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CAPÍTULO V: PRACTICAS VIRTUALES EN EL EJERCICIO PROFESIONAL

DE LA PSICOLOGÍA

Publicidad y ejercicio profesional en contexto de pandemia: una lectura deontológica y


legal.
Laura Colombero, Gabriela Degiorgi y Josefina Revol
Prácticas profesionales virtuales en la psicología: fortalezas y debilidades.
Laura Colombero
Prácticas profesionales virtuales en la psicología: un análisis desde la Bioética.
Laura Colombero, Gabriela Degiorgi y Josefina Revol
Normativas jurídico-legales que atraviesan las prácticas profesionales virtuales en la
psicología.
Laura Colombero
ISSN 1853-0354 www.revistas.unc.edu.ar/index.php/aifp

Año 2020, Vol. 5, N°1, 22-36

PUBLICIDAD Y EJERCICIO PROFESIONAL EN CONTEXTO DE


PANDEMIA: UNA LECTURA DEONTOLÓGICA Y LEGAL
DEGIORGI GABRIELA, COLOMBERO MARIA LAURA y REVOL JOSEFINA. 1
1
UNIVERSIDAD NACIONAL DE CÓRDOBA FACULTAD DE PSICOLOGÍA CÁTEDRA DEONTOLOGÍA Y
LEGISLACIÓN PROFESIONAL SECyT-UNCT

Palabras claves Resumen


TERAPIA ONLINE El presente trabajo aborda la publicidad y ejercicio profesional de la psicología virtual,
que ha mostrado un crecimiento exponencial, motivada por la pandemia mundial
PUBLICIDAD ocasionada por el virus COVID-19. El objetivo es poner en discusión algunos ejes
normativos de las mismas y sistematizar los referenciales éticos mínimos a tener en
PANDEMIA
cuenta al momento de realizar una práctica virtual o una publicidad. La metodología
utilizada es de carácter cualitativo y el método descriptivo. Entre las principales
conclusiones se observa el crecimiento desmedido de las ofertas de servicios
psicológicos y de publicidades, que ante la coyuntura mundial y el desconocimiento de
los parámetros y regulaciones, genera tergiversaciones, deslegitimación de la profesión,
desprotección de los clientes y mala praxis, lo cual coloca en la figura del profesional de
Información de Contacto la psicología, la responsabilidad de informarse de sus deberes y obligaciones para poder
josefina.revol@unc.edu.ar proveer y ofrecer sus servicios desde un proceder responsable y ético

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1. Introducción

Al igual que cualquier profesional, los psicólogos formamos parte de un mercado laboral que tiene
sus propias reglas; y si bien son cuestiones poco visibilizadas, los profesionales que ejercen la
psicología, también participan en el entramado comercial que implica “vender/ofrecer su
servicio”. Existe por lo tanto competencia, marketing desmedido, innovaciones permanentes y
ocurrentes, entre otras, a los fines de captar futuros clientes y formas de llevar a cabo las
prácticas. Ahora bien, este escenario incorporó nuevas aristas de indagación tras el brote del virus
COVID-19, que ocasionó una pandemia a nivel mundial y obligó a los estados a decretar
cuarentenas sociales, preventivas y obligatorias. En consecuencia, el mundo del trabajo se ha visto
profundamente afectado, por lo tanto además de ser una amenaza para la salud pública, la
pandemia ha desencadenando perturbaciones a nivel económico y social, que han de poner en
peligro los medios de vida a largo plazo y el bienestar de millones de personas (OIT, 2020).

Los psicólogos no son la excepción y si bien el ofrecimiento y la forma de llevar a cabo sus servicios
a través de redes sociales, páginas web, sistemas de mailings, videollamadas, entre otros, ya
existían, en los últimos meses, la masificación que han tenido tanto las publicidades como las
modalidades de trabajo online, -fruto de la mutación en la modalidad laboral que viró de la
presencialidad a la virtualidad-, ha sido de dimensiones insospechadas. Y en esa abrumadora
cantidad, se pueden observar, por una lado, la abrupta implementación de la modalidad de
trabajo online, y por el otro, el incremento de publicidades de lo más diversas, cuyos puntos
problemáticos son no respetar los referenciales éticos -estipulados en los códigos de ética
profesionales, como por ejemplo los de la Federación Psicólogos de la República Argentina (en
adelante FePRA)1 y del Colegio de Psicólogos de la Provincia de Córdoba2 , y legales, lo que trae
concatenadas ciertas consecuencias negativas como ser la desvalorización y descrédito de la
profesión, la generación de representaciones sociales erróneas, el intrusismo de prácticas no
psicológicas, los ofrecimientos por parte de personas que no son profesionales y la mala praxis,
entre muchas otras.

Por tal motivo, consideramos necesario establecer algunos puntos de referencia deontológicos y
legales que contemplen y establezcan deberes y obligaciones del psicólogo en su práctica
profesional virtual y publicitaria (Colombero en Degiorgi, 2019).

1
Aprobado por la Asamblea ordinaria del 10 de abril de 1999. Modificado por la Asamblea Extraordinaria del 30 de noviembre de 2013.

2
Aprobado por Asamblea Extraordinaria del 12 de noviembre de 2016.

El Ejercicio Profesional en la Virtualidad

La historia de la psicología como ciencia y profesión, ha demostrado que los cambios son
constantes y dinámicos, que hay conquistas, mesetas y retrocesos, y que permanentemente en el

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continuo fluir del tiempo surge la necesidad de enfrentar desafíos y posicionar a la disciplina en el
lugar de reconocimiento y cientificidad que merece.

Claro que esos desafíos conllevan el deber de indagar y reflexionar sobre cómo llevarlos a cabo
con especial y rigurosa consideración. Hoy ese reto lo marcan las diversas modalidades de trabajo
psicoterapéutico virtual que son llevadas a cabo por los profesionales de la psicología.

El ejercicio profesional del psicólogo en la virtualidad, sin dudas no nace aquí, viene siendo una
alternativa terapéutica de mucha data previa, como también lo viene siendo nuestra preocupación
en torno las dimensiones deontológicas, legales y éticas no siempre contempladas por los
profesionales en este modo de trabajo.

Basta con tan solo navegar unos minutos por la web, para dar cuenta de la proliferación de un sin
número de ofertas de servicios psicológicos, que van desde nominaciones como psicología virtual,
ciberterapia, psicoterapia en línea, e-terapia, psicólogo en casa, el consultorio en tu computadora,
terapia por whatsapp, web counseling, terapia fastfood, por mencionar algunas de las tantas,
pasando por los portales que refieren su especialización en anorexia, bulimia, control de la ira y
adicciones, hasta llegar a programas de tratamiento para descargar y trabajar solitariamente en la
computadora o a través de los dispositivos móviles.

De acuerdo a lo que plantea França Tarragó (2016), podemos identificar tres niveles de
problematicidad que se dan en la praxis psicológica mediada por TICs: bajo, medio y alto.

En lo que respecta al nivel bajo, se hallan los servicios electrónicos que brindan información al
público sobre aspectos relacionados con las ciencias psicológicas y la salud mental e intercambios
científicos o profesionales en todas sus variantes: foros, debates, videoconferencias, bases de
datos científicas, revistas de psicología en línea, etc.

El nivel medio, comprende ya intervenciones de carácter preventivo y/o educativo, donde hay un
grado de participación y de manejo de información mayor que en el nivel anterior. Podrían
mencionarse consultorías informativas e interactivas sobre aspectos psicológicos de la persona,
educación sobre drogas, psicoprofilaxis, ciberacoso, bullying, violencia de género, etc.

Por último, el nivel alto, se encuentra constituido por las intervenciones diagnósticas y
terapéuticas propiamente dichas, hechas por el psicólogo a través de internet. Aquí, se
desprenderán intervenciones en crisis (depresión, suicidio, violencia, abusos, adicciones en sus
diversas formas, etc.), psicoterapias prolongadas individuales, psicología grupal en red, etc.
(França Tarragó, 2016).

En este sentido, cartografiado el nivel de problematicidad que conlleva cada práctica, resulta
indispensable dar cuenta de las fortalezas, limitaciones y desafíos que las investigaciones

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existentes han podido recabar respecto de ellas (Kenter et al., 2013; França Tarragó, 2016; Franco
et al. 2010; Satalkar, Shrivastava y De Sousa, 2015).

En lo que a fortalezas refiere, podrían enumerarse: la facilidad de contacto y libertad para elegir el
momento del mismo, la deslocalización, destemporalización, registro fácil de la entrevista,
posibilidad de ofrecer el servicio a pacientes que por sus localizaciones no podrían hacerlo,
descompresión de los sistemas de salud saturados, entre otros.

Por otro lado, revisando las limitaciones y desafíos éticos vinculados se han podido identificar a lo
largo de la bibliografía consultada: el riesgo de violación de la intimidad de la persona y del
psicólogo, déficit en la información gestual y datos corporales, dificultades en los cobros de los
servicios, dificultades para aplicar determinadas técnicas psicológicas, contribución al fomento del
uso y adicción a internet y el aislamiento de la persona, deshumanización del entorno terapéutico,
verificación de identidad en línea, anonimato del consultante, restricciones de jurisdicción,
necesidad de conocimientos tecnológicos, falta de entrenamiento formal, seguimiento y
acreditación de terapeutas, publicidad de servicios, etc.

Ahora bien, muchos han sido y son los esfuerzos a lo largo de nuestra historia profesional para
legitimar nuestro reconocimiento social y posicionar nuestra representación social. Hoy se podría
decir, que estamos ranqueados dentro de los primeros puestos, estamos hasta en los rincones y
lugares más inimaginados, y eso para muchos pareciera ser muy bueno, y lo sería si no se hubiera
gestado tal adormecimiento sobre las responsabilidades que demarcan el uso de estas
obnubilantes innovaciones virtuales.

La responsabilidad profesional comporta deberes y obligaciones (de naturaleza ética y jurídica,


respectivamente) que se anexan a la obligación primaria de naturaleza científica. Dichos deberes y
obligaciones preceden el ejercicio profesional, están pautados desde antes que el profesional
establezca una relación profesional con los destinatarios de sus servicios. Y si bien nos
encontramos aún con algunas lagunas normativas en cuanto a las regulaciones virtuales, los
principios rectores han sido y siguen siendo esas metas valiosas que nos ayudan a dirimir desde la
ética profesional cuando un accionar es correcto o incorrecto.

Existen muchas dudas y desinformación acerca de las herramientas jurídicas que se pondrían en
juego a la hora de realizar una terapia on-line. Ante este contexto, muchos profesionales llevan a
cabo su ejercicio sin tomar las medidas precautorias necesarias y obligatorias, tanto para el
cuidado del paciente como para su propio resguardo.

Debe quedar claro que las obligaciones y responsabilidades profesionales tanto deontológicas
como legales aplican a cualquier formato; el hecho de que la práctica sea virtual, no deslinda al
profesional en su accionar. Por ello, -desde la perspectiva jurídica- siempre que se dé inicio a un
contrato terapéutico, es fundamental conocer la identidad del paciente/cliente ya que; “cada vez

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que un analista y un paciente acuerdan un tratamiento, se ubican implícitamente como dos


personas con responsabilidad civil ante la ley” (Hermida en Carlino, 2010, p. 257).

En esta línea, se deberán brindar ciertas informaciones esenciales tanto desde el profesional,
como desde el cliente. En cuanto al primero, será necesario conocer su nombre completo,
dirección profesional, datos sobre su formación, titulo/s habilitante/s, y matrícula con la que se
encuentra registrado. En el caso del cliente, será necesario poder obtener identificación completa,
edad, sexo, lugar de residencia y/o localización.

En lo que respecta a las legislaciones nacionales, merece recapitular lo argumentado por Degiorgi
(2019) en su artículo sobre “Responsabilidad profesional y praxis en el ejercicio profesional del
psicólogo”, donde realiza un minucioso recorrido por los distintos tipos de responsabilidades
puestas en juego en caso de mala praxis: responsabilidad administrativa o disciplinaria,
responsabilidad penal y responsabilidad civil, todas ellas y sus derivados, insistimos, no son
exclusividad de los formatos terapéuticos presenciales, aplican y deben ser considerados también
en el trabajo virtual.

Con respecto a la regulación deontológica de las terapias virtuales, se encuentran en los códigos
de ética tanto de la FePRA como del Colegio de Psicólogos de la Provincia de Córdoba algunos
artículos que pueden ser retomados para su análisis. En el caso del Código de Ética de FePRA se
establece de manera muy somera que, “los psicólogos solo podrán utilizar en su práctica
tecnologías informáticas previa validación académica y científica” (Código de Ética de FePRA, 2013,
art. 3.3.11).

Por su parte el Código de Ética del Colegio de Psicólogos de la Provincia de Córdoba, en un intento
de superación del código anterior, y consignando algunas líneas más, establece:

4.30 Lxs psicólogxs sólo podrán utilizar en su práctica tecnologías informáticas, previa validación
académica o científica, con particular resguardo del secreto profesional y de la honestidad
intelectual, entendida como idoneidad necesaria en la aplicación de dichas tecnologías.

4.31 Lxs psicólogxs considerarán el hecho de que toda forma de comunicación no presencial
(telefónica, virtual, etc.) puede encubrir o distorsionar las expresiones emocionales, faciales,
verbales, gestuales, conductuales. Es decir, advierten las limitaciones que imponen las técnicas o
procedimientos de intervención psicológica a través de medios tecnológicos a distancia y
extremarán los recaudos para preservar la confidencialidad y adecuarlo al servicio que provee
(Código de ética del Colegio de Psicólogos de la Provincia de Córdoba, 2016, art. 4.30-4.31).

Ahora bien, ¿Qué sucede con la validez de las matrículas, y los límites geográficos? Según el
acuerdo arribado entre los Organismos Profesionales y FePRA, es intención que la atención on-line
no sea realizada en una provincia por fuera de dónde se está matriculado. Y aún contemplando
variantes y excepciones ¿Se respeta esto hoy? Porque una de las particularidades inherentes a los

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formatos virtuales es, como se mencionó precedentemente, su deslocalización territorial, una


praxis profesional que no solo puede llevarse a cabo a nivel nacional, sino internacional.

Este escenario nos lleva a interrogarnos sobre ¿Quién vigila esto hoy? ¿Quién resguarda al
destinatario de nuestros servicios cuando se traspasan estas fronteras? ¿Dimensiona el
profesional de la psicología que en estos casos además de conocer las leyes vigentes de su país,
debe conocer también las del país de su consultante? ¿Dimensiona el profesional que frente a
denuncias efectuadas por el consultante, estas cruzan al Derecho Internacional Privado?

Otro de los puntos álgidos que cobra centralidad en el ejercicio profesional virtual, es la
información receptada, su almacenamiento, su uso y el resguardo de la confidencialidad. ¿Nos
preguntamos acaso qué sucede con toda la información cartografiada con un nivel de detalle
excepcional obtenida en el desempeño virtual?, ¿Tomamos dimensión de la fácil vulneración de
los datos?, ¿Será que pensar en “la nube” como cofre de guardado nebuloso nos hace creer en la
imposibilidad del acceso de otros a nuestra información?

Somos testigos permanentes del incremento en el tráfico de datos que circulan por internet; cada
aplicación, cada servicio, correo, empresa, requieren información personal y además la
autorización de acceso a los datos de todos los dispositivos que utilizamos a diario. Esta
información proporcionada por los mismos usuarios, es almacenada y pueden ser utilizados sin
autorización, invadiendo la zona de reserva de las personas y, por consiguiente, afectando sus
derechos, esencialmente los derechos a la privacidad o a la intimidad.

Además de las normas deontológicas y legales de nuestro ejercicio que establecen el resguardo
del Secreto Profesional, ¿Se dimensiona que con la reforma constitucional de 1994 se incorpora el
concepto de hábeas data y que en el año 2000 fue sancionada la ley nacional de “Protección de los
datos personales”? Porque en sus artículos 8º y 9º se establecen claras directivas en relación a los
datos sobre salud y seguridad de los mismos.

Incluso a todas estas aristas problemáticas podría sumarse la dificultad y los límites para la
actuación profesional ante situaciones de riesgo potencial, desde un abordaje virtual. ¿Cómo
responder ante una urgencia? ¿Cómo responder cuando esto se desencadena en la virtualidad?, y
si vamos más allá ¿Qué pasa si además de esto, se le suman las dificultades técnicas tan frecuentes
hoy en el uso de este medio? Es claro dejar sentado que la responsabilidad disciplinaria, penal o
civil no se desdibuja por el contexto, por la virtualidad o por lo técnico.

Claro que no podemos dejar de reconocer que un ejercicio profesional responsable desde la
virtualidad, ha permitido en gran cantidad de casos sortear las barreras que este contexto de
pandemia nos ha puesto con el aislamiento y el encierro para el tratamiento del padecimiento psi.
Lo que nos ha demarcado también que las habilidades para trabajar con un sujeto en la
virtualidad, no son las mismas que las de la presencialidad y que se deja por fuera la significación
tan especifica que el encuentro cara a cara otorga. Sin embargo, sabemos que esta modalidad de

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praxis psicológica, ha venido para quedarse, y son muchos los desafíos que nos convocan desde el
lugar profesional, desde el lugar docente, como colectivo y a los organismos profesionales.
Cuestión ineludible e inmediata de afrontar dado que lo que está en juego es la integridad de los
sujetos, sus derechos y nuestras responsabilidades deontológicas, legales y éticas implicadas.

Es por esta razón, que la FePRA (2020), movilizada por los cambios acaecidos debido a la
pandemia mundial, -a partir de los cuales pudo darse cuenta de la imposibilidad de proveer
atención presencial por parte de quienes ejercían profesiones liberales, entre ellos, las psicólogas
y los psicólogos-, ha elaborado una serie de “Recomendaciones para las buenas prácticas
mediante la utilización de TICs”, que bordean la modalidad de atención, tipos de plataformas,
identidad del/la profesional, secreto profesional, consentimiento informado, implicancias en
relación al diagnóstico y situaciones de urgencia, jurisdicción en la atención y denuncias de faltas
éticas.

A continuación, se propondrán una serie de recomendaciones o sugerencias referidas a la práctica


de atención psicológica en modalidades no presenciales (FePRA, 2020):

1. Modalidad de atención: Al hacer referencia a la atención psicológica mediante la utilización de


TICs, se incluyen tanto: atención vía internet (videollamadas o chat por WhatsApp, Skype, Zoom, y
otras plataformas de chat o videoconferencia disponibles) y atención vía llamada telefónica. Se
sugiere en los casos en los cuales se comienzan procesos por cualquiera de estos medios, la
realización de una admisión y la delimitación del encuadre de psicoterapia con la modalidad en
línea. Se considera fundamental en el inicio del proceso, considerar la pertinencia de la atención
mediante estos dispositivos, y aclarar la posibilidad de derivación cuando el caso lo amerite. Se
recomienda así mismo, el intercambio de documentación que permita la identificación, entre
usuario/a y profesional y la obtención de un teléfono de contacto de familiar o allegado/a del/la
nuevo/a usuario/a. Además, se sugiere que el/la profesional provea la información sobre cuál es el
organismo encargado del control de su matrícula, y datos de contacto del mismo. Ante la
necesidad de realizar derivaciones, las psicólogas y los psicólogos, deben contar con conocimiento
e información disponible sobre los servicios, instituciones y organizaciones que se encuentran
brindando atención de salud mental de modo presencial. Debe tenerse en cuenta para esto la
situación particular del/la usuario/a (es decir, tener información amplia sobre distintas
instituciones en distintos puntos de la ciudad, sobre todo en caso de jurisdicciones de gran
amplitud territorial).

2. Plataformas: se sugiere tener en cuenta la elección de plataformas de atención, la seguridad de


las plataformas y el resguardo de la confidencialidad. En relación al tipo de plataforma utilizada
como canal para la terapia online, se sugiere analizar en cada caso las condiciones de seguridad de
cada una de ellas, optando por las que presenten mayor seguridad para la preservación de los
datos. Se sugiere convenir con el/la usuaria/o cuál será la plataforma elegida. Se deberán tomar
todas las medidas de protección para garantizar la privacidad del entorno digital.

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3. Identidad del/la profesional: se deberá tener en cuenta la importancia de la debida


identificación del/la profesional y la referencia a los Colegios Profesionales para verificar la
identificación. Se sugiere utilizar la matrícula profesional impresa otorgada por el organismo
encargado del control de la misma, poniendo a disposición dicho dato, para que el/la consultante,
pueda verificarlo con la institución correspondiente.

4. Secreto Profesional: se deberá tener en cuenta la confidencialidad en la atención mediante TICs


y el resguardo de registros virtuales y físicos de la información de las sesiones realizadas en forma
remota (uso para la atención de dispositivos compartidos por otros). Se recomienda tomar los
recaudos necesarios para la protección de la intimidad, incluyendo: a) seguridad de las
plataformas, b) cuidado del entorno de atención, garantizando que otras personas con las cuales
se comparte el mismo, no escuchen o interrumpan durante el proceso de atención. Si la sesión
será grabada por algún motivo, deberá considerarse lo estipulado en el artículo del Código de Ética
de la FePRA, c) resguardo de datos, en caso de compartir dispositivos electrónicos con otras
personas. Se sugiere el uso de contraseñas en dispositivos personales.

5. Consentimiento Informado: para la administración del consentimiento en la atención mediante


TICs se recomienda explicar las particularidades de este tipo de intervención: a) para usuarios/as
que tenían o han tenido atención previa con el/la profesional y b) para usuarios/as que se
contactan por primera vez con el/la profesional. En el caso de atención de usuarios/as que el/la
profesional ya había intervenido de modo presencial, se sugiere tener el cuidado necesario de que
el ofrecimiento de la posibilidad de retomar o continuar la atención mediante TICs no resulte una
imposición, así como de brindarles la posibilidad de informar, si una vez retomada o iniciada la
psicoterapia, la modalidad no le resulta efectiva o agradable. Esto requiere atención del/la
profesional a estos aspectos, y revisión de los efectos y resultados obtenidos con los/as
usuarios/as mediante estas prácticas. Se deben explicar las particularidades de este tipo de
atención: plataformas, procedimiento para sostener el espacio en caso de problemas de
conectividad, resguardo de privacidad, horarios, honorarios, etc. Se deberá manifestar la
posibilidad de que, en el caso que el dispositivo no fuera o dejara de ser adecuado, se pueda
realizar la derivación pertinente. Se sugiere aclarar explícitamente, que, si bien serán tomados
todos los recaudos para que las condiciones de seguridad informática sean óptimas, el/la
profesional no puede garantizar totalmente la misma, dado que excede su competencia. Se
recomienda que el/la profesional tome conocimiento sobre otros dispositivos de orientación y
contención para los/as usuarios/as, en áreas que exceden el tratamiento psicológico individual, en
este caso mediante TICs, como pueden ser: instituciones que trabajan sobre violencia por motivos
de género, dependencias de la Justicia que se encuentren de guardia en el caso de situaciones de
riesgo, abuso o violencia, dispositivos de asistencia para personas en situaciones socio-económicas
desfavorables, entre otros.

6. Implicancias en relación al diagnóstico y situaciones de urgencia: cada profesional deberá


analizar la posibilidad de efectuar un diagnóstico mediante la utilización de TICs, considerando

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siempre la opción de realizar una derivación a servicios que cuentan con atención presencial. En
cuanto al uso de test debe remarcarse lo novedoso de esta temática y la necesidad de realizar
estudios respecto a la misma, entendiendo las limitaciones que conlleva la atención mediante TICs
en este aspecto. El Código eontológico de FePRA establece en el artículo 3.3.11 que los psicólogos
y las psicólogas, solo podrán utilizar en su práctica tecnologías informáticas previa validación
académica y científica. Por lo tanto, se sugiere que el/la profesional se mantenga informado/a
respecto a las posibles recomendaciones que se puedan realizar desde instituciones especializadas
y reconocidas, y a las revisiones que realice oportunamente la comunidad científica y profesional.
Tal como se sugirió en el punto 1, es necesario que cada profesional tenga conocimiento sobre
dispositivos presenciales para derivaciones, en este caso para la realización de diagnósticos, o ante
situaciones de urgencia.

7. Jurisdicción en la atención y denuncias de faltas éticas: los psicólogos y las psicólogas deben
estar matriculados/as en el Colegio de Ley y/o en los organismos competentes para el control del
ejercicio profesional en cada jurisdicción. Se considera importante que tales organizaciones
confeccionen un registro de las y los profesionales que realicen esta práctica. La atención
mediante TICs abre la posibilidad que profesional y usuario/a residan en diferentes jurisdicciones.
Se considera que en este tipo de práctica, debe tenderse a garantizar la libre elección de
profesionales por parte de los/as usuarios/as, pero asimismo asegurar que se encuentran
garantizadas las condiciones de resguardo ante posibles reclamos. Es primordial, que cada
profesional provea la información sobre cuál es el organismo encargado del control de su
matrícula, y datos de contacto del mismo. También será tarea de dichos organismos realizar las
acciones pertinentes para que se ajuste la práctica a la normativa de cada jurisdicción. Se
recomienda avanzar a nivel nacional, en la comunicación desde las organizaciones
correspondientes hacia FePRA, respecto a las sanciones disciplinarias que se apliquen a los/as
matriculados/as o afiliados/as, cuando impliquen inhabilitación para el ejercicio profesional (y
duración de la misma) (FePRA, 2020, s.p).

La Publicidad del Profesional de la Psicología

La liberalidad que la virtualidad en cualquiera de sus aristas per se otorga, pareciera ser para
muchos la regla de la que se sirven para el desempeño profesional, como si los valores, principios
y normas que nos regulan y procuran por el resguardo de los destinatarios de nuestros servicios,
se desvanecieran y no rigieran al sumergirnos en el océano de la virtualidad (Degiorgi, 2020).

Esquemáticamente, y siguiendo la clasificación referenciada en el Código de Ética de FePRA


(2013), las publicidades se enmarcan dentro de las declaraciones públicas junto a las divulgaciones
y publicaciones. Indistintamente de cuál categoría se hable, la reflexión -transversal a todas-, debe
ser en base a la veracidad y los criterios para llevar a cabo una comunicación honesta, exacta y

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abierta, valores éstos asociados al principio de Integridad de la Declaración Universal de Principios


Éticos para psicólogas y psicólogos (2008). Pues, según esta Declaración;

la integridad es vital para el avance del conocimiento científico y su aplicación, y para el


mantenimiento de la confianza pública en las psicólogas y los psicólogos. La integridad está basada
en comunicaciones honestas, abiertas y precisas. Incluye reconocer, controlar y manejar sesgos
potenciales, relaciones múltiples, y otros conflictos de interés que pudieran implicar un daño a
otros o su explotación (Declaración Universal de Principios Éticos para psicólogas y psicólogos,
2008, princ. III).

Por lo tanto y a los fines del presente trabajo, cuando se alude a la publicidad del profesional
psicólogo, se hace referencia a la promoción de sus servicios, lo que incluye anuncios –ya sean
pagos o gratuitos- y/o presentación de curriculum vitae (Código de Ética de la FePRA, 2013).

Comencemos por el punto de base: cada profesional que haga publicidad de sus servicios, ya sea
en cualquiera de sus modalidades –gráfica, radial, audiovisual, informática y/o en cualquier otro
soporte comunicacional- deberá incluir como requisito obligatorio: “nombre y matrícula,
absteniéndose de publicar honorarios” (Código de Ética FePRA, 2013, art. 6.1.1.1).

Este concepto puede observarse también en el Código de Ética del Colegio de Psicólogos de la
Provincia de Córdoba, enmarcado en las responsabilidades con la colegiación y los colegas:

4.14 En la promoción de sus servicios profesionales, lo que incluye anuncios pagos o gratuitos a
través de medios gráficos, radiales, audiovisuales, informáticos y/o cualquier otro soporte
comunicacional, como también en la presentación de currículum vitae, lxs psicólogxs deberán
incluir nombre y matrícula, absteniéndose de publicitar honorarios por un valor menor al del
honorario mínimo ético (Código de Ética del Colegio de Psicólogos de la Provincia de Córdoba,
2016, art. 4.14).

Si bien existe una tendencia cada vez más significativa de los profesionales de orientarse y valerse
de las diversas técnicas que ofrece el marketing digital para “captar clientes”, se deben respetar
las reglas establecidas en las normativas que rigen el actuar profesional. Sugerencias como: “Si no
estás en las redes sociales, no existes. En el mundo digital, la visibilidad equivale al poder”, “el
marketing de contenidos es una de las inversiones más rentables actualmente […] Es una forma de
hacerte accesible y mostrar una cara profesional y centrada en las preocupaciones de la gente que
se plantea contactar con psicólogos”, “trasmitir valores en positivo”, “no exponer ejemplos
extremos” (Psicología y mente, 2020, s.p), etc., invaden la web en el intento de los psicólogos de
captar a sus clientes.

Y es pues, en este entramado comercial, -que lejos de conocer las normativas deontológicas que
rigen-, “asesoran comunicacionalmente”, trayendo concatenada en primera instancia una de las
irregularidades observadas que es la ausencia de nombre y matrícula que no solo hace imposible

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discriminar un servicio profesional de una terapia alternativa, sino que además no da cuenta de
que quien lo está ofreciendo, posea la habilitación académica y legal correspondiente.

En cuanto a la publicación de honorarios, observamos que es otra cuestión no solo disruptiva de la


norma, sino que además de traspasar cualquier arancel mínimo ético, establecido por las
instituciones colegiadoras, mercantiliza nuestras prácticas en tenores como: “5 sesiones al precio
de 4”, o “dos atenciones por semana al precio de una” o “toma diez sesiones y te regalamos 2”.

La codificación también expresa que las publicidades deben ser mensuradas, incluyendo solo los
datos indispensables, “en ningún caso deberá ser exagerada de modo que tergiverse en algún
sentido la índole y eficacia de los servicios” (Código de Ética FePRA, 2013, art. 6.1.1.2). Sobre este
punto, suelen encontrarse serias irregularidades, que han de convertir la publicidad del servicio
profesional en un arsenal de información desorganizada, innecesaria y lo más preocupante, falsa y
deslegitimadora.

En vinculación con este artículo, hemos encontrado anuncios invadidos con densas nomenclaturas
que van desde la diversidad de destinatarios de los servicios posibles (niñ@s, adolescentes,
adultos, adultos mayores, familias, parejas, etc.) hasta el abanico de técnicas utilizadas por el
profesional (gestalt, psicoanálisis, enfoque cognitivo-conductual, terapias sistémicas, etc.), lo que
evidencia una clara falta no solo a la normativa, sino también al reconocimiento de las fronteras
de las propias competencias y las limitaciones de la pericia, que demarcan principios éticos
universales como lo es la Honestidad intelectual.

Pero si de sumar dimensiones problemáticas se tratara, el contexto de crisis económica


potenciado a partir de las medidas de distanciamiento social propuestas por los Estados en el
marco de la pandemia mundial, ha provocado un efecto de desesperación que llevó a diversos
profesionales a recurrir a medios de publicidad poco serios y que agudizan aún más, los mitos y
representaciones sociales negativas en torno al ejercicio profesional de la psicología,
confundiendo intervenciones científicas, con consejos o respuestas generalistas a problemáticas
que deberían ser analizadas desde un enfoque individual y potenciando la autonomía del
destinatario de nuestros servicios.

En la actualidad es posible observar gran cantidad de profesionales que recurren a redes sociales
de fácil acceso, otorgando “tips”, “consejos” e “ideas”, basadas en posturas idealistas y sin base
teórica y científica, para enfrentar la pandemia, promoviendo concepciones absolutistas siendo de
significativo riesgo para quienes no logren cumplir con dichos objetivos. Situación que además,
ante la ausencia de contención al respecto, genera auto percepciones erróneas y peligrosas para la
salud mental.

Esto nos lleva en primera instancia a retomar el Principio rector de Competencia, según el cual:

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Los psicólogos se comprometen a asumir niveles elevados de idoneidad en un trabajo,


reconociendo las fronteras de sus competencias particulares y las limitaciones de su pericia.
Proveerán solamente aquellos servicios y técnicas para las que están habilitados, por su formación
académica, capacitación o experiencia (…) (Código de Ética FePRA, 2013, prin. b).

De aquí se desprende otra de las irregularidades encontradas en las publicidades y que comprende
el ofrecimiento por parte de profesionales de la psicología de “terapias alternativas”, como flores
de bach, reiki, campos energéticos como otros tantos recursos o técnicas que no están
reconocidas por la comunidad científica y profesional.

El Código de Ética de FePRA es muy claro en este sentido: “los psicólogos no ofrecerán recursos o
actividades relativas a técnicas psicológicas que no estén reconocidas por la comunidad
profesional. Tampoco utilizarán el precio o gratuidad del servicio como forma de propaganda”
(Código de Ética FePRA, 2013, art. 6.1.1.3).

En la misma dirección, el Código de Ética de psicólogos de la Provincia de Córdoba alude a que:

4.15 La publicidad de servicios deberá hacerse en forma que incluya los datos indispensables para
la información útil, sin inducir a engaño u ofrecer soluciones contrarias a la especificidad de las
incumbencias de la profesión (Código de Ética del Colegio de Psicólogos de la Provincia de
Córdoba, 2016, art. 4.15).

Pero con ello no acaba el tema de las publicidades, otro de los puntos controvertidos es –y dado el
contexto de pandemia, con muchísima frecuencia- la presencia del profesional psicólogo en los
medios masivos de comunicación.

Desde consultas técnicas ante casos de extrema gravedad y popularidad, -brotes psicóticos,
suicidios, crisis esquizofrénicas, entre otros- pasando por columnas fijas en las que el psicólogo
aconseja o explica sobre cómo tratar los problemas del oyente/telespectador e hipotético
paciente –como ocupar la mente en cuarentena, que hacemos en tiempos de pandemia, consejos
para fóbicos frente al virus-, profesionales, que sin tener la formación e idoneidad pertinentes, se
ofrecen para “contener” a través de las cámaras a profesionales de la salud o a personas en
aislamiento social preventivo, hasta la aparición en programas de televisión tipo talk-show
analizando cuál “experto”. En la mayoría de esos casos, se ha recurrido a estereotipos,
reduccionismos, a la espectacularización con imágenes impactantes y tópicas, se ha descuidado el
uso del lenguaje, se han inventado diagnósticos, se han expuesto testimonios de pacientes en
relación con la calidad de los servicios o productos del psicólogo; se ha apelado a los temores,
angustias o emociones en relación con las posibles consecuencias de no tomar los servicios
ofrecidos, etc.

Claro que no decimos que la exposición en medios esté prohibida, sino que su realización debe ser
sumamente cautelosa; sólo deberá tener fines educativos o divulgativos y no se puede participar

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en avisos que recomienden la adquisición o uso de un determinado producto, así lo establece el


Código (2013) en su art. 6.1.1.4. Sobre todo, en el marco de una pandemia mundial que tiene
claras y fuertes implicancias en la subjetividad de las personas.

Si bien es cierto que en numerosos casos la presencia de psicólogos en medios masivos de


comunicación desmitifica, erradica miedos, no es menos verdad el riesgo manifiesto de cometer
graves errores y, en todo caso, de vulgarizar la ciencia psicológica convirtiéndola en la denominada
“terapia fastfood” (Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid, 2011).

Es importante también remarcar aquí la responsabilidad que le cabe a todos los profesionales ante
el conocimiento de publicidades que transgreden las normas antes establecidas; en este sentido,
el Código de Ética de Psicólogos de la Provincia de Córdoba establece:

4.13 Lxs psicólogxs tienen la obligación de poner en conocimiento ante la autoridad

deontológica competente:

4.13.1 El ejercicio ilegal de la profesión en cualquier forma que ocurra.

4.13.2 La práctica profesional de lxs psicólogxs o aquella que se realice en nombre de la psicología,
que no se efectúe en el plano y nivel científico y/o profesional, propios de la disciplina, cualquiera
sea su forma (Código de Ética del Colegio de Psicólogos de la Provincia de Córdoba, 2016, art.
4.13).

2. Conclusión

La psicología, como ciencia y como profesión tiene enormes impactos con sus pares, con los
usuarios de servicios de salud mental y con la sociedad en general, que de modo directo o
indirecto se encuentra alcanzada.

La mala formación, la improvisación, la charlatanería, la negligencia, la impericia o la


irresponsabilidad como profesional tanto en el ejercicio como en el ofrecimiento de sus servicios a
través de técnicas publicitarias, son algunas de las formas de proceder con significativas y dañinas
repercusiones. Pues son las comunicaciones públicas y la mala praxis uno de los pilares centrales
en la formación y reproducción de representaciones sociales, muchas de ellas distorsionadas y con
un profundo efecto deslegitimador de la profesión psicológica.

Apuntamos en estas líneas a resaltar la primacía del análisis reflexivo necesario donde se evalúe
cualitativamente los deberes y obligaciones implicadas en cada situación, dando razón a los
argumentos que llevan a tomar un camino y desestimar otro al momento de definir el rumbo de
una intervención.

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Sabemos que la virtualidad, ha venido para quedarse y ante ella, será responsabilidad del
profesional psicólogo utilizarla con la pericia pertinente. En este sentido, las diversas formas de
comunicación, captación de clientes, y modalidades de abordaje, conllevan la obligatoriedad de un
accionar responsable y competente por parte de los profesionales de la psicología. Ante ello,
deberán poder hacerse al menos las siguientes preguntas: ¿Quiénes pueden verse beneficiados
con terapias virtuales, y quienes afectados?, ¿Dónde residen?, ¿Ello impacta en su tratamiento?,
¿Cómo responder ante una urgencia?, ¿Qué lleva a un sujeto a buscar una terapia online?, ¿Qué
herramientas tenemos como profesionales para abordar situaciones complejas que pueden verse
desencadenadas en la virtualidad?, ¿Qué implicancias puede tener para la profesión una mala
publicidad?

Pues la virtualidad, no exime de ningún tipo de responsabilidad profesional tanto deontológica


como legal, más aún en un contexto de profunda incertidumbre y vulnerabilidad social y subjetiva,
donde además, tenemos la obligación moral de llevar a cabo un ejercicio competente y honesto
intelectualmente.

Referencias

Carlino, R. (2010). Psicoanálisis a distancia. 1ª ed., Buenos Aires, Lumen.

Código de Ética de la Federación de Psicólogos de la República Argentina, (2013).

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PRÁCTICAS PROFESIONALES VIRTUALES EN LA PSICOLOGÍA:
FORTALEZAS Y DEBILIDADES

Laura Colombero

No quedan dudas de que la creciente y sostenida adhesión de usuarios/as y


profesionales de la psicología a la modalidad virtual, ha adquirido en los últimos años una
preponderancia mundial. Lo que sí entra en juego en las discusiones académicas es que las
certidumbres conceptuales o técnicas han sido insuficientes para justificar cierta
“legitimidad” atribuida a esta modalidad de práctica, quedando mucho camino por recorrer
en lo que respecta a la fundamentación y el valor de la intervención del profesional de la
psicología en la complejidad de las situaciones humanas actuales, singulares o colectivas.
Específicamente, en estas líneas, propongo explorar un mapa de fortalezas y
debilidades constitutivas al formato de ejercicio virtual a los fines de complejizar el análisis
y detener el adormecimiento sobre las responsabilidades que demarcan el uso de
obnubilantes innovaciones.

De las fortalezas

Tomando los aportes de França Tarragó (2016); De Sousa et al., (2015); Torre
Martí y Pardo Cebrián, (2018); Franco et al., (2010); Gutiérrez (2002); Shiller (2009); Zack
(2008) y Barak et al., (2009) se puede establecer el siguiente mapa clasificatorio de
fortalezas:
-Facilidad de contacto y libertad para elegir el momento del mismo: basta con
googlear servicios de psicología en línea, para ver desplegado un menú de opciones de
profesionales, teorías, modalidades, formas de pago, etc. Cualquier persona interesada en
obtener un servicio psicoterapéutico de forma inmediata puede hacerlo, con el plus de
elegir entre la variada oferta disponible. Esto que a simple vista se avizora como una
ventaja del dispositivo, trae consigo variadas y significativas complicaciones que se
analizarán posteriormente.
-Deslocalización: esta fortaleza es una de las que mayor impacto ha tenido a la hora
de estudiar las psicoterapias virtuales, ya que es una variable que se apalanca en el derecho
a la salud, por ejemplo brindando la posibilidad de ofrecer el servicio a pacientes que por
sus localizaciones no podrían hacerlo, poder dar continuidad de un servicio en pacientes
que viajan o se han instalado en otros territorios y quieren seguir siendo atendidos por el
mismo profesional, poder elegir entre un vasto número de profesionales y corrientes
epistemológicas, etc. De alguna forma esta fortaleza, podría pensarse en términos de
equidad e igualdad en el acceso a un servicio de salud mental.
-Destemporalización: ya no resulta esencial para poder desarrollar una sesión
psicoterapéutica que consultante y profesional se encuentren a una misma hora. El hecho de
poder contar con otras formas comunicacionales como el email, entornos virtuales,
simulación robótica, etc., hacen que el tipo de contacto se pueda desarrollar de manera
asincrónica.
-Registro fácil de la entrevista: los diferentes dispositivos tecnológicos, permiten la
posibilidad de llevar a cabo un registro, archivo y evaluación en profundidad de cada
material. Ahora bien, habrá que indagar sobre los permisos de registro fonoelectrónico y
sus utilizaciones que no se agotan sólo en el profesional de la psicología, ya que el paciente
puede también grabar su sesión sin que el profesional lo sepa, desprendiéndose de ello, un
variado número de inconvenientes.
-Descompresión de los sistemas de salud saturados: los dispositivos
psicoterapéuticos virtuales, podrían funcionar como herramientas sustitutas de los sistemas
colapsados de atención en la salud mental, bajando los costos y descomprimiendo el gran
caudal de pacientes que están sujetos a un servicio deficitario, específicamente pacientes
críticos, de alto riesgo en lista de espera.
En este sentido por ejemplo, a raíz de la pandemia originada por el virus COVID-
19, a partir de la cual el mundo entero tuvo que modificar sus esquemas de trabajo y
atención integral de la salud, los servicios de salud mental no quedaron exentos, no solo los
profesionales independientes, que vieron la necesidad de continuar los tratamientos con sus
pacientes bajo la modalidad de teletrabajo, sino una extensa red de organizaciones, sistema
público, instituciones educativas, que ante una emergencia sanitaria y social, utilizaron la
virtualidad para llegar a la población que lo necesitaba.
-Reducción de tiempo y logística para acceder a la sesión: el uso de tecnologías de
comunicación permite reducir tiempos para llegar hasta el consultorio, tránsito vehicular,
demoras o inasistencias por factores climáticos, etc.
-Reducción de costos tanto para el profesional como para el cliente: el
abaratamiento de costos tanto del consultante como del profesional siempre es una variable
que se considera incluso en los servicios presenciales. El hecho de no tener que alquilar un
espacio para utilizarlo como consultorio, de no tener gastos de movilidad hacia dicho
espacio, etc. juega completamente a favor de esta modalidad.
-Aceptación de Internet y dispositivos afines como herramientas de comunicación
social: cada vez son más los usuarios de Internet alrededor del mundo, tal es así que ya se
estima, superan la mitad de la población global. En el caso específico de la República
Argentina, el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC), a mediados de 2019
publicó un informe en el que daba cuenta de la situación en este país: “en el cuarto
trimestre de 2018, se registró que el 63% de los hogares urbanos tiene acceso a
computadora y el 80,3%, a Internet. Además, los datos muestran que, en la Argentina, 84
de cada 100 personas emplean teléfono celular y 78 de cada 100 utilizan Internet” (2019,
s.p).
Este incremento progresivo y continuo en el uso de Internet da cuenta de que; “las
nuevas tecnologías de la información y comunicación, y específicamente Internet, han
llegado para quedarse y tanto los profesionales, las estructuras institucionales y personas
comunes deben comenzar a asimilarlas, obteniendo el mayor provecho y beneficio para los
usuarios” (Franco et al., 2010, p. 31).
-Favorable para determinado tipo de destinatarios: las prácticas profesionales
virtuales serían beneficiosas para consultantes con determinados trastornos como la
agorafobia, fobia social, también en personas con déficit de conductas asertivas, o en
aquellas personas en las que los contactos iniciales pueden ser más fáciles si se realizan a
distancia (Urbano, como se cita en Gutiérrez, 2002).
Carlino (2010) refiere sobre este punto que personas tímidas, desconfiadas o que no
buscan un contacto profundo o de largo alcance pueden estar motivadas a solicitar un
tratamiento de orientación psicológica por medio de portales de Internet. Pero advierte ante
este escenario que la necesidad de anonimato no siempre está relacionada pura y
exclusivamente con la desconfianza o la ansiedad persecutoria. Sobre ello, hay estudios de
comportamiento en línea que han demostrado la existencia de una “desinhibición de afecto
en línea”, puesto que muchas personas sienten miedo o son amenazados por la posibilidad
de hablar cara a cara ya que temen que serán juzgados o rechazados por el terapeuta (De
Sousa et al., 2015).
También, será favorable para aquellas en las que el desconocimiento del otro y la
falta de estímulos visuales podría hacer que se anime a contar cosas que contrastado con
una terapia presencial le llevaría muchos años. Son posibles destinatarios aquellas personas
que asisten a psicoterapia presencial, pero que por motivo de viajes o trabajo deben alejarse
y no quieren cambiar de profesional.
-Análisis de componentes verbales: un tratamiento mediante comunicación escrita
facilita análisis más exhaustivos del componente verbal, lo cual puede ser de gran utilidad
para realizar una reestructuración cognitiva, desarrollar una terapia racional emotiva o
aplicar técnicas de resolución de problemas (Urbano, como se cita en Gutiérrez, 2002).
Los partidarios de esta forma de psicoterapia destacan ventajas de la conversación
sólo mediada por texto, ya que reduce las distracciones causadas por la presencia real de
otra persona y ayuda en el enfoque correcto de problemas (De Sousa et al., 2015).

De las debilidades

En lo que respecta a las debilidades del formato de trabajo virtual, la bibliografía


condensa las siguientes consideraciones:
-Demandas exprés: por Internet la gente quiere todo rápido, se piden respuestas
veloces, tratamientos más cortos y hay una dificultad para sostener el trabajo ya que
muchos se entusiasman, empiezan, pero luego desaparecen. En este sentido, se advierte que
muchas de las consultas pueden llegar enmarcadas en la lógica de mercado que circula en la
aldea global, donde se espera que el profesional de la psicología brinde una receta de cómo
afrontar tal o cual problema, a bajo costo, en búsqueda de respuestas inmediatas, con una
clara falta de compromiso, etc.
-Déficit en la información gestual y datos corporales: “Suspiros, emociones
frustradas, brevedad, irritación: todo puede perderse en el proceso de la transacción por
correo electrónico” (Peterson y Beck, 2003, como se cita en Shiller, 2009, p. 11). Esto es un
ejemplo de que existen ciertas informaciones asociadas a los sentidos que se pierden y por
lo tanto, sin la información visual u auditiva, es difícil hacer un diagnóstico exhaustivo del
estado mental de un consultante. Por ejemplo, un email no puede comunicar el olor a
alcohol de un hombre que niega haber tomado algo para beber, no se captura el lenguaje
corporal que denota cierto nerviosismo de alguien que está incómodo discutiendo un tema
delicado, etc. (De Sousa et al., 2015).
-Dificultades en los cobros de los servicios/honorarios profesionales: el hecho de no
tener que encontrarse con la persona de manera presencial, donde el pago viene como
contrapartida del servicio, casi en un mismo espacio-tiempo hace que la transacción en la
virtualidad pueda tener ciertos inconvenientes sobre todo cuando las mismas se realizan en
territorios diferentes, donde pueden mediar impuestos, tasas, aranceles, inconvenientes en
los cambios de monedas, los tiempos de cobro desfasados, etc.
-Deshumanización del entorno terapéutico, al establecerse el contacto mediado por
un dispositivo tecnológico comunicacional, se comunica, pero al mismo tiempo también se
separa. “Es difícil pensar una terapia sólo online: es creer que únicamente leyendo o
escuchando uno puede abarcar lo mismo que con un contacto presencial. Si todo discurso
es engañoso porque dice más de lo que quiere decir, detrás de una máquina la situación es
aún mucho más engañosa” (Fainstein, como se cita en Ferrrari, 2005, s.p).
La falta de componentes no verbales en el material que se produce en la psicoterapia
en línea es uno de los motivos por los cuales muchos psicoterapeutas rechazan este tipo de
dispositivo. Resulta muy complejo obtener una imagen completa del consultante y, por lo
tanto, es posible que no se puedan captar matices críticos que podrían ayudar a modificar la
terapia o incluso reevaluar el diagnóstico inicial.
-Riesgos sobre la privacidad y confidencialidad de los datos: existen ciertos
requisitos básicos imprescindibles a la hora de realizar una psicoterapia virtual. Uno de
ellos, es disponer de un sistema de contraseñas para la protección de correos electrónicos y
servicios de chat, mensajería, teléfono, archivos de trabajo y disposición para el
almacenamiento seguro de notas de intercambios terapéuticos. No obstante, resulta casi
imposible saber donde son almacenados los datos que se depositan en la famosa “nube”,
qué sucede con los archivos que se “eliminan y se recuperan”, etc.
Cuando las sesiones se realizan desde dispositivos que no son de uso estrictamente
personal, -como puede ser una PC del trabajo, cibercafés, etc.- los datos corren aún más
riesgos de ser descubiertos por otras personas, por ello se desalienta su uso.
Si los pacientes, comparten el acceso a sus email con familiares, claramente no será
un medio que pueda utilizarse, se debe asegurar de que nadie tenga acceso.
Existen métodos de cifrado, algoritmos o aplicaciones de software especiales que
podrían dar la impresión de un mayor control sobre la privacidad y confidencialidad de los
datos, ya que por ejemplo pueden ser útiles para confirmar la identidad de quien lee o envía
correos electrónicos, pero la realidad es que estos programas requieren su instalación tanto
en profesionales como en pacientes y no se puede garantizar la seguridad e infalibilidad
electrónica de esas comunicaciones (De Sousa et al., 2015).
-Dificultades con la verificación de identidad en línea/ posibilidad de anonimato del
consultante: poder verificar la identidad del usuario siempre es una tarea difícil cuando la
mediación es electrónica. Será necesario conocer datos como la dirección del consultante,
solicitar el envío de documentos por correo electrónico como la copia de su documento de
identidad, licencia de conducir o pasaporte. Claro que esto, no se hace en el dispositivo
presencial por lo que podría ocasionar desconfianza o incrementar ansiedades, disuadiendo
a la persona a que quiera tomar el servicio, ya que también puede sentir que la información
que ha divulgado podría ser usada en su contra.
Peor aún, en el caso de menores de edad que recurren con identidades falsas a
solicitar los servicios: “a veces, un niño/adolescente usa el número de tarjeta de crédito de
un padre y se hace pasar por un adulto. Esto crea más problemas porque la terapia en línea
sin el explícito permiso de los padres tiene ramificaciones éticas en el caso de niños y
adolescentes” (De Sousa et al., 2015, s.p).
-Ausencia de formación: ¿Existen formaciones específicas en los planes de estudio
de las carreras de psicología sobre modalidades de trabajo virtual? ¿Se necesitan ciertas
habilidades para utilizar este dispositivo? Curiosamente, aún –al menos en Argentina- los
planes de estudio de las Carreras de Psicólogos y Lic. en Psicología no cuentan con una
materia específica que aborde el complejo entramado de trabajo que conlleva el uso de
dispositivos virtuales. Lo que sí se enseña, en materias curriculares como Deontología y
legislación profesional es la relevancia e incidencia que las legislaciones directa e
indirectamente vinculantes y los parámetros deontológicos y éticos tienen en el ejercicio
profesional virtual de la psicología.
-Necesidad de mayor investigación: si bien en los últimos años se ha visto un
incremento en el número y variedad de investigaciones, lo cierto es que aún quedan
demasiadas dudas. Se requiere de mayor evidencia empírica, con criterios homogéneos y
unificados sobre el tipo de intervenciones online y soportes, así como de los problemas
psicológicos más comunes y de los formatos tecnológicos más novedosos. Hay muchísimas
dudas sobre los resguardos de información, confidencialidad, y aspectos legales que
intersectan estas prácticas. Pensemos además en la velocidad con la que la tecnología va
avanzado y en las múltiples innovaciones que podrían implementarse en los servicios
virtuales desacompasadas de las correspondientes investigaciones.
-Inconvenientes para la adecuada selección de pacientes: es claro, en función de lo
que se viene desarrollando que cualquier persona no puede acceder a un servicio
psicoterapéutico virtual. Los peligros que presentan personas psicóticas, con trastornos de
personalidad, violentos y agresivos, suicidas son significativamente grandes. Pero, ¿cómo
puede el profesional saber que quien solicita su servicio posee esa patología?, y una vez
realizado el diagnóstico, si el tiempo lo permite, ¿qué haría el profesional ante casos así? El
abanico de intervenciones posibles se limita y se torna completamente difícil garantizar la
seguridad de aquellos pacientes a la distancia.
-Falta de normativas específicas sobre restricciones de jurisdicción y supervisión
regulatoria: según De Sousa et al., (2015) los desafíos relacionados con la jurisdicción en
casos de psicoterapias virtuales están bien documentados en los EE.UU., donde cada estado
tiene diferentes requisitos legales con respecto a los procedimientos de intercambios
terapéuticos en relación con tendencias suicidas, autolesiones, abuso infantil y abuso
sexual.
El punto central es cuando psicoterapeuta y consultante no se encuentran en el
mismo país, con lo cual puede haber confusión sobre la operatoria legal que implica a más
de un país.
Hay autores que argumentan que los psicoterapeutas solo deben prestar servicios de
salud mental en jurisdicciones en las que tienen licencia (Mallen, Vogel y Rochlen, 2005).
Los profesionales que ofrezcan sus servicios en línea deben estar familiarizados con las
restricciones de licencia y exenciones en su jurisdicción y las jurisdicciones en las que sus
consultantes están ubicados (Zack, 2008).
Ahora bien, ¿qué sucede con la validez de las matrículas y los límites geográficos,
en el caso de los profesionales de la Provincia de Córdoba, Argentina? El Colegio que
nuclea a los profesionales de este territorio, ha informado que según el acuerdo arribado por
los Colegios provinciales y la FePRA es intención de que la atención on-line no se haga en
una provincia por fuera de dónde se está matriculada/o. Pero, expresan que hay variantes,
por ejemplo, cuando el usuario/a se muda de provincia o país, como también la utilización
de las plataformas hoy vigentes, que desde lo legal/deontológico no se encuentran
reguladas con precisión y por lo tanto tampoco se encuentran prohibidas.
-Dificultades para obtener información sobre la acreditación de terapeutas: el uso de
Internet facilita a cualquier profesional a ofrecer sus servicios sin contar con experiencia o
entrenamiento. Como señalan varios autores, el fraude es mucho más fácil de cometer en el
mundo anónimo en línea. Además, también será difícil para los consultantes tomar una
decisión precisa e informada sobre la calidad y competencia de los servicios prestados por
los profesionales (Ragusea y Vande Creek, 2003; Barak, 1999; Griffiths, 2001, como se
cita en Shiller, 2009).
A ello se suma que no hay estándares profesionales que deban cumplir o acreditar
los diferentes servicios por lo que sin un monitoreo adecuado, podrían proliferar una
enorme cantidad de servicios intrusivos a la profesión que no solo desprestigian el correcto
accionar de la psicología, sino y peor aún, que ponen en riesgo la salud de muchas
personas.
De modo que decanta la necesidad imperiosa de que los organismos profesionales
emitan directrices y elaboren códigos de conducta profesionales para asegurar de que todo
profesional que esté interesado en proporcionar psicoterapia virtual esté calificado,
registrado, cuidadosamente monitoreado y acreditado para que la calidad y autenticidad de
sus servicios se pueda asegurar.
-Fallas en los servicios durante las sesiones: los cortes de energía, Internet y
telefonía suelen ser más frecuentes de lo que uno imagina. Ante ello, podría perderse la
sesión o verse interrumpida generando diversos inconvenientes, sobre todo si el momento
en el que ocurre es crítico: desarrollo de una crisis, ataque de pánico o ansiedad, etc.
-Contribución al fomento del uso y adicción a Internet y el aislamiento de la
persona: el uso masivo de Internet como servicio simplifica la vida de las personas, no
obstante, trae consigo diversos problemas asociados a comportamientos adictivos (Li,
Chen, Li, y Li, 2014). La adicción a Internet puede entenderse como la necesidad extrema
del uso de Internet por parte del sujeto, produciendo problemas como el control de
impulsos (Cheng y Li, 2014), que podrían verse significativamente agravados en un tipo de
terapia a través de la red. Ciertas características fundamentales a tener en cuenta en el
abordaje de un individuo con adicción a Internet serían el aislamiento social, la comodidad
mediante su uso y la evitación del contacto directo con otros (Sinkkonen et al., 2014).
Como refiere Block (2008), preliminarmente se sugieren algunos criterios
principales a tener en cuenta para el diagnóstico del trastorno de adicción a internet tales
como: uso excesivo asociado con la pérdida del sentido del tiempo; retraimiento, que
abarca sentimientos de enojo, tensión y/o depresión cuando no se tiene acceso al equipo,
etc.

Referencias

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PRÁCTICAS PROFESIONALES VIRTUALES EN LA PSICOLOGÍA:
UN ANÁLISIS DESDE LA BIOÉTICA

Laura Colombero, Gabriela Degiorgi y Josefina Revol

Preliminar

Devenidas hoy en cotidianas e irremplazables, las interacciones y prácticas


comunicacionales efectuadas a través de la red empapan sin límites las sociedades,
adormeciendo el pensamiento y la reflexión crítica sobre sus usos, operando al mismo
tiempo en el borramiento de cualquier atisbo de singularidad. Si se hiciera una mirada
retrospectiva y fugaz de las últimas décadas, se podría dar cuenta de la vertiginosidad con
la que se han ido produciendo complejas y múltiples transformaciones en los modos de
relacionamientos que adquirieron un patrón y modo de funcionar de corte notablemente
digital.
El advenimiento de la vida y la modernidad líquida como las concibe Bauman
(2017) nos permiten identificar algunas claves de lectura sobre ciertos rasgos constitutivos
de nuestra época en tanto que han propiciado el exacerbado uso de la tecnología de un
modo ilimitado. La clase de vida que tendemos a vivir en una sociedad moderna líquida,
“aquella en que las condiciones de actuación de sus miembros cambian antes de que las
formas de actuar se consoliden en unos hábitos y en una rutina determinada” (Bauman,
2017, p. 9), presenta particularidades en la constitución y dinámica de lazos sociales y en
las diferentes formas de adquirir bienes y/o servicios, con la menor cantidad de contactos
posibles. Claro que este rasgo epocal ha venido acompañado del auge y diseminación de las
innovaciones científicas que no solo impactan en los sujetos por su mera condición de
usuarios, desde una posición de pasividad/receptividad, sino que permean las acciones que
dichos sujetos realizan a diario. En otras palabras, el auge tecnológico decanta también en
las prácticas profesionales, reemplazando, modificando y torciendo las formas de
aplicación tradicionales de llevarlas a cabo.
Hoy, a través de internet y todas las plataformas afines, una persona del lugar más
recóndito del mundo puede acceder a un producto o servicio con el único requisito de una
conexión y un clic. Internet es omnipresente en nuestras vidas, con lo cual se está
produciendo una creciente mezcla e integración cultural con efectos mutantes en los
paradigmas mentales de las personas que participan de este fenómeno social, económico,
político y mental (Carlino, 2010)1. En este escenario, la disciplina psicológica, por ejemplo,
se ha visto requerida fuertemente, lo que ha provocado un crecimiento exponencial de
formatos psicoterapéuticos de corte virtual. Según França Tarragó (2016):

“La práctica psicológica por Internet es creciente en el número de servicios que se


ofrecen y significa un cambio muy sustancial de marco relacional entre psicólogo y
persona (…) Internet y otras tecnologías comunicacionales actuales posibilitan la
lejanía física del otro y un cambio de contexto terapéutico” (p. 202).

Actualmente se puede recibir tratamiento psicológico vía skype, zoom, podcast,


chat con o sin webcam, mail, videoconferencia, whatsapp, meet, blogs, redes sociales, entre
otros. El abanico de servicios psicológicos comprendidos abarca desde aquellos que
brindan información al público sobre aspectos relacionados con las ciencias psicológicas y
la salud mental e intercambios científicos o profesionales en todas sus variantes (foros,
debates, videoconferencias, bases de datos científicas, revistas de psicología en línea, etc.),
pasando por intervenciones de carácter preventivo y/o educativo, como ser: consultorías
informativas e interactivas sobre aspectos psicológicos de la persona, educación sobre
drogas, psicoprofilaxis, ciberacoso, bullying, violencia de género, etc. hasta intervenciones
diagnósticas y terapéuticas propiamente dichas, hechas por el psicólogo a través de internet.
Aquí, se desprenderán intervenciones en crisis (depresión, suicidio, violencia, abusos,

1
Cada vez son más los usuarios de internet alrededor del mundo: se estima que superan ya la mitad de la
población global. Estos datos logran desprenderse de un informe de We Are Social y Hootsuite, el cual
muestra que la adopción y el uso de internet alcanzaron nuevos máximos en comparación al año anterior
(2021).En enero de 2022, había 4.950 millones de usuarios de internet en todo el mundo, alrededor del 62,5 %
de la población mundial. Este es un aumento del 4% año tras año: 192 millones de personas. Mientras tanto,
el tiempo promedio diario dedicado al uso de Internet fue de casi 7 horas en todos los dispositivos a nivel
mundial, un aumento del 1% (4 minutos) en comparación al año anterior (We Are Social & Hootsuite, 2022).
Este incremento progresivo y continuo en el uso de internet, de redes sociales y aplicaciones móviles da
cuenta de que “las nuevas tecnologías de la información y comunicación, y específicamente internet, han
llegado para quedarse y tanto los profesionales, las estructuras institucionales y personas comunes deben
comenzar a asimilarlas, obteniendo el mayor provecho y beneficio para los usuarios” (Franco, Jiménez,
Monardes et al., 2010, p. 31).
adicciones en sus diversas formas, etc.), psicoterapias prolongadas individuales, psicología
grupal en red, entre otras (França Tarragó, 2016).
Hay terapias individuales y grupales; hay portales especializados en anorexia y
bulimia, control de la ira y adicciones y también programas de tratamiento para descargar y
trabajar solitariamente en la computadora o a través de los dispositivos móviles; y lo cierto
es que esta modalidad de trabajo está desarrollándose a pasos agigantados, acompasada por
el cambio social y mundial que habilitó la red. Psicología virtual, interterapia, psicoterapia
en línea, psicoterapia virtual, e-terapia, ayuda en línea, terapia por whatsapp, terapia
electrónica, cybercounselling, psicología en casa, terapia por correo electrónico, el
consultorio en tu computadora, web counseling, asesoramiento electrónico, asesoramiento
web, ciberdiván, ciberterapia y telepsicología son algunas de las nominaciones existentes
para este tipo de trabajo terapéutico. El punto que las hace confluir es el modo de
prestación de servicios de salud mental por mediación electrónica, cuya proximidad es
indirecta, artificial o a distancia (Manhal Baugus, 2001; Kanani, y Regehr, 2003; Suler,
2003; Shapiro y Schulman, 1996; Murphy y Mitchell, 1998 citado en Shiller, 2009).
Sin duda alguna, la emergencia de una pandemia mundial y el acentuado
protagonismo de la tecnología, pusieron en escena una serie de tensiones, interrogantes e
intentos de respuesta, muchos de los cuales no surgieron de esta situación, pero sí fueron
acentuados por ella. La debilidad de los sistemas sanitarios, los modelos de atención y la
noción misma de salud que está a la base de nuestras instituciones y procedimientos han
sido definitorios en los resultados de los más variados niveles y especializaciones del
sistema. También influyeron en la noción que los ciudadanos y ciudadanas tienen respecto
de la salud, su disponibilidad y accesibilidad, etc. Aspectos hasta ahora implícitos se
muestran crucialmente determinantes, y revelan que son el resultado tanto de una larga
secuencia de decisiones económicas, epistemológicas y políticas, como también de una
extendida consolidación devenida sentido común (Colombero y Fonti, 2021).
Estas condiciones han impactado de manera insoslayable en el mundo del trabajo
que se ha visto profundamente afectado. Pues los profesionales de la psicología no han sido
la excepción, y si bien el ofrecimiento de sus servicios a través de una conexión ya existía,
la masificación que han tenido los ofrecimientos fue de dimensiones insospechadas. Ante
este escenario, la falta de análisis, materiales y formación que pudiera guiar a los
profesionales quedó al descubierto.
Podría decirse que la virtualidad y sus posibilidades de invención serán siempre lo
impensado, porque son aquello que no puede anteponerse, predecirse. He allí el desafío de
complejizar el análisis de estos fenómenos a la luz de detener el adormecimiento sobre las
responsabilidades que demarcan el uso de obnubilantes innovaciones. ¿Cómo medir la
excepcional inmersión que ha sufrido la profesión en la virtualidad durante estos últimos
meses? ¿Qué reparos obliga a tomar por parte del profesional psi? ¿Cuál es el punto de
inflexión para considerar la peligrosidad o beneficio de la red y las tecnologías en este
trabajo? ¿Qué alternativas reconstructivas nos podría ofrecer la bioética en el estudio de los
conocimientos y prácticas que los profesionales de la psicología establecen a partir de
relaciones técnicamente mediadas con los sujetos de tratamiento?
Dichos interrogantes nos invitan a pensar en un abanico de problemas bioéticos que
podrían plantearse en términos de vulneración de derechos y garantías tanto de
consultantes/usuarios como de profesionales, el acceso al sistema de salud mental, la
seguridad del dispositivo y de los datos y el acceso a un servicio confiable y de calidad,
problemas que se entrelazan con ciertas dimensiones de atravesamiento al ejercicio
profesional, esto es: anonimato de quien consulta, deslocalización, riesgo de violación de la
intimidad, déficit de informaciones gestuales y corporales, dificultades en la aplicación de
test u otras técnicas que necesitan de la cercanía física, consentimientos informados,
validación de identidades, formaciones profesionales, etc. (Colombero, 2021).
Si bien la historia de la psicología como ciencia y profesión ha demostrado que los
cambios son constantes y dinámicos, que hay conquistas, mesetas y retrocesos, surge en
este fluir del tiempo la necesidad de enfrentar desafíos y posicionar a la disciplina en el
lugar de reconocimiento y cientificidad que merece.
Es entonces tarea insoslayable asumir el análisis crítico de este contexto, y ofrecer
alternativas reconstructivas, con una aproximación en la que el bien común público y la
perspectiva de quienes han sido afectados tengan prioridad.

Psicoterapias virtuales: variables bioéticas de intersección


Aunque para muchos parezca un modo de trabajo novedoso que la pandemia vino a
instalar, el ejercicio de la psicología a distancia podría rastrearse incluso mucho antes de la
aparición de internet, cuando los contactos terapéuticos se realizaban a través de cartas y
teléfonos. Pues este tipo de comunicaciones encuentra en la figura de Freud un valioso
antecedente:

“Freud escribió mucho, diciendo que su producción epistolar era tan vasta como los
libros que escribió. Durante el período de su autoanálisis, con frecuencia se
comunicaba con su amigo, el doctor Fliess, a través de cartas en las que describía
los descubrimientos personales relacionados con su funcionamiento mental”
(Abreu, Albrecht Santos y Mendonça, 2016, s/p).

Claro está que el padre del psicoanálisis no ha sido el único en valerse de


dispositivos tecnológicos “de su época” para realizar análisis a distancia. Esto responde
sencillamente al punto de que las sociedades y sus modos de relacionamientos se
acompasan en sus dinámicas, formas y experiencias al ritmo de las invenciones
tecnológicas, se trate de una carta hasta un dispositivo inteligente de acceso biométrico.
Ahora bien, en cuanto a los inicios en el empleo de TIC en el ámbito de la salud,
Franco, Jiménez, Monardes y Soto Pérez (2010) sostienen que podrían ubicarse en torno a
1960 a partir del envío de imágenes radiográficas. Pero en lo que respecta específicamente
al área de la psicología clínica, el uso de TIC se ubica en 1961, cuando Wittson, Affleck y
Johnson emplearon la videoconferencia, y posteriormente, cuando Weizembaum, en 1966,
diseñó el programa ELIZA, y su aplicación DOCTOR, la cual simulaba respuestas no
directivas de un terapeuta de orientación rogeriana (Baños, Botella y Perpiñá, 1998, citado
en Franco et al., 2010).
A estos hitos se suman años más tarde la informatización de las pruebas Wechsler,
en 1969); el surgimiento de la División de Medios y Tecnología de la APA (American
Psychological Association), en 1980; la aparición de las primeras revistas especializadas
con impacto: “Cyberpsychology”, “Behavior and Social Networking”, en 1998; y el
comienzo de las primeras investigaciones sobre tratamientos psicológicos online a partir de
2001 (Torre Martí y Pardo Cebrián, 2018).
Algunos autores expresan que las ciberterapias como intervenciones de ayuda
psicológica sustentadas en internet se están transformando en un complemento y alternativa
a la atención tradicional, comienzan a demostrar eficacia y se constituirán en una estrategia
que puede ser de gran ayuda en el ámbito de la psicología clínica, complementándose con
intervenciones tradicionales y ajustándose mejor a ciertos tipos de usuarios como las
poblaciones rurales estigmatizadas o con problemas de acomodo a la atención tradicional
en salud mental (De las Cuevas et al., 2006; Hill et al., 2006; Jiménez et al., 2010;
Pelechano, 2007 citado en Franco et al., 2010).
Incluso hay quienes sostienen que esta modalidad ha sido utilizada con éxito en la
terapia de grupo y aplicada para el tratamiento de diferentes problemas psicológicos como:
depresión, adicciones, ansiedad, estrés post-traumático (Griffiths et al., 2010; Subramanian,
2009; Litz et al., 2007; Andersson, 2007; Kessler et al., 2009; Currie, 2010 citado en
Franco et al., 2010). En este sentido, Andersson (2009) dirá que estamos presenciando el
nacimiento de una nueva forma de tratamiento: la intervención mediante internet.
En tanto Abreu et al., (2016) sostienen que los constantes cambios y avances en el
área de la tecnología evocan nuevos desafíos, incorporando la distinción entre corrientes
epistemológicas. Desde esa posición sugieren que la experiencia en línea debe estar
precedida por una evaluación completa y adecuada del paciente, observando la
psicopatología, la motivación y la capacidad de establecer una alianza terapéutica, así como
sus condiciones para asumir las combinaciones que salvaguardan el secreto y la
confidencialidad. Incluso, que no solo se deberían considerar aquellas cuestiones referidas
al paciente, sino también al terapeuta, quien debería tener una buena capacitación, dominar
la teoría y ser lo suficientemente flexible como para lidiar con un entorno inusual como lo
es el virtual (Abreu et al., 2016).
Esta simplificada cartografía deja poco lugar a dudas sobre la afirmación de que las
diferentes aristas del formato se constituyen como escenarios de emergencia de múltiples
problemas que merecen un estudio pertinente, sobre todo porque una de las características
constitutivas del dispositivo psicoterapéutico virtual que lo hace significativamente
interesante de analizar es su versatilidad para aplicarse y emplearse de diversas formas,
generando diferentes relaciones de los sujetos entre sí y respecto del dispositivo
tecnológico.
Siguiendo los aportes de França Tarragó (2016); Torre Martí y Pardo Cebrián
(2018); Franco et al., (2010) y Barak et al., (2009), el dispositivo psicoterapéutico virtual
puede clasificarse en cuatro grandes agrupamientos: 1) asesoramiento e intervención
psicoterapéutica virtual (intervenciones diagnósticas y psicoterapéuticas llevadas a cabo por
un profesional), 2) software psicoterapéutico virtual (intervenciones diagnósticas y
psicoterapéuticas mediante tecnologías de inteligencia artificial, evaluaciones o screening),
3) intervenciones estructuradas en la web (programas altamente estructurados que se
desarrollan en una plataforma web con un objetivo de cambio terapéutico, preventivo o
educativo, donde hay cierto grado de participación y de manejo de información) y 4) otras
actividades virtuales (servicios electrónicos que brindan información al público sobre
aspectos relacionados con las ciencias psicológicas y la salud mental e intercambios
científicos o profesionales en todas sus variantes) (Colombero, 2021).
En este amplio abanico de formatos existen diferentes grados de interacción con el
profesional, diferentes modalidades temporales de trabajo (acciones sincrónicas,
asincrónicas o mixtas), diferentes objetivos de trabajo (diagnóstico, tratamiento, prevención
y promoción de la salud mental, educación) y diferentes grados de problematicidad bioética
(alto, medio, bajo).
Este último punto es significativamente relevante a lo hora de analizar y ponderar el
uso del dispositivo. Langon (2008) aborda el concepto de problematicidad bioética
sosteniendo que:

“Los desarrollos científico-tecnológicos habilitan soluciones para problemas


prácticos y abren perspectivas inusitadas de futuro. Al mismo tiempo generan
problemas (…) Bajo el nombre “bioética” se vienen presentando estudios y
discusiones en torno a estas inquietantes cuestiones de actualidad. La bioética es
una deliberación de índole filosófica en las fronteras de las ciencias de la vida. En
tanto tal, problematiza. Los problemas bioéticos sacuden seguridades, cuestionan
paradigmas y certezas, obligan a repensar asuntos de índole antropológica tales
como ¿qué es el ser humano?, y ética como por ejemplo ¿qué debemos hacer?” (p.
8).
El cruce entre bioética y salud mental pone en tensión un gran número de
problemáticas que, si bien pueden compartirse con las ciencias médicas, las exceden,
porque hay un claro trasfondo que es el análisis de la subjetividad singular, que implica
mucho más que lo biológico, calculable, predecible y cuantificable. Aquellas problemáticas
que van desde la obtención de consentimientos informados, privacidad, calidad de las
prestaciones y seguridad hasta ejercicios ilegales son interpeladas no solo por los
dispositivos de trabajo psicoterapéutico virtual, sino porque además se incorpora una nueva
variable sumamente significativa que tiene que ver con situaciones específicas y concretas
en las que se pone en juego la capacidad de autonomía o capacidad del sujeto para decidir.
Propondremos entonces en las siguientes líneas un mapa de dilucidación,
compuesto por una serie de problemas que atraviesan al dispositivo psicoterapéutico virtual
desde una óptica de análisis bioético: vulneración de derechos y garantías, tanto de
consultantes/usuarios como de profesionales, acceso al sistema de salud mental, seguridad
del dispositivo y de los datos, acceso a un servicio confiable y de calidad (Colombero,
2021).
Estas variables serán pensadas en su vinculación con los principios éticos rectores
de la práctica profesional psicológica -consentimiento informado, derecho a la privacidad y
honestidad intelectual- (Degiorgi, 2019), es decir “aquellos que intentan cubrir valores
básicos en la atención de la salud mental de la población y tienen por meta proteger el
bienestar, la dignidad y la libertad de las personas por sobre todas las cosas” (Degiorgi,
2019, p. 59). Además, se recapitularán los principios bioéticos expresados en la
Declaración Universal sobre Bioética y Derechos Humanos aprobados por la UNESCO
(2005) que tienen vinculación con el tema analizado, sin pretender dar por acabado el
recuento.
Resulta necesario recapitular que los conflictos éticos en salud mental no son
escasos y poco relevantes, sino que los mecanismos de detección disponibles no han sido lo
bastante sensibles para evidenciar la magnitud de los problemas, los cuales se encuentran
parcialmente invisibles, sin que se conozca su verdadera dimensión y por consiguiente
permanecen insuficientemente resueltos (Cerino, 2020). En consecuencia, la enorme
atracción y fascinación que despiertan el uso de psicoterapias virtuales obliga a llevar
adelante la construcción de un análisis crítico y reflexivo que pueda dar cuenta de todas las
aristas que atraviesan dichos dispositivos.

 Vulneración de derechos y garantías tanto de consultantes/usuarios como de


profesionales.

La vulnerabilidad, a pesar de ser aparentemente tan comprensible y conocida, es un


concepto que encierra una notable complejidad, con múltiples significados, aplicables a
ámbitos muy diversos: desde la posibilidad de una persona a ser herida física o
emocionalmente hasta la posible intromisión en un sistema informático que deje al
descubierto su intimidad. Ser vulnerable implica fragilidad, una situación de amenaza o
posibilidad de sufrir daño, por lo tanto implica ser susceptible de recibir o padecer algo
malo o doloroso, posibilidad de daño que, cuando se consuma, produce una vulneración.
La preocupación y análisis devienen de que los sujetos/usuarios que acceden a un
servicio psicoterapéutico virtual, como así también los mismos profesionales que lo brindan
comparten la doble posición de vulnerables/vulnerados, pudiendo dañar o ser dañados. Es
decir, comparten esa condición inherente de susceptibilidad al riesgo y al daño, pero lo
grave aquí son los daños consumados que pueden abarcar desde la divulgación de
información privada, la vulneración de identidades, discriminación, litigios por mala praxis
hasta el socavamiento más profundo de la psiquis humana por coerción y/o manipulación.
Ahora bien, la idea de que las innovaciones tecnológicas y científicas, vienen a dar
batalla a las múltiples formas de vulnerabilidad (idea que encuentra sustento en el supuesto
que un gran número de vulnerabilidades de la condición humana no son inherentes a la
misma, sino contingentes y por lo tanto podrían mitigarse u eliminarse) propicia una
profunda reflexión. Específicamente con el uso de las diferentes modalidades de
psicoterapias virtuales, ¿se logra disminuir la vulnerabilidad? ¿La acrecienta? ¿Son estas
innovaciones dispositivos de vulneración? Este es uno de los tantos meollos bioéticos.

 Acceso al sistema de salud mental


¿Qué sucede con aquellos usuarios de poblaciones rurales, aisladas, estigmatizadas
o con problemas de acomodo a la atención tradicional en salud mental? ¿Qué impactos
tienen los sistemas colapsados de atención en salud mental? ¿Existen diferentes criterios de
“salud”? ¿Qué sucede con aquellas personas que por alguna discapacidad no pueden
acceder a un formato psicoterapéutico presencial?
Son vastos los cuerpos normativos que aluden a la salud como un bien jurídico
protegido, en virtud de su estrecha relación con la vida y la dignidad humana. Este
reconocimiento normativo en instrumentos internacionales se remonta, al igual que otros
derechos fundamentales, a la época posterior a la Segunda Guerra Mundial.

“Desde el año 1948 con la Declaración Universal de Derechos Humanos, asistimos


a un primer reconocimiento del derecho a la salud, que comienza con una
afirmación del “nivel adecuado de vida”. Luego aparece como “el goce del grado
máximo de salud” (OMS), modo que se fue afianzando hasta su inclusión en el
Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (Organización
de Naciones Unidas, 1966), que lo define como el “derecho de toda persona al
disfrute del más alto nivel posible de salud física y mental”. Dicho Pacto posee
jerarquía constitucional para el derecho interno argentino, por vía del art. 75, inc.
22, de la CN” (Díaz, 2019, p. 1).

Pues entonces, pensar en el derecho a la salud mental, corresponde a un tipo de


derecho humano específico que habilita su interrelación con los principios bioéticos de
dignidad humana y derechos humanos, el respeto de la vulnerabilidad humana y la
integridad personal, igualdad, justicia y equidad, la no discriminación y no estigmatización
y la responsabilidad social y salud (UNESCO, 2005), por nombrar los más vinculantes.
Según la Constitución de la Organización Mundial de la Salud (1946),

“El reconocimiento del estándar de sanidad más elevado posible como un derecho
humano fundamental impone una difícil exigencia ética a la asistencia sanitaria y
los sectores relacionados con la misma, sobre todo a raíz de la definición general de
salud como un estado de total bienestar físico, mental y social y no simplemente la
ausencia de enfermedad” (1946 citado en UNESCO, 2008, p. 59).

Pero si bien son varios los documentos que refieren dentro de la conceptualización
de salud al componente psíquico, emocional, el lugar ocupado por la salud mental, se
encuentra muy socavado y deteriorado en todas sus dimensiones, (desde la distribución de
recursos hasta su reconocimiento). Si hay un área desvalorizada y ocultada por el
paradigma médico hegemónico es precisamente la de la salud mental. Las representaciones
sociales imperantes como “los locos son todos peligrosos”, “los locos no se curan”, “al
psicólogo van los locos”, “las personas con enfermedad mental deben ser aisladas”, etc. han
coadyuvado al borramiento de las necesidades singulares de ayuda terapéutica, a la
demonización del sujeto con padecimiento mental y a la estigmatización aberrante y
peligrosa de ese Otro padeciente que necesita ayuda.
La Ley Nacional de Salud Mental N° 26657 es muy clara cuando define a la salud
mental en términos de “un proceso determinado por componentes históricos, socio-
económicos, culturales, biológicos y psicológicos, cuya preservación y mejoramiento
implica una dinámica de construcción social vinculada a la concreción de los derechos
humanos y sociales de toda persona” (artículo 3). Toda persona, es eso, toda persona,
principio de universalidad de todo derecho humano. Con todo ello queda claramente
expresado el ideal de que no deberían existir ciudadanos de primera y segunda categoría,
más aún cuando de salud se trata.
Se ponen así en juego indefectiblemente responsabilidades a nivel macro y micro,
de las administraciones y de los distintos sectores de la sociedad. Los gobiernos o Estados
tienen la obligación principal de defender y proteger los derechos de sus ciudadanos.
Responsabilidad que debe compartirse de conformidad con los principios relevantes de
justicia y equidad. Por su parte, los profesionales psi, los organismos y colegios
profesionales, las instituciones educativas y formadoras, deben bregar y actuar conforme a
la noción de salud y por su extensión salud mental, en tanto bien social y humano.
Pero entonces, ¿qué papel juegan las terapias virtuales en el acceso a la salud
mental? Las terapias virtuales si bien pueden expandir el área de cobertura de un servicio
de salud mental, como contracara, visibilizan un problema aún mayor que tiene que ver con
las desigualdades e inequidades en el acceso a un servicio básico, como lo es hoy internet.
¿Cómo acceder a una terapia virtual sin internet? Sería como querer navegar sin un mar, el
problema es de fondo.
Es factible establecer entonces cuatro grandes grupos en función de la
posibilidad/imposibilidad de acceder a un servicio de salud mental:
1) personas que pueden acceder a un servicio psicoterapéutico ya sea virtual o
presencialmente (como ser aquellas que viven en poblaciones que cuentan tanto con
profesionales cercanos como con el servicio de internet);
2) personas que no cuentan con los medios y las posibilidades para acceder a un
servicio psicoterapéutico ya sea virtual o de manera presencial (por ejemplo, una persona
que vive en un campo alejado donde no hay internet);
3) personas que no pueden acceder a un servicio psicoterapéutico presencial, pero sí
podrían hacerlo de manera virtual (por ejemplo, poblaciones que por su número de
habitantes no tienen la posibilidad de tener un profesional de la psicología, pero si cuentan
con conexión a internet);
4) personas que solo pueden acceder a través de ciertas aplicaciones tecnológicas
compatibles con una modalidad virtual (es el caso de pacientes sordomudos, ciegos o con
alguna diversidad funcional a quienes se les dificulta o imposibilita acceder a un sistema de
atención tradicional en salud mental). Cabe preguntarse aquí, por ejemplo: ¿cuántos
profesionales de la psicología saben lenguaje de señas? ¿Cuántos están en condiciones de
propiciar un entorno con la accesibilidad requerida? La respuesta es claramente, muy
pocos. Por lo tanto, para estos grupos de personas, la tecnología les daría la oportunidad de
acceder a un servicio de salud mental, y proveería al mismo tiempo un número mayor de
profesionales que a través de software podrían atenderlos y ayudarlos. Es una forma
también de trabajar en la igualdad de oportunidades (justicia distributiva), en el acceso a la
atención universal y la distribución equitativa de servicios (Colombero, 2021).
¿Para qué sirve esta clasificación? Primero para dejar clarificado que, a la hora de
pensar en la aplicabilidad del dispositivo psicoterapéutico virtual, es necesario retomar
estas condiciones de posibilidad que atraviesan a cada sujeto singular. Segundo, sirve para
evaluar los beneficios/efectos nocivos de implementar dispositivos psicoterapéuticos
virtuales o no hacerlo, debiendo ponderar siempre los grados de problematicidad, objetivos,
destinatarios y características del dispositivo a implementar.
Podría ser más beneficio contar con un servicio virtual, que no poder hacerlo de
ninguna manera, pero existe también la posibilidad de que el servicio sea tan malo que
produzca mayor daño tomarlo que no hacerlo. Podría ser más beneficio acceder a través de
un software psicoterapéutico mediante tecnología 3D, 4D, 5D (incluso a sabiendas de su
grado alto de problematicidad bioética) antes que no poder contar con ningún profesional
que pueda comunicarse a través de señas, pero existe también la posibilidad de la mala
calidad, o, por ejemplo, la vulneración de datos por una falla en la aplicación. En estos
casos se puede ver cómo operarían los beneficios o efectos nocivos del dispositivo: su
análisis será lo que finalmente tuerza la balanza para uno u otro lado en la toma de
decisiones.
Tanto en el 3° como en el 4° grupo, la balanza pivotea entre no tener acceso a la
salud mental o tenerlo a través del dispositivo psicoterapéutico virtual. Por ello, la pregunta
que inevitablemente surge es ¿qué es más proclive a producir una vulneración? ¿Acceder al
servicio virtual o no hacerlo?
Será siempre una acción insoslayable el análisis del servicio que se demanda/ofrece,
las posibilidades de acceso a un servicio de salud mental del usuario, su estado, el tipo de
dispositivo a implementar, etc. Cada caso conlleva este ejercicio de ponderación de
beneficios y efectos nocivos, a partir del cual las psicoterapias virtuales podrían
vislumbrarse como: herramientas de utilidad, tecnologías del yo, ya sea por su
deslocalización (ampliando el acceso y disminuyendo costos/honorarios), como así también
por su efecto de descongestión de los sistemas sanitarios colapsados pudiéndose establecer
un mapeo de urgencias y prioridades, además de facilitar, entre otras ventajas, el contacto, o
como herramientas de vulneración y tecnologías de poder, que dañan y atentan contra la
salud, la vida y la dignidad humana.

 Seguridad del dispositivo y de los datos

La privacidad y confidencialidad de la información se tornan nodales en el análisis


del dispositivo psicoterapéutico virtual. Según UNESCO (2008), existe una serie de
motivos por los cuales se las debería respetar: los individuos son “propietarios” de su
propia información, dado que es básica para su integridad personal; para mucha gente, la
privacidad es un aspecto básico de su dignidad, por lo que invadir su privacidad en contra
de su voluntad constituye una violación de su dignidad; el respeto a las demás personas
implica la protección de su privacidad y de la confidencialidad de la información de la que
disponemos sobre ellas, y los pacientes/usuarios confiarán menos en los profesionales
sanitarios si piensan que éstos no van a mantener confidencial la información que les den,
lo cual puede repercutir gravemente en la salud y el bienestar no sólo de los pacientes, sino
de terceros y en el descreimiento y deslegitimación de la profesión (UNESCO, 2008).
De lo anterior surge otra de las grandes y recurrentes preguntas: ¿es posible
garantizar la privacidad y confidencialidad de los datos que se transmiten a través de
dispositivos tecnológicos conectados a la red? Ciertamente no hay estudios ni especialistas
que puedan afirmarlo. Lo que sí puede hacerse es tomar medidas precautorias para que el
acceso a las informaciones privadas sea un tanto más dificultoso.
Lo importante de problematizar aquí es la interconexión de datos que se genera en
los dispositivos. El profesional de la psicología podría alegar que mantuvo una sesión vía
meet con un paciente, que esa sesión no fue grabada por ninguno de los dos, por lo tanto
nadie tendría acceso a lo que se trabajó en ella. Ahora bien, de forma inevitable siguen
emergiendo nuevas incógnitas: ¿Desde qué dispositivo se efectuó la conexión?, ¿Qué redes
se utilizaron para establecer las conexiones de los dos dispositivos?, ¿Son dispositivos y
redes personales?, ¿Tienen estos dispositivos otros programas o aplicaciones descargadas
que solicitaron permiso a datos?, ¿Se abren frecuentemente redes sociales y apps desde allí?
Bien, como se lee y vive a diario, la red es eso: una interconexión de datos, conexiones,
antenas, servidores y dispositivos donde aquello que en apariencias parece seguro e
inviolable, claramente no lo es (Colombero, 2021).
Resulta apropiado, por ejemplo, mencionar el famoso caso de Cambridge Analytica,
la sociedad de análisis que explotó en su propio beneficio los datos de casi 90 millones de
usuarios de Facebook, o el caso de Grindr, una aplicación de encuentros homosexuales que
permitió que empresas accedieran a datos sensibles de sus usuarios, incluyendo datos sobre
el virus VIH. Luego de estos acontecimientos nefastos, Facebook, por ejemplo, comenzó a
pedir la autorización de usuarios de algunas partes del mundo para la orientación
publicitaria y el reconocimiento facial. Pues entonces, si se da el consentimiento, la
información ya no es privada ni confidencial y por lo tanto no podría hablarse de
vulneración, porque se otorgó un permiso para el acceso a datos personales. ¿Se piensa por
un instante en los permisos que se otorgan de manera automática cada vez que se navega
por una página o se descarga alguna aplicación?
Las personas que utilizan internet y son usuarios de google o redes sociales
seguramente han pasado por la experiencia de un bombardeo publicitario de precisión con
algo que se nombró o se buscó precedentemente. ¿Hasta qué punto estas acciones respetan
la intimidad? “Muchos expertos en seguridad informática aseguran que cerca del 50% de
usuarios han sido víctimas de algún tipo de ciberdelito. Esto sin que la mayoría sea siquiera
consciente de que su intimidad ha sido violada” (Informático Forense Madrid, 2018, s/p).
La mayoría de los métodos de intrusión son diseñados como anzuelos: estos
funcionan para captar la atención de los usuarios y así no levantar sospechas. Uno de los
trucos más antiguos de los hackers es colocar una trampa tan sencilla como la de ofrecer
una red wifi abierta en un espacio público, por ejemplo, en un aeropuerto. La gente se
conecta y a la par que lo están haciendo, los hackers tienen acceso a todos los datos que se
están enviando por internet, incluidos los usuarios y las contraseñas. Esto hace que los
hackers puedan ver los perfiles, suplantar identidades, difundir informaciones, cambiar los
ajustes de privacidad de los dispositivos, acceder al resto de claves que se encuentren
relacionadas con el correo electrónico, hablar con los contactos, realizar compras, etc.
(Informático Forense Madrid, 2018). Cabe mencionar además que la “privacidad” de lo
trabajado en una sesión no depende únicamente de la conducta ética del profesional y sus
reparos tecnológicos:

“No todos los medios técnicos de comunicación pueden garantizar inviolabilidad


(...) la responsabilidad en el cuidado de la privacidad de lo hablado en la sesión no
recae sólo en el analista por su compromiso de “secreto profesional”, sino también
en el propio paciente, aunque no con igual alcance” (Carlino, 2010, p. 144).

Por ejemplo, en las sesiones cuya tecnología de mediación es escrita (como ser
chats, emails) puede ocurrir que por un descuido del propio consultante, otras personas
puedan acceder a las conversaciones mantenidas con el profesional. Incluso, si un
dispositivo es robado, y no cuenta con la seguridad apropiada, podrán ingresar al mismo, y
utilizar esa información a modo de amenaza o incluso falsear la identidad del consultante
sin que el profesional pueda identificarlo. Carlino (2010), refiere que “en el caso de los
tratamientos que se realizan por chat si la identidad del paciente no está autenticada,
entonces no puede conocerse con certeza quién está del otro lado” (p. 145). Sobre este
punto, las videollamadas o la comunicación telefónica, podrían proveer de algunos
elementos que colaboren en la identificación del paciente, pero se vuelve a otro de los
grandes dilemas ¿es el paciente quien dice ser? ¿Es verdaderamente el paciente quien está
conectado en la sesión?
Es importante remarcar que el resguardo de la información es una obligación por ley
de los profesionales de la salud, y que, por lo tanto, cuando no se puede garantizar, entran
en juego responsabilidades administrativas, civiles y penales, y por si eso fuera poco,
cuando los delitos hagan intervenir otros estados que pueden no compartir sus sistema
jurídicos, el asunto se complejiza aún más.
Se da aquí otra cuestión importante: en un mundo capitalista, donde la detección de
necesidades, la creación de nuevas demandas, la manipulación sobre electorados, etc. son
ejes rectores de ese perverso andamiaje, los datos, la información de cada usuario tiene un
valor sustantivo. La información es poder, y en estos términos el dispositivo
psicoterapéutico virtual presenta aquí su otra cara, la de veneno, la de tecnología de poder.
Este panorama colisiona de lleno con uno de los principios éticos rectores del
ejercicio de la psicología, que es el derecho a la privacidad, es decir, el derecho que tiene
toda persona a guardar para sí misma toda información referida a su vida privada:

“Ligado al Derecho a la privacidad se desprende el requisito de confiabilidad,


plasmándose como normativa en todos los códigos de ética que regulan el accionar
del psicólogo bajo la figura de Secreto Profesional (…) Dicho precepto ético está
centrado en el resguardo de la subjetividad de los destinatarios de sus servicios y
fundamentalmente sobre la utilización que haga el profesional de la información
que posea de éste. Deberá tomar todos los recaudos necesarios al crear, almacenar o
eliminar la información volcada en sus registros, de manera que garantice una
adecuada confidencialidad” (Degiorgi, 2019, p. 60).

El derecho a la privacidad de un paciente puede verse vulnerado incluso sin llegar a


ser ocasionado por delitos informáticos o acciones malintencionadas; existen un número de
situaciones que son del ámbito de lo cotidiano, y sobre lo que hay que estar atentos y actuar
con cautela, por ejemplo: el peligro de enviar correos a direcciones erróneas, o que otros
familiares, amigos o próximos accedan a los dispositivos que tienen los registros de
sesiones o devoluciones, y que consecuentemente dichas interacciones paciente/profesional
queden expuestas. Se vuelve a entrar en colisión nuevamente con el peligro de no respetar
la vulnerabilidad humana y la integridad personal.
Internet ofrece hoy un millar de servicios psicológicos que, bajo la operatoria del e-
commerce digital, genera, por un lado, la creencia en los usuarios de poder buscar infinitas
ofertas en función de gustos, preferencias y posibilidades, y, por el otro, en los prestadores
de servicios, de ofrecer desde atenciones calificadas, hasta intrusismo y falta de diligencia
profesional. Además, en ese millar, lo que los usuarios no divisan es que muchos no
cuentan con políticas de privacidad, y aquellos que sí las consignan (en un lugar muy
diminuto al final de toda la página) estipulan varios aspectos que merecen unos segundos,
dado que atañen a la intimidad, privacidad e integridad personal.
Pero justamente aquí es donde cobra centralidad el análisis bioético y la utilización
del consentimiento informado, sobre todo en el esclarecimiento de las condiciones y
disposiciones para la toma/prestación del servicio. En este sentido, toda decisión de realizar
un tratamiento debe surgir de la cooperación entre la persona que aplica el tratamiento y la
persona que lo recibe; ambas partes deben estar unidas por la confianza mutua y la
reciprocidad (UNESCO, 2008).
Se pone en juego por consiguiente el principio de autonomía, ya que, al brindar toda
la información necesaria y concerniente al servicio, el usuario puede evaluar, ponderar y
decidir si acepta hacer un tratamiento psicoterapéutico bajo este tipo de formato en
concordancia con sus intereses, deseos y creencias a sabiendas de las limitaciones del
dispositivo y de los riesgos inherentes al mismo. Lo que supone, además, el derecho a
equivocarse a la hora de hacer uno mismo su propia elección. En el caso de las personas
carentes de brindar su consentimiento, serán sus tutores o representantes sobre quienes
también operará este principio.
Para dar el consentimiento es necesario contar con la información adecuada. Dicha
información debe hacer referencia a todos los aspectos que involucra una terapia virtual: la
diagnosis, el tratamiento, los tratamientos alternativos, los riesgos o los beneficios según las
circunstancias del caso, los beneficios/limitaciones del dispositivo, los derechos del
usuario, etc. Toda esa información debería poder clarificar el quién, cuándo, cómo, dónde,
qué y para qué del proceso. No es lo mismo iniciar un proceso terapéutico explicando los
riesgos que conlleva el uso de internet (que hasta puede dar como resultado conductas
preventivas por parte del usuario), que omitir esta advertencia y luego lamentar una
vulneración. Por ejemplo, que el usuario sienta vulnerada su intimidad porque el
profesional no le advirtió y una sesión grabada quedó al alcance de su pareja.
Por otro lado, el consentimiento ha de operar como un “contrato terapéutico”; esto
no sólo demarca deberes y obligaciones por parte del profesional, sino además del usuario,
quien también puede propiciar ciertos efectos nocivos en la puesta en marcha del
dispositivo, por ejemplo: omitir brindar teléfonos de contacto en caso de emergencia y en el
transcurso de una sesión entrar en crisis. Siempre, tanto el profesional como el usuario
deberán asegurarse de que se produzca una comprensión mutua (Colombero, 2021).

 Acceso a un servicio confiable y de calidad

¿Quién regula la práctica de los profesionales de la psicología en línea? ¿Debería


haber una licencia especial para aquellos que quieran expandirse hacia el universo virtual?
¿Debería haber algún tipo de normativa que pueda ser aplicada a todo el mundo? ¿Cómo
sabe un consultante si los servicios ofrecidos en nombre de la psicología son científica e
institucionalmente avalados? El principio de responsabilidad social y salud vuelve a ser
necesario en este análisis bioético.
La psicología, como gran parte de las disciplinas profesionales, no ha quedado
exenta de los cambios mundiales producidos por la revolución tecnológica que habilitó
internet. Esos cambios, que modificaron tangencialmente las formas de relacionamiento,
también atravesaron el perfil comercial de la “venta/adquisición” del servicio. El
capitalismo, y su modus operandi, va dejando fuera a aquellos que no se mimetizan con sus
dinámicas; la competencia, la publicidad y el mercado delinean fuertemente las operaciones
comerciales, y si uno no incorpora esas prácticas, va quedando relegado o fuera del sistema.
Existen muchos puntos de vista sobre las publicidades profesionales como así
también parámetros tipificados que pueden encontrarse en numerosos Códigos de Ética
profesionales. El punto que es relevante plasmar aquí es cómo esas directrices son dejadas
de lado en el bombardeo de anuncios que a simple vista permite identificar los siguientes
inconvenientes. Se ofrecen servicios que no están avalados científicamente, es decir, que se
observa la presencia de prácticas intrusivas a la profesión, como por ejemplo el coaching,
flores de Bach, bioneurodescodificación, etc. Muchos sitios no ofrecen los datos de los
profesionales (tanto académicos como de colegiación e inscripción en registro de
prestadores de salud en organismos gubernamentales de competencia).
La mayoría ofrece un “catálogo” de servicios a prestar, el consultante debe
“seleccionar su motivo de consulta”, como si este pudiera saber qué es lo que le pasa y si
encaja en esa categoría; hay ofrecimientos de servicios que también consignan lo que no se
atiende, por ejemplo, sitios que no atienden duelos: ¿Qué pasa con un paciente que está
siendo atendido y atraviesa por un duelo inesperado? ¿Se lo deja sin atención? ¿Se
abandona al paciente en esas circunstancias?
También en la mayoría de las páginas que ofrecen servicios de psicología online se
registra una serie de pasos, como si se tratase de la compra de una zapatilla, 1. elige a tu
psicólogo (de la lista), 2. haz una cita, 3. toma tu sesión online, 4. califica tu experiencia.
Se observan secciones de “testimonios de los pacientes” donde aparecen nombres e
información del supuesto problema que se ha resuelto y la efectividad del profesional
tratante. Hay páginas que ofrecen “combos de x cantidad de sesiones por tanto dinero”,
promociones de: “si haces más sesiones, obtenés un cupón de descuento”, etc. Esto,
sumado al pago por adelantado. Esta es la cara más visible del e-commerce que genera el
capitalismo. ¿Se pueden cobrar sesiones por adelantado? ¿Puede estimarse la duración de
los procesos terapéuticos por anticipado?
Existen expresiones que hacen uso del término cara a cara (característico de los
formatos presenciales) de una manera estratégica: “puedes hablar cara-a-cara en terapia
psicológica en línea con un psicólogo licenciado y con estudios de especialidad a través de
video HD en tu computadora, tableta o teléfono celular inteligente. Es fácil de utilizar y
muy conveniente”2.
En algunas páginas, figura como obligación del cliente la siguiente advertencia:

“Si considera que su salud mental o física corre peligro, si está pensando en el
suicidio o si puede actuar en modo que ponga en riesgo su salud o la de terceros o
entiende que cualquier otra persona puede estar en cualquier peligro; o si tiene
alguna emergencia médica, psicológica o psiquiátrica), debe abstenerse de utilizar
psicoglobal y contactar inmediatamente con un centro médico o un servicio de
urgencias3” (Psicoglobal, 2020, s/p).

Dentro de las políticas de privacidad o los términos y condiciones que se establecen


en algunos sitios pueden encontrarse apartados de “Exclusión de Garantías y Limitación de
Responsabilidad”, expresando, por ejemplo, lo siguiente:

“No garantizamos ni aseguramos que el uso de nuestro servicio será ininterrumpido,


puntual, seguro o libre de errores. No garantizamos que los resultados que se
puedan obtener del uso del servicio serán exactos o confiables. Aceptas que de vez
en cuando podemos quitar el servicio por períodos de tiempo indefinidos o cancelar
el servicio en cualquier momento sin previo aviso. Aceptas expresamente que el uso
de, o la posibilidad de utilizar, el servicio es bajo tu propio riesgo (…) En ningún
caso nuestros directores, funcionarios, empleados, afiliados, agentes, contratistas,
internos, proveedores, prestadores de servicios o licenciantes serán responsables por
cualquier daño, pérdida, reclamo, o daños directos, indirectos, incidentales,
punitivos, especiales o consecuentes de cualquier tipo, incluyendo, sin limitación,
pérdida de beneficios, pérdida de ingresos, pérdida de ahorros, pérdida de datos,
costos de reemplazo, o cualquier daño similar, ya sea basado en contrato, agravio
(incluyendo negligencia), responsabilidad estricta o de otra manera, como
consecuencia del uso de cualquiera de los servicios o productos adquiridos mediante

2
https://www.ryapsicologos.net/terapia-en-linea. Fecha de consulta: 26/05/20.
3
https://www.psicoglobal.com/comun/condiciones. Fecha de consulta: 30/06/20.
el servicio, o por cualquier otro reclamo relacionado de alguna manera con el uso
del servicio o cualquier producto, incluyendo pero no limitado, a cualquier error u
omisión en cualquier contenido, o cualquier pérdida o daño de cualquier tipo
incurridos como resultados de la utilización del servicio o cualquier contenido (o
producto) publicado, transmitido, o que se pongan a disposición a través del
servicio, incluso si se avisa de su posibilidad4” (Terapify, 2020, s/p).

Estas líneas son alarmantes: ¿Están en condiciones personas que buscan ayuda
psicológica para encontrar esa información que muy estratégicamente ubicada se deslinda
de todo tipo de responsabilidades?, ¿Saben las personas que consultan en estos sitios que el
hecho de no ver estos avisos no significa que no llegue a tomarse como un consentimiento
y aceptación de términos y garantías? ¿Y si tuvieran conocimiento de todo ello, alguien que
está buscando ayuda psicológica, estaría en condiciones de formularse todas esas
preguntas?
Claramente el usuario de estos servicios queda desamparado ante la falta de control
y el desconocimiento de todos estos aspectos que lo único que hacen es provocar el
desmedro de los usuarios de un servicio de salud mental. Aquí no se habla de comprar
zapatillas, se está ante la presencia de un sujeto en un estado de vulnerabilidad que busca
ayuda. En este sentido, los Colegios Profesionales que tienen una responsabilidad social y
de salud, deberían establecer algún mecanismo de regulación de sus profesionales, elaborar
un registro de aquellos que prestan servicios virtuales, con algún tipo de sistema de
validación rápido y fácil para los usuarios. Además, independientemente del tipo de página,
se deberían exigir ciertas condiciones indispensables para el ofrecimiento del servicio.
Todo esto comprende un panorama descriptivo muy reducido de lo que un
consultante puede encontrarse al intentar solicitar un servicio en línea. De modo que el
problema no es de ofertas, sino de calidades y garantías: ¿Funciona el dispositivo
psicoterapéutico como una tecnología del yo en estos casos?, ¿Son profesionales quienes
dicen serlo? Las páginas pueden consignar “matrículas, credenciales”, pero ¿cómo
corrobora el consultante que esa información es veraz?

4
https://www.terapify.com/terminos-y-condiciones. Fecha de consulta: 30/06/20.
El profesional no solo debe hacer el bien, proveer un servicio, ayudar a un sujeto
padeciente, sino también debe evitar hacer el mal, incapacitar, causar dolor, sufrimiento o
vulneración. Por lo tanto, la lógica de los principios de beneficencia-no maleficencia nos
sirve también como elemento de análisis en relación al acceso a un servicio confiable y de
calidad. Pues también ayudan a reflexionar sobre el accionar paternalista de ciertos
profesionales que justifican su obrar sin importar por ejemplo la formación o el
entrenamiento con un dispositivo virtual, las disposiciones o regulaciones existentes, para,
según ellos, maximizar el bienestar de un sujeto o evitar el sufrimiento.
Otra línea de análisis que podría desprenderse está marcada por el juego del derecho
al trabajo, el abandono de pacientes y la responsabilidad profesional. Sobre esta arista, la
pandemia mundial ha sido un claro ejemplo, y los profesionales de la salud mental aún más.
Dadas las disposiciones que establecían el aislamiento preventivo y obligatorio y la
cuarentena estricta por algunos meses, la mayoría de los profesionales psi tuvieron que
migrar al formato virtual para no dejar de percibir ingresos y seguir trabajando pese a las
circunstancias. Esto remite a si el derecho a trabajar, y todo lo que se desprende de él
(dignidad, recursos, etc.) justifica un accionar sin formación, preparación o diligencia. Pero
el debate no es tan sencillo, porque también podría operar el abandono de persona por parte
del profesional si no arbitrara los medios para seguir trabajando con pacientes que
obligatoriamente necesitan del acompañamiento terapéutico y ven vulnerado su derecho a
la salud.
Estas descripciones muestran cómo cada situación tiene sus particularidades y debe
ser analizada a la hora de tomar una decisión con respecto al uso del dispositivo
psicoterapéutico virtual. Es la ponderación de beneficios y efectos nocivos (que ha de
incluir todas las variables, derechos, garantías, vulneraciones, responsabilidades puestas en
juego) la que debe anteceder al uso para evaluar si el dispositivo puede operar como
remedio o como veneno.
En resumidas palabras, cada situación, demanda o caso debería desplegar un
número considerable de interrogantes que tengan como objetivo el arribo a la decisión
mejor fundada y analizada desde la bioética, pensando en el grado de problematicidad, en
los riesgos y beneficios para, de este modo, poder resguardarse tanto usuarios como
profesionales.
Consideraciones finales

La intención de escribir estas líneas ha estado fuertemente puesta en la idea de


contribuir al debate y discusión de algunos de los numerosos puntos que entrecruzan a las
psicoterapias virtuales y que poseen injerencia tanto para profesionales del campo de la
psicología como para usuarios de esos servicios.
A estas alturas, se puede leer el dispositivo psicoterapéutico virtual en tanto permite
cuidar y de lo cual hay que tener cuidado, al decir de Stiegler (2015). Es decir, su facultad
de funcionar como tecnología del yo, del cuidado de sí, de adopción o como tecnología de
poder, lasciva, de adaptación (Colombero, 2021). Esto no quiere decir bajo ningún aspecto
que se proponga pesquisarlo en términos de si es bueno o malo, si sirve o no, si hay que
usarlo o no, (porque eso significaría posicionarse en un lugar reduccionista per sé que lejos
de contribuir al beneficio colectivo tanto de profesionales como de usuarios, coarta las
condiciones de posibilidad inherentes del mismo). Y claramente esa no es la enseñanza que
deja la bioética. En ambos extremos poco lugar queda para la singularidad tan enarbolada
por la Ciencia psicológica. Más bien, lo que se ha intentado transmitir en función de la falta
de regulaciones y parámetros específicos al formato, es la importancia de un análisis
reflexivo y crítico que anteceda al uso, y pueda ponderar valores, principios, derechos,
legislaciones y formaciones, evaluando cada situación, para delinear un proceder
pertinente, basado en el resguardo de los derechos humanos.
La vida líquida es una vida devoradora, decía Bauman (2017), y la industria de la
sociedad de consumo un rasgo sobresaliente. Esto ha generado cambios sustanciales en el
marco de las relaciones y, por lo tanto, exige el ejercicio de reforzar el pensamiento para no
dejarse llevar por el envión y la velocidad que la tecnología imprime segundo a segundo en
las vidas. Poder hacer una pausa es necesario, cuestionarse el aquí y ahora, mucho más.
Las probabilidades adversas pueden ser abrumadoras, pero aun así las posibilidades
curativas existen. Este debe ser el punto de inflexión para pensar en la peligrosidad o
beneficio del dispositivo y de su vinculación con las lógicas del mercado, que entrampan a
los profesionales y usuarios.
El sujeto de la ciencia tecnologizada impone nuevas demandas, enmarcadas por un
tipo de cultura terapéutica cuyos mecanismos de sujeción-subjetivación se organizan en
torno al cuerpo, su cuidado, psico y sociotecnologías, pero también novedosos y complejos
desafíos que apuntan al replanteamiento de los formatos de praxis profesionales que la
modernidad y los desarrollos tecnológicos imprimen. Y sobre esto último debe resonar una
alerta: la psicología no debe caer en la operatoria del servicio express, de la comodidad, de
las recetas, de los descuentos y promociones, del marketing desmedido, etc. (Colombero,
2021).
En la actualidad es un hecho la disrupción tecnológica, producida no sólo por los
cambios sociales, sino también por un acontecimiento singular que ha atravesado al mundo
y que es la pandemia, la cual generó claramente un crecimiento exponencial de las
psicoterapias virtuales que, lejos de retroceder, avanza con más inercia.
Este entramado cultural de prácticas discursivas, no discursivas y subjetividades que
se está tejiendo significativamente a través de lazos virtuales demanda el compromiso de
revalorizar el lugar de la singularidad en este permanente fluir que empapa, borrando todas
las diferencias.
¿Cómo hacer para correrse de esa postura adaptativa continua que provoca la
irreflexividad y la objetivación del sujeto para volver a adoptar el cuidado de sí genuino?
¿Cuál es la responsabilidad en ello de los profesionales del campo psi? ¿Cuál es el límite de
los usos tecnológicos? ¿Cuál es el lugar de la psicología en un mundo repleto de
consumidores que operan vorazmente a través del e-commerce virtual?
Son estas quizás preguntas abiertas al lector, que seguramente desde su posición
intentará contestar. Por lo pronto, lo que desde este lugar se intenta generar con todas estas
ideas es pensar cómo hacer para evitar caer en la transformación de las psicotécnicas del sí
y de la individuación psíquica en psicotecnologías industriales de la transindividuación
(Stiegler, 2015 citado en Colombero, 2021).
Todo esto lleva a plasmar y dejar esclarecido que no se trata solo de una lectura
bioética sobre privacidad y confidencialidad de datos, porque si de ello solo dependiera, se
debería descartar las terapias virtuales ante los serios peligros de vulneración y la falta de
herramientas que puedan garantizar el cuidado y protección de los mismos. El tema amerita
mucha más profundidad, involucrando la vulneración de derechos y garantías, tanto de
consultantes como de profesionales, las posibilidades equitativas de acceso a un sistema de
salud mental, la seguridad del dispositivo, el acceso a un servicio confiable y de calidad, la
responsabilidad social y profesional, la honestidad intelectual, las formaciones
profesionales y los procesos de consentimiento informado, entre otros.
Hay necesidades que no pueden esperar, hay demandas por satisfacer, hay sujetos
padecientes que carecen de alternativas paliativas a sus dolores; encargarse de la realidad
para que sea como debe ser, no es sólo un imperativo ético, es un deber que atraviesa a los
profesionales cuyas intervenciones repercuten en un Otro.
Esto confirma la importancia que adquiere el análisis bioético para poder
posicionarse en un rol activo, y así transformar la sociedad en un lugar más justo, equitativo
e igualitario, enfatizando con primacía el pleno resguardo y cumplimiento de los derechos
humanos. Este claramente es un punto de partida, una invitación que se espera y desea
pueda desprender futuros y prósperos análisis.

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NORMATIVAS JURÍDICO-LEGALES QUE ATRAVIESAN LAS
PRÁCTICAS PSICOTERAPÉUTICAS VIRTUALES

Laura Colombero

Como toda práctica profesional, el ejercicio de la psicología, se encuentra


atravesado por diversas normativas (leyes, códigos, resoluciones, tratados, declaraciones,
etcétera) que han de regular y propiciar un marco legal y deontológico para el correcto
desempeño por parte de los/as profesionales.
En el caso especifico de la implementación de dispositivos de trabajo virtuales,
dichos atravesamientos han suscitado un abanico de problemas impactando de lleno en la
responsabilidad profesional. Esto se debe, por un lado, al desconocimiento de profesionales
de las normativas vigentes indirectamente e indirectamente vinculantes que atraviesan no
solo a los formatos presenciales, sino también a los virtuales y por el otro, a ciertas lagunas
normativas sobre este último tipo de prácticas.
Como consecuencia directa, muchos profesionales llevan a cabo su ejercicio sin
tomar las medidas precautorias necesarias y obligatorias, tanto para el cuidado del paciente
como para su propio resguardo. Por lo tanto, y a los fines de clarificar este escenario
normativo, se irán desentramando a continuación una serie de advertencias que funcionan
como balizas de trabajo.

Responsabilidad profesional ante el Derecho Nacional e Internacional Privado

En primer término, debe quedar claro que las obligaciones y responsabilidades


profesionales tanto deontológicas como legales aplican a cualquier formato; el hecho de
que la práctica sea virtual, no deslinda al profesional en su accionar. Un claro ejemplo de
esto, es la obligación de guardar el más riguroso secreto profesional respecto de los datos o
hechos que se informaren en razón de la actividad profesional, obligación que se encuentra
en las bases mismas de nuestras normativas directamente vinculantes como lo es por
ejemplo la Ley 7106 de Disposiciones para el ejercicio de la psicología.
Por ello, (desde la perspectiva jurídica) siempre que se dé inicio a un contrato
terapéutico, no es conveniente desconocer la identidad del paciente/cliente; “cada vez que
un analista y un paciente acuerdan un tratamiento, se ubican implícitamente como dos
personas con responsabilidad civil ante la ley” (Hermida citado en Carlino, 2010: 257).
Claro que esta indicación se sobredimensiona si se habla de formatos virtuales; en
este sentido, se deberán brindar ciertas informaciones esenciales tanto desde el profesional,
como desde el cliente/usuario. En cuanto al primero, será necesario conocer su nombre
completo, dirección profesional (geográfica y electrónica), datos sobre su formación,
titulo/s habilitante/s, matrícula con la que se encuentra registrado ante los organismos
públicos competentes y ante la institución colegiadora correspondiente. En el caso del
cliente/usuario, será necesario poder obtener identificación completa, edad, sexo, lugar de
residencia y/o localización.
En lo que respecta a las legislaciones nacionales, merece recapitularse lo
argumentado por Degiorgi (2019), donde realiza un minucioso recorrido por los distintos
tipos de responsabilidades puestas en juego en caso de mala praxis: responsabilidad
administrativa o disciplinaria, que se imputa por infringir o incumplir una norma regulada
por las leyes del ejercicio profesional, la misma es aplicada por los organismos
profesionales oficiales (apercibimiento, multa, suspensión de matrícula e inhabilitación);
responsabilidad penal, que se imputa por infringir o incumplir una norma regulada por el
Código Penal, la misma es aplicada por el Estado en el marco de sus funciones de
administración de justicia; y la responsabilidad civil, cuyas funciones serán preventiva,
resarcitoria y sancionatoria5.
En segundo término, si hay un aspecto que cobra centralidad en este tema son los
datos, su almacenamiento, su uso, su resguardo, etcétera. Se es testigo permanentemente
del incremento en el tráfico de datos que circulan por internet; cada aplicación, cada
servicio, correo, empresa, requieren información personal y además la autorización de
acceso a los datos de todos los dispositivos que se utilizan a diario. Esta información
proporcionada por los mismos usuarios, es almacenada en bancos de datos públicos y
privados y pueden ser utilizados sin autorización para fines no establecidos previamente,

5
Para que se configure y atribuya responsabilidad civil a un profesional, se requiere la concurrencia de cuatro
presupuestos o elementos: antijuridicidad de la conducta, daño, relación de causalidad, factor de
imputabilidad o atribución legal de responsabilidad (Degiorgi, 2019).
invadiendo la zona de reserva de las personas y, por consiguiente, afectando sus derechos,
esencialmente los derechos a la privacidad o a la intimidad.
De aquí que se haga mención al concepto de hábeas data introducido a partir de la
reforma constitucional de 1994 en el artículo 43, párrafo 3. Esta incorporación, que
encuentra fundamento en el derecho a la privacidad, se ha transformado en una herramienta
procesal que la Constitución dispone para afianzar la protección de los datos personales o
vinculados con la propia persona del interesado (Masciotra, 2004).
Escobar dirá que:

El hábeas data es una forma particular de acción de amparo que consiste en


tomar conocimiento de los datos referidos al actor y de su finalidad y, en
caso de falsedad o discriminación, exigir la supresión, rectificación,
confidencialidad o actualización de ellos (...) (Escobar, 2017: s/p).

Estas reseñas fundamentan el hecho de que se tornase central la regulación legal del
hábeas data en Argentina enmarcada hoy en día por la Ley N° 25326, de “Protección de los
datos personales”, sancionada en el año 2000.
Esta ley, regula en sus artículos 8 y 9 cuestiones relativas a los datos sobre salud y
la seguridad de los mismos respectivamente, estipulando que:

Los establecimientos sanitarios públicos o privados y los profesionales


vinculados a las ciencias de la salud pueden recolectar y tratar los datos
personales relativos a la salud física o mental de los pacientes que acudan a
los mismos o que estén o hubieren estado bajo tratamiento de aquéllos,
respetando los principios del secreto profesional (…) El responsable o
usuario del archivo de datos debe adoptar las medidas técnicas y
organizativas que resulten necesarias para garantizar la seguridad y
confidencialidad de los datos personales, de modo de evitar su adulteración,
pérdida, consulta o tratamiento no autorizado, y que permitan detectar
desviaciones, intencionales o no, de información, ya sea que los riesgos
provengan de la acción humana o del medio técnico utilizado. Queda
prohibido registrar datos personales en archivos, registros o bancos que no
reúnan condiciones técnicas de integridad y seguridad (artículos 8-9).

En tercer término, y concatenado a lo anterior, surge la necesidad de pensar en otras


situaciones problemáticas que se presentan diariamente y que podrían enmarcarse bajo la
categoría de delitos informáticos, esto es: falsificación de documentos electrónicos, robo de
identidad, fraudes electrónicos, pornografía infantil, sabotaje de información, hackeo,
etcétera (Tognoli, 2016).
¿Qué sucedería si la identidad de un profesional de la psicología es vulnerada para
recabar información de alguno de sus pacientes o viceversa? El robo de identidades
digitales es un ciberdelito más frecuente de lo que se cree. En Suecia, por ejemplo, más de
12.00 identidades fueron hackeadas durante los 6 primeros meses de 2017. Entre ellas, la
del CEO de Securitas, una de las empresas de seguridad más grandes del mundo (BBC,
2017).
A veces bastan unos pocos datos como el nombre, la dirección y la fecha de
nacimiento para ser víctima del phishing o suplantación de identidad, este robo o
vulneración puede responder a varios propósitos: recabar informaciones de cualquier
índole, conducirlos a actuar de un modo específico ante alguna situación, manipularlos,
incluso no sólo en las dinámicas terapéuticas propiamente dichas, el robo de identidad
puede operar también ocasionando perfiles falsos que difundan informaciones aberrantes
sobre algún tema, suceso, o más monstruoso aún, haciendo que los perfiles falsos se
autoincriminen por algún delito que no se ha cometido. Parece ciencia ficción pero es el
escenario actual que la virtualidad configura.
¿Cómo respondería un profesional si las sesiones que mantuvo con su paciente son
robadas y viralizadas a través de la red? ¿Qué medidas protectivas operan para poder
garantizar el secreto profesional? ¿Cuán resguardada se cree que está la información de una
sesión terapéutica?
Para intentar dar respuesta a estos delitos (no exclusivos al campo de la psicología),
Argentina, dio sanción en el año 2008 a la Ley Nacional N° 26388 de Delitos Informáticos.
Se expresa “intentar dar respuesta”, porque si bien la norma puede ser aplicada, y la pena
ejecutada, por ejemplo si se difundiera una sesión, la intromisión a la privacidad de ese
paciente es algo que no puede remediarse, es decir que el daño es irreparable.
No obstante esta normativa es de crucial importancia ya que resulta ser una
modificatoria, sustitución e incorporación de figuras típicas a diversos artículos del Código
Penal Argentino, con el objeto de regular nuevas tecnologías como medios de comisión de
delitos previstos en dicho código.
Esta Ley consagró entre otros puntos la:

Incorporación de dos párrafos al art. 77 CP, ampliando el término


“documento”, a toda representación de actos o hechos con independencia del
soporte utilizado; 2)- Sustituye el art. 128, incorporando el delito de
pornografía infantil por Internet u otros medios electrónicos; 3)- Sustituye el
art. 153, estableciendo como delito la violación, apoderamiento y desvío de
comunicaciones electrónicas (art. 153 1° párr.); 4)- Incorpora como delito la
intercepción o captación de comunicaciones electrónicas-
telecomunicaciones (art. 153 2° Párr.) y el acceso a un sistema o dato
informático (art. 153 3° Párr.); 5)- Sustituye el art. 155, estableciendo como
delito la publicación de una comunicación electrónica. (…); 7)- Sustituye el
art. 157 bis, estableciendo como delito, el que de manera ilegítima o
violando el sistema de confidencialidad, accediera a un banco de datos
personales; proporcionare o revelare la información registrada en ellos o el
que insertare o hiciera insertar datos; 8)- Incorpora como inc. 16 del art. 173,
el fraude mediante técnicas de manipulación informáticas (Tognoli, 2016:
s/p).

El articulado completo, posee referencias explícitas sobre el acceso indebido a


comunicaciones de carácter privado, es decir, de acceso restringido (por ejemplo, mediante
nombre de usuario y contraseña) como sucede con el correo electrónico, un mensaje
privado de una red social, chats personalizados, mensajes de texto o de servicios de
mensajería por celular. Cuando se habla de comunicaciones electrónicas, las mismas no
incluyen solamente texto, sino también elementos multimedia como audio y video (Sain,
2017).
Existen algunas medidas precautorias que el profesional debería utilizar a los fines
de informar en los posibles casos de accesos no intencionales por ejemplo, cuando se recibe
un mail por una equivocación al consignar erróneamente la dirección destinataria
(Colombero, 2021). Específicamente el artículo 5 de la Ley de Delitos Informáticos hace
referencia al acceso ilegítimo a un sistema o dato informático, penando el acceso indebido
y no autorizado a un sistema de carácter privado o restringido como lo puede ser una casilla
de correo electrónico, el perfil de una red social, una cuenta de chat, un celular o cualquier
archivo o documento que sea de carácter restringido y no público. El uso de programas
espías para recopilación de datos personales sin el consentimiento del usuario ingresa en
esta figura, tanto así como el acceso a un dispositivo que no sea público sino que insuma un
uso personal y específico de un usuario (Sain, 2017).
Podría suceder también que las comunicaciones electrónicas sean indebidamente
publicadas, (situación que queda bajo la letra del artículo 6 de mencionada ley), es decir, se
difunda contenido de una comunicación electrónica de carácter privado y restringido sin
autorización de su titular o legítimo usuario, como lo puede ser un correo electrónico, un
mensaje privado de una red social, una comunicación de chat o servicio de mensajería por
celular, tanto así como una conversación de audio o de video de computadora o telefonía
móvil (Sain, 2017).
El conocimiento taxativo de toda la normativa que se viene desarrollando aquí es
una obligación imperante para cualquier profesional. Tanto la Ley de Protección de Datos
Personales como la de Delitos Informáticos, se transforman en herramientas legales de
suprema injerencia en las prácticas psicoterapéuticas virtuales. Como se puede ir
bosquejando, el control sobre los datos es un punto álgido que a la luz de estas regulaciones
implica especial diligencia y cuidado por parte del profesional actuante. Vale recordar que
el resguardo de la privacidad y la integridad del paciente y de lo que ocurre en la relación
terapéutica es un eje rector insoslayable de la buena praxis profesional. El deber de
confiabilidad es supremo.
El último punto de advertencia y de especial observancia de estas lineas tiene que
ver con una de las particularidades inherentes a los formatos virtuales que es su
deslocalización territorial. Es decir, una praxis profesional que no solo puede llevarse a
cabo a nivel nacional, sino internacional, por ello es fundamental que el profesional de la
psicología esté al tanto no solo de las leyes vigentes de su país, sino también las del país de
su consultante/paciente y las normas que se pondrían en juego en caso de conflicto
internacional.
Es relevante retomar aquí el Código Civil y Comercial de la Nación, ya que en su
Libro sexto: “Disposiciones comunes a los derechos personales y reales”, Título IV
“Disposiciones de derecho internacional privado”, establece:

Las normas jurídicas aplicables a situaciones vinculadas con varios


ordenamientos jurídicos nacionales se determinan por los tratados y las
convenciones internacionales vigentes de aplicación en el caso y, en defecto
de normas de fuente internacional, se aplican las normas del derecho
internacional privado argentino de fuente interna (Artículo 2594).

La mención a tratados y convenciones internacionales, armoniza con el artículo 1


del Código Civil y Comercial de la Nación, donde se establece la supremacía de la
Constitución Nacional y los Tratados Internacionales de Derechos Humanos a los que la
república adhiere y con el artículo 31 de la Constitución Nacional que ordena la
preeminencia del Derecho Internacional sobre el nacional al declarar que los tratados y
concordatos tienen jerarquía superior a las leyes.
Ahora bien, el escenario se empieza a complejizar dado que en el mundo, existen
tres grandes sistemas jurídicos: el Common Law o Derecho Anglosajón, el Civil Law o
Continental Europeo y el Derecho Islámico o Musulmán. Los tres presentan significativas
diferencias, por lo que la resolución de conflictos entre países regidos por distintos sistemas
jurídicos es sumamente compleja.
El Common Law es el sistema jurídico vigente en la mayoría de los países de
tradición anglosajona, se basa en las decisiones adoptadas por los tribunales, en contraste
con los sistemas de Derecho Civil (o tradición romano-germánica), como el que rige en
Argentina. Este sistema, está formado por un conjunto de normas no escritas y no
promulgadas o sancionadas por lo que se fundamenta en el Derecho de carácter
jurisprudencial. Como suelen decir los especialistas, “la acción crea el derecho”, haciendo
referencia a que son las acciones o los procedimientos judiciales interpuestos antes los
tribunales los que dan pie a las decisiones de los jueces que, a su vez, crean el Derecho
(Gámez, s/f).
Por su parte, el Derecho Continental Europeo, encuentra sus raíces en el Derecho
romano, germano y canónico y en el pensamiento de la Ilustración, siendo utilizado en gran
parte de los territorios europeos y en aquellos colonizados por éstos a lo largo de su historia
como es el caso de Argentina. Se suele caracterizar porque su principal fuente es la ley,
antes que la jurisprudencia, y porque sus normas están contenidas en cuerpos legales
unitarios, ordenados y sistematizados (códigos). El sistema de Derecho Continental se basa,
sobre todo, en la normativa emanada por los poderes legislativo y ejecutivo. La norma
jurídica, que es genérica, surge de la ley y es aplicada caso por caso por los tribunales.
En tanto, el Derecho Islámico no está codificado en un cuerpo único. Esto se debe,
entre otros factores al hecho de que la ley islámica admite en el seno del Islam la
posibilidad de múltiples interpretaciones. Este sistema remite a Dios como legislador
supremo, allí donde otros sistemas jurídicos se remiten a elementos humanos (asambleas,
parlamentos, etcétera). Por ello la palabra de Dios constituye el elemento normativo de tipo
marco que se refleja en un texto positivo, y el Corán, contiene los principios normativos de
tipo dogmático e inmutable y con alcance universal.
En este sentido, el derecho aplicable en un caso de Derecho Internacional Privado,
parte de la vinculación de dos o más sistemas jurídicos (fraccionamiento jurídico), por la
tanto, un juez, al resolver, no solo deberá aplicar el derecho específico sino considerar la
normativa de dichos contextos.
Según Herrera, Caramelo y Picasso (2015), “el fundamento, para dar un tratamiento
especial a las situaciones privadas internacionales, debe extraerse de los derechos
fundamentales del sujeto (...) cada Estado está obligado a reconocer derechos constituidos
en el extranjero porque son cualidades esenciales de la persona” (p. 317).
Ahora bien, en el caso de que hubiese una demanda judicial sea de la del país del
profesional de la psicología, la del paciente, o eventualmente una tercera, el juez que la
recibe, en primer lugar deberá determinar si posee jurisdicción para admitirla; “cabe luego
establecer las normas de fondo, es decir las normas de derecho sustantivo aplicables al
caso. En general suelen coincidir las normas procesales6 con las sustantivas7” (Hermida
citado en Carlino, 2010: 258).

En caso de que un paciente que reside en un país diferente al del psicólogo


efectuara una demanda judicial por mala praxis en el país de este último y el
juez aceptara la demanda es muy probable que las normas procesales y
sustantivas que se adopten sean las que rigen en el derecho de ese país. Pero
puede darse también el caso de que dichas normas sean diferentes de las del
derecho sustantivo (...) podría darse que la demanda judicial sea efectuada
ante un tribunal del país en que reside el paciente. En este caso para regir el
proceso judicial se aplicarán las normas procesales del derecho de ese país
en cambio para resolver la cuestión de fondo se aplicarán las normas
sustantivas del país del analista (Hermida citado en Carlino, 2010: 258).

Lo anterior se desprende de la premisa de que la aplicabilidad de las normas


sustantivas en cada caso dependerá del contenido de las normas de Derecho Internacional
Privado de cada país.
Como consecuencia, emerge el siguiente interrogante: ¿dónde se celebra o donde
radica el cumplimiento de un contrato terapéutico virtual? En el caso de Argentina;

Los tribunales han establecido que el lugar de cumplimiento para los


contratos similares a los de prestación de salud mental es el lugar donde se
efectúa la prestación no dineraria8, es decir, la jurisdicción donde reside el
analista y no la del paciente (Hermida citado en Carlino, 2010: 259).

6
Normas procesales, adjetivas o de forma: establecen las reglas que rigen el procedimiento ante las cortes.
Por ejemplo: normas que determinan quién puede comparecer como testigo o cuáles son las formalidades que
debe tener una demanda (Hermida citado en Carlino, 2010).
7
Normas de fondo o sustantivas: determinan las reglas aplicables a un caso. Por ejemplo: las normas que
determinan que, producida una mala praxis, el profesional que ha causado el daño al paciente debe reparar
dicho daño (Hermida citado en Carlino, 2010).
8
“Prestación no dineraria: es aquella efectuada por el psicólogo, porque él ofrece una prestación terapéutica.
Prestación dineraria: es la que realiza el paciente/cliente, dado que efectúa el pago por los servicios
terapéuticos recibidos” (Hermida citado en Carlino, 2010: 259).
Dependiendo de los países que estén implicados en la relación psicoterapéutica,
serán los sistemas jurídicos que se entrecruzarán, que (como se ha podido explicitar),
guardan significativas diferencias. Por ejemplo: se podría plantear dos situaciones posibles
de presentarse en las jurisdicciones que se rigen por el Common law. Por un lado, paciente
y profesional podrían pactar la ley que los regirá a lo largo de todo el proceso, que será la
que se respetara y si fuese necesario es la que se utilizará. Pero, ¿es sustentable desde el
punto de vista psicológico la idea de realizar un contrato previo, estableciendo qué leyes se
pondrán en juego si ocurriese una mala praxis? De alguna manera comenzar una relación
terapéutica así, podría generar demasiada incertidumbre y desconfianza, sin siquiera pensar
en algún cuadro que podría verse desencadenado ante esta circunstancia. Pues entonces, la
segunda situación que podría ocurrir es, cuando no se pacta una ley al comienzo, y
ocurriese una situación de mala praxis, en ese caso, regirá la ley del estado que tenga la
mayor conexión con el contrato de asistencia psicoterapéutica, que para los países que se
enmarcan dentro del sistema del Common law, es el lugar de la ejecución del contrato es
decir dónde está el paciente (Hermida citado en Carlino, 2010).
Otro aspecto a tener en cuenta además de lo cartografiado hasta el momento, es el
relativo al reconocimiento y la ejecución de la decisión judicial extranjera. Puede acontecer
que un paciente que reside en Escocia decidiera hacer un juicio por mala praxis contra su
psicólogo que reside en otro país:

Si el tribunal fallase a favor del demandante, éste deberá hacer reconocer y


ejecutar el fallo en el país del analista ya que es muy probable que éste no
tenga bienes ni dinero en la otra jurisdicción y que sólo tenga en su país de
residencia (Hermida citado en Carlino, 2010: 259).

El problema de la jurisdicción se aplica no solo a la legalidad de la actividad, sino


también a los derechos de los clientes para reparar agravios (Childress, 2000); por ejemplo,
algunos países como Estados Unidos tienen regulaciones políticas que sugieren que el
ciberespacio no es una ubicación geográfica.
Ahora bien, es inevitable que resulte de esto la siguiente pregunta: ¿Cuál es el lugar
físico donde ocurre y transcurre la prestación psicológica? Si se lo pensara desde la
consideración psicológica, (por fuera del campo jurídico) podría suponerse que se lleva a
cabo en un espacio sin nacionalidad alguna, más allá de toda exigencia identificatoria de
índole geográfica y jurídica. Pero, esta lógica cuando es aplicada al campo jurídico puede
coincidir o diferir parcial o totalmente, con lo cual, serán las leyes y la jurisprudencia las
que se pondrán en juego a la hora de resolver cuestiones conflictivas.
También es obligatorio considerar el hecho de que,

En muchos países puede tener vigencia legal la necesidad de estar asociado


al colegio profesional local o regional que otorga los permisos de trabajo,
para estar autorizado a ejercer la profesión en ese lugar, lo que puede llegar a
ser tomado en cuenta por un juez a la hora de dictar sentencia, siempre y
cuando estas normas no entren en colisión con lo que ordena la ley local
vigente (Hermida citado en Carlino, 2010: 261).

Cuán necesario resulta conocer sobre estas cuestiones, que desdibujadas por la
comodidad y la obnubilación que provoca la virtualidad, parecen inexistentes. Esto amerita
una lectura crítica pero sobre todo formativa en cuestiones de derechos y legislaciones
indirectamente vinculantes. Sobre todo, porque el abanico de situaciones problemáticas es
cada vez más cuantioso, por sumar otra pregunta: ¿Qué sucedería en el caso de una
denuncia por mala praxis, donde se imputa al psicólogo porque un paciente bajo
tratamiento, se ha suicidado? Pues, ya no se habla de cuestiones civiles y comerciales,
(contractuales, extracontractuales o tributarias), sino y nada menos que cuestiones penales.
En este caso:

El juicio penal tendrá lugar en el país que tenga jurisdicción penal sobre el
hecho. En el derecho penal, predomina la jurisdicción territorial; el Estado
en cuyo territorio tuvo lugar el delito será aquel que tenga la jurisdicción
penal (...) una vez que se determina el Estado que va ejercer la jurisdicción
penal, si el acusado no se halla en él, el juicio se puede llevar in absentia, es
decir, sin la presencia del acusado, en aquellos países que contemplen esa
posibilidad; o el Estado que intente ejercer la acción penal pondrá en
funcionamiento las normas sobre extradición para intentar llevar al acusado
a su territorio a los efectos de efectivizar el juicio penal (Hermida citado en
Carlino, 2010: 264-265).

A modo de cierre

La intención de escribir estas líneas ha estado puesta en la idea de contribuir al


estudio del complejo y dinámico escenario normativo que indirectamente atraviesa las
prácticas psicoterapéuticas virtuales, teniendo en cuenta no solo el derecho nacional sino
también el derecho internacional privado.
Las referencias a los diferentes instrumentos jurídicos que pivotean el formato de
trabajo virtual, ha permitido clarificar algunas cuestiones recurrentes en los debates sobre
los vastos modos de proceder por parte de los profesionales del campo psi, y sus
responsabilidades.
Claro que quedan muchos flancos por indagar, pero sobre todo por reflexionar en el
marco de un ejercicio cuyas acciones y omisiones tienen como consecuencia la integridad
de una persona.
Los profesionales de la psicología deben ser conscientes de que la virtualidad es
solo un medio y no un fin en sí misma. Un medio que trae consigo una lista cuantiosa de
peligros y advertencias que el profesional debe divisar a la luz de sus responsabilidades
administrativas, civiles y penales.

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