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Hablando de artes, en La República las clasificó en artes que utilizan los objetos,
artes que los fabrican y artes que los imitan. También en El Sofista realizó una
división parecida; habló de Ktética como el arte de aprovechar lo que se halla en la
naturaleza (pesca, caza) y de Poética como el arte de producir lo que no se encuentra
en ella. Dentro de esta última, diferenció entre arte que sirve directamente al
hombre, arte que lo sirve indirectamente y arte que imita.
En época de Platón, la escultura y la pintura comenzaban a representar la realidad,
así que tenemos que hablar también de MÍMESIS. Surge la cuestión de si esa
representación de la realidad por parte del arte se hace conforme a la verdad.
Platón entiende como mímesis la reproducción o repetición del aspecto de las cosas,
y cree que el pintor o el escultor, al imitar al hombre, no crean otro hombre parecido,
sino su imagen. Esa imagen pertenece a un orden distinto al del hombre real, pese a
sus semejanzas. El artista crea una imagen irreal parecida a la realidad.
Dos eran los objetivos básicos del arte para Platón: la utilidad, entendida en un
sentido moral, como medio para formar el carácter, y la justedad: debía atenerse a
las leyes que rigen en el mundo. La noción de justedad se refiere a lo oportuno,
acertado, conveniente y sin desviaciones hacia los extremos. Cálculo y medida
garantizan la justedad, por herencia pitagórica. Consiste en la disposición adecuada
de los elementos de una obra, su orden interno, la conveniencia entre las partes y el
todo.
¿Por qué condenó Platón el arte de su tiempo? Por aspirar la novedad y la variedad,
por sus efectos subjetivos y sus deformaciones de la perspectiva y, ya lo hemos dicho,
por su ilusionismo. Creía que representaba la realidad deformándola,
proporcionando así una imagen ilusoria (mala mímesis). E incluso cuando no la
deformaba (practicando una “buena” mímesis) representaba solo el aspecto
superficial de las cosas.
El concepto de arte de Aristóteles no era estático sino dinámico, pues daba más
importancia al proceso de producción que al producto acabado. Hace hincapié en
su factor intelectual, en los conocimientos indispensables para crear una obra,
porque no hay arte sin reglas generales.
Las condiciones aristotélicas para que el arte se haga posible son conocimiento,
capacidades innatas y eficiencia. El conocimiento necesario en un arte no es
puramente teórico, ha de ser un conocimiento general adquirido mediante la
experiencia. La habilidad requerida se obtiene con la práctica. El ejercicio es
esencial: el arte puede y debe ser aprendido, pero también son indispensables las
capacidades innatas.
Para Aristóteles, los posibles reproches a hacer a una obra de arte son: que sea
imposible por su contenido, que no concuerde con la razón, que sea inmoral,
contradictoria o que viole las reglas del arte. En su opinión, todas las artes debían
respetar las reglas lógicas y morales, pero presupone que cada una está sujeta a sus
propias leyes. El criterio lógico lo considera relativo, y solo el estético es criterio
absoluto.
Los requisitos del arte debían cumplirse siempre; las exigencias lógicas, solo cuando
las artísticas no implican otra cosa.
En lo relativo a la belleza, en opinión de Aristóteles es bello lo que es valioso por sí
mismo y a la vez nos agrada, lo que es apreciado por sí mismo (no por su utilidad) y
nos proporciona placer o admiración. Esta definición, por tanto, comprende la
belleza estética pero no se limita a ella.
De este modo, todo lo bello es bueno, pero no todo lo bueno es bello, sino solo lo que
a su vez es agradable.
En cualquier caso, solo puede ser bello lo que es perceptible. Las cosas
limitadas gustan porque son perceptibles por los sentidos y la razón.
En cuanto a la experiencia estética, Aristóteles no se refiere a ella con un término
específico. Entiende que se trata de vivir un goce del que el sujeto no puede
desprenderse, por quedar fascinado o encantado. Esta experiencia puede ser intensa,
pero también insuficiente o excesiva, y es exclusiva del hombre. Se debe a las
impresiones sensoriales, pero no depende de la agudeza de los sentidos. El goce se
debe a la experiencia misma y no a lo que se asocia a ella.
LAS IDEAS ESTÉTICAS DE LOS PITAGÓRICOS, DEMÓCRITO Y
SÓCRATES
Junto al gran arte clásico griego, en los siglos V y IV a.C. se desarrolló una incipiente
teoría del arte en cuya creación participaron también los artistas. Sus tratados
transmitían conocimientos técnicos, experiencias prácticas y reflexiones generales
sobre las reglas de la simetría (symmetria), los cánones y los principios estéticos.
Del legado de Sileno, Ictinos, Polícleto, Parrasio o Nicias podemos deducir que en el
periodo clásico las obras se sometían a los cánones, se atenían a las proporciones
matemáticas (aunque se produjera algún desvío) y abandonaron las tradicionales
formas esquemáticas anteriores en favor de las orgánicas.
La suya era una estética de formas canónicas basada en la convicción de que existe
una belleza objetiva y unas proporciones perfectas. Esa belleza objetiva
consistía en números y medidas, pero la interpretación individual del artista
contaba con su margen de libertad y las proporciones y escala humana fueron la
mayor fuente de inspiración (el canon de Policleto expresa en números formas
orgánicas).
La belleza del arte clásico deriva de la naturaleza y la clásica es una estética estática
que prioriza el equilibrio y el reposo y atribuye más valor a la simplicidad que a la
riqueza. Por eso nos referimos a la belleza clásica como espiritual y física, de forma
y contenido, de unidad-alma cuerpo.
Hemos hablado ya de las ideas estéticas de Platón y Aristóteles, y esta vez vamos a
referirnos a las de los pitagóricos, que formaban una comunidad de carácter moral
y religioso, aunque realizaban también investigaciones científicas, sobre todo
matemáticas. Surgieron en las colonias griegas de Italia y ese doble carácter
científico y religioso de su actividad influyó en su pensamiento estético.
Concibieron la belleza como armonía y a esta como propiedad del cosmos. Según
Filolao, se define como unión de dos cosas formadas por varias sustancias
mezcladas, es decir, por un consenso de lo que disiente, la unidad entre diferentes;
no es cualidad de una cosa particular y depende de medidas y proporciones, de
números. Por eso consideraban la armonía de los sonidos como expresión del orden
interno en la estructura de las cosas.
También habló Demócrito de inspiración. Dijo que no podía existir buen poeta sin
entusiasmo, sin cierto soplo de locura (furor), entendiendo que la creación poética
procedía de un estado especial de la mente, distinto al normal. Estas ideas rompen
con la tradición de los poetas que atribuían su creación a la inspiración divina y
acabaron concerniendo a todas las artes, música incluida.
Adentrándonos ya en Sócrates, hay que decir que nuestra principal fuente sobre sus
ideas estéticas son los Recuerdos de Sócrates de Jenofonte. Representa el polo
opuesto a los sofistas: era adversario del relativismo en todo lo que no se relacionara
con estética. Bien y verdad eran para él valores absolutos, pero sí veía elementos
relativos en el arte.
Diferenció ya Sócrates los rasgos que distinguen, en general, las actuales Bellas Artes
del resto de actividades humanas, y el suyo fue uno de los primeros intentos
clasificatorios en ese sentido. Mientras el resto de las artes crean objetos que la
naturaleza no produce, pintura y escultura repiten e imitan lo ya existente en la
misma; tienen un carácter imitativo y representativo.
Compartió ideas sobre la idealización: al reproducir figuras hermosas, no es fácil
encontrar a un hombre en el que todo sea irreprochable. Reuniendo de muchos lo
más hermoso de cada uno, se hace que parezcan hermosos los cuerpos enteros.
Desde que nació en Grecia la idea de arte como representación, siempre estuvo
vinculado a la idealización.
Tomado de:
TATARKIEWICZ, Władysław. Historia de seis ideas: arte, belleza, forma, creatividad,
mímesis, experiencia estética, Barcelona, Tecnos, 2015.
VERNANT, J. P., Los orígenes del pensamiento griego, Barcelona, Paidós, 1992.