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3 La organización de la actividad

económica. El capitalismo

«¿Hay una receta? —Positivo. La hay, y empieza por fijarse la


única meta válida: ser rico. Mientras más rico mejor. La riqueza es
un bálsamo y la pobreza es obscena.»

(L. Sepúlveda, Nombre de Torero)

En todas las sociedades se desarrollan los mismos procesos encaminados a sa-


tisfacer las necesidades humanas pero, aunque tienen siempre elementos comunes,
las características de cada uno de ellos son diferentes según sea el tipo de sociedad
o el momento histórico que se vive.
Cada sociedad organiza de una determinada manera la producción y el consumo
y establece criterios de distribución diferentes. En cada caso existen normas, técni-
cas o valores humanos que hacen que la actividad económica se desenvuelva de una
u otra forma. Es por eso por lo que a lo largo de la historia encontramos formas
muy diferentes de organizar la actividad económica.
En los capítulos siguientes analizamos estas diferentes formas de organizar la
vida económica comenzando, en este capítulo, por estudiar los rasgos generales del
sistema capitalista en el que vivimos.

3.1. QUÉ, CÓMO Y PARA QUIÉN PRODUCIR BIENES Y SERVICIOS


En cualquier tipo de economía hay cuestiones básicas que necesariamente hay que
plantear a la hora de abordar el problema de producir todo lo que se necesite para satis-
facer las necesidades colectivas. Se suelen resumir en tres preguntas fundamentales.

— ¿Qué bienes producir? Puesto que los recursos son escasos y susceptibles de
usos alternativos, hay que decidir a qué uso dedicarlos. Alguien tiene que
tomar esa decisión. Puede que sea un dictador el que la resuelva, o una auto-

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ridad elegida democráticamente, o que se haga según la costumbre, sin que


nadie se pregunte mucho acerca de por qué se hacen las cosas. O, como
veremos enseguida, puede dejarse en manos del mercado, es decir, de un
sistema de intercambio neutro en el que, en principio, nadie pueda imponer
su voluntad para decidir los términos del intercambio. Pero de alguna mane-
ra hay que tomar la decisión de producir un bien u otro, algo que es una
decisión de gran trascendencia social puesto que implica establecer priorida-
des entre las diferentes necesidades.
La respuesta a esta pregunta es de carácter claramente político, en el
sentido de que dependerá de las preferencias dominantes en la sociedad en
un momento dado. No hay criterios objetivos para tomarla. No existe una
razón indiscutible que establezca, por ejemplo, que hay que producir más
vehículos privados que colectivos, o más armas que escuelas. La decisión
dependerá del poder de los diferentes grupos, de su mayor o menor capaci-
dad para influir en las decisiones, de las preferencias culturales, ideológicas,
religiosas, éticas, etc.
— ¿Cómo producir los bienes? La producción de cualquier bien o servicio se
puede realizar normalmente de varias maneras, es decir, utilizando combina-
ciones diferentes de los recursos disponibles, o unos u otros recursos. Se
puede usar más trabajo o más capital, o utilizar el trabajo más o menos in-
tensivamente; se puede producir respetando escrupulosamente el medio am-
biente o no, recurriendo a materias primas naturales o artificiales, etc.
Es una decisión que tiene también gran importancia puesto que afecta a
nuestra dotación de recursos, al bienestar, a la calidad de lo que se produzca,
a los rendimientos que proporcione la producción.
La respuesta a esta pregunta está condicionada en una gran medida por la
tecnología existente y por los medios técnicos de los que dispongamos. Por
eso puede decirse que es un asunto de naturaleza fundamentalmente técnica.
Pero, como le ocurre a casi todos los problemas económicos, tiene también
una clara dimensión política puesto que, sea cual sea el condicionante tecnoló-
gico, siempre habrá que elegir entre opciones que son preferenciales: respetar o
no el medio ambiente o explotar o no a la fuerza de trabajo, por ejemplo.
— ¿Para quién producir? Como sabemos, para que las necesidades se satisfa-
gan no basta con producir los bienes y servicios, sino que es necesario que
los individuos puedan disponer finalmente de ellos. Pero en todas las socie-
dades, y sea cual sea la naturaleza de la organización económica, para poder
disfrutar de los bienes hay que tener reconocido algún derecho sobre ellos.
Nadie puede disfrutar de lo que los demás no le reconocen como suyo.
En las sociedades primitivas se realizaba un reparto de los bienes más o
menos equitativo en función de las necesidades (por eso se han llamado a
veces sociedades de comunismo primitivo). En la Edad Media los señores
feudales repartían a su antojo los bienes, y en la economía capitalista de
nuestra época sólo los que tienen recursos monetarios pueden adquirir bie-
nes o servicios.

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Sea cual sea el procedimiento, es también la sociedad quien determina el tipo de


respuesta que va a tener esta pregunta y, por tanto, el grado de satisfacción que va a
alcanzar cada individuo. Así, si se decide establecer un sistema de protección social, un
salario mínimo, impuestos para repartir la renta o ayudas a las familias o a determina-
das empresas, se está haciendo que unos u otros grupos resulten más o menos favore-
cidos en la distribución de la renta. Y eso se hace en virtud exclusivamente de las
preferencias que en ese momento haya en la sociedad. Si predominan ideas más libe-
rales, seguramente no se establecerán ayudas de ese tipo, si las ideas socialdemócratas
están más generalizadas, se procurará que el gobierno haga lo posible para lograr más
igualdad. Pero ninguna de esas preferencias es «objetiva» en el sentido de que sean
indiscutibles, sino que son el resultado de la preeminencia de unos valores u otros.
Las tres preguntas tienen, por lo tanto, respuestas que son políticas, es decir, que
no pueden ser sino resultado de preferencias sociales. No hay una ley natural que in-
dique cómo hay que organizar la vida económica para responderlas. Todo lo contrario,
la libertad de los seres humanos se basa, principalmente, en su autonomía para poder
decidir lo que desean en relación con la satisfacción de sus necesidades. Otra cosa es
que todos los seres humanos no tengamos la misma libertad efectiva para influir o una
capacidad semejante para hacer que sus preferencias se hagan realidad. Esto último ya
no es algo que dependa de la Economía, sino de las condiciones políticas existentes,
de la democracia y de las instituciones de reparto del poder.
Como hemos adelantado, a lo largo de la historia ha habido muchas formas de
organizar socialmente la actividad económica.
Los economistas Paul Samuelson y Willimas Nordhaus opinan que hay cuatro
criterios básicos que permiten diferenciar las distintas fórmulas de organización de la
actividad económica: la costumbre, el instinto, la autoridad o el mercado. Para el pro-
fesor suizo Bruno Frey son el mercado, la democracia, la jerarquía o la negociación.
En realidad, no es fácil encontrar modelos de organización económica que se
correspondan plena y exclusivamente con cada uno de estos criterios. Lo que histó-
ricamente ha ocurrido más bien es que se hayan dado sistemas diferentes pero con
caracteres muy entremezclados.

3.1.1. La naturaleza sociopolítica


de la organización económica
En resumen, podemos decir que cada sociedad responde de modo diferente a esas
tres grandes cuestiones. Y las distintas respuestas dependen de cómo se definan en
cada una los derechos que tienen los distintos sujetos sobre las cosas, de cuáles sean
los mecanismos utilizados para llevar a cabo la utilización de recursos y, en definitiva,
de cómo se tomen las decisiones sobre la forma de abordar y resolver los problemas
económicos.
Todo ese conjunto de factores o circunstancias define en cada momento un tipo
específico de organización de la actividad económica. Su naturaleza tiene que ver,
por lo tanto, con los valores, con los poderes políticos, con la fuerza militar y, en

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suma, con la naturaleza y la estructura del poder dominante en un momento dado en


la sociedad.
Por lo tanto, para comprender todas las cuestiones relativas a la organización de
la vida económica hay que contemplar necesariamente el contexto social y político
en el que se conjugan los intereses de los seres humanos. Intereses que serán tanto
más dispares cuanto mayor sea la desigualdad con la que hacen frente a la satisfac-
ción de sus necesidades.

Conflicto de intereses y actividad económica

Un hecho bastante evidente es que a la hora de responder a esas preguntas que


constituyen la esencia de los problemas económicos básicos no todos los individuos
están en las mismas condiciones. Unos tienen más poder que otros, más recursos,
más influencia para convencer a los demás... Cada uno trata de lograr que la res-
puesta colectiva se acerque lo más posible a sus intereses, aunque no todos lo con-
siguen. Eso quiere decir que las relaciones económicas implican necesariamente un
conflicto de intereses entre las personas o los grupos sociales.
Este conflicto de intereses es inseparable de la vida social y no es malo en sí
mismo. Lo que ocurre es que no todas las sociedades son capaces de afrontarlo ga-
rantizando la justicia y la paz.
La economía es un campo permanente de conflicto social porque requiere elec-
ción continua, fijación de prioridades y renuncias que afectan desigualmente a los in-
dividuos y colectivos. Por eso es muy importante que existan mecanismos que garan-
ticen que los seres humanos podamos abordar los problemas económicos en igualdad
de condiciones para que el inevitable conflicto de intereses que implica la escasez se
resuelva en armonía, sin provocar más conflicto aún y, sobre todo, evitando la violen-
cia que lleva consigo el egoísmo humano y la distribución injusta de la riqueza.
Pero lo que casi siempre ha ocurrido es que el conflicto económico no se plan-
tea ni resuelve garantizando la igualdad y la equidad, y es por eso por lo que las
injusticias económicas tienen mucho que ver con las casi 15.000 guerras que ha
habido a lo largo de la historia humana. De hecho, las grandes guerras mundiales y
la mayoría de los conflictos armados entre países se han generado por razones econó-
micas, la mayoría de ellas por la prepotencia de algunos países o por la búsqueda
desmedida de beneficios comerciales.
Por eso puede decirse que una economía justa es una de las condiciones princi-
pales para que exista paz duradera en nuestro planeta.

3.2. LOS SISTEMAS ECONÓMICOS


Cuanto más desarrollada esté una sociedad y cuanto más complejas sean las rela-
ciones económicas, más complicado será darle respuesta a esas tres preguntas cruciales
relativas a qué, cómo y para quién producir. Pero siempre hay que darle respuesta.

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La forma en que se resuelvan marca las diferencias entre unas economías y


otras, y estas diferencias son las que dan lugar a la aparición de distintos tipos de
organización de la actividad económica.
Para analizar estas diversas formas de organización se suele utilizar el concepto
de sistema económico.

3.2.1. Los diferentes tipos de sistemas económicos

Lo que resulta esencial para la distinción de los sistemas económicos es la deter-


minación de los rasgos que se consideran comunes en cada uno. Para ello, es necesa-
rio tomar en consideración, principalmente, los siguientes aspectos:
a) El sujeto económico que lleva la iniciativa en los procesos de toma de deci-
siones. Es decir, el que tiene mayor capacidad de resolución a la hora de dar
respuesta a las tres preguntas fundamentales que hemos analizado, aquel de
quien dependen en última instancia los procesos económicos y quien tiene la
responsabilidad última a la hora de tomar las decisiones económicas.
Puede ser, por ejemplo, el gobierno planificando y decidiendo adminis-
trativamente todo lo referente a la producción y la distribución o los indivi-
duos libremente, a través de mecanismos como el mercado que no precisan
de intervención gubernamental. Y, lógicamente, pueden darse situaciones
mixtas en las que se combine la decisión pública y la individual.
b) La finalidad con que se toman las decisiones económicas más importantes.
Por ejemplo, puede buscarse obtener los máximos beneficios o resolver las
necesidades de todos los individuos por igual.
c) El procedimiento que se utiliza principalmente para organizar la utilización
de los recursos, para destinarlos a un uso u otro.
La combinación de estos tres elementos es lo que proporciona un tipo específico
de organización de la actividad económica al que llamamos sistema económico por-
que implica la conjunción de elementos técnicos, organizativos, teleológicos (referi-
dos a los fines), políticos o puramente económicos relativos a la forma de producir,
intercambiar o consumir.
A lo largo de la historia se han dado diferentes tipos de sistemas económicos
que, a veces, incluso se han entremezclado en distintos momentos.
El sistema económico esclavista se extendió históricamente hasta el siglo iv de
nuestra era, primero en Babilonia, Egipto, Grecia y luego en Roma. Se caracterizó
porque los dueños de grandes extensiones de tierra utilizaban a los esclavos para
cultivarlas garantizando tan sólo su supervivencia. El elemento que permitía unir las
diferentes piezas del sistema era de tipo político: el poder que tenían las clases más
ricas. Era un sistema económico basado en la explotación intensiva de grandes pro-
piedades y de recursos naturales.
El sistema feudal se desarrolló entre los siglos v y xv, principalmente en Euro-
pa Occidental. Fue el resultado de la quiebra del esclavismo motivada por circuns-

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tancias muy variadas: la fragmentación del poder político, la desaparición de la idea


de Estado, avances tecnológicos, crisis de la práctica de la esclavitud y rebeliones
de esclavos, entre otras. También se basó en la propiedad de la tierra por los nobles
y el clero, que se servían de vínculos religiosos para lograr que los siervos que no
tenían propiedad alguna y que trabajaban para los señores feudales les entregasen
toda la producción a cambio de los medios de subsistencia elementales.
El sistema capitalista apareció cuando algunos antiguos oficios del feudalis-
mo fueron independizándose de los señores feudales y haciéndose actividades
autónomas (sobre todo los vinculados a la construcción) y cuando se empezaron
a desarrollar actividades bancarias y comerciales más extendidas. Quienes las
fueron iniciando se convirtieron en los primeros empresarios capitalistas, llama-
dos así porque ellos mismos lograron disponer del capital necesario para llevarlas
a cabo.
Gracias a la incorporación masiva de capitales y a la revolución tecnológica el
capitalismo produjo un extraordinario desarrollo de la industria y un gran incremen-
to en la obtención de materias primas. La gran actividad económica que se generaba
fue la que dio lugar a la necesidad de utilizar cada vez más trabajo, y éste comenzó
a prestarse a cambio de un salario, es decir, un pago por utilizar durante un tiempo
determinado el trabajo humano, algo entonces revolucionario frente las serviles rela-
ciones feudales.
El sistema socialista respondió a las ideas extendidas entre las clases trabajado-
ras que deseaban liberarse de la explotación que llevaba consigo la relación salarial
capitalista. La primera gran experiencia de este tipo se llevó a cabo de 1917 a fina-
les del siglo xx en diversos países de Europa Oriental siguiendo las ideas de Marx
y Lenin y más tarde en China y algunas otras naciones asiáticas. En esos países se
puso en práctica un tipo de economía dirigida muy férreamente desde el Gobierno,
en la que apenas había iniciativa individual y en la que la finalidad del Gobierno era
lograr una distribución de la riqueza igualitaria entre la población.
En algunos países se consiguieron logros sociales indiscutibles, sobre todo en
áreas como la educación, la sanidad o la vivienda, pero se alcanzaron en un contex-
to de gran ineficacia y despilfarro. Además, fueron conquistas que resultaron insufi-
cientemente satisfactorias cuando los individuos comenzaron a demandar, también,
libertades públicas y respeto a los derechos humanos.
Las causas principales que provocaron la desaparición de estas experiencias fue-
ron diversas. Entre otras:

a) La falta de libertades públicas y de respeto a los derechos humanos, que


obligaba a la población a vivir en condiciones dictatoriales, lo que generaba
un rechazo social latente que terminó por estallar en auténticas rebeliones a
lo largo de los años noventa del siglo pasado.
b) La competencia continuada con los países capitalistas, que obligaba a los
socialistas a desviarse de sus objetivos naturales para no perder, por ejem-
plo, la carrera armamentística o tecnológica. Muchos de los primeros teóri-
cos del socialismo habían pronosticado que sería difícil o casi imposible

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construir el socialismo en un solo país o en un grupo reducido de ellos y así


resultó ser a la postre.
c) La corrupción y la falta de transparencia a la hora de tomar las decisiones
económicas, que hicieron que la economía fuese muy ineficiente, incapaz de
proporcionar satisfacción colectiva, y que se desarrollara con una gran des-
confianza de la población.
d) La exagerada utilización de la propiedad pública, que impedía que existiese
iniciativa individual alguna, lo que provocaba que no se desarrollaran los
incentivos mínimos que requiere la vida social en condiciones de escasez de
recursos. Es imposible que los Estados garanticen a todas las personas la
satisfacción de todas sus necesidades si por parte de éstas no hay también
una contribución eficiente a la obtención de riqueza.
e) El escaso desarrollo y el atraso inicial de estos países, cuando los teóricos
del socialismo siempre habían considerado que este sistema sería la conse-
cuencia del desarrollo económico y no su antesala.

Los sistemas económicos mixtos o impuros

Los anteriores tipos de sistemas económicos se han podido observar con nitidez
en diferentes épocas históricas. Pero en la realidad es muy difícil que se den tipos
de sistemas económicas puros que no tengan elementos de otros sistemas.
En muchas economías capitalistas hay elementos feudales o socialistas e incluso
aún hoy hay prácticas laborales que son verdaderamente esclavistas.
Eso es así porque la organización de un sistema económico no es una obra de
ingeniería perfecta, sino el resultado de voluntades humanas que pueden ser contra-
dictorias.
Como hemos estudiado antes, la organización de la vida económica lleva consi-
go un conflicto permanente entre los intereses de los individuos, y ese conflicto no
se resuelve generalmente a favor de un solo grupo social o de una persona.
Por eso los sistemas económicos suelen ser impuros y tener elementos de otras
formas diferentes de organizar la vida económica.
Además, la organización de la vida económica está cambiando constantemente.
Normalmente no nos damos cuenta de ello porque formamos parte de ese cambio,
porque estamos dentro de él. Pero la manera de dar respuestas a las preguntas eco-
nómicas fundamentales se modifica sin cesar porque a cada momento de su vida los
seres humanos se dedican a procurar que las relaciones económicas les sean un
poco más favorables.
Por eso no cabe pensar que una determinada forma de organizar la vida econó-
mica vaya a ser inmutable, que ya no habrá más cambios en el sistema económico
en el que vivimos. Todo lo contrario, la acción continua de los seres humanos, aun-
que sea inconsciente, está cambiándolo permanentemente.

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3.3. LA ECONOMÍA CAPITALISTA MODERNA


Las economías en las que vivimos actualmente son economías capitalistas por-
que en ellas predominan los rasgos que son propios de este sistema económico. Los
más importantes son los siguientes:

a) Están basadas en el reconocimiento pleno y efectivo de la libertad económi-


ca individual. Las leyes garantizan que cualquier individuo tiene derecho y
capacidad para emprender la actividad económica que desee siempre que
respete los derechos de los demás y las leyes generales. Por esta razón,
nuestras economías se conocen también como economías de libre empresa.
b) El objetivo que persigue la actividad económica es el afán de lucro. Lo que
buscan quienes movilizan sus recursos para llevar a cabo negocios de cual-
quier tipo es, sencillamente, ganar dinero, obtener beneficio.
c) Para que lo anterior se pueda llevar a cabo efectivamente, las leyes recono-
cen como un principio básico de nuestras sociedades la propiedad privada.
Esto quiere decir que cualquier tipo de recurso, salvo que haya sido consi-
derado de interés general por el Estado, puede ser apropiado por los indivi-
duos para llevar a cabo negocios o actividades económicas.

Como hemos dicho anteriormente, junto a estos rasgos esenciales del capitalis-
mo se pueden dar algunos otros diferentes.
Así, en muchos países capitalistas hay una importante propiedad estatal de re-
cursos porque se entiende que es la única manera de satisfacer algunas necesidades
colectivas. También se dan muchas actividades que no buscan solamente obtener
beneficio, como las que llevan a cabo las organizaciones no gubernamentales, la
administración pública o muchas personas que dedican su vida a las demás sin reci-
bir nada a cambio. En algunas economías incluso hay rasgos propios del feudalismo
(por ejemplo, en algunas formas de cultivar el campo o en el trabajo doméstico) o
del esclavismo (al que se somete a muchos inmigrantes en los países más desarro-
llados).

3.3.1. Los pros y los contras del capitalismo

El hecho de que las economías capitalistas modernas se sustenten sobre rasgos


como los que acabamos de señalar tiene algunas consecuencias positivas y negativas
importantes.

A favor del capitalismo se puede argumentar lo siguiente:

a) Puesto que las actividades económicas que se llevan a cabo son las que pro-
porcionan beneficios, resulta que los individuos están motivados o incentiva-

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dos para llevar a cabo aquello que necesita la sociedad. Quien se dedique a
producir algo que otros necesiten podrá ganar dinero. De esta manera, no
hace falta que nadie diga qué hay que producir o cómo hacerlo, sino que se
obtendrá lo necesario gracias al incentivo de la ganancia.
b) Puesto que el sistema se basa en la obtención del máximo beneficio, los
productores serán muy cuidadosos a la hora de utilizar los recursos y se lo-
grará la máxima eficiencia, pues se procurará ahorrar los costes innecesarios
para obtenerlo.
c) Por esas dos razones, el sistema será especialmente favorable a la innova-
ción y al desarrollo de nuevas técnicas, que se procurarán obtener rápidamen-
te para conseguir más beneficios.

En contra del capitalismo tampoco faltan argumentos:

a) Puesto que la finalidad de la actividad económica es el afán de lucro, resul-


ta que la producción de bienes y servicios no tiene como objetivo satisfacer
más o menos a la población que los desea o necesita. Tan sólo se busca
ganar el máximo dinero posible. Es cierto que para ello los productores ten-
drán que encontrar compradores para sus productos, pero lo que puede ocu-
rrir es que se obtenga el máximo beneficio sin que todos los compradores
estén satisfechos.
Ésa es la consecuencia inevitable de que en nuestras economías se pro-
duzca para obtener ganancia y no para satisfacer las necesidades. Y eso es
lo que provoca crisis económicas o pobreza e insatisfacción al mismo tiem-
po que se están obteniendo altos beneficios.
b) Aunque se reconoce la libertad para todos los individuos, siempre hay una
diferencia insuperable entre los que son propietarios de recursos y los que no,
entre los que tienen mucho y entre los que no tienen nada. Puesto que la si-
tuación inicial de cada individuo es diferente por razones de herencias, origen
social, etc., resulta que no todos tienen en realidad la misma libertad.
c) La búsqueda incesante de beneficio que amparan las leyes y estimula la cultu-
ra del capitalismo lleva a permitir que casi cualquier actividad humana se
mercantilice. La cultura, la amistad, el juego, el sexo..., que deberían ser acti-
vidades dirigidas a la satisfacción espiritual y al perfeccionamiento humano,
están cada día más motivadas y organizadas en función de ganar dinero.

3.3.2. El mercado capitalista

Cada sistema económico se caracteriza porque predomina en él un mecanismo


principal destinado a asignar los recursos a un uso o a otro.
Karl Polanyi distinguió tres grandes clases de sistemas de cambio. El sistema de
cambio recíproco se produce cuando los valores y normas predominantes prescriben
que los individuos que tienen obligaciones recíprocas den o reciban unos de otros.

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El cambio redistributivo se produce cuando se prescribe que los miembros de una


sociedad realicen contribuciones de dinero, bienes o servicios a un tipo específico
de entidad central que luego distribuye a su vez lo recibido entre otros colectivos o
actividades sociales. Por último, el cambio de mercado implica que cada una de las
partes interesadas en realizar transacciones se conduce con autonomía y sin recibir
órdenes de nadie, en función de su propio interés, como un agente maximizador de
beneficio, tratando de adquirir barato y de vender lo más caro posible.

Mercado versus planifiación

En las economías capitalistas se pueden encontrar todos esos tipos de cambio,


pero el sistema de asignación de recursos que predomina es el mercado.
El mercado es el ámbito en el que los compradores y los vendedores se ponen
de acuerdo para comprar o vender bienes a un precio que se fija automáticamente
según el volumen de los intercambios.
Por tanto, el mercado permite destinar los recursos a uno u otro uso sin necesidad
de intervención administrativa: se producirá aquello que sea de más interés para los
productores y se comprará aquello cuyo precio sea más atractivo para los comprado-
res. Asimismo, la forma en que se produzca un bien (con más o menos trabajo o ca-
pital, por ejemplo) dependerá del precio de cada factor. Y nadie tendrá que decidir
tampoco para quién se destinará la producción: sencillamente, para quien tenga recur-
sos económicos suficientes para adquirirla.
El mercado es, pues, una especie de mecanismo de cambio que permite que los
recursos se utilicen sin intervención exterior, de forma automática, por medio exclusi-
vamente de la intervención de los agentes que intercambian bienes y servicios.
Ha habido mercados en muchas épocas históricas en los que se intercambiaban
algunos bienes singulares. Pero lo característico del capitalismo es que comenzaron
a ser intercambiados a través del mercado dos factores fundamentales, el trabajo y
la tierra, y que a partir de ahí se generalizó su uso, de modo que apareció no sólo
una economía, sino también una «sociedad de mercado», porque toda ella termina
organizándose a través de los intercambios de mercado.
En el socialismo los recursos se asignan a través de la planificación, que es el
conjunto de decisiones adoptadas por el Estado en relación con la producción y la
distribución de los bienes y servicios. Los planificadores establecen quién debe produ-
cirlos, dónde, de qué manera, en qué cantidad y cómo deben distribuirse y a quién.
La planificación es, por lo tanto, un mecanismo administrativo basado en la decisión
de los funcionarios. Puede ser más o menos democrática, según se base en acuerdos
discutidos con los sujetos afectados o venga impuesta dictatorialmente desde arriba.

El medio ambiente del mercado

Para que funcione el mercado es necesario que a su alrededor haya un autén-


tico medio ambiente compuesto de normas y de instituciones que lo regulen ade-

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cuadamente. Hace falta establecer qué se puede hacer y qué no, qué conductas
están permitidas y cuáles prohibidas y qué sanciones acarrea el incumplimiento de
las normas.
Además, para que el mercado actúe correctamente es necesario que haya una
información adecuada acerca de lo que se puede comprar y vender en él. El merca-
do se establece para que los compradores y vendedores adquieran los recursos al
precio más bajo, pero para ello es necesario que unos y otros tengan la mejor infor-
mación posible acerca de lo que allí se intercambia. Si es imposible saber dónde se
está ofreciendo el producto más barato, o si cuesta mucho dinero saberlo, de nada
servirá el mercado.
Conseguir que un mercado funcione correctamente, que los que intervengan en
él estén bien informados y que haya leyes que regulen adecuadamente los intercam-
bios es algo que no se consigue fácilmente. Para conseguirlo es necesario que los
gobiernos vigilen su funcionamiento y que se eviten las conductas que en lugar de
buscar la eficacia tratan de lograr ventajas en el intercambio. Como veremos más
adelante, eso no siempre se consigue, y aparecen mercados que en lugar de propor-
cionar beneficios al intercambio lo encarecen y lo hacen más difícil.

3.3.3. Trabajo y beneficio en el capitalismo

Como hemos señalado, en el capitalismo, el trabajo se presta generalmente en


régimen de asalarización porque los trabajadores (que no disponen del capital ni de
los recursos necesarios para obtenerlo) venden su fuerza de trabajo en un mercado
específico a cambio de un salario.
Esto lleva consigo tres consecuencias fundamentales:

— Conflicto de intereses en el ámbito laboral. En el capitalismo se da una con-


tradicción entre los intereses de los asalariados y los empleadores que po-
seen el capital. Los primeros desearán sobre todo aumentar los salarios por-
que es su única fuente de ingresos para satisfacer sus necesidades, mientras
que los segundos procurarán reducirlos al máximo, puesto que para ellos son
un coste de cuya magnitud dependen los beneficios.
Esto da lugar a veces a problemas insalvables. Por ejemplo, cuando los
trabajadores demandan subidas salariales que hacen peligrar la rentabilidad que
hace posible mantener los negocios capitalistas; o cuando los empleadores lo-
gran controles salariales tan efectivos que reducen la masa salarial global, pero
provocan así una caída en las ventas como consecuencia de la reducción de la
capacidad de compra de quienes constituyen la mayor parte de la sociedad.
En principio, en las sociedades capitalistas no hay medios para tratar de
compaginar estos intereses contradictorios y, de hecho, los pensadores y po-
líticos liberales repudian cualquier tipo de intervención que limite la autono-
mía y la libertad de los sujetos económicos. Pero, en la práctica, los trabaja-
dores han logrado, gracias a la existencia de sindicatos y a través de su

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