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El Imperio Romano comenzó como una pequeña ciudad-estado en la península itálica

alrededor del siglo VIII a.C. Con el tiempo, expandió su dominio a través de conquistas militares
y alianzas políticas. En el siglo III a.C., Roma había conquistado toda la península itálica y había
establecido su control sobre la región del Mediterráneo. Las guerras púnicas con Cartago
expandieron aún más su influencia, permitiendo la conquista de Sicilia, Córcega, Cerdeña, y
finalmente, la península ibérica y el norte de África.

La expansión romana continuó en el este, donde conquistaron Grecia, Macedonia, Asia Menor
y partes del Medio Oriente. Julio César y luego Augusto expandieron el imperio hacia el norte,
anexando la Galia (actual Francia) y gran parte de Europa central. Esta vasta expansión
territorial convirtió al Imperio Romano en una superpotencia mundial.

Organización:

El Imperio Romano estaba organizado en una serie de estructuras políticas, militares y


administrativas. En la cúspide estaba el emperador, quien tenía poder absoluto y era
considerado divino. Bajo el emperador, el Senado Romano tenía funciones legislativas y
consultivas.

El imperio estaba dividido en provincias, cada una gobernada por un procónsul o un legado
designado por el emperador. Roma también tenía una vasta red de caminos, conocidos como
las calzadas romanas, que facilitaban la comunicación y el comercio dentro del imperio.

El ejército romano desempeñaba un papel crucial en la expansión y el mantenimiento del


imperio. Estaba organizado en legiones, unidades militares altamente disciplinadas y bien
entrenadas. Los soldados romanos eran ciudadanos que recibían tierras y privilegios a cambio
de su servicio militar.

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