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POR DAVID DOUGLAS DUNCAN

LA VIDA INTIMA DEL MAS GRANDE ARTISTA DEL MUNDO A TRAVÉS DE LA FOTOGRAFÍA
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EDITORIAL RIDGE PRESS • NOVARO-MEXICO, S.A., DISTRIBUIDORES

EL
MUNDO
PRIVADO
DE
PABLO
PICASSO
POR DAVID DOUGLAS DUNCAN
.:

i

Editor: JERRY MASON

©e DAVID DOUGLAS DUNCAN Director Artwtico: ALBERT A. SQUILLACE


International Copyright Secured.
All righta reser-ved. Traductora: MARGARITA GRANA VEGA 1
D.R. e David Douglas Duncan Supervisión Literaria: LISTER SIMONS QUIROZ Y
Por convenio con: POCKET BOOKS, Inc. ALFREDO CARDONA PEÑA

Primera edición, 1958. Producción: ALLIED GRAPHIC ARTS, INC.


Título de esta obra en inglés:
lmpre8ión: R. R. DONNELLEY &. SONS COMPANY
"THE PRIVATE WORLD OF PABLO PICASSO"
Libra,ry of Congress Catalog Card Number: 58-5423 PRINTED IN THE UNITED STATES OF AMERICA

l\ 1
IN DICE

PRIMERA PARTE

página 9: Entrada principal de La Califorruie, residencia de Picasso en Cannes, Fra¡;J.cia.

páginas 10-11 : (10) Mujer con Naranja, bronce, 1943. (11) Gallo, hierro forjado, 1943.

páginas 12-13: Yan, perro boxer de Picasso. (Izquierda) Cabeza de vaca, bronce, 1932;
(centro) cabeza de mujer, bronce, 1932; cabeza de guerrero con yelmo, bronce,- 1933;
cabeza, bronce, 1943, a la derecha y en la página lB,

página 11;: (Arnoa) Esculturas de bronce en el vestíbulo principal: cabeza de mujer y gallo, ambas de 1932.
(Abajo) Platos recién pintados, separados con periódicos viejos, listos para ser enviados a los hornos
de Vallauris. Mona de bronce con su cría, 1952. Dos coches de juguete, vaciados en metal, forman la
cabeza de la mona; las orejas son asas de tarros cafeteros.

página 15: En el vestíbulo principal, La Mujer Embarazada, 1950; vasija de bronce con forma de cuerpo de mujer.

páginas 16-17: Cabra favorita de Picasso, que vive en el corredor del segundo piso.
A la izquierda se ve la puerta del cuarto de baño.

páginas -18-19: Pablo Picasso dentro de su tina de baño en La Californie. Nuestro primer encuentro.

pqgina 20: (Arnoa) Jacqueline Roque. (Abajo) Picasso dibuja en un libro, mientras Jacqueline lo contempla.
página 21: Fotograf!a de naturaleza muerta, a un extremo del comedor. La famosa Cabeza de Toro,
de Picasso, bronce, 1943, hecha con la silla y manubrios de una bicicleta. Bu.merang; guía de colores;
cartel de corrida de toros; azulejos; vasija.

páginas 22-23: Picasso en su estudio, rodeado de proyectbs y diseños para una obra futura.

página 21;: Pablo Picasso solo, en su estudio de La Californie. A la izquierda, retrato al carbón de Jacqueline.

SEGUNDA PARTE

página 29: Parte posterior de La Californie. Cabra Embarazada, bronce, 1950. Atada a ella está
la cabra favorita de Picasso. La ventana izquierda del segundo pi¡¡o corresponde a la recámara de
Picasso, bajo la cual está situado el comedor; el recibidor
de Kathy y Jacqueline está en el segundo piso, arriba de la escalera que da acceso a la sala·.

página 30: Picasso, con casco africano de guerra y las enaguas de Jacqueline,
baila bajo el sol de medio día, en el balcón de la recámara.

página 31: (Arnoa) Continúa Picasso su danza al sol. (Abajo, izt¡uierda) Cabeza de Mujer, bronce, 1933;
(derecha.) Mujer, bronce, 1943-44. Al fondo, el jardín de la villa.
página 32: Cabeza de Mujer, bronce, 1931-32, reclinada en el baño de los pájaros.

página SS: (Arnoa) Martine y (abajo) Kathy juegan a la orilla del jardín, entre los broncés.
páginas Sl;-35: Lump, el perro salchicha, tiene su primer encuentro, en el jardín, con la cabra favorita de Picasso.
Esta se halla atada a la e �tatua de
bronce Hombre con Cordero o Pastor Cargando Cordero, 1944, de más de dos metros de altura.

páginas 96-97: Lump y Picasso se conocen. Am9r a primera vláta.


páginas 98-99: Picasso da fin a un pescado; después hace un plato con el esqueleto.

página 40: Picasso se sienta a la mesa, pensativo, con una botella de agua al frente. Al fondo, vinos y licores
para las visitas. Puede verse, en la pared, parte de su primer retrato de Jacqueline, 1944.

página 41: Picasso, chiflando para sí, comienza a pintar platos. Arriba de él se ve la cabeza de Dora. Maar, de
bronce, así como una estatua africana a la izquierda, comprada en París a principios de este siglo.
La cabeza de ave es de una cigüeña de bronce, 1951, cuyo cuerpo está hecho con la hoja rota de una
pala; el cuello, con cable viejo de acero; la cresta, con una llave de tubería de gas; las patas,
con tenedores viejos; y.el pico, con la punta de unas pinzas. Todo pintado después.

página 42: (ArA-oa) Pieasso pinta un pájaro en un plato. (Abajo) Picasso coloca un plato
recién pintado en el vestíbulo principal, mientras su chófer, Janot, lleva otros platos al coche para
transportarlos a los hornos de Vallauris.

página 1;3: Picasso examina uno a uno los platos ya horneados, para ver cómo quedaron los colores.

páginas 44-45: Pi�asso examina otros platos recién pintados, antes de mandarlos al horno: ballenas, peces, pájaros.

páginas 46-47: Picasso en el balcón del tercer piso de La Californie, donde anidan sus palomas.

página 48: Buho de bronce, 1950, emperchado en tapia mohosa al fondo del jardín,
mirando hacia la Cabeza de Mujer, bronce, 1932.

página 49: Pieasso y Jacqueline paseando en el jardín de la villa. Corre ella a abrir la puerta.
páginas 50-51: Picasso, disfrazado de payaso italiano, da a Jean Cocteau la bienvenida a la villa.

páginas 52-53: Picasso dando una leccioncita a Cocteau sobre cómo tocar la marimba africana.

página 51;: Jacqueline acompaña a Cocteau a la pjlerta.

página 55: Picasso revuelve el estudio en busca de pinturas para exhibiciones en el exterior.

página 56: Retratos pintados por Picasso; (arriba, izquierda) Jacqueline como novia turca, 1955.
(Apiba, dereoha) Jacqueline vestida con la envoltura de una caja de dulces, dibujo al cal'lbón, 1957.
(Abajo, izquierda) Jacqueline como esfinge con cuello de cisne, 1955. (Abajo, derecha.) Sylvette con
peinado de cola de caballo, 1954. Todos son óleos, excepto el dibujo al carbón.

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r

página 57: Picasso y un retrato realista de Jacqueline con pañoleta negra, 1954. Esta pintura,
así como La Novia Turca, nunca salen de casa para exhibirse.

páginas 58-59: Picasso con un retrato de su hijo Paul, 1923. Escultura de bronce
que se eleva hacia el techo del estudio. (Derecha) Observa cómo cargan sus pinturas en un camión,
rumbo a exhibiciones en Nueva York, Chicago y Filadelfia.

página 60: Lump observa también la salida de las pinturas; sigue a Picasso por todas partes.

TERCERA PARTE

página 65: Picasso con capa egpañola cruzada y sombrero. Jacqueline con mantilla española.

página 66: Picasso con sombrero cordobés y capa española.

página 67: Picasso, de payaso italiano, bufonea ante Alain Ramie, hijo del alfarero.

página 68: Picasso le pone a Alain Ramie su sombrero y capa española.

página 69: Picasso destroza el pollo de Domingo de Pascua que le ofrece


Jacqueline; es un fracaso trinchando y cortando.

páginas 70-71: Yves Montand, estrella del cine francés, discutiendo


con el corresponsal Georges Tabaraud sobre la revolución húngara.

página11 72-73: Marie-Christine, hija de Tabaraud, hace un viaje


a lo Alicia en el País de las Maravillas por el estudio de Picasso.

página 71¡.: Infante de Marina de los Estados Unidos abatido en una colina de
Corea, 1950. De "This Is War". (Esta es la Guerra), (copyright 1951, Time, Inc.)

pdgina 75: Reacción compasiva de Picasso a la fotografía de la página 74.

página 76: Picasso sometiéndose a su examen médico periódico; Kathy es examinada también.

página 77: Un barbero español pela al maestro, en su estudio; luego toma una
silla para embestir con ella a Picasso.

página 78: Al fin, al caer la noche, reina la tranquilidad en la villa.

página 79: Picasso trabaja en otro plato; Jacqueline lee a sus espaldas.

página 80: Picasso lleva al vestíbulo principal el plato acabado de pintar en la noche,
..

CUARTA PARTE

página 89: Picasso, con su bijo Paul y Jacqueline a cada lado, en Arlés, camino a la plaza de toros.

páginas 90-91: Picasso y Jacqueline contemplan a los matadores españoles en la plaza de Arlés.

página 92: De regreso a casa, Picasso, jugando, da capotazos de torero con su


toalla de baño en el recibidor del segundo piso.

página 93: Picasso telefonea a su antiguo amigo, Jaime Sabartés. (Abajo, dérecha) Sabartés.

página 91¡.: (Arriba) Jacqueline espera, en el comedor, en una vieja silla estropeada,
mientras Picasso pinta acuatintas de la corrida. Sus pies descansan en un gato de bronce.
(Abajo) La cara de Picasso se refleja por un instante sobre la placa.
página 95: Sabartés espera en la mecedora de Picasso, mientras el maestro pinta las placas de cobre de la corrida.

páginas 96-97: Picasso pintando la corrida.

página11 98-99: Jacqueline y Lump sentados en -una caja vacía, en el sótano de la villa, convertido
en taller de impresión de grabados, mientras Picasso graba en acuatinta las placas de cobre
de la corrida. Picasso trabaja frente a la ventana. El impresor Frehmt espera.

página 100: (Arriba) Ya tarde en la noche, Frelaut coloca en la prensa el primer grabado de la corrida. Picasso,
Jacqueline y Sabartés observan. (Abajo) Todos rodean la prensa para examinar la primera impresión.

página 101: (Arriba) Picasso continúa trabajando. Sabartés cabecea en lUla esquina.
(Centro) Picasso y Frelaut examinan más impresiones acabadas de salir de la prensa.
(Abajo) Picasso usa un vidrio de aumento de grabador para examinar la impresión.
página 102: Detalles de las acuatintas de la corrida.

página 103: La serie completa de la corrida española. Reproducciones de la misma película de co)'ltacto que se usó.

páginas 101¡.-105: Los ojos de Picasso. En ellos se ven claramente reflejadas las ventanas de La Californie.

páginas 106-107: Un almuerzo típico de Picasso, en la cocina, con Jacqueline y Sabartés.

páginas 108-109: Kathy pide permiso a Jacqueline para interrumpir a Picasso en su trabajo, a fin de
obsequiarle una rosa. Kathy después, con su amiga Martine, observa desde la puerta de la cocina.
·

Picasso saca sus tarros de pintura y reanuda su trabajo.

páginas 110-111: Lump y Yan montan guardia en la puerta principal de la villa,


mientras Picasso lleva a la familia a su antiguo estudio de Vallauris.

páginas 112-113: Interior del viejo estudio de Picasso en Vallauris.


Picasso, Jacqueline, Frelaut y Sabartés.
Pintura de vista contra la pared. 1952-53.

página 111¡.: Interior del viejo estudio de Picasso en Vallauris.


(Abajo) Picasso, Frelaut y Jacqueline en el antiguo estudio. Cabeza de cabra, en yeso,
probablemente de alrededor de 1950, cuando hizo la cabra de bronce.
pdgina 115: Niña brincando la reata (posiblemente su hija Paloma). Hecha de canastas de mimbre,
soga, papel corrugado moldeado en yeso y zapatos viejos. Algún día será moldeada en bronce.
La misma idea de la pintura de la niña que se ve en la página 113.

pdginas 116-117: Picasso y Frelaut caminan entre los ladrillos y objetos de cerámica que cubren el piso
y rodean las paredes del lugar más recóndito del estudio.

pdginas 118-119: Les Gazelles, de Picasso. Figuras de muchachas pintadas en tubos de barro, 1950.
pdgina 120: En Vallauris, Kathy y Martine observan cómo el alfarero de Picasso,
Jules Agar, va formando tazas y vasijas.

QUINTA PARTE

pdgina 125: (Arrz"ba) Picasso lleva a la familia y a Lump al aeropuerto ,de Niza, a darme la bienvenida cuando
regresé de los Estados Unidos. (Abajo) Otra vez en el estudio. Picasso a la mesa, en el comedor;
Jacqueline leyendo en el sofá de la sala. Las guitarras y mandolinas datan de cuando era cubista.

pdgina 126: Gary Cooper trae a su familia a visitar a Picasso. Gary se prueba los sombreros de Picasso.

pdgina 127: Practicando tiro al blanco en el jardín. Gary obsequia a Jacqueline una caja de chocolates vieneses.

pdgina 128: Venus y Amour, gouache de Picasso, junio 12, 1957, sátira de la famosa pintura, del mismo titulo e
idea, del maestro alemán del siglo XV, Cranach.

pdgina 129: Picasso con el sombrero Stetson de Cooper puesto, mientras habla con Jacqueline.

pdginas 190-131: El experto ruso en arte, Michel Alpatov, recibe de Picasso una lección
de tiro con pistola. Después, un recorrido por el estudio.

pdgina J32: Picasso examina el San Miguel de Guarineto, hecho en el Siglo XIV. Esto le recuerda sus
.
primeros dibujos inéditos, que sac?- de un gabinete de su estudio.

pdgina 133: Cristo y el Diablo-el único cuadro religioso de


este tipo que se conoce de Picasso, dibujado en diciembre de 1895.

pdginas 131.-137: Primeros dibujos de Picasso, que datan de 1888 a 1895. Muy pocos saben de su existencia.

pdginas 138-139: IDtimas pinturas de Picasso, que encontré a mi regreso de los Estados
Unidos. Oleos en tela y retratos, 1957.

pdginas 11.0-11.1 : Inquietud de Picasso al disponerse a pintar.

pdginas 11.2-11.3: Picasso crea· un mundo, con figuras recortadas y sombras, para rodear
a su nueva escultura de tubo de acero y bridas.

pdginas 11.1.-11.5: Picasso sigue creando su mundo de fantasía. Luego se recuesta en su


silla y ríe y platica con Jacqueline.

pdginas 11.6-1/¡.7: A la mañana siguiente, Picasso quita de su caballete las figuras ideadas el día anterior.

pdginas 11.8-1/¡.9: Jacqueline y Picasso en el estudio.

pdgina 150: Picasso reúne figuras de madera y cartón, las mira, y las aleja de su vista.
Trae al estudio una tela en blanco y se sienta frente a ella.

pdgina 151: Pablo Picasso, por vez prim�ra, pinta en su propio estudio frente a una cdmara fotogrdjica.

pdginas 152-155: Picasso continlía pintando el retrato de


Jacqueline, que acaba después, ya muy de noche, a la luz de reflectores.

pdgina 156: (Arrz"ba) Semanas más tarde el retrato había cambiado, Picasso había vuelto
a trabajar en él �a noche anterior (escultura de acero a la derecha). (Abajo) Picasso y Jacqueline.

SEXTA PARTE

pdgina 161: (Arrz"ba) Picasso charla con Kahnweiler, su agente desde 1905.
(Derecha) Los niños menores de Picasso llegan a las puertas de la villa, procedentes de París.
(Abajo) Azulejos de Claude y Paloma, hijos de Picasso, de 10 y 8 años respectivamente, 1955, 1956.
pdginas 162-163: Claude y Paloma se adueñan de La Californie, poniéndose las máscaras de Picasso, mirando
el sombrero Stetson de Cooper, payaseando y boxeando con el Maestro de 75 años.
El estudio se convierte en gimnasio y teatro.

pdginas 164-165: Paloma y Claude a la mesa, con su padre. Paloma dibuja mientras Picasso observa.

pdgina 166: Una escena vespertina, con los niños jugando y leyendo en la escalera del estudio.

pdgina 167: Picasso divierte a Paloma poniéndose una máscara


de bruja, hecha de caucho; después se pone un sombrero africano.

pdginas 168-169: Picasso se coloca unas máscaras de cartón que cortó y pintó en unos cuantos minutos.

pdgina 170: Picasso trae al estudio una de sus enormes figuras de cartón y madera; la mira por un momento,
la retira y luego, en cinco minutos, dibuja al carbón las figuras de su Playa en Garoupe.

pdgina 171: Al acabar el gran lienzo, Picasso dió un paso atrás y notó su propia sombra, lo que le hizo
traer un trípode viejo; después, la máscara que había recortado poco antes y su sombrero de hongo.
Los acomodó a un lado del lienzo para formar una grotesca figura de sombras. Se derrumbó, y ¡hasta ahí!

pdginas 172-173: Jacqueline da a Picasso una ligera lección de


ballet y él se suelta solo, dando vueltas y golpeando con los pies.

pdginas 174-175: Paloma y Claude brincan la reata en el estudio, mientras


Picasso sostiene uno de sus extremos. Sirve de fondo la nueva pintura Go,roupe.

pdgina 176: Pablo Ruiz Picasso en su silla favorita. Se halla en el estudio de su casa, La Co,lifornie.

5
...

PRIMERA PARTE

Esta es, quizás, la casa más feliz de la tierra.

Es también el estudio de un artista que de manera espectacular ha transformado los conceptos


estéticos de nuestro tiempo. Apartándose de lo convencional, y empleando los más sencillos materiales
-hasta desechos abandonados en la calle-ha logrado él esa transformación, quedándose en casa y
avivando con sus creaciones el fuego de su poderosa imaginación. Se apega estrictamente a las leyes
artísticas de su propia invención y defiende al mismo ti€mpo la libertad absoluta del pensamiento
creador. Partidario de la filosofía comunista, ello no es obstáculo para sus generosos donativos a la
Iglesia Católica. Se muestra interesado en los grandes acontecimientos, pero vive casi totalmente
aislado del mundo que lo rodea.

Por eso este hombre es una de las personalidades más contradictorias de la historia, y visto de lejos
o de cerca, resulta tan sorprendente como sus pinturas. Ha sido adorado y seguido fervorosamente
por algunos, así como ridiculizado y difamado por otros.Casi nunca sale de su casa, jamás se preocupa
por buscar un mercado a su talento, y sin embargo en todas partes conocen su cara. Es tan enorme
la demanda de su obra, que probablemente sea el artista mejor pagado del mundo. Su aceptación,
su éxito, no han tenido comparación en nuestro siglo.

Aquí vive Pablo Picasso.

Un hecho muy curioso es que siendo sus presentaciones en público muy poco frecuentes, causan
tanta sensación como las de una estrella de cine. Su fecunda obra se eleva por encima del horizonte
artístico como un Monte Everest creado personalmente por él. Además, su vida privada ha sido
motivo de especulaciones sin cuento, así como sus hábitos de artista han permanecido en el misterio
durante su larga carrera. Se le ha fotografiado varias veces pintando sobre vidrio, sobre pergamino
transparente y aun hasta en el aire. Esas fotos se utilizaron con sagacidad y provecho, pues sacaron
a la luz interesantes facetas de su vida, pero él las consideró solamente como retos que lanzaba a: su
artesanía. Rió mucho con ellas . , . Fuera de esto, se desconocía easi todo el inquieto quehacer de
Picasso, el artista que vive y trabaja tras de su r!')ja, en un mundo privado que sólo a él pertenece.

Formé este libro seleccionando muchísimas fotografías-¡ más de 10.000 !-que tomé mientras dis­
frutaba de la hospitalidad de Picasso durante su septuagésimoquinto año de vida. Más de tres meses
estuve constantemente asediándole con mis cámaras; se puede decir que durante las veinticuatro
horas de cada día. Nadie posó jamás para darme gusto, ni nadie levantó una sola vez la mano para
detener mi cámara. Fotografié precisamente con la luz natural del momento y bajo las condiciones
exactas en que el Maestro trabaja y vive.

Al terminar le pregunté si había algunas fotos que preferiría no se publicaran en el libro. Retrocedió
unos pasos, y como si le hubiese pegado, exclamó : - ¿ Cómo es posible pensar tal cosa? El libro es
suyo; estoy en las fotos tal como usted me ve ... ¡son verdaderas !

Así, pues, el libro marca el derrotero exacto de mi visita ... y es verídico.

Todo comenzó hace tres años, en las desiertas regiones agrestes de Afganistán occidental. Un repor­
taje que me encargaron me había llevado hasta ese remoto confín de Asia, con objeto de fotografiar
las ciudades fortificadas que destruyó Tamerlán. Cuando llegué, un ingeniero amigo mío se interesó
por la pulsera de mi reloj, hecha con monedas griegas que datan del Siglo IV antes de Cristo, y me

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dijo haber encontrado algunas similares hurgando entre las ruinas cercanas. Más tarde me las dió,
y entre ellas se encontraba una piedrecita color níspero ... era una cornerina, y tenía en uno de sus
lados la imagen de un gallo, grabado ahí por algún contemporáneo de Jesucristo.Tal vez su sencillez
me recordó los pájaros que había dibujado otro artista, Picasso, a quien no conocía. Pensé que le
gustaría tenerla y que se la daría algún día; la guardé en mi bolsa, y ahí permaneció hasta mucho
tiempo después de que salí de Afganistán y regresé a mi casa en Roma, donde mandé montar en un
anillo la piedrecita con el gallo.

Un par de semanas después, camino a Marruecos a fin de cubrir otro reportaje, me detuve en
Cannes, en la Riviera Francesa. Sabía que la casa de Picasso quedaba cerca y perdí mucho tiempo
tratando de conseguir su número de teléfono, porque todos sus vecinos sabían que no le gustaba que
lo sacaran de su aislamiento. Por fin logré comunicarme con su villa, La Californie, y expliqué
quién era, de dónde venía y mi deseo de ir a dejar el anillo sin interrumpir al artista.Pedí disculpas
por telefonear sin haber sido presentado previamente, y añadí que el único amigo mutuo que teníamos
era el fotógrafo Bob Capa, a quien habían ·matado en Indochina hacía un año. La voz dulce que con­
testó el teléfono me pidió que esperara un momento ; regresó y me invitó a la casa. Era la de
Jacqueline Roque, la gentil y fina joven que comparte la vida de Picasso, dedicándole la suya a él.
El libro empezó a cobrar forma ese día, desde el momento en que se abrió la monumental puerta de
hierro forjado de �u villa y me encontré frente a un mundo tan increíblemente alejado del tránsito
turístico de Cannes, que bien podía decirse constituía un puente a otro planeta.

Una diosa ill!perturbable, de bronce, con figura de amazona y de casi dos metros de altura, junto a
un gallo de j;felea agitado caprichosamente por el viento, hacían de centinelas en la puerta principal.
Yan, el gran perro boxer de Picasso, estaba echado en medio de ellos, a lo largo de los escalones de
mármol.En el interior del vestíbulo principal podía verse una verdadera selva de gigantescas plantas
tropicales, gallos, una mona madre cargando tiernamente a su cría, harpías de ojos saltones, una
mujer muy adelantada en su embarazo y una mujer desnuda, poéticamente bella, representada en
forma de vasija y vaciada en bronce, como todo lo demás.A lo largo de las paredes se veían cajones
conteniendo cuadros devueltos de exposiciones de todo el mundo, que Picasso no se había tomado la
molestia de desempacar. Apilados sobre los cajones había platos de cerámica recién pintados; sepa­
rados entre sí por periódicos viejos, listos para ser llevados a los hornos. Fuí conducido arriba.

El salón del segundo piso estaba totalmente vacio, a no ser por un gigantesco ropero y una cabra
amarrada a una de las patas del mueble. Dos puertas más adelante conocí a Picasso. Se encontraba
en su tina de baño.

Conocí también a Jacqueline.

Algo, precioso y extraordinario, nació en esos escasos minutos de nuestro primer encuentro. Los tres
nos hicimos amigos para todá la vida. 1 Así de sencillo!

Conforme transcurrieron los meses-y luego un año-fuí terminando, primero, el trabajo que me
habían encomendado en Marruecos, y luego otros en Egipto, Irlanda y Rusia,. deteniéndome siempre
en La Californie al pasar por Cannes. Cada vez que expresaba mi deleite por la creciente maraña
que cubría ·los pisos o manifestaba mi entusiasmo por el reportaje que quería hacer de todo lo que
veía, Picasso contestaba invariablemente en su español gutural: ...

-Está Vd.en su casa ...¡empiece hoy mismo! El invierno pasado, a mi regreso de la frontera austro­
húngara, volví a visitar al Maestro y a Jacqueline. La invitación se volvió a repetir.
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...

-...
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SEGUNDA PARTE

Durante la primavera, la vida en La CaUfornie era una verdadera delicia.

El sol resplandeciente del Mediterráneo bañaba a toda la casa, así como a la fantástica colección
de criaturas reunidas en la parte de atrás. Ahí, a la orilla del jardín, se hacían compañía, silencio­
samente, la oscura escultura de una orgullosa cabra embarazada hasta lo absurdo, la horrenda
hechicera de una isla pagana y la altiva hija de un emperador, como si quisieran rendir homenaje
en la corte de un rey. La cabra favorita de la casa, casi siempre atada a su abultada hermana
metálica, se sentía dichosa y devoraba cuanta florecilla estaba a su alcance.No se filtraba por el
jardín ni el más leve ruido de la población situada abajo. Las grandes puertas del estudio perma­
necían cerradas generalmente hasta el mediodía; como Picasso pasaba las noches trabajando, le
gustaba dormir hasta muy tarde. Pequeñas aves canoras y una que otra mariposa salían de la
arboleda del fondo, revoloteando hasta el jardín, no muy cuidado por cierto. En nada se notaba
apresuramiento. Era éste remanso de paz.

Una mañana, ya tarde, al estar cambiando lentes en los escalones del estudio, o.í un sonido agudo y
!

extraño entre los árboles. Busqué, y al no ver nada regresé a mis cámaras; de pronto, volví a
escucharlo. Naturalmente, me interesé y salí de la casa, miré hacia arriba y alcancé a ver a Picasso
exuberante, en el balcón de su ventana, dando vueltas, zapateando, apláudiendo, danzando bajo el
sol de mediodía, con una falda de J acqueline y un antiguo casco de guerra africano. Todo esto duró
un momento y después, deteniéndose bruscamente, se asió del barandal del balcón, echó una mirada
hacia los árboles y pude escuchar esta exclamación gutural, casi beligerante:

-¡Qué bueno ...QUE BUENO! ...-en español, refiriéndose sin duda al magnífico día y anun­
ciando que se proponía dar forma insospechada a algo, antes de que anocheciera.

A los niños les fascinaba los curiosos y maravillosos habitantes del jardín. Kathy, cuya madre
Jacqueline y su padre se habían separado años atrás en Africa Occidental Francesa, rara vez pasaba
por delante de la vieja cabra sin treparse en ella, hundiendo sus sandalias en los pobres costados
abultados, sin sospechar por su tierna edad el significado de ellos. La amiga íntima de Kathy,
Martine, soñaba despierta, haciendo columpio con los codos entre la bruja y la princesa.

Mi lugar favorito era un rincón del jardín, desde donde, sentado entre los árboles, podía mirar a lo.s
ojos de una Venus botticelliana. Era una cabeza de majestuosidad clásica, inclinada a un lado,
como curiosa por escuchar los ruidos de la floresta que la rodeaba . . serenidad en bronce .
decapitada y colocada en el baño de pájaros de Picasso.

Seguramente, ninguno de los que han visitado la casa del a-rtista ha tenido más aventuras allí que
Lump, el perro salchicha que estaba haciendo conmigo su primera incursión por el mundo. Lump no
había sabido más que de una existencia llena de mimos en un apartamiento de Roma, mientras crecía
hasta convertirse en figura perruna.

Tal vez Lump experimentó la más viva emoción de su vida, la primera mañana que me siguió hasta
el jardín. Había estado cazando abejas, en medio ·de un césped tan alto como él, cuando de pronto
comprendió que no se encontraba frente a ninguna abeja. Casi tropezó con la cabra, que pastaba
atada esa mañana a una estatua monolítica de Picasso llamada Pastor CCfrgando Cordero. Al prin­
cipio; L-ump la miró horrorizado; después, agachándose más de cerca para mirar mejor, se quedó
rígido, echado de panza, con los ojos saliéndose de las órbitas.Su hociquito temblaba, y el miedo le

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'
impedía ladrar. El y la cabra se miraron uno a otro, a cierta distancia. ¡Por fin cesó la tensión 1
Lump retrocedió acechando, con las orejas para atrás, mientras sus patas cortas tropezaban una
cori otra, hasta que dando un brinco se puso detrás de mí buscando protección y con ganas de huir
de ahí. La cabra, mientras tanto, se quedó absolutamente tranquila, sin mover un solo músculo.

Lump irrumpió en el estudio y llegó al comedor donde Picasso y Jacqueline comenzaban a almorzar.
Ahí patinó al tratar de detenerse; cuando me di cuenta ya estaba sobre las rodillas de Picasso,
Y poco después en sus piernas, donde el Maestro lo abrazó para que se sintiera seguro en sus brazos.
Jacqueline se sorprendió porque hacía años Picasso no mostraba afecto a ningún perro. El gran
boxer Yan peroteneció una vez a otra casa, en otra época de la vida del artista. Ahora sólo era un fiel
guardián de la puerta principal. Con Lump fué otra cosa; ahí hubo amor mutuo a primera vista.
Y sin recordar acaso lo que dejaba atrás, había escogido ya su nueva casa.

Un día, a poco de haberse mudado Lump ahí, cuando casi habíamos terminado de comer, Picasso
hizo la cosa más ordinaria de la manera más extraordinaria. Y a había terminado su lenguado a la
Meuniere, cuando, pensándolo bien., recogió las sobras y comenzó a mordisquear ei esqueleto de uno

a otro extremo, como quien toca el organillo. Nunca había visto a nadie comer pescado con tanto
cuidado de no dejar ni una brizna. Había una mirada tan pensativa en él, que me hizo reaccionar
inmediatamente. Apenas me alcanzó el tiempo para tomar una foto, cuando saltó de la mesa y
desapareció con todo y esqueleto de pescado, para reaparecer después con una plancha de arcilla
húmeda.

Echando a un lado su plato, colocó cuidadosamente el esqueleto en la arcilla; puso dos hojas de
papel de dibujo sobre las espinas, que comenzó a encajar delicadamente en la arcilla suave. Una vez
que el esqueleto quedó bien incrustado, lo sacó de un jalón, repitiendo varias veces la operación.
¡Estaba haciendo sus propios fósiles!

Volvió a salir hacia el frente de la casa, y esta vez regresó con un plato grande, sin pintar, el cual
cubrió empeñosamente con diseños opacos. Volteó el plato, y con su navaja le hizo algunos otros
trazos igualmente sencillos. Pasó en seguida a la mesa, donde había dejado sus "fósiles", y clavó el
filo de la navaja alrededor de las impresiones del esqueleto, cortando rápidamente hasta que todas
se desprendieron de la plancha de arcilla. Luego oprimió dos de esos filetes, severamente elegantes,
contra la cara previamente pintada del plato. Por último, se echó para atrás en su asiento y observó
aquella creación, mientras hacía girar lentamente su rueda de alfarero. En ese preciso momento
levantó la vista, y leyendo la pregunta que se dibujada en mi expresión, se rió entre dientes y me dijo:

- No se preocupe, Duncan; todos estos colores van a cambiar en el horno, con el fuego. Este será
esmeralda, aquél, azul, y ... ¡menuda sorpresa la que se van a llevar estos pescados cuando descu­
bran que perdieron el cuerpo en alguna parte !

En otras ocasiones, Picasso permanecía completamente quieto en su, silla, absorto en pensamientos
que oscurecían su semblante, pero no por mucho tiempo. El plato de pescado fué hecho durante un
período de intensa actividad en cerámica, en el que su estudio estaba lleno de águilas, buhos, faunos,
torOs de lidia y payasos ladeados. Janot, el chófer, se mantenía activo por las mañanas, llevando con
sumo cuidado las frágiles creaciones a los hornos de Vallauris, el pueblo arriba de Cannes donde
se ha horneado siempre la cerámica de Picasso. Por otra parte, el artista nunca parecía cansarse,
ni su imaginación daba muestras de agotamiento. Cada uno de los platos era distinto al otro, y el
maestro trabajaba intensamente, hasta muy tarde en la noche, soñando con ellos y pintando más y
más, siempre nuevos.

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Cuando comencé a preparar mi reportaje sobre la vida que se llevaba en La Californie, llegaba por
la mañana, muy temprano, a fin de familiarizarme completamente con sus jardines y esculturas,
mientras esperaba que Picasso se levantara. Había mucho que ver y aprender.A nadie se le había
dado antes tal libertad de acción en la casa, y yo procuraba aprovecharla. Jacqueline bajaba rela­
tivamente temprano; pero se ocupaba en despachar a Kathy a la escuela y en los preparativos para
el manejo de la villa, así que la veía poco y sólo cuando pasaba apresuradamente de un lado para
otro de la casa, en sÚs quehaceres domésticos.

Una vez que Picasso bajaba y abría el estudio-un rito que siempre llevaba a cabo personalmente
con la gran llave atada al cinturón con un cordón viejo-, tenía yo a mi disposición los tres grandes
salones, mientras él examinaba el trabajo de la noche anterior. Durante ese año, en que me ofreció
la oportunidad de relatar e ilustrar la vida que se llevaba en la villa, me decía que ésa era mi casa,
y por cierto con toda sinceridad.

Sólo había una Ley Suprema en aquella residencia: ¡NO CAMBIAR NADA DE LUGAR! Cada
cosa tenía su sitio y hasta su propia capa de polvo. El mover cualquier objeto de su sitio o tocar
dicha capa de polvo podía fácilmente destruir una composición·, invisible para otra persona, pero
que Picasso había observado dándole una forma distinta en su imaginación. Se tenía que tener
siempre presente que la casa y el jardín constituían casi todo el mundo visual de Picasso y que,
por lo tanto, su conservación dependía grandemente de ellos.

Felizmente, esta ley no se aplicaba ni a los niños ni a los animales. En el mundo de Picasso los niños
nacieron para correr por él libremente. Si un pequeño movía algo, hasta las propias telas, él decía
solamente: "-Bueno, bueno"-o bien-: "¡Qué divertido!" y nada más, aceptando aparentemente
todos los cambios de composición ocasionados por una ''ley" más grande que cualquiera de las suyas.
Durante todos los meses en que fuí huésped de la villa, cuando Kathy y su amiga Martine, y más
tarde otros niños, jugaban sin cesar, y Lump, Yan y la cabra jugueteaban por toda la casa, nunca
oí decir:-''¡ No lo hagan!"-, ni vi que se castigara a un niño o a un animal doméstico ... y nunca se
rompió nada.

El afecto de Picasso por los animales data de hace casi tres cuartos de siglo. De niño, en Málaga,
en la costa sur de España, acostumbraba llevar palomas a la escuela. Las dibujaba allí después de
pedírselas prestadas a su padre, artista que las usaba como modelos en sus pinturas académicas.
Hoy en día, anidan las palomas de Picasso en el lugar de La Californie donde más se disfrtita de la
maravillosa vista del Mediterráneo y el cielo que lo cubre: el balcón del tercer piso.

Aun cuando muy alejados de las actividades de la población, Picasso y Jacqueline tenían muy pocas
horas para estar los dos solos. En verdad el teléfono, cuyo número no era nada fácil de encontrar,
estaba siempre ocupado con llamadas de saludo o de solicitud de citas por parte de editores, agentes
artísticos; toreros, directores de museo, artistas de cine o viejos,amigos como Jaime Sabartés, un
camarada de juventud en Barcelona. Picasso gozaba, en realidad, con que la gente tratara de llamarlo.
Es sorprendentemente jovial, no obstante su deseo de soledad.Le hubiera gustado ver a todos; pero
se hubiera interrumpido su trabajo. Por eso Jacqueline contestaba el teléfono y a veces, muy diplo­
máticamente, decía que Picasso lo sentía mucho, pero se encontraba pintando. Transmitía todos los
mensajes y era él quien decidía.

Había una amistad para quien la puerta estaba siempre abierta: la del músico-poeta Jean Cocteau,
que vivía cerca, en la Costa Azul. Picasso había .diseñado unos cuarenta años atrás, en Roma, los
escenarios para un ballet de Cocteau, y su amistad perduró a través de los años.

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Precisamente durante la visita de Cocteau pude descubrir otra brillante faceta de Picasso.Jacqueline
había corrido a abrir la puerta, dejando á Picasso en el jardín, donde se habían estado paseando.
Cocteau fu€ conducido al estudio, pero ya PicaS'So había desaparecido.Me comenzaba a extrañar
todo esto cuando - ¡zas ! - Picasso saltó de atrás de unos lienzos, disfrazado de payaso italiano y
gritando: - "¡Qué bella Roma! ... ¡bella Roma!" - y gesticulando alegremente, con nariz postiza,
· bigote torcido y ojos brillantes �jos en su huésped.Minutos más tarde se quitó el disfraz y comenzó
a tocar una desvencijada marimba africana, sacando una tonada hasta entonces desconocida.Este
instrumento, junto con innumerables curiosidades por el estilo, había sido arrumbado a un extremo
del estudio. Es de sorprender qúe, aun cuando Picasso nació en España, país tan aficionado a la
música, y habiendo sido amigo de Ravel y trabajado también con Stravinsky en París en años ante­
riores, nunca manifestó el menor interés por ese arte durante los meses en que estuve tomando
fotos en la villa.

Por eso me sorprendió tanto el verlo tocar una pieza en la marimba, aun cuando fuera improvisación.
Logró tocarla dos veces, pasando después los palillos al músico Cocteau con el ademán de un músico
mayor dirigiéndose a un alumno atrasado, para ver qué sonido podía sacar el "aprendiz". No bien
había comenzado Cocteau a sacar vibraciones de la marimba, como músico profesional, cuando
Picasso parloteó:-"¡ Ajá! Tal como me lo suponía. ¡Usted no tiene NI IDEA de la música!" Con lo
cual Cocteau, echando a un lado toda restricción, se soltó a tocar sendos sones en la madera del
trémulo instrumento. Llenó el estudio de vibración con las notas de staccato de la canción de Picasso,
mientras el sonriente compositor, a un lado de él, lo interrumpía constantemente, exclamando:
_- ¡Eso está mejor, muchísimo mejor!

Acababa de irse Cocteau cuando Picasso se dispuso a ejecutar lo que traía entre manos.Comenzó a
sacar cuadros de un rincón y a seleccionar los retratos que debería prestar para una serie de expo­
siciones de su trabajo, tremendamente retrospectivas, que se celebrarían en Nueva York, Chicago y
Filadelfia. Sus estatuas de bronce más recientes se elevaban severamente a sus espaldas mientras
revisaba rápidamente las pinturas. Sacó así a relucir una inestimable fortuna en retratos que
desaparecía tan pronto como les echaba una ojeada y decidía cuáles deberían ser enviadas.Muchos
retratos eran de Jacqueline, ya como novia turca con ojos almendrados, ya como esfinge con cuello
de cisne o ya, finalmente, con una pañoleta negra en la cabeza y sweater también negro, sencilla­
mente como ... Jacqueline.Picasso permaneció un momento inmóvil tras este último retrato, mirán­
dome con ojos sombríos, y me pregunté por qué no ponía a funcionar mi cámara, ya que aquella
imagen tranquila, poéticamente idealizada, jamás había sido fotografiada o vista fuera de su estudio.

Ahí estaba también un dibujo al carbón de Jacqueline, que el Maestro vistió después con brocado
gris y oro aprovechando la envoltura de una caja de bombones, así como·uno .de los Picassos más
famosos de años recientes, el de la niña Sylvette con su pelo a lo cola de caballo dando saltos sobre
los hombros. Otras pinturas fueron sacadas y metidas con rapidez, sin que pudiera hacer más que
darles una ojeada. La última que sacó fué la del retrato de su hijo, Pablo, con una mirada increíble­
mente inocente, vestido de payaso. Pintada hacE;l más de treinta años, se ha convertido en uno de
los retratos más estimados en el mundo del arte.

Una vez que acabó de escudriñar, la exhibición terminó tan súbitamente como había comenzado,
habiendo escogido los retratos de Jacqueline como esfinge, y el de Pablo como payaso, para ser
enviados a los Estados Unidos junto con otros cuarenta lienzos.

Poco después, esa misma tarde, mientras caía la lluvia y esperaba un VIeJo camión, Picasso se
detuvo en la puerta ;principal, observando cómo eran cargadas sus pinturas para iniciar un viaje a
tierras desconocidas para él.

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TERCERA PARTE

Hubo días en la villa en que Picasso sufría una intensa nostaÍgia por su tierra.

El republicano Picasso abandonó su país en 1938, cuando los falangistas ganaron la Guerra Civil
Española. No hay duda de que el sacrificio fué enorme desde el punto de vista moral, ya que escasos
son en España tan típicamente españoles como él. Este amor_ al terruño se le notaba en cada detalle:
en su cabal sencillez, en su sincera y cordial hospitalidad ...en lo apegado al techo que lo albergaba
...en la amabilidad invariable con que trataba a la gente, que no pocas veces lo importunaba ..
,.
en sus extremidades, que parecían enraizadas en la tierra misma ... en lo poco práctico al tomar el
partido de los débiles que, simplemente por serlo, merecían su simpatía ...en su amor fanático hacia
el lugar de su nacimiento que, sin embargo, su orgullo inquebrantable le obligaba a esquivar ...
por otra parte, ésta ha sido su única manera rotunda de manifestar su oposición al gobierno de Madrid,

La añoranza de Picasso por España podía realmente notarse, además, cuando manteaba y cruzaba
sobre su hombro la gran capa torera, después de calarse con sumo cuidado el sombrero cordobés.
Entonces cubría a Jacqueline con una delicada mantilla sevillana de color marfil. Regresaba así a
su tierra, de corazón, por un breve momento; pero era terrible en ese instante mirarle los ojos.

Otros días, y constituían la inmensa mayoría, la jovialidad natural de Picasso inundaba la casa,
muy especialmente cuando tenía huéspedes. En esas ocasiones Picasso observaba bien a cada persona
a su alrededor, como aquella mañana de Pascua en que el. alfarero Ramie llegó con su familia, desde
Vallauris, para saludarlo.Apenas habían acabado de entrar los Ramie en el estudio, cuando Picasso
notó que el hijo más pequeño, Alain, estaba cohibido y sin saber qué hacer. Picasso se separó- del
grupo, atravesó el salón y regresando con la capa torera y el sombrero cordobés-tal vez sus más
preciados objetos personales-, se los entregó al niño, sin dar al asunto mayor importancia; en
seguida intensificó la sorpresa, ya que se puso rápidamente el disfraz de payaso y dijo a Alain con toda
confianza:-¡ Seremos socios! ¡Recorreremos el mundo, nos meteremos al circo o al Folies Bergere,
o al cine, y ganaremos mil millones de francos ! ¡ Olé !

Ese mismo Domingo de Pascua descubrí que había un arte menor que Picasso no había llegado a
dominar. Jacqueline había estado esa mañana varias horas en la cocina ayudando a France, su
criada ocasional, a preparar un verdadero banquete. Sus mayores esfuerzos se concentraron en asar
un pollo al carbón y rellenarlo con almendras. Picasso miró complacientemente el platillo, prepa­
rado con tanto cuidado, y dijo:-"¡ Qué raro!"-Luego extendió en ave en su plato y comenzó a trincharlo

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..

y cortarlo tan bruscamente, que pensé hubiera quedado más delicadamente cortada, y con mayor
rapidez, si le hubiera colocado dentro una granada de mano.

A la semana siguiente, el comedor fué también escenario de una enorme actividad, pero de dife­
rente índole. Yves Montand, el actor francés de cine, con su esposa, la actriz Simone Signoret, le
cayeron de visita. Al llegar encontraron a un periodista llamado George Tabaraud, que junto con
su esposa e hija habían venido a entrevistar a Picasso. Los cuatro; Picasso, Montand, Signoret
y Tabaraud, según se decía, eran miembros del Partido Comunista francés, pero había una con­
siderable diferencia entre ellos. El año anterior, junto con otros escritores, actores y artistas
franceses, Picasso, Montand y su esposa habían firmado una carta abierta de protesta ante el
Partido a raíz de la intervención del ejército soviético en la revolución de Hungría. Y mientras
Lump y Yan jugaban revolcándose en el suelo, entre los dibujos del Maestro, Montand se encaró
a Tabaraud, que representaba a Le Patriot!3, uno de los periódicos oficiales del Partido Comunista
francés, protestando por la intervención del ejército rojo con tanto ahinco como lo. había hecho
en la carta abierta. Tabaraud contestó con los argumentos usuales o sea que la Revolución, en
realidad, había sido un levantamiento contrarrevolucionario inspirado por el capitalismo, lo que
Montand rebatía con sarcasmo citando hechos irrefutables. Tabaraud se defendía lo mejor que
podía. El fragor de la batalla duró casi una hora. Picasso participó en la refriega tan sólo con el
fuego de su mirada, dirigido ya al uno, ya al otro, pero no pronunció ni una palabra siquiera.

A un extremo del salón una pequeñuela había caído bajo el influjo de la magia que encerraba La
Californie. Era la hija de Tabaraud, Marie-Christine, que ajena al debate, caminaba de rodillas
entre los buhos, duendes y gatos monteses ... ¡todo un maravilloso mundo imaginario! El veterano
Lump, que estaba echado a todo lo largo en la vieja y desvencijada silla de Picasso, era ni más ni
menos el portero encargado de las llaves que lánguidamente la invitaba a entrar. No bien hubo
iniciado la niña su exploración, c1,1ando se la llevaron a comer. Al notar el desencanto de la
niña, Picasso se levantó de la mesa para regresar en seguida como un bondadoso rey de los payasos,
ofreciéndole a su huésped de ocho años su castillo. Desde ese momento tuvo ella libertad de acción
y pudo rondar por todo aquel laberinto mágico, convertirse en Alicia en el País de las Maravillas
y gozar, como una reina, su maravilloso sueño.

Algunas visitas preguntaron un día quién era yo, a lo que Picasso respondió sencillamente
alargándoles un libro que escribí sobre la guerra en Corea; un libro angustioso porque mostraba
a los infantes de marina de Estados Unidos cayendo bajo el fuego enemigo.Mientras los visitantes
hojeaban el libro, yo captaba la expresión de Picasso con mi telefoto. No soportaba contemplar
heridos o moribundos.

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..

Cuando vió la fotografía de un amigo mío, que quedó muerto extendido en una colina, se sobrecogió,
como si a él hubiera estado dirigido el proyectil. Mis fotografías de guerra parecían abrumar a
Picasso. Se le llenaban los ojos de lágrimas, y era absoluta su compasión hacia lo que acababa de
ver. Nunca he fotografiado una expresión más trágica.

Las semanas transcurrían en La Californie y cada día era distinto al anterior ...y distinto al
siguiente. En cierta ocasión llegó un doctor a someter a Picasso a su examen médico periódico.
Me parecía esto tan fútil que quedé sorprendido.Nadie se cuidaba menos que Picasso ni desplegaba
mayores energías, subiendo y bajando las escaleras de la villa, arrastrando por el estudio grandes
esculturas y lienzos, persiguiendo perros y cabra para alejarlos de su trabajo, o haciendo cabriolas
con Jacqueline o sus visitás.¡Un rinoceronte hubiera necesitado mucho más a un doctor que él!
Sin embargo, a Picasso le pareció una buena idea, así que se llamó al médico, y los resultados eran
siempre los mismos: el Maestro terminaba examinando al doctor.Aún más, como prudente español,
aprovechando la visita del médico, hizo que examinara a Kathy también, y que de paso le pusiera
una inyección.

El interés profesional del doctor en Picasso era mucho menor que su curiosidad por los pantalones
de lana tejida del Maestro, algo grotescos con sus llamativas rayas horizontales, blancas y negras.
Nosotros, que estábamos a diario en la villa, ya nos habíamos acostumbrado a ellos y no nos llama­
ban la atención; a decir verdad, eran más bien conservadores comparados con otros que estaban
en el segundo piso.Pero los que llegaban de visita por primera vez, o los antiguos amigos que hacía
tiempo pasaban por allí, se quedaban pasmados al ver aparecer a Picasso con esos pantalones,
especialmente si esto sucedía en el jardín, en donde el sol reverberaba en las franjas haciéndolas
más chillonas. Picasso contestaba siempre alegremente:

"-Raros ¿verdad?"-y luego daba la explicación:-Toda mi vida me obligaron a comprar pantalones


con las rayas así (y hacía con las manos un ademán, de arriba a abajo, como si estuviera cortando
algo) ; no había otra cosa en las tiendas y yo siempre había querido pantalones con las rayas así
(y hacía un ademán con las manos como si rebanara algo).Pues bien, una vez, al hojear un libro
viejo, vi un autorretrato de Courbet ...¡Llevaba pantalones con rayas atravesadas hasta abajo!
Entonces hice venir a Sapone de su sastrería de Niza, y me trajo cuanto tenía.Dedicamos mucho
tiempo a buscarlo pero ...¡al fin lo encontramos! No, no, él no hizo los calcetines a cuadros.
Estos son ingleses-¡ común y corrientes!-.Raras las rayas, ¿verdad?

Otro visitante ocasional era Arias, el peluquero español de Vallauris.Siempre llegaba al atardecer.
El cortarle el pelo a Picasso era algo grato para ambos, porque les daba ocasión de hablar en español,

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su idioma natal. Nunca hablaban de cerámica o pintura, o Vallauris o Cannes; sólo de verónicas,
mariposas, muletas y espadas ...en fin todo lo relacionado con los toros.Al corte de pelo, en sí, no le
daban mayor importancia y Picasso se limitaba a enchufar en el gran estudio las potentes luces con
que pintaba, y Arias a arrastrar una silla entre los bronces y los lienzos. Una noche, el encantamiento
de la casa hechizó a Arias también. Apenas había terminado de recortar la coronilla del Maestro y
de limpiarla con el cepillo, cuando Picasso se levantó súbitamente y comenzó a hablar con Jacqueline.
Entonces, con un bufido, un bramido y escarbando "la arena con las pezuñas", Arias levantó la
silla a la altura de su cabeza, con las patas como cuernos, y embistió.¡Ya estaba la corrida en casa!

La tranquilidad volvía a reinar hasta muy tarde en La Californie, en aquellos días en que sus visi­
tantes parecían decididos a quedarse para siempre. A veces partía el alma ver cómo pasaban las
horas en que esas manos desocupadas podían estar dando forma a alguna gran obra de arte; pero
Picasso era siempre el anfitrión atento y generoso que nunca, ni con indirectas, trataba de dirigir a
un huésped latoso hacia la puerta. Un día, después que un antiguo amigo había caído a la hora del
almuerzo, quedándose toda la tarde hasta entrada la noche, Picasso me llevó al otro extremo del
estudi0, lo que aproveché para comentar con él la increíble falta de tino de algunas personas que
hacían perder tanto tiempo a otras. Picasso se detuvo, me miró un momento y dijo con mucha calma:
-No, no, Duncan. ¡No vuelva JAMAS a pensar así! Recuerde que él es mi amigo y¡ sólo se vive una vez!

Cuando se quedaba al fin solo, rodeado de quietud, solía casi siempre encender las lámparas del
comedor y leer el diario vespertino.Era una actitud tan común y corriente que siempre me sorprendía,
posiblemente porque en aquel momento podía haber sido uno de tantos hombres que estaban haciendo
exactamente lo mismo, a no ser por la cabeza gigantesca de bronce en la desordenada repisa de la
chimenea, los pantalones a rayas, la rueda de alfarero que aguardaba ...y el casi visible y absoluto
silencio en que se sumía para leer las noticias del momento.

Todavía más tarde, después de una cena frugal de verduras crudas, pan y queso-que muchas veces
mantenía milagrosamente su equilibrio en la rueda de alfarero-, Picasso se ponía a trabajar.
Jacqueline, a sus espaldas, leía en la vieja silla destartalada. Kathy, Lump y Yan, la cabra y las
palomas esta.rían sin duda ya dormidos en varios lugares de la casa ...y Picasso seguía trabajando.
A menudo continuaba la faena, sin interrupción alguna, hasta el amanecer.Estas eran las horas en
que creaba muchas cosas bellas, como pinturas, labrados, esculturas, acuatintas o cerámicas, o cual­
quier otra cosa. Una vez, mucho después de medianoche, mientras observaba cómo iba colocando
hasta el último plato pintado de una serie casi interminable en las cajas que había en el vestíbulo
principal-alumbrado por un solo foco que apenas permitía distinguir el contorno de su cabeza,
su cigarrillo y el plato,-recordé un pasaje que leí una vez en El Profeta, de Khalil Gibran, y que decía:
El trabajo es Amor hecho visible ... y pensé que esa definición biÉm pudo haber sido dedicada al
hombre incansable de La Californie.
J
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ó

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CUARTA PARTE

Pocos acontecimientos habrían inducido a Picasso a salir de la Californie. Rechazaba invitaciones


a funciones culturales o políticas y sólo de tarde en tarde asistía a las aperturas de exposiciones
de sus propias obras. Pero había un gran espectáculo por el que dejaba todo: la corrida de toros en
Arlés, esa población francesa del sur cuyo sol abrasador y-a había glorificado -tal vez costándole la
vida-otro pintor : Vincent van Gogh.

El procuraba asistir cuando menos a una de estas corridas durante el año. Para todos los personajes
de la villa, sus preparativos expedicionarios producían suficiente emoción y constituían, en sí, otra
corrida.El Maestro iba pisando fuerte por toda la casa, listo para salir; luego se detenía súbitamente
frente a la puerta, desaparecía por el estudio y reaparecía, preguntándose la causa de la demora.
Y no es que fuera caprichoso, sino que, simplemente, estaba sacándole el jugo a cada aspecto del
viaje, tal y como se lo sa.caba a la pintura y a la vida misma.

La colonia española en Arlés recibía a Picasso como a un rey legendario. Cuando pasaba por la
población, con Jacqueline de su brazo, los seguía una comitiva de admiradores que llenaba la calle.
Su fornido hijo de 37 años, Paul, cuyos retratos de la niñez han enternecido a millones de corazones,
venía de París para acompañarlo. En cuanto se dirigían a la plaza brotaban, no se sabía de dónde,
silenciosos extraños de mirada dura, para escoltar al Maestro a través de las multitudes. Se le había
hecho presidir muchas corridas y, correspondiendo el honor, Picasso, que odiaba la ropa conven­
cional y amaba sus pantalones de rayas negras y blancas y su camiseta tosca dé marino, se ponía un
traje azul marino, camisa blanca y corbata ... su tributo máximo a las grandes ocasiones. Nadie en
Arlés podía sospechar el sacrificio que significaba tan generosa actitud.

Durante la corrida-ondear de insignias e imponentes toques de clarín . . . caballos agonizantes,


banderilleo, capotazos y alboroto loco ... silencio imponente ...un momento de expectación ...y la
muerte-Picasso permanecía inmóvil, con las manos a los lados, mudo, abstraído. Era imposible ver
su cara; pero sin duda se reflejaban en sus ojos tan sólo el toro y el matador.No estaba de parte. de
nadie. Era exclusivamente espectador.

Después de su visita a Arlés, y ya en la villa, la única señal que Picasso daba de haber estado en la
plaza era un capoteo juguetón con la toalla de baño, a guisa de capa torera, tratando de provocar
embestidas de Jacqueline y Kathy, desde el otro lado del recibidor del segundo piso. Ya estaba otra
vez cómodo con sus pantalones rayados y llamando constantemente por teléfono a París a su
antiguo amigo Jaime Sabartés, instándole con zalamerías a dejar todo y venir inmediatamente a
La CaZifornie.

Comparado con Picasso, Sabartés era el reverso de la moneda española.Toda su existencia se había
deslizado tan apaciblemente como un arroyuelo serpenteante que desembocara en el torrente de
una cascada : la vida del Maestro. Durante años había sido, por nombramiento propio, cronista Y
secretario de negocios de Picasso. Esa era su manera de expresar su admiración y afecto hacia el
hombre que había conocido desde fines del siglo pasado.El tímido catalán era un hombre reservado,
vestido siempre conservadoramente. Sus observaciones monosilábicas y frías ponían algunas veces
punto final a las conversaciones de sobremesa. Era imperturbable, y ni la discusión sobre el tema
más apasionante lograba conmoverlo. Además, comunicaba su seriedad a toda la casa, mostrando
asimismo un agudo talento para adivinar el valor de la obra de su afamado amigo. Picasso ·apareció

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solamente para saludarlo, dirigiéndose después a su cuarto.No se le volvió a ver por dos días.Y nadie
pareció extrañarse. Sin embargo, en la villa, que ya había adquirido una atmósfera hasta entonces
desconocida, no se volvió a mencionar la corrida. Mientras tanto, había llegado otro visitante, un
desconocido que permanecía el día entero en el sótano.

A mediodía, cuatro días después de la corrida, Picasso bajó las escaleras al trote, tan tranquilo como
si sólo hubiera permanecido un momento encerrado. J acqueline había explicado antes que estaba
perfectamente bien y que tan sólo se había quedado sentado en la cama, pensando. Ahora, aunque
llovía a cántaros, parecía estar singularmente alegre. Los cinco : Picasso, J acqueline, Sabartés, el
desconocido del sótano-un tal Jacques Frelaut, que, según supe, era un maestro impresor de Mont­
martre-y yo, comimos ese día en la cocina. La mesa del comedor había sido convertida en banco de
trabajo antes de efectuarse el viaje a Arlés.

Terminada la comida, Frelaut regresó al sótano; Jacqueline se enroscó en la vieja silla, a un extremo
del comedor, con los pies sobre un gato de bronce; Sabartés comenzó a dormitar en la mecedora de
su amigo, en el otro cuarto; y yo permanecí al lado del Maestro, hipnotizado por un espectáculo
realmente grandioso : Picasso estaba pintando toda la corrida de toros, desde el toque de clarín hasta
la estocada fatal.

En el transcurso de tres horas hizo revivir la corrida en Arlés. Reconstruyó no sólo ésa, sino todas
las corridas habidas y por haber. Mojando su fino pincel en una solución oscura de azúcar, a punto
de almíbar, pintó sobre resplandecientes placas de cobre. Conforme iba pintando, veía reaparecer
en el ruedo a los rejoneadores, en sus caballos que hacían cabriolas ...a los picadores ...la primera
embestida del toro de lidia saliendo del toril ... la exquisita, casi femenina gracia de los banderilleros
al citar al toro, y aquella agilidad de bailarines con que se suspendían en las astas mismas del animal
. . . la dignidad imperturbable del animal, que a purito de morir, sangrante, todavía se volteaba para
enfrentarse a su adversario . . . y ese momento de duelo en que el esbelto matador y su cuadrilla se
colocaron alrededor del bruto a esperar su muerte ... y el animal, con el estoque clavado, doblando
los remos cada vez más, hasta caer ante ellos en la arena . . •

No había apresuramiento en la manera de pintar de Picasso; simplemente comenzaba a la izquierda


y acababa a la derecha. Al relatar con la pluma el cuento romántico de la corrida, tenía un remoto
parecido con el escriba medieval, sólo que sus trazos no eran los caracteres suntuosos de las letras
góticas, sino espadas centelleantes, cuerpos heridos y violenta poesía humana. Pocas figuras nece­
sitaron más de un trazo de la pluma. Ninguna placa requirió más de un par de minutos para estar
lista. En cuanto levantaba el pincel del cobre, dejaba en el metal una huella eterna.

Sólo hubo, sí, una corrección. Picasso ya había dejado en la placa un dramático lance, cuando la
volvió a tomar y con su pañuelo borró la imagen del matador. Levantando la cabeza hacia mí, pero
sin verme en realidad, murmuró:-"¡ El cometió un error!" El, el matador, se había equivocado. Por eso
retocó Picasso al torero en el momento de ser cogido y lanzado al aire por el toro enfurecido. Pues sí,
¡claro que había cometido un error! Sin duda alguna, Picasso estaba profundamente impresionado,
sumergido materialmente en el drama que iba apareciendo ante sus ojos, pero esta emoción no le
hacía perder el control absoluto que ejercía sobre los movimientos de sus figuras. Había pintado
una cogida tal, que la cornada que recibió el matador tenía forzosamente que ser mortal, quisiéralo
o no Picasso. El matador había quedado muerto en el ruedo. Entonces comenzó la -lidia del siguiente
toro.

Sólo una vez vi los ojos de Picasso.Fué tan sólo por un instante, casi al principio, cuando inclinó una

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placa, lisa como un espejo, hacia la luz de esa tarde lluviosa, para pintar con un trazo de su pincel
las patas robustas de los caballos de los picadores.

El semblante de Picasso cuando pintaba era el de una máscara rígida. Sin embargo, el pincel mismo,
moviéndose rápidamente hacia arriba y hacia abajo, como una gran aguja de fonógrafo, parecía
estar en conexión directa con algo que vibrara muy dentro de aquel hombre. Ya no se podía ver
otra cosa que no fueran aquellas placas de cobre.

Después de pintar la última placa, Picasso se dirigió al sótano. El lugar parecía un laberinto de
almacenes en forma de celdas. Todas estas celdas estaban vacías, menos una. Esa excepción era
emocionante: se trataba de una planta impresora. Picasso había traído consigo, cuando se mudó a
La Californie, su prensa grabadora. Jacques Frelaut había estado calmadamente limpiando y balan­
ceando sus rodillos y su placa de presión. Todo estaba listo cuando Picasso, como si pisara sobre
cojines, bajó por la escalera con sus suaves pantuflas marroquíes.

Volvió a tomar un pincel delgado, y de nuevo cubrió la bien pulida placa de cobre con una solución
pegajosa color melaza, que esta vez era percloruro de hierro concentrado. Estaba haciendo acua­
tintas, grabando las imágenes de azúcar con un procedimiento que rara vez se usa en la actualidad,
debido a la tediosa labor que implica y sobre todo al toque delicado, como de pluma, que debe darle
el artista.

Jacqueline se sentó en una caja vacía, a esperar mientras observaba a Picasso en su trabajo.
Esperaba, con una mirada.que pocos hombres logran incitar en los ojos de una mujer, y que, una
vez incitada, pocos logran retener viva. Era una mirada de amor tan profundo que, de haberla
podido ver algún pintor o poeta en el estudio de un artista, durante el período épico del Renacimiento,
hubiera inspirado alguna canción o algunos versos inmortales.

Como Jacqueline estaba esperando a Picasso, Lump la imitó. Era tarde y él era un perrito somno­
liento, pero esperaba, esperaba como ella.

Transcurrieron las horas. Nadie había probado bocado. Al anochecer, Sabartés bajó del estudio
donde había estado leyendo. A nadie se le ocurría interrumpir el trabajo tle los grabados hasta que
Frelaut no hubiera entintado la primera placa y sacado la primera impresión. Todos los ojos siguieron
el movimiento de las manijas, al hacer Frelaut girar la prensa. Me sorprendí cuando apareció la
impresión. Nadie dijo nada·; no se oyó ni un solo ruido y comprendí que me encontraba entre
profesionales. Cuatro pares de ojos perforaban con la mirada cada centímetro de grabado. Por fin
se dejó venir el comentario anticipado, y éste fué un susurro de voces apenas perceptible a través
del cuarto.

Picasso y Frelaut continuaron el trabajo, sin haberse dirigido más de una palabra. Picasso grabó
las otras placas. Frelaut las lavó, entintó y pasó por la prensa; después se reclinó pacientemente
sobre la mesa mientras Picasso examinaba con todo detenimiento cada impresión a través de una
lupa de grabador. Jacqueline ya se había ido a la cocina a preparar la cena, que fué servida mucho
después de medianoche. Para entonces Lump ya estaba dormido profundamente en la silla desven­
cijada del estudio. Así era como se pasaban muchas, muchas noches en La Californie.

Al día siguiente, durante el almuerzo, después de pensar constantemente en el gran poder visual
retentivo que Picasso demostró tener al memorizar y después pintar y grabar todas las escenas de
la corrida, volví a escudriñar sus ojos y ahí estaban ellos, como siempre, unas veces alegres y otras

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sombríos; eran aquellos ojos unas enigmáticas esferas castaño oscuras, que sin pestañear se lan­
zaban a capturar todo lo que a su alrededor compartía con él la vida.

Siempre era muy divertido almorzar en La Californie, pero especialmente cuando lo hacíamos en
la cocina. Era la comida principal del día. Se ofrecían platillos abundantes de muchas partes del
mundo, y los huéspedes como Sabartés y Frelaut tenían opción al chorizo español, al salmón ahu­
mado noruego, a la anguila ahumada holandesa y a las anchoas italianas; también a los vinos
franceses, italianos o españoles; al mújol del Mediterráneo, al cuscús de Casablanca, al chow-mein
chino, y a la carne asada de Baviera. Se ofrecían, además, verduras cultivadas en casa, ensaladas
de escarola, lechuga o cresón; quesos Camembert, Roquefort, Edam o Stilton; pasas de Málaga,
plátanos africanos, melones españoles, uvas o moras del lugar; anacardos americanos, pralines
suizos o chocolates austríacos, y café francés. Jacqueline y Picasso servían una de las mesas más
cosmopolitas de Europa y lo raro no era esto sino su completa sencillez.

Las comidas tenían un franco estilo familiar; primero el maestro se servía desde la cabecera de la
mesa, y después continuaba Jacqueline. Antes de terminar un plato, ya estaba Picasso animada­
mente forzándolo a uno a repetir, no una sino otra vez. No se podía rehusar nada sin ofender su
hospitalidad española; pero si se ponía uno a observarlo, podía notarse algo muy curioso : ¡ él casi
no comía nada ! Mientras los demás estaban felices devorando cuanto platillo gastronómico se conoce
en el mundo, él comía tan sólo hongos con arroz, un pedazo de pescado o carne sin sal� una hoja o
dos de lechuga, sin aderezo, rociándolo todo. con medio vaso de agua fresca de los Alpes. No dejaba
nada en su plato. Algunas veces probaba un vino ligero; pero sólo en las grandes ocasiones. Su mayor
antojo era el helado de chocolate. Comía menos que Lump y, sin embargo, desarollaba tanta energía
como para dar y prestar fuerzas a un equipo olímpico de carreras.

El desayuno de Picasso era todavía más sencillo que su almuerzo. Al despertar, ya entrada la mañana,
tomaba sólo un poco de café con leche caliente. y un );:ledazo de pan, después de lo cual echaba otro
sueñecito, leía su correspondencia, o bien jugaba con Lump, que para entonces estaba casi siempre
echado a un lado de su almohada, mirándole a la cara y esperando su permiso para meterse también
·

bajo las sábanas.

El dormitorio del artista, como el resto de la casa, era, sin duda alguna, único en el mundo. Había
que realizar actos de alpinismo para entrar en él. Me imagino que Jacqueline, para la limpieza diaria,
habrá tenido que recurrir al vodú. Libros, revistas, periódicos, paquetes de cartas, bronces, litogra­
fías, candeleros, bacinilla, cascos africanos, dibujos al crayon de flores de verano, la canasta de
dormir de Lump con su mordisqueada sábana, sandalias italianas, pantuflas marroquíes, sweaters
noruegos, mocasines de indio navajo, camisas españolas, bufandas irlandesas y una botella de agua
mineral francesa eran algunas de las cosas amontonadas contra las paredes, a la altura del hombro,
o pendiendo de ellas. Había inclusive un silla, casi por desplomarse, debido al exceso de peso, cerca
de la puerta que daba al jardín. Los calcetines, camiseta, calzoncillos, camisa y pantalones de Picasso
estaban tirados encima de ella, dándoles de lleno el sol de verano, o bien cerca del radiador durante
el invierno. Una alfombra, diseñada· por él mismo, cubría parte del piso.

¡Nos faltaba la cama! Era baja, cuadrada y enorme, cubierta con una magnífica colcha de vicuña
chilena, cuya piel sedosa hacía la delicia de todos, de Lump inclusive. La bandeja de desayuno de
Picasso libraba batallas campales con papeles, cartas, telegramas y muestras de cerámica, todavía
polvosa del horno. El espacio alrededor de la cama constituía el cenicero más grande de La Californie.
Aun cuando Picasso contestaba a veces el reto de la bacinilla colocada a un lado de la chimenea,
al otro extremo del cuarto, ¡ rara vez le atinaba ! En rara ocasiones recordaba que debía usar el

84
..

!'·

cenicero común y corriente que Jacqueline colocaba siempre a su lado, especialmente cuando se
ponía a reflexionar sobre las maromas que habría de dar para salir del cuarto, en caso de que un
cigarrillo encendido fuera a caer en el bosque inflamáble circundante. Pero esas tristes y pesimistas
restricciones que a veces se imponía eran pronto olvidadas. Entonces reclinaba la espalda en el
respaldo de madera sin barnizar de su cama, con otro cigarrillo en la mano, y leía o tan sólo pensaba.
Se veían anotaciones y números de teléfono sobre los tablones, cuya forma se adaptaba sorprenden­
temente al resto de la cama, a pesar de tratarse del bastidor de un óleo tremendamente grande que
el Maestro había arrastrado desde el estudio y apoyado contra la pared con ese fin.

Mientras Picasso pintaba y Jacqueline se esmeraba por hacer de La Californie un hogar alegre y
acogedor, la pecosita Kathy pasaba sus días en la escuela y haciendo tareas.En realidad la veía nada
más los jueves y sábados, en que los niños franceses no van a la escuela. En esos días estaba en todas
partes ...en el jardín, metiéndose en las esculturas, jugando infernáculo en la entrada para coches, o
arriba, haciendo confidencias a su mamá y secreteándose con Lump; o buscando cosas que obsequiar
al Maestro, como una rosa del jardín, para dársela cuando no estuviera ocupado. Entre las pocas
personas en el mundo que llamaban a Picasso por su nombre de pila, "Pablo", ella era la única que
le decía "Pablito", en español. Su amiga Martine prácticamente vivía en la villa. Durante todos los
meses en que anduve por la casa nunca las vi jugar a las muñecas.

Jacqueline no toleraba interrupciones mientras Picasso trabajaba. Se sentaba en la vieja silla des­
vencijada del comedor, o en los escalones del jardín, asoleándose. Siempre se cerraban las puertas
de la cocina y de la entrada principal. Se desconectaba el teléfono del vestíbulo posterior, el único
que había en el primer piso. Las puertas del jardín permanecían abiertas, pero sólo Lump podía
entrar. El señor de La Californie estaba aislado de todo el mundo, menos del de su espíritu.

El estudio siempre ha sido el lugar más sagrado en el mundo de Picasso. Ningún extraño había
permanecido ahí cuando tomaba los pinceles. En realidad, a mí tampoco nunca me dió permiso.
Durante las primeras semanas de mi visita venía a mi lado, después de comer, y dándome una
palmadita en la espalda, me decía: -"¡Ahora, a trabajar! ¡Al camino, gitano!" Desde el principio
habíamos acordado ambos que esta invitación me daba libertad para fotografiar por toda la villa y
jardines, pero no mientras trabajaba. Ese era un tabú conocido por fotógrafos y periodistas.
En realidad, a mí se me estaba permitiendo mucho más que .a -cualquier otro, y yo estaba encantado;
pero una tarde, cuando ya me iba, pasó rozándome al salir apresuradamente por la puerta principal.
·Regresó con un plato sin pintar. Después de arreglar algunos colores en el plato, sus ojos se en·con­
traron con los míos, y luego volvió a bajarlos a lo que hacía.Ninguno dijo nada; pero, desde entonces,
nunca me dirigí al hotel sino hasta que todos se disponían a acostarse ...y Picasso había terminado
su trabajo del día.

Siempre era una novedad observar a Picasso trabajar al otro extremo del pasillo que atravesaba
el piso del estudio. Parecía estar constantemente apoyado en la mesa del comedor o en su rueda de
alfarero, absorto y ajeno a lo que lo rodeaba. Mi cámara había estado a su lado tantos cientos de
horas, que acabó por acostumbrarse a ella lo mismo que si se tratara de otro miembro de la casa.
Rara vez hablábamos. Yo casi nunca le hacía preguntas. Jacqueline me aclaraba después cualquier
duda que tuviera. Picasso me habría contestado inmediatamente, de haber sabido que me quedaba
perplejo ante algo en su estudio; pero precisamente lo que yo no quería era que él sintiera ahí la
presencia de otra persona que no acertaba a comprender lo que estaba haciendo con los objetos que
tenía en sus manos.

Sin embargo, durante aquellos meses en que su imaginación sin límites lo llevaba a diversos terrenos

85
il

del arte, su voz de violín grave murmuraba a veces una observación al pasar, por lo regular relativa
a su trabajo; como la tarde aquella en que estaba inclinado recogiendo sus colores para ·cerámica,
ocultos en frascos de conservas o viejas latas de café.Con risa ahogada me dijo: - "Este equipo parece
como de aficionado. ¡No! ¡Es todavía peor!" ¡Y procedió a pintar una serie de platos con valor
comercial aproximado de dos mil quinientos dólares cada uno! Otro día en que estaba lloviendo,
miró una copia fotostática borrosa de uno de sus más famosos grabados, hecho cuando era muy
joven. La escena se desarrollaba en un triste cafetucho. Un hombre indigente y demacrado estaba
sentado a la mesa con su mujer, rodeando con su brazo los enjutos hombros de ella.Sus platos estaban
vacíos, su botella de vino estaba vacía y sus vidas también, pero se amaban.Tiempo ha que alguien,
que no fué Picasso, lo tituló Comida Frugal. Picasso me contó que, cuando hizo copias de ese cuadro
hoy famoso, trató de venderlas a los comerciantes de objetos de arte, en París, por cinco francos
(cerca de un dólar) cada una, sin encontrar comprador. En vista de ello regaló todas las copias a
los amigos . . . Pero hace varios años apareció una en el mercado y se pagó por ella cerca de cinco
mil dólares en una subasta.

Tal vez el tiempo lluvioso le recordó ese episodio, pero también contó otro, referente al día en que
anduvo recorriendo las calles de París cargando bajo el brazo una serie de lienzos que trataba de
vender a los comerciantes a cualquier precio. Hasta el pan, que era su único alimento, se había
acabado. Los comerciantes rehusaron tódo; comenzó a llover. Picasso preguntó a algunos de ellos
si podía, cuando menos, dejar los lienzos en sus tiendas hasta que pasara la tormenta, para prote­
gerlos, y rehusaron también. En la actualidad, por supuesto, esas pinturas de la "Epoca Azul " son
las más preciadas en las exposiciones de los museos de arte más notables del mundo, y están colgadas
en residencias donde los cuadros cuestan cien mil dólares.

El año pasado, en París, su distribuidor Kahnweiler expus� y vendió 70 lienzos pintados por Picasso
el año anterior.Fuentes bien informadas calcularon que la venta produjo cerca de quince mil dólares
por cuadro, o sea aproximadamente un millón de dólares en conjunto.

Casi nunca tocamos, en mis pláticas con Picasso, el tema de los precios de sus pinturas.En su estudio
no se vendió nunca obra alguna; mantenía contácto con el consumidor solamente a través de su
distribuidor. La única referencia que se hizo del arte, como negocio, fué la tarde en que miró algo
de lo que había estado haciendo y dijo inclinando varias veces la cabeza: - "Es como una lotería.
Un hombre puede sacársela una vez en la vida, ¡pero Kahnweiler se la saca todos los días!Pinturas
. ..cerámica ...grabados ...bronces y todo lo demás. ¡Es como quien le pega diario al gordo!" -
y añadió-"Mira, gitano, no podemos comer cincuenta veces al día. ¡Los precios realmente no quieren
decir nada! Que se vendan en mil o un millón, da lo mismo ahora." Y, sin embargo, Picasso es un
español sumamente orgulloso y sagaz. Recordaba claramente otros días. Conocía el valor que tenía
en el mercado y se aseguraba de que siguiera por las nubes, aún cuando realmente no pudiera comer
cincuenta veces al día. Estuve presente cuando no hizo otra cosa que poner su nombre en varios
cientos de litografías.Esto le tomó cerca de una hora y los honorarios fueron de diez mil dólares
netos.
.¡...

En otra ocasión, un distribuidor de artículos de arte, Pierre Matisse, trajo al estudio una naturaleza
muerta, pintada años atrás, para que la rubricara. El Maestro había obsequiado el cuadro a Henri
Matisse, padre de Pierre. Después de haberse ido Pierre con el lienzo-autografiado de balde, desde
luego-, Picasso se encogió hombros y murmuró: - Las pinturas son como los cheques ...más nego­
ciables cuando llevan firmas.

En ninguna de las pinturas de La Californie había firma, a pesar de que muchas de ellas habían

86
..

sido expuestas por todo el mundo.-"¡ Claro que no!" -refunfuñó Picasso-"Yo sé quién las pintó "­
y tornó a esculpir cuidadosamente en unas tejas faunos bailarines. Había comenzado el día mode­
lando palomas de arcilla; después cambió y pintó platos; luego comenzó las tejas. Insinué que ya
había producido una interesante variedad de cosas para una sola tarde, a lo que asintió, añadiendo:
-"Pinturas ... tejas ...esculturas ...y más pinturas ...la combinación es buena, como una ensalada."
Aparentemente no albergaba ilusiones de que cada lienzo empezado resultara obra maestra, ya
fuese de su mano o de la de otro genio. Sabartés, cierto día, llevó la charla de sobremesa hacia una
discusión sobre los méritos relativos de los pintores modernos de gran renombre. Cuando la sus­
pendió para tomar el café le pregunté a quiénes consideraba los pintores descollantes del mundo.
Sin dejar de pasar un trago contestó :-Depende del día.

Los sentimientos de Picasso hacia sus pinturas eran paternales en sumo grado mientras estaban sin
marcos. Para él una pintura estaba muy viva y sujeta a cambios, hasta el momento en que se le ponía
bajo vidrio. Entonces sí que estaba terminada- terminada en el sentido de que perdía para él todo
interés. Ya no podía tocarla con los dedos; ya estaba más allá de su pincel. En fin, se encontraba
·

sepultada en una tumba ornamentada.

Probablemente pocos hombres han irradiado más amor hacia la vida que Picasso. La armonía que
existía entre él y esta tierra y sus criaturas era un fenómeno que le sentaba tan bien como su capa
española. Otros hombres sentían también esa irradiación, pero muchísimo más los animales. Lump
se convirtió en fiel "sputnik" de Picasso desde su primer encuentro. La cabra se quedaba echada de
panza, ronzando hojas, tranquila e impertm·bable, cuando pasaba cualquiera de nosotros cerca de
ella, pero apenas pasaba Picasso se paraba de repente, esforzándose por ser vista y acariciada.
Durante sus escasas y muy raras salidas a los alrededores, los perros nunca le ladraban. Una noche,
cuando el estudio estaba profusamente iluminado, y abierta la puerta del jardín, entró volando un
murciélago. Dió varias vueltas, descendió rápidamente y se colgó del hombro de Picasso. Otras tres
personas estaban en el mismo cuarto. Sonriendo dijo:-"¡ Qué raro!"- cogió al sedeño animalucho
entre sus manos, y lo devolvió a la oscuridad de la noche.

Otro día, al ver a dos caracoles subiendo por la balaustrada de la escalera, su primera preocupación
fué :-"¡No podrán encontrar comida ahí y se morirán de hambre!" Así que los cogió y los puso encima
de una lechuga fresca en una jaula de pájaros que estaba temporalmente vacía en el comedor. Todos
los domingos los sacaba para rociarles agua en la concha diciendo: -Se imaginarán que está
lloviendo ...

Había también una doña lechuza muy orgullosa que vivía apartada en el estudio, en una rueda de
alfarero que ya no se usaba. Nos lanzaba a todos miradas candentes, pero a Picasso le sonaba el pico,
alegre y cristalinamente, y comenzaba a bailarle y a hacerle reverencias en su percha, hasta que el
Maestro la dejaba pararse en su dedb. Los pichones recién nacidos en el balcón del tercer piso no nos
hacían caso cuando Jacqueline o alguno otro de nosotros se acercaba, pero en cuanto Picasso salía
se volvían casi locos, aleteando, tratando de caminar y gorgoteando profusamente en sus flacos y
descuidados cuerpos. Picasso acariciaba y mimaba a esos pobres pequeñuelos, haciéndoles creer que
era su segunda madre.

Una mañana, mientras me hallaba solo en el estudio, observaba yo una mariposa blanca que entraba
con la luz del sol por las ventanas abiertas que daban al jardín. Revoloteaba pausadamente por todos
los cuartos, sin aletear, frenética, contra los grandes vidrios de las ventanas. Después de unos cuantos
minutos en que miró con naturalidad por todo el derredor, volvió a salir. Parecía sentirse tan segura
en aquella casa como si estuviera en el jardín.

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Tal vez la clave de los sentimientos de Picasso hacia sus pinturas es reflejo de esta enorme sensibi­
lidad hacia la naturaleza, de este gran amor a la vida y a todo lo viviente. Era él padre y madre de
sus lienzos.Mientras no fueran más que tiernos pigmentos, les prodigaba cuanto alimento podía a
través de su pincel, pues no estaba completa su metamorfosis. Una vez .enmarcados, tenían que
depender de sí mismos. Se había roto la cuerda umbilical y el Maestro la emprendía en otra cosa.

Cerca del pueblo alfarero de Vallauris, en una colina arriba de Cannes, se encontraba una generación
casi olvidada de esa prole de caballete que nunca se separó completamente del maestro. Esperaba
pacientemente en su antes bullicioso y ahora abandonado estudio. Hacía casi cuatro años que había de­
jado ese lugar, simplemente saliendo de él y cerrando las puertas.Todo permanecía exactamente en su
sitio correspondiente. Nada se había movido, sacudido, vendido o remirado. Una tarde, habiendo
dejado a Lump_y Yan a cargo de La Californie, Picasso montó súbitamente a Jacqueline, Sabartés,
Frelaut, Kathy, Martine y a mí en el Citroen de nueve asientos de Janot, y fuimos a visitar "el viejo
vecindario".

Al llegar al estudio, Picasso nos servía de guía mientras trataba de encontrar llaves para candados
enmohecidos. A medida que íbamos penetrando, menos parecía ser el estudio de un artista. Aquel
aire pesado, mohoso, no hacía fácil la conversación. Casi todas las puertas estaban clausuradas y
la escasa luz que había se filtraba por unas cuantas ventanas de endebles barrotes y sin contra­
ventanas. Pero en aquellos lugares donde la luz brillaba le parecía a uno como si estuviese descu­
briendo las catacumbas del templo de una tribu legendaria perdida hace muchos siglos. Colocados
en altares burdos había máscaras grotescas e ídolos en forma de araña.Una cabeza de cabra, cince­
lada - de significado ritualista desconocido - permanecía espetada en un palo, sacrificada y tiesa.
Una inocente hada revoloteaba en el espacio ... formada ingeniosamente con cestas de mimbre y
cuerda; los rizos que pendían de su cabeza eran sólo papel corrugado, moldeado en yeso. Finalmente,
sumido en la oscuridad, se hallaba un recóndito santuario. Si la gente pagana de Picasso tenía sacer­
dotisa, ésta era su corte. Sus paredes estaban incrustadas con urnas festoneadas y pájaros en
miniatura, como los que abandonaban los sacerdotes de los Faraones, cuando sellaban las pirámides
a lo largo del Nilo. Sirenas siempre vigilantes - algunas de mirada lánguida, otras suspicaces -
guardaban el lugar; su sacerdotisa, una voluptuosa muchacha, tenía como animal favorito a un buho.
Aparecía desnuda, en actitud sensual ... incorporándose en ese momento para salir del baño.

Cuando le pregunté a Picasso por ella, ya que no se parecía a nada de lo suyo, contestó: -¡Oh!
¿La Gazelle?
Le dije no tener idea de cual era su nombre; pero que me refería a la fascinadora desnuda, que
semejaba un mural etrusco.
-"¡Sí, sí, es ella! ¡Esa es La Gazelle!" Nunca había oído antes que Picasso le pusiera nombre a lo
que pintaba. Eso lo hacían siempre otros, mucho después de haberlo terminado él.El que hubiera
puesto a esa muchacha el nombre de La Gazelle (La Gacela) -como el delicado antílope africano que es
tan escurridizo - me sorprendió grandemente, y al manifestárselo se rió a carcajadas . . . sus
ojos café oscuros brillaban de júbilo ...-¡Mire, gitano, déjese de fantasías! Gazelle es sencillamente
el nombre que dan los alfareros a los tubos de barro que se usan para sostener la loza en el horno.
Evitan que los platos nuevos se peguen unos con otros o caigan al f ; go. La muchacha ésa está
·

pintada sobre uno de ellos.

Kathy y Martine eran realistas también. Ambas habían salido apresuradamente «Jel estudio para
pasar el resto de la tarde en los cuartos de los hornos con Jules Agar, el alfarero de Picasso.
Permanecieron de pie frente a su rueda, sin cansarse, mientras Agar modelaba tazas y vasos por
docenas . . . de puros terrones de arcilla.

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120
. QUINTA PARTE

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La primavera pasó pronto. Las actividades de Picasso habían estado explotando, semana tras semana,
en tan distintas direcciones que más de 5.000 negativas corrieron por mis éámaras y yo seguía viendo
más y más oportunidades de tomar fotografías. Eran una continua fuente de a�ombro para mí,
porque casi toda la acción se desarrollaba en las tres salas del estudio, o en el jardín, a pesar de lo
cual la historia parecía no acabar nunca, hasta que un telegrama apresuró el fin de mi visita: debía
volar a los Estados Unidos cuanto antes. Aun cuando no tenía fotos de Picasso realmente pintando
en lienzo-algo que había relegado al olvido por más de medio año-, sabía que tenía más que suficiente

material para publicar todo un libro. Cuando les comuniqué a Picasso y Jacqueline que debía irme,
que todo se había terminado, Picasso contestó simplemente: -Usted sabrá lo que hace, ¡pero recuér­
delo! ¡Esta es siempre su casa!
Como pensaba regresar a mi casa en Italia pasando por Cannes, dejé estacionado mi Mercedes Benz
en su garaje ... después de prometerme que no lo tocaría, pues su primero y último ensayo como
piloto del cochecito de Jacqueline terminó arruinando unos macizos de flores, arrancando un árbol
de cuajo, y descubriendo con regocijo un mundo que jamás había explorado.

Regresé a mediados del verano. Me emocioné al ver que Pocasso, con toda la familia y algunos amigos,
me había ido a recibir al aeropuerto. Trajeron a Lump, para ver si todavía me reconocía.El Maestro
estaba vestido descuidadamente con camisa color naranja brillante y pantalones rojos sencillos.
Lump había madurado en su compañía.Ya no gimoteaba como niño, no obstante su agitación frené­
tica al reconocerme. Yo sólo llegaba a decir adiós, recoger mi coche e irme a casa ; pero cuando entré
en el estudio vi lo que ya presentía: que todo ahí estaba cambiado. El Maestro trabajaba todavía un
poco en la mesa del comedor, mientras Jacqueline recortaba artículos sobre sus exposiciones, para
sus libros de recortes; pero ya alguien había estado tratando de limpiar los pisos; la cerámica había
salido y estaban en los caballetes algunas pinturas desconocidas ...Picasso había realmente comen­
zado a pintar.En vez de despedirme, saqué mis cámaras y me quedé otras seis semanas.

El verano era la época de turismo en Cannes. Venían de todas partes del mundo a tirarse en la
arena o a bucear como hombres-rana fuera de la Cote d'·Azur. Muchos de ellos trataron de ver a
Picasso; otros encontraron su número de teléfono. Muy pocos entraron en la villa.Es que no había
tiempo, cosa de la que el Maestro una vez se lamentaba diciendo: - "¡El tiempo - ahí está la cosa!
Cuando va ... se va ...¡se fué! ¡No tiene remedio! Como el medidor que va marcando en un taxi."
Para algunos amigos, desde luego, la puerta estaba siempre abierta, aun cuando le interrumpieran
su plan de trabajo. Uno de ellos era Gary Cooper. Se conocieron el año anterior, cuando Gary trajo a
su familia a la Riviera, después de terminar una película en París.Congeniaron a las mil maravillas.
Picasso sabía unas cuantas palabras de inglés, que había aprendido en las cenas de Día de Gracias
en el departamento que tenía en París Gertrude Stein-allá·por 1905-, y Cooper cautelosamente
sacaba a relucir sus conocimientos de español, que aprendió e� Por quien doblan las campanas,

121
'

película exhibida en 1943. Rocky, la esposa de Gary, se daba a entender en francés lo suficiente,
y el inglés de Jacqueline, aun cuando flojo, no era malo; pero Picasso y Cooper gozaban diciendo
cuanta palabra suelta se les ocurría, sin admitir la ayuda de ningún intérprete.

Cooper trajo dos magníficos regalos ·al Maestro. Uno de ellos fué el gran sombrero "Stetson" blanco
que usó en Saratoga Trunk. El sombrero ocupó inmediatamente un lugar de honor en el guardarropa
de Picasso. El otro regalo fué una pistola Colt calibre 45, de cintura, estilo frontera.Como Cooper
acertó a encontrar algunos cartuchos en su bolsillo, Picasso lanzó su sombrero sobre la pantalla de
la lámpara y se dirigió con paso majestuoso y las piernas tiesas hacia el jardín, con la pistola en una
mano y una lata vacía en la otra, asegurando a todos que el jefe de policía era su amigo: -"¡No se
preocupen! ¡No se preocupen!" ...Gary y él comenzaron a tirarle a la lata, apoyada en una de las
palmeras.Jacqueline, Rocky, María, la hija de los Cooper, que es estudiante de arte, Kathy y Lump
se apresuraron a buscar protección en hoyos y madrigueras. Los dos pistoleros escupían fuego y
quemaban pólvora atronadoramente. Volaban las cortezas y se levantaba el polvo. Las palomas
somnolientas del balcón despertaron y huyeron despavoridas. Al terminarse el último cartucho,
Picasso quedó tieso, con los ojos centelleantes y el cañón de la pistola humeante. Se oyó murmurar a
Cooper, al darse cuenta que la lata había quedado intacta:- ¡Qué diablos, es mil veces más fácil en
las películas!

Probablemente, sólo Lucas Cranach, el ingenioso pintor alemán del Siglo XV, hubiera podido apreciar
la deliciosa sátira de Venus y Amour, que el Maestro ejecutó en "gouache" un día de junio. Estaba
en el caballete del comedor cuando regresé de los Estados Unidos.Se veía a Venus de pie, completa­
mente desnuda, excepto por un diáfano velo que le cubría ligeramente sus caderas. Completaban la
indumentaria un enorme sombrero, como los de los grabados, y dos collares con pedrería de dudosa
calidad. Sus ojos de ratón, inexpresivos, salían de una cara desproporcionadamente pequeña y en
forma de manzana picada por los pájaros. Amour estaba sentado a su lado en forma de Cupido,
sosteniendo un panal que acababa de arrancar de un árbol cercano, en el bosque donde estaban
teniendo sus rendezvous. Naturalmente, las abejas estaban picándolo, por lo que lloraba amarga­
mente. Era una pintura muy cómica ... y a la vez profunda.El cuadro se volvió telón de fondo de
Jacqueline y Picasso en los ratos aquellos en que se ponían a charlar después de comer, cuando no
había visitas.

El "Stetson" blanco de Cooper pasó a ser uno de los objetos más conspicuos de la casa. El Maestro
se lo ponía constantemente. Cuando lo traía puesto, comenzaba a hacer preguntas sobre los Estados
Unidos. Ya nie había dicho antes que había querido visitar la Unión Americana cuando era joven;
pero nunca tuvo dinero para hacerlo y después, cuando lo tuvo, no contaba con tiempo por estar
siempre ocupado. Le emocionaban mis recuerdos de cuando anduve vagando por Texas, Arizona y
California. Le describí los ranchos en tierra árida, azotados por el viento y a sus habitantes, hombres
taciturnos, de pantalones de cuero ... todo muy parecido a España y sus españoles. - "Sí-repli­
caba-, hace años conocí en París norteamericanos como ésos. N o eran elegantes como los de ahora ;
chupaban huesos con las manos-¡ hombres de verdad, como Cooper!-y también verdaderos salvajes,
Como Hemingway. Pero nunca regresaron.
" Jacqueline dijo que quería conocer Arizona.-¡Sí, Sí,
iremos !-exclamaba Picasso entusiasmado-, en una carreta, con un burro, con Lump, despacito.
¡Así podremos verlo todo!

Picasso tenía un conocimiento bastante exacto de la historia norteamericana de fines del siglo pasado
y comienzos del presente. Yo no me lo explicaba, hasta que un día Jacqueline, a1 echar azúcar a su
café, me lo reveló. Picasso partió la mitad del terrón y, mientras le daba a ella su mitad, se volvió a
mí con una ligera sonrisa y me preguntó si las compañías yanquis todavía controlaban Cuba, como

122
en los días de Maquinli y el Maan. Por un momento no supe qué contestar, pero después racapacité y
descifré el enigma. Se estaba refiriendo al Presidente William McKinley y al buque de la marina
norteamericana, Maine .. durante la Guerra de los Estados Unidos con España.
.

Otro día me quedé boquiabierto cuando de repente comenzó a cantar. A la primera estrofa, Jacqueline
huyó con las manos sobre las orejas. Echando a un lado su silla había empezado a cantar groseras
parodias de tonadas mexicanas, terminando con algo horrible, basado en La Cucaracha. Por lo visto,
recordaba toda la letra. Las había aprendido de pintores mexicanos en París, hacía cincuenta años.
Cuando regresó Jacqueline, confesó: -¡Eso fué lo único que me enseñaron!

Después de la visita de Cooper, Picasso a menudo se ponía a blandir la Colt descargada, entrete­
niendo a sus invitados, como lo había hecho el año anterior disfrazándose de payaso. Un experto
ruso en arte, que hablaba francés, Michel Alpatov, llegó de Moscú y Picasso le dió una lección relám­
pago de tiro con pistola, que hubiera hecho desmayarse al propio Gary. Después se lo llevó a darle
una vuelta al estudio, terminando en la Venus de Picasso-Cranach. Puesto que venía él de un país
en que los cuadros se pintaban dentro de limitaciones bien definidas-o no se pintaban-, no era de
sorprenderse que se quedara estupefacto después que el maestro, con naturalidad y rapidez, lo había
guiado por el estudio más atrevido que existe de arte moderno.

En cuanto Alpatov se marchó, Picasso se volvió a mí diciendo: - "Lo vi escabullirse cuando saca­
mos la pistola. ¡No se apure! Yo llevaba una en París hace años.¡Sé cómo manejarlas!" Natural­
mente, le pregunté si llevaba una para protegerse de los ladrones. Eso realmente lo sorprendió:
"¡Pero si ni siquiera teníamos un mendrugo de pan! ¡Ladrones! ¡Para robarnos a nosotros!
¡Bandidos! Solamente me gustaba oir la detonación y como algunas veces el aire en el estudio era
sofocante, hacíamos agujeros en el techo. Una vez perforamos el techo de un coche también. Brinca­
mos luego por el otro lado en busca de los vándalos.¡Entonces sí que eramos jóvenes de verdad!"

Un día me brindé yo mismo la oportunidad de tener una experiencia inolvidable, y todo por un
artista italiano que pintó en Padua hace 600 años, llamado Guarineto. Me había encontrado en
Londres un entrepaño de altar, pintado por él, representando a San Miguel pesando las almas de
los mortales en las puertas del Paraíso.Con varios años de retraso me lo iba ya a llevar a casa, para
añadirlo a mi pequeña colección de pinturas. Lo mencioné a la hora de la comida, y Picasso inmediata­
mente qui�o verlo. Después de estudiarlo, se volteó y me preguntó si quería ver otra pintura religiosa
de hacía mucho tiempo. Yo había oído siempre que él tenía Cézannes y Gauguins, Modiglianis y
Matisses; pero nunca me imaginé que su colección incluyera obras de arte religioso. Primero abrió
un gabinete en el estudio y volvió con una carpeta de piel, en cuya cubierta estaba, sostenida con una
grapa, la foto de un niño y un hombre bien peinado, con cara que me resultaba familiar. Debí imaginar
que algo iba a pasar cuando se recargó en mi hombro y me dijo: -Este es Paolo, mi hijo, cuando era
niño, y ése es Rodolfo Valentino.

Entonces abrió la carpeta de un tirón y cayó de ella un paquete de papeles. Empezó a leer uno de
ellos, mientras yo desdoblaba otro. Era una carta distribuida como periódico en miniatura, de fecha
septiembre 15, 1894, editada e ilustrada por un periodista llamado Pablo Ruiz. Miré detenidamente
otras. Algunas tenían fecha de 1892, otras del 91; dos de ellas, aún más arrugadas que las otras,
eran tan sólo hojas sueltas de libros de notas, sin fechas ni firmas; se trataba de las más antiguas,
de 1888 ó 1889. Tenían dibujos que ilustraban a Don Quijote y a Sancho Panza. Había ahí otros
dibujos de mujeres alegando, rufianes y ladrones, palomas, conejos y toros de lidia, soldados, viejos
de aldea, catrines, una vieja cosiendo y un vendedor de periódicos bajo la lluvia; también la caricatura
de un caballero rechoncho y cabezón, que bien podía haber sido Toulouse-Lautrec, pero que al pie

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decía: un padre de familia. Finalmente llegué a un pavo gordo, bajo el cual se leía el siguiente
renglón: al héroe de Navidad. Se trataba del diseño para la portada de la edición de Ruiz de diciembre
25 de 1895. Adentro se encontraba un dibujo de Cristo bendiciendo al diablo, que estaba a sus pies.
No llevaba título. Ese paquete, atado descuidadamente, contenía los recuerdos de su juventud, y
también constituía el trabajo inédito de los primeros años de un niño nacido en 1881, que pronto le
conocerían sus contemporáneos simplemente como "Picasso" ... y tal vez para siempre ...

La variación más notable en La Californie ese verano consistió en que Picasso, en vez de tener su
campo de acción en la mesa del comedor, lo cambió a la pieza del fondo de la casa, que anteriormente
había sido la biblioteca de la villa.Poseía miles de volúmenes; pero los tenía en cajas almacenadas
en el sótano. Leía pocos nuevos, aparte de los que trataban de su trabajo o el de otros pintores.
No tenía intención de colocarlos en hilera en las paredes "como presas muertas después de una
cacería". Su biblioteca estaba también desparramada en el piso, en mesas situadas aquí y allá, o
alrededor de su cama. Así pues, la biblioteca se convirtió en su estudio.Se burlaba de la regla clásica
de que un estudio de artista debiera construirse alrededor de la luz del norte, que debía entrar uni­
formemente. A ese cuarto le daba de lleno la luz del sol a través de S!!S ventanas abiertas, y miraba
al sur. Puesto que Picasso comenzaba a pintar en las tardes y continuaba hasta bien entrada la noche,
bajo reflectores, en realidad esto era para él un detalle sin importancia. Además, casi todos sus
modelos posaban en su cabeza, en donde la luz nunca cambiaba.

Fué precisamente en ese estudio-biblioteca donde vi las nuevas pinturas de Picasso a mi regreso de
Estados Unidos.Por vez primera, desde que llegué a la villa, dejaba de percibir el significado de su
obra. Había admirado las acuatintas de la corrida, las águilas y buhos en la serie de platos, y hasta
gozado con los bronces más atrevidos que había cerca de las puertas y en el jardín. Pero, éstas,
las últimas expresiones de su arte, me dejaron sumido en un mar de dudas. Comencé a buscar la
clave que me llevara a descubrir el misterio de esos seres extraños que habían venido a alojarse en
La Californie.

Comparé el trabajo de Picasso con el de un físico, cuyas ecuaciones matemáticas nunca pude resolver
por falta de suficiente educación en ese campo, pero de las que, sin embargo, podía reconocer con
satisfacción algunos signos que me recordaban haber estudiado en el colegio.Por otra parte, admitía
que, aún cuando era incapaz de leer toda la partitura de una gran ópera, cuando menos podía
tararear alguna de las arias, porque la tonada era popular. También pensé en alfabetos como el
siamés y el árabe, con los que una vez pude, con gran contento, aunque con vacilación, completar
un par de palabras aprendidas en mis viajes alrededor del mundo.Volvió a mi mente el Maestro.
Tal vez encontraba sus trabajos desconcertantes, o hasta me provocaban resentimiento, porque al
contrario de las matemáticas, la música o los alfabetos, en los que combinaciones de signos gráficos
formaban ejemplares inanimados que reflejaban nuestra civilización, él usaba las características
físicas del hombre para formar ecuaciones humanas que nunca se habían visto caminar sobre la
faz de la tierra.

Pues bien, una noche nos encontrábamos sentados en los escalones del jardín.Las estrellas se apiñaban
unas sobre otras, amontonándose hasta perder toda su forma ...¡y entonces di con la clave !

Vinieron a mi memoria otras noches, hace muchos años, cuando navegaba por la costa Mosquito de
Centro América, a bordo del velero más rápido del Caribe. Dotado sólo de velas, tenía unos treinta
metros de largo y estaba tripulado por once isleños de Caimán, marineros rudos, los mejores
navegantes del mundQ. Su capitán era un hombre poderosísimo, saturado de sal, llamado Allie
Ebanks, que nunca maldecía; celebraba servicios religiosos en la cubierta de popa los domingos por

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·la mañana, y se podría decir que por la noche empujaba con sus propias manos a aquella embarcación,
a través de los arrecifes de la costa nicaragüense.

El cielo quería decir mucho para el capitán Ebanks1 y las estrellas aún más. Nos sentábamos juntos
muc
- has veces en el techó del camarote central, mientras fumaba su pipa y nos conducía entre la
oscuridad. El viaje duró cerca de dos meses ... dos meses de noches, en las que mostraba lo que
veía más allá de nuestros mástiles. Para él, el cielo de la noche estaba lleno de amigos.La Osa Mayor y
-
Casiopea, las Pléyades; todas las conste laciones familiares, y muchas más, eran configuraciones
celestes que reconocía al instante; en cambio, yo tenía que estarlas buscando, noche tras noche.
Me comenzó a explicar las de forma sencilla, como las Osas y Orión; pero después no pude alcanzarlo.
Veía tortugas, ballenas y caballos al galope, un pirata caer caminando sobre la tabla y hasta un
ángel. Podía distinguir sus figuras completas, con facilidad, en aquella inmensidad salpicada de
estrellas, y yo no podía distinguir forma alguna. Para él cada una estaba viva y tenía enorme
significado. Eso era lo único con lo que contaba cuando capitaneaba su propio barco y marcaba su
propio curso ... para cruzar el mar.

Así como el estudio había cambiado en el verano, a Picasso le había occurido lo mismo. Parecía
enjaulado; iba de un lado a otro del piso con sus pantalones cortos. Los cigarrillos, sombreros y
camisas chillonas, llevados por su dueño, daban vueltas interminables. Las paredes del estudio
estaban cubiertas con grandes lienzos sin pintar. Es que, realmente, iba a reanudar su trabajo.
Jacgueline permanecía quieta, acompañándolo siempre a cierta distancia.

Una tarde comenzó, después de cenar. Se había detenido bajo los reflectores, mirando con ojos
entrecerrados una cabeza tridimensional de Jacqueline en lámina de acero, colocada sobre su
caballete. Entre otras nuevas pinturas, también ella era nueva. El cuello de Jacqueline era una
sección vertical de tubo soldado de 75 centímetros. Picasso chiflaba sin cesar mientras hacía girar
la cabeza de tres bordes, bajo las luces. De repente, exclamó: -¡ Jacqueline! ¡Es una cosa muy rara!
Tal vez algún día la gente vivirá en casas como ésta-en forma de tubo-con una figura decorativa
por techo.

En unos minutos cortó y pintó las figuras de cartón de una pareja de recién casados junto a su som­
brilla playera, al costado de la "'casa". Un momento después colocó a un portero en los escalones;
un plumero sirvió de palmera y un pequeño globo terráqueo, en proporción al tamaño de la casa,
se convirtió en un monumento de colosales dimensiones. Apoyó un lienzo en blanco detrás de la
escena, trazando en él el horizonte del Mediterráneo, hasta con barquitos de vela. Notó las sombras
que proyectaba la escultura de acero y, con carbón, dibujó ventanas en ellas que, según él, habían
aparecido como hoteles de "estilo antiguo" a lo largo de la playa, detrás de su casa modernista.
Repetía constantemente: -"Sí, es una cosa muy rara!" En quince minutos escasos ya había imagi­
nado y creado otro mundo. Cuando se sentó con Jacqueline, riéndose de todo aquello, noté cuál era
en realidad el perfil de acero de la escultura: comparándolo con el de la muchacha, ambos eran
iguales.

Todo lo que quedó de la fantasía, cuando Picasso abrió el estudio al día siguiente, eran las figuras
recortadas, la estatua de acero, el plumero y las líneas al carbón en el lienzo. La magia de la casa
de sombra había desaparecido. El Maestro había limpiado el caballete y colocado ante él otra cabeza
de acero, en blanco. En seguida pintó una cara completa, de perfil, y fragmentos de ambos, sobre las
piezas de metal. Al hacer girar la cabeza, se vislumbraban muchos aspectos diferentes del mismo
retrato. La escultura fué u:rio de los medios más antiguos de expresión propia que tuvo el hombre,
pero él había añadido algo novedoso y provocativo.

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Durante aquellas ocasiones, poco frecuentes, en que Picasso estaba sentado fumando, sin hacer más
que pensar, el silencio reinante en su estudio permitía percibir la voz íntima del resto de la villa ...
el leve silbido de la lechuza, soñando despierta en su percha . .. el tintineo de los herrezuelos del
collar de Lump al voltearse a observar una mosca ... la risa de Kathy allá lejos, en el jardín, donde
jugaba con Martine ...el ruido -casi imperceptible que Picasso hacía con sus pantuflas marroquíes
al mover los pies hacia adelante y luego hacia atrás.Entonces solía levantarse e irse para arrastrar
dentro del estudio chucherías de madera y cartón, que desaparecían de la vista tan rápidamente
como habían surgido.Eran pequeñas ondas sobre la superficie de su pensamiento. Sólo él sabía lo
que había debajo de ellas.Una tarde llenó una pared con esas criaturas de cartón; después las echó
a un lado, tras de darles una ojeada en conjunto, y trayendo un lienzo de la parte de enfrente de la
casa, comenzó a pintar. Sin pronunciar una palabra ... sin aspavientos, trazando una sencilla y
rápida línea recta de pintura negra sobre el fondo blanco de la tela, Pablo Picasso empezó a pintar
en su propio estudio, ante el ojo de una cámara; el más grande tabú del arte moderno había quedado
hecho añicos.

Picasso estaba totalmente tranquilo mientras pintaba.Parecía como si hubiera permanecido sentado
frente a su caballete toda la vida y fuera a permanecer en él para siempre.Dió forma a su pintura
-un retrato de J acqueline-sobre bases geométricas de estructura lineal sorprendentemente senci�las,
pero sólidas, lo mismo que un ingeniero va soldando las vigas de acero que forman el esqueleto de un
rascacielos.Ambos se habían hecho para durar mucho tiempo. No había prisa ni inseguridad cuando
pintaba, como tampoco la había cuando grabó las acuatintas de la corrida, a principios de ese año.
Empezó a pintar a mediados de la tarde y no acabó sino hasta la medianoche.Sólo interrumpió una
vez su trabajo para hacerle una tortilla de huevos a Jacqueline y prepararse su cena, regresando
después inmediatamente a su caballete. Conforme transcurrían las horas, él creó, borró y pintó de
nuevo cuando menos tres pinturas completas de gran fuerza. Después que una de ellas había apare­
cido y desaparecido, se volteó y observó secamente: -Como ve no es tan fácil realmente ...es mucho,
pero mucho más fácil comenzar que detenerse.

Ojos del retrato iban y venían; orejas, bocas y perfiles también, con las pañoletas y sombras, como
de celosía, que se reflejaban intensamente en toda la cabeza de Jacqueline. A mi manera de ver,
no era nunca la Jacqueline que había visto alrededor de la villa; pero recordé al capitán Ebanks en el
velero, navegando de noche, y acepté también el modo especial que tenía Picasso de encontrar sus
estrellas favoritas y ver en ellas millones de figuras, mientras navegaba en su noche.Estaba flotando
en aguas que ninguno otro había cruzado jamás y, aun cuando movía y cambiaba velas muchas veces
para franquear los arrecifes que veía adelante, era libre de trazar su propio curso, en su propio barco
... navegando en su propio mar.

La pintura permaneció en el estudio semanas enteras, tal y como había quedado aquella noche en
que el Maestro la dejó finalmente para limpiar sus pinceles; pero una mañana noté que había
cambiado. Durante la noche anterior Picasso había borrado todo su perfil.Aparentemente la pintura
estaba a punto de iniciar otro viaje, después de haber permanecido anclada un poco.

Ese fué el día en que hice una de mis pocas preguntas.Siempre había querido saber cuáles de todos
los llamados "períodos" de su carrera eran sus favoritos: el azul ...el rosa ...el c;ubista ...o el
realista. ¿ Cuál, en fin? Estaba abrazando a Jacqueline, porque ella acababa de notar lo que había
hecho a su retrato.Me miró con los ojos resplandecientes. y contestó: -¡El próximo!

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SEXTA PARTE

Cuando Picasso era un ilustre desconocido, muy pocos hombres reconocieron el significado revolu­
cionario de su pintura, pero hubo un comerciante parisiense dedicado a la venta de artículos de arte,
llamado Daniel-Henry Kahnweiler, que se fijó en él convirtiéndose en agente del Maestro desde
1907. Durante la siguiente mitad del siglo pasaron por sus manos cientos de cuadros de Picasso.
Estableció una red de subdistribuidores por todo el mundo, a los que iba racionando Picassos en
forrha parecida a como regula el Sindicato de Diamantes DeBeers su abastecimiento de piedras
preciosas. La producción de Picasso fué manejada como algo igualmente raro, y casi tan caro.
Kahnweiler se hizo autoridad en arte moderno ... y también millonario.

Durante una de las visitas de Kahnweiler a la villa, un estallido de risas hizo salir corriendo de ·la
casa a Picasso y Jacqueline, para abrazar a los niños más pequeños del artista, su hijo Claude y su
hijita Paloma. Los chicos acababan de llegar de París, en donde vivían con su madre, que dejó a
Picasso cuando los niños eran bebés. Pasaban todavía los días de fiesta con su padre. Inmediatamente
se suspendió todo trabajo, y La Californie se volvió gimnasio y teatro para niños.

Claude, de diez años, encontró el "Stetson" blanco, y una vez con él, tocó la trompeta, sirviéndole de
acompañamiento a su hermana de ocho años, que inició una danza apache alrededor de la mesa del
comedor. Paloma rebuscó bajo una silla y saltó usando uno de los disfraces de payaso de ,Picasso.
Cl�tude encontró otro disfraz y la flauta; esto obligó a Picasso a abandonar sus lienzos, y durante
unos impetuosos minutos, el niño y el Maestro anduvieron boxeando por todo el pfso d�l estudio.
El de 10 años daba certeros derechazos que esquivaba diestramente el de 75 años, con los ojos brillantes
de orgullo.

Se organizaron picnics a las playas cercanas. Otros días, mientras Kathy y Claude corrían en sus
bicicletas por todo lo largo de la entrada a la villa, Paloma se quedó en la mesa después de comer.
Estaba copiando las pinturas �e su padre, que cubrían las paredes.Después dibujó galeones españoles
y racimos de flores silvestres, así como retratos de todos los de la casa. Arrancó hojas. de los
arbustos y, cortándolas con las uñas, les dió formas de títeres con ojos saltones y labios fruncidos.
Era Paloma quien picaba los helados, antes de derretirse, para que parecieram caras alegres. Mientras
Picasso sacaba bocados de linóleo para grabados, ella continuaba trabajando a su lado. Ambos se
trataban como iguales, sin hacerse preguntas ni pedir consejo, sin criticarse. Al verlos juntos, no dejé
de pensar que, en otra generación, una muchacha podría volverse la artista reinante en el mundo,
y que ésa podía muy bien ser Paloma, la hija de Picasso.

Cuando hacía calor por las tardes, la familia entera se trasladaba a los escalones del jardín.Lump y
la cabra merodeaban libremente buscando algo que comer. Jacqueline leía entre los bronces en el primer
escalón. Picasso se quedaba a la orilla del jardín sentado en u:ria vieja banca del parque, sin decir
palabra. Una vez, después de haber oscurecido, metió la cara en una espantosa máscara de hule y
trató de asustar a Paloma, que se derretía de gusto agarrándolo después fuertemente por la nariz.
Un sofocado "¡Qué raro!" hizo eco dentro de la máscara, mientras los niños corrían a acostarse.
Después, ya sin la máscara, se puso una gorra africana con borlas, miróse al espejo, y se quedó
ensimismado ...

Desapareció en un rincón del estudio y regres.ó con una espantosa peluca puesta sobre una máscara
de i¡artón de ojos muy abiertos y fauces de tiburón. Sus ojos relucían, fijos y peligrosos. Hizo con­
torsiones ante el espejo, aspirando aire y ensanchando el pecho hasta que parecía estar a punto de

159
estallar.Le entraron convulsiones demoníacas, como las de los hechiceros brujos ecuatoriales.Luego se
quitó la máscara y rápidamente recortó otra y se la puso: era la de un pelícano triste de mil años
de edad. Apenas se movió. Una mirada de reproche salía de la cara mirando al espejo, una cara
que no había yo visto nunca. Detrás de ella mi amigo trabajaba intensamente.

Esa misma noche acarreó un gran lienzo, que estaba manchado con formas mal definidas. Empezó
a pintar en él con carbón, del lado izquierdo. Diez minutos después ya estaba del lado derecho y se
encontraba poblado por seres parecidos a marcianos gigantes, desgarbados, que vinieron a engrosar
las filas de otros curiosos personajes que se hallaban alrededor de las paredes del estudio. Picasso
se volteó para decirme: -"Esa es la playa de Garoupe-al menos, como yo la veo"-Y continuó-: "Otros
pintores pueden tardarse un año en pintar cada centímetro de un lienzo. Yo me tardé un año en
idear éste, y sólo unos cuantos minutos en dibujarlo, lo suficiente para acabarlo." Al echarse para
atrás un poco, notó su propia sombra inclinada entre las figuras al carbón. Sin decir más cogió
la máscara de pelícano, y luego un trípode viejo, los juntó e hizo con ellos un cangrejo voraz, de
patas dé zanco. No satisfecho, movió el aparato a un lado del lienzo y comenzó de nuevo, añadiéndole
su sombrero hongo de payaso, una camisa y la guitarra, que fué la que hizo que todo se viniera
abajo. Siguió sin hablar palabra; se puso el hongo y recogió del suelo las ruinas. El cuadro de la
playa iba a pasar a ser el fondo de todas las actividades en el estudio durante el resto del verano.

Poco después, cuando estuvo con los niños en Garoupe, sucedieron dos cosas extraordinarias.Primero,
un hombre enorme salió del agua trayendo un tubo snorkel de los que usan los hombres-rana. Me
puse a pensar que ya había visto todo esto antes, hasta que atiné en dónde. Era éste el que aparecía
a la izquierda del lienzo más reciente de Picasso. Casi al mismo tiempo un muchacho llegaba a la
playa, sobre la 'cresta de una ola, en su acuaplano.Al acercarse blandía sus canaletes de pala ancha:
he aquí la figura central de largos brazos del mismo lienzo.Picasso tenía razón: los canaletes eran
meras prolongaciones de las manos del muchacho, que le permitían alcanzar el agua cuando estaba
montado sobre las olas�

En La Californie los días no se diferenciaban entre sí. Todos parecían tejidos en una trama de
maravillosa sencillez, que es el diseño ideal para le expresión del hombre mientras transita por la
tierra. Sin embargo, algunos días parecían más felices que otros, como por ejemplo aquél en que
Picasso preguntó a Jacqueline si recordaba algunos pasos de ballet de sus años estudiantiles.Ella
los recordó, a lo que Picasso, descalzo y con calzones de baño, quiso darlos también. Después de
un breve minuto de instrucciones, ya estaba él girando y marcando el compás con los pies alrededor
del estudio, mezclando piruetas con polkas y meciéndose aquí y allá ágilmente para formar extrañas
figuras de su invención; con un final aparatoso lleno de sacudidas de brazos y golpes de los pies,
hizo así Picasso su debut como bailarín. Después, con un solemne "¡Bueno, ahora a trabajar!",
regresó a su caballete. En ese momento Paloma y Claude volvían de la playa. Jacqueline se fué a
preparar unos errwaredados, y Picasso se vendó un dedo del pie, que se había lastimado al topar
con una silla en su baile. Después, sentado en su vieja mecedora favorita, se dedicó a sostener una
comba junto con Paloma, mientras Claude brincaba entre ellos.

Observándolos desde el otro extremo del estudio ...al niño saltando por el aire ...a la niña tensa
... al hombre silencioso concentrándose en un pedazo de cuerda y un juego de niños ...a los bañistas
de Garoupe pintados al carbón que se hallaban reunidos al fondo ... comprendí que en eso consistía
la grandeza de corazón de Picasso, y que ése era su mensaje a los hombres de su época, o de cualquier
otra. No tenía nada que ver con pintura, lienzo, bronce, carbón, arcilla, colores o cualquier otro
material de arte en cualquier forma. Era, sencillamente, la expresión inexpresada de su frase triun­
fante: "¡Es una cosa muy rara!" Esa es su respuesta a la pregunta secreta de los que traten de
resolver el enigma de la vida.

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Thls book is dedlc:ated to l�ve. Este libro está dedicado al amor.
Ce livre est dédié a l'amour.
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