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Inflación y bajo crecimiento: ¿vuelta al pasado?

José Luis De La Cruz Gallegos


Director del Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimiento Económico

El ascenso de la inflación ha demostrado dos cosas: no es temporal y la política monetaria del


Banco de México no puede contenerla.

Existen tres implicaciones por considerar: la población de menores ingresos sufre el mayor daño
porque el incremento en los precios de alimentos y agropecuarios afecta el poder adquisitivo del
sector social que destina el 40% de su gasto a alimentos y bebidas. La pobreza por ingreso
aumentará y el gasto social no podrá evitarlo.

La segunda implicación es de política económica: ¿Cuál será la estrategia ante la mayor presión en
precios de los últimos 21 años y en donde la tendencia de la inflación subyacente anuncia que es
un desequilibrio estructural?

La tercera consideración se encuentra asociada a la sostenibilidad de las finanzas públicas: el


incremento en las tasas que se utilizará para intentar frenar a la inflación elevará el costo
financiero del sector público, tanto del federal como del estatal y municipal.

Se acercan tiempos de mayor austeridad y se aleja la construcción de un Estado de Bienestar con


bases productivas, la falla estructural presente desde hace 40 años.

Desafortunadamente el bajo crecimiento económico y alta inflación es una nueva realidad con
sabor a historia: la década pérdida de los años ochenta del siglo XX.

Se conoce la consecuencia: en el corto plazo el Banco de México aumentará las tasas de interés. La
planeación financiera de empresas y gobierno se elaborará considerando que la tasa de interés de
referencia se ubicará entre 9.5% y 10% al finalizar el año, un incremento que superará el doble del
valor que tenía en febrero del 2021 (4%). Los planes de inversión y el crédito al consumo se verán
afectados.

Lo descrito no es una noticia favorable para un país cuya capacidad de crecimiento potencial
disminuyó de 2.5% a 1.7% durante los últimos 5 años, esencialmente porque una mayor inversión
representa la única forma de revertir la menor capacidad de crecimiento.

El propio gobierno será afectado: la emisión de bonos para solventar los 13.3 billones de pesos
que se acumulan en el Saldo de Requerimientos Financieros de Sector Público implicará un mayor
pago de intereses, algo que consumirá una creciente cantidad de recursos presupuestales.

La política económica tendrá un margen reducido para actuar: el bajo crecimiento económico y la
informalidad limitan su recaudación tributaria para enfrentar el mayor costo financiero que se
avecina.

En el pasado se sacrificó a la inversión pública para mantener el equilibrio en las finanzas públicas
y se favoreció al gasto corriente, una estrategia que propició 30 años de bajo crecimiento y la
caída de la productividad, un hecho que deja sola a la política monetaria para enfrentar a la
inflación.
Evitar salidas como los mecanismos de control de precios es fundamental: han demostrado que
solo exacerban los desequilibrios de la economía.

El desafío que se enfrenta es estructural. La presión de la inflación sobre el Banco de México para
elevar las tasas de interés no se detendrá porque el aumento de precios en Estados Unidos genera
un escenario en donde la Reserva Federal tendrá que actuar para intentar frenar el ascenso de los
precios, el mayor en 41 años.

La consecuencia para México es de seguridad nacional. El costo de hace 40 años fue el futuro del
país. Si la inflación sigue aumentando y las tasas de interés llegan a 10% se comprometerá el
consumo, la inversión, la generación de empleo y la recaudación tributaria. Para evitarlo se deben
utilizar nuevas fórmulas, es tiempo de la política industrial.

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