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EBD - IMP

Domingo 13 de Agosto 2023


IMPARCIALIDAD (Parte 3)

LECCIÓN: Romanos 2:15


LECTURA: Romanos 2:11-15

Existen cuatro razones por las que se pierden los


paganos. Primero, como ya se ha señalado, su rechazo del
conocimiento que tienen de Dios a través de su creación les
condena.
Segundo, como el apóstol lo advierte ahora, su conducta,
basada en el conocimiento de la ley escrita en sus
corazones, también les condena. A través de la historia ha
habido muchos incrédulos que han sido honestos en sus
negocios, respetuosos de sus padres, fieles a sus cónyuges,
responsables con sus hijos y generosos con los necesitados,
cosas todas muy buenas y que se elogian en la Palabra de
Dios. El criterio de justicia de Dios también se refleja en
muchos sistemas judiciales seculares en los cuales el robo, el
homicidio y las diversas formas de inmoralidad se consideran
como un mal y son ilegales. Muchas filosofías paganas, tanto
antiguas como modernas, enseñan ciertos parámetros éticos
que establecen un paralelo con los de las Escrituras.
La Biblia informa acerca de muchas buenas obras
realizadas por paganos tales como Darío (Daniel 6:25-28), el
escribano de Éfeso (Hechos 19:35-41), los oficiales del
ejército que protegieron a Pablo (Hechos 23:10, 17-35), y los
nativos de Malta que acogieron amigablemente a Pablo y sus
compañeros de viaje (Hechos 28:10). El hecho de que esas
personas hayan hecho cosas buenas, sabiendo que eran
éticamente buenas, prueba que tuvieron conocimiento de la ley
de Dios que estaba escrita en sus corazones. Por lo tanto, si
hay personas de ese tipo que a pesar de esto nunca llegan a
depositar su confianza en el Dios verdadero, sus buenas obras
en realidad darán testimonio en su contra en el día del juicio.
Tercero, los paganos son condenados debido a la
conciencia. Los gentiles que no tienen el privilegio de conocer
la ley de Dios, de todas maneras tienen un testimonio acerca
de la ley, dado por su conciencia. Suneidësis (conciencia)
significa literalmente “conocimiento con” o “conocimiento
paralelo”. En muchos idiomas antiguos se encuentran
sinónimos de ese término, en muchos casos con una raíz del
mismo significado. El concepto mismo de la palabra testifica
acerca del hecho de que los hombres reconocen que poseen
un sentido instintivo incorporado en su interior acerca del bien
y del mal, al cual también se encarga de activar en ellos el
sentimiento de culpa.
Se ha reportado que cierta tribu en África tenía una
manera bastante inusual pero efectiva de probar la culpa de
una persona acusada. Se colocaba en fila un grupo de
sospechosos y la lengua de cada uno de ellos se tocaba con
un cuchillo caliente. Si había saliva en la lengua, el cuchillo
causaba cierto resquemor sin mayores consecuencias, pero si
la lengua estaba seca, el cuchillo quedaba pegado y producía
una dolorosa quemadura. La tribu sabía que un sentimiento de
culpa tiende a secar la boca de una persona, y una lengua
quemada era tomada como prueba infalible de la culpa. Por
supuesto que una lengua seca es producto del funcionamiento
de la conciencia.
Las conciencias tienen diversos grados de sensibilidad,
dependiendo del grado de conocimiento del bien y del mal y los
sentimientos que se tengan frente a ello. La persona que tiene
un conocimiento considerable de la Palabra de Dios tendrá una
conciencia más sensible que alguien que nunca haya tenido
oportunidad de conocer las Escrituras.
Además, las conciencias también varían en sensibilidad
dependiendo de si han sido obedecidas o resistidas. Hace
unos años se descubrió que, contrario al pensamiento médico
de mucho tiempo atrás, el desfiguramiento exagerado de las
extremidades que es tan común en los leprosos, no es
causado directamente por la enfermedad. La lepra no deteriora
ni consume los tejidos de una persona, sino que insensibiliza
los nervios. Al no protegerse atendiendo a las señales y
advertencias del dolor, el leproso afecta sus extremidades o
padece cortadas, quemaduras e infecciones sin saber que su
cuerpo se está lastimando.
De una forma bastante similar, la conciencia desidiosa y
renuente se hace cada vez más insensible y tarde o temprano
puede dejar de dar señales de advertencia acerca de hacer el
mal. Pablo habla sobre herejes y apóstatas en los últimos días,
cuyas conciencias serán insensibles como si hubieran sido
cauterizadas por hierro candente, debido a su oposición
persistente a Dios y su verdad. (1 Timoteo 4:2).
Dios usa las conciencias de sus hijos como vehículos
para su enseñanza y orientación. Por lo tanto, Pablo apercibe a
los creyentes en muchas ocasiones para que sean fieles y
atentos a la dirección de sus propias conciencias, así como a
tener respeto por las conciencias de otros creyentes (Hch.
23:1; 24:16; Rom.9:1).
Cuarto, los paganos se pierden a causa de la atención
que hayan prestado a sus propios razonamientos que
constantemente están acusándoles o desafiándoles.
Obviamente, esta facultad natural está muy relacionada con la
conciencia. Edificando sobre la base del conocimiento instintivo
del bien y del mal suministrado por la conciencia, hasta los
incrédulos tienen la capacidad manifiesta para determinar que
ciertas cosas son básicamente buenas o malas, correctas o
incorrectas.
Muchos luchadores contra la delincuencia y defensores
de los pobres, por ejemplo, no reciben su motivación de las
Escrituras o de una relación de salvación de Jesucristo. Como
seres humanos, simplemente no pueden evitar el conocimiento
que tienen en su interior de que oponerse al delito y ayudar a
los desvalidos son cosas buenas que deben hacerse. Aún la
sociedad más atea e impía tiene la capacidad de indignarse
cuando un niño o una persona anciana es atacada o asesinada
brutalmente. Hasta los paganos, agnósticos y ateos son
capaces de discernir un nivel básico entre bien y mal.
Por esas cuatro razones profundas, ninguna persona
puede sostenerse en pie sin culpa ante el juicio de Dios. El
hecho de que no se hayan vuelto a Dios demuestra que no
vivieron a la altura de la luz que Dios les proveyó. Jesús
declaró categóricamente: “El que quiera hacer la voluntad
de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo
por mi propia cuenta” (Juan 7:17). Pablo aseguró a sus
oyentes paganos en Atenas que Dios “de una sangre ha
hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten
sobre la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los
tiempos, y los límites de su habitación; para que busquen
a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle,
aunque ciertamente no está lejos de cada uno de
nosotros”. (Hechos 17:26-27). La persona que procura
genuinamente conocer y seguir a Dios puede tener la completa
seguridad de lograrlo, la cual Dios mismo le da en su Palabra:
“Me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de
todo vuestro corazón” (Jeremías 29:13).
Un hombre a quien conozco representa una ilustración
excelente de la forma como Dios honra al que emprenda una
búsqueda genuina de Él. Este hombre creció en una de las
tribus más primitivas de África. Debido a que fue necio e
incorregible niño, con frecuencia hacían que se quedara por
fuera de la casa cuando la familia tenía invitados. Aunque era
castigado con severidad por la tribu así como por su madre, él
persistía en actos de travesuras sin sentido y hasta crueldad.
Él cuenta ahora que se sentía culpable y apesadumbrado en
su corazón incluso mientras cometía las travesuras, pero
parecía como si no pudiera abstenerse de hacerlo. Él sabía
que había algo que andaba muy mal en su vida y con cierta
frecuencia se adentraba en la selva para golpear su cabeza
contra un árbol y gritar: “¿Qué es lo que me pasa? ¿Por qué
hago cosas tan malas?” En más de una ocasión contempló la
posibilidad de suicidarse.
Cierto día uno de sus amigos regresó de hacer una visita
a la costa. Entre las muchas historias fascinantes que contó
estaba la de algunas personas que se juntaban todos los
domingos a cantar y hablar. Cuando el muchacho preguntó a
su amigo por qué se reunían esas personas, éste le dijo que
ellos cantaban y oraban al Dios que había creado el mundo
entero. Ellos llamaban a su Dios Padre y creían que escuchaba
y respondía sus oraciones.
Con esa pequeña porción de conocimiento del Señor, el
niño del que tanto se lamentaba la tribu decidió orarle a este
mismo Dios. “Nunca había escuchado orar a nadie”, relata,
“pero decidí hablarle a este Dios como si fuera mi padre. No
puedo explicar lo que sucedió, pero fue una experiencia
emocionante. Yo quería conocer más acerca de este Dios pero
en nuestra aldea no había alguien que supiera algo sobre Él,
así que durante dos años seguí orando por mí mismo todos los
domingos, esperando que algún día llegara alguna persona
para contarme acerca de Él”.
Mientras estaba trabajando en un proyecto de carretera
de gobierno, visitó a su primo en la aldea donde había nacido y
descubrió para su gran sorpresa y deleite que un grupo de
personas se reunían allí los domingos para cantar y orar al
Dios acerca del cual había escuchado. “Estaba tan
emocionado”, dice él. “No podía esperar para que fuera
domingo. Esa mañana me senté en la parte de atrás. Escuché
a un hombre hablar acerca de Dios por primera vez en mi vida.
Descubrí que era mucho más maravilloso de lo que ya había
imaginado. El predicador dijo que Dios amó al mundo tanto que
envió a su único Hijo llamado Jesús para llevarse mis pecados.
Me pregunté si Él sabía lo terrible que yo era. Me pregunté si
Él conocía las cosas horribles que había hecho en mi aldea,
pero el predicador dijo que sin importar qué hubiera hecho,
Dios estaba dispuesto a perdonarme y dejar mi corazón limpio.
Yo sabía que todo eso era la pura verdad”.

Debido a que ese joven había estado buscando


genuinamente a Dios, cuando por fin pudo escuchar el
evangelio, el Espíritu Santo confirmó en su propio corazón
anhelante que en efecto era toda la verdad. Él supo que Dios
había atendido sus oraciones y que le había enviado a un lugar
donde pudiera escuchar el mensaje de salvación. “Esa mañana
le di mi corazón a Dios”, testifica el hombre, “y fue lindo saber
que Él también tenía un Hijo, que Él era un Padre en realidad,
tal como yo le había orado todo el tiempo”.

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