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Universidad Internacional SEK

Hanna Arendt y La banalidad del Mal


Dr. Nelson Campos Villalobos
Universidad Internacional SEK
Facultad de Humanidades y Educación

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El caso Eichmann impactó a la joven periodista en aquel ya lejano 1963. Hanna Arendt tenía la
misión de informar sobre el juicio público al ex oficial nazi que había sido llevado desde su
escondite en Argentina, donde usaba el nombre de Ricardo Klement, hasta el tribunal en Israel
que lo acusaba de atroces crímenes de guerra. Eichmann era culpable de haber conducido,
como un eficiente gerente, la llamada solución final, el holocausto judío de Hitler, con el
resultado de millones de judíos asesinados.
No vale adentrarse en las tortuosidades de un juicio a todas luces parcial, pues al igual que los
crímenes juzgados en Nurenberg, el acusado estaba en desventaja frente a sus acusadores.
Pero no es mi intención discutir esa parte, ni menos el defender o justificar a un criminal, sino
referirme a lo que ocurrió en el alma de Hanna Arendt, quien se enfrentó al mal en una
personificación que no era habitual. Creyó ver en quien había hecho tanto daño a su pueblo un
monstruo, pero se encontró con una persona que se veía tan normal como cualquiera de la sala.
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No estaba el mal personificado en la figura del anciano Eichmann, sino en lo que parecía banal,
es decir, trivial, común, insustancial: el mal visto como un acto burocrático, aparentemente
anodino y habitual.
De todas maneras, Hanna siempre estuvo convencida en que Israel había ejecutado
legítimamente a Eichmann. Simón Wiesenthal, el gran cazador de nazis, tuvo la misma
percepción.

En su libro "Los asesinos entre nosotros" habla de su impresión sobre Eichmann en las sesiones
del juicio donde también estaba Hanna: “Vi a Adolf Eichmann por primera vez el día de la
inauguración de su juicio en la Audiencia de Jerusalén. Durante casi dieciséis años estuve
pensando en él prácticamente cada día y cada noche, de modo que en mi mente había forjado
la imagen de un demoníaco superhombre. Pero en vez de ello vi a un individuo frágil, mediocre,
indefinible y gastado, en una celda de cristal entre dos policías israelitas que tenían un aspecto
más interesante y más lleno de color que él. Todo en Eichmann parecía dibujado a carbón: el
rostro grisáceo, la cabeza calva, las ropas. No había nada demoníaco en él, sino que por el
contrario tenía el aspecto del contable que teme pedir un aumento de sueldo. Algo parecía
completamente insólito y no dejé dé pensar qué podría ser mientras el incomprensible recuento
del sumario («el asesino de seis millones de hombres, mujeres y niños») era leído en voz alta.
De repente comprendí lo que era: en mi imaginación había yo visto siempre al
obersttsrmbannführer de la SS Eichmann como arbitro supremo de vidas y muertes, y el
Eichmann que veía ahora, no llevaba el uniforme de terror y asesinato de la SS. Vestido con un
barato traje oscuro, parecía una figura de cartón, vacía. Posteriormente dije al Primer Procurador
Hausner que Eichmann hubiera debido vestir aquel uniforme que reconstituyera la identidad real
y la verdadera imagen de Eichmann que los testigos recordaban. Estos también parecían un
poco desconcertados por el gastado individuo del banquillo acristalado.”

El mal, traducido como el daño intencional, consciente, convertido en actos malos en contra de
personas que sufren física y mentalmente por las acciones en su contra, existía realmente.
Millones de judíos perecieron por las acciones políticas y abusivas que provenían de personas
en su mayor parte inteligentes, educadas y aparentemente sanas. Una frase de Eichmann,
rescatada en el juicio y que habría pronunciado ante unos amigos es esta cínica aseveración:
«Un centenar de muertos es una catástrofe. Cinco millones de muertos es estadística».
Eichmann en su propia defensa alegaba su obligación del fiel Pflichterfullung militar (sentido del
deber). Hasta citó a Kant en el juicio. ¿Por qué citar a este filósofo en el tribunal? Porque Kant
enseñaba que la ética humana, basada en la razón, obliga al cumplimiento del deber, sin
ninguna otra consideración que cumplirlo bien. El problema es que nuestro amado filósofo no
definió con absoluta claridad, porque no podía hacerlo sin relativizarlo, qué es el deber, salvo
indicar que debe obedecer a la racionalidad, excluyendo toda inclinación personal e indicando
que no es parte de la naturaleza. Con lo cual, resulta un concepto polisémico, con muchas
vertientes y caminos. Cuando Kant determina el deber como consecuencia de la razón, olvida
que hay deberes sujetos a la emocionalidad, que es lo que ocurre más frecuentemente en la
vida de las personas. Nos creamos deberes, como la solidaridad que ni siquiera viene entre
nuestros genes. ¿Qué fue lo que impactó a Hanna? Advertir con toda claridad que el mal se ve
tan banal desde la perspectiva de los hacedores del daño. Ahí reside el problema moral, que
Eichmann no entendía. Porque el deber es un valor abstracto sin sentido si no está ligado al acto
bueno. Así, un deber imperativo es cuidar de los padres en su ancianidad. Nadie puede
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disculparse de no hacerlo, porque la razón dice que es una obligación y la sociedad así lo
entiende. Pero hay deberes que no llevan consigo la obligación a todo evento. Por ejemplo, es
un deber militar obedecer las órdenes de un superior, siempre que esas órdenes no
contravengan otros deberes o entren en conflicto con los reglamentos, lo cual puede hacerse
notar al superior. Salvo en la guerra, se puede recurrir a las instancias superiores como parte de
esa moral del soldado. Y Alemania estaba en guerra cuando Eichmann era un oficial de rango
medio de las SS y había jurado obediencia a Hitler como jefe supremo. Por eso estaba obligado
a cumplir con las órdenes. Pero podía haber pedido un traslado e incluso si le hubiese
disgustado su trabajo, podía haber solicitado el mando de una unidad de las SS en el frente
oriental, lo cual se le habría concedido de inmediato. De todas maneras, pensó el acusado,
alguien hubiese tomado su puesto y los resultados habrían sido los mismos. Como podemos
ver, Eichmann disponía de libre albedrío aún dentro de las feroces SS. Y tomó una decisión que
le costó una muerte infamante. No fue un héroe obediente, sino un simple criminal. Fué un
burócrata genuflexo al servicio del mal. Volviendo a Kant, éste en Crítica de la Razón Pura, seg.
div.IV, dice a la letra: "El deber expresa un tipo de necesidad y de relación que no aparece en
ninguna otra parte de la naturaleza...Es más, el deber no posee absolutamente ningún sentido si
sólo nos atenemos al círculo de la naturaleza". Como puede verse, es una descripción, no es
una definición lo que nos entrega, por lo cual la superficial filosofía de Eichmann creía haber
entendido su res argumentativa en lo que Kant nunca dijo, en la última frase de la cita. El tribunal
judío no dio ninguna credibilidad a ese argumento de Eichmann y no creo que alguno de los
jueces se diese el tiempo para ver si era verdadera la cita de Kant que el acusado presentaba
como argumento de cumplimiento imperativo, pues se lo habrían hecho ver en la larga sentencia
de muerte.

Para Hanna, Eichmann había banalizado el mal, lo había convertido en algo tan común, algo
que puede ocurrirle a cualquiera, con lo que perdía la terrible apariencia de los hechos crueles,
lejano a la mortandad de mujeres, niños y ancianos judíos; muy apartado del hambre, del
hacinamiento de los prisioneros, la tortura mental de la separación y muerte de los seres
queridos, del hedor de los hornos y de las cámaras de gas. El mal se podía hacer sin ningún
sentimiento de culpa ni pena si provenía de las órdenes de otras personas y que se convertían
en un deber imperativo.
Eichmann se presentaba como el simple ejecutor de instrucciones escritas que le llegaban a su
escritorio. No era él quien azotaba; no tomaba prisioneros, no disparaba ni quemaba a nadie. Se
sentía tan inocente, tan limpio como la máquina que aplica el veneno a un condenado a muerte.
El deber imperativo para él era obedecer toda orden, cualquiera que fuese si provenía de un
superior legalmente acreditado. El mal pasa de esa manera a ser simplemente una hoja con
timbres y firmas. La connotación moral no existe para estos hacedores del mal. Hago notar que
el mal pasa fácilmente a ser maldad, definida como la disposición o inclinación de una persona a
actuar de forma malintencionada. El mal deviene a una conducta maliciosa, injusta y llena de
mala intención, como vemos en Eichmann.

Por su parte, en el juicio se destapó una verdad absolutamente impolítica, impresentable al


mundo: los propios Consejos Judíos habían entregado con ingenuidad y descuido, las listas de
los judíos que vivían en cada ciudad alemana, o en los países ocupados, con los domicilios
privados y comerciales y las ocupaciones que desempeñaban, a sus enemigos más odiosos: las
SS de Himmler, a las que pertenecía Eichmann, quienes dieron el peor uso imaginable a esos
largos documentos. ¿Podrían los culpables de esa negligencia fatal también haber alegado el
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fiel cumplimiento del deber? Porque no creo que hubiese mala intención en el caso, sino el terror
y el miedo por las consecuencias de no cumplir la orden de los nazis.
Hanna quedó devastada, porque ella había sido perseguida bajo el régimen malvado de Stalin,
quien ordenó ejecutar a su ex marido y posteriormente al amor de su vida. Nunca pudo entender
que el mal pudiese afectar a tantas personas y a pesar de ello ser tomado con tal ligereza. Pero,
querida Hanna, la banalidad del mal existe, la vemos a diario en la conducta del público, que se
maravilla y entretiene con la maldad de los criminales. Mientras más horroroso el crimen, más
diarios se compran, más sube el número de televisores encendidos. A los pocos días el caso se
olvida, los nombres se diluyen en las brumas del tiempo y todo sigue igual, a la espera de
crímenes más terribles.

A los dictadores y guerreros se les hacen monumentos y los grandes asesinos seriales, como
Alejandro, Atila, Napoleón, Hitler, Stalin, los generales de la primera Guerra Mundial y de la
Segunda, ocupan capítulos enteros y alabanzas por sus mortíferas habilidades en los libros de
historia y algunos pasan a ser modélicos para la sociedad y ejemplos a seguir por los jóvenes.
Un hecho no bien estudiado es determinar qué efecto tiene sobre la mente infantil haber visto,
tanto en películas como en las noticias de la TV, miles de asesinatos y horrores, ante de haber
cumplidolos 12 años, etapa en que se termina de establecer las estructuras cerebrales del
sistema límbico.

Los políticos pueden hacer el mal a veces sin darse cuenta que sus actos, como señalara Hans
Jonas, y a diferencia de los malos individuales, pueden dañar y afectar a millones de personas
indefensas e inocentes ante sus manipulaciones por el poder, territorios o riquezas. El Padre
Benito Feijoo señaló la banalidad del mal cuando escribe: "27. Aquí no puedo menos de
encenderme contra tantos espíritus superficiales, que mirando con abominación los robos
pequeños, aplauden con admiración los hurtos grandes. Tienen por un ruín, y digno de horca al
que roba a otro hombre cien escudos, pero por glorioso, y merecedor de estatuas al que roba a
un Reino el valor de cien millones. El ladrón que mata al caminante para robarle, se lleva tras de
sí el odio público; pero el que por usurpar dos, o tres provincias mata los hombres a millares, es
celebrado por el clarín de la fama”. (Feijoo, Teatro Crítico Universal,Tomo segundo, discurso
séptimo). La conducta humana es a veces incomprensible: Los asesinos seriales ya condenados
reciben en la cárcel cartas de amor y peticiones de matrimonio de personas que conocen
perfectamente su maldad. Los más bárbaros asesinos reciben la atención erótica de
"admiradoras" que en un enamoramiento patológico les escriben cartas increíbles. Los
funcionarios públicos que derrochan a manos llenas los recursos a su cargo, como lo hacen con
las asignaciones para los estudiantes más pobres que nunca las reciben o los becarios que
quedan abandonados a su suerte en el extranjero, o con reformas educacionales jamás
evaluadas o libros escolares que no se distribuyen, o con los beneficios que el Estado en Chile
otorgó a los parientes de los ejecutados o torturados políticos y que fueron a los bolsillos de una
universidad privada, son también hacedores del mal, así como los funcionarios corruptos. Y
nadie hace nada por remediar, por ejemplo, la inequidad en la enseñanza que afecta en Chile el
futuro de cientos de miles de niños inocentes e indefensos. Esos individuos, malvados, quedan
en la absoluta impunidad. Porque la política y sus cultores se ha convertido, sin que nos demos
cuenta, en una clase social que abusa del poder, del nepotismo y los cargos pasan a ser
hereditarios. Esta clase emergente determina sus propios privilegios en perjuicio de los demás
ciudadanos. Entonces, ¿no estamos banalizando continuamente el mal?
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¿UN ENCUENTRO PERSONAL CON EL MAL?

A fines de los años 60, conocí, en la ciudad de Punta Arenas, en el extremo austral de Chile, a
Walter Rauff Bauermeisler, quien fuera oficial de las Waffen SS, que eran las tropas elegidas de
las Schutzstaffel, unidades de combate que fueron consideradas al fin de la guerra como una
organización criminal por los actos de atrocedidades que cometieron, pese a que en la guerra
murieron 450.000 de sus 950.000 hombres, lo que indica que no solamente torturaron sino que
también fueron llevados al campo de batalla.
Rauff se encontraría pronto libre de la persecución internacional por crímenes de guerra, debido
a que el Presidente Allende al comenzar los años setenta se negó a su extradición, aceptando
un fallo soberano de la Corte Suprema, pues ésta alegó la prescripción de los crímenes según la
ley penal nacional. Simón Wiesenthal trató varias veces que Allende accediera a la solicitud de
extradición de Israel, incluso se entrevistó con él, pero en vano. Allende se ajustaba a la ley en
ese tema.

El caso no conmovió al país y apenas se le dedicaron tres o cuatro portadas. Peor aún, muchos
apoyaron la decisión de Allende. En esa época yo era un joven profesional que debía cumplir
obligatoriamente tres años de trabajo en esa aislada, bella y helada región, en la ciudad más
austral del mundo. Contra todo lo que se sabe de las SS o lo que vemos en las fotografías de la
guerra, Rauff era un hombre bajo para el promedio europeo, robusto, ágil y rápido, con ojos
grises en continuo movimiento. Hablé con él muchas veces. Era un buen conversador y hablaba
el español sin dificultades pero con fuerte acento. El administraba una fábrica de conservas de
excelente calidad de propiedad de un Sr. Camelio y se desempeñaba eficientemente en su
cargo. Me contó que siendo guardiamarina en la marina de guerra alemana, había estado en
Punta Arenas en viaje de instrucción y recordaba la difícil travesía por el estrecho de
Magallanes. No tengo idea de cómo siendo oficial naval llegara a vestir el uniforme negro de las
temidas SS. Seguramente en este hecho, en que abandonara las tradiciones de la afamada
Kriegmarine de Alemania para pasarse a una entidad política y ajena a toda ética militar, puede
explicar mucho de su personalidad y de sus ambiciones, porque era más fácil ascender en las
SS, como lo demostró llegando en pocos años de servicio al grado de SS-Obersturmbannführer,
que equivalía al de Teniente Coronel, con responsabilidades sobre una unidad técnica.
Seguramente allí conoció a Eichmann, quien era muy conocido en las SS por su extremada
dedicación al servicio y por su absoluta frialdad personal.

A mí me pasó lo mismo que sintió Hanna: ¿Cómo esa persona jovial, amistoso, con gran sentido
del humor, eficiente, cariñoso con su familia y con su fiel perro pastor, querido por sus operarias
de la fábrica, podía haber sido el mismo Rauff que había inventado y puesto en marcha los
camiones que conectando el escape del motor al interior hizo que asesinaron a cientos de miles
de judíos después de un terrible "paseo"? Rauff era un hombre creativo y una vez me mostró
una de sus invenciones, una máquina que tomaba las patas de las centollas (un cangrejo
enorme) y las liberaba del caparazón dejando la carne a un lado, lista para envasarla. Tenía su
propio sistema de calidad y había montado un pequeño laboratorio donde mantenía muestras de
las conservas sometidas a calor para ver si contenían bacterias. Esta conducta le había ganado
el respeto de los profesionales de la XIII Zona de Salud, dirigida en la época por el Dr. Agustín
Etchebarne Riol. Un rasgo interesante de la personalidad de Rauff era su dedicación y eficiencia
en el trabajo que fue lo que llamó la atención de sus jefes, los encargados de la "solución judía".
A Rauff se le culpó del asesinato de 1 millón de personas. Lamento ahora no haber tocado
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nunca ese punto de su vida y de la guerra con él, porque quizás habría tenido una mejor
aproximación de la motivación humana hacia el mal. Recuerdo también que contra toda opinión,
decidió comprar en un bajísimo precio a la compañía de seguros los restos del barco mercante
Ponderosa, siniestrado por su propio capitán para cobrar la póliza al declararlo pérdida
irreparable. La nave, abandonada varios meses, en pleno estrecho de Magallanes, estaba en
peligro de hundirse en cualquier momento. Del barco don Walter retiró los instrumentos de
navegación y una gran carga de trigo que vendió con ganancias en Punta Arenas.

La última vez que ví al Sr. Rauff fue en marzo de 1984, caminando por la calle San Antonio, en
el centro de Santiago. Estaba gordo, un poco hinchado. Yo no sabía que moriría en unas
semanas más del cáncer que lo aquejaba. Sus pequeños ojos sonrieron con alegría al
reconocerme. Entendí después que en sus últimos días se sentía libre de caminar por la calle
sin el temor a ser asesinado o raptado como sucedió con Eichmann. La muerte lo libertaría de
todo temor. Había vencido a sus perseguidores. La justicia ya no lo podía alcanzar. Había
finalmente dejado atrás al miedo y a su culpa, si es que alguna vez tuvo ese sentimiento. No
asistí a su funeral, el 14 de mayo de ese año en Santiago, porque un grupo numeroso de nazis
locales avisó por la prensa que se harían presentes en la ceremonia, liderados por el escritor
Miguel Serrano, un nazi declarado, lo que cumplieron, haciendo obsoletos y extemporáneos
saludos hitlerianos, como evidencian las fotos de la época, transformando ese acto final del
drama humano en un espectáculo de odio y racismo. Aún me siento confuso respecto a mis
sentimientos sobre Rauff. Es que no logro asociar su imagen de un hombre mayor, correcto y
amistoso, con la imagen terrible de un asesino en serie. ¿O fue un simple instrumento al servicio
de la maldad? Por eso mismo quise escribir este artículo. Porque también me afecta y muy
directamente, en este caso puntual, la banalidad del mal.
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ANEXO: BIBLIOGRAFIA DE HANNA ARENDT

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