando dinero. Los criados se movían a su alrededor; pusieron
detrás de él una butaca y dejaron libre un espacio pará que no
le apretase nadie, y todo con la esperanza de recibir una gene­
rosa recompensa. Algunos jugadores suelen dar sin contar si­
quiera el dinero, movidos por la alegria, a puñados. Junto al
joven se encontraba ya un polaco que, respetuosa pero continua­
mente, le decía algo al oído, indicándole, a juzgar por todo, lo
que debía hacer, aconsejándole y dirigiendo su juego; se com­
prende: también esperaba una buena gratificación. Pero el ju­
gador apenas le miraba, hacía las apuestas a la buena de Dios y
no cesaba de ganar. Era evidente que estaba aturdido.
La abuela se le quedó mirando unos minutos.
-Dile -se movió de pronto, dándome un codazo-, dile
que lo deje, que recoja cuanto antes el dinero y se vaya. ¡Va a
perder, lo va a perder todo! -prosiguió, jadeante de emoción-.
¿Dónde está Potápich? ¡Manda a Potápich para que le ad­
vierta! Díselo, díselo -volvió a empujarme-. ¿Pero dónde
está Potápích? Sortn.z sort�J- -empezó a gritar ella misma
al joven.
Yo me incliné hacia ella y le expliqué a medía voz que aquí
no se podía gritar, hasta hablar un poco alto estaba prohibido,
porque esto molestaba a los jugadores, y que si seguía así nos
echarían.
-¡Es una lástima! Va a perderlo todo, él se lo busca ...
No puedo mirarlo, no hace más que ganar. ¡Qué animal!
Y la abuela se dio prisa en volverse hacia otro lado.
Allí, a la izquierda, en la otra mitad de la mesa, destacaba
una señora joven que tenía a su lado un enano. No sé quién
sería el enano en cuestión, si era pariente suyo o lo había lle-
101
vado para producir efecto. Y a antes había advertido yo la pre­
sencia de esta señora; acudía a la sala de juego todos los días,
hacía la una, y se iba a las dos en punto; se pasaba una hora
jugando. La conocían e inmediatamente le acercaban una buta­
ca. Sacaba del bolsillo unas monedas de oro y varios billetes
de mil francos y empezaba sus apuestas con calma y sangre
fría, calculando las jugadas, apuntando en un papel los números
y tratando de encontrar el sistema con arreglo al cual, en aquel
momento preciso, se agrupaban las posibilidades. Sus apuestas
eran bastante fuertes. Ganaba cada día mil, dos mil, tres mil
francos como mucho, no más, y seguidamente se marchaba. La
abuela la estuvo mirando largamente.
-¡Esa no perderá! ¡Esa si que no perderá! ¿Quién es?
¿Lo sabes tú? .
-Debe de ser una francesa de esas ... -murmuré.
-Por el vuelo se ve que es una pájara. Se ve que tiene las
uñas aftladas. Pero explícame, ahora, ¿qué significa cada vuel­
ta? ¿Cómo hay que apostar?
Yo traté de hacer comprender a la abuela lo que signifi­
caban estas numerosas ·complicaciones de rouge et noir, pair et
impair, manque et passe y. finalmente, los diferentes matices en
el sistema de los números. La abuela escuchaba atenta, trataba
de recordar lo que le decía, volvía a preguntar hasta que acaba­
ba de enterarse. De cada sistema de posturas se podía poner
inmediatamente un ejemplo, así que no le costó ningún trabajo
aprender y recordar muchas cosas. La abuela quedó muy sa­
tisfecha.
-¿Y qué significa el 7fro? Ese croupier de pelo rizado, el
principal, acaba de gritar 7fro. ¿Por qué se ha llevado todo lo
que había en la mesa?¡ Vaya montón! ¿Todo es para él? ¿Qué
significa eso?
·-El -zéro, abuela, significa que la banca gana. Si la bola cae
en el -zéro, todo cuanto hay en la mesa es para la banca. Claro
que se hace una nueva tirada, pero la banca no paga nada.

102
-..:...¡ Esa sí que' es buena r ¿Y yo no recibo nada? ..._ · . ...
., -�·
-No, abuela; si antes de esto ha apostado al '7/ro y si sale
'7/ro, le abonan treinta y cinco veces más.
-¡Cómo! ¿Treinta y cinco veces más? ¿Y sale muy a me-· ..
. '•

nudo? ¿Por qué son tan estúpidos que no apuestan? -


-Hay treinta y seis probabilidade& en contra, abuela. .·

-¡Es una estupidez! ¡Potápich! ¡ Potápich! Espera, que


tengo dinero, ¡aquí está! -Sacó del bolsillo una abultada boL<l<l
y tomó de ella un federico-. Toma, ponlo al '7/ro.
-Abuela, el 7,.éro acaba de salir -dije yo-. Ahora tardará
mucho en repetirse. No se apresure, espere un poco.
-¡ Es una estupidez, una estupidez! Quien teme al lobo,
que no vaya al monte. ¿Qué? ¿Has perdido? ¡Apuesta otra
vez!
Perdimos el segundo federico; apostamos un tercero. La
abuela no podía estarse quieta, con los ojos ardientes clavados -
en la bola que saltaba por las ranuras de la rueda. También
perdimos el tercero. La abuela estaba descom:puesta. Se remo­
vía; hasta dio un puñetazo en la mesa cuando el croupier anun­
ció trente six en vez del esperado 1fro.
.. .·· .

_,.¿Pero qué es esto? -exclamó enfadada-. ¿Cuándo va a


salir ese maldito 1fro? ¡Aunque me muera, estaré aquí hasta
que salga! ¡Ese maldito croupiet' del pelo rizado se las ingenia
para que no salga nunca! ¡ P�m dos monedas de un golpe, Ale­
rti Ivánovich! Si apuestas tan poco, cuando salga el '7/ro no
ganarás nada.
-¡Abuela!
-¡ Ponlas, ponlas! El dinero no es tuyo.
Yo puse dos federicos. La bola voló largo rato por la rue­
da, hasta que empezó a saltar por los dientes. La abuela se

quedó quieta, me apretó la mano y, de pronto, ¡zas!


-Zéro -cantó el croupier. ::�--;� .
-¡Ya lo ves, ya lo ves! -se volvió rápidamente la abuela ·. ��
hacia mí, toda radiante y satisfecha-. ¡Ya te lo decía! El pro--.
'_ _ ;;._:.,
·.\.'

103
·.

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. �.:.
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ij�s�,�:�;t��T�� 1�i1·1���i���:�f����re��t�:
_"; ;[.)me darán .ahora? .¿Por qué no. acaban de pagar? Potápich,
- :
_ _ ·

- ·,; �. ��-�·: Marfa, ¿dónde están? ¿Dónde están todos los nuestros? ¡Po-
tá.pich, Potápich l
-Desp:ués. abuela -le dije al oído-. Potápich está en la
puerta, no le dejan entrar . Mire, abuéla, le dan su dinero,
rtómelo! '
Le entregaron un pesado cartucho de papel azul con cin­
cuenta federi�s y otros veinte en moneda suelta. Yo se lo acer-
. qué todo con la raqueta. .
-Faites le jeu, messieurs! Faites le jeu, messieurs! Ríen ne
va pltts -dijo el croupier, in�itando a hacer las apuestas y dis­
poniéndose a hacer girar la rueda.
-¡Que no nos da tiempo, Dios mío! ¡Van a darle a la rue­
.: , : da! ¡Apuesta, apuesta! -insistió la abuela-. Pero no te entre­
tengas, ¡date prisa! -añadió fuera de sí, dándome un fuerte
codazo.
-¿Adónde ponemos, abuela? .
1·.
¡.
-¡Al -zéro, al 1fro .' ¡Otra vez al -zéro .' ¡Pon todo lo que se·
pueda! ¿Cuánto tenemos en total? ¿Setenta federicos? No te
importe, pon veinte de una vez.
-¡Dése cuenta de lo que hace, abuela! ¡A veces pasan dos­
cientas tiradas para que salga! Va a perderlo todo, se lo aseguro.
-¡N o es verdad, no es verdad! ¡Apuesta! ¡Es una corazo­
nada 1 Yo sé lo que me hago -,dijo la abuela, estremecida en un
': ·.

verdadero frenesí.
-Pero al -zéro no se puede apostar más de doce federicos,
abuela; es lo que yo he puesto.
-¿Por qué no se puede? ¿Me engañas? Monsieur, mon­
- �.; sieur! 2se volvió, dándole un codazo al croupier de su izquier­
da, que se disponía a poner en marcha la rueda-. Combien
·· 7!ro ? Dou-zy ? Dou-ze ?
Yo me apre!¡uré a explicar la pregunta en francés.
-Oui, madame -confirmó cortésmente el croupier-. . De la
104
•• •lA
.. ....:
. .
··.· .
-.
.
. . . . ·

.
� �>;�� ;,;··_:¡-;..·.-.'- -;�-�_;· ·!' ·-� -,< �' fr-�-= :,-¡: ..;:> -�� ::�;�·fi·fo;· ,::'-�- : �:;�:;��:_-.f�:?
- �:-
. misma manera qu� la .postura no debe ser cada vez de más de
cuatro mil florines, según las regl�s -amplió sus aclaraciones.
-Bueno, no hay nada que hacer. Pon doce.
_
-Le jeu est fait! -anunció el croupier.
La rueda empezó a· dar -yueltas y salió el treinta.·¡ Había­
mos perdido!
-:-¡ Otra vez! ¡ Otra vez! ¡ Otra vez! ¡Apuesta otra vez!
-gritó la ahuela.
Yo ya no quise llevarle la contraria y, encogiéndome de
hombros, volví a apostar doce federicos. La 11;leda estuvo gi­
rando durante largo rato. La abuela �emblaba, sin apartar la
vista de la bola. "¿Es capaz de pensar que va a salir otra vez el
�ro?", pensé, mirándola con asombro. En su rostro resplande­
cía la convicción absoluta de que iba a ganar, de que de un
instante a otro iban a anunciar: Zéro!
La bola se detuvo.
-Zéro.' -cantó el croupier.
-¿Qué te decía? -se volvió la abuela hacia mí con una fu-
o

riosa expresión de triunfo.


También yo era jugador; lo sentí en aquel mismo instante.
Las manos y las piernas rile temblaban y la sangre me afluyó a
la cabeza. Claro que era una rara casualidad que, de diez veces,
tres hubiera salido ef 'l{ro; aünque esto no tenía nada de ex- .
traordinario. Yo mismo había podido ver, tres días antes, que
el 'l{ro salía tres veces seguidas, y un jugador, que anotaba cui­
dadosamente todas las jugadas, manifestó en voz alta que en
tóda la víspera no había salido el 'l{ro más que una ·sola vez.
A la abuela, como persona que había obtenido la ganancia
más considerable, la atendieron con particular respeto y defe­
rencia._ Recibió exactamente cuatrocientos veinte federicos, es
decir, cuatro mil florines y veinte monedas. Los veinte federi­
• f·

cos se los abonaron en oro y los cuatro mil florines, en bille­


tes.
Pero .esta vez la· abuela no llamó. ya a Patápich; era otra
-; . ·

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cosa
lo: ·que\·Ia "óétlp:f9a: ·�'),_�:?
No daba empujones 'Ói Yeinblabi ·exie-
riormente, Su temblor, valga la expresión, era interno. Toda: · -�
··· '

. ella se había conce!}ttado, estaba con la vista _fija. _


'i'
�Alexeí Ivánovich,. él ha dicho que. de una vez se pueden
· r. poner cuatro mil florines, ¿verdad? Toma, pon estos cuatro mÜ
: al rojo.
·
. �t

Era inútil tratar de disuadirla. La rueda empezó a dar


vueltas.·
-Rouge! -cantó el croupier.
Una nueva ganancia de cuatro mil florines, en total ocho
mil.
..•
-Dame cuatro mil, y los otro cuatro mil ponlos otra vez
al rojo -ordenó la abuela. ·:¡o.

Hice lo que me mandaba.


-Rouge.' -anunció de n�evo el croupier.
-¡ En total, doce mil! Dámelo todo. El oro mételo aquí,
en el bolso, y los billetes los guardas. ¡Ya está bien! ¡A Casa.!
¡Empujad el sillón!

' .•.
..
-· '

CAPÍTULO XI

llevaron el sillón a la puerta, al otro extremo de la sala.


La abuela estaba radiante. Todos los nuestros se apiñaron en
torno suyo para felicitarla. Por excéntrico que hubiese sido d .•
.•

comportamiento de la abuela, su triunfo echaba un velo sobre ,


muchas cosas y el general no temía ya que sus relaciones fami­


liares con una mujer tan extravagante pudieran comprometerle
ante la gente. Con una sonrisa benévola y de jovial familiari­
dad, como quien halaga a un nifio, felicitó a la abuela. Por lo
demás, parecía tan asombrado como el resto. Todos hablaban y
señalaban a la abuela. Míster Astley, algo apartado, hablaba de
ella con dos ingleses conocidos suyos. Algunas majestuosas se­
ñoras la miraban con el mayor asombro, como un portento. De
Grillet se deshacía en felicitaciones y sonrisas.
-Que/le victoire! -decía.
-Mais, madame, c'était du feu! -añadió con obsequiosa
sonrisa mademoiselle Blanche.
-Pues sí, sin más ni más he ganado doce mil florines. Eso
sin contar el oro, pues con éste llegarán a trece mil. ¿Cuánto ·

será en nuestra moneda ( ¿Seis mil?


Yo le informé que pasaban de los· siete mil rublos, y que,
con el cambio actual, acaso llegasen a los ocho miL
-¡Una tontería, ocho mil rublos! ¡Y vosotros estáis aquí
como unos pasmarotes, sin hacer nada! Potápich, Marfa, ¿ha- -
béis visto?
-Madrecita, ¿cómo 1?-a sido esto? ¡ Ocho mil rublos l -ex­

clamó Marfa, retorciéndose.


-¡Tomad estos cinco federicos para cada uno!

107
·

_ � ;-.) $· , - ���-\·-jr�_:-.:r..��:;�.·.. :j_ .· �� 4. . ::: �\;�'�,��--;-�_· --_ .:¡_:·r�_.,../.-:}>-� �-"


• - ·. · · -

Po. dpí�!f" y' :'Mat.fa'"'se aéercaron a :besarU la-' mano.


'-::···;;�·' � �q�
·.

"-: ; -Que se dé un federico a cad.a uno de los porteadores.


· · �-:.,-��_-;_·
, Daselos. tú, Alexei Ivánovich..¿Por qué saluda· ese criado, y ·. .,

·ese otro también? ¿Me felicitan? Dales también un federico.


. -Madame la princesse... Un pauvre expatrié... Malheur.
• continuel... Les princes russes sont si généreux ... -decía, junto al
. sillón, cierto individuo de levita raída y chaleco de colorines,
bigotudo, con la gorra ·en la mano y sonriendo servilmente.
-Dale también un federico. No, dale dos. Bueno, basta,
porque si no, no acabaremos nunca. ¡ Levantadme y llevadmd
. Praskovia -dijo a Polina Alexándrovna-, mañana te compraré
un vestido, y también le compraré otro a mademoíselle . . .
e Cómo se llama? ... A mademoisdle Blanche. ¡ Tradúceseló,
Praskovia!
. -Merci, madame -dijo mademoiselle Blanche; haciendo una
·· enternecida reverencia y torciendo la boca en una sonrisa bur­
lona, que cambió con De Grillet y el general. Esre _quedó algo
· ·,ttu'bado y se alegró muchísimo cuando nos vimos en la ave­
nida.
-Pienso en el asombro que esto producirá a Fedosia -dijo
: la abuela, recordando al aya de los hijos del general-. Tam­
bién habrá que . comprarle tela para un vestido. ¡ Eh, Alexei
lvánovich, Alexei lvánovich, dale una limosna a ese pordiose­
ro!..
•·\.· Por el camino pasaba un tipo andrajoso, con la espalda en­
corvada, que se nos qued6 mirando.
-Puede que no sea un pordiosero, abuela, sino un gra­
• ·
·nuja.
-¡Dásela! ¡Dásela! ¡Dale un florín1
Me acerqué a él y se lo di. Me miró con perplejidad, pero
aceptó en silencio la moneda. Olía a vino. ·

-Y tú, Alexei 1vánovich, ¿no has probado aún tu suerte?


·

r. �No, abuela.
-Pero los ojos te brillaban, lo he visto�

108
... �-r
. -.�
-Probaré más tarde, abuela, forzosamente.
-¡Apuesta al 'ljro! ¡Ya verás! ¿Cuánto dinero tienes?
-Veinte federicos en total, abuela.
-No es mucho. Si quieres, te prestaré cincuenta. Aquí los.
tienes, en este cartucho; tómalos. ¡Pero tú, padrecito, no es­
peres nada, a ti no te daré nada en absoluto! -se volvió de
. pronto hacia el general.
Este pareció estremecerse, pero guardó silencio. De Grillet
arrugó el ceño.
-Que diable, c'est une terrible vieille! -gruñó entre dientes,
dirigiéndose al general.
-¡Un pobre, un pobre! j Otro pobre! -gritó la abuela..:...
Alexei Ivánovich, dale también un florin.
Esta vez se trataba de un viejo de pelo gris, con una pata
de palo, que vestía una larga le�ita azul oscuro y que llevaba en
la mano un largo bastón. Parecía un viejo soldado; Pero cuan-
do yo le ofrecí el florín, die> un paso atrás y me miró amenaza-· · •.

daramente.
-Was ist's der Teufel! ( r) -gritó, acompañando la frase con
Un.a docena de palabrotas.
-¡ Es un imbécil! -dijo la abuela, con un gesto de despre­
cio-. j Seguid adelante! j Estoy hambrienta! Ahora comeremos,
descansaré un rato y volveremos allí.
-¿Quiere volver a jugar, abuela? -le pregunté.
-¿Qué te creías? ¿Que me iba a estar mirando vuestras
caras de aburridos?
-Mais, madame -se acercó De Grillet-, les chance� peuvent
tourner, une seule mauvaise chance et vous perdre-z tout... Surtout
avee votre jeu... C'était terrible!
-Vous perdre'Z absolument -gorjeó mademoiselle Blam::he.
-¿Y qué os importa a vpsotros? Perderé mi dinero, no el
vuestro. ¿Qué ha sido de ese míster Astley? -me preguntó.

(r) En alemán, "¿Que demonio es esto?n (N. del E.)


109
�.�
,c.,��'fJ}��r�,:�:0�.;>·'�9��"
r;¿ ...... .. -�.. .; : '.:.
.<

-s� qtiedó en el casino, abue.la.


' .,

�Lo siento; él sí que es una buena persona.


Al llegar al hotel, la abuela, que se había tropezado con el
Oherk.ellner en la escalera, lo llamó para presumir de su buena
stterte; luego �amó a Fedosia, a la que regaló tres federicos, y
· m..rodó que le sirviesen la comida. Mientras ella corrúa, Fedosia
y Marfa se deshicieron en alabanzas. .
. -La miraba a usted, madrecita -charlaba Marfa-, y le
deáa a Potápich: "¿Qué quiere hacer nuestra madrecita?" Y en
la mesa había tanto dinero. . . En mi vida había visto cosa
igwtl. Y todo eran señores ... "¿De dónde -pregunté a Potá­
pich- habrán salido estos señores?'' Pedí a la madre de Dios
que viniera en su ayuda. Me puse a rezar por usted, madreci­
ta, y sentía que el corazón se me paraba, me temblaba todo el
q¡erpo. "Que el Señor le dé suerte", pensaba, y se la dio. Des­
dé entonces, madrecita, no dejo de temblar.
..:...Alexei Ivánovich, después de la comida, hacia las cuatro,
estarás preparado para volver. Ahora adiós, no olvides avisar
a un médico para que venga a verme. También. he de tomar las
aguas. P�rque eres capaz de olvidarlo.
Salí como embriagado. Trataba de imaginarme qué sena
.ahora de todos los nuestros y qué cariz tomarían las cosas.
Veía muy bien que ellos (sobre todo el general) no se habían
repuesto de la primera impresión. El hecho de que la abuela se
presentase en lugar del telegrama que de hora en hora espera­
bafi con la noticia de su muerte y, por tanto, de la herencia,
había trastornado hasta tal punta el sistema de sus propósitos y
decisiones ya adoptadas, que todas las hazañas posteriores de la
abuela en la ruleta los encontraron en un estado de gran perple­
jidad, como si se hubieran quedado pasmados. Y mientras tanto
este segundo hecho era casi tan importante como el primero,
. porque,· aunque la abuela había afirmado en dos ocasiones que
no darla dinero al general, ¡quién sabe!; a pesar de todo, no ·

se debían perder las esperanzas. No las había. perdido De Gri-

llO
llet, que andaba por en medio de todos los asuntos del general.
Estoy seguro de que mademoiselle Blanche, también muy in­
teresada (¿cómo no?: ¡ gener� y una herencia importante!),
tampoco había perdido las esperanzas y emplearía todos sus .
recursos de seducción con la abuela, en contraste con Polina,
intratable y que no sabía mostrarse cariñosa. Pero ahora, ahora,
cuando la abuela había realizado tales hazañas en la ruleta,
ahora, cuando la personalidad de la abuela se. mostraba ante
ellos tan claramente (una vieja terca y dominante et tombée en
enfance), ahora acaso todo estaba perdido: porque ella, como
una niña, parecía contenta y, como es de rigor, no acabaría
hasta verse desplumada. "Dios mío -pensaba yo, y, ¡que él
me perdone!, con el goce más maligno-, Dios mío, cada fede­
rico que la abuela apostaba antes era una lanzada en el corazón
del general, sacaba de _sus casillas a De Grillet y llevaba hasta
la exasperación a mademoiselle de Cominges, a la que habían
pasado la cuchara junto a los labios." Otro hecho más; incluso
en el momento de ganar, de alegría, cuando la abuela repartía
el dinero a manos llenas y tomaba a cualquier transeúnte por un
mendigo, incluso entonces había dicho al general: "¡A ti no te
daré nada en absoluto!" Esto significaba que se había hecho
firmemente a esta idea. ¡Peligroso! ¡Muy peligroso!
Todas estas consideraciones danzaban en mi cabeza CU3;11-
do, después de dejar a la abuela,· subía por la escalera principal
al último piso, a mí cuchitril. Todo ello me preocupaba mucho;
aunque, naturalmente, ya antes podía intuir los hilos principales
y más gruesos que unían ante mí a los actores, en última instan­
1
cia desconocía todos los recursos y secretos de aquel juego.
Polina nunca se había confiado conmigo por completo. Aunque
1
1-
a veces me descubría, como sin quererlo, su corazón, yo había
observado que con frecuencia, casi siempre, después de estas
confidencias, lo tomaba todo a risa o confundía las cosas con
el propósito de dar a todo un sentido falso. ¡Oh, era mucho
lo que me orultaba! En cualquier caso, yo presentía que se

111
�t'���:�Jr�Y_'!�:��:;,--,�x::��
--·��aba d final de aq�lla situación misteriosa y' tirante. Un"��'t�
-
�:�· .·,_..,golpe más y· todo quedaría terminado y al descubierto. De mi � ·

�·· suerte, que también andaba VJ.ezclada en ello, apenas me preo-


.


cupaba. Extraño estado de espíritu el mío: en el bolsillo no
tenía más que veinte federicos; me encontraba lejos de la pa­
tria, en un país extranjero, sin colocación y medios de vida,
sin esperanzas ni horizontes, ¡y no me-preocupaba! Si no hu-
- hiera· sido porque pensaba en Polina, me habría entregado por
completo a la cómica díversión del próximo desenlace y habría
'>

reído a mandíbula batiente. Pero Polina me tenia preoeupado;


su suerte iba a decidirse, lo presentía; aunque confieso que,
en verdad, no era esto lo que me preocupaba. Quería penetrar
en sus secretos; habría querido que ella viniese a mí y me dije-
.. ra: "Te amo"; y si no era_ así, si esto era una locura inconcebi-
ble, entonces... ¿para qué desear nada? ¿Es ·que yo sabía lo
que quería? Yo mismo me sentía como perdido;_ lo único 'que
·"quería era estar junto a ella, dentro de su aureola, de su res- -y�
·plandor, y para 'siempre, para toda fa vida. ¡No sabía nada
más! ¿Acaso·podía apartarme de ella? :·.-.�
En el pasillo del tercer piso sentí como si me hubieran _,

dado Un. golpe. Me volví y a unos veinte pasos o algo más Vi a


· Polina, ·que salía de un cuarto. Parecía como si me estuviera
-esperando; me hizo señas de que me acercara.
-Polina Alexári.drovna ...
-¡Más bajo! -me advirtió.
-Lo que son las cosas -dije a media voz-: había sentido
como un golpe en el. costado, me he vuelto ¡y era usted! ¡Se
diría que irradia electricidad !
· -Tome esta carta -dijo ella, preocupada y ceñuda; segura­
mente no había oído mis palabras-· y entréguela ahora mis.rno,
personalmente, a míster Astley. Lo antes que pueda, se lo
�-�. ruego. No hay respuesta. El mismo ...
No terminó la frase.
·-¿A míster Astley? -pregunté asombrado.
..- �

112
Pero Polina había desaparecido ya tras la puerta.·
¡ o1a, conque se cartean. .
"H 1" . . .......

Como se comprende, salí inmediatamente en busca �e


míster Astley. Primero estuve en su hotel, donde no lo encon­
tré, luego en el casino, donde recorrí en· vano todas las salas, y
ftnalmente, contrariado y casi sunlido en la desesperación, al
volver a casa, lo vi casualmente, formando parte. de una cabal­
gata de ingleses e inglesas. Le hice una seña para que se detu­
viera y le entregué la misiva. No hubo tiempo ni de cambiar
una mirada. Sospecho que míster Astley, intencionadamente,
dio un fustazo a su caballo.
No sé si me atormentaban los celos, pero me encontraba·
muy abatido. Ni siquiera sentía deseos de informarme de sobre
qué se carteaban. "Amigo, sí -pensaba yo; esto estaba claro . ..

(y también cuándo él había ganado su amistad}-. Pero ¿hay


amor? Claro que no", me decía mi razón. Mas la razón en , :: ...

estos casos es poca cosa. Una cosa era evidente: tenía que po­
nerlo en claro. El asunto se complicaba desagradablemente.
Apenas había entrado en el hotel cuando el conserje y d
Oberk_ellner, ·que s�a de su cuarto, me dijeron que me habían
estado buscando; por tres veces habían mandado a preguntar
dónde estaba. Debía acudir cuanto antes a las habitaciones del
general. Yo me encontraba en una pésima disposiCión de áni­
mo. En el despacho del general encontré, además de éste, ·a De
Grillet y a mademoiselle Blanche, sola, sin h madre. Esta era,
..

decididamente, una simple ftgura decorativa para cubrir las apa­


riencias;· cuando se llegaba al verdadero asunto, mademoiselle·
Blanche obraba por su cuenta. Y· era muy probable que la
madre ficticia no supiera nada de los. asuntos de la S!Jpuesta
hija.
Los tres mantenían un vivo cambio de impresiones; incluso
la puerta del despacho estaba cerrada, cosa que no ocurría
nunca. Al acercarme pude oír grandes voces: la de De Grillet,
......
.., ..
.

insolente y mordaz, los gritos descarados, insultantes y furiosos

113
' .� .

._.o
�:��sJ::?:;�r,��-t:, :·�1�:�ffj��
�;�-,:. d� Bl�&f·y :¡f� ��-- lásbinera "déf ge�e;ar: _;ql�,' �b;-1�:�;�si¿:i�_,:;:.
· ·

: :�. trataba ;de justificarse. Al aparecer yo, contuvieron sus impul- '-'·�:?;{;
1 >

.... -�; ·Sos y tt! aron de adoptar una é[ctitud digna. De Grillet se .alisó �:·��
at
· -
los c a�os y su setpblante, hasta entonces irritado, se hizo son- .. _
·,

- . ·dente, �n esa sonrisa francesa dete;¡table y oficialmente cortés


!. -� :

·; ; . q�e ta.ni:·. o a?orrez�o. El general, ab�tido y d�scompue�o, adop- ·} ·�


.': -
actttud dtgna, pero mas
to una !
, bten lo hizo maqumalmente. .;;�
:'

Madenioiselle Blanche fue la única que no se molestó en caro- ;::�


·

biar'la ;expresión de cólera de su fisonomía; se limitó a callar, '"':,�\


(. ·. ·

clavando en riÚ su mirada en una espera impaciente. Observaré


que ha.$ta entonces había· mostrado hacia mí un desprecio in-
... _ ';-creíble;� ni siquiera contestaba a mís saludos: ·sencillamente, -�1
. ·parecía' como si no advirtiese mi presencia. , ;�
_.
·
·
. -Allexei Ivánovich -empezó el general en un tono tierno, "
.. _ . como disponiéndose a reñirme-, permítame manifestarle que.
.
•:"; resulta ; extraño, ex�año en �ado sumo·:. E� �a palabra, su

. manerai de conductrse conrmgo y con rm fantilia no puede ser· ;PAi


. G-f�
más extraña . . .
·

:�:J
-Ce n 'est pas fa -le interrumpió De Grillet c.on despecho y :¿j
, ...:: desprec;:io. ¡Decididamente, lo dirigía todo! -Mon cher mon'-· J�
-sieur, '!tOtre cher g,énéral se trompe al caer en este tono -sigo su ·��
discurso en ruso--, pero quería decirle ... es decir, advertirle o,
mejor dicho, suplicarle muy encarecidamente que no cause su
núna, 1 sí, que· no cause su ruina! Empleo ddiberadamente esta
exprestón ...
-iPeto de qué se trata?. :.::¡e interrumpí. .
·

-Verá, usted ha tomado sobre sí _el papel de guía (o ¿cómo


· ' drcirlo ?) de esta vieja, cette pauvre et terrible vieille -el propio

De Grillet se confundía-, pero. va a perder, ¡va a perderlo


todo! Usted mismo ha visto, ha sido testigo de cómo juega. Si
empieza a perder, no se apartará de la mesa, por tozudez, por '
rabia, y ·seguirá jugando y jugando. Y en estos casos nunca
llega el desqwte, y entonces.. . entonces.. .
·

-J,
-Y entonces -siguió d general- liSted llevará a la xvina a

114 '·
•.
.

..
..... ....
"- ..
__ ,
toda la fámilia. NosÓtros, mi familia y yo, somos sus herederos,
no tiene otros parientes más cercanos. Se lo digo abiertamente:
mis asuntos van mal, no pueden ir peor. Usted mismo sabe
algo de ello ... Si pierde una cantidad importante o acaso toda
la fortuna (¡oh, Dios mío!), ¿qué será entonces de mis hijos?
-El general volvió la vista hacia De Grillet. -¿Qué será de
mí? -Miró a mademoiselle Blanche, que se apartó de él con
desprecio. -¡ Sálvenos, Alexei 1 vánovich, sálvenos! ...
-¿Qué puedo hacer yo, general, de qué manera ...? ¿Qué
significo yo aquí?
-¡Niéguese a acompañarla, niéguese, déjela! ...
:-¡ Encontraría a otro! -exclamé. .

-Ce n 'est pas fa, ce n 'est pas· fa -volvió a interrumpir De


1. Grillet-, que diable! No, no la deje, pero por lo menos trate
de aconsejarla, de disuadirla, de apartarla ... Bueno, procure
que no pierda demasiado, trate de apartarla como sea.
-¿Y cómo lo. voy a hacer? Si se encargara usted mismo de
1 hacerlo, ni.onsieur De Grillet ... -agregué del modo más inge­
l.
1
1 nuo posible.
Aquí observé una mirada rápida, de fuego, interrogante, de
mademoiselle Blanche a De Grillet. Por la cara de éste cruzó
algo especial, como si no pudiera contenerse en sus impulsos
de sinceridad.
-¡Ahí está la cosa: que ahora no me aceptaría! -exclamó
De Grillet-. Acaso ... más tarde ... . -:·

De Grillet miró rápida y expresivamente a mademoise­


lle Blanche.
-Oh, mon cher monsieur Alexis, soyez si bon -dijo la propia
Blanche, dando un paso hacia mi con una seductora sonrisa,
cogiéndome ambas manos y apretándolas con fuerza.
¡Diablos! Esta cara diabólica sabía cambiar en un segundo.
En aquel instante adquirió una expresión de súplica, agrada-·.
ble, con una sonrisa infantil y hasta traviesa. Al acabar la frase
me hizo un guiño con picardía, sin que nadie lo advirtiese; ¿es . ..,.

115

' l
.;"� .¡.-.· . : ... _._;- J. · ... ,;\ ' ,)' � . -�_ ;, ' ' ··��--- ' . 'i·-� �.. � ., · · ,,. ¡ ..
-
. .
·_., • • •. �- _�,

qu�.r� • abatu:rii'e d�;· urrav v�.("Y no'- ie s�NF mal; a"'CuJ'qtie ' t�:
� >

;.: :
sult6 terriblemente ·burdo.
·

· ·. �'::l::�
El general dio un salto tras ella, precisamente un salto: .,_�_:_1/.i
-Alexei Ivánovich, perdóneme que antes empezase a ha- . :.,.,�
blarle de aquel modo; no era eso lo que quería decirle... Le · :�.�
f\lego, s� lo suplico, mé indino profundamente ante usted a la
,manera rusa: ¡usted, sólo usted puede salvarnos! Mademoiselle
•de Cominges. y yo_le imploramos; usted lo comprende, ¿verdad
que lo coinpr.ende? -dijo, mostrándome con la mirada a made­
moiselle Blanche. Su aspecto no podía ser inás lastimero.
- En aquel momento so�aron tres golpes suaves ..Y respetuo-
sos en la· puerta. Abrieron: el que llamaba era el mozo del pa-
X�
sillo ; detrás, a unos pasos de . él, se encontraba Potápich. Ve-. .�
�;_-;:..•,
Iúan como embajadores de la abuela. Debían buscarme y _con-
ducirme ante ella inmediatamente; "se. enfada", anunció Potá-
··p. ich. •· ;><
·;::t·
-¡Pero si sólo son las tres y media! ·:.
-No ha podido dormirse, no cesaba de dar vueltas y ha· . �
· · acabado por levantarse, ha p.edido el sillón y me ha mandado
· á buscarle� Ya está en el· portal ...
-Quelle mégere!- -exclamó De Grillet.
En efecto, ericontré a la abuela ya en el portal, impacienn"­
sima por mi ?-USencia. No había podido esperar hasta las cua­
1
•• tro.
-¡Ea, levantad.m.e! -gritó, y de nuevo nos dirigimos hacia
·la ruleta.

• 1

. ;

' .·

.1

.... ,.....
CAPÍTULO XII

La abuela se mostraba impaciente e irritada; estaba claro


que la ruleta no se le podía ir de la cabeza. No prestaba aten­
ción a nada y estaba muy distraída. En el camino, por ejemplo,
no preguntó por nada, como antes. Al ver un coche lujosísimo, _,

que pasó ante nosotros como un torbellino, levantó la mano y.


preguntó: "¿Qué es eso? ¿De quién es?", pero ni siquiera es­
cuchó nú respuesta; su estado meditabundo se veía interrumpi­
do sin cesar por bruscos movimientos del cuerpo y exclamacio­
nes de impaciencia. Cuando .le señalé de lejos, ya al acercarnos .
al casino, al barón y a la baronesa Wurmerhelm, miró distraí- ·

damente y dijo con la más absoluta indiferencia: ..¡Ah!", y,


volviéndose rápidamente hacia Potápich y Marfa, que camina-·
han detrás de nosotros, les dijo:
-¿Para qué venís ·vosotros? ¡No os voy a llevar cada
vez! ¡Idos a casa! Me basto contigo -añadió, volviéndose "
hacia mí, cuando los otros, después de hacer una. presurosa re­
verencia, dieron la vuelta.
En el casino ya esperaban a la abuela. Inmediatamente la
-
acompañaron al mismo sitio de antes, junto al croupier. Se me
figura que estos croupiers, siempre tan tiesos y que aparentan
ser simples funcionarios a los que no les importa en absoluto -
que la banca gane o pierda, no son tan indiferentes a las pér­
didas de la banca, y se comprende que están aleccionados para
atraer a los jugadores y velar por los intereses del negocio:·· .,.: · ;-

117 . : .-,
. .
• !,.� . . .. - ._. •: '·. ·::· . - ·'· ·. -•• ·?. -� - .

: ,
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·c:stói'teclbqs;?us··prÚilas/ A' la '.ilbuela,� podotírteno�, I�Jni� _ . _ . .·

· ·• ·_ �-ta:ron _coinó a -lin� víctima. Luego sucedió lo que los Íürestt6s- 2- ·.

. .sUponían.
La cosa fue como sigue:
..... �
:�tr-"';
La abuela se lanzó directamente al ""<.éro y me mandó poner
..

.
·.doce federicos. Los pusimos una vez, otra, otra, y el ""<.éro no
r-- Salió. "¡Pon, pon!, me empujaba impacienté la abuela. Yo la
'
-"� wx:decía.
_t.. -

-¿Cuántas veces hemos apostado? -me preguntó, por fm,


rechinando los dientes de impaciencia.
. �Doce, abuela. Hemos perdido ciento cuarenta- y cuatro :/·:
_ · .

.Jedericos. Ya le decía, abuela, que hasta la noche ...


-¡Cállate! -me interrumpió-. Pon al ""<.éro y apuesta mil
florines al rojo. Toma este billete.
.•;;
El rojo salió, pero el -;fro falló de nuevo; nos entregaron ·�;;"";
·

los mil florines de ganancia.


·- _ .- --¡Ya ves, ·ya ves! -murmuró la abuela-. Hemos recupera·
: .. do casi todo lo que habíamos perdido. Apunta otra vez al "{éro; !.- ..
- pondremos otras qiez veces y lo dejaremos.
Pero la quinta vez la abuela se desanimó por completo.
_-Deja ese repugnante ""<.éro, que se vaya � diablo. Toma,
apuesta los cuatro mil florines al rojo -ordenó.
-¡Abuela! Eso es mucho, ¿y si no sale dAo? -dije en
·t:ono suplicante; pero ella estuvo a punto de pegarme.-
Por lo demás, me daba tales codazos,·que casi podía decir­
.
se que no cesab� de pegarme. No había otro remedio: puse en

.el rojo los cuatro mil florines que antes -habíamos ganado. La
rueda empezó a dar vueltas. La abuela permanecía tiesa, tran­ . f:
quila y orgullosa, sin dudar de que iba a ganar irremisible-
mente. ·,

-Zéro anunci6 el er_oupier.


-

. . En un principio la abuela no comprendió, pero al ver que >�•


...
el woupier se llevab� sus cuatro mil florines con todo lo que · '}.f,G
había sobre la mesa y al saber que el ""<.éro, que tanto tiempo .- t,¡..�
...... � ' il

... ;
.
llevaba sin aparecer y en el que habíamos perdido casi dos­
cientos federicos, había salido, como a propósito, cuando ella
acababa de abandonarlo, lanzó un ¡ay! y dio una palmada que
se oyó en toda la sala. A nuestro alrededor se oyeron risas.
-¡Dios mío! ¡Ha salido el maldito! -clamó la abuela-.
¡El condenado! ¡Tú tienes la culpa! ¡Tú tienes la culpa de
todo! -se revolvió furiosa contra 'mí, dándome un empujón-.
Tú me lo quitaste de la cabeza.
-Le he hablado sensatamente, abuela, ¿cómo puedo res­
ponder de todas las probabilidades?
-j Ya te daré yo probabilidades! -murmuró ella amenaza­
doramente-. Vete de aquí.
-Adiós, abuela -y di la vuelta, disponiéndome a mar­
charme.
-¡Alexei Ivánovich, Alexei Ivánovich, quédate! ¿Adónde
vas? ¿Qué te pasa? ¡Vaya, se ha enfadado! ¡Estúpido! Ea,
quédate, quédate un rato más, no te enfades, ¡yo misma soy
una estúpida! Dime qué es lo que hay que hacer ahora.
-Yo, abuela, no quiero decirle nada, porque luego me
echará a mí la culpa. Juegue usted misma; diga lo que quiere y
yo haré las posturas.
-¡ Bueno, bueno! ¡Pon otros cuatro mil florines al rojo!
Toma el billetero, sácalos -y sacó el billetero del bolsillo y me
lo entregó-. Date prisa, ahí hay veinte mil rublos en dinero.
-Abuela -murmuré-, esas apuestas ...
-Aunque me muera, he de desquitarme. ¡Pon!
Jugamos y perdimos.
-¡Pon, pon, pon ocho mil!
-No es posible, abuela, la postura más alta que se admite
es de cuatro mil.
-¡Bueno, pon cuatro mil!
Esta vez ganamos. La abuela se animó.
-¡Ya ves, ya ves! -me dio un codazo-. ¡Apuesta otros
cuatro mil!

119
- -
..,..----:-"'�-- --------· -- --------.,--
..r

Los apostamos y los perdimos; perdimos otra ·y otra vez.

-Abuela, se han acabado los doce mil -le informé.


-Ya lo veo -dijo ella, con una rabia tranquila, valga la
expresión-; ya lo veo, padrecito, ya lo veo -balbuceó, con la
mirada fija y como meditando-. ¡Eh! ¡Aunque me muera, pero
pon otros cuatro florines!
-No hay dinero, abuela; hay valores rusos del cinco por
ciento y algunas letras, pero dinero no.
-¿Y en el bolso?
-Queda calderilla, abuela.
-¿Hay aquí casas de cambio? Me han dicho que se podían
cambiar todos nuestros valores -preguntó en tono enérgico la
abuela.
-¡ Oh, todas las que quiera! Pero perdercí en el cambio .. ,
¡Hasta un judío se horrorizaría!
-¡ Tonterías! ¡Me desquitaré! Uévame. ¡Llama a esos estú­
pidos!
Llevé el sillón hacia la puerta, aparecieron los porteadores
y salimos del casino.
-¡De prisa, de prisa, de prisa! -ordenaba la abuela-. lndí­
cales el camino, Alexei lvánovich; la que esté niás cerca ...
¿Es muy lejos?
-,.Está a dos pasos, abuela.
Pero al torcer del jardín para entrar en la avenida nos salió
al encuentro toda nuestra gente: el general, De Grillet y made­
moiselle Blanche con su mamá. Polilla Alexándrovna no venía
con ellos, ni tampoco míster Astley.
-¡Ea, ea, ea! ¡No os paréis! -gritó la abuela-. ¿Qué os

pasa? ¡No estoy para entretenerme con vosotros!


Yo iba detrás; De Grillet se me acercó.
-Ha perdido todo lo de antes y otros doce mil florines.
Ahora vamos a cambiar los valores del cinco por ciento -le
comuniqué a toda prisa en voz baja.
De Grillet dio una patada en el suelo y corrió a transmi-

120

-'
. .

tírselo al general. Nosotros continuamos empujando el silló n


de la abuela.
-¡ Deténgala, deténgala! -me dijo el general al oído, fre­
nético.
-Pruebe usted a hacerlo -repliqué.
-Tía -se acercó el general-, tía ... ahora ... ahora . .. -su
voz temblaba y se quebraba-, alquilaremos caballos e iremos a
las afueras ... Es un paisaje encantador ... El pico ... Veníamos
a invitarla.
-¡Déjame en paz con tu pico! -lo rechazó irritada la abuela.
-Hay una aldea ... Tomaremos té ... -prosiguió el general,
ya completamente desesperado.
-Nous boirons du lait sur l'herbe fraiche -agregó De Grillet
con rabiosa cólera.
Du lait, de l'herbe fraiche: a ello se reduce todo lo ideal­
mente idílico del burgués parisiense; en ello, como es sabido,
reside su visión de la nature et la vérité.
-¡Vete al cuerno con la leche! Bébela tú mismo, que a mí
me produce dolor de vientre. ¿Por qué me importunáis? :-gritó
la abuela-. ¡Ya os he dicho que no tengo tiempo!
-Hemos llegado, abuela -dije yo-. Aquí es.
Estábamos ante una casa donde se hallaban instaladas las
oficinas de un banquero. Yo entré ·a cambiar; la abuela se que­
dó esperando; De Grillet, el general y Blanche se mantuvieron
apárte, sin saber qué hacer. La abuela les lanzaba miradas colé­
ricas y ellos se alejaron en dirección al casino.
1 . El descuento que me hacían era tan terrible, que no me de­
1
cidí a resolver por mí mismo y volví a la abuela en busca de
instrucciones.
-¡Ah, bandidos! -gritó, juntando las manos-. Pero qué le
vamos a hacer, ¡cambia! -dijo con voz enérgica-. Espera, ¡dile
al banquero que salga !
-¿No le dará lo mismo un empleado, abuela?
-Bueno, un empleado, es igual. ¡Ah, bandidos!

121
El empleado accedió a salir al saber que se trataba de una

condesa anciana e impedida. La abuela le reprochó durante


largo rato, con voz fuerte y colérica, quejándose de que le ha­
cían trampas y regateando con él en una mezcla de ruso, fran­
cés y alemán que yo le ayudé a traducir. El grave empleado
nos miraba a los dos y meneaba en silencio la cabeza. A la
abuela la examinaba con una curiosidad excesiva, hasta tal pun­
to que resultaba ya descortés; por fin empezó a sonreír.
-¡Bueno, vete! -gritó la abuela-. ¡Ojalá revientes con mi
dinero! Cambia, Alexei lvánovich; si tuviera tiempo iríamos a
otro ...
-El empleado dice que en otros sitios le darían todavía
menos.
No recuerdo el descuento que nos hizo, pero era espantoso.
Cambié doce mil florines en oro y billetes, tomé la cuenta y
se la llevé a la abuela.
-¡Bueno, bueno, bveno! No nos vamos a parar a contar
-dijo, con un gesto enérgico-. ¡De prisa, de prisa, de prisa!
-No jugaré nunca a ese maldito 7!ro, y al rojo tampoco -
-dijo, al acercarse al casino.
Esta vez me esforcé cuanto pude para que las apuestas
fueran lo más pequeñas posibles, tratando de convencerla de
que, según se presentase la suerte, siempre habría tiempo para
hacerlas grandes. Pero estaba tan nerviosa que, aunque se mos­
tró conforme al principio, no hubo posibilidad de frenarla a lo
largo del juego. Apenas empezó a ganar posturas de diez y
veinte federicos, no cesaron los codazos:
-¡Ya ves! ¡Ya ves! Hemos ganado. Si hubiéramos puesto
cuatro mil en vez de diez, habríamos ganado cuatro mil. ¿Y
ahora? ¡Tú tienes la culpa de todo!
Y por mucho que me irritase su manera de jugar, acabé por
decidirme a guardar silencio y no darle más consejos.
En esto se acercó De Grillet. Los tres estaban allí cerca:
pude darme cuenta de que mademoiselle Blanche se encontraba

122
con su mamá y se mostraba muy amable con el príncipe. El
general había caído visiblemente en desgracia, casi olvidado
por completo. Blanche no lo miraba siquiera, aunque él daba
vueltas alrededor de ella y se mostraba muy obsequioso. ¡ Pobre
general! Palidecía, se ponía rojo, temblaba y ni siquiera tenía
ánimos para seguir el juego de � abuela. Blanche y el príncipe
acabaron por irse; el general corrió tras ellos.
-Madame, madame -murmuró De Grillet con voz melosa,
acercándose hasta el oído mismo de la abuela:-. Madame, así
no se juega ... No, no, no es posible ... -añadió en un ruso pé-
.
suno-. ¡ N'
o.
-¿Y cómo hay que hacerlo? ¡ Enséñame! ---se volvió la
abuela hacia él.
De Grillet se puso a hablar rápidamente en francés, empe­
zó a darle consejos sin cesar de moverse; decía que había que
esperar la suerte, hizo cálculos. . . La abuela no entendía nada.
El no cesaba de recurrir a mí para que yo tradujera; daba gol­
pes en la mesa con el dedo, exponía sus consideraciones; fmal­
mente, sacó un lápiz y se puso a hacer cálculos en un papel. La
abuela acabó por perder la paciencia.
. -¡Bueno, vete, vete! ¡Todo eso son estupideces! "Macla­
me, madame", pero no entiendes ni ·jota. ¡Vete!
-Mais, madame -insistió De Grillet, y de nuevo empezó
con sus explicaciones. Lo había tomado muy a pecho.
-Bueno, pon una vez como él dice -me ordenó la abuela-.
Veremos. Puede que salga.
Lo único que De Grillet quería era evitar las posturas
grandes: proponía jugar .a números sueltos y en combinación.
Yo puse, siguiendo sus indicaciones, un federico a los nones en
los doce primeros y cinco federicos por grupos del doce al die­
ciocho y del dieciocho al veinticuatro; en total, dieciséis fede­
ricos.
La rueda empezó a girar. Zéro, anunció el croupier. Lo ha­
bíamos perdido todo.

123
���;�:�:;����:i�a�;¡�z��
- •
· · · ··GriUe:t""-:, ¡ Eres . un infame franchute I ¡ N<> te pongas a .dar cQ:n,; :c1:j!:
�ejos, monstruol ¡yete, vete! ¡No entiende nada y se mete eti.' ��
lo que no le importa! . ;¡.�
. ·

De Grillet, terriblemente ofendido, se encogió de hombros, �;;��


JD.i.ió despectivamente a la abuela y se apartó. Le. daba ver.. •1t
·giienz:1 ��berse metido en el asunto; no había p<>dido _reS�tir. ·. �
la tentaaon. -�'·;.if;t.,:.
Una: hora más tarde, a pesar de todos nuestros intentos, .b1�
habíamos perdido todo.
-¡A casa! -gritó la abuela. .
. . .--:}1
No abrió la boca hasta que estuvimos en la avenida. Ya �
.
allí; y cuando nos acercábamos al hotel, émpezaron a br�tar laS' '}j
aclamaciones. :. ���!
.:...¡Qué brutal ¡Pero qué brutal ¡Eres una vieja brutal
.�
Apenas habíamos entrado en sus habitaciones, dijo : :�¡·;i
-1 Que me sirvan tél ¡ Y a prepararlo todo ahora misnio� -��
·N
1 . os vamos!
1'. l i
.f ..
-¿Adónde nos vamos, madrecita? -preguntó Marfa. <;[;
-¿Y a ti qué te imp<>rta? ¡Tú a lo tuyo! Potápich, recógd:O>.-t �
todo, haz el equipaje. ¡Nos. volven;tos a Moscú! ¡He perdi�3::f:1
qlllDce mil rub1os.1 . ;i�:J--
• .

.
-¡Quince mil, madrecita! ¡Dios _mío l -exclamó Potápi� :)�\
.
·

juntando enternecido las manos, probablemente con la idea di�


hacer méritos. :'}�'
-¡Bueno, bue��. imbécil! ¡Todavía te vas a p<>ner a gimo'-���
tear! ¡Cáll�te! ¡Haz el equipaje! Y de pris�, de prisa. .

-El pnmer tren sale a las nueve y media, abuela -la infor-·l:;�< ó$ ·

mé, al objeto de contener s� furor.


-¿Y qué hora es?
-Las siete y media.
-¡Qué contrariedad! ¡Pero es lo mismo! Alexei 1vánovich,
no me ha quedado ni un kópek. Toma estas dos láminaS� corro...::;i
allí y cámbialas. Porque no tendríél; ni para el viaje. . . ��
lU
;! •

�;."'�
.
--- - ; .,
.,
· Yo salí a cumplir su encargo. Media hora deSpués, de ·re­ .
.

. greso al hotel, encontré a todos los nuestros en las habitaciones' . ··�.�-;�


¡.·:
·01
de la abuela. Al saber que ésta volvía a Moscú, quedaron más ,• ·�\
·afectados aún que por el ·hecho de sus pérdidas. Aunque la .. ..
·-

:, . . �rcha de la abuela salvaba su hacienda, ¿qué sería .ahora del .; J�·,_:


.'lO'

k.O::f�:·general? ¿Quién pagaría a De Grillet? Mademoiselle Blanche,


�- ·
sin duda, no esperaría a que la abuela muriese y de seguro se
['· iría con el pr'mcipe o con cualquier otro. Reunidos ante ella, la
.

'consolaban y trataban de disuadirla. Polina tampoco estaba


, ahora. La abuela les gritaba furiosamente.
··• ...:.
� -¡ Dejadme en paz, demonios! ¿Qué os importa a voso-
': :;;�
.-

ttos? ¿Por qué se mete en mis cosas este barbas de chivo?


(,,
· ·.-gritó, refiriéndose a De Grillet-. Y tú, avefría, ¿qué quieres?
f; ·
-se volvió a mademoiselle Blanche-. ¿Por qué te muestr�
tan zalamera?
-Diantre' -murmuró Blanche, con los ojos que .le relampa­ ·,.:.-'-

gueaban de ira. Pero de pronto se echó a reír y se fue. -Elle


vivra cent ans! -gritó al general desde la puerta.
-¿También tú esperas mi muerte? -increpó la abuela al
general-. ¡Fuera! ¡Eclia a todos, Alexei lvánovich! ¿Qué os
importa? Lo que he perdido era mío, no vuestrq.
- El general se encogib de hombros y salió encorvado, se­
guido de De Grillet.
-Uama a Praskovia -ordenó la abuela a Marfa.
Cinco minutos después volvía Marfa con Polina. Durante ];
·
todo este tiempo Polina había permanecido en su habitación � .. •• ¡,_

.. con los niños, al parecer con el propósito de no salir en todo el


día. Su cara aparecía seria, triste y preocupada.

:�
-Praskovia -empezó la abuela-, ¿es verdad lo que he oído

:,: ;�,.CO:a: �
. ·d� que el.imbécil de padrastro quiere casarse con esa estúpi- - -.-1 �
tu

· an o lo que sea, que a lo mejor es algo


�; :�-il
1 d
..

-No lo sé de seguro, abuela -contes�Ó _Polina-, pero, �

'· ,.
: �·��
._\t::·., /ID:��-
.
7·�·:_ .i·':>,;·. � � ?t,¿.::,� .f;. ,2 �;;� :.. :�- :_,� �·
.
.· ��· ·. ·., -�.· . ....

�- pó�·Ias palahrai� propia tliád�ókde:.: Staad14tt que<:·,��:


·

· la
=·· no cree necéSario disimular, deduzco... . ..�... -�
-¡Basta! -la interrumpió enérgicamente la abuela-. ¡Lod���t
.J comprendo todo! Siempre creí que haría algo por el estilo y ��:3
"
�*: ·siempre lo consideré el hombre más vaóo y ligero de cascos. Se . .

:�:: • i e creído que es.general {aunque era coronel cuando alcanzó


ten - ·�
el retiro) y' se da importancia. Yo, hija mí�, lo sé todo: lo de
�;.;; ,..
(!�:{- ?:.
\. .
.
los telegrámas que mandaban a Moscú preguntando si la vieja . .
estiraría pronto la pata. Esperaban la herencia; sin dinero, esa 'J��,
�. } ·
. .. ·· �
p cora, la Cominges o como se llame, no lo.· admitiría ni c�mo · q�[
, cr.tado, tanto menos con la dentadura postiZa. De ella dicen li!': �::
· ::··\ · que tiene un montón de dinero, lo da a. rédi�o y ha reunido una :Tt��
• ·
buena fortuna. Yo, Praskovia, no te culpo a ti; tú no mandaste :��J
�f. ;_' · los telegramas; y tampoco quiero acordarme de cosas viejas. Sé i<�
�·<;
·

que tienes un carácter pésimo, eres una avispa y donde pic<,tS .
'(;� . levantas una roncha, pero me da lástima de ti, porque quería :;1 � :
·
. ��}?
a l a difunta. Katerina, tu ma e. ¿Qui�res? Deja to o e{)to � � � �f��;
r:� --)'��: ·..

.
. ,
_
vente �o�go. Porque no t1enes a donde 1!, ademas de que
:1;:,. ·para t1 es mdecoroso quedarte con ellos. ¡Espera! -corto la���·:�
,
��i _
_
·

;.'\ ·-;. abuela a Polina, que se disponía a contestar-. No he ten:í:Úna- : ��1


.

do. No te exijo na.da. Mi casa de Moscú, tú misma lo sabes, .es ·(�;f:!!)
:>-'· �.. un palacio; ocupa si quieres todo un piso y quédate semanas ''W1
.. 'enteras sin venir a verme, si es que mi carácter no te agrada... -�:,:}
· · -...,.� · Así que di; ¿quieres o no? .

irse:}��
��!�?!
·j:� -Permítame primero una pregunta: ¿es que quiere
�a?
... ..,;;:- ·.,..
-¿Soy aficionada a las bromas, hijita? He dicho que me::�f.i'�

.
voy y me voy. Hoy he perdido quince mil rublos en vuestra.;:;,���;!
rul�, que sea tres veces maldita. Hace cinco años hice la pro·· :.rt
mesa de construir en los alrededores de Moscú una iglesia. Es ·:>-.J
de madera y yo la quería hacer de piedra. En vez de eso, he -
·

�, : ;f, perdido aquí el dinero. Ahora, hijita, voy a construir la iglesia. '.
-¿Y las aguas, abuela? Porque había venido a tomar la$.
aguas. .
,, t,

126 _ .J •.
4

"1 ;__,._ ..

.· .
-. .. . ; ·
.... ..:: ...
.'
- ..
<4..�·-.
.
:..�'·. ·• -: ":" . . ·' . . ?' -.. . .
:· ::...¡Dé)ame eh paz con las· :iguas! No me irHteS tú tanibié��-.,
. . ,;.�
Praskovia. ¿Es que lo haces a propósito? Di, ¿vienes o no?· .. ·�'f!·
-Le agradezco mucho, muchísimo, abuela -empezó Polina . !.i�·­
con acento muy sentido-, el refugio que me ofrece. En parte ha. .�, .. �
·

adivinado mi situación. Le estoy muy reconocida y, créame, · ,�!>�


;-·· . iré con usted, acaso muy pronto. Pero ahora hay causas..... �... '-�
importantes . . . y en este momento, ahora mismo, no puedo de- "' ,
...i', .
· cidirme. Si usted se quedase siquiera dos semanas... ·.i;,.�
·:: ,·.
---��.:;
-¿Eso significa que no quieres? . - · · ·

-Significa que no puedo. Además, en todo caso, no puedo


dejar a mi hermano y a mi hermana, y como ... como ... podría ..
.
· :. -:
suceder realmente que quedasen abandonados, si me admitiese . ··
con los pequeños, claro que iría con usted, abuela, y tenga la . · · �- �·
seguridad de que sabría demostrarle mi agradecimiento -agregó : -l�"'i
.....�:'""-·
apasionadamente-. Pero sin los niños no puedo, abuela. ·· .• �· ;
-¡Ea, no lloriquees! -Polina no pensaba siquiera en llori-
�,, .�:·
quear, no lloraba nunca-. También para los polluelos habrá ,,.7.'::'
� ,;.,
... · ,.
sitio; el gallinero es grande. Además, ya están en edad de·
ir a la escuela. ¿Así que no vienes ahora? ¡Ten cuidado, Pras-

·
;,_�{
.. .

.. '.�
kovia! Yo quería tu bien. Sé por qué no vienes. ·¡Lo sé todo, · · ·' "
Praskovia! Ese francés no te traerá nada bueno. ' .•.:�·
Polina se puso colorada. Yo me estremecí. ¡Todos lo sa- ;
.

· . -�:
ben! ¡El único que no sabe nada soy yo! , :;.· .

-Bueno, bueno, no arrugues el ceño. No insistiré. Pero ten · J •·.,

cuidado, no vaya a terminar todo mal,.¿comprendes? Eres una �:-:.


chica lista; me daría lástima. Pero, basta, ¡si no mirase yo por . . .
todos vosotros! ¡Vete! ¡Adiós! !f.i·.
-Yo, abuela, iré a despedirla -dijo Polina. ' :...,:...:
-No hace falta; no me molestes, estoy harta de todos vo- ·. 1'· :··�:
�-..¡,.
sotros.
- ��
•. Polina besó la mano a la abuela, pero ésta retiró la mano y -� -�-�
le dio un beso en la mejilla. i�'�:
Al pasar por mi lado, PoJ.!na me lanzó una rápida mirada e ,..� ,;V�
inmediatamente desvió la vista. · . � ;.
:- ·.::t.;.� .,. •

127-.;:.

.�r;z
.. ... : �.:
. .,.,'1!":-.. ... . ..

·
- .. . .. -.��. �/� �;:·: ;;
_
-¡... : . . : , -- _ ; ; , ,.,- . . :� . · ' .:,J:(o.:queda
·

-Bueno.� ��;
. ;_... ..,.. ... ·tU::�en . � Iva-ílb.�- .= �-.: · ·-,-:.
. _
, _ · _ · ·· ._. ,_ •. , . .· · . _
. _
•.

más qÜc una hora h-asta fa salida del tren. Creo que_ éStarás� · · :�:
·cansado de mí. Toma estos cincuenta federicos. ··'·'

-Se lo agradezco muchísimo, abuela, pero me da reparo . . , : .i:.j


· -¡Ea, ea! -gritó la abuela, con un acento tan enérgico y ;".
�.
¡ •· amenazador, que no me atreví a negarme y los acepté.
!1-i -
;�- -En Moscú, cuando estés sin empleo, ven a verme; te daré· · -·

� . �
( un:a recomendación. ¡Bueno, vete! .
'
·

!
:··. Subí a mi cuarto y me tumbé. en la cani.a. Creo que estuve-·· . ·.•;
��; . . media hora echado de espaldas con las manos cruzadas debajp . ·: :..
de la cabeza. La catástrofe había estallado, había materia :ea·.:;"


:.:. · · ·· .

;� �- qué pensar. Decidí que al día siguiente tendría una conversa.:..:r.. - �


7' ción con Polina. ¡ah! ¿Y el francés ¡ uiere decirse q":e era . .
,
,
; ?
_· . . verdad! Pero ¿que podía haber aqw, sm embargo? ¡ Polina y ¿
·. De Grillet! ¡Qué pareja, Dios mío!
·

·
'
:�
Todo esto era sencillaJ;Ilente increíble. De pronto me puse:(
·

� :t
en pie de súbito, fuera de mí, con la intención de ir en busca ·_. .....

�> . de míster Astley y obligarle a . toda costa a hablar. Natural...; · �..


mente, él sabia más que yo de esto. ¿Míster Asdey? ¡ Ott(ff
�-�
r.·: · · .

. . .
·. erugma para rm .
'1
-
Pero en esto llamaron en la puerta de mi cuarto. Miré: ..
,. . era Potápich.
-Señorito Alexei Ivánovich, le llama la señora.
-¿Qué pasa? ¿Se va? El tren sale dentro de veinte minu-
tos. ,,:
-Está muy inquieta, seño:ito. No cesa de pedir que va:ya.:ii · ·
_
usted. Dése prisa. por Dios se lo pido. · .,·-� '

''
Inmediatamente bajé al primer piso. Ya habían sacado la ·�•

abuela al pasillo. En sus manos tenía el billetero.


:
-Ve por delante, Alexei Ivánovic}l, ¡vamos!
· . .

-¿Adónde, abuela? �--·


-¡Aunque me cueste 1,a vida, quiero desquitarme! ¡Ea, eq;�·:- .: :
marcha sin más preguntas! Se juega hasta medianoche, ¿v� '
dad?
_.....
·'


:
_.. �

''f. S.t
Yo me quedé de una pieza. Recapacité y me decidí al ins­
tante. ·�:.!'. �

··,�;
-Como usted quiera, Antonida Vasíliev�, pero yo no

voy.
-¿Eso por qué? ¿Qué salida es ésa? ¿Qué mosca os ha pi­
cádo a todos?
""'Como quiera: luego yo mismo me lo reprocharía. ¡No
quiero! No quiero ser testigo ni cómplice; déjeme en paz, An-
·. tonida Vasílievna. Aquí tiene sus cincuenta federicos. ¡Adiós!
-Y, dejando el cartucho de las monedas sobre un velador junto
al cual habían llevado el sillón de la abuela, hice una inclina­
ción y me fui.
-¡Qué estupidez! -exclamó la abuela a mis espaldas-. ¡No
vengas si no quieres, yo misma encontraré el camino! ¡ Potá­
pich, ven conmigo! Ea, levantadme, llevadme.
No pude encontrar a míster Astley y volví al hotel. Muy
tarde, pasada ya la medianoche, supe por Potápich· cómo había
terminado el día de la abuela. Pe�dió todo lo que yo le había
cambiado antes, es decir, otros diez mil rublos en moneda nues­
tra: Se había pegado a ella el polaco aquél al que por la maña­
na había dado dos federicos, y éste dirigió todo el tiempo su
juego. Al principio, hasta que se incorporó el polaco, había uti­
lizado para hacer sus posturas a Potápich, pero no tardó en
echarlo de su lado; entonces fue cuando se presentó el polaco.
Como hecho a propósito, éste entendía el ruso y hasta chapu­
rreaba una mezcolanza de tres lenguas, así que, mal que bien,
lograron entenderse. La abuela lo trataba como un trapo, y
aunque el otro no cesaba de aludir a su "condición de hidalgo",
"no se podía comparar con usted, Alexei Ivánovich", conta­
ba Potápich.
-A usted lo trataba como a un caballero, mientras que él
(yo mismo lo vi con mis propios ojos, ¡ que me quede muerto
aquí mismo si no es verdad!) le robaba el dinero de la misma
mesa. Ella lo sorprendió dos veces y lo puso de vuelta y me-
129
�dia;.�-i�Aiit{�,:��:l:�¡�a��-; ��,���
� : �-� : _ .

n.o miento; todos se rieron- alrededor): Lo ha perdidO todo-, S.é-" -: . . •

a()I'Íro.,lo que � dice todo; todo lo que usted había cambiado . -, �­


. p-ara ella. La trajimos aquí, pidió un vaso de agúa. se santiguó.
y se fue a la cama. Estaba tan rendida, que se quedó dormida .

· al instante. ¡Que Dios le dé sueños agradables! ¡Qué poco .; , . ·

me gusta eso de vivir en el extranjero! -concluyó Potápiclr-. .,�.


Ya deóa yo que no resultaría nada bueno. ¡Qué ganas tengo de .,.. '
verme en nuestro Moscú! ¿Qué hay aquí que no tengamos en · ·· ·

nuestra casa d.e Moscú? El jardín, flores como no las hay .�Ú��
aquí, .el aroma, las manzanas que empiezan a madurar, espa· ' �... :
oo...
. Pero no: ¡hab'1a que rr. al C?CtranJerO
· .' ¡Ay. ay, ay ...
1 -.
.

"' ..··•.

' . .

·'

•.<

�!
CAPÍTULO XIII

Hace ya casi nn mes que no he puesto la mano en estos


apnntes, empezados bajo la influencia de impresiones, annque
desordenadas, muy fuertes. La catástrofe cuya inminencia pre­
sentía entonces, sobrevino, en efecto, pero fue cien veces más
violenta e inesperada de lo que pensaba. Todo fue algo extra­
ño, monstruoso y hasta trágico, por lo menos en lo que a mí se
refiere. Me ocurrieron algnnos sucesos casi maravillosos; así,·
al menos, lo sigo considerando, annque para otros, juzgando
particularmente por el torbellino en que entonces me agitaba,
podrían ser sólo algo que se sale de lo corriente. Pero lo más
maravilloso para mí fue mi actitud hacia esos acontecimientos.
j Ni siquiera ahora me comprendo! Todo esto pasó como nn
sueño, hasta mi pasión, y eso que era fuerte y verdadera;
pero ... ¿qué ha sido de ella? La verdad, a veces me sucede
pensar: "¿N o perdí entonces la razón y no estuve todo este
tiempo en nn manicomio? ¿No seguiré todavía en él y todo
esto no pasó de figuraciones mías e i.ncluso ahora siguen siendo
figuraciones?" ·

He rennido y vuelto a leer mis cuartillas. ¿Quién sabe?,


acaso para convencerme de que no las escribí en nn manicomio.
Ahora estoy más solo que un hongo. Llega el otoño y amari­
llean las hojas de los árboles. Me encuentro en esta triste ciu.­
dad (¡oh, qué.tristes son las pequeñas ciudades alemanas!) y,
en vez de meditar sobre los pasos que me esperan, sólo vivo
bajo la influencia de las sensaciones pasadas, de los recuerdos

131
s���:�!i�;�i:����;,�·, :·�· [��:!�ii�:�:,:�
�-""- fte�. esté iedenté totbellinb q��:;� 'i¿,)?;�--
l)aJP." .la'"údlijenciii � d� rodó
* · apoder6 dé: IDí ·entonces
para- luego lanzarme fuera· de él: A '")��-;
�� · ��es
me parece que sigo grrando en ese torbellitio y que de un :t�'
., . itlomento a Otro va a levantarse de nuevo la tormenta, arrase
.
tcindomé otra vez con sus alas, que de nuevo me veo fuera del
.:{"�·
,;�
· ·

orden y el sentimiento de la medida y que giro, giro, giro... �::;;;


'- Por lo demás, es posible que llegue a detenerme de cual- L.
;�1
· . (¡uier manera y deje de dar vueltas si, en la medida de lo posi:
ble, consigo darme cuenta exacta de todo cuanto me ocurrió.
durante este mes. Siento deseos de tomar la pluma, además de
: ("
-que, en ocasiones, no tengo nada qué hacer por las tardes.
Cosa extraña; para distraerme saco de la infame biblioteca lo� .-.�
cal novelas de. Paul de Kock ( ¡ en traducción alemana!), que
..
....._..._

q¡si no puedo soportar, pero que leo, y me asombro de mí mis­ ·. �=


- ..
.

mo: es como si temiese destruir el encanto del reciente pasado


l

ce>n un libro serio o con una ocupación seria.·¡ Como si me fue­


sen tan caros este sueño monstruoso y todas las impresiones que
a me dejó, que hasta temiese acercarme a algo nuevo para que
tio se disipara, convertido en humo! ¿Me es tan caro, en.reali-
dad? Sí, claro que lo es; acaso lo recordaré dentro de cuarenta
años ...
.. �:·· . .

��.:
Así,· pues, pongo manos a la obra. Por 1� demás, todo esto
podría contarse más brevemente: las tmprestones son compl�-
. tin:tente ·distintas ...
.;'•

. )
* * *

Primero terminaremos con la abuela. Al otro día lo perdió.


... . todo definitivamente. Así tenia que suceder: la persona que
entra en ese camino es como, si se deslizara en un trineo por
. .
'

.. ·�
una montaña cubierta de nieve, cada vez va más de prisa. Es"
tuvo jugando hasta las ocho; yo no me hallaba presente y sólo
sé lo que me contaron.
Potápich estuvo con ella en d casino todo el día: Los p()-
' ·

, 132.

...·: J•
.
tlc<>s qtie Ía aconsejaban se fueron sucediendo unos a 0�. L:
abuela empezó por echar al de la víspera, al qu� había tirado d_e
los pelos, y tomó a otro, pero éste resultó casi peor que el pri• .
mero. Después de despedir al segundo y volver al primero,· que ·- .. ;
no se había marchado y durante todo el tiempo que duró su ·· :.:,:'!
. -
desgracia se mantuvo tras el sillón, asomando la cabeza, cayó
· �
en una situación desesperada. El segundo polaco despedido se .
resistía también a irse; uno se colocó a su derecha y el otro a .�. �
' '.1�
su izquierda. No cesaban de discutir e insultarse con motivo de .;\.��
.
·

· -� �
las jugadas, y ·luego hacían las paces, tiraban el dinero desorde- : �!\
nadamente y se conducían sin orden ni concierto. Durante los ·
$;zs
ratos en que estaban r�ñidos, cada uno jugaba en su lado; uno, . ' �·�S
por ejemplo, apostaba al rojo, mientras que el otro lo hacia al ·,.:�
negro. La cosa terminó en que la abuela se desconcertó por {9f.
completo, hasta el punto de que, casi con lágrimas en los ojos.::.
se dirigió al croupier principal en demanda de defensa para que
·
los echara. Efectivamente, los echaron en el acto a pesar de sus'
gritos y protestas; ambos a una sostenían que la abuela estaba .· ·!�

en deuda con ellos, que los había engañado y se había compor-


tado con ellos de un modo infame y ruin. El infeliz Potápich
me contó todo esto llorando, aquella misma noche, después de
las pérdidas; se lamentaba de que los polacos se habían llenado :,
los bolsillos de dinero; él mismo había visto cómo robaban · ·.

desvergonzadamente y a cada momento se metían algo en el . ;.· :: ·

bolsillo. Pedían, por ejemplo, a la abuela cinco federicos como


recompensa por su trabajo e inmediatamente los apostaban
junto a las posturas de ella. La abuela ganaba y ellos decían
que su postura había ganado, mientras que la abuela había per-
dido. Cuando los expulsaron, Potápich denunció que se lleva- · . ·

han los bolsillos repletos de oro. La abuela . pidió inmediata- . . ..


mente al croupier que adoptase las medidas oportunas y. por "'·< �
mucho que los dos polacos se engallasen, se presentó la poli- . -:: ��
cía y sus bolsillos fueron vaciados en favor de la abuela. Esta,: .�·.)'ij
mientras no perdió todo definitivamente, garo durante est� ·! ·-�
·

. i3;V ;\� : t.. ·

·�.> ·::�9!i't1
...
'•\-

�· .. -..� . � ...... �.;...·. .


.,-··
• ' :'e:_ :: .. ' . ;,< ·:·. :- ·,·-i'-'
• • e
..� - �- :· '-:· {'.: ··/� ! '!
- .. •. . .:··��� ·.

&n n<lcibl�: prest'igio enm ros cr'oupitrs' y tes &ke..Gi&res�_· t<��


.

;'. -�:
,;· dd
,
� casino. Poco a poco su fama se extendió por la ciudád -�� <?�
J. ...

·.
.'

·
·

��:.� : t�a. Todos los veraneantes de todas las naciones, lo rnismo: ?i;:';l�
.

.�:
.•.�' t; :·oS
l vulgares que 1o�
· . . mas empmgorota
. dos, acud'1eron ver a '��� ·la· · · �·�:
�;·-, r . ·:itne vieille comtesse russe,
·
' '

tombeé en enfance, que ya, había perdido ";' :

L �--
"varios millones".
·
"::-¡ :
�.-;.--. _: Per�
la abuela salió muy poco favorecida con la expulsión. ) .
-

ri' . de los dos polacos. Inmediatamente acudió a ofrecerle sus ser- . /


.�J.}�
.

�:·vicios un tercer polaco que hablaba muy bien el ruso y vestía :


�·�·:· -�� como un caballero, aunque más bien pareCÍa un lacayo, COn . .S �
..

¡t...j
· .,;.: ; : �os enormes bigotes y muy altanero. También él "besó los
'

_:
?:'\��¿ :_¡ pies de la señora" y "se puso a los pies de la señora", aunque -:te
;; : ,. ·

,} �·/ '. con los demás se conducía orgullosamente, como un déspota;


��Z:. .' en una · palabra, como si fuese no un servidor, sino el amo de
· '

. _: 'ja abuela. A cada minuto se volvía hacia ésta y, con los


.
más
�;·,� �/espantosos juramentos, aseguraba que era un señor honorable y · t: . . .

.·.,.;..�;�:-.·no tomaría ni un solo kópek. Tanto repetía los juramentos, que .,.;., :· :.-:.
::·· 'ella acabó por acobardarse. Pero como ese señor pareció que. ;<�Vi..- 1
í-.-:: ·� �- realmente, enmendaba los asuntos y empezaba a ganar, la abue� .-x��
··��--� la no podía ya prescindir de él. Una hora después, los dos po- ·· · •

:_· ·, �.'·Jacos que antes habían sido expulsados del casino reaparecieron · ·· �}
· · tras el sillón de la abuela, volviendo a ofrecerle sus servicios,·
. •.

'· ·:�
·
aunque fuera para hacerle un recado. Potápich juraba qué el
·� ·


· --� ·

5
� señor honorable" cambió un guiño con ellos y hasta les puso
"

-:· algo en la mano. Como la abuela no había comido ni casi sa- · :.;j:
\:';}
; · " ..lido de su sillón, nno de los polacos resultó verdaderamente 'r.
.

�-· � � J.f ,.

útil: d restaurante el casin? le trajo una taia de cald?, y �ás �;�


·
. _
.

_..._ :: : tarde te. Por lo demas, acudieron ambos Juntos


" a pedrr lo uno · .:.¡L!
:-
. :y lo otro. Pero al fmal de la jornada, cuando ya estaba claro
.· ·
.
�;f')
. _ ·_ que perdía su último billete, tras su sillón
, ya seis polacos había ;�rf�
·: :;.. '· ·de los que antes no se tenía noticia. Y
. cuando la abuela perdía t. ''.:­
.. '�- ya las últimas monedas, sin hacer el menor caso de ella, se
·
me-
; tían a la mesa, ellos mismos cogían el dinero, ellos mismos dis-

� �:-�; : ponían y hacían las posturas. discutían, gritaban y trataban


.

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\:.,·t.;.·.,, 134 .
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�.... -. ', i.;.a,. ' o �
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con toda familiaridad al. señor . honorable� mieritr�s .. que '&�J::
casi había olvidado la existencia de la abuela. Incluso cuando '·;.
ésta, después .de haberlo perdido todo, volvía a'las ocho de la . f· :
...

tarde al hotel, tres o cuatro polacos no se decidieron a dejarla :':r.


y corrieron junto al sillón, a ambos lados, gritando a vm. en,; /:
7�, .·

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cuello y afrrmando con frase atropellada que los había engaña- .- · ··

do y les tenía que dar algo. Así siguieron hasta el mismo hotel; ·; ;·' ::'
de donde los echaron a empellones. '" . .
Según las cuentas 'de Potápich, la abuela perdió ese día un- ..' . .
total de noventa mii rublos._ sin contar el dinero que había ga-.
nado la víspera. Todos sus valores del cinco por ciento, de los . .. ·"'
' .

-
•· ·
empréstitos anteriores, todas las acciones que llevaba consigo�
los cambió uno tras otro. Yo me asombraba de que hubiera re-' ;
1�
·

sistido esas siete u ocho horas sentada en el sillón y casi shl


�.- r

apartarse de la mesa, pero Potápich me contó que hubo tres .: ·'

_
veces en que, efectivamente, había empezado a ganar mucho,. --'� :,

�.
aunque arrastrada de nuevo por la esperanza, no había sabido· ,., .:: ·

� . retirarse. Por lo demás, los jugadores saben que se puede estar' . ¿_ :.._
;¡:· · .
·,
casi veinticuatro horas jugando a las cartas sin desviar la mi-:·· ·-.��-
rada a la derecha ni a la izquierda. -' :-:;
Mientras tanto, durante todo el día ocurrieron en el hotel !.;�: ·

cosas muy decisivas. Ya por la mañana, antes de las once, cuan- .. ;�.�
do la abuela estaba todavía en casa, los nuestros, es decir, el_ �

general y De Grillet, se decidíeron a dar el último paso. Entera-. ·· .

dos de que la abuela no pensaba irse, sino que, por el contra- -·-·�
rio, se dirigía de nuevo al casino, todos, reunidos en cónclave ·¡,�:-�

(a excepción de Polina), acudieron para mantener con ella una", . ·

conversación definitiva y hasta franca. El general, acongojado ' :> ·

ante las terribles consecuencias que de todo esto se desprendían . - ·


·
•_

para él, incluso se pasó de la raya: después de media hora de··· .. :/


.
súplicas y ruegos y de confesar abiertamente todo, es decir, lo . .'.- �.;­
de las deudas y su pasión por mademoiselle Blanche (había. : "'
perdido por completo la noción de sus actos), adoptó de pronto .:��
·

un tono amen�dor y empezó a gritar y dar patadas en el sue�- .¿. -�_;


. •. ,
5;,··
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13
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7 �-r�;.
.
dijo que lba� d�nrar a ·s� famillii;� �é)¡ci-� ��.lldalo
::dé la citidad entera. y finahnente ... fmalmente ana:&ó : ::< ' . • .. - '

. .
-¡Usted desprestigia a Rusia, señora! ¡Para eso está lapo:
·

:� ·tiáa!·
�:\ ;:,

La abuela lo echó a bastonazos (con un auténtico bastón).


���;__ - El general y De Grillet conferenciaron aún un par de veces •

�'7 esa mañana: trataron de si. en realidad. se podría recurrir a la ..


•· -poliáa. Explicarían que una vieja desgraCiada. pero honorable,. " -��
�· se había vuelto loca, estaba perdiendo su último dinero, etc. En: "' \;
una palabra; ¿no se podría pedir que la sometiesen a vigilan� , . . �

i. :
o la prohibiesen jugar? ... Pero De Grillet se limitó a encogerse _ . :¡� �· '·

1
de hombros, riéndose del general, que había perdido definitiVa+ --�
.mente los estribos y no cesaba de ir y venir por el despacho. ··'i:J
_.� •

Finalmente, De Grillet lo abandonó todo y desapareCió. Por �·,¡


'"'' . ·

\:,. .
·
la tarde se supo que se había ido del hotel después de mantener
·-.J�
f con mademoiselle Blanche una conversaCión muy decisiva y . . -�j;
misteriosa. En cuanto a ésta. ya por la mañana había adoptado.�-, ·--:;
!.� ::-.;.

!}:'
f��-:: medidas definitivas: había despedido al ·general y no dejaba ·: �
'· que se presentase ante su vista. Cuando el general siguió tras
e •; ... . ella al casino y la encontró del brazo del príncipe, ni ella ni
:�
;¡..,�.,,
·

i;.: :· .: madame veuve Cominges dieron muestras de conocerlo. Tam-


'.· ·" poco el príncipe le saludó. Pero, ¡ay!, las esperanzas que en . ·:. ·
· . .-�:.
' éste cifraba se vinieron abajo estrepitosamente. Esa pequeña ·
� ·· . catástrofe se produjo ya por la tarde; de pronto se descubrió
�f que el príncipe era más pobre que una rata y que tenía la in-
"7�- . . tención de pedirle dinero prestado, con el ·correspondient-e ·
·

·:
} : . 'pagaré, para jugar a la .ruleta. Blanche lo echó indignada y se
��:::;
v-· . encerró en su cuarto. ·:-l
�'?
r+:._,
·

·
·Aquel mismo día, por la mañana temprano, fUi a _ver a mís-
ter Astley, .o, mejor dicho, me _pasé toda la mañana buscándo-

·t
·

l>� , lo, pero sin dar con él. No estaba én casa,· ni en el casino, ni ·(
�::' en el parque. Tampoco comió en el hotel. Pasadas las cuatr-o. -�·..
�:� ;;_ · · lo vi casualmente que· iba de la estación del ferrocarril al Hotel : :
·

· -. ­
·
.

. · ; � :d'Angleterre. Parecía llevar mucha prisa y estar muy preocupá- ..


do, aunque en su cara resultaba difícil ver muest�as de preóCu··'
pación o turbación alguna. Me tendió jovialmente la mano con
su habitual exclamación: "¡Ah!", mas no se detuvo y siguió su
camino a paso bastante rápido. Yo me pegué a él, pero me con-.
testaba de tal modo, que no pude preguntarle acerca de nada;"· . �­

Además, no sé por qué, me daba un reparo terrible hablar de .


Polina; por su parte, él tampoco me preguntó por ella. Yo le con-
•. té lo de la abuela; escuchó atento y serio y se encogió de hom­
bros.
-Lo va a perder todo -dije.
-¡Oh, sí! -<:ontestó-. Esta mañana, cuando yo iba a tomar
el tren y la vi dispuesta a jugar, estaba seguro de que perdería.
Si tengo tiempo, me acercaré al casino p �a ver aquello; resul­
. ta curioso ...
-¿ Ha estado de viaje? -exclamé yo, asombrándome de no
haber hecho antes la pregunta.
-Sí, he ido a Francfort.
-¿Para resolver algún asunto? .,
-Sí, para un asunto.
¿Que podía preguntar todavía? Por lo demás, cu,a.ndo yo
·, .

seguía a su lado, dio de pronto la vuelta hacia el Hotel de ·

Quatre Saisons, me hizo una inclinación de cabeza y desapare­


ció. Cuando volvía a casa, poco a poco, fui comprendiendo
que, aunque hubiera estado hablando con él dos horas, no me
hahría enterado de nada en absoluto, porque ... ¡no tenía nada
que preguntarle! ¡Claro que sí! Me hubiera sido imposible de
todo punto formular mi pregunta.
·

Todo ese día lo pasó Polina con los niños y el aya en el


parque o en casa. Hacía tiempo que rehuía al general y casi no
hablaba con él, al menos de asuntos serios. Yo ya lo había ol>­ ·.

servado. Pero, sabiendo la situación en que el general se encon­


traba en aquellos momentos, pensé que no podría prescindir de
ella, es decir, que entre ellos no podía por menos de producirse
1 .

una importante explicación familiar. �ero cuando, de vuelu a!". · .

-131 .,
.,
h�d despu�·u &: ·�a� con. �ttt - �Y�f�;,; -
Polina con los niños, en su rostro se reflejaba la más a.paci�Slé'.{:
serenidad, como si todas las tormentas 'familiares hubiesen pa- ' ,,,
saoo· sin afectarla. A mi saludo respondió con una inclinación
de cabeza. Yo llegué a mi cuarto completamente furioso. ;..,
Claro que evitaba hablar con ella. 'Después del incidente· ,
..

con los Wurmerhelm no nos habíamos visto juntos ni una sola·


vez. Para esto tuve que- fmgii y hacerme fuerte; pero, conforme
. el tiempo pasaba. ta�to más me invadía una auténtica indigna­
ción, Aunque ella no me amase en absoluto� creía intolerable
que pisotease así mis sentimientos y' hubiera escuchad9 mi de·
claraqón con. tal desprecio. Sabía que yo la amaba de veras;
¡pb misma me había permitido }labla.rle de esto! Cierto que el­
comienzo había sido un tanto extraño. D�ante algún 'tiempo,
ha<:e mucho, unos dós meses antes, empecé a advertir que ella:
·
quería convertirme en amigo suyo, en su confidente, y hasta
cierto pim.to me había proba,do. Pero esto, ignoro la causa, no
sipó adelante; en su lugar quedaron las extrañas relacio­
nes �ctuaks; por eso empecé a hablar así con ella. Aunque, si
le desagradaba mi amor, ¿por qué no me prohibía abiertamen-
te hablarle de él? Pero esto no sucedía: incluso ella misma me
. empujaba a veces a este tema y... naturalmente, lo hacía_ así
·para burlarse. Estoy seguro de ello; lo había observado: le re­
sultaba agradable. Después de escuchar mis palabras e irritar­
me hasta el dolor, me frenaba con una s.alida que demostraba·
su absoluto desprecio e indiferencia. Y sabía muy bien que sfn
1'

ella no podía vivir. En aquellos momentos, tres .días después


del incidente con el barón, no podía soportar ya la separación.
Al encontrarla junto al casino, el corazón me latió con tal
fuerza, que me puse páli4o. ¡Pero el caso es que tampocó ella
podría vivir sin mí! Le era necesario, pero ¿sólo, sólo como
un bufón cualquiera? _

Tiene un secreto, eso está claro. Su conversación con la


abuela había herido dolorosamente mi corazón. Mil vece; la

138
- _.. .. ___ ,..__ . . -

había invitado a ser franca conmigo, y sabía muy bien que yo


estaba dispuesto a dar por ella la vida. Pero siempre se desha­
cía de mí casi con desprecio o, en ve:z. del sacrificio de la vida
que yo le ofrecía, me pedía algo estrafalario, como lo del ba­
rón. ¿No era esto indignante? ¿Acaso todo el mundo se redu­
cía para ella a ese francés? ¿Y míster Astley? Al llegar aquí la
cosa se hacía completamente incomprensible. ¡Y cómo sufría
yo, Dios mío!
Al volver a mi cuarto, en un arrebato de locura, tomé la
pluma y le escribí lo siguiente:
"Polina Alexándrovna: Veo claramente que ha llegado el
desenlace y que éste la afectará, claro, a usted. Le repito por
última ye:z.: ¿necesita mi vida? Si le soy necesario para cual­
quier cosa, disponga de mí. Mientras tanto, permaneceré en mi
habitación, al menos la mayor parte del día, y no saldré a nin­
gún sitio. Si es preciso, escriba o llámeme."
Sellé la esquela y la entregué al mozo del pasillo con la
orden de que la entregase en propia mano. No esperaba res­
puesta, pero a los tres minutos el criado volvió diciéndome que
"le había encargado transmitirme sus saludos".
Después de las seis vinieron a llamarme de parte del gene­
ral. Lo encontré en el despacho, vestido como si se dispusiera
a salir. El sombrero y el bastón estaban sobre el diván. Al en­
trar me pareció que estaba en medio de la pieza, con los pies
separados, la cabeza baja y hablando algo en voz alta consigo
mismo. Pero al verme se abalanzó sobre mí poco menos que con un
grito, hasta tal punto que, maquinalmente, di un paso atrás dis­
puesto a salir corriendo; pero él me cogió ambas manos y me
llevó al diván; se sentó en éste, me ofreció una butaca frente a
él y, sin soltarme las manos, con los labios trémulos y lágrimas
que de pronto habían brillado en sus pestañas, suplicante, dijo:
-¡ Sálvenos, Alexei Ivánovich, sálvenos; tenga compasión
de nosotros!
Durante largo rato no pude comprender nada. No cesaba

139
. de hablar y no haáa más que repetir: "¡Tenga compa5ión, ten­
ga compasión!" Intuí, finalmente, que lo que esperaba de mí
era algo así como un consejo; o, mejor dicho, abandonado por
todos, acongojado e inquieto, se había acordado de mí y me
había llamado sólo para hablar, hablar y hablar.
Había perdido el juicio; al menos, su desconcierto no po�
día ser mayor. Juntaba las manos y estaba dispuesto a caer de
hinojos ante mí para (¿qué se imaginan?), para pedirme que
fuese inmediatamente en busca de mademoiselle Blanche y le
rogase y aconsejara que volviera a su lado y se casara con él.
-Por favor, general -dije-, pero si mademoiselle Blanche
es posible que no haya reparado en mí hasta ahora ... ¿Qué
puedo hacer?
Pero todo era inútil: no comprendía lo que le decía. Empe­
zó a hablar también de la abuela, pero con una terrible inco­
herencia; no hacía sino insistir en la idea de llamar a la poli­
cía.
-En nuestro país, en nuestro país. .. -empezó de pronto,
indignadísimo-; en una palabra: en nuestro país, en una nación
bien organizada, donde hay autoridades, a- las viejas como
ésta inmediatamente las habrían puesto bajo tutela. Sí, caballe­
ro -prosiguió? cayendo de pronto en un tono reprobatorio, po­
niéndose de pie de un salto y dando vueltas por la habitación-;
usted no lo sabía, caballero -añadió, dirigiéndose a cierto ima­
ginario caballero que se encontraría en un rincón-; para que se
entere . .. sí. . . en nuestro país a las viejas como ésa se las mete
en cintura, en cintura, en cintura, sí ... ¡qué diablos!
Y se dejó caer de nuevo en el diván; pero al cabo de un
minuto, casi sollozando y jadeante, se puso a contarme que
mademoiselle Blanche no se casaba con él porque en vez del
telegrama había llegado la abuela y ahora estaba claro- que éJ.
no iba a beneficiarse con la herencia. Se le figuraba que yo no
sabía· nada de esto. Saqué el tema de De Grillet, pero él hizo
un gesto de desesperación:

140
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A �P--�*."'l'
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.,., .,...,.,__,._ ��. .. .,.�.. ,.,::-::: · . .. "_' _-:�-.......- - ·

-.;-_

-¡Se ha ido! Se lo tengo todo hipotecado. ¡Soy más pobre


que una rata! Del dinero que usted me trajo . . . de ese dinero,
no sé lo que habrá alú, creo que setecientos francos, y eso es

todo. No sé lo que me espera, no lo sé, no lo sé ...


-¿Cómo va a pagar la cuenta del hotel? -pregunté asusta­
do-. Y después, ¿qué ocurrirá?
El me miró pensativo, pero creo que no comprendió; aca­
so ni siquiera me había oído. Traté de hablar de Polina Ale­
xándrovna y de los niños; se apresuró a decir: "¡Sí! ¡ Sí!", pero
inmediatamente se puso a hablar de nuevo del príncipe, de que
Blanche se iría ahora con él, y entonces ... entonces.
-¿Qué debo hacer, Alexei Ivánovich? -se volvió de pronto
hacia mí-. ¡Por Dios se lo pido! ¿Qué puedo hacer? ¡ Porque
esto es una ingratitud! ¿No es una ingratitud?
Finalmente rompió a llorar como un chiquillo.
Con una persona así no se podía hacer nada, pero dejarlo
solo también era peligroso, hubiera podido sucederle algo.
Con todo, me desprendí de él como pude, aunque advertí al
aya que le echase un vistazo de vez en cuanto, y hablé con el
mozo del pasillo, que era un hombre muy despejado y me pro­
metió también que vigilaría.
Apenas había dejado al general cuando se presentó Potá­
pich: me llamaba la abuela. Eran las ocho y acababa de volver
del casino desplumada definitivamente. Acudí a sus habitacio­
nes; estaba sentada en su sillón, completamente agotada y, al
parecer, enferma. Marfa le estaba dando una taza de té que le
hacía beber casi a la fuerza. La voz y el tono de la abuela
eran muy distintos.
�Hola, hijito, Alexei Ivánovich -dijo lentamente e incli­
nando con gravedad la cabeza-. Perdóname que te haya moles­
tado otra vez, perdona a esta anciana. Lo he dejado todo allí,
hijo mío: casi cien mil rublos. Tenías razón al no venir ayer
conmigo. Ahora estoy sin dinero, sin un kópek. No quiero re­
trasar las: cosas ni un minuto; salgo a las nueve y media. He

141
mandado en busca de tu inglés, Astley, y quiero pedirle un
préstamo de tres mil francos por una semana. Háblale para que
no se figure nada malo y no me lo niegue. Yo, hijo mío; aún
soy bastante rica. Poseo tres aldeas y dos casas. Y todavía se
encontrará algún dinero, pues no lo traje todo conmigo. Digo
esto para que no tenga la menor duda ... ¡Pero ahí está él! Se
ve que es una buena persona.
Míster Astley arudió a la primera llamada de la abuela.
Sin pensarlo mucho y sin grandes palabras, inmediatamente le
entregó los tres mil francos a cambio de un pagaré ftrmado por
la abuela. Terminado el asunto, se apresuró a despedirse.
-Ahora vete tú también, Alexei Ivánovich. Queda poco
más de una hora y quiero reposar; me duelen los huesos. Sé
indulgente con esta vieja estúpida. Ahora no acusaré a los jó- ·

venes de ligereza; también sería un pecado reprochar nada a


ese infeliz, a vuestro general. Aunque, a pesar de-todo, no le
daré nada; que haga lo que quiera, porque a mi modo de ver es
tonto de remate; bien es verdad que yo, una vieja estúpida, nO
soy más lista que él. Es cierto que Dios, también en la vejez,
pide cuentas y castiga la soberbia. Bueno, adiós. Levántame,
Marfa.
Sin embargo, yo quería ir a despedir a la abuela. Además,
esperaba algo, esperaba que algo iba a ocurrir de un momento
a otro. No podía quedarme en mi cuarto. Salí al pasillo, y has­
ta di una vuelta por la avenida. Mi carta a Polina era clara y
terminante, y la catástrofe actual era, naturalmente, definitiva.
En el hotel oí hablar de la marcha de De Grillet. Finalmente,
si bien ella me rechazaba como amigo, podía aceptarme como
servidor. Porque yo le era necesario, ;iquiera para hacerle los
recados. ¡Le sería útil, no podía ser de otro modo!
A la hora de la salida del tren me acerqué a la estación y
ayudé a instalarse a la abuela. Ocuparon un departamento es­
pecial destinado a familias.
-Gracias, hijito, por tu desinteresado comportamiento -me

142
, dijo al despedirse-. Dile a Praskovia que mantengo lo que ayt!r
le ofrecí; la esperaré.
·

Volví a casa. Al pasar por delante de las habitacionés del


general, me encontré con el aya y le pregunté por él.
-No hay nada, señorito -me contestó tristemente.
Fui a entrar, sin embargo, pero en la puerta del despacho
me detuve estupefacto. Mademoiselle Blanche y el general
reían a porfía. La: veuve Cominges estaba sentada en el div�
El general, loco de alegría al parecer, decía wia estupidez tras
otra y prorrumpía en sonoras y largas ·carcajadas nerviosas,
con lo que se le formaban una infinidad de arrugas entre las
cuales desaparecían los ojos. Más tarde supe, por la propia
Blanche, que después de despedir ·al príncipe, enterada de los
·, llantos : del . general, se le había ocUrrido consolarlo y babia.
acudido para estar con él un minuto. Pero el pobre general no
sabía que en ese mismo minuto su suerte estaba ya decidida,
que Blanche había empezado a hacer el equip�je y que al día
. siguiente, en el primer tren de la mañana, remontaría el vuelo
rumbo a París.
Después de permanecer unos instantes ante el despacho,
desistí de entrar y salí sin que nadie me viese. Al subir a mi
. cuarto y abrir la puerta, vi en la penumbra una figura humaila

sentada en la silla del rincón, junto a la ventana. No se levan­


tó al advertir mi presencia. Me acerqué rápidamente, miré y
. me quedé sin aliento: ¡era Polina!
.......
. ...

. .

.,
.. '

··.·

:•

. .:._.""]· ·: . ··- ::
CAPÍTULO XIV

. Lancé un grito.
�-·-
r; �
-¿ Qué pasa? ¿Qué pasa? -preguntó ella con un acento
,_
extraño. Estaba pálida y su mirada era sombría.
�:: -¿Cómo qué pasa? ¡Usted aquí, en mi cuarto!

!)

��:· -Si voy a un sitio, voy toda entera. Tengo esta costum-
�- bre. Ahora lo verá; encienda una vela.
�: · Yo la encendí. Se levantó, acercóse a la mesa y puso. ante
.. mí _una carta abierta.

=��: :;:
d
_ -_- . ·- .
·-
l d ��: �;;�i
-exclamé, tomando la carta.
Las manos me temblaban y los renglones bailaban ante
; '� mis ojos. He olvidado los términos exactos, pero la reproduz-
co, si no literalmente, al Í:nenos en esencia.
"Mademoiselle -escribía De Grillet-: Circunstancias desfa­
vorables me obligan a marchar sin pérdida de momento. Usted
misma, por cierto, habrá advertido que he eludido deliberada­
/:_;·: mente una e:x;plicación definitiva hasta tanto se aclaraban todos
�- los hechos. La llegada de la vieja (la vieille dame), su pariente,
·

F . y su absurdo proceder han puesto fm a todas mis perplejidades.


r.:. Mis asuntos personales, muy quebrantados, me prohíben defi­
·

�- nitivamente seguir alimentando las dulces esperanzas que du­


��> rante cierto tiempo había concebido. Deploro lo pasado, pero
espero que en mi conducta no encontrará nada indigno de
�1 - gentilhombre
.
un

- ·_:.:-;-��:�·-��:
. y una persona honrada (gentilhomme et honnete ,::
�- homme). Ante la pérdida de casi toda mi fortuna en préstamos
_ _ _ ?:"
�{
ll: �... a, su padrastro, me veo en la necesidad extrema de proceder

_
del único modo posible: he rogado a mis amigos de San Pe-
:-�:�
�14:� 2i'1
.
. .

�;:� :� . • . ' .
.
• • ' • . •.
••...
./'
·)1;����f���,¡,
-· _:wy, de que· su irreflexivo padrastro ha dilapidado lo
> •••.
·.

·qu�J��tf�
�·\;; . pert;enecia a . usted personalmente, he decidido perdonarlecclli :c] !

i;f cuent;fmil francos y le devuelvo, por valor de esta suma-. p�tte:·}-::;


. ' ·

P·� :: de los 'documentos relativos a las fincas hipotecadas, dnal�:. ;:,j


_

- "' -��-
· 1;_era que usted se encuentra ahora en condiciones de rec , ó�� l�
.y: .lo que había .
perdido, reclamándolo por vía judicial. Coljfo.: �:(
�...

-mademoiselle, en que, considerando
··
el actual estad?. de c�A:ll, � .j .. _

! .:r. ·� esto le será a usted muy ventajoso. Creo también que con'eM�.· �
·acción, cumplo enteramente con mi deber de persona ho!il'f#(J:{l- .:t��
¡_.: y noble. Tenga la seguridad de que su recuerdo quedará p�K-�:./: ·

�:- ' · siempre grabado en mi corazón." -_,:;._,;-:·:s·


-:-Por .lo menos, está claro --l:!ije, volviéndome haáa P9�1· ::�
- .
· · .
·

¿Acaso podía esperar algo distinto? -agregué indigtl.á.��J- t:


.

•; .:"! na-. ·

..;.y.o no esp_eraba nada -replicó ella, tranquilam,ente: �n, -·


:,tp�léncia, aunque su voz parecía temblar-. Hace tÍ7IDPO q�t· ¡:; _

a -lo tenía todo decidido; yo leía sus pensamientos y sa_H�-:1�? _·; ..

que imaginaba. Pensaba que yo acudiría a éL. que insistiria}:s '. :


. -Se detuvo y, sin terminar la frase, se mordió los labios e �o ��i ..

una pausa.- Redoblé intencionadamente mi desprecio hái:-hi :��- : �·:


-empezó de nuevo-; esperaba ver qué haría. Si hubiese lleg��*'?�;� ,
el �elegrama con la noticia de la herencia, le habría tirado _-·- � 'a'�
: _-, ·- - -��-,-� eara las deudas de ese idiota (el padrastro) y lo habría eChado,���
.
-
: _

Hace mucho, mucho tiempo que lo aborrezco. ¡ Oh!, no era;�'- �


. \� ..·
_t::"
·
il-
._

: :. ·· · mismo hombre de antes, era mil veces distinto, y ahora, ��-� · . ._ . �

ra... ¡ Con qué pla�er le tiraría ahora a su miserable cara est$:�-:--��


cincuenta mil francos y _le escupiría ... le frotaría el escupitájf)J ··'.
.
-Pero el documento por el que devuelve valores hipot«:li�
!l. .. 11:; • •

:;�
dos ¡>Qr un total de cincuenta mil francos está poder del g�"..
.
en

-
_
. ' ...,

ncral, ¿no es así? Pídaselo y devuélvasdo a De Grillet.


� -
.
.
.
.
-¡No es eso! ¡No es eso!...
.

. .

c..-Sí, tiene razón, no es eso. El general es incapaz ahora· de.-


_ .

.
..

nada: ¿Y la abuela? -exclamé de pronto.


· .

l!l-6
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�.:�:·_
•, .

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� "' ;"!i"
tc· ¡· t · .·. -
·
·w- -
.
· •' :: qué la. • · · :.¿Paiá
. ·Nó püedo ii' �':• .:
· --- · ·
·

.� Y tampoco quiero pedir perdón a nadie -agregó iiritada.:· :


. . :-:�:�j •

...:.¿. Qué hacer, entonces? -exclamé-. ¿Cómo, pero cómo·


••. , -pudo usted amar a De Grillet? ¡Es un miserable, un miserable! ':_-'.:f� · ·

:�-_�_;�_- �\
�r\ ¡Siusted quiere, lo mataré en du e
·_ . lo! ¿ D ónde está ahora? �
' -En Francfort; permanecerá all í tres d
í'as.
. , • .
. ·.
-�
/. · :-<.' -¡Una palabra· suya y saldré mañana mismo en el primer _· :-»{j
� _>
..;: �:�en! -dije con un e�tusiasmo estúpido.
�-� ' Ella se echo, a retr. :_:��� · - .
: '� ,
t)_ : ·� _ ,_.: <
··. · ·.

-Y entonces acaso diga: devuélvame primero los cincuenta


··. ·_ . :,J�_: ·

�- � - :fnil francos. ¿Y para qué va él a batirse? ... ¡Qué absurdo! - �. :� ;-�


.
..
tJ -¿De dónde, de dónde, entonces, sacar esos cincuenta mil _ 1 ':�F��
-''_ ;. ..
· '

�) ·_::.�ancas -repetí yo, rechinando los dientes-, como si fuese posi�_ -- �<:if
·

· :

:.;.-: He recogerlos del suelo? Oiga, ¿y míster Astley? -:-pregunté,


v
, :.=.JS
..
-¡-\ \n.irándola a la vez que surgía en mí una idea extraña.
·
:_0 : �; �
;·.;o. ·:::
. ·

- Sus ojos centellearon. ·.

�'�: -¿Es que tú mismo quieres que me aparte d e ti y me


·

� ��> vaya con ese inglés? -dijo, poniendo en mí una mirada pe- - ,.., . .

�·l netrante y sonriendo amargamente. Era la primera vez que me "'·,��'7!-7: ··

�-:·> tuteaba. .

�-· : En aquel momento pareció que le daba un mareo, tal era· �; _

'•'

:, >¡� �
·

f:·;,;, �u emo�1on; se sento en �1 d'tvan


.
.

.. .. �
' como extenuada.
. • r 1
.
� .. � •

.
.

,
�� -�� Cre1 que me habta catdo un rayo; ¡ estaba de pte y no daba . -� 1 .
· ·.

��� créd�to a mis ojos ni a mis oídos! ¡Había recurrido mí, y no


.. · '>�,. a, . · �
_
¡:¡:·; �,:,�� rmster Astley! Ella, ella, una muchacha soltera, hab1a verudo 1•
- •

�2,;·¿. :.a. mi cuarto del hotel; quiere decirse que se había comprometí- .:�� ·· · · _-

�::. do ante todo el mundo, y yo, ¡yo estaba ante ella y no aca-'
(· baba de comprenderlo! , ·. -'

���,:· . Una idea disparatada


· cruzó por mi mente.
, q¡
"1 -¡ Polina! ¡Concédeme una sola hora! Espera aquí una :·• ��.f
�;
·

=-: b.ora nada más y ... ¡volveré! ¡Esto ... esto es necesario!.·· :)�.¡ ·
' ,
• . ••

' '
·
..
cveras.
'd
' ! ¡ Que'date aqw, que ate aqw. . -�
. ¡
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·

,;;.; "'·
· ·
·
.- · .

��-. · Y salí rapidísimamente del cuarto sin contestar a su · ,�.\�·�. �


t�_ _.,.>, .·
� · 1 147" ·: - r�
, - -���- .
' �:· � �-
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Sic.� 'v����id�;- nlás dlspaatt a&: 4 i;d�'.th4·� �fut��bl� .
mete eou tal fuerza en, la cabeza. que uno acaba: po� t:qritar, .;
··

. .-. -�

la cómo. algo realizable ... Más ·aún; cuando a la idea se ,Q1'Í:�,un:


deseQ intensa, apasionado, en ocasiones la tcepta uno CC>nio
t
algo ; fatal, necesario, impuesto por el destino, como alg�'q�e . :
no puede por.menos de-suceder. Es posible que áqW. h�::t:ura

�t . .
·combinación de presentimientos, un inusitado esfucizo �eJa.-
volUlltad, la intoxicación de la fantasía o algo por el estilé>: no
R¿_ -: se;- pero aquella noche ·<que jamás olvidaré en mi vida.)· e � . _·

F:; ocurrió algo prodigioso. Aunque la aritmética lo justifica per- .

¡�:
·.·
·

fectall'lente, para mí sigue siendo algo prodigioso. ¿Y por ql!é; .


':�- -'" pór qué esta convicción se había adentrado tanto y tan fuette-.
��-.¿;: __
�¿ -.. mente. en mí y desde h�da ya tanto tiempo?.¡ Lo ciertO" es._q�e ·

��
- yo pensaba en esto -lo repit<r- no como una eventualidad;�� -
_, ·

.-.:'?·- ,:.-
podía darse entre otras {y qu,e, por consiguiente, podía no ·dar-
·

- ' se), sino como algo que no podía por menos de suce-ded . '
__ - _ E_ran las diez y cuarto. Entré en el casino con una �: �- .
_.
·
".: e
, . peranza y, al mismo tiempo, una emoción como nunca. hiil:iia;
e_

..
1-·� ·.

�per.imentado. En las salas de juego aún había bas-tante gente�- .·

;� pero menos que por la mañana, la mitad todo lo más. ·

;
· . Pasadas las diez, quedan los verdaderos jugado - res, los.-te•
calcitr;mtes, para quienes en los balnearios no hay otra <;65-a.

� \�
·� -� : que la ruleta, los que van al balneario pensando en ellá s-OJa�·
�· �:� mente..-<p.te casi no se dan cuenta de lo que ocurre aheded(u�'y:
·�_:. .-� n-o se. interesan por nada a lo largo de la temporada, lirni�oc'·

_

� :; . . 'se a jugar de la mañana a la noche, y que- estarían dispuestos a·


t\\� jugar toda la noche, hasta el amanecer, si fuera posible.,Siem·:.

K:��:.
·

�• pre se dispersan pesarosos cuando a las doce cierran la 11:iléta.


_.

.. - .·,. . Y cuando el croupier principal, poco antes de las doce, antes' de • '
dar por terminado el juego, anuncia: Les trois dtmiers' .coups; ; �:1
messieurs!,- están dispuestos a apostar en estas .tres últi:rnaS juga- - ,�j
das .cuanto tienen en el bolsillo : en efecto, es entonces C\Íando �.l
9�
:�
\j¿l
:�
.
-. ... ,.


iis·pérdida� son mayores. Me dirigí aJa mesa ·ao�d /�Jte·esfña>·
bía estado la abuela. No había muchas apreturas, así que no .
·tardé en ocupar un puesto, de pie, ante la mesa. Ante mi, en el
.•

tapete verde, estaqa escrita la palabra passe. Passe es una serie


de números desde el diecinueve hasta el treinta y seis. La pri­
' trtéra serie, del uno al dieciocho, se llama manque; pero ¿qué
·

,_;�me importaba a mí todo eso? No hice cálculos y ni siquiera


oí qué número había salido el último; no lo pregunté tampoco
al empezar a jugar, como hab�ía hecho cualquier persona que
lleva medianamente la cuenta. Saqué mis veinte federicos y los
puse en el passe que tenía ante mí.
-Vingt deux! -gritó el croupier.
Había ganado; de nuevo aposté todo y, como antes,
gané.
-Trente et un! -anunció el croupier. ¡Nueva ganancia! ¡En
total tenía, por consiguiente, ochenta federicos! Coloqué los
· ochenta en los doce números centrales (en que ia ganancia es
triple, pero con dos probabilidades contra una), la rueda em- ·

pezó a girar y salió el veinticuatro. Me entregaron tres car­


tuchos de cincilenta federicos y diez monedas sueltas; en to­
tal, contando lo anterior, había juntado doscientos federicos,
Me sentía en un estado febra, puse todo este dinero al
rojo ¡y súbitamente me di cuenta de las cosas! Sólo una vez
durante toda la noche, durante todo el tiempo que estuve
jugando, un escalofrío de miedo corrió por todo mi cuerpo,
me temblaron la piernas y los brazos. Sentí con espanto y
comprendí momentáneamente lo que para mí significaría per­
der. ¡Era mi vida entera la que había apostado!
-Rouge! -anunció el croupier, y respiré profundamente.
Un hormigueo de fuego me corrió por todo el cuerpo. Me
pagaron en billetes. Tenía cuatro mil florines y ochenta federi­
cos. Aún podía llevar las cuentas.
t - Luego, lo recuerdo, puse dos mil florines de nuevo a los
�-
·doce números centrales y perdí; puse mi oro y ochet].ta federi-
149
�;, .��:;��;;t=�f�;
. que sáfi:ei-a, sin pensarlo. Luego hubo un .instante. dé es��
algo semejante, acaso, a la impresión que madame Blanc:b:át4'
·. .

e¡perimentaría, en París·, cuando cayó al suelo desde su gltib'o�- ·

· �uatre! -cantó el croupier. :',·>-�::.


En total, cantando la puesta anterior, volvía a tener���: ...
nill florines. Miraba ya como vencedor y s.in miedo a nac4� :ii:.
uada en absoluto.· Coloqué cuatro mil florines al negro. N��:
jugadores, siguiendo mi ejemplo, apostaron también al negri>:': _·

Los croúpiers se miraron y cambiaron unas palabras. En tailt<)(


n:úo hablaban y esperaban. '._�/
Salió negro. No recuerdo ya ui las cuentas ni el orden ��
mis posturas. Recuerdo sólo, como en un sueño, que ya gan;ab�;0; ,
unos dieciséis mil'florines cuando· de pronto, en tres juga&.s fái:;�.'
liidas, los reduje en doce in.il; a cónt.inuación col<>qué los euatt<!t i'
. mil· últimos a passe (casi sin ninguna sensación; lo único que hit�<·
cia era esperar mecánicamente, s.in pensar e� nada) y gan� · -4'?1· . ·

. nuevo. Luego gané otras cuatro veces seguidas. Recuerdo s61� ;: .

qué rerogía el dinero a miles; recuerdo también que lo que �-�:


más frecuencia s.e daba eran los doce centrales, a los que ytiS< .,_

me había abonado. Salían con_ cierta regularidad, tres o cu::ttr9:i:;,


veces seguidas, y dos jugadas más tarde volvían a salir otr-a;��;
tres o cuatro veces. Esta asombrosa regularidad se produce iij:;,:.
veces, y eso es lo que desconcierta a los jugadoreS aficio:Oaoo�r :
a tomar nota, a hacer cálculos lápiz en mano. ¡ Qué horciblli$�;
burlas gasta el destino a veces ! . ::
De5de mi llegada creo que no habría pasado más de med.tii·.'
hora. De pronto el croupier me informó de que yo había ga:Qa®_.,
treinta mil florines y, como la banca no respondía dé más ea>.;·
una postura, la ruleta se cerraba hasta la mañana siguiente'. ·&(},; :
cogí todo mi oro, lo guardé en los bolsillos, junté todos .los b? : ,

lletes y pasé a otra mesa, a otra sala en que había ruleta. Dé


trás· de mí vinieron la totalidad de los jugadores; -ediata�
150

· ...
mente me hicieron un sitio y de nuevo empecé a ·hacer apuesta$
a la buena de Dios, sin pensar nada. ¡No comprendo qué es lo
que me salvó!
En ocasiones, sin embargo, empezaba a bullirme en la cabe­
za un asomo de cálculo. Me atenía a unos números y probabili­
dades, pero pronto lo dejaba todo y volvía a poner sin casi
darme cuenta de lo que hacía. Debía de estar muy-distraído;
recuerdo que los croupiers rectificaron algunas veces mis jugadas.
Incurría en burdos errores. Mis sienes estaban bañadas en su­
dor y mis manos temblaban. Aparecieron algunos polacos ofre­
ciéndome sus servicios, pero no les hice caso. ¡La suerte seguía
siéndome propicia l De pronto se levantó a mi alrededor un
fuerte rumor de voces y risas. "¡Bravo, bravo!", gritaron todos
y algunos hasta aplaudieron. ¡Había ganado aquí otros treinta
mil florines y la banca cerraba también hasta el día siguiente!
-Váyase, váyase -susurró alguien a mi derecha. Era un ju­
dío de Frandort; había permanecido todo el tiempo a mi lado
y creo que me había ayudado en las jugadas.
-¡Váyase, por Dios! -susurró otra voz en mi oído iz.
quierdo.
Me volví a mirar. Era una señora muy modesta y decente­
mente vestida, de unos treinta años; sus facciones, de una pali­
dez enfermiza, denotaban fatiga, pero todavía recordaban su
maravillosa belleza de antes. En aquel momento estaba llenan­
do mis bolsillos de billetes, que metía todos arrugados, y reco­
gía el óro que quedaba sobre la mesa. Tomando el último car­
tucho de cincuenta federicos, sin que nadie se diese cuenta, lo
puse en la mano de la pálida señora; sentí· el deseo terrible de
hacerlo, y, lo recuerdo, sus dedos finos y delgados apretaron
fuerte mi mano en señal de vivísima. gratitud. Fue cosa de un
inStante...
Después de recogerlo todo, pasé rápidamente al trente el
quarante. En el trente et quarante el público es más aristocrático.
No se trata de la ruleta, sino de naipes. La banca re5ponde de
151
�"��.':·:���:�.:uu��Ir����.
ci�
.·?,�:z:��: :· �
..: 7� : <::;;_
..
.· . ·y
.., 7(�
�:f,.)(cp�s�� ·ÍIÚl�r:,uff"�e <�;·:��-� .. .
r <k (;U.·� �il i'lotmes. ·yo desconoda por compkt<> el j�g��Yht > . ·

r.. : . - nq sabia ni tllla sOla postura, salvo el negro y el rojo. qúe:t��h..<\: ..


·

k bitn allílos había. Me dediqúé ellos. Todo el casino selial:#:,;2>.


a

! teunido·á· mi aJ.t:ededor. No recuerdo si en este tiempo·p�; ;�:./

¡ ·•una vez siqUiera � Polina. Experimentaba un placer irresistib:f�::' ; ,.) .{�


en recoger y acumular los. billetes de banco, cuyo montón iba )�('�, .
·

¡.
e�endoante mí. - �'<-��
. :Y
�; 1/; .}>�
.
··

En efecto, era como si me empujase ·el-destino; Esta v�.


l ' como a prQp6sito, se produjo una circunstancia que, por lo (te-/:··',;;�: �

tnás, se repite con bastante frecuencia en el juego. Empi� a .J.1t':F�
:$alli el rojo, por ejemplo, y sigue saliendo durante ·diez y hasta· :�f<:
qumce veces. Dos días antes había oído decir que la semana ·;t;ttJ.:
anterior había salido el rojo veintidós veces consecutivas. Esto: .. :��;.>,;
no se recordaba ni siquiera en la ruleta, y lo contaban con' ··�::;ft
..a'$ombro. Como se comprende, en tales ocasiones todos ·aban�,� l�$t)!
donan el_rojo y después de la décima vez casi nadie se atreve a .'';����
ap<>star por él. Pt;ro los jugadores duchos tampoco apuestan al ,)'ji-��;1
n.egro, d color contrario. El jugador experto sabe lo que·si.g·· ::��Wr
·.niHa. este ''eapricho de la suerte". Parece, por ejemplo, q� ' ,\����; ;'
ilespués- de dieciséis veces seguidas de salir el rojo, la númerO J�;.;:•. :
diecisiete debería corresponder al negro. Así piensan los inlé't- ·;1�\
pettos, que duplican y triplican en masa las posturas y expe· ,'-il'J.:
r
rbnentan pérdidas terribles. . . . . t�{
.
Peto yo, movido por un extraño eapricho, al ver que el roj� . Ji� .
·.·había salido siete veces seguidas, voluntariamente, opté por· '�M;t�.
·

�:él. Estoy persuadido de que esto se debía en gran parte al d;;;�;[::;:


amor p):opio: quería asombrar a la gente con aquel riesgo in- ':: �> :.
sensato;. pero (¡extraña sensación!) recuerdo muy claramdi� �: ��:r:·
que de-· pronto,· sin que el amor propio interviniese para nada, >ff�� . :
me posey6 una sed espantosa de correr el riesgo. Es posiblé </9 : :
· ,que después ·de experimentar tantas sensaciones el alma no sé át}�
sacie, sino que se irrite con ellas y exija más todavía, sensado- }�:(/� )'
nes más y más fuertes, hasta la fatiga definitiva. ;'}'i\1
152
·p:·:�::·1·
.

:·;:: • ·· �e�ro : si _las �cglas qel jue_go lnlhia-;m


·' · · . ·
: ·· ·. ·. _ · ·

tui'as de cinruenta mil florines: las habría hecho. Alrededor _grt ·­

taban que esto era una lorura, que el rojo había salido ya ca:
. torce veces.
·
.
-Momieur a gagné dija cent mille florim -sonó una voz
_

junto a mí. :·.:t0�..i ·

De pronto volví a la realidad de las cosas. ¿Cómo? ¡ Aque-. .' ·;J!�


., .lla noche había ganado cien mil florines! ¿Para qué más? Re- -
'A1��
cogí los b�etes, me los metí a puñados en el-bolsillo, �in con-
_
tarlos, reuru todo tn1 oro, todos los cartuchos, y me fui a paso ':. r���;
.; :;¿�;¡,
;:: · �- rápido del casino. Al pasar por las salas se reían todos miran- �:'�·� ·

do mis abultados bolsillos y mi modo de andar que el peso del - -"t;


oro hacia desigual. Creo que había unos ocho kilos. Algunas
. manos se tendieron hacia mí; yo daba el dinero a puñados,
.. .· {�
'-tanto como cogía. Dos judíos me detuvieron a la salida.
· ·
::�;�
·

-¡Es usted atrevido! ¡Es muy atrevido! -me dijeron-. Pero


. váyase mañana por la mañana, cuanto antes; de lo contrario, '.. � ··

lo perderá todo... .
No me detuve a esruchar. La avenida estaba tan. oscura,
que era imposible distinguir las propias manos. Hasta el hotel .. ;.. •. ·

había media versta. Nunca había tenido miedo de los ladrones ·�:; · A •

y bandidos, ni siquiera cuando era pequeño; tampoco pensé en: "' :. '.'1 ·

. .
ellos ahora. Por lo demás, n? recuerdo lo que pude pensar por ;;.,_: ·v¡
, .. el camino; dentro de mí no había ideas. Sólo experimentaba un
· :���
__

.·-placer terrible, el placer del éxito, de la victoria, del poderío, ·:· s�� •

�.�. . no sé como decirlo. Ante mí sbrgía la imagen de Polina; recor-


·
K.:�l
¡f�- daba y comprendía que iba a ella, que dentro de poco me reu- · f;\;
�- . -� niría con ella, le contaría lo sucedido, le mostraría las ganan- ....;,;Jc;(\
r:r·.�., cias... pero .apenas recordaba lo que antes me había dicho, ni
·. .;
�:. · por qué había ido yo al casino. Y todas las recientes sensacio- · .: '4

��-. ;: nes, que me dominaban sólo hora y media antes, me parecían ·:. : .. :
f:'):'._�: _ahora algo remoto y caduco, de lo que no hablaO:amos m� por- ·-"�j�:�
• que m <Stos mom<ntos todo =p=ha d< nuevo. Ya caS< al¡¡. . . :;�
:. n.a1 de la avenida me asaltó súbitamente un pensamiento: ..¿Y si :. ,�
· _
·

· �sa'}"
�{ .
""· . ·?<·. . ;-c'i�.
.

..
- _ · • �;�bban?'� :Mx- Wt?ae�- .&�Ii��i>i':a
..
·

casi' CQmend� . _be pront�, .il_ � 'it; i�,' a�ettl�-ap.í�


- .--: J'.�ó�

_ .
-

;, -_ ¡ ed6 i:!:uestro hotel co� sus innumerables luces. Gracias a p�bs; , ���
-� ·_p ense, ¡ya estoy en casat
;
Subí a la carrera a mi piso y abrí rápidamente la pu:er:ta:,-.. ,��-
· · -
,
_ �:
-,. : . . "'( _
�·A.�
;
� �-( ·1·- Polina seguía ·aru,_ se�ltada en mi diván, ante la vela ence.Q.�4.{·.�,:�!_.:�;
itZ�j � -·!' de br�zos. Me mir6 con asombro; claro que·:n éSQ� -
ctttza� �$.1
't·�<,' mstantes yo debía de ofrecer un aspecto bastante extrano. Me ·, ;;¡
·

f:;::} � :_-: detuve ante ella y empecé a echar sobre la mesa todo d dit:te� . �:;

��;.
¡� .
,. :�
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'{?'
' ::® -•·$!;.
...:: . .. ..:. � .•

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CAPI.TULO XV

.:·
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-
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-�·_._:,_:· �..__ - �
�\t- ·� i> �� �
.�""_ _. --�-_:;


M�--
�:�- · . . Recuerdo que se me quedó mirando a la cara con terrible-
. '.:i
¡· :---.:··fijeza, pero sin moverse del sitio ni cambiar siquiera de actitud. -�/!: :
�¿� _· � ·. -He ganado doscientos mil francos -exclamé, sacando. el:�:·

.

últ1mo cartucho. ,
.
t.•'• , · - ;
h>;�'·: . . El enorme montón de billetes y cartuchos de m:o ocupaba � > · :.

�1':��-:- .toda la mesa. Yo rÍo po�a apartar de ésta la mirada; había:.., ��; _.

'�fi . ·momentos en que me olvidaba por' completo de Polina. Y a em- ·· : •.•


": ·
· ··. ·•

-, . ··-- ·- · ;,_,'_pezaba ; ordenar est�s fajos de bille�es, colocándolos junt os, :-,·, - . :.. ·
__ . �¡__.:�.:_
;..:_ ; -. ••ya reuma en un monton el oro, ya deJaba todo esto y me �o- ,.
�.��
.. �-�
-
¿.. . . riía a. caminar con paso rápido por la habitación, pensativo, _ __
_�-�--�?!J.
:.-._/' _
: ·.

;
"·• · � hasta que otra vez me acercaba a la mesa y empezaba dé nuevo
-

;'?!
·-�- -

·a contar el dinero. De súbito, como si hubiera recobrado l;t


··.

�-. . · ..

�_,:. �. razón, corrí a la puerta y me apresuré a cerrarla con dos vud-:-': "·
�: ·:: 'tas de llave. Luego me detuve, pensativo, �te mi pequeña ma- ::: ..:.
_ _ ;
_

.,. .. ,, Jeta.
-:_r.
�- �1 .. . -¿Y si lo pongo en la maleta hasta mañana? -pregunté¡ �-

�:·¿ � · volviéndome repentinam�nte hacia Polina y d�do�e. cuenta ' : :


·'

: ,.
_
. Ella segwa sm
·

��-- · ·de su presenoa. moverse, en el nnsmo s1t10, pero . . ·

¡J {; ' atenta a mis movimientos. Había algo extraño en la expresión· .. -


, "':. . ··

��-�::.- de su cara; jno me agradaba esta expresión! No me equivocaré .-·�


'�-: ·:�.- :
: ·_ ·

t.J2'�;.' si digo que en ella había odio. Me acerqué rápidamente á ella: � : ·


- ,_.

-Polina, aquí hay veinticinco mil florines; son cincuenta,·::


-

_ ·-:
.

_
.C. - _ _ ·;'f'. :m._ _ il franc��· acaso más. Tómelos, tíreselos mañana a la cara.
� . . . ·:�•-
_
·

No dlJO nada.
·_ · �t>�·
!!�- '· ·-> . . .
.·,
:_:: • ·:··,_ -Si quiere, se los llevaré yo mismo niañana temprano:.·.
:::i�: >l.:9qé le parece? , , l. •· •.
-�

iss -.� · ·;:.:· . ti •

� .-:� •••

·.
. . .. y • �;J1ta*��ciso
.JÍ:!;is
: bUrlona __con que hasta hace poc<> acogn todas· riiiS · apa�.
.. '�:$Íonad�s:, declaraciones. Por últiJn.o dejó de rdr y · � el'., .
.. _.t;.eño;
.- ··.

-• nre: :Dliró severamente de reojo.


·

-No" aceptaré su dinero -dijo despectivamente.


-=-¿Cómo? ¿Por qué? -exclamé yo-. ¿Por qué,_ Polina?
-Yo no acepto dinero regalado. •• . ..
....:.s e lo ofrezco a usted como amigo; le ofrezco mi--��
Me contempló con una �ada larga y escrutadora. <»mQ
·: _ ,..,_, si quisiera atravesarme.
_

" :: - ·· '
-Usted paga muy caro -dijo con · una sonrisa iró:tlica...::.. ·

�4�( . 'La amante de De Grillet no vale cincuenta mil francos.


�; _';;, . -Polina,-¿cómo me habla así? -exclamé en oono'de . .<t�� .:_·_
!�· :>: ,'·- �e-. ¿Es que yo soy De Grillet_? _ . · · .· ·

t::;J · · · : -¡Le odio! ¡Sí... sí! No le quiero más que a De Grillet · ­

�:. ( · -exclamó con ojos centelleantes.


!;C�. ,. Se tapó la éara con las manos y le acometió ataque de , un ·

r:t" . ': histerismo. Yo me arrojé hacia ella. Comprendía que en mi


·

> .....:·��- ausencia había sucedido algo. No parecía ·estar en su san.u jUi-. ···
>':. .
qo. ·�

�.:-:>"" �: -¡ C6mprame f ¿Quieres, quieres? Por cincuenta mil fran- <


· ·

;�y . ct>S, conio De Grillet -se le escapó entre conVulsivos soDoios.


:�: ::: : : .. Y<>·la abracé, besé sus manos y sus pies, caí 'ante ella de
· ·

} ·� rodillas. El ataque de histerismo fue cediendo. Me puso �as:·:ma- :


·

�Z: {, -: no� sobre lo� ���bros y se me que�ó mirando fijament�f�aJ ·

: ..,. . ·�reCla como s1 qU1s1era l�er algo en rm rostro. Escuchaba lo que


:�}? yo decía, pero .creo que sin oírme. En su cara . apareció cit;tla
;.;
>� :-;:· expresión preocupada y pensativa. llegué a temer por _.dhite-
�.. .
;;:, , •. � nía el aspecto de haber perdido el juicio. A veces empezaba a
.
l';15f :·atraerme suavemente hacia ella, y una sonrisa confiada erraba
''�':; por su rostro, mas luego me rechazaba y su �da so�· '
·

>;>: ., ·volvía a clavarse en mí.


.•.

-·,j?� _ De pronto me echó las manos al cuello.

•.
- -

-¿Verdad .que me quieres:, q1.1e n;te quieres?_ -dijo-:-. Por-··


que tú ... por mi culpa 'quisiste batirte con el barón.
Y de nuevo se echó a reír: parecía como si algo ridículo y· ·,

agradable hubiese acudido a su memoria. Lloraba y se reía a un·

tiempo. ¿Qué podía hacer yo? Yo mismo estaba como enfebre­


' -
cido. Recuerdo que empezó a decirme algo sin que yo pudiera
comprender casi nada. Era un delirio, un balbuceo, como si tu7

viera prisa por contarme algo, un delirio interrumpido á veces


... �
por la risa más alegre, que empezaba a asustarme .
-¡No, no, tú eres bueno, muy bueno! -repetía-. ¡Tú me �- .

eres fiel!
t
Y de nuevo ponÍa sus manos en mis hombros, y de nuevo
l
me contemplaba y seguía repitiendo:
-Tú me quieres ... me quieres ..- . ¿Me vas a querer?.
. Yo no apartaba los ojos de ella; nunca la había visto con
1- esos arrebatos de ternura y amor; claio que era un delirio,
'

L
pero ... al advertir mi apasionada mirada, empezaba a sonreír
1
. maliciosamente. Y, sin venir a cuento, se puso a hablar de mís�
1 ter Astley.
-


1
1· • .

1· Por lo demás, no había cesado de hablar de míster Astley


(sobre todo cuando se mostró empeñada en contarme no sé '

qué), pero yo no podía comprender bien a qué se refería. Creo .


rerordar que hasta se reía de él; no cesaba de repetir que él es­
taba esperando ... y que si sabía yo que en aquellos momentos
estaría seguramente al pie de su ventana.
-Sí, sí, al pie de la ventana. Abre, mira, mira: ¡está ahí,
ahí!
. Me_ empujaba hacia la ventana, pero, en cuanto yo me dis,
ponía a ir, soltaba la risa, y yo me quedaba junto a ella, y ella
empezaba a abrazarme.
-¿Nos vamos? ¿Nos vamos mañana? -se le ocurrió de
pronto-. Bueno ... -Se quedó_pensa#va-. Podremos alcanzar a .
la abuela. ¿Qué crees? Yo pienso que la alcanzaremos en Ber- .- ..
lín. ¿Qué crees qué dirá cuando 4 alcancemos y nos vea? ¿y ,,. .

157

.
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dad? -Iá.nz6· tma risotada. -ESCucha: ¿sábes a:d6nde quiere ir
· el verano_ .que viem:e? Quiere ir al polo Norte ·para realizar· .#t-�
� vestigaciones científicas, y me ha invitado a ir con él. ¡Ja,.'Ja;;. _

jaJ Dice que los rusos no sabríamos nada si no fuera pot ·� ·


...
europeos y que no servimo� para nada . . � ¡Pero también ¿.. .

bueno! ¿Sabes que disculpa al general? Dice que Blandte�.¡·


que la pasión ... bUeno, no sé, no sé -repitió coino si huhi�. · ·

perdido d hilo dd discurso-. Me dan mucha lástima, los �.·.·


, bres, y la abuela-... Escucha, escucha, ¿cómo se te ha ocumdíif
lo de matar a De Grillet? ¿Pensabas que ibas a matado? ¡�:.·
túpido! ¿Acaso has podido pensar que yo per.IIi.itiría que te_ ba�·-.,·
· tieses ·con De Grillet? Pero si tú no eres capaz de matar ni ;U.
- -!! ·- ·;: � ..

barón -aiiadió, soltando la risa-. ¡Qué ridículo estabas·�;;


ces, cuan�o lo del barón! Os estuve mirando a ambos desde él:,·.
banco; ¡cómo te resististe a ir entonces, cuando yo te �
ha!. ¡Cómo me -reí, cómo me reí! -añadió entre carcajadas. ·

De nuevo se puso a besarme y abrazarme, de nuevo �re-tó_


apasionada y tiernamente su cara a la mía. Yo no pensaba eii·
nada y nada. oía. La cabeza me daba vueltas ...
. Creo que serían cerca de las siete de la mañana �··· ·

me desperté. El sol brillaba en d cuarto. Polina estaba •: ·

�da junto a mí y miraba a su alrededor con e:rtrañeza, co��:


si saliera de unáS tiniebla_$ y estuviese reuniendo sus recu� .

dos. Acababa también de despertarse y miraba atentamente J�


mesa y el dinero. yo tenía pesadez y dolor de cabeza. Quise
coger a Polina de la mano, per� ella me rechazó y saltó del.
diván. El día se anunciaba brumoso; antes del amanecer ha-­
bía llovido. Elht se acercó a la ventana, la abrió,· sacó la ca:�,.
beza y el . pecho y, de codos sobre el alféizar, permaneció: ··

como c-osa de tres minutos sin volverse hacia mí y sin � -,


char lo' que yo le decía. Pensé asustado: "¿Qué va a �.':'
ahora, cómo va a terminar todo esto?" De pronto se apart6·
de la ventana, se acercó a la mesa y, mirándome wn ·una 0:<-
.-

. J58
··�·-�-

prestan de odio infinito, con los labios temblando de cólera,


me dijo:
-¡Dame ahora mis cincuenta mil francos!
-¿Otra vez., Polina, otra veL? -empecé yo.
-¿Es que te has vuelto atrás? ¡Ja, ja, ja! ¿Te da lástima el
dinero?
Los veinticinco mil florines que yo había camada por la
noche seguían sobre la mesa. Los tomé y se los entregué.
-¿Ahora son míos? ¿Es así? ¿Es así? -me preguntó rabio­
sa, con los billetes en la mano.
-Siempre fueron tuyos -dije.
-¡Pues ahí tienes tus cincuenta mil francos! -levantó la
mano y me los tiró. El fajo de billetes me dio un fuerte golpe
en la cara y se dispersó por el suelo. Después de esto, Polina
salió corriendo de la habitación.
Aunque en aquel momento no estaba en sus cabales, no
comprendo esta locura temporal. Cierto que desde entonces, y
ha pasado un mes, sigue enferma. ¿Cuál fue, sin embargo, la
causa de ese estado y, sobre todo, de este modo de conducirse?
¿El orgullo ofendido? ¿La desesperación de que se hubiera de­
cidido a venir a mi cuarto? ¿Le habría parecido que yo me en­
vanecía de mi felicidad y que, lo mismo que De Grillet, quería
desprenderme de ella con un regalo de cincuenta mil francos?
Pero no había nada de esto, así me lo dice mi conciencia. Creo
que cierta culpa la tuvo la vanidad: la vanidad la inducía a no
creerme y a ofenderme, aunque es muy posible que todo esto
fuera para ella misma algo oscuro. En tal caso, yo, se entiende,
venía a pagar la acción de De Grillet, y resultaba culpable,
aunque acaso mi culpa no fuese grande. Cierto que todo esto
no era más que un delirio, cierto también que yo sabía que ella
estaba delirando y .. . no había prestado atención a esta cir­
cunstancia. ¿Era posible que ahora no pudiese perdonármelo?
Sí, pero esto era ahora; ¿y entonces, entonces? Porque no ha­
bían sido tan fuertes su delirio y su enfermedad como para que

159
ella olvidase por completo lo que hacía al venir a mostrarme la ·

carta de De Grillet. Quiere decirse que ella sabía lo que hacía.


Metí de atalquier manera todos mis billetes y mi oro en la
cama, los tapé y salí diez minutos después de la marcha de Po­
lina. Estaba convencido de que había vuelto a su habitación y
quería acercarme, sin hacer ruido, hasta el recibidor para pre­
guntar al aya por la salud de la señorita. ¡Cuál no sería mi
asombro cuando, al encontrarme con el aya en la escalera, supe
que Polina no había vuelto y que la propia aya venía a mi cuar­

to en su busca!
-Acaba de salir de mi habitación -le dije- sólo hace diez
minutos. ¿Dónde puede estar?
El aya me miró con ojos de reproche.
Mientras tanto se había levantado toda una historia. que
ya circulaba por el hotel. En la conserjería y en el cuarto del
Oberk.etlner se rumoreaba que la Friiulein ( r) había salido a las
seis de la mañana, bajo la lluvia, en dirección al Hotel d'Angle­
terre. Por sus palabras y reticencias me di cuenta de que ya sa­
bían que había pasado toda la noche en mi cuarto. Por lo de­
más, las habladurías afectaban ya a toda la familia del general:
se sabía que éste había perdido el juicio la víspera, sus lamenta­
1 ciones se habían oído en todo el hotel. Se contaba que la abue­

� la, llegada poco antes, era su madre, venida expresamente de


Rusia con el propósito de impedir la boda de su hijo con ma­
demoiselle de Cominges. Al ser desobedecida, lo había deshe­
redado, y, para que no le quedase nada, había perdido a propó­
sito todo su dinero en la ruleta. Diese Russen! ( r ) , repetía el
Oberk.ellner indignado, meneando la cabeza. Otros se reían.
El Oberk.ellner preparaba la cuenta. También se tenía noticia de mi
ganancia; Karl, el mozo de mi pasillo, fue el primero en felici­
tarme. Pero yo no estaba para esas cosas. Me dirigí a buen
paso al Hotel D'Angleterre.
(1) En alemán, �señorita�. (N. áJ E.)
( 1 ) En alem.áh, �¡Estos rusos!" (N. del E.)
160
Era muy temprano. Mí�ter Astley no recibía a nadie, pero, "
al saber que era yo, salió al pasillo y se detuvo ante mí, mirán­
dome en silencio con sus ojos de estaño, a la espera de lo que
. yo pudiera decir. Inmediatamente pregunté por Polina.
-Está enferma -contestó míster Astley, sin apartar de mí
su mirada.
-¿Así que está con usted?
-Oh, sí, está conmigo.
-Entonces ... ¿tiene el propósito de tenerla a su lado?
..:..sí, ése es mi propósito.
-Míster Astley, esto dará lugar a un escándalo; no es posi­
. ble. Además, está muy enferma. ¿ Es que no lo ha advertido?
-Sí, lo he advertido, yo mismo se lo he dicho. Si no estu­
viese enferma, no habría pasado la noche en su cuarto.
-¿También sabe eso?
-Lo sé. Vino ayer aquí y yo la envié con una parienta mía,
pero como estaba enferma, se equivocó y fue a su cuarto.
-¿Qué me dice? Le felicito, míster Astley. A propósito,
me da usted una idea: ¿ha pasado usted toda la noche al pie de
r.
la ventana de mi cuarto? Polina no cesaba de insistir en que
abriera yo la ventana y mirase si usted estaba abajo. Y se reía
terriblemente.
¡. -¿De veras? No, no· he estado al pie de la ventana; estuve
en el pasillo y di unas cuantas vueltas por allí.
-Pero hay que ponerla en tratamiento, míster Astley.
-Sí, claro; he llamado a un médico. Y, si se muere, usted
!.
tendrá que darme cuenta de su muerte.
Me quedé atónito.
-Por favor, míster Astley, ¿qué es lo que quiere?
-¿Es verdad que usted ganó ayer doscientos mil táleros?
-Sólo cien mil florines.
-¡Ya lo ve! Así, pues, váyase esta misma mañana a París.
·

-¿Para qué?
-Cuando tienen dinero, todos los rusos van a París -expli-

161

'-�" .._ ••-·. '4, •


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__ • -•. _i<' r
, · � �· ¡�:,:, ' "' L;j}¡�. ,@:�]����.si·:.:l�o·���i¡�_
: míster- Astley, con un� voz y un tono como
(Ó ct�-f{�};�
�:i:i
leyendo en un libro. · ·:�\ts��
-¿Qué voy a hacer ahora, en verano, en París? ¡Yo la.:, :�{�
quiero, núster Astley! Y usted lo sabe.
·;�;
-¿De veras? Yo estoy convencido de lo contrario. Ade- �iL{i;
más, si sigue aquí lo perderá todo y no le quedará dinero para �;;,1
ir. Pero adiós; estoy completamente convencido de que se irá. :;� )
-Está bien, adiós, aunque no tengo la intención de ir a �·,,1 ·

París. Imagínese usted, núster Astley, ¿qué va a ser ahora de .·t{�}j


todos nosotros? En una palabra, el general .. , y esa aventura /f��'
de Polina. Porque se sabrá en la ciudad entera. .i%�i
-Sí, en toda la ciudad; en cuanto al general, creo que no ::3'*)1
piensa. en esto ni está en condiciones de pensar. Además, Poli- ::,\;;
,;.:)�
na tiene perfecto derecho a vivir donde le plazca. En cuanto
a la familia, se puede afirmar que como tal familia ya no existe.
En el camino de vuelta me reía de la extraña seguridad de ..
este inglés al afirmar que acabaría por ir a París. "Sin embargo,
quiere matarme en duelo si mademoiselle Polina muere -pensa-
ba yo-. ¡Qué fastidio!" Polina me daba lástima, lo juro, pero
(¡cosa extraña!) desde el momento mismo en que, en la noche
anterior, había llegado a la mesa de juego y empecé a amonto·
nar dinero, mi amor parecía haber pasado a segundo plano. ..
Esto lo digo ahora, pero entonces no lo había advertido clara­
mente. ¿Es que tengo de veras espíritu de jugador?¿Es que mi
amor a Polina era algo extraño? ¡No, la sigo amando incluso
ahora., Dios es testigo! Entonce$, cuando salí del hotel de mk·
ter Astley y me dirigí al mío, mis sufrimientos eran sinceros y ..
me acusaba a mí mismo. Pero ... entonces sucedió algo ex­
traordinariamente peregríno y estúpido. t-
. . �

Me daba prisa en acudir a las habitaciones del general


cuando de pronto, no. lejos de ellas, se abrió una puerta y al-

guien me llamó. Era madame veuve Cominges, que me reque•.
ría por orden de mademoiselle Blanche. Entré en la habitación
de esta última.

162
!. ·

. ,-i
:01 . .. . .
Ocupaba un dej,artamento reducidó de dos habitaciones.
Desde la alcoba llegaban las risas y .los. gritos de mademoiselle
Blanche, que se estaba levantando de la cama.
-Ah, c'est lui! Viens done, bete! Est-ce vrai que tu as gagné
une montagne d'or et t/'argent? J'aimerais mieux l'or.
-Sí -contesté, riendo.
-¿Cuánto?
-Cien mil florines.
·
-Bibi, comme tu es bete! Pero entra, no oigo nada. Nous
ferons bombance, n'est ce pas?
Entré en la alcoba. Estaba cubierta con una colcha de raso,
color rosa, de la que asomaban unos hombros morenos y ad­
mirables, unos hombros como sólo puede uno ver en sueños,
ligeramente velados por un camisón de batista y blanquísimos
bordados que le iban maravillosamente bien a su morena piel.
-Mon fils, as-tu du coeur? -exclamó al verme, y rompió a
reír. Su risa era siempre muy alegre y, a veces, hasta sincera.
-Tout autre .•. -empecé yo, parafraseando a Comeille.
-Ya ves, vois-tu -empezó a parlotear-; lo primero de
todo, búscame las medias, ayúdame a vestirme. Y lo segundo,
si tu n'est pas trop béte, je te prends a Paris; ¿Sabes que me voy
ahora?
-¿Ahora?
-Dentro de media hora.
En efecto, el equipaje estaba hecho. Todas sus maletas y·
cosas estaban listas. El café se lo habían servido bastante antes.
-Eh bien! Si quieres, tu verras Paris. Dis done, qu'est-ce que
c'est qu'un outchitel? Tu étais bien bite, quand tu étais ouchiiel!
¿Dónde están mis medias? ¡ Pónmelas!
Sacó un pie realmente encantador, moreno, pequeño, no
desfigurado, como suelen estar todos esos pies que tan agrada­
bles nos parecen calzados en las botas. Yo me eché a reír y em­
pecé a ponerle la media de seda. Mademoiselle Blanche, senta-
·

da en la cama, seguía parloteando.

16.3
,. · .·

. �.

-Eh fnen, que Jeras-tu, si je te prends a1Jec m()i? Lo ptÍl:lleto


de todo je veux cinqudnte mil/e francs. Me los darás en Franc•
,

fort. Nous allons a Pa ris; allí viviremos juntos et je ferai voir


des étoiles en plein jour. Verás mujeres como nunca las has .":· .

visto. Escucha ...


-Espera, si te doy cincuenta mil francos, ¿qué me queda­
rá a mí?
-Cent cinquante mille francs, ¿Lo has olvidado? Además;
viviré contigo un mes, dos, que sais-ft! Claro que con esos

tiento cincuenta mil francos tendremos para vivir dos meses.


Ya lo ves, je suis bonne enfant y te lo prevengo, mais tu verras
des étoiles.
-¿Cómo, todo en dos meses?
,-¡Claro que sí! ¿Te asusta? Ah, vil esclave! ¿Sabes que un
mes de esta vida es mejor que toda tu existencia? Un mes
et apre's le déluge! Mais tu ne peux comprendre, va! Vete, vete, no
lo mereces. ¡Ay!, que fais-tu?
En aquel momento le estaba poniendo la otra media, pero, . ,.-,·

sin poder contenerme, le besé los dedos. Ella dio un tirón y


empezó a pegarme en la cara con la punta del pie. Por último
me echó de su presencia.
-Eh bien, mon outchitel, je t'attends, si tu veux. ¡Salgo den­
tro de un cuarto de hora! -gritó a mis espaldas.
Al volver a mi habitación estaba ya como mareado. No te­
nía yo la culpa de que Polina me hubiese arrojado el fajo de bi­
lletes a la cara y hubiera preferido a míster Astley. Algunos
de esos billetes estaban aún por el suelo; los recogí. En aquel
momento se abrió la puerta y apareció el Oberk.ellner en perso­
na (que antes ni siquiera se dignaba mirarme) invitándome a
trasladarme al piso bajo, a un magnifico departamento que
acababa de dejar el conde V.
Me quedé pensando.
-¡La cuenta! -grité-. Me voy ahora, dentro de diez
minutos.

164
"¡Sea: a París!" -4>ensé para mis adentros-. ¡Se ve que
estaba escrito!" Un cuarto de hora después, en efecto, nos en­
contrábamos en un departamento familiar los tres: mademoise­
lle Blanche, madame veuve Cominges y yo. Blanche reía, mi­
rándome, como una histérica, y la veuve Cominges la imitaba.
No diré que yo me sintiese alegre. Mi vida se había partido en
dos, pero desde la víspera me había acostumbrado a apostarlo
todo a una carta. Acaso era verdad que no había nacido para
tener dinero y que el dinero me daba vértigo. Peut étre, je ne
demandais pas mieux. Me pareció que por algún tiempo, pero
sólo por algún tiempo, cambiaba la decoración. "Dentro de un
mes estaré aquí de nuevo, y entonces.. . ¡entonces nos veremos
otra vez, míster Astley !" No, recuerdo que entonces me sentía
terriblemente triste, aunque riese a carcajadas con aquella es­
túpida de Blanche.
-¿Qué te pasa? ¡Qué tonto eres! ¡Pero qué tonto! -excla­
maba ella, interrumpiendo su risa y empezando a reñirme en
serio-. Sí, sí, sí; nos gastaremos tus doscientos mil francos,
mais tu seras hereux comme un petit roí; yo misma te haré el nudo
de la corbata; te presentaré a Hortense. Y cuando nos haya­
mos gastado todo, vendrás aquí y harás saltar otra vez la ban­
ca. ¿Qué te dijeron los judíos? Lo principal es la audacia, y tú
la tienes; volverás a traerme dinero a París. Quant a moi, je
veux cinquante mille francs de rente, et ators ...
-¿Y el general? -le pregunté.
-Ya sabes que el general va todos los días, a esta hora, a
comprar un ramo de flores para mí. Pero esta vez, con toda
intención, le he pedido que buscase las flores más caras. Cuan­
do el pobre vuelva, se encontrará con que el pájaro ha volado.
Ya verás como nos sigue. ¡Ja, ja, ja! Me alegraré mucho. En
París puede serme útil. Míster Astley pagará aquí su cuenta...
Así es como fuí entonces a París.
·r. -�::,.,!':' ... ¡
:""?"'.'"!.:·:-


.. ¡
j
CAPÍTULO XVI

¿Qué puedo decir de París? Todo esto fue, naturalmente,


un desvarío y una estupidez. Estuve allí poco más de tres se­
manas y en este tiempo desaparecieron por completo mis cien
mil francos. Hablo solamente de cien mil; los otros cien mil
se los di a mademoiselle Blanche: cincuenta mil en Francfort y,
tres días después, en París otros cincuenta mil, con un pagaré
que ella hizo efectivo al cabo de una semana.
-Et les cent mi/le francs qui nous restent, tu les mangeras avec
moi, mon outchitel.
Siempre me llamaba así. Es difícil imaginarse una criatura
más calculadora, tacaña y roñosa que Blanche. Pero esto se
refería sólo a su propio dinero. En cuanto a mis cien mil fran­
cos, me anunció abiertamente más tarde que los necesitaba
para instalarse en París.
-Porque ahora piso firme ya para siempre y nadie podrá,
durante mucho tiempo, desbancarme de mi posición. Así me lo
propongo, al menos- añadió.
Por lo demás, casi no vi esos cien mil francos. El dinero lo
guardaba ella, y en mi bolso, cuyo contenido comprobaba
cada día, no había nunca más de cien francos, casi siempre
eran menos.
-¿Para qué necesitas el dinero? -decía con el aire más can­
doroso, y yo no entraba en discusiones.
Por el contrario, con ese dinero arregló muy bien su piso, y
cuando me llevó a él, a enseñármelo, dijo:

167
ti�esk ,que:; &e puede hacet\ ®·ln'la. wiserii cuan·
.

éSpmttt prictico y gusto


. ·

do se · . .
_

Esta miseria ascendía, sin embargo, a cincuenta mil fran:Cús


justos. Con los otros. cincuenta mil se compró un coche y caba­
llos. También dimos dos bailes, es decir, dos veladas, a las que
asistieron Hortense, Lisette y Cléopatre, mujeres muy notables
en muchos y muchos sentidos, y que ño tenían nada de feas.
En estas dos veladas me vi obligado a desempeñar el estupidi�
simo papel de dueño de la casa, a recibir y dar conversación -�
distintos tenderos enriquecidos y brutos, tenientes cuya igno:
rancia y desfachatez llegaba hasta lo imposible y lamentahl�
escritorzuelos y bichos periodísticos que se presentaban con ·

fracs de moda y guantes color paja, y con tal amor propio j


fatuidad, que ni siquiera pueden concebirse en nuestro país, ·en ..

San Petersbutgo, lo que ya es decir. Hasta pensaron en rdrsé


de mí, pero yo me emborraché de champaña y me marché �

dormir la mona a un cuarto interior. Todo esto me resultaba


rePugnante en grado sumo.
-C'est un outchitel
-explicaba Blanche-; il a gagné detlX
cent mille francs. Sin mi ayuda no sabría cómo gastarlos. Des·
pues tendrá que volver a ejercer su profesión; ¿no saben de iU�
guna colocación para él? Hay que hacer algo.
Al champaña empecé a recurrir con demasiada frecuencia,
porque siempre me sentía muy triste y aburrido. Vivía en el
�biente más burgués y mercantil, en el que cada era con­ sou
tado y medido. Blanche me demostró muy poco cariño duran. ·

te las dos primeras semanas, pude notarlo; cierto que me vesda


con elegancia y ella misma me hacia todos los días el nudo de ·

la corbata, pero en el fondo me despreciaba sinceramente. Yo


no le prestaba la menor atención. Aburrido y triste, adquirí la
costumbre de ir al Chatean des Fleurs, donde con carácter :re- ·

gular, todas las tardes, me emborrachaba y donde aprendí el'


cancán (que allí bailan con gran desvergüenza), hasta adqui­
rir cierta celebridad en este aspecto. Por último, Blanche llegi>
168
a conocerme.: se imaginado que d�ante el tiempo q�e
durase nuestra convivencia yo iría tras dla, lápiz y papel en
mano, apuntando todo cuanto gastaba, lo que robaba, ·lo que
gastaría y lo que robaría. Estaba segura de que cada diez fran­
cos significarían una batalla. A todos mis supuestos ataques
habia preparado ya la oportuna réplica; pero, al ver que no
sucedía nada de esto, tomó la iniciativa ella mis1Jl3.. En ocasio­
nes empezaba muy acaloradamente, pero al ver que yo guarda­
. ba sílencio -por lo general tumbado en la cama turca y miran­
do al techo sin mover los ojos-, acabó por asombrarse. En un
principio pensaba que yo era simplemente estúpido, un out­
chitel, y cortaba sus explicaciones, pensando probablemente:
"Es tonto, ¿para qué ponerlo en guardia si no comprende?"
Solía irse, pero a los diez minutos volvía (esto ocurría con
ocasión de los dispendios más escandalosos, que eran claramen­
te superiores a nuestros medios: por ejemplo, cambió los caba­
llos y compró un tronco por el que pagó dieciséis mil francos).
-¿Te has enfadado, Bibi? -se acercaba a mí.
-¡No-o-o! ¡N o me molestes! -decía yo, apartándola con la
mano. Pero esto resultaba para ella tan curioso, que inmediata­
mente se sentaba a mi lado:
-Verás, si me he decidido a gastar tanto es porque los
·vendían de ocasión. Se pueden revender por veinte míl francos.
-Lo creo, lo creo; son unos hermosos caballos, y ahora
tienes un tiro magnífico. Te vendrá bien; pero basta.
-¿No te enfadas, entonces?
-¿Por qué? Haces bien en adquirir cosas que te son nece-
sarias. Todo esto te vendrá bien luego. Veo que realmente ne­
cesitas vivir en este plan; de otro modo, no conseguirías juntar
un millón. Nuestros cien mil francos son sólo un comienzo, una
·

gota en el mar.
Blanche, que lo que menos esperaba de mí eran estos razo­
namientos (¡en' vez de gritos y reproches!), se quedaba como
caída del cielo.

169
-�.
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�;�i�1;<�M;��t�i�; �:-��[frt . . . :· c;/\:t�H>��;"t.; ,:)� - ·.;,�


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debías haber nacido príncipe. ¿Así que no te molesta que se ·,.¡�;;,;:�
élcabe tan pronto el dinero?
{J�
-¡Cuanto antes mejor! 1��
-Mais. . . sais-tu... mais dis done, ¿acaso eres rico? Mais
sais-tu, desprecias demasiado el dinero. Qu 'est-ee que tu Jeras
apre's, dis done!
-Apre's iré a Homburg y ganaré otros cien mil francos.
-Oui, oui, e'est magniftque!Y estoy segura de que los gana-
rás y los traerás aquí. Dis done, ¡harás que acabe por tomarte
de veras cariño ! Eh bien, esta manera tuya de ser va a hacer
que te quíera todo este tiempo y no te sea infiel ni una sola vez.
Ya ves, durante este tiempo, aunque no te quería, paree que je
croyais que tu n 'étais qu 'un outehitel (quelque ehose eomme un
laquais, n'est-ee pas?}, sin embargo, te he sido fiel, paree queje
suis bonne filk.
-¡Bueno, eso es mentira! ¿No te vi la vez pasada con Al-
���� -:1/
bert., ese oficialillo de cara negra?. ..
..� }· ·

-Oh, oh!, mais tu es...


-:��:
:o �:� ;:; ::'":;::���:�C:t y,::,�:.·;�.�:;:��
s
No im .
se. No lo ibas a rechazar, si lo quisiste antes que a mí. Pero no le
!��- �.'
--·.

des dinero, ¿oyes?


-Entonces, ¿tampoco te enfadas por esto? Mais tu es un vrai
�f� .�;:·�:
philosophe, sais-tu? Un vrai philosophe! -exclamó entusiasmada-.
Eh bien, je t'aimerai, je t'aimerai, tu verras, tu seras eontent! <�li�
:'f;,�:�
Y, efectivamente, desde aquella ocasión pareció que me to- 'stt
maba cariño, y así transcurrieron nuestros últimos diez días. No
r{C:
llegué a ver las prometidas estrellas, pero en algún sentido hízo
honor a su palabra. Para colmo, me presentó a Hortense, que
era una mujer notabilísima en su género y a la que en nuestros
medios se la llamaba Thérese Philosophe ...
Por lo demás, no es cosa de extenderse en todo esto; po-

170

·.

. ,\:-:. ' . .. '


, . ·; , c·�·iY'��t'<·�, ��;��mt;.����c' i����{: --
::r��<�.::- · - - ·;---· - - - - -.--- �- --

dría constituir todo un relato, con un colorido particular,- que


no quiero intercalar aquí. De lo que se trataba era de que yo
deseaba con todas mis fuerzas que esto acabase cuanto antes.
Pero nuestros cien mil francos bastaron, como ya he dicho,
para casi un mes, de lo que yo me asombré sinceramente:
ochenta mil por lo menos los invirtió Blanche en cosas para
ella, y nosotros no gastamos más de veinte mil, y a pesar de
todo fue suficiente. Blanche, que al final era ya casi completa­
mente franca conmigo (al menos, en algunas cosas no me men­
tía), me confesó que, después de todo, no sería yo responsable
de las deudas que ella se había visto obligada a contraer.
-No te he dado a firmar cuentas ni pagarés -me decía­
porque te he tenido lástima; otra lo habría hecho y te ha­
bría mandado a la cárcel. ¡Ya ves, ya ves cómo te he quc;rido
y qué buena soy! ¡Lo que me va a costar sólo esta boda del
demonio!
Porque, efectivamente, hubo boda. Se celebró ya en los úl­
timos días de nuestro mes, y hay que suponer que en ella fue­
ron invertidos los últimos restos de mis cien mil francos. Con
ello terminó todo, es decir, nuestro mes, y yo pasé formal­
mente a la situación de retiro.
La cosa sucedió así:
Una semana después de habernos instalado en París, llegó
el general. Acudió directamente a ver a Blanche y desde su
primera visita se quedó casi, casi con nosotros. Cierto que ha­
bía alquilado un cuarto no sé dónde. Ella lo acogió alegremen- ·

te, con chillidos y carcajadas, y hasta se lanzó a abrazarlo. La


cosa terminó �� que ella misma no lo soltaba, y debía acompa­
ñarla a dondequiera que fuese: al bulevar, al paseo, al teatro y
a las casas de sus amistades. El general todavía servía para
estos menesteres; era bastante majestuoso y bien plantado, casi
alto, con las patillas y el bigote teñidos (había servido en rora­
ceros), y la cara agradable, aunque algo abotargada. Sus moda­
les eran excelentes y sabía vestir muy bien el frac. En París
171
�7;�,{�11�};��:····, ,,,, �.};;�tt '''�¿f}���i�f�l+JL:r?,j
.
le dio por lucir su$ condecoraciones. Con un hombre ási, 'pá�ít�_ ,;;1}t¿.$¡
por el bulevar resultaba no sólo posible, sino, valga la expre.- ;. j���;
sión, hasta "recomendable". El bueno y atolondrado general .§?�l�
'}�§
.
estaba éontentísimo con todo esto; no lo esperaba cuando se
presentó en nuestra casa a su llegada a París. Entonces estaba -: '���;_:
casi temblando de miedo; creía que Blanche pondría el grito �B':'
·

en el cielo y mandaría que lo pusiesen en la puerta. Por ello,


ante este giro de los acontecimientos, quedó entusiasmado y
durante todo el mes se mantuvo en un estado de ánimo estúpi­
damente triunfal. Y así lo dejé. Ya aquí he sabido con gran
lujo de detalles que, después de nuestra inesperada marcha de
Ruletenburg, aquella misma mañana, sufrió algo así como un
ataque. Cayó sin conocimiento y luego, durante una semana,
estuvo casi loco, sin cesar de hablar. Lo pusieron en trata­
miento, pero de pronto lo abandonó todo, tomó d tren y se
vino a Pa¡js. La acogida de Blanche, como se comprende, fue
para él la mejor medicina; pero los síntomas de la enfermedad
siguieron durante bastante tiempo, a pesar de sus alegrías y en­
tusiasmos. Era incapaz de razonar ni de mantener una conver­
sación medianamente seria; en tal caso se limitaba a decir a
todo .. hum" y a menear la cabeza. Se reía a menudo, pero con
una risa nerviosa y enfermiza que se extinguía pronto. En oca-
siones se pasaba horas enteras somhrío como la noche, con las
espesas cejas arrugadas. Había muchas cosas que no recordaba
siquiera; era distraído hasta lo imposible y había adquirido la
costumbre de hablar consigo mismo. S6lo Blanche podía rea­
nimarlo; y sus ataques de morriña, cuando se mostraba sombrío
y se metía en un rincón, significaban solamente que llevaba
mucho tiempo sin ver a Blanche, o que ésta había ido a algún
sitio sin llevarlo con ella, o que al salir no le había hecho una
caricia. Después de un par de horas (yo lo observé en dos oca-
siones en que Blanche se había ido para todo el día, probable­
)
mente con Albert , empezaba de pronto a mirar a los lados, a
revolverse inquieto, a hacer memoria, como si quisiera bu..�car a

172
alguien; pero al no ver a nadie, y sin recordar lo que quería
preguntar, caía de nuevo en su ensimismamiento, y así seguía
hasta que se presentaba Blanche, alegre, juguetona y emperi­
follada, con su sonora risa, acudía a él y empezaba a hacerle
carantoñas, y hasta le daba un beso, aunque esto último ocurría
en muy raras ocasiones. Una vez el general se alegró tanto al
verla , que se echó a llorar: quedé asombrado.
Blanche, desde el momento mismo en que el general apare­
ció entre nosotros, empezó a abogar por él ante mí. Recurri ó
incluso a la elocuencia; recordó que le había hecho traición por
mi culpa, que era casi su prometida, que le había dado su pala­
bra; que por ella había abandonado él su familia y que, en fin,
yo había estado a su servicio y debía tenerlo presente; que
cómo no me daba vergüenza ... Yo me limitaba a callar mien­
tras ella charlaba por los codos. Finalmente, me eché a reír, y
la cosa terminó en que, si bien en un principio pensaba que yo
era tonto, al fin llegó a creer que era una persona buena y
maleable. En una palabra, al final tuve la suerte de ganarme de­
cididamente las simpatías de esta digna señorita. Blanche, por
lo demás, era una muchacha buenísima, aunque sólo a su mane­
ra, se comprende; no la había apreciado así al principio.
-Eres inteligente y bueno -me decía al fmal-, y . . . y ...
¡lástima sólo que seas tan tonto! ¡Nunca tendrás nada, lo que
se dice nada! Un vrai Russe, un k_almouk..'
De vez en cuando me mandabá sacar de paseo al general,
exactamente lo mismo que si fuésemos un criado y su galgo.
Por lo demás, yo lo llevaba al teatro, al Bal-Mabille y a los
restaurantes. Blanche me daba dinero para todo esto, aunque el
general tenía el suyo y le agradaba mucho tirar de billetero
ante la gente. En una ocasión casi tuve que recurrir a la fuerza
para evitar que comprase, en el Palais Royal, un broche de se­
tecientos francos que le había agradado mucho y estaba empe­
ñado en regalar a Blanche. ¿Para qué necesitaba ella un broche
de setecientos francos? El general no tenía más de mil. Nunca

·173
_.. . .

pÚde � de''�de:� � .sacado.· S� qpe $t _lo8 ..

daría núster .Asdey, tanto más cuanto éste se htdita en�gado


do abonar la cuenta del hoteL En lo que se refiere a la man.era ·. .

como d general me miraba todo este tiempo, creo que ni si- ·

quiera llegó a sospechar mis relaciones �on Blanche. Aunque ·

hasta él habían llegado rumores confusos de que yo había ga.·


nado una fuerte suma, seguramente se imaginaba que yo era
algo ·así como secretario particular de Blanche, o incluso su

criado, acaso.. Por lo menos, seguía tratándome con la altanería.


de antes, como si fuera mi jefe, y hasta en ocasiones nie soltaba
una reprimenda. Una vez, por la mañana, a la hora del caí�,
nos hizo reír muchísimo a Blanche y a mí. No era persona que
se ofendiera, pero se enfadó conmigo, aunque hasta ahora no
comprendo por qué. Claro que él mismo no lo compre.n&á
tampoco. En. una palabra, empezó sin ton ni son, a batOTIS
rompus; se puso a gritar que yo era un chiquillo, que me iba a
dar una lección... que lo haría saber.. . y así sucesivamente.
Pero nadie pudo comprender nada. Blanche reía sonoramente;
por. fin, conseguimos calmarlo y 1� llevamos de paseo. Por lo
demás, en muchas ocasiones observé que se sentía triste, que ·

compadecía a alguien y algo, que echaba de menos ·a alguien a·


pesar de la presencia d,e Blanche. Un par de. veces, cuando se
encontraba en . este estado de ánimo, quiso hablar conmigo,
pero nunca logró explicarse cuerdamente: recordó su �rrera
militar,. su difunta esposa, sus propiedades, su hacienda. Si .

acertaba en palabra esto le alegraba y la repetía cien veces


una ,

. al día, aunque no expresase ni sus sentimientos ni sus ideas.


Traté de hablar con él de los niños; pero él se desentendía con
sus frases rápidas de antes y· pasaba en seguida a otro tema:
-¡Sí, sí! Los niños, los niños; tiene usted razón. ¡Los niños!
Sólo una vez se enterneció. Habíamos ido al teatro y dijo
de pronto:
-¡Estos desgraciados niños! Sí, señor, ¡estos desgraciados


Y luego repitió varias veces, a lo largo de la tarde, "¡des­


graciados niños!" Una vez, cuando yo saqué a rducir a Polina,
se puso furioso :
-Es una ingrata -exclamó-. ¡Es mala e ingrata! ¡Es la
vergüenza de la familia ! ¡Si hubiera aquí leyes, la haría entrar
en cintura! ¡Sí, sí!
En cuanto a De Grillet, ni siquiera podía escuchar su nom­
bre.
-¡Ha sido la causa de mi ruina -decía-; me ha robado, me
ha llevado a la tumba! ¡ Ha sid-o mi pesadilla durante dos años
enteros! ¡No me lo podía quitar de la cabeza! Es ... es... ¡no
me hable de él nunca!
Yo veía que entre ellos se tramaba algo, pero callaba; fiel
a mi costumbre. Blanche fue la primera en explicármelo. Suce­
dió una semana justa antes de separarnos.
-Il a de la chance -me dijo con su rápido parloteo-. La
abuela está ahora realmente enferma y se morirá sin remisión;
míster Asdey ha mandado un telegrama. Convendrás conmigo
en que, a pesar de todo, él es su heredero. Y, aunque no le de­
jasen nada, no sería una carga para nadie. En primer lugar,
tiene su pensión, y en segundo, vivirá en un cuarto trasero y
será completamente feliz. Yo seré madame la générale. Tendré
acceso a la buena sociedad -�lanche no cesaba de soñar con
esto-, y más tarde seré una terrateniente rusa; j'aurai un chá­
teau, des moujik.s, et puis j'aurai toujours mon million.'
-Pero, si empieza a mostrarse celoso, exigirá ... Dios sabe
qué. ¿Comprendes?
-Oh, no; non, non, non! ¡N o se atreverá! He tomado mis
medidas, no te preocupes. Le he hecho firmar varios pagarés a
nombre de Albert. A las primeras de cambio, sería castigado.
¡No se atreverá!
-Pues cásate ...
La -boda se celebró sin gran solemnidad, en familia y dis­
cretamente. Fueron invitados Albert y algún amigo íntimo.

175
!. ¡ .

.'!':.

-
-
--

·
_ - :''.:Hort�e;_ d��i! y demás .fuéfqn decl.�nu apartadas.
El novio estaba particularmente interesado por su sitwrci6n� La
. prppia Blanche le hizo el nudo de la corbata, le dio crema, y

con su frac y su chaleco blanco estaba muy bien .


...cil est pourtañt tres comme it faut -me dijo la misma BJan�
che al salir de la habitación del general, como si la idea de que .
éste fuera tres comme il faut le hubiese causado asombro.· .
. Me preocupé tan poco de los pormenores, .participando ea
todo en calidad de indiferente espectador, que he olvídaoo
muchas cosas. Recuerdo solamente que Blanche resultó ser no
de Cominges, pues su madre tampoco era veuve Cominges,
sino du Placet. No sé por qué ambas se habían· hecho pa$M
por de Cominges. Pero esto produjo gran satisfacción al gene­
ral, y el du Placet le resultó más agradable que el de Comin­
ges. La mañana de la boda, ya completamente vestido, no cé­
saba de ir y venir por la sala, repitiendo para sus adentros, eop
un aire extraordinariamente serio y grave: "Mademoiselle Blan.-_
che du Placet! Du Placet! ¡La señorita Blanca du Placetl. .. "
Y cierta satisfacción resplandecía en su rostro. En la iglesia, en
la alcaldía y en casa, durante el almuerzo, se mostró no sólo
alegre y satisfecho, sino hasta orgulloso. A ambos les había
ocurrido algo raro. Blanche miraba también con cierta es�al
dignidad.
-Ahora tengo que cambiar por completo -me dijo con ex­
traordinaria seriedad-; mais, vois-tu, no había pensado en- un
obstáculo: figúrate que todavía no he podid� aprenderme mi
nuevo apellido, Sagorianski. Sagorianski, madame la génértde
·

de Sago ... Sago .. : Ces diahles de noms russes. En fin, madamt


la générale a quator'l! consonnes! Comme c'est agéable,. n 'e11-..ce
pas?
Nos separamos por fin, y Blanche, esta estúpida de Blan­
che, vertió lágrimas en la despedida.
-Tu étais bon enfant -dijo gimoteando-. Je te croyais bi­
te et tu en avais l "air, pero eso te va.

176
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-
- _.. 11 ... ,. ' '""- � �
Y ya con el último apretón de manos; exclamó de pronto:
-:-Attends!
·

Y entró en su tocador, de donde salió un minuto después


- trayéndome dos billetes de mil francos. ¡Jamás lo habría
creído!
-Esto te vendrá bien; puede que seas un outchitel muy sa­
bio, pero como persona eres terriblemente estfrpido. No te doy
más de dos mil porque, es lo mismo, lo perderás en el juego.
¡ Bueno, adiós! Nous serons toujours bons amis, y si vuelves a
ganar, ven a buscarme, et tu seras heureux!
Me quedaban todavía quinientos francos; tenía también un
magnífico reloj de mil francos, los gemelos de brillantes y
otras cosas, así que podía vivir bastante tiempo sin preocupa­
ciones, Me vine a esta pequeña ciudad para recapacitar sobre
todo y, principalmente, para esperar a míster Astley. Sabía con
seguridad que iba a pasar por aqui y· se detendría un día para
resolver cierto asunto. Lo sabré todo ... y después, después de­

techo a Homburg. A Ruletenburg no iré; en todo caso, lo haré


el año que viene. Dicen que es de mal agüero probar fortuna
dos veces seguidas en la mísma -mesa, y en Homburg es dónde
·
se juega de veras.

< • •
. . � � ...., • > ...-.-•
"� �:·· ,¡.
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�k! ��f� jlf:

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- t��r��- _i. '-.:!' -¡ ... �-

CAPÍTULO XVII

Hace ya un año y ocho meses que no- miraba estos apuntes

. y sólo ahora, movido por la tristeza y la amargura, con la in­


tención de distraerme, me he puesto casualmente a releerlos.
Los dejé entonces con la afirmación de que iba a ir a Hom­
burg. ¡Dios mío! ¡Con qué ligereza, relativamente, , escribí
estos últimos renglones! Es decir, no con ligereza, sino con
seguridad, con una esperanza inquebrantable. ¿Acaso dudaba ..
de mí en absoluto? Pero ha pasado más de un año y medio y,
a mi modo de ver, soy algo mucho peor que un mendigo. Pero,
¡qué me importa - ser mendigo! La miseria no me importa. Sen­
cillamente, ¡yo mismo he sido la causa de mi perdición! Por lo
demás, las comparaciones son �;;asi imposibles y no quiero ser­
menearme. En estas ocasiones no hay nada más absurdo que la
moral. ¡ Oh, las personas satisfechas de sí mismas! ¡Con qué
orgullosa satisfacción están dispuéstos esos charlatanes a pro­
nunciar sus sentencias! Si supieran hasta qué grado comprendo
yo mismo la abyección en que he caído, no se les ocurriría si­
quiera la idea de darme lecciones. ¿Qué pueden dec4'me que
yo no sepa? ¿Acaso se trata de esto? :qe lo que se· trata es de
que una simple vuelta de la rueda bastaría para que todo cam­
biase; esos mismos moralistas serían los primeros (estoy con­
yencido) en venir a felicitarme con sus bromas más amistosas.
Y no me volverían la espalda como ahora. ¡Pero todos ellos

1
me impórtan un bledo! ¿Qué soy ahora? Un cero a la izquier­
da. ¿Qué puedo ser mañana? ¡Mañana puedo resucitar de- entre
los muertos y empezar a vivir de nuevo! ¡Puedo volver_ a ser
_un hombre, no todo está perdido!

179
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�� ...ton�� H�; • •

vi a Ruletenburg; estuve en Spa, y estuve también en Ba�.:;;:;�ti.


poro •.. �:.��
a donde fui como ayuda d'e cámara del consejero Hintze, Wl ::·:�3j;;
miserable que fue mi amo. ¡Sí, durante cinco n1eses fui un'::"�:�;
criado! Esto ocurrió recién salido de la cárcel. Porque estuve :�{���
en la cárcel de Ruletenburg por cierta deuda contraída en la :?[�}i
ciudad. Un desconocido la pagó. ¿Míster Asdey? ¿Polina?"· :��� ..

No lo sé, pero los doscientos táleros fueron entregados y me· 111;: :


pusieron en libertad. ¿Qué podía hacer? Entré al servicio de .jt .]
este Hintze. Era un hombre joven y ligero; le agradaba la mo- ;if:¡
licie, y yo sé hablar y escribir en tres idiomas. Primero me. )�:t
admitió como secretario por treinta florines al mes; pero tenni- �!� · ·.

né _como verdadero criado: carecía de recursos para tener secre- '·: .�8
tario y me rebajó el sueldo; yo no tenía adónde ir y me quedé, ·5{
convirtiéndome en un simple criado. Pasé hambre, pero ��:�A �
cinco meses pude reunir setenta florines. Una tarde, en_Bad� i���T
/,
le anuncié que deseaba separarme de él; aquel mismo día fui � . ;.:·; ·
la ruleta. ¡Oh, cómo me latía el corazón! ¡No, no era el dinero '
lo que deseaba! Lo único que quería era que al día siguiente ·

todos esos Hintze, todos estos Oberkellner, todas estas señoro-


nas de Baden hablasen de mí, contasen mi historia, se admira-
sen, me alabasen y se inclinasen ante mis nuevas ganancias.. . ·� ..

Todo esto eran sueños y preocupaciones infantiles, pero ...· ··· ·

¿quién sabe?, acaso podía encontrarme con Polina. Se lo con­


taría y ella vería que yo me encuentro por encima de todos es·
tos absurdos empujones del destino... ¡ Oh, no era el dinero
;.;
lo que quería! Estoy convencido de que lo habría derrochado
de nuevo con una Blanche cualquiera y de nuevo me habría·
paseado en París durante tres semanas en coche propio tirado.
por dos caballos de dieciséis mil francos. Porque estoy seguro
de que no soy avaro; pienso incluso que soy un manirroto .Y, .

sin embargo, ¡con qué temblor, con qué ansiedad escucho la


voz del croupiet: trente et un, rouge, impaire et passe, o quatre,
noir, pair et manque! ¡ Con qué avidez miro la mesa de juego,

180
en la que hay dispersos luises, federicos y táleros, las pilas de
oro, cuando bajo la raqueta del croupier se juntan en montones
ardientes como el fuego, o las largas columnas de plata que se
reúnen en tomo a la rueda! Ya al acercarme a la sala de juego,
con dos habitaciones de por medio, en .cuanto oigo el tintinear
del dinero que se desparrama, parece que me da una convul­
sión.
Aquella tarde, cuando llevé mis setenta florines a la sala
de juego, también fue notable. Empecé apostando diez florines,
y también a passe. Tengo el prejuicio del passe. Perdí. Me que­
daban sesenta florines en monedas de plata. Lo pensé y me in­
cliné por el 7.fro. Empecé a hacer posturas de cinco florines; a
la tercera salió el 1fro, y casi me muero de alegría al recibir los
ciento setenta y cinco florines; cuando gané los cien mil no me
puse tan contento. Seguidamente puse cien al rouge y salió; los
doscientos al rouge, y salió; los cuatrocientos al noir, y salió;
los ochocientos al manque, y salió. Contando lo de antes, tenía
ya mil ochocientos florines, ¡y eso en menos de cinco minuto&!
¡Sí, en esos instantes uno olvida todas las desgracias anterio­
res! Porque esto lo había conseguido arriesgando más que la
vida; me había atrevido a arriesgarme y ¡de nuevo era hombre!
Tomé una habitación en el hotel, me encerré en ella y estu­
ve hasta las tres contando el dinero. A la mañana siguiente, al
despertarme, ya no era un criado. Decidí trasladarme aquel
mismo día a Homburg: allí no había sido criado ni había esta­
do en la cárcel. Media hora antes de la salida del tren me acer­
qué a hacer un par de posturas, no más, y perdí mil quinientos
florines. A pesar de todo, me fui a Homburg, y ya hace un mes
que estoy aquí ...
Vivo, claro, en una constante zozobra; juego muy poco
y espero algo, hago cálculos, permanezco días enteros ante la
mesa de juego y observo; el juego no me abandona ni en los sue­
ños, pero me parece como si me hubiera insensibilizado, como si
permaneciese hundido en una ciénaga.

181
... .

cuent:·��= ·:tá��t�sit:sce:L�o�at�u�:�e;
..

�s tropezamos inOpinadamente. He aquí cóm� fue:


Iba· hacia el jardín y pensaba que estaba c�i sin .dineci>,
aunque aún téiúa cincuenta florines; y que dos días antes babia
pagado la cuenta del hotel, donde ocupo un cuchitril. Así p�e�
me quedaba la posibilidad de ir una vez a la ruleta: si gana\1a
�go, podría seguir jugando; si perdía tendría que coloca.:l1l\:ie
otra véz ·de criado en el caso de que no encontrase úna fanilía
rusa que necesitase un preceptor. Sumido en estos pens.anti��
tos. einpren& mi diario paseo a través del parque y del bosqlie;
hastá -d principado vecino. A veces caminaba cuatro horas�·Y
volvía a Homburg cansado y hambriento. Acababa de salir d-d
jardín al parque cuando de pronto, sentado. en un ba.qco, vi:.a .

mister Astley. El me reconoció antes y me llamó. Me senté a :


su 1a4o. ..t\.1 advertir en él cierta gravedad, bajé de tono en ini ·
alegría; de lo contrario, me habría alegrado grandemente.
-¡Está usted aquí! Ya pensaba que lo encontraría are:
.....

dijo-. . No se moleste en contarme sus cosas: lo sé, lo sé· todo.


. Estoy al corriente de toda su vida durante ·este año y ocho . ¡

meses.
'
-¡Bah! ¿Así que sigue la pista de los viejos amigos?�­
pliqué--. Le honra el no olvidarlos ... Espere, sin embargb; :se
me ocurre una cosa: ¿no será usted quien me sacó de la cltcel
de Ruletenburg, donde estaba por una deuda de doscie$tos
·

flOrines? La pagó un desconocido.


·
-No, no. N o pagué la deuda para que le sacaran de la oir­
cel de Ruletenburg, pero supe que había sido recluido por cite
motivo.
-Quiere decir que usted sabe. quién pagó mi deuda.
· "'

-No, no puedo decir que sepa quién le sacó.


-Es raro. Entre los rusos no me conoce nadie; a�s,
los rusos aquí no suelen pagar deudas ajenas; eso óeurte .en
nuestrO país, en Rusia, donde los ortodoxos redimen a los Ot'fu-

·18'2
r-e·�-�-�� ·�--o--· .

�.

doxos. Pensaba que habría sido algún inglés extravagante,


. mo-
vido por un extraño capricho.
Míster Astley me escuchaba con cierto asombro. Al pare­
cer, esperaba encontrarme triste y abatido.
-No obstante, me alegro mucho de ver que conser�a in­
tacta toda la independencia de espíritu y hasta su alegría -dijo
con un aire bastante désagradable.
-Quiere decir que por dentro rechina de despecho al ver
que no me siento abatido ni humillado -dije, riendo.
Tardó en comprender, pero luego sonrió.
-Me agradan sus observaciones. En estas palabras reconoz­
co a mi antiguo, inteligente, viejo, entusiasta y cínico amigo.
Sólo los rusos son capaces de reunir al mismo tiempo tantas
cualidades contradictorias. En efecto, al hombre le agrada ver
a· su mejor amigo humillado ante él; en la hutnillación se basa
principalmente la amistad; es una verdad vieja que conocen
·todos los hombres inteligentes. Pero en este caso, se lo aseguro,
me alegro sinceramente de que usted no se sienta abatido. Dí­
game, ¿no tiene la intención de dejar el juego?
-¡Que se vaya al diablo! Lo dejaré en cuanto ...
-¿En cuanto se desquite? Así lo pensaba. No termine la
frase, sé que ha pronunciado esas palabras sin darse cuenta;
por consiguiente, ha dicho la verdad. Dígame, ¿no hace nada,
·

fuera del juego?


-No, nada ...
Empezó a examinarme. Yo no sabía nada, apenas miraba
los periódicos, y durante ese tiempo no había abierto ni un libro.
-Se ha anquilosado -observó-; no sólo ha remmciado a la
vida, a sus intereses sociales, a los deberes de ciudadano y de
hombre, a sus amigos (los tenía, a pesar de todo), no sólo ha
renunciado a cuanto no sea ganar en el juego: ha renunciado
incluso a sus propios recuerdos. Le recuerdo a usted en unos
instantes cálidos y fuertes de su vida, pero estoy convencido de
que ha olvidado sus mejores impresiones de entonces; sus

183
/ .

__,,_,_ ·

_,

· .
sueños, sus-� imperiosos deseo� de �ora. �o van: más allá
.j
dd pair- iJ. imptlir:, rouge, nOir, los aii>él ceniiia!es� �- _¡Estoy J
seguro.+
-Basta� rnísttt Astley; por favor se lo pido, no rec11�e ·1
ciertas ·cosas -exclamé· con despecho, casi con cólera;..... No he
. .
'·1
olvidado nada en a:bsol¡.tto. Unicamente me lo he quitado: pot
algún tiempo de la cabeza; no quiero ni �ecordar siquier;Í: haiiita
que nO. arregle radicalmente mi situación. Entonces .. , e:r.ttofr. .

ces verá; ¡resucitaré de entre los muertos! .


-Dentro de diez años estará aqui todavía -dijo él-. Apues· .

to a que se lo recordaré, si es que para entonces vivD, en este


mismo ban<;o. ·

-Hasta ·-le interrumpí con impaciencia-. Y para demos�


trade que no soy tan olvidadizo, dígame: ¿dónde .-esta ahora .'

Polina? Si usted no me sacó de la cárcel, es seguro que -�


ella. Desde entonces no he vuelto a saber nada de su .vlda.
-¡No, no! No creo que fuese ella quien pagase su deud;a.
Ahora está en Suiza, y usted me hará un gran favor si no me
pregunta nada más de Polina -dijo en tono enérgico y hasta
enfádado.
�¡ Eso significa que también a usted le dejó muy herido!
-rompi a reír involuntariamente .

....poJina
. es la mejor criatura y la más digna de respet(),
pero, se lo repito, me hará un gran f;1vor si deja de pregttt�tar·
me acerca de ella. Usted no la conoció nunca, y el nomine¡ 4e
ella en sus labios ofende mis sentimientos.
-¡Hola! Pero no tiene razón; piénselo: ¿de qué otra· Q)sa.
podría hablar con usted? Ahí están todos nuestros recuerdos.
Aunque, no se preocupe, no quiero saber sus asuntos ínti:$os,
secretos. .. Me interesa solamente, por así decirlo, la S¡Í�­
ción exterior de Polina, sólo el ambiente que la rodea. Y eso
se puede explic,ar en dos palabras.
..;.Sea; para terminar con todo esto en dos palabras: Poliria
e stUvo largo tiempo enferma. y todavía lo está; pa5ó una tent·
-

184
. ·;. ..
.
· . ,-;-•. . �

porada con mi madre y mi hern:lana en ·el norte de Inglaterra. :


Hace medio año que su abuela; aquella loca, murió, dejándole_
siete mil libras. Actualmente Polina viaja en compañía de la fa­
milia de mi hermana, que se ha casado. Sus hermanos pequeños,
·fi.teron también recordados en el testamento de la abuela y es­
tán. estudiando en Londres. El general, su padrastro, murió hace
un mes en París de un ataque cerebral. Mademoiselle Blanche
Jo trató bien, pero cuanto él había recibido de la abuela lo puso
a su nombre... Y me parece que esto es todo.
-¿Y De Grillet? ¿También viaja por Suiza?
-No, De Grillet no viaja por Suiza y no sé dónde se en-
cuentra; además, de una vez para siempre le advierto que
evite semejantes reticencias y paralelismos innobles; de otro
modo, tendrá que vérselas conmigo.
-¿Cómo? ¿A pesar de nuestras relaciones amistosas de
antes?
-Sí, a pesar de nuestras amistosas relaciones de antes.
-Le pido mil perdones, míster Astley, pero permítame se-
ñalarle que aquí no hay nada ofensivo o innoble. De nada culpo
a. Polina. Además, un francés y una señorita rusa, hablando en
general, son un "paralelo", míster Astley, que ni usted ni yo
somos quién para resolverlo o comprenderlo definitivamente.
-Si usted no menciona el nombre de De Grillet junto a
ningún otro, le pediré que me explique qué quiere decir con
eso de "un francés y una señorita rusa". ¿ Qué significa ese
"paralelo"? ¿Por qué precisamente un francés y una señorita
rusa?
-Ya ve cómo le ha interesado. Pero se trata de un asunto
l�go de explicar, míster Astley. Para comprenderlo hay que
estar al tanto de muchas cosas. Por lo demás, la cuestión es
importante, por ridículo que todo esto pueda parecer a primera
vista. El francés, míster Astley, es la forma acabada y bella.
Usted, como británico, puede que no esté conforme con ello;
yo, como ruso, tampoco lo estoy, siquiera sea por envidia; pero

185
·- ·
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si<!Jliiera lo leerá, seguramente. 1'ambién
m<tdo, desfigurado y perfumado; desde cierto punto de .vista,
yo lo encuentro def()-j;. - -:[\<;�-,�;�
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es hasta ridículo; pero es encantador, míster Astley, y, sobte <�r� !
todo, es un gran poeta, querámoslo o no. La forma nacional . :"-\:,':��
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del francés, es decir, del parisiense, empezó a constituirse como


forma elegante cuando nosotros todavía éramos unos osos. La. •::�;::t':
revolución heredó a la nobleza. Hoy, incluso el francés más �-· ;;Si�:;
vulgar puede tener maneras, expresiones e incluso pensamien." jó:IJ
tos de una forma enteramente elegante sin haber contribuidoa · \Yg'i�
esta forma con su iniciativa, ni con su alma, ni con su corazón ; _ ::·_:,�tf
todo esto le viene de herencia. Se comprende que pueden ser · ;:·::-·�;s�-:;
de lo más vacío y lo más infame. Por otra parte, míster Astley� ·:�Jt�;�
le diré que en el mundo no hay un ser más confiado y franco
que la señorita rusa buena, inteligente y no excesivamente afee.
tada. Un De Grillet, al presentarse bajo un papel cualquiera,
al presentarse enmascarado, puede conquístar· su corazón con
extraordinaria facilidad; posee la forma elegante, místet Asdey, ·

y la señorita toma esta forma por su propia alma y corazón, y


no como un ropaje heredado. Aunque a usted le desagrade
mucho, tengo que decirle que la mayor parte de los inglese& son
tosc;os y _carecen de elegancia;. se lo digo yo, y los rusos somos ..
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bastante sensibles para distinguir la belleza y sentimos afición


por ella. Mas para distinguir la belleza del alma y la originali� ;}ii''á·.:
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dad de la persona, para eso se necesitan una independencia y :-;':)�
una libertad incomparablemente mayores que las de nuestras :_ .�.:_�-.:�¡- �;;_
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mujeres, sobre todo las de nuestras señoritas; y, en todo caso, ·

mayor experiencia. Polina (perdóneme, lo dicho dicho está) ··:_�;;_:._c.:�__t::,_f._ ,- ·.


necesita mucho tiempo, muchísimo, para que usted, y no ese ,·

canalla de De Grillet, sea su preferido. Le estimará, será su y}


amiga, le abrirá su corazón; pero en su corazón, a pesar de·
todo, reinará ese odioso miserable, ese ruin y repugnante usure-
ro que es De Grillet. Será así, valga la expresión, inclusp por

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terquedad y amor propio, porque ese De Grillet se le presentó
en tiempos bajo la aureola de marqués elegante, de hberal de­
sencantado que se había arruinado por ayudar a su familia y
a nuestro irresponsable general. Todos esos manejos fueron
descubiertos más tarde. Pero no importa que se descubrieran:
hay que darle al De Grillet de antes, ¡eso es lo que ella nece­
sita! Y cuanto más aborrezca al De Grillet de ahora, más año­
rará al de antes, aunque el de antes existiera sólo en su imagi­
nación. Usted es fabricante de azúcar, ¿verdad, míster Astley?
-Sí, formo parte de la conocida azucarera Lovel and Co.
-Ya lo vé, míster Asdey. Por un lado, un fabricante de
azúcar, y por otro, el Apolo de Belvedere; son cosas que no se
compaginan. Yo ni siquiera soy fabricante de azúcar; soy, sim­
plemente, un pequeño jugador de ruleta, y hasta fui criado,
cosa que de seguro sabe ya Polina, porque parece que tiene
un buen servicio de información.
-Está usted irritado y por eso dice estos desatinos -obser­
vó míster Astley friamente, después de pensarlo--. Además, sus
palabras carecen de originalidad.
-¡Conforme! Pero ahí está lo horrible, mi noble amigo: ·

que todas mis acusaciones, por mucho que hayan envejecido,


por triviales que sean, por vodevilescas que resulten, ¡son ver­
daderas! Después de todo, ¡ni usted ni yo hemos conseguido
nada!
-Eso es algo odioso ... porque, porque ... Para que lo sepa
-dijo míster Astley, con voz temblorosa y ojos centelleantes-,
! para que lo sepa, hombre ingrato e indigno, mezquino y des­

r graciado, he venido a Homburg porque ella me lo ha pedido


especiahnente, para verle a usted, hablar con usted larga y se­

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1
riamente y comunicarle a ella después todo: sus sentimientos,
sus ideas, sus esperanzas y. . . ¡sus recuerdos!
-¿De veras, de veras? -exclamé yo, y las lágrimas brota­
l ron a raudales de mís ojos. Creo que era la primera vez en toda
1 mi vida que no pude contenerlas.

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-$1, desgraciado, ella le amaba a usted, y plíedo re'� ''.';¡ ;¡::�
sao porque usted es un hombre perdido. Más todavía; aunque .. ·.�ifi�
le dijese que le sigue amando,- usted se quedaría aquí. Sí, ustéd ._:;';�; �
ha causado su propia perdición. Usted poseía algunas-cualida- .';;;,;!Jl
des, un carácter vivo, y era inteligente; iricluso hábría podido :;.:.��•. ., ·

ser útil a su patria, que tan necesitada está de gente, pero se ' �:¡J:!
quedará aquí, y su vida se ha acabado. No le culpo. En mi �.t:
opinión, todos los rusos son así o muestran tendencia a serlo. ,: ' •:1c
Si no es la ruleta, es algo semejante. Las excepciones son rarÍ·
simas. No es usted el primero que no comprende lo que el tra-
bajo significa (no me refiero a su pueblo). La ruleta es de prefe�
rencia un juego ruso. Hasta ahora usted fue honrado y prefirió
ser criado antes que robar ... Pero me da miedo pensar lo que·
puede ocurrir en el futuro. ¡Basta, adiós! ¿Anda necesitado de
dinero, verdad? Tome estos diez luises, son míos; no le doy
más porque, de todos modos, los perdería. ¡Tómelos y adiós!
¡Tómelos!
-No, míster Astley, después de todo lo que hemos ha­
blado ...
-¡Tó-me-los! -gritó-. Estoy convencido de que todavía es
usted una persona noble, y se los doy como podría dárselos a.

un verdadero amigo. Si estuviese seguro de que usted dejaría


ahora mismo el juego, Homburg y se volvería a su patria, in­
mediatamente le daría mil libras para que empezase una nueva
carrera. Pero no se las doy, y le doy sólo diez luises, porque
mil libras o diez luises son para usted en estos momentos exac­
tamente igual. Todo lo perderá. Tome y adiós.
-Lo acepto si· me permite darle un abrazo de despedida.
-¡Oh, esto con mucho gusto!
Nos abrazamos sinceramente y míster Astley se fue.
¡No, no tiene razón! Si yo me había mostrado duro y estú­
pido en lo referente a lo de Polina y De Grilltt, él había sido
duro y ligero en lo referente a los rusos. De mí no digo nada.
Por lo demás... por lo demás, por ahora no se trata de esto.

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Todo son palabras, palabras y palabras, ¡y lo que hace falta
son hechos! ¡Ahora lo principal es Suiza! Mañana mismo ...
¡Si fuera posible ponerme mañana mismo en camino! Regene­
rarse, resucitar. Hay que demostrarles ... Que sepa Polina que
todavía puedo ser un hombre. Lo único que hace falta . . Aun­
.

que ahora, por lo demás, es tarde; pero mañana. . . ¡Tengo un


presentimiento, y no puede ser de otro modo! ¡Dispongo aho­
ra de quince luises y empecé con quince florines! Si empiezo
con prudencia ... ¿Es posible, es posible que sea una criatura?
¿Es que no comprendo yo mismo que soy un hombre perdido?
Pero, ¿por qué no puedo resucitar? ¡Sí! Lo único que hace
falta es, siquiera sea una vez en la vida, ser calculador y pa­
ciente, ¡ eso es todo! Basta mantenerse ftrme una vez siquiera,
y en una hora puedo cambiar todo mi destino. Lo principal es

el carácter. Recordar lo que me ocurrió en este sentido hace


siete meses en Ruletenburg, en vísperas de mi caída definitiva.
Fue un caso espléndido de decisión. Entonces lo había perdido
todo, todo ... Salía del casino cuando me di cuenta de que en el
bolsillo del chaleco me quedaba un florín: "Tendré para comer
al menos", pensé, pero después de andar cien pasos cambié de
opinión y di la vuelta. Puse el florín al manque (aquella vez fue
al manque), y, en verdad, se experimenta una sensación muy
particular cuando uno está solo, en tierra extraña, lejos de pa­
rientes y amigos y sin saber qué va a comer, y apuesta el últi­
mo florín, ¡lo que se dice el último ! Gané, y veinte minutos
después salía del casino con ciento setenta florines en el bolsi­
llo. ¡Esto es un hecho! ¡He aqui lo que a veces puede signifi­
car el último florín! ¿Y si ahora perdiese los ánimos, si no me
atreviese a decidirme?
¡Mañana, mañana terminará todo!
.. "��··-

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