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DE LA PSICOLOGÍA
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1. Introducción
Al igual que cualquier profesional, los psicólogos formamos parte de un mercado laboral que tiene
sus propias reglas; y si bien son cuestiones poco visibilizadas, los profesionales que ejercen la
psicología, también participan en el entramado comercial que implica “vender/ofrecer su
servicio”. Existe por lo tanto competencia, marketing desmedido, innovaciones permanentes y
ocurrentes, entre otras, a los fines de captar futuros clientes y formas de llevar a cabo las
prácticas. Ahora bien, este escenario incorporó nuevas aristas de indagación tras el brote del virus
COVID-19, que ocasionó una pandemia a nivel mundial y obligó a los estados a decretar
cuarentenas sociales, preventivas y obligatorias. En consecuencia, el mundo del trabajo se ha visto
profundamente afectado, por lo tanto además de ser una amenaza para la salud pública, la
pandemia ha desencadenando perturbaciones a nivel económico y social, que han de poner en
peligro los medios de vida a largo plazo y el bienestar de millones de personas (OIT, 2020).
Los psicólogos no son la excepción y si bien el ofrecimiento y la forma de llevar a cabo sus servicios
a través de redes sociales, páginas web, sistemas de mailings, videollamadas, entre otros, ya
existían, en los últimos meses, la masificación que han tenido tanto las publicidades como las
modalidades de trabajo online, -fruto de la mutación en la modalidad laboral que viró de la
presencialidad a la virtualidad-, ha sido de dimensiones insospechadas. Y en esa abrumadora
cantidad, se pueden observar, por una lado, la abrupta implementación de la modalidad de
trabajo online, y por el otro, el incremento de publicidades de lo más diversas, cuyos puntos
problemáticos son no respetar los referenciales éticos -estipulados en los códigos de ética
profesionales, como por ejemplo los de la Federación Psicólogos de la República Argentina (en
adelante FePRA)1 y del Colegio de Psicólogos de la Provincia de Córdoba2 , y legales, lo que trae
concatenadas ciertas consecuencias negativas como ser la desvalorización y descrédito de la
profesión, la generación de representaciones sociales erróneas, el intrusismo de prácticas no
psicológicas, los ofrecimientos por parte de personas que no son profesionales y la mala praxis,
entre muchas otras.
Por tal motivo, consideramos necesario establecer algunos puntos de referencia deontológicos y
legales que contemplen y establezcan deberes y obligaciones del psicólogo en su práctica
profesional virtual y publicitaria (Colombero en Degiorgi, 2019).
1
Aprobado por la Asamblea ordinaria del 10 de abril de 1999. Modificado por la Asamblea Extraordinaria del 30 de noviembre de 2013.
2
Aprobado por Asamblea Extraordinaria del 12 de noviembre de 2016.
La historia de la psicología como ciencia y profesión, ha demostrado que los cambios son
constantes y dinámicos, que hay conquistas, mesetas y retrocesos, y que permanentemente en el
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continuo fluir del tiempo surge la necesidad de enfrentar desafíos y posicionar a la disciplina en el
lugar de reconocimiento y cientificidad que merece.
Claro que esos desafíos conllevan el deber de indagar y reflexionar sobre cómo llevarlos a cabo
con especial y rigurosa consideración. Hoy ese reto lo marcan las diversas modalidades de trabajo
psicoterapéutico virtual que son llevadas a cabo por los profesionales de la psicología.
El ejercicio profesional del psicólogo en la virtualidad, sin dudas no nace aquí, viene siendo una
alternativa terapéutica de mucha data previa, como también lo viene siendo nuestra preocupación
en torno las dimensiones deontológicas, legales y éticas no siempre contempladas por los
profesionales en este modo de trabajo.
Basta con tan solo navegar unos minutos por la web, para dar cuenta de la proliferación de un sin
número de ofertas de servicios psicológicos, que van desde nominaciones como psicología virtual,
ciberterapia, psicoterapia en línea, e-terapia, psicólogo en casa, el consultorio en tu computadora,
terapia por whatsapp, web counseling, terapia fastfood, por mencionar algunas de las tantas,
pasando por los portales que refieren su especialización en anorexia, bulimia, control de la ira y
adicciones, hasta llegar a programas de tratamiento para descargar y trabajar solitariamente en la
computadora o a través de los dispositivos móviles.
De acuerdo a lo que plantea França Tarragó (2016), podemos identificar tres niveles de
problematicidad que se dan en la praxis psicológica mediada por TICs: bajo, medio y alto.
En lo que respecta al nivel bajo, se hallan los servicios electrónicos que brindan información al
público sobre aspectos relacionados con las ciencias psicológicas y la salud mental e intercambios
científicos o profesionales en todas sus variantes: foros, debates, videoconferencias, bases de
datos científicas, revistas de psicología en línea, etc.
El nivel medio, comprende ya intervenciones de carácter preventivo y/o educativo, donde hay un
grado de participación y de manejo de información mayor que en el nivel anterior. Podrían
mencionarse consultorías informativas e interactivas sobre aspectos psicológicos de la persona,
educación sobre drogas, psicoprofilaxis, ciberacoso, bullying, violencia de género, etc.
Por último, el nivel alto, se encuentra constituido por las intervenciones diagnósticas y
terapéuticas propiamente dichas, hechas por el psicólogo a través de internet. Aquí, se
desprenderán intervenciones en crisis (depresión, suicidio, violencia, abusos, adicciones en sus
diversas formas, etc.), psicoterapias prolongadas individuales, psicología grupal en red, etc.
(França Tarragó, 2016).
En este sentido, cartografiado el nivel de problematicidad que conlleva cada práctica, resulta
indispensable dar cuenta de las fortalezas, limitaciones y desafíos que las investigaciones
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existentes han podido recabar respecto de ellas (Kenter et al., 2013; França Tarragó, 2016; Franco
et al. 2010; Satalkar, Shrivastava y De Sousa, 2015).
En lo que a fortalezas refiere, podrían enumerarse: la facilidad de contacto y libertad para elegir el
momento del mismo, la deslocalización, destemporalización, registro fácil de la entrevista,
posibilidad de ofrecer el servicio a pacientes que por sus localizaciones no podrían hacerlo,
descompresión de los sistemas de salud saturados, entre otros.
Por otro lado, revisando las limitaciones y desafíos éticos vinculados se han podido identificar a lo
largo de la bibliografía consultada: el riesgo de violación de la intimidad de la persona y del
psicólogo, déficit en la información gestual y datos corporales, dificultades en los cobros de los
servicios, dificultades para aplicar determinadas técnicas psicológicas, contribución al fomento del
uso y adicción a internet y el aislamiento de la persona, deshumanización del entorno terapéutico,
verificación de identidad en línea, anonimato del consultante, restricciones de jurisdicción,
necesidad de conocimientos tecnológicos, falta de entrenamiento formal, seguimiento y
acreditación de terapeutas, publicidad de servicios, etc.
Ahora bien, muchos han sido y son los esfuerzos a lo largo de nuestra historia profesional para
legitimar nuestro reconocimiento social y posicionar nuestra representación social. Hoy se podría
decir, que estamos ranqueados dentro de los primeros puestos, estamos hasta en los rincones y
lugares más inimaginados, y eso para muchos pareciera ser muy bueno, y lo sería si no se hubiera
gestado tal adormecimiento sobre las responsabilidades que demarcan el uso de estas
obnubilantes innovaciones virtuales.
Existen muchas dudas y desinformación acerca de las herramientas jurídicas que se pondrían en
juego a la hora de realizar una terapia on-line. Ante este contexto, muchos profesionales llevan a
cabo su ejercicio sin tomar las medidas precautorias necesarias y obligatorias, tanto para el
cuidado del paciente como para su propio resguardo.
Debe quedar claro que las obligaciones y responsabilidades profesionales tanto deontológicas
como legales aplican a cualquier formato; el hecho de que la práctica sea virtual, no deslinda al
profesional en su accionar. Por ello, -desde la perspectiva jurídica- siempre que se dé inicio a un
contrato terapéutico, es fundamental conocer la identidad del paciente/cliente ya que; “cada vez
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En esta línea, se deberán brindar ciertas informaciones esenciales tanto desde el profesional,
como desde el cliente. En cuanto al primero, será necesario conocer su nombre completo,
dirección profesional, datos sobre su formación, titulo/s habilitante/s, y matrícula con la que se
encuentra registrado. En el caso del cliente, será necesario poder obtener identificación completa,
edad, sexo, lugar de residencia y/o localización.
En lo que respecta a las legislaciones nacionales, merece recapitular lo argumentado por Degiorgi
(2019) en su artículo sobre “Responsabilidad profesional y praxis en el ejercicio profesional del
psicólogo”, donde realiza un minucioso recorrido por los distintos tipos de responsabilidades
puestas en juego en caso de mala praxis: responsabilidad administrativa o disciplinaria,
responsabilidad penal y responsabilidad civil, todas ellas y sus derivados, insistimos, no son
exclusividad de los formatos terapéuticos presenciales, aplican y deben ser considerados también
en el trabajo virtual.
Con respecto a la regulación deontológica de las terapias virtuales, se encuentran en los códigos
de ética tanto de la FePRA como del Colegio de Psicólogos de la Provincia de Córdoba algunos
artículos que pueden ser retomados para su análisis. En el caso del Código de Ética de FePRA se
establece de manera muy somera que, “los psicólogos solo podrán utilizar en su práctica
tecnologías informáticas previa validación académica y científica” (Código de Ética de FePRA, 2013,
art. 3.3.11).
Por su parte el Código de Ética del Colegio de Psicólogos de la Provincia de Córdoba, en un intento
de superación del código anterior, y consignando algunas líneas más, establece:
4.30 Lxs psicólogxs sólo podrán utilizar en su práctica tecnologías informáticas, previa validación
académica o científica, con particular resguardo del secreto profesional y de la honestidad
intelectual, entendida como idoneidad necesaria en la aplicación de dichas tecnologías.
4.31 Lxs psicólogxs considerarán el hecho de que toda forma de comunicación no presencial
(telefónica, virtual, etc.) puede encubrir o distorsionar las expresiones emocionales, faciales,
verbales, gestuales, conductuales. Es decir, advierten las limitaciones que imponen las técnicas o
procedimientos de intervención psicológica a través de medios tecnológicos a distancia y
extremarán los recaudos para preservar la confidencialidad y adecuarlo al servicio que provee
(Código de ética del Colegio de Psicólogos de la Provincia de Córdoba, 2016, art. 4.30-4.31).
Ahora bien, ¿Qué sucede con la validez de las matrículas, y los límites geográficos? Según el
acuerdo arribado entre los Organismos Profesionales y FePRA, es intención que la atención on-line
no sea realizada en una provincia por fuera de dónde se está matriculado. Y aún contemplando
variantes y excepciones ¿Se respeta esto hoy? Porque una de las particularidades inherentes a los
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Este escenario nos lleva a interrogarnos sobre ¿Quién vigila esto hoy? ¿Quién resguarda al
destinatario de nuestros servicios cuando se traspasan estas fronteras? ¿Dimensiona el
profesional de la psicología que en estos casos además de conocer las leyes vigentes de su país,
debe conocer también las del país de su consultante? ¿Dimensiona el profesional que frente a
denuncias efectuadas por el consultante, estas cruzan al Derecho Internacional Privado?
Otro de los puntos álgidos que cobra centralidad en el ejercicio profesional virtual, es la
información receptada, su almacenamiento, su uso y el resguardo de la confidencialidad. ¿Nos
preguntamos acaso qué sucede con toda la información cartografiada con un nivel de detalle
excepcional obtenida en el desempeño virtual?, ¿Tomamos dimensión de la fácil vulneración de
los datos?, ¿Será que pensar en “la nube” como cofre de guardado nebuloso nos hace creer en la
imposibilidad del acceso de otros a nuestra información?
Somos testigos permanentes del incremento en el tráfico de datos que circulan por internet; cada
aplicación, cada servicio, correo, empresa, requieren información personal y además la
autorización de acceso a los datos de todos los dispositivos que utilizamos a diario. Esta
información proporcionada por los mismos usuarios, es almacenada y pueden ser utilizados sin
autorización, invadiendo la zona de reserva de las personas y, por consiguiente, afectando sus
derechos, esencialmente los derechos a la privacidad o a la intimidad.
Además de las normas deontológicas y legales de nuestro ejercicio que establecen el resguardo
del Secreto Profesional, ¿Se dimensiona que con la reforma constitucional de 1994 se incorpora el
concepto de hábeas data y que en el año 2000 fue sancionada la ley nacional de “Protección de los
datos personales”? Porque en sus artículos 8º y 9º se establecen claras directivas en relación a los
datos sobre salud y seguridad de los mismos.
Incluso a todas estas aristas problemáticas podría sumarse la dificultad y los límites para la
actuación profesional ante situaciones de riesgo potencial, desde un abordaje virtual. ¿Cómo
responder ante una urgencia? ¿Cómo responder cuando esto se desencadena en la virtualidad?, y
si vamos más allá ¿Qué pasa si además de esto, se le suman las dificultades técnicas tan frecuentes
hoy en el uso de este medio? Es claro dejar sentado que la responsabilidad disciplinaria, penal o
civil no se desdibuja por el contexto, por la virtualidad o por lo técnico.
Claro que no podemos dejar de reconocer que un ejercicio profesional responsable desde la
virtualidad, ha permitido en gran cantidad de casos sortear las barreras que este contexto de
pandemia nos ha puesto con el aislamiento y el encierro para el tratamiento del padecimiento psi.
Lo que nos ha demarcado también que las habilidades para trabajar con un sujeto en la
virtualidad, no son las mismas que las de la presencialidad y que se deja por fuera la significación
tan especifica que el encuentro cara a cara otorga. Sin embargo, sabemos que esta modalidad de
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praxis psicológica, ha venido para quedarse, y son muchos los desafíos que nos convocan desde el
lugar profesional, desde el lugar docente, como colectivo y a los organismos profesionales.
Cuestión ineludible e inmediata de afrontar dado que lo que está en juego es la integridad de los
sujetos, sus derechos y nuestras responsabilidades deontológicas, legales y éticas implicadas.
Es por esta razón, que la FePRA (2020), movilizada por los cambios acaecidos debido a la
pandemia mundial, -a partir de los cuales pudo darse cuenta de la imposibilidad de proveer
atención presencial por parte de quienes ejercían profesiones liberales, entre ellos, las psicólogas
y los psicólogos-, ha elaborado una serie de “Recomendaciones para las buenas prácticas
mediante la utilización de TICs”, que bordean la modalidad de atención, tipos de plataformas,
identidad del/la profesional, secreto profesional, consentimiento informado, implicancias en
relación al diagnóstico y situaciones de urgencia, jurisdicción en la atención y denuncias de faltas
éticas.
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siempre la opción de realizar una derivación a servicios que cuentan con atención presencial. En
cuanto al uso de test debe remarcarse lo novedoso de esta temática y la necesidad de realizar
estudios respecto a la misma, entendiendo las limitaciones que conlleva la atención mediante TICs
en este aspecto. El Código eontológico de FePRA establece en el artículo 3.3.11 que los psicólogos
y las psicólogas, solo podrán utilizar en su práctica tecnologías informáticas previa validación
académica y científica. Por lo tanto, se sugiere que el/la profesional se mantenga informado/a
respecto a las posibles recomendaciones que se puedan realizar desde instituciones especializadas
y reconocidas, y a las revisiones que realice oportunamente la comunidad científica y profesional.
Tal como se sugirió en el punto 1, es necesario que cada profesional tenga conocimiento sobre
dispositivos presenciales para derivaciones, en este caso para la realización de diagnósticos, o ante
situaciones de urgencia.
7. Jurisdicción en la atención y denuncias de faltas éticas: los psicólogos y las psicólogas deben
estar matriculados/as en el Colegio de Ley y/o en los organismos competentes para el control del
ejercicio profesional en cada jurisdicción. Se considera importante que tales organizaciones
confeccionen un registro de las y los profesionales que realicen esta práctica. La atención
mediante TICs abre la posibilidad que profesional y usuario/a residan en diferentes jurisdicciones.
Se considera que en este tipo de práctica, debe tenderse a garantizar la libre elección de
profesionales por parte de los/as usuarios/as, pero asimismo asegurar que se encuentran
garantizadas las condiciones de resguardo ante posibles reclamos. Es primordial, que cada
profesional provea la información sobre cuál es el organismo encargado del control de su
matrícula, y datos de contacto del mismo. También será tarea de dichos organismos realizar las
acciones pertinentes para que se ajuste la práctica a la normativa de cada jurisdicción. Se
recomienda avanzar a nivel nacional, en la comunicación desde las organizaciones
correspondientes hacia FePRA, respecto a las sanciones disciplinarias que se apliquen a los/as
matriculados/as o afiliados/as, cuando impliquen inhabilitación para el ejercicio profesional (y
duración de la misma) (FePRA, 2020, s.p).
La liberalidad que la virtualidad en cualquiera de sus aristas per se otorga, pareciera ser para
muchos la regla de la que se sirven para el desempeño profesional, como si los valores, principios
y normas que nos regulan y procuran por el resguardo de los destinatarios de nuestros servicios,
se desvanecieran y no rigieran al sumergirnos en el océano de la virtualidad (Degiorgi, 2020).
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Por lo tanto y a los fines del presente trabajo, cuando se alude a la publicidad del profesional
psicólogo, se hace referencia a la promoción de sus servicios, lo que incluye anuncios –ya sean
pagos o gratuitos- y/o presentación de curriculum vitae (Código de Ética de la FePRA, 2013).
Comencemos por el punto de base: cada profesional que haga publicidad de sus servicios, ya sea
en cualquiera de sus modalidades –gráfica, radial, audiovisual, informática y/o en cualquier otro
soporte comunicacional- deberá incluir como requisito obligatorio: “nombre y matrícula,
absteniéndose de publicar honorarios” (Código de Ética FePRA, 2013, art. 6.1.1.1).
Este concepto puede observarse también en el Código de Ética del Colegio de Psicólogos de la
Provincia de Córdoba, enmarcado en las responsabilidades con la colegiación y los colegas:
4.14 En la promoción de sus servicios profesionales, lo que incluye anuncios pagos o gratuitos a
través de medios gráficos, radiales, audiovisuales, informáticos y/o cualquier otro soporte
comunicacional, como también en la presentación de currículum vitae, lxs psicólogxs deberán
incluir nombre y matrícula, absteniéndose de publicitar honorarios por un valor menor al del
honorario mínimo ético (Código de Ética del Colegio de Psicólogos de la Provincia de Córdoba,
2016, art. 4.14).
Si bien existe una tendencia cada vez más significativa de los profesionales de orientarse y valerse
de las diversas técnicas que ofrece el marketing digital para “captar clientes”, se deben respetar
las reglas establecidas en las normativas que rigen el actuar profesional. Sugerencias como: “Si no
estás en las redes sociales, no existes. En el mundo digital, la visibilidad equivale al poder”, “el
marketing de contenidos es una de las inversiones más rentables actualmente […] Es una forma de
hacerte accesible y mostrar una cara profesional y centrada en las preocupaciones de la gente que
se plantea contactar con psicólogos”, “trasmitir valores en positivo”, “no exponer ejemplos
extremos” (Psicología y mente, 2020, s.p), etc., invaden la web en el intento de los psicólogos de
captar a sus clientes.
Y es pues, en este entramado comercial, -que lejos de conocer las normativas deontológicas que
rigen-, “asesoran comunicacionalmente”, trayendo concatenada en primera instancia una de las
irregularidades observadas que es la ausencia de nombre y matrícula que no solo hace imposible
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discriminar un servicio profesional de una terapia alternativa, sino que además no da cuenta de
que quien lo está ofreciendo, posea la habilitación académica y legal correspondiente.
La codificación también expresa que las publicidades deben ser mensuradas, incluyendo solo los
datos indispensables, “en ningún caso deberá ser exagerada de modo que tergiverse en algún
sentido la índole y eficacia de los servicios” (Código de Ética FePRA, 2013, art. 6.1.1.2). Sobre este
punto, suelen encontrarse serias irregularidades, que han de convertir la publicidad del servicio
profesional en un arsenal de información desorganizada, innecesaria y lo más preocupante, falsa y
deslegitimadora.
En vinculación con este artículo, hemos encontrado anuncios invadidos con densas nomenclaturas
que van desde la diversidad de destinatarios de los servicios posibles (niñ@s, adolescentes,
adultos, adultos mayores, familias, parejas, etc.) hasta el abanico de técnicas utilizadas por el
profesional (gestalt, psicoanálisis, enfoque cognitivo-conductual, terapias sistémicas, etc.), lo que
evidencia una clara falta no solo a la normativa, sino también al reconocimiento de las fronteras
de las propias competencias y las limitaciones de la pericia, que demarcan principios éticos
universales como lo es la Honestidad intelectual.
En la actualidad es posible observar gran cantidad de profesionales que recurren a redes sociales
de fácil acceso, otorgando “tips”, “consejos” e “ideas”, basadas en posturas idealistas y sin base
teórica y científica, para enfrentar la pandemia, promoviendo concepciones absolutistas siendo de
significativo riesgo para quienes no logren cumplir con dichos objetivos. Situación que además,
ante la ausencia de contención al respecto, genera auto percepciones erróneas y peligrosas para la
salud mental.
Esto nos lleva en primera instancia a retomar el Principio rector de Competencia, según el cual:
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De aquí se desprende otra de las irregularidades encontradas en las publicidades y que comprende
el ofrecimiento por parte de profesionales de la psicología de “terapias alternativas”, como flores
de bach, reiki, campos energéticos como otros tantos recursos o técnicas que no están
reconocidas por la comunidad científica y profesional.
El Código de Ética de FePRA es muy claro en este sentido: “los psicólogos no ofrecerán recursos o
actividades relativas a técnicas psicológicas que no estén reconocidas por la comunidad
profesional. Tampoco utilizarán el precio o gratuidad del servicio como forma de propaganda”
(Código de Ética FePRA, 2013, art. 6.1.1.3).
4.15 La publicidad de servicios deberá hacerse en forma que incluya los datos indispensables para
la información útil, sin inducir a engaño u ofrecer soluciones contrarias a la especificidad de las
incumbencias de la profesión (Código de Ética del Colegio de Psicólogos de la Provincia de
Córdoba, 2016, art. 4.15).
Pero con ello no acaba el tema de las publicidades, otro de los puntos controvertidos es –y dado el
contexto de pandemia, con muchísima frecuencia- la presencia del profesional psicólogo en los
medios masivos de comunicación.
Desde consultas técnicas ante casos de extrema gravedad y popularidad, -brotes psicóticos,
suicidios, crisis esquizofrénicas, entre otros- pasando por columnas fijas en las que el psicólogo
aconseja o explica sobre cómo tratar los problemas del oyente/telespectador e hipotético
paciente –como ocupar la mente en cuarentena, que hacemos en tiempos de pandemia, consejos
para fóbicos frente al virus-, profesionales, que sin tener la formación e idoneidad pertinentes, se
ofrecen para “contener” a través de las cámaras a profesionales de la salud o a personas en
aislamiento social preventivo, hasta la aparición en programas de televisión tipo talk-show
analizando cuál “experto”. En la mayoría de esos casos, se ha recurrido a estereotipos,
reduccionismos, a la espectacularización con imágenes impactantes y tópicas, se ha descuidado el
uso del lenguaje, se han inventado diagnósticos, se han expuesto testimonios de pacientes en
relación con la calidad de los servicios o productos del psicólogo; se ha apelado a los temores,
angustias o emociones en relación con las posibles consecuencias de no tomar los servicios
ofrecidos, etc.
Claro que no decimos que la exposición en medios esté prohibida, sino que su realización debe ser
sumamente cautelosa; sólo deberá tener fines educativos o divulgativos y no se puede participar
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Es importante también remarcar aquí la responsabilidad que le cabe a todos los profesionales ante
el conocimiento de publicidades que transgreden las normas antes establecidas; en este sentido,
el Código de Ética de Psicólogos de la Provincia de Córdoba establece:
deontológica competente:
4.13.2 La práctica profesional de lxs psicólogxs o aquella que se realice en nombre de la psicología,
que no se efectúe en el plano y nivel científico y/o profesional, propios de la disciplina, cualquiera
sea su forma (Código de Ética del Colegio de Psicólogos de la Provincia de Córdoba, 2016, art.
4.13).
2. Conclusión
La psicología, como ciencia y como profesión tiene enormes impactos con sus pares, con los
usuarios de servicios de salud mental y con la sociedad en general, que de modo directo o
indirecto se encuentra alcanzada.
Apuntamos en estas líneas a resaltar la primacía del análisis reflexivo necesario donde se evalúe
cualitativamente los deberes y obligaciones implicadas en cada situación, dando razón a los
argumentos que llevan a tomar un camino y desestimar otro al momento de definir el rumbo de
una intervención.
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Sabemos que la virtualidad, ha venido para quedarse y ante ella, será responsabilidad del
profesional psicólogo utilizarla con la pericia pertinente. En este sentido, las diversas formas de
comunicación, captación de clientes, y modalidades de abordaje, conllevan la obligatoriedad de un
accionar responsable y competente por parte de los profesionales de la psicología. Ante ello,
deberán poder hacerse al menos las siguientes preguntas: ¿Quiénes pueden verse beneficiados
con terapias virtuales, y quienes afectados?, ¿Dónde residen?, ¿Ello impacta en su tratamiento?,
¿Cómo responder ante una urgencia?, ¿Qué lleva a un sujeto a buscar una terapia online?, ¿Qué
herramientas tenemos como profesionales para abordar situaciones complejas que pueden verse
desencadenadas en la virtualidad?, ¿Qué implicancias puede tener para la profesión una mala
publicidad?
Referencias
FePRA (2020). Recomendaciones para las buenas prácticas mediante la utilización de TICs
(tecnologías de la información y la comunicación). Disponible en:
http://www.fepra.org.ar/feprav3/node/545
França Tarragó, O. (2016). Manual de psicoética; ética para psicólogos y psiquiatras. 2ª ed. España:
Editorial Desclée de Brouwer, S.A.
Franco, M., Jiménez, F., Monardes, C. y Soto Pérez, F. (2010). Internet y psicología clínica: revisión
de las ciber-terapias. En Revista de Psicopatología y Psicología Clínica, Vol. 15, N° 1, pp. 19-37.
ISSN: 1136-5420/10.
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Kenter, M., Van Straten, A., Hobbel, S., Smit, F., Bosmans, J., Beekman, A. y Cuijpers, P. (2013).
Effectiveness and cost effectiveness of guided online treatment for patients with major
depressive disorder on a waiting list for psychotherapy: study protocol of a randomized
controlled trial. Trials Journal. N°14, P. 412.
Organización Mundial del Trabajo (2020). La COVID-19 y el mundo del trabajo. Disponible en:
https://www.ilo.org/global/topics/coronavirus/lang--es/index.htm
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PRÁCTICAS PROFESIONALES VIRTUALES EN LA PSICOLOGÍA:
FORTALEZAS Y DEBILIDADES
Laura Colombero
De las fortalezas
Tomando los aportes de França Tarragó (2016); De Sousa et al., (2015); Torre
Martí y Pardo Cebrián, (2018); Franco et al., (2010); Gutiérrez (2002); Shiller (2009); Zack
(2008) y Barak et al., (2009) se puede establecer el siguiente mapa clasificatorio de
fortalezas:
-Facilidad de contacto y libertad para elegir el momento del mismo: basta con
googlear servicios de psicología en línea, para ver desplegado un menú de opciones de
profesionales, teorías, modalidades, formas de pago, etc. Cualquier persona interesada en
obtener un servicio psicoterapéutico de forma inmediata puede hacerlo, con el plus de
elegir entre la variada oferta disponible. Esto que a simple vista se avizora como una
ventaja del dispositivo, trae consigo variadas y significativas complicaciones que se
analizarán posteriormente.
-Deslocalización: esta fortaleza es una de las que mayor impacto ha tenido a la hora
de estudiar las psicoterapias virtuales, ya que es una variable que se apalanca en el derecho
a la salud, por ejemplo brindando la posibilidad de ofrecer el servicio a pacientes que por
sus localizaciones no podrían hacerlo, poder dar continuidad de un servicio en pacientes
que viajan o se han instalado en otros territorios y quieren seguir siendo atendidos por el
mismo profesional, poder elegir entre un vasto número de profesionales y corrientes
epistemológicas, etc. De alguna forma esta fortaleza, podría pensarse en términos de
equidad e igualdad en el acceso a un servicio de salud mental.
-Destemporalización: ya no resulta esencial para poder desarrollar una sesión
psicoterapéutica que consultante y profesional se encuentren a una misma hora. El hecho de
poder contar con otras formas comunicacionales como el email, entornos virtuales,
simulación robótica, etc., hacen que el tipo de contacto se pueda desarrollar de manera
asincrónica.
-Registro fácil de la entrevista: los diferentes dispositivos tecnológicos, permiten la
posibilidad de llevar a cabo un registro, archivo y evaluación en profundidad de cada
material. Ahora bien, habrá que indagar sobre los permisos de registro fonoelectrónico y
sus utilizaciones que no se agotan sólo en el profesional de la psicología, ya que el paciente
puede también grabar su sesión sin que el profesional lo sepa, desprendiéndose de ello, un
variado número de inconvenientes.
-Descompresión de los sistemas de salud saturados: los dispositivos
psicoterapéuticos virtuales, podrían funcionar como herramientas sustitutas de los sistemas
colapsados de atención en la salud mental, bajando los costos y descomprimiendo el gran
caudal de pacientes que están sujetos a un servicio deficitario, específicamente pacientes
críticos, de alto riesgo en lista de espera.
En este sentido por ejemplo, a raíz de la pandemia originada por el virus COVID-
19, a partir de la cual el mundo entero tuvo que modificar sus esquemas de trabajo y
atención integral de la salud, los servicios de salud mental no quedaron exentos, no solo los
profesionales independientes, que vieron la necesidad de continuar los tratamientos con sus
pacientes bajo la modalidad de teletrabajo, sino una extensa red de organizaciones, sistema
público, instituciones educativas, que ante una emergencia sanitaria y social, utilizaron la
virtualidad para llegar a la población que lo necesitaba.
-Reducción de tiempo y logística para acceder a la sesión: el uso de tecnologías de
comunicación permite reducir tiempos para llegar hasta el consultorio, tránsito vehicular,
demoras o inasistencias por factores climáticos, etc.
-Reducción de costos tanto para el profesional como para el cliente: el
abaratamiento de costos tanto del consultante como del profesional siempre es una variable
que se considera incluso en los servicios presenciales. El hecho de no tener que alquilar un
espacio para utilizarlo como consultorio, de no tener gastos de movilidad hacia dicho
espacio, etc. juega completamente a favor de esta modalidad.
-Aceptación de Internet y dispositivos afines como herramientas de comunicación
social: cada vez son más los usuarios de Internet alrededor del mundo, tal es así que ya se
estima, superan la mitad de la población global. En el caso específico de la República
Argentina, el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC), a mediados de 2019
publicó un informe en el que daba cuenta de la situación en este país: “en el cuarto
trimestre de 2018, se registró que el 63% de los hogares urbanos tiene acceso a
computadora y el 80,3%, a Internet. Además, los datos muestran que, en la Argentina, 84
de cada 100 personas emplean teléfono celular y 78 de cada 100 utilizan Internet” (2019,
s.p).
Este incremento progresivo y continuo en el uso de Internet da cuenta de que; “las
nuevas tecnologías de la información y comunicación, y específicamente Internet, han
llegado para quedarse y tanto los profesionales, las estructuras institucionales y personas
comunes deben comenzar a asimilarlas, obteniendo el mayor provecho y beneficio para los
usuarios” (Franco et al., 2010, p. 31).
-Favorable para determinado tipo de destinatarios: las prácticas profesionales
virtuales serían beneficiosas para consultantes con determinados trastornos como la
agorafobia, fobia social, también en personas con déficit de conductas asertivas, o en
aquellas personas en las que los contactos iniciales pueden ser más fáciles si se realizan a
distancia (Urbano, como se cita en Gutiérrez, 2002).
Carlino (2010) refiere sobre este punto que personas tímidas, desconfiadas o que no
buscan un contacto profundo o de largo alcance pueden estar motivadas a solicitar un
tratamiento de orientación psicológica por medio de portales de Internet. Pero advierte ante
este escenario que la necesidad de anonimato no siempre está relacionada pura y
exclusivamente con la desconfianza o la ansiedad persecutoria. Sobre ello, hay estudios de
comportamiento en línea que han demostrado la existencia de una “desinhibición de afecto
en línea”, puesto que muchas personas sienten miedo o son amenazados por la posibilidad
de hablar cara a cara ya que temen que serán juzgados o rechazados por el terapeuta (De
Sousa et al., 2015).
También, será favorable para aquellas en las que el desconocimiento del otro y la
falta de estímulos visuales podría hacer que se anime a contar cosas que contrastado con
una terapia presencial le llevaría muchos años. Son posibles destinatarios aquellas personas
que asisten a psicoterapia presencial, pero que por motivo de viajes o trabajo deben alejarse
y no quieren cambiar de profesional.
-Análisis de componentes verbales: un tratamiento mediante comunicación escrita
facilita análisis más exhaustivos del componente verbal, lo cual puede ser de gran utilidad
para realizar una reestructuración cognitiva, desarrollar una terapia racional emotiva o
aplicar técnicas de resolución de problemas (Urbano, como se cita en Gutiérrez, 2002).
Los partidarios de esta forma de psicoterapia destacan ventajas de la conversación
sólo mediada por texto, ya que reduce las distracciones causadas por la presencia real de
otra persona y ayuda en el enfoque correcto de problemas (De Sousa et al., 2015).
De las debilidades
Referencias
Preliminar
1
Cada vez son más los usuarios de internet alrededor del mundo: se estima que superan ya la mitad de la
población global. Estos datos logran desprenderse de un informe de We Are Social y Hootsuite, el cual
muestra que la adopción y el uso de internet alcanzaron nuevos máximos en comparación al año anterior
(2021).En enero de 2022, había 4.950 millones de usuarios de internet en todo el mundo, alrededor del 62,5 %
de la población mundial. Este es un aumento del 4% año tras año: 192 millones de personas. Mientras tanto,
el tiempo promedio diario dedicado al uso de Internet fue de casi 7 horas en todos los dispositivos a nivel
mundial, un aumento del 1% (4 minutos) en comparación al año anterior (We Are Social & Hootsuite, 2022).
Este incremento progresivo y continuo en el uso de internet, de redes sociales y aplicaciones móviles da
cuenta de que “las nuevas tecnologías de la información y comunicación, y específicamente internet, han
llegado para quedarse y tanto los profesionales, las estructuras institucionales y personas comunes deben
comenzar a asimilarlas, obteniendo el mayor provecho y beneficio para los usuarios” (Franco, Jiménez,
Monardes et al., 2010, p. 31).
adicciones en sus diversas formas, etc.), psicoterapias prolongadas individuales, psicología
grupal en red, entre otras (França Tarragó, 2016).
Hay terapias individuales y grupales; hay portales especializados en anorexia y
bulimia, control de la ira y adicciones y también programas de tratamiento para descargar y
trabajar solitariamente en la computadora o a través de los dispositivos móviles; y lo cierto
es que esta modalidad de trabajo está desarrollándose a pasos agigantados, acompasada por
el cambio social y mundial que habilitó la red. Psicología virtual, interterapia, psicoterapia
en línea, psicoterapia virtual, e-terapia, ayuda en línea, terapia por whatsapp, terapia
electrónica, cybercounselling, psicología en casa, terapia por correo electrónico, el
consultorio en tu computadora, web counseling, asesoramiento electrónico, asesoramiento
web, ciberdiván, ciberterapia y telepsicología son algunas de las nominaciones existentes
para este tipo de trabajo terapéutico. El punto que las hace confluir es el modo de
prestación de servicios de salud mental por mediación electrónica, cuya proximidad es
indirecta, artificial o a distancia (Manhal Baugus, 2001; Kanani, y Regehr, 2003; Suler,
2003; Shapiro y Schulman, 1996; Murphy y Mitchell, 1998 citado en Shiller, 2009).
Sin duda alguna, la emergencia de una pandemia mundial y el acentuado
protagonismo de la tecnología, pusieron en escena una serie de tensiones, interrogantes e
intentos de respuesta, muchos de los cuales no surgieron de esta situación, pero sí fueron
acentuados por ella. La debilidad de los sistemas sanitarios, los modelos de atención y la
noción misma de salud que está a la base de nuestras instituciones y procedimientos han
sido definitorios en los resultados de los más variados niveles y especializaciones del
sistema. También influyeron en la noción que los ciudadanos y ciudadanas tienen respecto
de la salud, su disponibilidad y accesibilidad, etc. Aspectos hasta ahora implícitos se
muestran crucialmente determinantes, y revelan que son el resultado tanto de una larga
secuencia de decisiones económicas, epistemológicas y políticas, como también de una
extendida consolidación devenida sentido común (Colombero y Fonti, 2021).
Estas condiciones han impactado de manera insoslayable en el mundo del trabajo
que se ha visto profundamente afectado. Pues los profesionales de la psicología no han sido
la excepción, y si bien el ofrecimiento de sus servicios a través de una conexión ya existía,
la masificación que han tenido los ofrecimientos fue de dimensiones insospechadas. Ante
este escenario, la falta de análisis, materiales y formación que pudiera guiar a los
profesionales quedó al descubierto.
Podría decirse que la virtualidad y sus posibilidades de invención serán siempre lo
impensado, porque son aquello que no puede anteponerse, predecirse. He allí el desafío de
complejizar el análisis de estos fenómenos a la luz de detener el adormecimiento sobre las
responsabilidades que demarcan el uso de obnubilantes innovaciones. ¿Cómo medir la
excepcional inmersión que ha sufrido la profesión en la virtualidad durante estos últimos
meses? ¿Qué reparos obliga a tomar por parte del profesional psi? ¿Cuál es el punto de
inflexión para considerar la peligrosidad o beneficio de la red y las tecnologías en este
trabajo? ¿Qué alternativas reconstructivas nos podría ofrecer la bioética en el estudio de los
conocimientos y prácticas que los profesionales de la psicología establecen a partir de
relaciones técnicamente mediadas con los sujetos de tratamiento?
Dichos interrogantes nos invitan a pensar en un abanico de problemas bioéticos que
podrían plantearse en términos de vulneración de derechos y garantías tanto de
consultantes/usuarios como de profesionales, el acceso al sistema de salud mental, la
seguridad del dispositivo y de los datos y el acceso a un servicio confiable y de calidad,
problemas que se entrelazan con ciertas dimensiones de atravesamiento al ejercicio
profesional, esto es: anonimato de quien consulta, deslocalización, riesgo de violación de la
intimidad, déficit de informaciones gestuales y corporales, dificultades en la aplicación de
test u otras técnicas que necesitan de la cercanía física, consentimientos informados,
validación de identidades, formaciones profesionales, etc. (Colombero, 2021).
Si bien la historia de la psicología como ciencia y profesión ha demostrado que los
cambios son constantes y dinámicos, que hay conquistas, mesetas y retrocesos, surge en
este fluir del tiempo la necesidad de enfrentar desafíos y posicionar a la disciplina en el
lugar de reconocimiento y cientificidad que merece.
Es entonces tarea insoslayable asumir el análisis crítico de este contexto, y ofrecer
alternativas reconstructivas, con una aproximación en la que el bien común público y la
perspectiva de quienes han sido afectados tengan prioridad.
“Freud escribió mucho, diciendo que su producción epistolar era tan vasta como los
libros que escribió. Durante el período de su autoanálisis, con frecuencia se
comunicaba con su amigo, el doctor Fliess, a través de cartas en las que describía
los descubrimientos personales relacionados con su funcionamiento mental”
(Abreu, Albrecht Santos y Mendonça, 2016, s/p).
“El reconocimiento del estándar de sanidad más elevado posible como un derecho
humano fundamental impone una difícil exigencia ética a la asistencia sanitaria y
los sectores relacionados con la misma, sobre todo a raíz de la definición general de
salud como un estado de total bienestar físico, mental y social y no simplemente la
ausencia de enfermedad” (1946 citado en UNESCO, 2008, p. 59).
Pero si bien son varios los documentos que refieren dentro de la conceptualización
de salud al componente psíquico, emocional, el lugar ocupado por la salud mental, se
encuentra muy socavado y deteriorado en todas sus dimensiones, (desde la distribución de
recursos hasta su reconocimiento). Si hay un área desvalorizada y ocultada por el
paradigma médico hegemónico es precisamente la de la salud mental. Las representaciones
sociales imperantes como “los locos son todos peligrosos”, “los locos no se curan”, “al
psicólogo van los locos”, “las personas con enfermedad mental deben ser aisladas”, etc. han
coadyuvado al borramiento de las necesidades singulares de ayuda terapéutica, a la
demonización del sujeto con padecimiento mental y a la estigmatización aberrante y
peligrosa de ese Otro padeciente que necesita ayuda.
La Ley Nacional de Salud Mental N° 26657 es muy clara cuando define a la salud
mental en términos de “un proceso determinado por componentes históricos, socio-
económicos, culturales, biológicos y psicológicos, cuya preservación y mejoramiento
implica una dinámica de construcción social vinculada a la concreción de los derechos
humanos y sociales de toda persona” (artículo 3). Toda persona, es eso, toda persona,
principio de universalidad de todo derecho humano. Con todo ello queda claramente
expresado el ideal de que no deberían existir ciudadanos de primera y segunda categoría,
más aún cuando de salud se trata.
Se ponen así en juego indefectiblemente responsabilidades a nivel macro y micro,
de las administraciones y de los distintos sectores de la sociedad. Los gobiernos o Estados
tienen la obligación principal de defender y proteger los derechos de sus ciudadanos.
Responsabilidad que debe compartirse de conformidad con los principios relevantes de
justicia y equidad. Por su parte, los profesionales psi, los organismos y colegios
profesionales, las instituciones educativas y formadoras, deben bregar y actuar conforme a
la noción de salud y por su extensión salud mental, en tanto bien social y humano.
Pero entonces, ¿qué papel juegan las terapias virtuales en el acceso a la salud
mental? Las terapias virtuales si bien pueden expandir el área de cobertura de un servicio
de salud mental, como contracara, visibilizan un problema aún mayor que tiene que ver con
las desigualdades e inequidades en el acceso a un servicio básico, como lo es hoy internet.
¿Cómo acceder a una terapia virtual sin internet? Sería como querer navegar sin un mar, el
problema es de fondo.
Es factible establecer entonces cuatro grandes grupos en función de la
posibilidad/imposibilidad de acceder a un servicio de salud mental:
1) personas que pueden acceder a un servicio psicoterapéutico ya sea virtual o
presencialmente (como ser aquellas que viven en poblaciones que cuentan tanto con
profesionales cercanos como con el servicio de internet);
2) personas que no cuentan con los medios y las posibilidades para acceder a un
servicio psicoterapéutico ya sea virtual o de manera presencial (por ejemplo, una persona
que vive en un campo alejado donde no hay internet);
3) personas que no pueden acceder a un servicio psicoterapéutico presencial, pero sí
podrían hacerlo de manera virtual (por ejemplo, poblaciones que por su número de
habitantes no tienen la posibilidad de tener un profesional de la psicología, pero si cuentan
con conexión a internet);
4) personas que solo pueden acceder a través de ciertas aplicaciones tecnológicas
compatibles con una modalidad virtual (es el caso de pacientes sordomudos, ciegos o con
alguna diversidad funcional a quienes se les dificulta o imposibilita acceder a un sistema de
atención tradicional en salud mental). Cabe preguntarse aquí, por ejemplo: ¿cuántos
profesionales de la psicología saben lenguaje de señas? ¿Cuántos están en condiciones de
propiciar un entorno con la accesibilidad requerida? La respuesta es claramente, muy
pocos. Por lo tanto, para estos grupos de personas, la tecnología les daría la oportunidad de
acceder a un servicio de salud mental, y proveería al mismo tiempo un número mayor de
profesionales que a través de software podrían atenderlos y ayudarlos. Es una forma
también de trabajar en la igualdad de oportunidades (justicia distributiva), en el acceso a la
atención universal y la distribución equitativa de servicios (Colombero, 2021).
¿Para qué sirve esta clasificación? Primero para dejar clarificado que, a la hora de
pensar en la aplicabilidad del dispositivo psicoterapéutico virtual, es necesario retomar
estas condiciones de posibilidad que atraviesan a cada sujeto singular. Segundo, sirve para
evaluar los beneficios/efectos nocivos de implementar dispositivos psicoterapéuticos
virtuales o no hacerlo, debiendo ponderar siempre los grados de problematicidad, objetivos,
destinatarios y características del dispositivo a implementar.
Podría ser más beneficio contar con un servicio virtual, que no poder hacerlo de
ninguna manera, pero existe también la posibilidad de que el servicio sea tan malo que
produzca mayor daño tomarlo que no hacerlo. Podría ser más beneficio acceder a través de
un software psicoterapéutico mediante tecnología 3D, 4D, 5D (incluso a sabiendas de su
grado alto de problematicidad bioética) antes que no poder contar con ningún profesional
que pueda comunicarse a través de señas, pero existe también la posibilidad de la mala
calidad, o, por ejemplo, la vulneración de datos por una falla en la aplicación. En estos
casos se puede ver cómo operarían los beneficios o efectos nocivos del dispositivo: su
análisis será lo que finalmente tuerza la balanza para uno u otro lado en la toma de
decisiones.
Tanto en el 3° como en el 4° grupo, la balanza pivotea entre no tener acceso a la
salud mental o tenerlo a través del dispositivo psicoterapéutico virtual. Por ello, la pregunta
que inevitablemente surge es ¿qué es más proclive a producir una vulneración? ¿Acceder al
servicio virtual o no hacerlo?
Será siempre una acción insoslayable el análisis del servicio que se demanda/ofrece,
las posibilidades de acceso a un servicio de salud mental del usuario, su estado, el tipo de
dispositivo a implementar, etc. Cada caso conlleva este ejercicio de ponderación de
beneficios y efectos nocivos, a partir del cual las psicoterapias virtuales podrían
vislumbrarse como: herramientas de utilidad, tecnologías del yo, ya sea por su
deslocalización (ampliando el acceso y disminuyendo costos/honorarios), como así también
por su efecto de descongestión de los sistemas sanitarios colapsados pudiéndose establecer
un mapeo de urgencias y prioridades, además de facilitar, entre otras ventajas, el contacto, o
como herramientas de vulneración y tecnologías de poder, que dañan y atentan contra la
salud, la vida y la dignidad humana.
Por ejemplo, en las sesiones cuya tecnología de mediación es escrita (como ser
chats, emails) puede ocurrir que por un descuido del propio consultante, otras personas
puedan acceder a las conversaciones mantenidas con el profesional. Incluso, si un
dispositivo es robado, y no cuenta con la seguridad apropiada, podrán ingresar al mismo, y
utilizar esa información a modo de amenaza o incluso falsear la identidad del consultante
sin que el profesional pueda identificarlo. Carlino (2010), refiere que “en el caso de los
tratamientos que se realizan por chat si la identidad del paciente no está autenticada,
entonces no puede conocerse con certeza quién está del otro lado” (p. 145). Sobre este
punto, las videollamadas o la comunicación telefónica, podrían proveer de algunos
elementos que colaboren en la identificación del paciente, pero se vuelve a otro de los
grandes dilemas ¿es el paciente quien dice ser? ¿Es verdaderamente el paciente quien está
conectado en la sesión?
Es importante remarcar que el resguardo de la información es una obligación por ley
de los profesionales de la salud, y que, por lo tanto, cuando no se puede garantizar, entran
en juego responsabilidades administrativas, civiles y penales, y por si eso fuera poco,
cuando los delitos hagan intervenir otros estados que pueden no compartir sus sistema
jurídicos, el asunto se complejiza aún más.
Se da aquí otra cuestión importante: en un mundo capitalista, donde la detección de
necesidades, la creación de nuevas demandas, la manipulación sobre electorados, etc. son
ejes rectores de ese perverso andamiaje, los datos, la información de cada usuario tiene un
valor sustantivo. La información es poder, y en estos términos el dispositivo
psicoterapéutico virtual presenta aquí su otra cara, la de veneno, la de tecnología de poder.
Este panorama colisiona de lleno con uno de los principios éticos rectores del
ejercicio de la psicología, que es el derecho a la privacidad, es decir, el derecho que tiene
toda persona a guardar para sí misma toda información referida a su vida privada:
“Si considera que su salud mental o física corre peligro, si está pensando en el
suicidio o si puede actuar en modo que ponga en riesgo su salud o la de terceros o
entiende que cualquier otra persona puede estar en cualquier peligro; o si tiene
alguna emergencia médica, psicológica o psiquiátrica), debe abstenerse de utilizar
psicoglobal y contactar inmediatamente con un centro médico o un servicio de
urgencias3” (Psicoglobal, 2020, s/p).
2
https://www.ryapsicologos.net/terapia-en-linea. Fecha de consulta: 26/05/20.
3
https://www.psicoglobal.com/comun/condiciones. Fecha de consulta: 30/06/20.
el servicio, o por cualquier otro reclamo relacionado de alguna manera con el uso
del servicio o cualquier producto, incluyendo pero no limitado, a cualquier error u
omisión en cualquier contenido, o cualquier pérdida o daño de cualquier tipo
incurridos como resultados de la utilización del servicio o cualquier contenido (o
producto) publicado, transmitido, o que se pongan a disposición a través del
servicio, incluso si se avisa de su posibilidad4” (Terapify, 2020, s/p).
Estas líneas son alarmantes: ¿Están en condiciones personas que buscan ayuda
psicológica para encontrar esa información que muy estratégicamente ubicada se deslinda
de todo tipo de responsabilidades?, ¿Saben las personas que consultan en estos sitios que el
hecho de no ver estos avisos no significa que no llegue a tomarse como un consentimiento
y aceptación de términos y garantías? ¿Y si tuvieran conocimiento de todo ello, alguien que
está buscando ayuda psicológica, estaría en condiciones de formularse todas esas
preguntas?
Claramente el usuario de estos servicios queda desamparado ante la falta de control
y el desconocimiento de todos estos aspectos que lo único que hacen es provocar el
desmedro de los usuarios de un servicio de salud mental. Aquí no se habla de comprar
zapatillas, se está ante la presencia de un sujeto en un estado de vulnerabilidad que busca
ayuda. En este sentido, los Colegios Profesionales que tienen una responsabilidad social y
de salud, deberían establecer algún mecanismo de regulación de sus profesionales, elaborar
un registro de aquellos que prestan servicios virtuales, con algún tipo de sistema de
validación rápido y fácil para los usuarios. Además, independientemente del tipo de página,
se deberían exigir ciertas condiciones indispensables para el ofrecimiento del servicio.
Todo esto comprende un panorama descriptivo muy reducido de lo que un
consultante puede encontrarse al intentar solicitar un servicio en línea. De modo que el
problema no es de ofertas, sino de calidades y garantías: ¿Funciona el dispositivo
psicoterapéutico como una tecnología del yo en estos casos?, ¿Son profesionales quienes
dicen serlo? Las páginas pueden consignar “matrículas, credenciales”, pero ¿cómo
corrobora el consultante que esa información es veraz?
4
https://www.terapify.com/terminos-y-condiciones. Fecha de consulta: 30/06/20.
El profesional no solo debe hacer el bien, proveer un servicio, ayudar a un sujeto
padeciente, sino también debe evitar hacer el mal, incapacitar, causar dolor, sufrimiento o
vulneración. Por lo tanto, la lógica de los principios de beneficencia-no maleficencia nos
sirve también como elemento de análisis en relación al acceso a un servicio confiable y de
calidad. Pues también ayudan a reflexionar sobre el accionar paternalista de ciertos
profesionales que justifican su obrar sin importar por ejemplo la formación o el
entrenamiento con un dispositivo virtual, las disposiciones o regulaciones existentes, para,
según ellos, maximizar el bienestar de un sujeto o evitar el sufrimiento.
Otra línea de análisis que podría desprenderse está marcada por el juego del derecho
al trabajo, el abandono de pacientes y la responsabilidad profesional. Sobre esta arista, la
pandemia mundial ha sido un claro ejemplo, y los profesionales de la salud mental aún más.
Dadas las disposiciones que establecían el aislamiento preventivo y obligatorio y la
cuarentena estricta por algunos meses, la mayoría de los profesionales psi tuvieron que
migrar al formato virtual para no dejar de percibir ingresos y seguir trabajando pese a las
circunstancias. Esto remite a si el derecho a trabajar, y todo lo que se desprende de él
(dignidad, recursos, etc.) justifica un accionar sin formación, preparación o diligencia. Pero
el debate no es tan sencillo, porque también podría operar el abandono de persona por parte
del profesional si no arbitrara los medios para seguir trabajando con pacientes que
obligatoriamente necesitan del acompañamiento terapéutico y ven vulnerado su derecho a
la salud.
Estas descripciones muestran cómo cada situación tiene sus particularidades y debe
ser analizada a la hora de tomar una decisión con respecto al uso del dispositivo
psicoterapéutico virtual. Es la ponderación de beneficios y efectos nocivos (que ha de
incluir todas las variables, derechos, garantías, vulneraciones, responsabilidades puestas en
juego) la que debe anteceder al uso para evaluar si el dispositivo puede operar como
remedio o como veneno.
En resumidas palabras, cada situación, demanda o caso debería desplegar un
número considerable de interrogantes que tengan como objetivo el arribo a la decisión
mejor fundada y analizada desde la bioética, pensando en el grado de problematicidad, en
los riesgos y beneficios para, de este modo, poder resguardarse tanto usuarios como
profesionales.
Consideraciones finales
Referencias
Laura Colombero
5
Para que se configure y atribuya responsabilidad civil a un profesional, se requiere la concurrencia de cuatro
presupuestos o elementos: antijuridicidad de la conducta, daño, relación de causalidad, factor de
imputabilidad o atribución legal de responsabilidad (Degiorgi, 2019).
invadiendo la zona de reserva de las personas y, por consiguiente, afectando sus derechos,
esencialmente los derechos a la privacidad o a la intimidad.
De aquí que se haga mención al concepto de hábeas data introducido a partir de la
reforma constitucional de 1994 en el artículo 43, párrafo 3. Esta incorporación, que
encuentra fundamento en el derecho a la privacidad, se ha transformado en una herramienta
procesal que la Constitución dispone para afianzar la protección de los datos personales o
vinculados con la propia persona del interesado (Masciotra, 2004).
Escobar dirá que:
Estas reseñas fundamentan el hecho de que se tornase central la regulación legal del
hábeas data en Argentina enmarcada hoy en día por la Ley N° 25326, de “Protección de los
datos personales”, sancionada en el año 2000.
Esta ley, regula en sus artículos 8 y 9 cuestiones relativas a los datos sobre salud y
la seguridad de los mismos respectivamente, estipulando que:
6
Normas procesales, adjetivas o de forma: establecen las reglas que rigen el procedimiento ante las cortes.
Por ejemplo: normas que determinan quién puede comparecer como testigo o cuáles son las formalidades que
debe tener una demanda (Hermida citado en Carlino, 2010).
7
Normas de fondo o sustantivas: determinan las reglas aplicables a un caso. Por ejemplo: las normas que
determinan que, producida una mala praxis, el profesional que ha causado el daño al paciente debe reparar
dicho daño (Hermida citado en Carlino, 2010).
8
“Prestación no dineraria: es aquella efectuada por el psicólogo, porque él ofrece una prestación terapéutica.
Prestación dineraria: es la que realiza el paciente/cliente, dado que efectúa el pago por los servicios
terapéuticos recibidos” (Hermida citado en Carlino, 2010: 259).
Dependiendo de los países que estén implicados en la relación psicoterapéutica,
serán los sistemas jurídicos que se entrecruzarán, que (como se ha podido explicitar),
guardan significativas diferencias. Por ejemplo: se podría plantear dos situaciones posibles
de presentarse en las jurisdicciones que se rigen por el Common law. Por un lado, paciente
y profesional podrían pactar la ley que los regirá a lo largo de todo el proceso, que será la
que se respetara y si fuese necesario es la que se utilizará. Pero, ¿es sustentable desde el
punto de vista psicológico la idea de realizar un contrato previo, estableciendo qué leyes se
pondrán en juego si ocurriese una mala praxis? De alguna manera comenzar una relación
terapéutica así, podría generar demasiada incertidumbre y desconfianza, sin siquiera pensar
en algún cuadro que podría verse desencadenado ante esta circunstancia. Pues entonces, la
segunda situación que podría ocurrir es, cuando no se pacta una ley al comienzo, y
ocurriese una situación de mala praxis, en ese caso, regirá la ley del estado que tenga la
mayor conexión con el contrato de asistencia psicoterapéutica, que para los países que se
enmarcan dentro del sistema del Common law, es el lugar de la ejecución del contrato es
decir dónde está el paciente (Hermida citado en Carlino, 2010).
Otro aspecto a tener en cuenta además de lo cartografiado hasta el momento, es el
relativo al reconocimiento y la ejecución de la decisión judicial extranjera. Puede acontecer
que un paciente que reside en Escocia decidiera hacer un juicio por mala praxis contra su
psicólogo que reside en otro país:
Cuán necesario resulta conocer sobre estas cuestiones, que desdibujadas por la
comodidad y la obnubilación que provoca la virtualidad, parecen inexistentes. Esto amerita
una lectura crítica pero sobre todo formativa en cuestiones de derechos y legislaciones
indirectamente vinculantes. Sobre todo, porque el abanico de situaciones problemáticas es
cada vez más cuantioso, por sumar otra pregunta: ¿Qué sucedería en el caso de una
denuncia por mala praxis, donde se imputa al psicólogo porque un paciente bajo
tratamiento, se ha suicidado? Pues, ya no se habla de cuestiones civiles y comerciales,
(contractuales, extracontractuales o tributarias), sino y nada menos que cuestiones penales.
En este caso:
El juicio penal tendrá lugar en el país que tenga jurisdicción penal sobre el
hecho. En el derecho penal, predomina la jurisdicción territorial; el Estado
en cuyo territorio tuvo lugar el delito será aquel que tenga la jurisdicción
penal (...) una vez que se determina el Estado que va ejercer la jurisdicción
penal, si el acusado no se halla en él, el juicio se puede llevar in absentia, es
decir, sin la presencia del acusado, en aquellos países que contemplen esa
posibilidad; o el Estado que intente ejercer la acción penal pondrá en
funcionamiento las normas sobre extradición para intentar llevar al acusado
a su territorio a los efectos de efectivizar el juicio penal (Hermida citado en
Carlino, 2010: 264-265).
A modo de cierre
Rerefencias