Está en la página 1de 24

POST- NEOLIBERALISMO EN AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE: ANÁLISIS DE

UN PROYECTO ALTERNATIVO SOBRE DESARROLLO.

Ing. Willy Gómez MSc.


Universidad Bolivariana de Venezuela
Coordinación Regional de Producción y Recreación de Saberes
Doctorado en Ciencias para el Desarrollo Estratégico
Unidad Curricular Teorías y Enfoques del Desarrollo
Maracaibo- Zulia

RESUMEN

Durante la última década, América Latina - y particularmente Sudamérica - ha sido el


terreno de disputa y resistencia a la hegemonía del neo-liberalismo, de la mano de
gobiernos y movimientos sociales. Muchos autores han afirmado que se trata de un
viraje hacia la izquierda de los latinoamericanos como reflejo de la frustración con el
fracaso del modelo neo-liberal que marcó las décadas precedentes. Este trabajo explora
algunas de las políticas superadoras del neo-liberalismo que han sido o están siendo
implementadas en la región y examina la emergencia de un nuevo modelo denominado
‘post-neoliberal’. Se argumenta que mientras los gobiernos llamados post-neoliberales
han mostrado una mayor “sensibilidad social” aún se observa en muchos países cierta
continuidad de la doctrina neoliberal y de las estructuras de poder que reproducen la
exclusión social y la desigualdad.

Palabras claves: Neoliberalismo, modelo ‘post-neoliberal’, la exclusión social y la


desigualdad.
Email: wgomez.inia.zulia@gmail.com
ABSTRACT

During the last decade, Latin America – and particulary South America – has been the
terrain of dispute and resistance to the hegemony if neo liberalism, at the hands of
governments and social movements. Many authors have affirmed that it is a turn to the
left of Latin Americans as a reflection of the frustration with the failure of the neo-
liberal model that marked the preceding decades. This paper explores some of the
policies that overcome neoliberalism that have been or are being implemented in the
region and examines the emergence of a new model called post- neoliberal. It is argued
that while the so called post neoliberal governments have shown greater social
sensitivity there is still a certain continuity of neoliberal doctrine and power structures
that reproduce social exclusion and inequality in many countries.

Keywords: Neoliberalism, 'post-neoliberal' model, social exclusion and inequality.


Email: wgomez.inia.zulia@gmail.com

INTRODUCCIÓN
Los enfoques y modelos de desarrollo hegemónicos en América Latina
presentan graves restricciones para asumir una comprensión integral del desarrollo. Esto
se debe a que han tomado como equivalentes el concepto patrón de acumulación y el de
modelo de desarrollo. De ahí que se hable de modelo de desarrollo para referirse a cada
modalidad del proceso de reproducción del capital en un momento histórico
determinado (Cálix, 2016).

Cuatro enfoques han primado en América Latina desde la segunda mitad del
siglo XIX (el Modelo Primario Exportador, el Modelo de Industrialización por
Sustitución de Importaciones, el Modelo Neoliberal y el Enfoque Postneoliberal). Los
cuatro comparten en mayor o menor medida ciertos rasgos: a) conciben la
modernización como un proceso evolutivo y lineal basado en el crecimiento, b)
subordinan y niegan el valor intrínseco de la naturaleza en las relaciones del ser humano
con el entorno y, c) excluyen saberes que se apartan de la racionalidad occidental
dominante (Cálix, 2016).

Por otra parte, Más de veinte años han pasado desde que América Latina
experimentara la crisis de la deuda externa y comenzara a transitar hacia el modelo
neoliberal y a trazar su derrotero bajo los parámetros establecidos por el Consenso de
Washington. Es cierto que en los casos de Chile y Argentina el inicio del neoliberalismo
está asociado a las dictaduras de Pinochet y de las juntas militares argentinas en la
década del setenta. Sin embargo, es un hecho que la crisis de la deuda externa de 1982
marca para nuestros países el fin del modelo de sustitución de importaciones (MSI) y el
tránsito hacia un nuevo modelo neoliberal (MN) de economía abierta liderado por las
exportaciones (Guillen, 2007).

En los ochenta se puede ubicar el comienzo de la globalización neoliberal con el


ascenso de los gobiernos conservadores de Ronald Reagan y Margaret Thatcher en
Estados Unidos y Gran Bretaña, respectivamente. En la década del ochenta, el discurso
neoliberal generaba consensos. No sólo el capital financiero –así como los grandes
grupos privados y los gobiernos de América Latina (Salinas de Gortari en México,
Menem en Argentina, Collor de Mello en Brasil) impulsaron decididamente el
Consenso de Washington– sino también amplios sectores empresariales y populares se
plegaron ideológicamente al modelo, hastiados por más de una década de crisis y
inflaciones crónicas y en ascenso (Guillen, 2007).

El MN implicó un giro de 180 grados en el régimen de acumulación y en la


política económica. La crisis que aquejaba a América Latina desde los años setenta fue
atribuida por los neoliberales a la aplicación de políticas populistas por parte de
regímenes estatistas. Todo lo realizado en las décadas anteriores fue considerado
erróneo. Había que proceder al borrón y cuenta nueva. Se postulaba que bastaba con
abrir cauces en el mercado, mediante la liberalización y desregulación de la economía,
para que los desequilibrios se corrigieran y se iniciara una nueva era de crecimiento
sostenido (Guillen, 2007).

Con su inserción en la globalización neoliberal, los países de América Latina –se


decía– caminarían hacia el progreso y la modernización. El desarrollo sería alcanzado si
se dejaba actuar libremente a las fuerzas del mercado, si se abandonaban prácticas
proteccionistas y se elevaba la competitividad microeconómica proyectando el sistema
productivo hacia los mercados externos. La intervención económica del Estado se
consideraba contraproducente, por lo que era conveniente diseñar y aplicar políticas o
estrategias dirigistas por parte del Estado; su misión se reducía a mantener condiciones
macroeconómicas sanas y establecer un marco legal propicio a la inversión privada.

Luego de la implantación de aquellas políticas, cuando los países de América


Latina se debaten en el estancamiento económico, rodeados de un mar de pobreza y
exclusión social, resulta útil reevaluar los aportes de la teoría del desarrollo, sobre todo
en su vertiente latinoamericana, para entender los problemas actuales y ofrecer opciones
viables para superar la crisis. No se trata de reeditar el MSI ni de sustituir el análisis de
la realidad concreta, sino de efectuar una relectura creativa de la teoría del desarrollo
para construir una estrategia alternativa al cuestionado Consenso de Washington
(Arenas, 2012).

Los enfoques de desarrollo dominantes en América Latina


Dentro de las teorías que han intentado explicar y orientar el diseño de políticas
públicas en Latinoamérica, algunas han dado lugar a enfoques y modelos de desarrollo
que han hegemonizado durante el siglo XX y lo que del va XXI. Por la influencia de las
teorías económicas se asimiló el concepto modelo de desarrollo con el de patrón de
acumulación. Entonces, se le llamaba modelo de desarrollo a cada modalidad del
proceso de reproducción del capital en un momento histórico determinado. Este sesgo
implicó que cada modelo trajera consigo notables restricciones para abordar la
multiplicidad de dimensiones inherentes a una comprensión integral sobre el desarrollo.
Con esa aclaración, en Latinoamérica se han distinguido al menos cuatro enfoques
predominantes:
1. Modelo Primario Exportador (MPE): influenciado por la teoría económica clásica.
2. Modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones (MISI): formalizado y
explicado por la teoría estructuralista de la CEPAL.
4. “Enfoque” Postneoliberal (EPN): sin una influencia teórica distintiva ni consistente,
aunque cabe destacar la influencia parcial del Neoestructuralismo planteado por la cepal
a partir de los años 90 (Cálix, 2016).

El primero y el tercero corresponden a las expresiones más ortodoxas del


capitalismo como régimen de acumulación, en tanto que el segundo y el cuarto
representan opciones relativas de acomodamiento distributivo, siempre desde los
marcos del capitalismo global, que en Latinoamérica han tenido cierto margen de
oportunidad al aprovechar momentos específicos de la coyuntura mundial. Conviene
decir también que el MPE y el MN lograron durante su apogeo mayor expansión en la
región que lo observado por el MN y el todavía en curso EPN. Esta diferencia en el
grado de influencia se debe a varios factores, destacando entre ellos: el balance de poder
detrás de cada opción de desarrollo, el perfil de los sistemas productivos y las
oportunidades y restricciones del sistema mundo.

La preminencia de cada uno de estos modelos y/o enfoques dista de haber sido
homogénea en cada país o subregión. La especificidad de cada contexto explica las
diferencias en el grado y tiempo de aplicación. Aquí se plantea una distinción histórica
temporal con base en los momentos en que cada enfoque obtuvo mayor difusión y
profundidad y, por lo tanto, fue dominante con relación a otras opciones. Lo anterior no
supone desconocer que el periodo de gestación, desarrollo y declive de cada enfoque
encierra un periodo de tiempo mayor al reseñado en este documento.

El Modelo Primario Exportador (MPE)

Es un modelo que impulsó la inserción internacional de países considerados no


desarrollados mediante la exportación de materias primas, con énfasis en los productos
agrícolas y minerales. Entre algunos factores de contexto que favorecieron la
consolidación del MPE se puede mencionar: a) la disposición abundante de materias
primas y de mano de obra barata en los países situados en la periferia capitalista, b) la
concurrencia de gobiernos dóciles que favorecían (mediante concesiones leoninas y
exenciones fiscales) la atracción de inversión extranjera en el sector primario, c) los
avances tecnológicos que permitieron a los países desarrollados procesar masivamente y
dar valor agregado a las materias primas procedentes de colonias y excolonias, d) el
aumento del poder adquisitivo y de capacidad de consumo de vastos sectores obreros en
Europa y Estados Unidos, y e) los avances en el transporte marítimo que permitían a su
vez reducir el tiempo de traslado como aumentar la carga de materias primas y
mercancías finales comercializadas.

En Latinoamérica el auge y consolidación de este estilo de desarrollo se ubica


aproximadamente entre 1870 y 1910, sin perjuicio de resaltar que representa una
tendencia que se inició con el propio proceso de colonización europea. El MPE
contribuyó al crecimiento del PIB en Latinoamérica, con matices según el tipo de
producto y las condiciones del mercado internacional.

Sin embargo, este crecimiento no favorecía la mejora generalizada del bienestar


de la población; por el contario, reprodujo y consolidó el carácter dependiente de las
sociedades latinoamericanas. Se configuró así un sistema productivo heterogéneo y
especializado, conformado por un sector “moderno” en la producción y exportación de
productos primarios, y un sector “atrasado” de subsistencia. Este modelo carecía de un
motor interno, ya que el dinamismo económico dependía de la demanda de los centros
capitalistas.
Asimismo, los incrementos en la productividad del sector exportador no se
trasladaban al conjunto de la economía. La mayor parte del excedente generado se
transfería al exterior, mientras que de la porción restante que quedaba en la región
destinaba al consumo suntuario importado de las oligarquías. En suma, los altos niveles
de concentración del ingreso prevalecientes desde la Colonia se acentuaron durante la
fase del MPE (Guillén, 2007).

El MPE se desplegó en forma diferenciada en Latinoamérica. Países del Cono


Sur como Argentina, Uruguay y Chile se incorporaron desde las primeras décadas del
XIX a partir del triunfo de los procesos independentistas a los requerimientos del
capitalismo inglés. Estos países se especializaron en la producción de bienes de amplia
demanda como cueros, carnes y cereales. Por su parte, en países como México, Brasil y
los países centroamericanos, la inserción plena al nuevo orden postcolonial cobró fuerza
a partir de la segunda mitad del XIX, una vez concluida la Reforma Liberal.

Hasta entonces se afianza el desarrollo del rubro del café en Brasil, base de su
economía en esa etapa. En México es entre 1867-1910 cuando el país se consolida como
exportador de: a) productos agrícolas (en los que sobresale el algodón, el henequén y el
café), y b) minerales (cobre) y luego petróleo (Guillén, 2007).

El MPE tornaba muy vulnerables a los países exportadores de materias primas.


Porque el desempeño de la economía dependía en exceso de exportaciones muy
sensibles al nivel de demanda externa; sin dejar de mencionar que el régimen de
acumulación favorecía la concentración de la riqueza y la masiva transferencia del
excedente a los países centrales.

El papel de los países latinoamericanos en la división internacional del trabajo


implicaba un progresivo deterioro de las transacciones comerciales por las continuas
fluctuaciones que afectaban los precios internacionales ligados a las secuelas de la
primera guerra mundial y posteriormente la gran recesión de los años 30 y la segunda
guerra mundial. Esta situación, propiciadora de crisis recurrentes, con notables efectos
inflacionistas y recesivos, llevó a un cuestionamiento del modelo por parte del
empresariado emergente en el sector industrial, aliados con movimientos obreros y
liderazgos políticos. Estas alianzas tuvieron el mérito de impulsar después opciones
políticas más favorables a un replanteamiento de la política económica, en aras de
fortalecer los mercados internos y la capacidad industrial de los países latinoamericanos.

Modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones (MISI)

Se define como un conjunto de políticas orientadas a estimular la


industrialización interna por la vía de desalentar las importaciones. Para ese fin, otorga
al Estado amplias facultades de promotor económico y gestor en la reproducción de las
condiciones sociales de la población trabajadora, con énfasis en el área industrial
urbana. Aunque se trata de una opción de política utilizada en otras épocas y países,
como por ejemplo la Unión Soviética e incluso en la etapa del mercantilismo europeo de
los s. XVI y XVII, es la CEPAL, desde 1948, la que formaliza, perfecciona e impulsa el
misi como un modelo de alcance amplio a escala latinoamericana. En la región el auge
de este enfoque de desarrollo se puede centrar entre 1950 y 19703, aunque con un
desarrollo muy desigual entre subregiones y países.

Los mayores niveles de industrialización relativa fueron alcanzados en ese


momento por Brasil, México y Argentina, y en un segundo bloque se podrían ubicar
países como Chile, Colombia, Perú y Uruguay, que intentaron dar pasos estratégicos en
esa dirección, aunque con menor alcance que el primer grupo de países.

El modelo surge en contraposición al MPE, como una crítica a la posición de los


países latinoamericanos en la división internacional del trabajo, que los encasillaba a
producir bienes sin valor agregado y luego importar manufacturas y bienes de capital
que deterioraban en forma notable los términos de intercambio. En torno a esa cuestión,
Raúl Prebish enfatizó las distorsiones en la relación Centro- Periferia. Sus argumentos
rechazaban la premisa del proceso de modernización lineal y convergente planteado por
los teóricos de la modernización.

Desde el pensamiento Cepalino, el MISI era el camino idóneo para aumentar la


productividad económica, acelerar el crecimiento del PIB, absorber sistemáticamente la
mano de obra excedente de las zonas rurales, mejorar la distribución del ingreso y
reorientar el perfil de inserción latinoamericano en la división internacional del trabajo.
Entre los factores contextuales que favorecieron la emergencia y consolidación
del MISI destacan: a) las crisis recurrentes a nivel internacional que afectaron la
demanda y los precios de las materias primas, y b) la alianza de sectores políticos,
movimientos sociales y fracciones de burguesía emergente que coincidían en el desafío
de ampliar los mercados internos y la industrialización nacional.

Desde la perspectiva del MISI, un país tendría que comenzar con la sustitución
de bienes de escasa intensidad tecnológica y, según avanzara su progreso técnico, podría
ir sustituyendo bienes cada vez más complejos. Por esta vía los países llegarían en algún
momento a la exportación de bienes con mayor valor agregado, lo que se concebía
como una ulterior etapa de industrialización hacia fuera.

Al final, la política de sustitución de exportaciones coadyuvó a diversificar la


canasta de bienes industriales de la región y a atender con producción interna sus
necesidades de bienes de consumo y una parte de las de bienes intermedios y de capital.
Como resultado del MISI, la región alcanzó importantes niveles de crecimiento
económico que superaron su ritmo histórico. Pero no se pudo avanzar hacia la
exportación consistente de bienes con mayor complejidad tecnológica.

Este esfuerzo industrializador fue muy importante para la modernización y


diversificación de las economías latinoamericanas, aunque tuvo las limitaciónes de:
concentrar su radio de acción en las principales ciudades, promover masivos flujos de
migración campesina y precarios procesos de urbanización, debilitar las capacidades de
producción agropecuaria e iniciar la tendencia de informalización de empleo urbano. En
todo caso se destaca que durante su influencia es cuando se dieron los esfuerzos más
importantes por alcanzar la universalización de ciertas políticas sociales. Al final la
región, por diferentes razones, no pudo siquiera acercarse a los umbrales de los Estados
de Bienestar que prevalecían en Europa, aunque destaca el nivel alcanzado en países
como Uruguay y Costa Rica antes de la arremetida de las políticas neoliberales.

Cuando el proceso de industrialización quiso dar el salto para producir bienes de


mayor complejidad, la capacidad de maniobra y de control de los países se debilitó, no
pudo alterar el perfil de su participación en las cadenas globales de valor. Al no contar
la región con suficiente capital propio ni, por ende, con suficiente absorción y difusión
tecnológica, se tuvo que abrir el paso a las empresas transnacionales, sobre todo las de
ee.uu., las cuales se convirtieron en las principales fuentes de inversión, controlando las
áreas más dinámicas de la industria, fenómeno al que Cardoso y Faletto (1977) llamaron
“internacionalización del mercado interno”.

Los límites y contradicciones del MISI fueron evidenciados por la crítica que
varios autores hacían desde la llamada Teoría de la Dependencia4, que en síntesis
planteaba los siguientes argumentos (Diez, 2012): a) la imposibilidad de universalizar el
desarrollo industrial desde el capitalismo, debido a los obstáculos deliberados que los
centros imponían a las periferias, b) la necesidad de cambios radicales en el perfil de los
vínculos externos, ya que los centros tendían a subordinar a la periferia a través de las
empresas trasnacionales y del entramado de intereses de los grupos dominantes del
centro y grupos similares en la periferia y, c) la ausencia en la explicación del
subdesarrollo latinoamericano de las causas que estaban detrás de las graves asimetrías
sociales, pues se ignoraba en el análisis la existencia de intereses contrapuestos entre las
clases dominantes y las clases oprimidas.

La crítica de la teoría de la dependencia se completaba al señalar que los Estados


en Latinoamérica oscilaban entre Estados corporativos, patrimonialistas y autoritarios,
que conducían la explotación capitalista (Flores, 2012).

El MISI empezó a mostrar síntomas de debilidad o de desviación, según se


analice. A finales de los años sesenta se observó un menor dinamismo industrial, luego
se sumaron los shocks externos como el derivado de la crisis mundial de los precios del
petróleo y el exceso de liquidez internacional en el primer lustro de los años setenta. En
esa misma década, varios factores confluyeron para la pérdida de autoridad de las ideas
Keinesianas que habían prevalecido desde la (II postguerra mundial). Como era de
esperarse, este hecho terminó afectando la aplicación del MISI en América Latina.

En lugar de aprovechar la crisis para dar un giro de timón y ajustar el modelo -lo
que hubiese implicado: propiciar una mejor redistribución del ingreso, lograr un mayor
encadenamiento y articulación del sistema productivo, así como la revisión selectiva de
los esquemas de protección- los gobiernos de la región continuaron acentuando las
distorsiones, con el agravante de que se recurrió al endeudamiento como vía
preferencial para ajustar los desequilibrios externos y presupuestarios. La deuda externa
dio paso a principios de los ochenta a una crisis de mayor magnitud al elevarse las tasas
internacionales de interés, lo que volvió prácticamente inviable el pago de una deuda
externa que, dicho sea de paso, no fue debidamente invertida en los países
latinoamericanos (Guillén, 2007).

Los factores precedentes fueron mermando el volumen de formación de capital y


de absorción y difusión tecnológica, fenómeno al que se le denominó “industrialización
trunca”. Así se fue debilitando la base social y política que respaldaba al MISI, sin dejar
de mencionar el poder creciente de las Empresas Transnacionales (que, salvo
excepciones, habían controlado los sectores más pujantes del sector industrializado) y
que no estaban interesadas en profundizar los grados de autonomía de la región
latinoamericana.

Además de los problemas concretos que enfrentó el MISI, es importante


recordar que la teoría estructuralista de la CEPAL y la propia teoría de la dependencia
perdieron alcance explicativo en el último cuarto del siglo XX, ya que por la
reconfiguración del sistema productivo al influjo de la globalización, la dicotomía
centro-periferia no bastaba para dar cuenta de las relaciones de dominación económica.

No es que la globalización haya traído un desarrollo capitalista horizontal; por el


contrario, se han ampliado las desigualdades. Lo que ha cambiado es que las referencias
estatal-nacionales pierden centralidad y el mundo entero es visto como una plataforma
en red para asignar las funciones de producción según convenga a los intereses del
capital, saltándose hasta donde sea posible las barreras legales y territoriales que
impiden su expansión, incluyendo las que existen en los países centrales. Surge
entonces la categoría de semiperifería para aludir a los territorios que se convierten en
las nuevas “fábricas” mundiales y que, por sus ventajas (incluyendo la disposición de
fuerza de trabajo barata en términos relativos), sustituyen como locus ciertos ciclos de la
producción que dejan de realizarse en los viejos países industrializados (Martínez,
2010).

El Modelo Neoliberal (MN)

Los aportes teóricos neoliberales adquieren auge académico en los años 70, pero
tendrían que esperar hasta las décadas siguientes para obtener amplio respaldo político.
El mn logró hegemonizar varias regiones del planeta sobre todo a partir de la disolución
del extinto bloque socialista. Ahora bien, fue en Latinoamérica donde tuvo mayor
difusión y consolidación, desplazando los arreglos institucionales construidos en torno
al MISI. El neoliberalismo se concentró en la estabilización macroeconómica y en el
ajuste estructural orientado hacia la liberación de los mercados y la apertura externa.

Con la estabilización se buscaba lograr equilibrios macroeconómicos: una


inflación contenida, déficits públicos y externos reducidos, así como la “pretensión” de
una deuda externa sostenible. Su campo de acción era el de la política macroeconómica:
la política monetaria para represar la inflación, la fiscal para contener el déficit
presupuestario y la del tipo de cambio para intentar ajustar el desequilibrio externo. El
ajuste estructural, por su parte, tuvo lugar en el ámbito microeconómico.

Se trataba de reducir las distorsiones de incentivos introducidos por la


intervención estatal o por la ausencia de mercados competitivos en economías
tradicionales: revertir el sesgo anti-agrícola y anti-exportador, elevar la productividad
industrial, privatizar las empresas públicas, atraer inversión extranjera, mejorar el
desempeño de los mercados y reorientar la estructura productiva conforme a las ventajas
comparativas de los países de la región (Escribano, 2003).

Entre los principales factores que facilitaron la emergencia y posterior


consolidación del mn puede citarse: a) la crisis de la deuda a principios de los años
ochenta que marcó en la región el fin del MSI y el tránsito al MN, b) las restricciones
internas y externas que obstaculizaron la acumulación de capital endógeno y mayor
control en las cadenas de valor en la segunda fase del MISI, y c) el pacto político entre
el gobierno de los EE.UU., Organismos Financieros Internacionales y las elites
latinoamericanas para adoptar un marco de política comúnmente llamado Consenso de
Washington.

Hay que cautelar, en todo caso, que en Latinoamérica pueden identificarse


antecedentes tempranos del modelo durante los primeros años de la dictadura de
Pinochet en Chile, y en la dictadura militar argentina (1976-1983). Estos dos países
sirvieron de fase experimental a las políticas neoliberales que después serían aplicadas
por el gobierno de Reagan en EE.UU. y Margaret Thatcher en el Reino Unido (Guillén,
2007).

En el campo macroeconómico, el mn logró en general ajustar ciertos indicadores, como


la inflación, aunque a un costo social muy alto. Asimismo, se promovieron múltiples
incentivos para atraer inversión extranjera directa, aunque a costa de: a) reducir de
modo drástico la capacidad de captación de excedente económico por parte de los
Estados, y b) fomentar la destrucción de tejidos productivos de alcance nacional que se
vieron desplazados por las economías de escala de las Empresas Transnacionales.

Desde un punto de vista sistémico, podría decirse que los dos grandes efectos del
neoliberalismo han sido el peso sobre dimensionado de la financierización de la
economía y la precarización de las relaciones de trabajo. Es decir, hegemonía del capital
financiero bajo su forma especulativa y, por otra parte, expropiación de derechos
laborales (Sader, 2008). Estos efectos provocaron condiciones que fueron aumentando
un malestar social que se expresó en todos los países, con diferentes niveles de
intensidad y capacidad reivindicativa. Ya en el primer lustro del siglo XXI, las
correlaciones de poder en buena parte de los países latinoamericanos marcaban el paso
de proyectos políticos que rechazaban el núcleo de políticas duras del neoliberalismo.

Enfoque Post-Neoliberal

El espacio postneoliberal EPN se ubica más como una plataforma en


construcción, cohesionada por el interés en revertir los efectos más drásticos de la
desregulación del mercado, la reducción de las funciones estatales y el debilitamiento de
la política social.
El postneoliberalismo es una categoría descriptiva que incluye diferentes grados
de rechazo al neoliberalismo, que supone la posibilidad de distintos proyectos políticos
que buscan mejorar las condiciones de vida de la población, sin llegar a configurar en
estricto sentido un nuevo modelo (Arenas, 2012).

Se trata entonces de un enfoque basado en un concepto polisémico. Posee a


priori la ventaja de dejar abiertas múltiples alternativas al neoliberalismo pero, a
contrapelo, prevalece la incertidumbre sobre su peso cohesionador y su capacidad
explicativa. El abanico de posibilidades incluye: a) alternativas de reforzamiento del
capitalismo, b) construcción de vías de salida del capitalismo a partir de las propias
instituciones capitalistas, y c) búsqueda de modos colectivos de concebir y llevar a la
práctica organizaciones sociales no capitalistas (Ceceña, 2011).

Como contrapunto, es importante resaltar que el EPN cuenta con un periodo de


observación muy breve. Su apogeo ha sido entre 2005 y 2012, mostrando a partir de
este último año un estancamiento debido al desgaste de los proyectos políticos que lo
han abanderado, agravado en mucho por el impacto de los shocks externos que han
disminuido las divisas provenientes de la exportación de materias primas. Quizás en el
futuro el espacio postneoliberal llegue a verse más como una fase de transición que
como un enfoque en sí mismo, pero hoy es pertinente perfilar su ocurrencia en la región,
en tanto factor de contrapunto a varias prácticas neoliberales que han deteriorado la
convivencia social (Ceceña, 2011).

Entre los principales factores contextuales que en su momento favorecieron la


emergencia del EPN se puede mencionar: a) el desplazamiento relativo, en su momento,
de la prioridad geopolítica de los EE.UU. hacia otras zonas del planeta, en especial
Medio Oriente y Asía Pacífico, b) el aumento de la demanda de materias primas de las
economías emergentes, sobre todo de China, y c) el desgaste prematuro de los gobiernos
de orientación neoliberal que produjeron altísimos costos sociales, malestar ciudadano y
nuevas fuerzas políticas con capacidad de ganar elecciones (Arenas, 2012).

Mientras el neoliberalismo obtuvo una vigencia casi absoluta en Latinoamérica –


sin perjuicio de la variación de intensidad en cada país–, el EPN se ha concentrado en
Sudamérica, aunque todavía sin mayores márgenes de posibilidad en Perú y Colombia.
Puede decirse que los alcances y dinámicas del postneoliberalismo varían según: a)
características del Estado preexistente a los gobiernos de izquierda y/o progresistas que
han predominado en el sur del continente, b) perfil económico (dependencia cuasi
absoluta en la exportación de materias primas o una cierta combinación de competitivos
sectores primarios, industriales y de servicios, y c) acumulación de fuerzas de los
bloques políticos que llegaron al poder para revertir el núcleo duro de las políticas
neoliberales.

Los factores anteriores sitúan a los países andinos –Venezuela, Bolivia y


Ecuador– con proyectos postneoliberales que desde el perfil de gobiernos con fuerte
concentración de poder presidencial han desafiado en mayor medida el statu quo
precedente. Por otra parte, países como Argentina, Brasil, Uruguay y todavía menos en
Chile, muestran aplicaciones del EPN más limitadas, debido en parte a la existencia de
una correlación de fuerzas políticas más equilibrada y por arreglos institucionales
previos que se han consolidado en la esfera de las políticas públicas.

En todo caso, cabe hacer notar que las experiencias observadas del EPN no
necesariamente revierten a fondo el llamado Consenso Washington. La lucha se ha
centrado en devolver al Estado cierto rol regulador y de captura puntual de una parte del
excedente económico, acompañado de una re-priorización del gasto público para reducir
la desigualdad así como fortalecer las infraestructuras que permitan el desarrollo
económico.

En el campo de las relaciones internacionales, el EPN ha intentado apostar hacia


una mayor autonomía regional, de ahí los esfuerzos en reconfigurar las instituciones
regionales. Se han visto intentos para redefinir o transcender los vínculos meramente
comerciales, así como para la adaptación a un contexto signado por la crisis global y el
desplazamiento del dinamismo económico hacia la zona Asia-Pacífico (Arenas, 2012).

Si bien las tasas de desempleo y de pobreza mostraron una tendencia a la baja


durante el periodo de apogeo del EPN, la brecha de la desigualdad se mantuvo casi
intacta. Latinoamérica continúa siendo, junto al África, una de las dos regiones con
mayor inequidad en la distribución de la riqueza, en un mundo ya de por sí muy
desigual (Arenas, 2012).

Reducir las brechas de inequidad es una tarea que requiere una comprensión
global sobre cómo opera la acumulación de riqueza en el sistema capitalista. Desde los
años ochenta el sistema económico dominante recobró su inercia y fundamento:
maximizar las ganancias del capital y reducir la participación de los salarios en el
conjunto de la riqueza. Este fenómeno de orden global repercute por consiguiente en la
región latinoamericana y, como puede deducirse, las inversiones intensivas en capital, la
especulación financiera, la baja tributación sobre el capital, la flexibilidad laboral el
empleo precario y el desempleo no son meras externalidades, son consecuencias de una
intención deliberada de aumentar la concentración del capital (Arenas, 2012).

Reformas neoliberales en América latina

La doctrina de la liberalización llegó a la región como respuesta al modelo de


Industrialización por Substitución de Importaciones (ISI) y los Estados desarrollistas
que caracterizaron las décadas precedentes. Chile fue el pionero, comenzando a
principios de los 70 seguido por otros países en los 80 y 90 – México en 1986,
Argentina en 1988, Venezuela en 1989 y Brasil y Perú en 1990 (CEPAL, 2012b).

Particularmente, en ciertos países, las reformas neoliberales fueron introducidas


como una manera de salir del estancamiento y controlar la inflación. La falta de divisas
llevó a problemas con la balanza de pagos y volatilidad económica. El frágil e
ineficiente sistema financiero doméstico resultó insostenible, y la fragilidad fiscal de las
economías Latinoamericanas las hacía incapaces de brindar el soporte necesario a las
políticas industriales que el modelo buscaba incentivar.

Esto, a su vez, resultó en déficits fiscales, inflación y acumulación de deuda.


Sofocados por la deuda, muchos países comenzaron a adoptar las políticas neoliberales
a partir de las condiciones impuestas en acuerdos de renegociación de deuda (Arenas,
2012).

Bajo el principio de que la regulación del mercado es la promotora más eficiente


de la actividad económica y el crecimiento, estas reformas buscaron limitar las
funciones del Estado. En pocas palabras, la distribución de recursos se haría según los
dictados del mercado dejando la intervención del Estado sólo para los casos en los que
fuera necesario corregir fallas del primero.

Los dictados neoliberales

El término Consenso de Washington fue acuñado por Williamson (1990) para


referirse a un set de prescripciones sobre políticas que, según él, relejaban el núcleo de
‘la sabiduría de todo economista serio de la época’. Con la imposición de políticas como
el tipo de cambio y la disminución de la inflación, las prioridades neoliberales se dirigen
hacia a la estabilidad de los precios que al crecimiento del producto y el empleo,
limitando las posibilidades de los gobiernos de adoptar políticas anticíclicas (Harris,
2008).

En otras palabras, estas políticas eran eficaces para el control de la inflación,


pero el costo económico y social podía ser muy elevado. En una revisión ulterior,
Williamson admite que aquellas políticas no ofrecían una agenda efectiva para reducir
la pobreza. El autor reconoce que su primera formulación no tenía suficientemente en
cuenta los aspectos de regulación y supervisión (para, por ejemplo, controlar la calidad
de los préstamos), y que había obviado las políticas redistributivas. En otras palabras,
Williamson admite que las políticas del CW necesitaban ser acompañadas por políticas
más amplias de reducción de la pobreza e iniciativas distributivas (Domínguez, 2009).

Aquellos que defendían la reestructuración neoliberal eran conscientes que las


reformas orientadas hacia el mercado podrían ser socialmente regresivas, pero estaban
convencidos que el crecimiento sostenido tendría, eventualmente, consecuencias
sociales positivas (Harris, 2009).

No solo las reformas eran insuficientes para resolver los principales problemas
del modelo de ISI, sino que a su vez crearon nuevos problemas. El aumento de la
dependencia de capital extranjero, la disponibilidad reducida de ahorro, el desempleo
estructural y la fragilidad fiscal a la que se le sumaba el peso de los pagos de intereses
en los presupuestos nacionales (Saad-Filho, 2005).
Las economías Latinoamericanas crecieron menos durante las últimas dos
décadas del siglo XX que en las décadas precedentes, y a su vez sufrieron severas crisis,
como la de México y Argentina en 1995, Brasil en 1999. Incluso los países que
observaron un rápido crecimiento económico hacia fines de los 80 y los 90, mostraban
un impacto débil en la reducción de la pobreza y una profundización de la desigualdad
(O’Donnell, 1998).

El costo social

Los sistemas de seguridad social no han compensado los costos sociales de las
reformas económicas. Es más, los costos sociales han sido distribuidos de manera
desigual entre los diferentes sectores de la sociedad. Mientras el capital y los negocios
se han beneficiado, en general, de las reformas, el crecimiento del desempleo, la
reducción de los servicios sociales y la contracción de los salarios reales afectaron en
mayor medida a los más vulnerables ampliando la pobreza, la desigualdad y la
exclusión social (Domínguez, 2009).

En el contexto Latinoamericano, la desigualdad les facilita a los grupos sociales


poderosos a empujar por sus intereses y obtener rentas políticas que perjudican a los
pobres. La exclusión social genera tarde o temprano inestabilidad, lo cual dificulta a su
vez el crecimiento. Lo que es peor, la desigualdad y la exclusión social deslegitiman la
democracia (Sader, 2006).

En este contexto de lento crecimiento, deterioro de las tasas de pobreza y


profundización de la desigualdad, no sorprende que los Latinoamericanos hayan
percibido al neoliberalismo como “un dogma desacreditado usado por los ricos para
promover sus propios intereses”. Ello ha disparado en la región una enérgica búsqueda
de alternativas políticas progresistas.

La sección siguiente examina lo que puede considerarse de manera amplia como


un giro hacia la izquierda de la región, como reacción al descontento con las reformas
neoliberales y sus consecuencias negativas para los sectores populares de la región
(Sader, 2006).
Post-neoliberalismo y la nueva izquierda latinoamericana.

Es interesante notar que, hacia principios de 1990, sólo dos países


Latinoamericanos, Cuba y Nicaragua, tenían gobiernos de izquierda. Los Sandinistas
nicaragüenses perderían las elecciones del 25 de Febrero de 1990. Chile estaba
gobernado por una coalición que incluiría a los socialistas aunque, estrictamente
hablando, la presidencia la ostentaban los Demócratas Cristianos. Sin embargo, hacia
fines del 2007, nueve serían los países Latinoamericanos que elegirían o re-elegirían
gobiernos de izquierda o centro-izquierda.

Sin embargo, sería un error inscribir a estos diferentes gobiernos de izquierda o


centro-izquierda en una misma raíz identitaria, ya que sus orígenes y las distintas
realidades domésticas en las que se enmarcan son únicas (Domínguez, 2009).

La historia de la democracia en la región ha llevado a la izquierda (y a la


derecha, para el caso) a buscar legitimar sus programas políticos y económicos a través
del concurso político. Este ha obligado a la izquierda a ostentar un electorado más
amplio. Las disputas internas de la Concertación en Chile son mucho más complejas
que aquellas al interior del Frente Amplio en Uruguay, y la asunción de Lula y el
Partido de los Trabajadores (PT) en Brasil, no tiene nada que ver con la historia (y las
ambigüedades) del Peronismo en Argentina (Domínguez, 2009).

En otras palabras, la manera en la que estos gobiernos llegaron al poder y las


tensiones socio-políticas específicas a las que hacen frente producen en cada país una
conjunción distintiva de continuidad y ruptura, grados diferentes de respuestas a las
demandas sociales, de conservadurismo y convencionalismo versus nuevos riesgos a
tomar en cuanto al modelo de desarrollo económico.

En el corazón del análisis sobre el giro hacia la izquierda yace el dilema creado
por las contradicciones entre las denominaciones de los partidos, regímenes y
personalidades por un lado, y las políticas que implementan, por el otro (Petras, 2008).

En la historia de la región, muchos procesos de transformación –que implicaron


desarrollo nacional, democratización social y política, y nacionalismo económico–
fueron promovidos por regímenes nacionales-populares con apoyo de los sectores
populares urbanos y rurales, pero también por clases medias y altas. Es por ello que se
observa que en América Latina la dicotomía convencional derecha izquierda ha sido a
veces forzada, y agrega que llegar a un acuerdo sobre aquello a lo que nos referimos
cuando hablamos de izquierda nunca ha sido una tarea fácil (Cálix, 2016).

Hoy en día, los analistas concuerdan en el hecho de que existe más de una
variante de gobierno de izquierda presente en la región. No hay acuerdo, sin embargo,
sobre las distintas caracterizaciones de la izquierda propuestas por diferentes autores.
Desde el punto de vista de Castañeda y Morales, “algunas emergen de una izquierda
histórica que se ha actualizado para acceder y permanecer en el poder, mientras otras
aparecen con un discurso extravagante y atrayente” (2008).

Arenas (2012), ofrece una caracterización dicotómica de la izquierda en


Latinoamérica. De un lado ubica él a un sector populista, nacionalista y Estado-céntrico,
que implica un retorno al pasado; frente a administraciones competentes, mayormente
honestas y responsables, humanizadas y amables. Esta definición de izquierdas
latinoamericanas como populista o social demócrata implica un retrato de la primera
como la izquierda mala o incorrecta y la segunda como la izquierda buena, o correcta.

En otras palabras, una es representada como la responsable, la respetuosa de la


democracia y la que opera en el marco del mercado; y la otra como irresponsable,
estatista y abusiva.

Según Arenas (2012), la izquierda que está enredada en dilemas ideológicos y en


un respeto reverencial por la soberanía nacional es incapaz de superar un obstáculo
mayor: trascender la contradicción entre un “sentimiento anti-EE.UU. y prácticas pro-
EE.UU.”

Una izquierda pragmática y que se “comporta bien” sería capaz de negociar y


consensuar, dejando a un lado los desacuerdos y evitando los extremos (Arenas 2012),
mientras que la izquierda combativa corre el riesgo de ser una caricatura de sí misma:
“Morales que copia a Chávez, quien copia a Castro y los cubanos, quienes invocan
mentores aún más oscuros”.
Lo anterior nos lleva a cuestionar sobre los propósitos detrás de cada
categorización, pero también sobre los riesgos que traen aparejadas las simplificaciones.
En esta línea, Dominguez (2009) sostiene que las caracterizaciones dicotómicas ocultan
los fracasos del neoliberalismo y la decreciente influencia de los EE.UU. en la región.

La nación post-neoliberal

Heidrich y Tussie (2009), examinan las políticas económicas y comerciales de


los gobiernos Latinoamericanos. Luego de analizar el caso de la Argentina de Néstor
Kirchner concluyen que el Estado mantiene un “convencionalismo macroeconómico” -
esto es, una moneda competitiva, cuentas fiscales fuertes y un énfasis en la
infraestructura– sin adoptar medidas neoliberales como privatizaciones, pero tampoco
imponiendo nacionalizaciones a gran escala, controles de cambio y aumento de salarios
reales.

El crecimiento económico es buscado a través de los mercados sin una


injerencia fuerte del Estado en controles de precios e impuestos a las exportaciones.
Tomando las políticas económicas implementadas como indicador, Heidrich &Tussie
(2009) concluían que Néstor Kirchner era un presidente “post-neoliberal”. Estas
políticas económicas contrastaban, según estos autores, con el ortodoxismo y
neoliberalismo de las políticas económicas implementadas por el gobierno de Lula da
Silva en Brasil, de Tabaré Vazquez en Uruguay y de Michelle Bachellet en Chile.

Una de las características de la nueva izquierda es el uso frecuente de la idea de


pueblo y nación en el discurso político, si bien el grado de “populismo verbal” (Tussie y
Heidrich, 2009) no es homogéneo en todos los países. Según Vilas (2006), este
resurgimiento representa una síntesis de múltiples identidades sociales que recuperan la
dimensión de la lucha política “desde abajo” .

Es el fracaso del neoliberalismo el que genera en la región una identidad popular


que se alza frente a la crisis de representación política. La nación es, por su parte, el
sujeto colectivo que surge como contraste al concepto liberal e individualista del
“ciudadano” (Vilas 2006).
El sociólogo y vice-presidente Boliviano, Álvaro García Linera, ofrece un buen
ejemplo de este ‘re-pensar’ de lo nacional en su narrativa sobre los eventos que llevaron
a la asunción del nuevo proyecto nacional que él y Evo Morales encabezan.

García Linera afirma que mientras el nacionalismo propuesto en los años ’50s
traía consigo la idea de ciudadanía el sufragio universal fue establecido en Bolivia en
1951-, la misma estaba definida por las elites oligarcas. Hoy en día el indio es un sujeto
político autónomo, pero la idea central en la estrategia de Morales es la de “indianismo
flexible”, con un enfoque de unificación política. El núcleo organizador, el indianismo,
pasó de ser una ideología de resistencia a la dominación a significar una concepción del
mundo que desafió el liderazgo político y cultural del neoliberalismo (García Linera,
2005).

El movimiento indianista tiene una larga historia de resistencia, sin embargo,


Morales ha buscado expresar una línea de “nacionalismo expansivo”, flexible y abierto
a cualquiera, “pero bajo la premisa de organizar un nuevo proyecto que tenga como
base, otra vez, a la nación” (García Linera, 2005). García Linera asegura que el
indianismo representa la concepción emancipatoria del mundo más importante e
influyente de la vida política de Bolivia, siendo el núcleo discursivo y organizador de lo
que puede denominarse “nueva izquierda” (García Linera, 2005).

Recapitulando, el fracaso del modelo neoliberal y particularmente su costo social


contribuyeron al surgimiento de una “nueva izquierda”, más moderada y pragmática,
pero con una fuerte vocación de articulación de lo local con lo global, consciente del rol
protagónico del Estado en la lucha contra la desigualdad y de la importancia de articular
las demandas sociales insatisfechas.

Además de contextualizar y en cierta medida caracterizar a la denominada nueva


izquierda, esta sección nos permite identificar cuatro elementos comunes: en primer
lugar, los gobiernos de izquierda o centro-izquierda asumen el poder ampliando el
electorado. Esto lo logran gracias a una cierta moderación del discurso pre-electoral y
cierta continuidad de políticas ortodoxas, principalmente en el ámbito macroeconómico.
No obstante, reaparece lo nacional y lo popular en el discurso políticosocial. No
se trata de un regreso al desarrollismo de los ‘50s, sino un reconocimiento de demandas
sociales insatisfechas y una búsqueda de un modelo socio-económico más inclusivo.

En tercer lugar, y a partir de las diferentes tensiones entre cambio y continuidad,


discurso y práctica, surgen tipologías dicotómicas que tienden a demonizar ciertos
modelos, como el caso de Venezuela y Bolivia, frente a otros más “responsables” (por
ejemplo, Brasil). Esta clasificación no sólo sobre-simplifica la riqueza, variedad y
heterogeneidad de los diferentes procesos socio-políticos y económicos en la región
sino que también omiten poner de relieve los efectos negativos del neoliberalismo y la
decreciente influencia de EE.UU. en la región.

Por ello, finalmente, se observa que aquello a lo que se tiende a denominar post-
neoliberal no es más que una búsqueda de superación de los déficits del modelo
neoliberal a partir de la devolución de un rol más prominente al Estado y la búsqueda de
alternativas de integración regional (o refuerzo de los mecanismos existentes) para
hacer frente a las fuerzas hegemónicas y caminar hacia una mayor autonomía regional.

CONCLUSIONES

En la región más desigual del mundo hay una necesidad de profundo cambio en las
estructuras de poder. Las crisis recurrentes que viven muchos países latinoamericanos
son un ejemplo de cómo la persistencia de relaciones desiguales subyacentes y en
algunos casos cuestiones no resueltas en torno a la inclusión política han opacado el
desarrollo de un estado efectivo y producen continua atención. El neoliberalismo no ha
desaparecido y los gobiernos de centro-izquierda analizados están llenos de
contradicciones.
El post-neoliberalismo es, por lo tanto, una búsqueda inacabada; pero una búsqueda
visible y clara. La región se permite pensar alternativas y correr riesgos, valiéndose de
los aprendizajes de décadas pasadas. No se trata de buscar alternativas al capitalismo -
aunque iniciativas no faltan sino de reconocer que no puede existir crecimiento sin un
desarrollo inclusivo que fomente la participación y genere oportunidades.
BIBLIOGRAFÍA.

Arenas, Nahuel. (2012). Postneoliberalismo en América Latina: en busca del paradigma


perdido. Aportes para la integración latinoamericana. Año XVII. Nº27.

Cálix, Álvaro. (2016). Los enfoques de desarrollo en América Latina hacia una
transformación social ecológica. Disponible en:
https://library.fes.de/pdf-files/bueros/mexiko/12549.pdf.

Ceceña, Ana. (2011). Postneoliberalismo o cambio civilizatorio en dos Santos T. ed


América Latina y Caribe. Proyecto Repensar América Latina Vol.3.

CEPAL (2012a). La inversión extranjera directa en América Latina y el Caribe 2011,


Comisión Económica para América Latina. Santiago.

CEPAL (2012b). “Balance y Perspectivas de América Latina y el Caribe 2011-2012”.

Diez, M. 2013. “El debate entre “estructuralismo” y “teoría de la dependencia” desde la


Revista Desarrollo Económico”, en Revista Opción, año 29 No 70, enero-abril, pp. 9-
30. Universidad del Zulia, Venezuela. Disponible en: www. redalyc.org/articulo.oa?
id=31028677002.

Escribano, G. 2003. Introducción a las Teorías del Desarrollo. UNED. Disponible en:
www.uned.es/deahe/ doctorado/gescribano/teorias%20desarrollo%20oei.pdf

Flores, I. 2012: “Teorías del desarrollo: evolución y perspectivas recientes en América


Latina”, en Observatorio de la Economía Latinoamericana, Nº 163, 2012. Disponible en
/www.eumed.net/cursecon/ecolat/la/

Dominguez, F.(2009). “The Latin Americanization of the Politics of Emancipation”, en:


G. Lievesley & S. Ludlam (eds.), Reclaiming Latin America. Experiments in Radical
Social Democracy”, Zed Books, Londres.

Heidrich P. y Tussie D. (2009). “Post-Neoliberalism and the New Left in the Americas:
the Pathways of Economic and Trade policies”, en: Macdonald L. y Ruckert A. (eds.),
“Post-Neoliberalism in the Americas”, Palgrave-Macmillan, Londres.
Guillén, Arturo. (2007). La teoría Latinoamericana del desarrollo. Reflexiones para una
estrategia alternativa frente al neoliberalismo. En publicación repensar la teoría del
desarrollo en un contexto global.

Harris, Richard. (2008). Alternativas latinoamericanas frente a la globalización y el


capitalismo. Editorial Nueva sociedad.

O’DONNELL G. (1998). “Poverty and Inequality in Latin America: Some Political


Reflections”, en: Tokman V.E. y O’Donnell G. (eds.), Poverty and Inequality in Latin
America: Issues and New Challenges”, University of Notre Dame Press, Notre Dame.

PETRAS J. (2008). “Latin America’s Changing Mosaic: Movements Influx and


Centre-Left Governments in Power”, en: Theomai, 17, 153-190.

Sader, Emir. (2006). America Latina en el siglo XXI. Capítulo de libro: Política y
movimientos sociales en un mundo hegemónico, lecciones desde África, Asia y
América.

VILAS C. (2006). “The Left in South America and the Resurgence of National- Popular
Regimes”, en: Hershberg E. y Rosen F., “Latin America after Neo Liberalism: Turning
the Tide in the 21st Century”, The New Press / NACLA, Nueva York.

También podría gustarte