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PLATÓN Y LOS PROBLEMAS DEL ARTE

Platón no se ocupó nunca de la estética como tal,


pues la teoría del arte no figuró nunca entre sus
investigaciones; pero en La República y Las
Leyes sí se refirió muchas veces a los problemas
del arte y la belleza. Las cuestiones estéticas se
entrelazan en su pensamiento con las metafísicas
y éticas, que influyen sobre las primeras. En sus
textos, por primera vez, belleza y arte quedaron
incluidos en un gran sistema filosófico, idealista,
espiritualista y moralista.

LA BELLEZA NO ES SOLO SENSORIAL


En El Banquete se refirió a la BELLEZA y la alabó
como algo por lo que merece la pena vivir, pero
entendiéndola en el sentido amplio en el que la
concebían los griegos y no solo referida a objetos
materiales, sino también a materias psíquicas y
sociales, caracteres y sistemas políticos, la virtud y la verdad. Es bello todo lo que
causa admiración, no solo a los ojos o a los oídos: Platón manejaba un concepto de
belleza muy amplio que abarcaba a la vez valores estéticos, cognitivos y morales, la
justicia, las buenas costumbres, la ciencia, la virtud…
Si nos fijamos, esta idea de lo bello difiere muy poco del concepto de bien.
Platón equipara la belleza a la verdad y la bondad, sin elevarla por encima de
ellas.

En un diálogo de Hipias, el filósofo tomó en consideración cinco definiciones de lo


bello: lo conveniente, lo útil, lo que sirve para lo bueno, lo que da placer a vista y
oídos y la grata utilidad. En resumen, Platón acepta la definición de Sócrates de que
lo bello es lo conveniente (lo apto para su fin) pero la somete a dos objeciones: según
la primera, lo que es adecuado puede ser un medio para llegar a lo bueno, pero no
constituye lo bueno en sí mismo, mientras que lo bello siempre es bueno, y según la
segunda, entre los objetos, cuerpos y formas hermosos algunos los apreciamos por
su utilidad, pero otros los valoramos en sí mismos, y a estos últimos la definición
socrática se les queda corta.
Platón no aceptaba la idea, proveniente de los sofistas, de que lo bello sea lo que
produce placer a los sentidos, porque para él, dicho placer no puede ser el rasgo que
defina la belleza, al existir placeres no vinculados a ella.
El filósofo pretendía alcanzar una interpretación objetiva de lo bello; no se
interesaba por lo que se entendía comúnmente por belleza sino por lo que ésta es en
sí misma. El placer, fugaz, no sirve como prueba de una cualidad permanente como
es la belleza, que no se limita a los objetos sensibles, sino que es propiedad objetiva
de las cosas bellas.

La prueba de la existencia de la belleza es un innato sentido de lo bello, y no un


efímero sentimiento de placer. Para entendernos: no todo lo que nos gusta es bello
de verdad, a veces solo lo aparenta. Existe una belleza verdadera contrapuesta a una
belleza ilusoria.
La captación de lo bello es para Platón una particularidad del hombre que manifiesta
nuestro parentesco con los dioses.

Asumiendo (aunque ampliándola) la concepción pitagórica de la belleza como orden,


proporción y armonía, censuró el arte ateniense de su época por considerar que
había perdido la medida y distinguió entre buen arte (el basado, precisamente, en la
medida) y mal arte (el apoyado en las reacciones sensoriales y emotivas de los
hombres), porque no consideraba las formas bellas superiores al contenido.

Defensor de la existencia de cuerpos y almas, de objetos sensibles y perecederos e


Ideas eternas, creía Platón que la belleza no se puede limitar a los cuerpos, pues es
propiedad también de almas e Ideas. La belleza espiritual es superior a la corpórea,
pero no la más perfecta porque la belleza máxima se halla en la Idea, que es la belleza
misma. Si cuerpos y almas son bellos es porque son semejantes a la Idea y
el grado de belleza de las cosas depende de su mayor o menor distancia respecto a la
Idea de lo bello.

ARTE Y BELLEZA: LA DISTANCIA


Platón encontraba la mayor belleza en el universo, no en el ARTE, y en muchas de
las artes, en realidad, no veía vínculo alguno que las uniera con la belleza. Mantenía
la definición griega de arte como todo lo que el hombre produce con habilidad
y para algún fin.

Hablando de artes, en La República las clasificó en artes que utilizan los objetos,
artes que los fabrican y artes que los imitan. También en El Sofista realizó una
división parecida; habló de Ktética como el arte de aprovechar lo que se halla en la
naturaleza (pesca, caza) y de Poética como el arte de producir lo que no se encuentra
en ella. Dentro de esta última, diferenció entre arte que sirve directamente al
hombre, arte que lo sirve indirectamente y arte que imita.
En época de Platón, la escultura y la pintura comenzaban a representar la realidad,
así que tenemos que hablar también de MÍMESIS. Surge la cuestión de si esa
representación de la realidad por parte del arte se hace conforme a la verdad.
Platón entiende como mímesis la reproducción o repetición del aspecto de las cosas,
y cree que el pintor o el escultor, al imitar al hombre, no crean otro hombre parecido,
sino su imagen. Esa imagen pertenece a un orden distinto al del hombre real, pese a
sus semejanzas. El artista crea una imagen irreal parecida a la realidad.

La característica esencial de las artes imitativas (pintura, escultura, música, poesía)


es la creación de obras irreales. Una copia fiel no tiene valor artístico, pues solo es
una copia del original, pero una imitación fiel es, aún más, una falsedad. Ya no es
una imitación infiel sino una ilusión, un engaño.
Una copia fiel no tiene valor artístico, pues solo es una copia del original, pero una
imitación fiel es, aún más, una falsedad.
Lejos de ser la mímesis un rasgo esencial del arte, el filósofo creía que este cumplirá
su objetivo cuando se libre del Ilusionismo.

Dos eran los objetivos básicos del arte para Platón: la utilidad, entendida en un
sentido moral, como medio para formar el carácter, y la justedad: debía atenerse a
las leyes que rigen en el mundo. La noción de justedad se refiere a lo oportuno,
acertado, conveniente y sin desviaciones hacia los extremos. Cálculo y medida
garantizan la justedad, por herencia pitagórica. Consiste en la disposición adecuada
de los elementos de una obra, su orden interno, la conveniencia entre las partes y el
todo.

¿Por qué condenó Platón el arte de su tiempo? Por aspirar la novedad y la variedad,
por sus efectos subjetivos y sus deformaciones de la perspectiva y, ya lo hemos dicho,
por su ilusionismo. Creía que representaba la realidad deformándola,
proporcionando así una imagen ilusoria (mala mímesis). E incluso cuando no la
deformaba (practicando una “buena” mímesis) representaba solo el aspecto
superficial de las cosas.

Además –pensaba Platón- corrompía los sentimientos y los estimulaba cuando el


hombre debía guiarse solo por la razón.
ARISTÓTELES, EL ARTE Y LA
FELICIDAD
Los tratados sobre teoría del arte de Aristóteles
(s IV a. C) se han perdido, excepto Poética, que
no se conserva al completo. Trata los problemas
de la fábula y el lenguaje, pero también incluye
observaciones generales sobre estética, asunto
que también abordó en Retórica y Política.
Aristóteles sintetizó, transformó y desarrolló las
ideas estéticas de su maestro Platón y fue el
primer filósofo en enunciar sus investigaciones
en este sentido sistemáticamente.

Asumió la idea de arte de la que se servían los


griegos de modo intuitivo, pero estableció una
definición, convirtiéndola en verdadero
concepto. Para Aristóteles el arte es una actividad humana, lo que lo distingue
de la naturaleza. Reside en el proceso de producción y no en lo producido: los
productos del arte pueden ser o no ser; los de la naturaleza surgen de la necesidad.
Cada arte es una producción, pero no cada producción es un arte: solo lo es la
producción consciente basada en el conocimiento. La basada en el instinto, la
experiencia o la práctica no es arte. Según esta definición, para Aristóteles eran artes
no solo las que hoy conocemos como Bellas Artes, también la artesanía, la zapatería
o la construcción de barcos, y también al conocimiento que las posibilita, base de la
producción, lo llama arte.

El concepto de arte de Aristóteles no era estático sino dinámico, pues daba más
importancia al proceso de producción que al producto acabado. Hace hincapié en
su factor intelectual, en los conocimientos indispensables para crear una obra,
porque no hay arte sin reglas generales.

El concepto aristotélico de arte se mantuvo durante casi 2000 años. Solo


moderadamente se comenzó a entender el arte únicamente como arte bello y, en
segundo término, más bien como producto y no como proceso de actividad.

Las condiciones aristotélicas para que el arte se haga posible son conocimiento,
capacidades innatas y eficiencia. El conocimiento necesario en un arte no es
puramente teórico, ha de ser un conocimiento general adquirido mediante la
experiencia. La habilidad requerida se obtiene con la práctica. El ejercicio es
esencial: el arte puede y debe ser aprendido, pero también son indispensables las
capacidades innatas.

Aristóteles no llegó a formular el concepto de Bellas Artes como tal y rechazó la


división sofista entre las artes útiles y las placenteras ya que, para él, la poesía, la
escultura o la música, no siendo artes útiles, tampoco están al servicio exclusivo del
placer. Siguiendo la estela de Platón, distinguió entre las artes que realizan lo que la
naturaleza es incapaz de terminar y las artes que imitan lo que aquella hace. Entre
estas últimas incluiría la pintura, la escultura, la poesía y parte de la música. Su
característica esencial, su medio y su fin es la imitación, que Aristóteles entendía
como una actividad natural e innata del hombre, que le proporciona satisfacción.
Esto explica también por qué el arte es fuente de placer cuando imita objetos que en
la naturaleza no gustan.

La mímesis no la concibió Aristóteles como el mero hecho de copiar fielmente. El


artista, al imitar la realidad, la puede presentar como es, embellecida o afeada. Es
posible para el arte mejorar o empeorar los objetos reales, lo que no significa copiar.
Sí era una exigencia para Aristóteles que el arte representase las cosas que tienen un
significado general y que son típicas, aunque entendía que el artista tenía derecho a
introducir en su obra cosas imposibles si lo requería el objetivo que se había
propuesto.

Más importante que lo representado, sus formas y colores, es su composición y


armonía. No importan los objetos particulares que el artista imita, sino el nuevo
conjunto que con ellos crea. Ese conjunto no se evalúa comparándolo con la realidad,
sino tomando en cuenta su estructura interna y su resultado.
En cuanto al fin del arte, para Aristóteles no existe intención del artista, en cuanto
que la imitación es una tendencia natural hombre, un objetivo en sí mismo que no
sirve para ningún otro fin. Pero, en cuanto a los efectos que produce su obra,
contribuye a la realización del fin supremo del hombre: la felicidad, lográndose eso
mediante la schole, es decir, el ocio o tiempo libre. El arte es capaz y digno de ocupar
el ocio y ofrecer felicidad.

Arte y naturaleza proporcionan formas distintas de placer. En la primera, los objetos


mismos actúan sobre nosotros y el placer que obtenemos de ellos se debe a que
reconocemos su semejanza con las cosas reales y contemplamos la maestría del
artista. La función del arte no se limita al placer, pero este es un elemento
importante, no solo en su sentido sensorial, también en el intelectual más
profundo. Los placeres intelectuales prevalecen en poesía y música y los sensoriales
en artes plásticas.

Para Aristóteles, los posibles reproches a hacer a una obra de arte son: que sea
imposible por su contenido, que no concuerde con la razón, que sea inmoral,
contradictoria o que viole las reglas del arte. En su opinión, todas las artes debían
respetar las reglas lógicas y morales, pero presupone que cada una está sujeta a sus
propias leyes. El criterio lógico lo considera relativo, y solo el estético es criterio
absoluto.

Los requisitos del arte debían cumplirse siempre; las exigencias lógicas, solo cuando
las artísticas no implican otra cosa.
En lo relativo a la belleza, en opinión de Aristóteles es bello lo que es valioso por sí
mismo y a la vez nos agrada, lo que es apreciado por sí mismo (no por su utilidad) y
nos proporciona placer o admiración. Esta definición, por tanto, comprende la
belleza estética pero no se limita a ella.
De este modo, todo lo bello es bueno, pero no todo lo bueno es bello, sino solo lo que
a su vez es agradable.

Las cualidades que deciden sobre la belleza son el orden y la dimensión.


Orden es la disposición adecuada, la forma. Aristóteles introdujo este
término en ciencia, y pasó a la estética posteriormente. Identifica orden con
moderación, por herencia pitagórica. La proporción hace a las cosas bellas no porque
sea perfecta en sí, sino porque se ajusta a la naturaleza y al objetivo de las cosas
(atendiendo a Sócrates).
La dimensión, por su parte, es en este contexto la medida apropiada para cada
objeto. Los objetos grandes gustan más que los pequeños y los hombres de pequeña
estatura pueden resultar agraciados, pero no hermosos. Reconoce Aristóteles que los
objetos bellos no pueden ser excesivamente grandes.

En cualquier caso, solo puede ser bello lo que es perceptible. Las cosas
limitadas gustan porque son perceptibles por los sentidos y la razón.
En cuanto a la experiencia estética, Aristóteles no se refiere a ella con un término
específico. Entiende que se trata de vivir un goce del que el sujeto no puede
desprenderse, por quedar fascinado o encantado. Esta experiencia puede ser intensa,
pero también insuficiente o excesiva, y es exclusiva del hombre. Se debe a las
impresiones sensoriales, pero no depende de la agudeza de los sentidos. El goce se
debe a la experiencia misma y no a lo que se asocia a ella.
LAS IDEAS ESTÉTICAS DE LOS PITAGÓRICOS, DEMÓCRITO Y
SÓCRATES

Junto al gran arte clásico griego, en los siglos V y IV a.C. se desarrolló una incipiente
teoría del arte en cuya creación participaron también los artistas. Sus tratados
transmitían conocimientos técnicos, experiencias prácticas y reflexiones generales
sobre las reglas de la simetría (symmetria), los cánones y los principios estéticos.

Del legado de Sileno, Ictinos, Polícleto, Parrasio o Nicias podemos deducir que en el
periodo clásico las obras se sometían a los cánones, se atenían a las proporciones
matemáticas (aunque se produjera algún desvío) y abandonaron las tradicionales
formas esquemáticas anteriores en favor de las orgánicas.

La suya era una estética de formas canónicas basada en la convicción de que existe
una belleza objetiva y unas proporciones perfectas. Esa belleza objetiva
consistía en números y medidas, pero la interpretación individual del artista
contaba con su margen de libertad y las proporciones y escala humana fueron la
mayor fuente de inspiración (el canon de Policleto expresa en números formas
orgánicas).
La belleza del arte clásico deriva de la naturaleza y la clásica es una estética estática
que prioriza el equilibrio y el reposo y atribuye más valor a la simplicidad que a la
riqueza. Por eso nos referimos a la belleza clásica como espiritual y física, de forma
y contenido, de unidad-alma cuerpo.

Hemos hablado ya de las ideas estéticas de Platón y Aristóteles, y esta vez vamos a
referirnos a las de los pitagóricos, que formaban una comunidad de carácter moral
y religioso, aunque realizaban también investigaciones científicas, sobre todo
matemáticas. Surgieron en las colonias griegas de Italia y ese doble carácter
científico y religioso de su actividad influyó en su pensamiento estético.
Concibieron la belleza como armonía y a esta como propiedad del cosmos. Según
Filolao, se define como unión de dos cosas formadas por varias sustancias
mezcladas, es decir, por un consenso de lo que disiente, la unidad entre diferentes;
no es cualidad de una cosa particular y depende de medidas y proporciones, de
números. Por eso consideraban la armonía de los sonidos como expresión del orden
interno en la estructura de las cosas.

El cosmos (orden) lo entienden como el universo armónicamente construido.


Cada uno de sus movimientos regulares emite un sonido armonioso, por lo que creen
los pitagóricos en una consonancia general de todo el universo que estaría
continuamente produciendo una “música de las esferas” que somos incapaces de
percibir precisamente por su carácter permanente. Entendían los pitagóricos que la
forma del mundo debía ser esférica, por ser la más regular y armoniosa.
La música seguía siendo para ellos el arte expresivo de la triúnica choreia (poesía,
música y danza), pero observan que la danza y el canto afectan, no solo a quien las
practica, también al espectador y al oyente. Comprendieron que, para sentir
emociones intensas, no había necesariamente que participar en ellas, podía bastar
con verlas.

La música -creían- puede actuar sobre el alma para mejorarla o corromperla. La


vinculaban a la psicagogia (guía de las almas), concediéndole el poder de conducir
a la psique al ethos (carácter) o al pathos (emociones) según se tratase de buena o
mala música. Le atribuyen además un poder órfico de purificación de las almas y un
valor catártico, ético y religioso que no concedían a ningún otro arte. El objetivo de
la música, para Pitágoras y sus seguidores, no era únicamente proporcionar placer,
sino sobre todo formar el carácter.

Otro concepto estético fundamental para los pitagóricos fue el de contemplación,


que el mismo Pitágoras opuso al de actividad. La actitud del espectador era la
contraria a una actitud activa. Según Diógenes Laercio, para Pitágoras la vida era
como el juego: unos participan, otros comercian y otros solo miran. Esta última
actitud era la que el filósofo consideraba más noble, pues no aspira a fama ni
ganancias, solo al conocimiento.

Consideran comprensible solo lo calculable, regular y claro. Solo lo comprensible es


razonable y solo lo razonable podía ser bueno y bello. Lo irregular e ilimitado (el
caos) era incomprensible e irracional y no podía ser ni bueno ni bello.
Platón sostuvo en Atenas la doctrina pitagórica, pero los representantes de la cultura
jonia también asumieron la idea pitagórica de armonía. Heráclito, miembro de la
primera escuela filosófica griega, observó en el mundo sobre todo la diversidad,
mutabilidad y los contrastes, pero también supo apreciar la unidad y armonía.
Precisamente dijo que la armonía más hermosa era la que procedía de la diversidad
de sonidos, o de fuerzas opuestas. Puso como ejemplo el arco y la lira: disparan y
suenan mejor cuanto mayores son sus tensiones y más divergentes las fuerzas que
actúan en su interior.

A Demócrito, de la escuela atomista, no lo conocemos a raíz de sus escritos, porque


se han perdido, sino a través de títulos o pequeños fragmentos que indican que
teorizó sobre las artes plásticas y la poesía.
Manifestó la dependencia del arte de la naturaleza; hablando de la imitación de la
segunda por el primero con el término “mímesis” (remedar a la naturaleza en sus
modos de obrar). Sobre la influencia ejercida por el arte, decía que los grandes
placeres nacen de contemplar las cosas hermosas, ligando los conceptos de
contemplación, belleza y alegría. Como hedonista, valoraba el arte y la belleza desde
el placer o júbilo que proporcionan.

También habló Demócrito de inspiración. Dijo que no podía existir buen poeta sin
entusiasmo, sin cierto soplo de locura (furor), entendiendo que la creación poética
procedía de un estado especial de la mente, distinto al normal. Estas ideas rompen
con la tradición de los poetas que atribuían su creación a la inspiración divina y
acabaron concerniendo a todas las artes, música incluida.
Adentrándonos ya en Sócrates, hay que decir que nuestra principal fuente sobre sus
ideas estéticas son los Recuerdos de Sócrates de Jenofonte. Representa el polo
opuesto a los sofistas: era adversario del relativismo en todo lo que no se relacionara
con estética. Bien y verdad eran para él valores absolutos, pero sí veía elementos
relativos en el arte.

Diferenció ya Sócrates los rasgos que distinguen, en general, las actuales Bellas Artes
del resto de actividades humanas, y el suyo fue uno de los primeros intentos
clasificatorios en ese sentido. Mientras el resto de las artes crean objetos que la
naturaleza no produce, pintura y escultura repiten e imitan lo ya existente en la
misma; tienen un carácter imitativo y representativo.
Compartió ideas sobre la idealización: al reproducir figuras hermosas, no es fácil
encontrar a un hombre en el que todo sea irreprochable. Reuniendo de muchos lo
más hermoso de cada uno, se hace que parezcan hermosos los cuerpos enteros.
Desde que nació en Grecia la idea de arte como representación, siempre estuvo
vinculado a la idealización.

También entendió Sócrates que el arte no representa solo al cuerpo,


también al alma. Puede ser seductor, dulce, amable, deseable y encantador. Su
noción de belleza espiritual se alejaba de la pitagórica: para Sócrates, la belleza no
depende solo de la proporción, también de la expresión del alma. La belleza socrática
es más próxima al hombre; la pitagórica, al cosmos.

Bello es lo que sirve a su objetivo y se adapta a su fin. Parece una tesis


relativista, pero se aleja de los sofistas en que, para Sócrates, un escudo es bello
cuando corresponde a su fin; para los sofistas, cuando conviene al gusto
del que lo mira.
La belleza de la adaptación al fin Sócrates la llamó armotton (de la misma raíz que
armonía) y los griegos posteriores, prepón. Los romanos la tradujeron
como decorum o aptum y distinguieron entre dos tipos de belleza: pulchrum (cosas
bellas por su forma) y decorum (por su objetivo o utilidad).
Para Sócrates, las buenas proporciones se caracterizaban por la medida
y el ritmo; las llamaba eurítmicas. Este término, junto a los de armonía y simetría,
llegó a ser para los griegos básico para designar la belleza en sentido estricto.

Tomado de:
TATARKIEWICZ, Władysław. Historia de seis ideas: arte, belleza, forma, creatividad,
mímesis, experiencia estética, Barcelona, Tecnos, 2015.
VERNANT, J. P., Los orígenes del pensamiento griego, Barcelona, Paidós, 1992.

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