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Adaptación humana con el universo

Durante siglos ha habido una disputa


sobre qué es la vida. No nos hemos
podido poner de acuerdo y emitir una
definición que no deje dudas o dé lugar a
malas interpretaciones los que cumplen
los requisitos son seres que albergan la
vida. La vida es sin duda el
acontecimiento más importante del
universo. Y no sabemos qué es.

Los seres vivos están formados por células, que a su vez están compuestas por
estructuras membrana les que delimitan espacios donde ocurren una serie de
reacciones químicas capaces de auto mantenerse, basadas fundamentalmente en
cadenas de carbono. Los seres vivos nacen, es decir, siempre provienen de otro
ser vivo semejante; crecen, se reproducen y mueren. La vida requiere en primer
término complejidad. Estructuras simples no pueden funcionar como entes vivos.

Los seres vivos son estructuras muy complejas que desafían al medio, tienen que
incorporar continuamente energía y regular sus propios procesos, con una meta
fundamental: mantenerse vivos. Esta meta crea tensiones muy fuertes, de tal
modo que los seres vivos están sujetos a presiones que tienden a
desestabilizarlos y destruirlos, por lo que el esfuerzo por mantenerse vivo debe
sostenerse segundo a segundo. El fracaso tiene un altísimo precio: la muerte. La
vida es empujar cuesta arriba, y la muerte, su contrario: rodar cuesta abajo.

Por complicados y autorregulados que puedan ser, están formados de la misma


materia encontrada en el mundo inerte. Lo que distingue a los seres vivos es su
complejidad: con lo mismo logran más. Tienen una estructura que permite realizar
funciones –reacciones químicas– que mantienen la estructura celular, que a su
vez mantiene las funciones. Se trata de un círculo: la estructura mantiene la
función que a su vez mantiene la estructura. Desde el punto de vista biológico no
hay más, con todo lo maravilloso que resulta.

La materia está hecha de átomos, pero no de los átomos que los griegos
concibieron, ya que nuestros átomos son divisibles, es decir, no son atómicos,
pues tienen partes más pequeñas dentro de sí. Los átomos tienen núcleo y
electrones. El núcleo, a su vez, tiene en su interior protones y neutrones; estos a
su vez tienen otros componentes más simples: los quarks, y estos a su vez...

Cuando bajamos un nivel más, la materia se nos deshace literalmente en las


manos. La última propuesta, aún no probada, es que todo está hecho de
“cuerdas”, componentes últimos de la materia, posiblemente los verdaderos
átomos de los griegos. Estas estructuras vibran de diferentes maneras y así dan
lugar a todas las partículas materiales que conocemos. Aún no sabemos qué son
en realidad, pero una aproximación simple e ingenua puede verlas como
“paquetitos de energía”. La energía empaquetada, al vibrar, genera la materia en
forma de quarks.

Que la materia en realidad no sea material es un problema que no debe


inquietarnos ahora. Todo parece indicar que la materia es sólo una ilusión,
derivada de la manera en que percibimos; sin embargo, todo está hecho de
materia y por ello nos dedicamos a revisarla, sea cual sea su naturaleza. Que las
cuerdas vibren en un espacio de diez a doce dimensiones tampoco debe
preocuparnos, pues de una u otra forma aquí tenemos a la materia, que parece
comenzar a tomar forma con los quarks.

El universo muestra una tendencia continua a la agregación de elementos simples


para formar otros complejos. Hasta el momento creemos que lo más complejo es
la vida, que en realidad resulta de agregados moleculares. El cerebro humano es
la estructura más compleja conocida en el universo, y es un agregado de millones
y millones de neuronas, células al fin.

El universo ha logrado por sí solo todos estos agregados: protones, neutrones,


núcleos, átomos, moléculas, células, organismos. No hay modo de poner un límite
para separar a los entes vivos de los no vivos. Todo resulta de una misma
tendencia. También es cierto que el universo ha logrado planetas, satélites,
asteroides, estrellas, galaxias y cúmulos de galaxias. Primero fueron estos y luego
se desarrolló la vía química y biológica como la conocemos en nuestro planeta.
Los planetas y las estrellas han sido necesarios para continuar la tendencia
aglutinante responsable de formar moléculas y células. Nuestro planeta funciona
como nicho y sustrato y la energía liberada por nuestro sol impulsa las reacciones
químicas que forman las moléculas de la vida.

Se necesita un universo de más de 15, 000, 000,000 de años luz de tamaño para
generar organismos vivos. Esta distancia quiere decir que para recorrerlo de
extremo a extremo se necesita viajar a 300,000 km por segundo, la velocidad de la
luz en el vacío, durante más de quince mil millones de años. La distancia es tal
que no podemos siquiera imaginarla. Cuerpos celestes muy distantes contribuyen
a la vida de alguna manera misteriosa para nosotros. Todo el conjunto conspira a
favor y en contra de la vida al mismo tiempo. Quizás haya algo más que no
sabemos ver.

La vida es entonces el resultado de una tendencia global de aglutinación para


lograr complejidad creciente. Sólo la conocemos en nuestro planeta, pero creemos
que puede existir en otros sitios, satélites o planetas con las condiciones
adecuadas. Pero aun cuando sólo exista en la Tierra, es el resultado de esta
tendencia aglutinante que primero establece las condiciones básicas (planetas y
estrellas) y luego prosigue por la vía de la vida, hasta llegar a crear al ser humano.
Cuando creemos que estamos vivos, en realidad deberíamos pensar que es el
universo el que está vivo. Esto puede verse como el resultado de fuerzas
desconocidas, o provenientes de Dios. Las creencias religiosas no son
incompatibles con lo que la ciencia ha descubierto: la evolución del universo bien
cabe en un plan maestro de Dios.

Hemos creído que la teoría de la evolución se refiere a cómo cambian los seres
vivos para adaptarse al medio y sobrevivir. Deberíamos percibir la teoría de la
evolución de manera más amplia. Deberíamos pensar al universo como el ente
que evoluciona, pues ha recorrido un largo camino para crear las condiciones
propicias para la vida, hasta llegar al punto en que está hoy. Ignoramos si en otros
sitios haya progresado más. Ha evolucionado desde un lugar frío y oscuro hasta
formar las estrellas, iluminarse y albergar moléculas de muy alta complejidad que
han resultado en la creación de seres vivos inteligentes y autoconscientes.

Ha apostado por la materia basada en átomos que forman moléculas que forman
seres vivos. La opción escogida requiere incorporar continuamente energía para
mantener a los entes vivos. No se ha podido excluir el fracaso en lo individual; el
éxito reside en lo general. La vida, como la conocemos, se esfuerza y lucha por un
lapso de tiempo, hasta que el medio la vence y ya no logra obtener la energía
necesaria para regenerarse segundo a segundo. La muerte está incluida en la vida
en muchas formas. Esta es la estrategia que conocemos.

La vida triunfa a pesar de la muerte, pues sabemos que los organismos vivos han
estado presentes durante millones de años. Una célula, muchas células mueren
cada día, pero el organismo persiste. Muchos individuos mueren cada día, pero la
especie se mantiene. Muchas especies han desaparecido, pero la biosfera se
mantiene.

El universo se mantiene vivo, al menos en nuestro planeta, y sólo los seres


humanos entendemos como fracaso nuestra propia muerte. Somos muy duros
para juzgar tan maravillosa creación, pues más nos importa nuestra propia vida
que la vida misma. Tal como están las condiciones, la muerte es necesaria y
aliada nuestra. La muerte recicla la materia que usamos los seres vivos y permite
nuevas posibilidades. La consciencia nos indica que vamos a morir, pero no
pensamos en todos los entes vivos que mueren antes para que nosotros podamos
seguir.

Al lograr una inteligencia avanzada y el estado autoconsciente el ser humano se


yergue y olvida de dónde viene; pide vivir eternamente, desafía las condiciones
existentes y suplica para no morir. Le aterra la muerte. Exige demasiado. No
entiende el triunfo único que representa la vida. No entiende qué es la vida, pero
quiere más de ella; no le gusta cómo está diseñada, porque incluye la muerte,
porque el mismo universo que nos alberga y nos ha forjado, nos deteriora y
destruye al mismo tiempo.

El universo ha empleado una estrategia básica aglutinante que ha operado en dos


vías: establecer un entorno solar-planetario específico que permita establecer la
segunda vía autor regulable de manera automática, es decir, la vida. Con la
inteligencia nos queda la posibilidad de iniciar de manera ambiciosa una nueva
tercera vía, donde los seres vivos aprovechen por sí mismos ya no sólo el planeta
sino otros sitios en los cuales puedan adaptarse. No es fantasía, ya se habla de la
trasformación de Marte y ya se busca agua en otros planetas y satélites en los
cuales pudiéramos alojarnos cuando la Tierra ya no sea suficiente.

Los seres vivos se construyen a sí mismos y modifican inmediatamente el medio


ambiente que les rodea, desde una simple planta hasta el hombre. Las
modificaciones han ocurrido para bien y para mal. Las últimas, introducidas por el
hombre, han alcanzado el alto precio de alterar negativamente el medio, pero ya
se buscan soluciones para nuestras fallas. El deterioro inevitable de la tierra está
escrito en la evolución de nuestro sol.

¿Podría haber un paraíso? Tal parece que para nosotros no Pero sí podría haber
otros sistemas diseñados de manera diferente, donde la estructura no dependa de
átomos y moléculas que se desgastan y desensamblan. Puede haber un universo
sin segunda ley de la termodinámica, que implacable dicta que el desorden
siempre tiende a crecer. No sabríamos cómo llamar a entidades semejantes,
dotadas de complejidad, estables, capaces de pensar, con inteligencia superior o
distinta a la nuestra. Ni siquiera sabemos si a eso se le pueda llamar vida.
Nosotros estamos más abajo en la escala y no podemos entender lo que está en
niveles superiores.

La vida, como la conocemos, tiene las limitaciones que ya hemos mencionado


Entes autoconscientes que no sabemos en qué se ocuparían. Nosotros pensamos
en estos términos: ocuparnos de nosotros mis-
mis para no sucumbir tan pronto. Otros seres superiores verían otros panoramas y
no tendrían que preocuparse ni ocuparse en su propia supervivencia. No podemos
adivinar qué o cómo pensarían, pero sí podemos anticipar algunas de sus
condiciones.

Si tenemos formación estrictamente científica o si se incluye el aspecto espiritual,


es posible compaginar una visión final. Somos parte del universo. Estamos hechos
de lo mismo que el entorno cercano y lejano. El polvo que forma estrellas también
forma nuestros cerebros. El hierro que circula en nuestra sangre se formó en una
antigua estrella lejana. La vida es una propiedad del universo y la tendencia a
formar aglutinados complejos nos ha traído hasta aquí.

Tal parece que si se logra reunir suficiente complejidad estructural a base de


moléculas, estas detonan funciones armónicas y logran mantenerse y
reproducirse. Si la complejidad es realmente alta, entonces se forman estructuras
cerebrales y finalmente el cerebro humano. Creemos en nuestra individualidad,
pero tenemos lo mismo que los demás y lo demás. No somos más que una parte
del todo que se mira a sí misma cuando voltea alrededor. Ignoramos si hay algo
más allá.

No sabemos si esta tendencia vitalizaste es una propiedad básica que aún no


logra su estabilidad verdadera. No sabemos si es una tendencia imperfecta que se
desmorona a pesar de sus esfuerzos. No sabemos si tras la desorganización
estructural hay algo más que no alcanzamos a comprender. No sabemos si en
otros universos haya otras opciones mejores, donde la vida no tenga que ser tan
ardua. La religión nos promete la vida eterna tras la muerte. Ahora aceptamos la
posibilidad del multiverso. Otros universos. Otras estrategias desconocidas.

Nadie sabe de dónde viene la vida. No entendemos bien qué es. Pero sí podemos
seguirle el rastro y encontrar sus orígenes en los del universo nuestro. A riesgo de
parecer ingenuos y simplistas creemos tener ante nosotros la ley básica del
universo: crear complejidad hasta llegar a la vida con entidades que se crean a sí
mismas, se auto mantienen y reproducen. Como el lapso de nuestra vida es muy
corto aún no logramos ver cuál es la tendencia final en el universo.
Quizá nuestro universo existe para dar lugar a la vida. Quizá la vida es una
rebelión que trata de escapar a designios negativos. Quizá la vida tiene por objeto
transformar al universo: el producto de la transformación transforma ahora al
transformante. Quizá somos un camino cerrado, un experimento condenado al
fracaso, o abandonado a su suerte. Quizá somos una oportunidad.

La vida es algo más que reacciones químicas encerradas en un ambiente celular


que tiende a mantenerse. Queda claro que la vida individual es sólo una parte de
un todo que no alcanzamos a comprender. Queda claro que no es posible hablar
de vida sin hablar del universo mismo como el actor principal. La materia inerte se
vivifica y se recicla después.

Es un continuo amasar donde surgen figuritas capaces de mantenerse y hasta


pensar sobre el pensar, que voltean hacia el firmamento y se maravillan, sin
pensar que es la misma masa lo que ven, que viajan sin saber que son pasajeros.
La conciencia individual lograda por el cerebro humano es aún incompleta y no
alcanza a entender qué es la vida ni cuáles son sus posibilidades últimas.

La ciencia moderna propone una visión del hombre y el universo mucho más
armónica que la de muchas religiones o filosofías. Esta acaba con el mito de que
el hombre fue simplemente dejado a su suerte en el mundo, y más bien propone
una relación íntima, en su composición y desarrollo, de su existencia y la del
universo. “Somos una manera en que el cosmos se conoce a sí mismo”, solía
decir el astrónomo estadounidense Carl Sajan. Un recorrido por los últimos
descubrimientos de la ciencia nos permite atisbar, siguiendo la posta de Sajan,
una respuesta a la pregunta esencial por excelencia: ¿De dónde venimos?

Uno de los principales pecados que hemos cometido a lo largo de los cuatro siglos
de desarrollo de la ciencia ha sido creer que esta podría resolver todos los
problemas de la humanidad a través únicamente de desarrollo tecnológico. A lo
largo de los años, las reflexiones acerca de la naturaleza del hombre y de su lugar
en el universo han quedado confinadas a círculos intelectuales reducidos,
mientras que la tecnología, también producto de esas investigaciones, sí ganó un
lugar preponderante en la sociedad.
El hombre moderno apuesta por la innovación tecnológica, pero es incapaz de
advertir que en ella no radican las respuestas a sus frustraciones más esenciales:
la tecnología, por sí misma, nunca será capaz de saciarnos. Nuestras necesidades
biológicas, sí; las sociales, tal vez. Pero el ser humano es mucho más que un
animal que lucha por sobrevivir: el hombre es, por naturaleza, un ser que busca no
solo adaptar su entorno a él, sino también conocer su mundo interior.

Una idea bastante alejada de la realidad. La física, en su afán por comprender las
leyes del mundo natural, poco a poco ha ido revelando la historia del universo y,
por extensión, la historia del hombre y de su lugar en este. La historia que ofrece
no es una historia de cómo el hombre llegó al universo, sino una historia de cómo
el universo llegó a transformarse en el hombre.

El origen de la realidad
Inicia hace aproximadamente trece mil ochocientos veinte millones de años, en un
fenómeno que hoy conocemos como el Big Bang. Cuando uno escucha la palabra
universo, lo primero que nos viene a la mente son objetos brillantes que existen
fuera de la Tierra y que hemos visto alguna vez en una imagen o un documental.
Pero el universo es mucho más que eso: las luces filtrándose por la ventana en el
último momento de la tarde, el apoyo incondicional de una madre a sus hijos y
todo cuanto se llegue a vivir y soñar en este mundo lo conforma y debe su
existencia a un solo fenómeno que ocurrió hace miles de millones de años. Esta
distinción es importante por dos motivos: el primero es que nos permite entender
que el origen del universo fue el origen no solo de los astros, sino también del
mundo que nos rodea, de cada uno de los detalles de nuestras vidas e incluso de
nuestras experiencias más humanas. El segundo motivo, tal vez aún más
importante, es que nos hace ser conscientes de que todo, absolutamente todo lo
que es parte de nuestras vidas, comparte el mismo origen.

La cosmología moderna nos ha enseñado que el universo comenzó con un


tamaño millones de veces más pequeño que el de un átomo y desde entonces no
ha detenido su expansión. Eso significa que en algún instante justo después del
Big Bang el universo necesariamente estuvo contenido en un volumen no más
grande que el de una ciruela: el universo entero cabía en la palma de una mano.
Del contenido de ese diminuto volumen eventualmente nacerían no solo el sol y
sus planetas, sino incluso aquellas galaxias que se encuentran a miles de millones
de kilómetros de nosotros, en algún otro rincón oscuro del espacio. De aquella
pequeña esfera también nacería el hombre: todos los seres humanos provenimos
de ese diminuto volumen incandescente que existió hace millones de años
instantes después del Big Bang.

El fin de la simetría

La primera etapa de la evolución del universo es conocida como la época de


Planck, en honor al físico alemán Max Plack, uno de los padres de la mecánica
cuántica. Por desgracia, haría falta una teoría cuántica de la gravedad, inexistente
por ahora, para entender al detalle la complejidad del universo durante este
periodo. En la actualidad existen varias teorías que buscan resolver este
problema, entre las cuales se encuentran la teoría cuántica de lazos y la famosa
teoría de cuerdas, pero nada está dicho aún y tal vez la nueva revolución científica
venga de manos de una teoría nunca antes vista y tan revolucionaria que nos hará
redefinir no solo las leyes actuales de la física, sino nuestra comprensión misma
de la realidad.

La sustancia fundamental de la que está


compuesto todo nuestro cuerpo ha sido
parte del universo por miles de millones
de años y aún después de nuestra
muerte seguirá siéndolo, tal vez, por
toda la eternidad sabemos que la fuerza electromagnética puede ser de atracción
o de repulsión, como sucede en los imanes, mientras que la gravedad siempre es
atractiva, lo cual indica que existe una diferencia fundamental entre ambas y que
por lo tanto existe más de una forma en que la naturaleza puede interactuar. Hasta
la actualidad se han descubierto cuatro interacciones fundamentales: la
interacción fuerte, responsable de la atracción entre quarks y de la existencia de
partículas complejas como los protones; la interacción débil, responsable del
decaimiento radioactivo; la interacción electromagnética, responsable de los
fenómenos eléctricos y magnéticos; y la interacción gravitatoria, responsable de la
fuerza de gravedad y de la estructura del universo a gran escala; absolutamente
todas las fuerzas en el universo se pueden expresar en función de estas cuatro
interacciones fundamentales.

La sustancia fundamental de la materia

Toda la materia ordinaria con la que interactuamos


en nuestra vida diaria está formada
fundamentalmente por átomos, por quarks y
electrones: el sistema solar, las formas de vida
sobre la tierra, la superficie sobre la que se escribe
este artículo y hasta nosotros mismos somos
distintas formas en que estas partículas se agrupan
e interactúan. Los seres humanos somos, en
esencia, un conjunto de quarks y electrones que comenzaron a existir en los
primeros instantes del universo y que, debido únicamente a las fuerzas de la
naturaleza, por un corto periodo de tiempo convergieron en esta región del
espacio-tiempo para dar origen a nuestro cuerpo físico e incluso a nuestra
conciencia.

Se cree que la ciencia moderna, al reducir al hombre a un sistema de partículas


materiales inertes, lo transforma en un ser autómata, frío, privado de toda
espiritualidad. Pero la base fundamental de la perspectiva científica es que los
seres humanos no tenemos ningún privilegio con respecto al resto del universo.
Aferrarse a la idea de que el hombre se encuentra por encima de las leyes de la
naturaleza, si bien es cierto lo hace sentir elevado, al mismo tiempo lo arranca de
la realidad y lo aísla del resto del mundo, dando lugar a preguntas innecesarias
acerca del origen y significado de su existencia que casi siempre son respondidas
recurriendo a algún evento sobrenatural.
Para la ciencia moderna, nosotros no fuimos colocados en este universo, nosotros
somos una consecuencia natural de la existencia del universo. Somos el universo
en sí. Las partículas de las que estamos hechos son las mismas que hacen brillar
al sol. Las leyes físicas a las que estamos sujetos son las mismas que permiten
volar a las gaviotas. Los procesos biológicos que dieron origen a nuestra especie
son los mismos que dieron origen a las orquídeas. Incluso la historia misma del
universo está impresa en cada uno de nosotros: como seres vivos probablemente
existamos desde hace solo unas cuantas décadas, pero la sustancia fundamental
de la que está compuesto todo nuestro cuerpo ha sido parte del universo por miles
de millones de años y aún después de nuestra muerte seguirá siéndolo, tal vez,
por toda la eternidad.

Los átomos de los que está compuesto el ser humano y toda la materia del
universo están formados por un núcleo muy denso, compuesto de protones y
neutrones, y por cierta cantidad de electrones que se mantienen ligados al núcleo
por medio de fuerzas electromagnéticas, de forma similar a como la Luna está
ligada a la Tierra por la fuerza de gravedad. Cada elemento químico está
caracterizado por la cantidad de protones en su núcleo, independientemente del
número de neutrones presentes; por ejemplo, los más sencillos de todos, el
hidrógeno y el helio, poseen uno y dos protones, respectivamente. Debido a su
simplicidad, luego de que los quarks reaccionaron para formar protones y
neutrones, aquellos dos elementos fueron los más abundantes en el universo y a
lo largo de millones de años comenzaron a formar nubes gigantescas de gas en
todo el espacio.

A medida que el universo continuaba expandiéndose y enfriándose, las nubes de


hidrógeno y helio que se habían formado en las etapas más tempranas
comenzaron a aglomerarse debido a la fuerza de gravedad, formando esferas
gigantescas, miles de veces más grandes que la tierra, que se comprimían más y
más a medida que pasaba el tiempo. Así como nuestras manos se calientan al
frotarse, estas esferas gaseosas comenzaron a calentarse debido al rozamiento
entre los átomos de hidrógeno y helio presentes y sus centros comenzaron a
arder, alcanzando temperaturas de millones de grados centígrados.

Las altas temperaturas en los núcleos de estas nubes de gas provocaron que los
átomos de hidrógeno y helio comenzaran a fusionarse entre sí para formar
núcleos cada vez más pesados, un proceso que lleva el nombre de nucleosíntesis.
En la actualidad existe una gran variedad de elementos químicos, cada uno con
una cantidad distinta de protones: el carbono posee seis protones; el nitrógeno,
siete; el oxígeno, ocho; y el número de protones de los elementos sigue
aumentando a medida que el átomo se hace más pesado como es el caso del oro,
que posee setenta y nueve protones. Ninguno de estos elementos químicos se
formaron directamente por el Big Bang, todos ellos fueron fabricados en los
centros de nubes incandescentes de hidrógeno y helio a medida que los átomos
más ligeros se fusionaban entre ellos. Estas reacciones de fusión nuclear elevaron
aún más la temperatura de las nubes gaseosas, las cuales poco a poco
comenzaron a brillar y eventualmente se transformaron en aquellos astros
luminosos que hoy llamamos estrellas. Las etapas tempranas del universo dieron
origen a los protones y neutrones, pero fue en las primeras estrellas en donde se
formaron los núcleos de todos los átomos que encontramos actualmente en la
naturaleza y en donde se siguen formando aún en la actualidad.

A medida que las reacciones de fusión nuclear producen elementos cada vez más
y más espesados, como el cobre o el hierro, el equilibrio entre las explosiones
nucleares, que tienden a expandir las estrellas, y la fuerza gravitatoria, que tiende
a comprimirlas, se hace cada vez más delicado y las estrellas comienzan a
volverse inestables. Si la masa de la estrella es lo suficientemente grande, en un
determinando instante esa inestabilidad provocará que la estrella colapse y se
transforme en una supernova, liberando todo su contenido al espacio exterior en
una explosión tan intensa que su resplandor puede incluso llegar a superar al de
toda una galaxia. Es de esta forma en que los átomos más pesados que el
hidrógeno y el helio son creados y dispersados en el universo: son cocinados a lo
largo de millones de años a millones de grados centígrados y luego segregados al
espacio en los últimos segundos de vida de sus estrellas progenitoras.

Los elementos químicos presentes en la Tierra no son la excepción; todos los


seres humanos que habitamos en ella estamos compuestos mayormente por
átomos que alguna vez, hace millones de años, fueron creados en el núcleo de
una estrella ahora ya extinta: los seres humanos estamos hechos, literalmente, de
polvo de estrellas. La naturaleza estelar de la humanidad es la conexión más
directa entre el hombre y el cosmos y es probablemente uno de los más
maravillosos descubrimientos de la astrofísica. Ser conscientes de que los átomos
de nuestro cuerpo alguna vez fueron parte de una estrella inevitablemente nos
hace reformular nuestro lugar en el universo y lo extraordinario de la naturaleza
humana: no solo existimos en este universo, el universo también existe en
nosotros.

La creación y la evolución, ¿pueden ser ambas verdad?

La Biblia dice que Dios creó “todas las cosas” (Revelación [Apocalipsis] 4:11).
También dice que no descansó hasta terminar toda su obra (Génesis 2:2). Así que
la idea está clara: Dios no creó un organismo simple, y entonces descansó y dejó
que ese organismo evolucionara durante millones de años hasta convertirse en
peces, simios y humanos. * Esta idea, llamada macro evolución, descarta al
Creador, quien, según la Biblia, creó “los cielos y la tierra, el mar y todo lo que hay
en ellos” (Éxodo 20:11; Revelación 10:6).

“Digno eres tú, Jehová, nuestro Dios mismo, de recibir la gloria y la honra y el
poder, porque tú creaste todas las cosas” (Revelación 4:11).

Además, piense en lo siguiente: La Biblia dice que “por medio de lo que Dios ha
creado, todos podemos conocerlo” (Romanos 1:20) Conocer a Dios le dará un
verdadero sentido a su vida, ya que él tiene un propósito amoroso para toda
persona que sinceramente lo busca (Eclesiastés 12:13; Hebreos 11:6)

A diferencia de lo que afirman los creacionistas, la Biblia no apoya la idea de que


Dios creó la tierra en seis días de 24 horas. La búsqueda de los orígenes de los
seres humanos y su lugar en el universo ha sido una constante desde la
Antigüedad, pero solamente desde hace un siglo y medio nos hemos podido
acercar a una comprensión del fenómeno humano, a lo que no es ajeno el avance
de la ciencia, (anatomía, biología, genética,…), y que ha llevado a replantearnos
no sólo los vínculos con el resto de los seres vivos sino también entre los seres
humanos mismos. No obstante, la interpretación de nuestra historia evolutiva ha
estado polarizada por un notable androcentrismo, esto es, ha identificado lo
masculino con lo humano en general, ignorando el papel clave que ha jugado la
hembra humana en la evolución. El objetivo de esta unidad didáctica no es sólo
mostrar cómo ha tenido lugar la evolución humana, sino hacerlo desde una
perspectiva de género, es decir, subrayando la importancia de la intervención de
las féminas en ésta. El punto de partida será una sucinta exposición del hecho
evolutivo para dejar atrás concepciones míticas e ideológicas. Haremos un rápido
recorrido desde la teoría de la selección natural de Darwin hasta las modernas
teorías surgidas en el siglo XX como resultado del nacimiento de la Genética: La
teoría Sintética de la evolución y la teoría del Equilibrio Puntuado. En el segundo
apartado nos ocuparemos del parentesco evolutivo del ser humano. La
clasificación del ser humano entre los primates y su parentesco más cercano con
el chimpancé servirá para rechazar cualquier tipo de antropocentrismo. También
señalaremos la contribución de científicas como Goodall, Fosey o Galdikas al
estudio de la conducta de los antropoides, estudios que han contribuido
decisivamente a la comprensión de los orígenes de la nuestra. El siguiente punto
será un intento de reconstruir el árbol filogenético humano, subrayando los
principales hitos, desde los primeros homínidos hasta el Homo Sapiens. Haremos
hincapié en la gran homogeneidad de nuestra especie hasta el punto de
considerar que lo que se denominan “razas humanas” no son más que categorías
definidas por razones históricas, sociales y culturales. El punto cuarto se ocupará
de estudiar los cambios anatómicos, fisiológicos y etológicos que hicieron posible
el proceso de hominización. Aquí se subrayará el papel activo que han jugado las
hembras en la evolución biológica. Tradicionalmente se ha considerado que los
aspectos más significativos de los seres humanos, por ejemplo, la fabricación de
herramientas o el desarrollo del lenguaje, fueron apareciendo gracias a
actividades exclusivamente masculinas, como la caza. Las investigaciones más
recientes, sin embargo, resaltan la importancia de los cambios acaecidos en la
fisiología femenina y del nexo de unión existente entre la hembra y su prole. El
último punto trata sobre el proceso de humanización, es decir, sobre el
surgimiento de la cultura. En este aspecto, la contribución de las mujeres ha sido
fundamental

Desde la noche de los tiempos los seres humanos se han preguntado por sus
orígenes y los del universo. Pero no ha sido hasta hace relativamente poco tiempo
(mediados del siglo XIX) que hemos podido ofrecer una respuesta científica, es
decir, una respuesta basada en evidencias empíricas. Hasta entonces, las
interpretaciones sobre nuestros orígenes y el lugar que ocupamos en el universo,
descansaban en explicaciones míticas asociadas a creencias religiosas y en
especulaciones sin base empírica alguna. 1.1. Antes de la evolución: fijismo y
creacionismo El fijismo sostiene dos ideas básicas: • Los seres vivos que
conforman las distintas especies tienen las mismas características esenciales, de
modo que cada individuo es biológicamente idéntico a sus progenitores. • Siempre
han existido las mismas especies, todas tienen la misma antigüedad y no varían
con el tiempo. El creacionismo es una teoría que se sostiene sobre el presupuesto
religioso de que la voluntad de Dios fue la causa de la existencia del mundo y de
todos los seres que lo pueblan. La doctrina judeo – cristiana, tal y como se narra
en el Génesis, sostiene la creación separada y definitiva de todas las especies
vivas y la creación del ser humano a imagen y semejanza divina. Esta concepción
armoniza perfectamente con la idea de un mundo estable en el que las criaturas
permanecen esencialmente tal y como las creó Dios en el principio. Esta
concepción ha dominado gran parte de la historia de la cultura europea y ha
servido para justificar la estructura sociopolítica como reflejo de un mundo natural
que no cambia, dado que todo fue creado por Dios con un propósito, sea cual sea
éste. Texto: Segundo relato de la creación Cuando Yahvé Elohim hizo la tierra y
los cielos, no existía ningún arbusto campestre en la tierra y no había germinado
todavía ninguna hierba del campo; porque Yahvé Elohim no había hecho llover
sobre la tierra y no existía hombre alguno para cultivar el suelo. Sin embargo, iban
surgiendo de la tierra una humedad que impregnaba toda la superficie del suelo.
Entonces Yahvé Elohim modeló al hombre (adam) de la arcilla del suelo (adamá)
e, insuflando en sus narices aliento de vida, el hombre se convirtió en ser vivo.
Luego Yahvé Elohim plantó un vergel en Edén, al oriente, y allí colocó al hombre
que había formado. Yahvé Elohim hizo germinar del suelo toda clase de árboles
hermosos de ver y buenos para comer, y asimismo, en medio del vergel, puso el
árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal. Un río brotaba de Edén
para regar el vergel, y desde allí se dividía, formando cuatro brazos. El nombre del
primero es Pishón, el cual es el que rodea todo el país de Javilá, donde se halla el
oro. El oro de ese país es bueno, dándose allí el bedelio y la piedra ónix. El
nombre del segundo río es Gijón, el cual es el que bordea todo el país de Kush. El
nombre del tercer río es Tigris, el cual recorre el este de Azur, y el cuarto río es el
Éufrates. Tomó, pues, Yahvé Elohim al hombre y le instaló en el vergel del Edén
para que lo cultivara y guardara. Luego Yahvé Elohim ordenó al hombre: “Podrás
comer libremente de cualquier árbol del vergel, pero del árbol de la ciencia del
bien y del mal no comerás, pues si comes de él, morirás sin remedio.” Yahvé
Elohim se dijo después: “No es bueno que el hombre esté solo; voy a
proporcionarle una ayuda que se le parezca.” Entonces Yahvé Elohim, habiendo
formado del suelo todo animal del campo y toda ave de los cielos, los condujo ante
el hombre para ver cómo los iba a llamar y, así, todos los seres vivos llevasen el
nombre que les diera. El hombre, pues, impuso nombres a todos los ganados, a
todas las aves del cielo y a todos los animales salvajes; pero no halló una ayuda
adecuada para sí mismo. Entonces Yahvé Elohim infundió un sopor en el hombre
y cuando se durmió, tomó una de sus costillas, cerrando con carne el hueco.
Luego Yahvé Elohim transformó en mujer la costilla que del hombre había tomado
y la presentó al hombre. El hombre dijo entonces: “¡Ésa sí que es hueso de mis
huesos y carne de mi carne! Se llamará “hembra” porque del hombre ha sido
tomada.” Por eso abandonará el hombre a su padre y su madre y se unirá con su
mujer, resultando ambos una sola carne. Ahora bien, los dos estaban desnudos, el
hombre y su mujer, pero no sentían vergüenza. Evolución los biólogos se refieren
a la idea de que las especies cambian con el paso del tiempo dando lugar a otras
nuevas, en un proceso que suele tener lugar a lo largo de cientos, miles y millones
de años. La idea de evolución biológica nació de la necesidad de explicar la
enorme diversidad de seres vivos. La evolución proporciona un vínculo entre todos
los organismos vivos, tanto actuales como pasados, situándolos en un continuo,
desde los más simples organismos unicelulares hasta los más complejos
mamíferos sociales. La evolución ha quedado establecida como un hecho porque
unifica una gran número de observaciones (anatómicas, fisiológicas, sistemáticas,
genéticas, bioquímicas, etc.). Sin embargo, la cosa varía cuando se intenta
descifrar el mecanismo evolutivo, es decir, los factores que desencadenan el
proceso evolutivo.

Conclusión

La adaptación humana con el universo ha sido proceso el cual genera mucha


controversia la verdadera complejidad que revela la maravilla del universo reside
en los seres vivos, demandantes de condiciones muy especiales para formarse y
mantenerse. Al parecer se requiere todo un universo, inmenso, ya de por sí
complicado, a fin de alcanzar el escalón más alto: la vida. Si las estrellas son
maravillosas, palidecen frente a los logros de la vida Si el Universo tiene funciones
más supremas que crear y albergar la vida, es algo que no sabemos. Nos sigue
pareciendo que somos la obra máxima de la creación. Pero bien podría ser que el
universo tuviera otras funciones distintas y hasta superiores que la vida. Como
somos nosotros los que estudiamos el asunto, nos sesgamos pensando que
somos lo más importante y no vemos otras opciones que podrían ser más
complejas que la vida la cosmología moderna nos ha enseñado que el universo
comenzó con un tamaño millones de veces más pequeño que el de un átomo y
desde entonces no ha detenido su expansión significa que en algún instante justo
después del Big Bang el universo necesariamente estuvo contenido en un
volumen no más grande que el de una ciruela: el universo entero cabía en la
palma de una mano
E-Grafía

http://www.xtec.cat/~vmessegu/personal/fona/adapta1.htm

https://www.jw.org/es/publicaciones/revistas/g201510/adaptacion-o-evolucion/

https://www.letraslibres.com/mexico/la-vida-y-el-universo

https://revistaideele.com/ideele/content/el-universo-en-el-hombre

NOMBRE: María Alessandra Solval Ramírez

CARNET: 201942557

DPI: 3249 35706 1008

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