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El Hábeas Christi, era la fiesta católica en contra de la duda de los protestantes. El son de
los diablos como danza forma parte de esta fiesta desde una fecha imprecisa pero lo que
sí queda claro es que, a fines del siglo XVIII, ya estaba implantado en el Perú.
El Cabildo (compuesto por alcaldes o jueces municipales y por los concejales o regidores),
fue un organismo representativo de la comunidad que velaba por el buen funcionamiento
de una ciudad y tenía jurisdicción sobre el territorio de la misma.
Este Cabildo invitó a los africanos de diferentes etnias a representar detrás de la procesión
del Corpus Christi, las danzas de sus países.
Las diferentes etnias citadas desfilaban detrás de la procesión con las armas e
indumentarias de sus países, escudos, lanzas, flechas, etc. Se cubrían con pieles de
animales, plumas etc. y entre brincos: lanzaban cantos que para los europeos eran alaridos,
algunos disparaban armas de fuego que les fueron prohibidas.
Para la clase dominante este espectáculo era lascivo, pernicioso, y es cuando imponen a
los danzantes moderación en sus movimientos y cambio en su vestimenta (usar vestimenta
europea), la misma que pintó Pancho Fierro.
Con el correr del tiempo esta danza se repitió en las fiestas carnavalescas con otro tipo de
vestimenta y música evolucionada por los danzantes populares de diferentes zonas de la
costa y barrios de Lima.
En los relatos de viajeros encontramos testimonio de la presencia de población negra y de
su actividad musical al mismo tiempo que comprobamos dicha actitud frente a la cultura
con rasgos africanos, que ha permanecido durante la república, como podemos ver en un
relato de E. Carrera quien, ya en este siglo, se expresaba así de los carnavales limeños:
“El llamado “Son de los Diablos” fue otro número que provocaba revuelo en algunas calles.
Lo componían grupos de negros granadazos y pestíferos, horrorosamente disfrazados de
aquellos y casi siempre en bomba que, portando enormes quijadas de burro, al sonido de
flautas, tamboriles y otros instrumentos, músicos del más feo gusto, se detenían frente a
las casas a bailar y gritar hechos unos verdaderos escapados del infierno...” Ya en épocas
anteriores, se había hecho explícita la prohibición de formas musicales y bailes que eran
contrarias a las normas estéticas, morales o sociales de los sectores dominantes, como es
el caso del Panalivio u otros géneros musicales. Así también es notable la cantidad de
alusiones que se encuentran en documentos históricos sobre el carácter “indecente”,
“inmoral”, “obsceno”, “lascivo” de danzas que constantemente fueron prohibidas durante el
régimen colonial.
En esta expresión, rescatamos tres etapas diferentes en una sola danza…El Son de los
Diablos.
Desde que llegaron los esclavos africanos al Perú, los españoles trataron de destruir sus
tradiciones culturales “salvajes” e imponerles nuevas tradiciones. Crearon para ellos un
folklore artificial.
Durante toda la colonia, los negros tuvieron que aceptar este folklore impuesto que era su
único medio de diversión. Para que su trabajo sea más productivo, era necesario
permitirles festejar de vez en cuando. A estos intereses de los propietarios de esclavos,
se añadían los intereses de la Iglesia, que utilizó el folklore para “cristianizar” a los negros:
creó fiestas de santos negros, fiestas de cofradías negras, etc. Aprovechaba el gusto de
los africanos por las procesiones, las ceremonias públicas, la música, etc., utilizándolos
para el culto católico.
Este folklore impuesto a los negros cumplía, pues, una función de control racial. Esta
función era particularmente visible en la representación dramática de la lucha entre Moros
y cristianos, que se escenificaba mucho todavía en el siglo pasado e incluso al principio de
este siglo. Esta representación folklórica era de origen español y celebraba la victoria de
los españoles sobre los moros invasores. Los conquistadores la trajeron al Perú y la hicieron
representar por sus esclavos negros. L idea era doble: afirmar la superioridad del blanco
sobre el negro y afirmar la superioridad del cristiano sobre el pagano. Así los trabajadores
negros eran implícitamente invitados a respetar a sus patrones y a cristianizarse.
Mojiganga
Para el Perú costeño esta palabra se halla íntimamente ligada a la costumbre que desde el
siglo XVI se originó en España de obligar a que los esclavos negro y mulatos acompañaran
las procesiones religiosas, de cuyo cortejo hacía un siglo que formaban parte cantores,
bailarines y comediantes.
Eso explica que cuando se verificó la conquista del Perú y con ello la inmigración forzada
de afronegros, éstos desempeñarán un papel activo en nuestras procesiones. Según
informa Guillermo Lohman en su primer tomo sobre el arte dramático en Lima, ya en 1560
y 1562 se celebró con danzas e invenciones el Hábeas Christi limeño, y desde 1563 las
actividades de esa clase terminaban con una representación escénica. Dice este erudito
autor que la música y el baile parece que eran indispensable acompañamiento, y registra
nombres, de músicos, cantantes y acróbatas, dando también un dato muy interesante en
relación con este artículo: que las cofradías de negros, mulatos e indios estaban obligadas
a presentar sus danzas típicas, en estas celebraciones.
Este preámbulo viene al caso para que el lector explique el estrecho enlace que creemos
hallar en el Perú, entre las procesiones, los negros costeños y la voz “mojiganga”. Este
tema lo hemos desarrollado, en extensión, en el ensayo que en párrafos subsiguientes
mencionamos. Ahora nos limitamos a dar precisas y breves informaciones que beneficiarán
al lector.
En los finales del siglo XVII, al describir Caviedes a un limeño que fungía de médico lo
apostrofó diciéndole: “A ti, quincucho de médico y licenciado galápago, mojiganga de la
física, tuerto en derecho de párroco...”.
Algo después, por el año 1817, el alcalde del Cabildo de Lima comunicó a los curas de las
parroquias que en las presiones de Cuasimodo y Hábeas quedaban prohibidas las tarascas,
diablos, gigantes, papahuevos y “otras mojigangas” (Palma, Tradiciones, 905). Estas se
presentaban también en las corridas de toros, pues el mismo tradicionista dice (p. 889),
describiendo una corrida de 1815, que Mañuco el Parlampám se presentó “vestido de
monigote en la mojiganga..., desempeñándose con tanto gracejo que conquistó no poca
pulachería”. En sus Escenas de carnaval, por otra parte, al abrir Abelardo Gamarra la
Escena VII, en 1879, explica: “(Doña Pancha regresando a la sala hecha una mojiganga”)
(El Tunante, 133). Y, por último, Blume y Elguera, en su “Letanía”, expresan:
“¡Buena está la mojiganga! ¿La bendita Compañía? (se refieren a la de Jesús)
Las citas precedentes permiten percatarse que en cuanto a la literatura fue continuo el
empleo entre nosotros del término, “mojiganga”, no sólo a partir de los finales del siglo XVII
según se documenta en líneas precedentes. Esto no empero, nos ocupamos del mismo
porque creemos que existe la posibilidad de que se trate de un posible afronegrismo creado
en España a fines del siglo XVI, lo que convendría analizar.
Etimología
El Son de los diablos no tiene conexión con los lenguajes afronegros; pero si está
emparentado con su gente en cuanto a la herencia coreográfica que la República recibió.
2. ÁREAS DE DIFUSIÓN
· Cocharcas (principalmente)
· Carmen Alto
· Los Naranjos
· El Chirimoyo
· Pampa de Lara
· Cinco Esquinas
· Santoyo
· Manzanilla
· Barbones
· Maravillas
· La Confianza
En menor grado pudo haberse dado en los distritos del Rímac y La Victoria
3. DESCRIPCIÓN DE LA DANZA
Aparecen por las calles de Lima cuadrillas de negros conformadas por 11 bailarines (desde
el más alto y corpulento hasta el más pequeño)
· 1 diablo Mayor
· 2 capataces
· 8 peones o Diablos
4. INSTRUMENTOS MUSICALES:
Básicamente intervienen:
· 2 quijadas o Carachachas
· 1 cajita
· 1 guitarra (en ocasiones El Arpa)
▪ El Diablo Mayor:
a) Zurriago o látigo
b) Pantalones con flecos
c) Rabo de cola de caballo teñidas de rojo
d) Máscara grande
e) Tiara (sombrero alargado) con plumas de colores en la punta
f) Blusa ceñida de mangas cortas color amarillo oro
g) Capa roja adornada con cascabeles
h) Alpargatas de soga adornadas con espuelas.
Bibliografía
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