paganos. Primero, como ya se ha señalado, su rechazo del conocimiento que tienen de Dios a través de su creación les condena. Segundo, como el apóstol lo advierte ahora, su conducta, basada en el conocimiento de la ley escrita en sus corazones, también les condena. A través de la historia ha habido muchos incrédulos que han sido honestos en sus negocios, respetuosos de sus padres, fieles a sus cónyuges, responsables con sus hijos y generosos con los necesitados, cosas todas muy buenas y que se elogian en la Palabra de Dios. El criterio de justicia de Dios también se refleja en muchos sistemas judiciales seculares en los cuales el robo, el homicidio y las diversas formas de inmoralidad se consideran como un mal y son ilegales. Muchas filosofías paganas, tanto antiguas como modernas, enseñan ciertos parámetros éticos que establecen un paralelo con los de las Escrituras. La Biblia informa acerca de muchas buenas obras realizadas por paganos tales como Darío (Daniel 6:25-28), el escribano de Éfeso (Hechos 19:35-41), los oficiales del ejército que protegieron a Pablo (Hechos 23:10, 17-35), y los nativos de Malta que acogieron amigablemente a Pablo y sus compañeros de viaje (Hechos 28:10). El hecho de que esas personas hayan hecho cosas buenas, sabiendo que eran éticamente buenas, prueba que tuvieron conocimiento de la ley de Dios que estaba escrita en sus corazones. Por lo tanto, si hay personas de ese tipo que a pesar de esto nunca llegan a depositar su confianza en el Dios verdadero, sus buenas obras en realidad darán testimonio en su contra en el día del juicio. Tercero, los paganos son condenados debido a la conciencia. Los gentiles que no tienen el privilegio de conocer la ley de Dios, de todas maneras tienen un testimonio acerca de la ley, dado por su conciencia. Suneidësis (conciencia) significa literalmente “conocimiento con” o “conocimiento paralelo”. En muchos idiomas antiguos se encuentran sinónimos de ese término, en muchos casos con una raíz del mismo significado. El concepto mismo de la palabra testifica acerca del hecho de que los hombres reconocen que poseen un sentido instintivo incorporado en su interior acerca del bien y del mal, al cual también se encarga de activar en ellos el sentimiento de culpa. Se ha reportado que cierta tribu en África tenía una manera bastante inusual pero efectiva de probar la culpa de una persona acusada. Se colocaba en fila un grupo de sospechosos y la lengua de cada uno de ellos se tocaba con un cuchillo caliente. Si había saliva en la lengua, el cuchillo causaba cierto resquemor sin mayores consecuencias, pero si la lengua estaba seca, el cuchillo quedaba pegado y producía una dolorosa quemadura. La tribu sabía que un sentimiento de culpa tiende a secar la boca de una persona, y una lengua quemada era tomada como prueba infalible de la culpa. Por supuesto que una lengua seca es producto del funcionamiento de la conciencia. Las conciencias tienen diversos grados de sensibilidad, dependiendo del grado de conocimiento del bien y del mal y los sentimientos que se tengan frente a ello. La persona que tiene un conocimiento considerable de la Palabra de Dios tendrá una conciencia más sensible que alguien que nunca haya tenido oportunidad de conocer las Escrituras. Además, las conciencias también varían en sensibilidad dependiendo de si han sido obedecidas o resistidas. Hace unos años se descubrió que, contrario al pensamiento médico de mucho tiempo atrás, el desfiguramiento exagerado de las extremidades que es tan común en los leprosos, no es causado directamente por la enfermedad. La lepra no deteriora ni consume los tejidos de una persona, sino que insensibiliza los nervios. Al no protegerse atendiendo a las señales y advertencias del dolor, el leproso afecta sus extremidades o padece cortadas, quemaduras e infecciones sin saber que su cuerpo se está lastimando. De una forma bastante similar, la conciencia desidiosa y renuente se hace cada vez más insensible y tarde o temprano puede dejar de dar señales de advertencia acerca de hacer el mal. Pablo habla sobre herejes y apóstatas en los últimos días, cuyas conciencias serán insensibles como si hubieran sido cauterizadas por hierro candente, debido a su oposición persistente a Dios y su verdad. (1 Timoteo 4:2). Dios usa las conciencias de sus hijos como vehículos para su enseñanza y orientación. Por lo tanto, Pablo apercibe a los creyentes en muchas ocasiones para que sean fieles y atentos a la dirección de sus propias conciencias, así como a tener respeto por las conciencias de otros creyentes (Hch. 23:1; 24:16; Rom.9:1). Cuarto, los paganos se pierden a causa de la atención que hayan prestado a sus propios razonamientos que constantemente están acusándoles o desafiándoles. Obviamente, esta facultad natural está muy relacionada con la conciencia. Edificando sobre la base del conocimiento instintivo del bien y del mal suministrado por la conciencia, hasta los incrédulos tienen la capacidad manifiesta para determinar que ciertas cosas son básicamente buenas o malas, correctas o incorrectas. Muchos luchadores contra la delincuencia y defensores de los pobres, por ejemplo, no reciben su motivación de las Escrituras o de una relación de salvación de Jesucristo. Como seres humanos, simplemente no pueden evitar el conocimiento que tienen en su interior de que oponerse al delito y ayudar a los desvalidos son cosas buenas que deben hacerse. Aún la sociedad más atea e impía tiene la capacidad de indignarse cuando un niño o una persona anciana es atacada o asesinada brutalmente. Hasta los paganos, agnósticos y ateos son capaces de discernir un nivel básico entre bien y mal. Por esas cuatro razones profundas, ninguna persona puede sostenerse en pie sin culpa ante el juicio de Dios. El hecho de que no se hayan vuelto a Dios demuestra que no vivieron a la altura de la luz que Dios les proveyó. Jesús declaró categóricamente: “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta” (Juan 7:17). Pablo aseguró a sus oyentes paganos en Atenas que Dios “de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación; para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros”. (Hechos 17:26-27). La persona que procura genuinamente conocer y seguir a Dios puede tener la completa seguridad de lograrlo, la cual Dios mismo le da en su Palabra: “Me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón” (Jeremías 29:13). Un hombre a quien conozco representa una ilustración excelente de la forma como Dios honra al que emprenda una búsqueda genuina de Él. Este hombre creció en una de las tribus más primitivas de África. Debido a que fue necio e incorregible niño, con frecuencia hacían que se quedara por fuera de la casa cuando la familia tenía invitados. Aunque era castigado con severidad por la tribu así como por su madre, él persistía en actos de travesuras sin sentido y hasta crueldad. Él cuenta ahora que se sentía culpable y apesadumbrado en su corazón incluso mientras cometía las travesuras, pero parecía como si no pudiera abstenerse de hacerlo. Él sabía que había algo que andaba muy mal en su vida y con cierta frecuencia se adentraba en la selva para golpear su cabeza contra un árbol y gritar: “¿Qué es lo que me pasa? ¿Por qué hago cosas tan malas?” En más de una ocasión contempló la posibilidad de suicidarse. Cierto día uno de sus amigos regresó de hacer una visita a la costa. Entre las muchas historias fascinantes que contó estaba la de algunas personas que se juntaban todos los domingos a cantar y hablar. Cuando el muchacho preguntó a su amigo por qué se reunían esas personas, éste le dijo que ellos cantaban y oraban al Dios que había creado el mundo entero. Ellos llamaban a su Dios Padre y creían que escuchaba y respondía sus oraciones. Con esa pequeña porción de conocimiento del Señor, el niño del que tanto se lamentaba la tribu decidió orarle a este mismo Dios. “Nunca había escuchado orar a nadie”, relata, “pero decidí hablarle a este Dios como si fuera mi padre. No puedo explicar lo que sucedió, pero fue una experiencia emocionante. Yo quería conocer más acerca de este Dios pero en nuestra aldea no había alguien que supiera algo sobre Él, así que durante dos años seguí orando por mí mismo todos los domingos, esperando que algún día llegara alguna persona para contarme acerca de Él”. Mientras estaba trabajando en un proyecto de carretera de gobierno, visitó a su primo en la aldea donde había nacido y descubrió para su gran sorpresa y deleite que un grupo de personas se reunían allí los domingos para cantar y orar al Dios acerca del cual había escuchado. “Estaba tan emocionado”, dice él. “No podía esperar para que fuera domingo. Esa mañana me senté en la parte de atrás. Escuché a un hombre hablar acerca de Dios por primera vez en mi vida. Descubrí que era mucho más maravilloso de lo que ya había imaginado. El predicador dijo que Dios amó al mundo tanto que envió a su único Hijo llamado Jesús para llevarse mis pecados. Me pregunté si Él sabía lo terrible que yo era. Me pregunté si Él conocía las cosas horribles que había hecho en mi aldea, pero el predicador dijo que sin importar qué hubiera hecho, Dios estaba dispuesto a perdonarme y dejar mi corazón limpio. Yo sabía que todo eso era la pura verdad”.
Debido a que ese joven había estado buscando
genuinamente a Dios, cuando por fin pudo escuchar el evangelio, el Espíritu Santo confirmó en su propio corazón anhelante que en efecto era toda la verdad. Él supo que Dios había atendido sus oraciones y que le había enviado a un lugar donde pudiera escuchar el mensaje de salvación. “Esa mañana le di mi corazón a Dios”, testifica el hombre, “y fue lindo saber que Él también tenía un Hijo, que Él era un Padre en realidad, tal como yo le había orado todo el tiempo”.