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Hechos 24.

Vv. 1-9. Aquí vemos la desdicha de los grandes hombres, y es una gran desgracia que
le alaben sus servicios más allá de toda medida, sin que nunca se le hable fielmente
de sus faltas; por eso, se endurecen y animan en el mal, como Félix. A los profetas de
Dios se les acusó de ser los perturbadores de la tierra, y a nuestro Señor Jesucristo,
de pervertir a la nación; las mismas acusaciones fueron formuladas contra Pablo. Las
malas pasiones egoístas de los hombres les impelen adelante y las gracias y el poder
del habla han sido usados frecuentemente para dirigir mal y prejuiciar a los hombres
contra la verdad. ¡Cuán diferentes serán los caracteres de Félix y Pablo en el día del
juicio, según son representados en el discurso de Tértulo! Que los cristianos no
valoren el aplauso y ni se turben por los reproches de los hombres impíos, que
presentan casi como dioses a los más viles de la raza humana, y como pestes y
promotores de sedición a los excelentes de la tierra.
Vv. 10-21.Pablo da un justo relato de sí mismo que lo exonera de delito e igualmente
muestra la verdadera razón de la violencia contra él. No seamos sacados de un
camino bueno porque tenga mala fama. Al adorar a Dios muy consolador es
considerarle como el Dios de nuestros padres, sin establecer ninguna otra regla de fe
o conducta que no sean las Escrituras. Esto muestra aquí que habrá una resurrección
para el juicio final. Los profetas y sus doctrinas tenían que probarse por sus frutos. La
mira de Pablo era tener una conciencia desprovista de ofensa. Su interés y finalidad
era abstenerse de muchas cosas y abundar en todos los momentos en los ejercicios
de la religión con Dios y con el hombre. Si nos culpan de ser más celosos en las cosas
de Dios que nuestro prójimo, ¿qué contestamos? ¿Nos encogemos ante la acusación?
¡Cuántos hay en el mundo que prefieren ser acusados de cualquier debilidad, sí, hasta
de maldad, y no de un sentimiento de amor, fervoroso y anhelante por el Señor
Jesucristo, y de consagración a su servicio! ¿Pueden los tales pensar que los
confesará cuando venga en su gloria y ante los ángeles de Dios? Si hay una visión
placentera para el Dios de nuestra salvación, y una visión ante la cual se regocijan los
ángeles, es contemplar a un seguidor devoto del Señor, aquí en la tierra, que reconoce
que es culpable, si fuese crimen, de amar con todo su corazón, alma, mente y fuerza
al Señor que murió por él. No se puede quedar callado al ver que se desprecia la
palabra de Dios o escucha que se profana su nombre. Este se arriesgará, antes bien,
al ridículo y al odio del mundo, antes que causar enojo a ese ser bondadoso cuyo
amor es mejor que la vida.
Vv. 22-27.El apóstol razona acerca de la naturaleza y las obligaciones de la justicia,
la templanza y del juicio venidero, demostrando así al juez opresor y a su amante
disoluta la necesidad que tenían ellos del arrepentimiento, el perdón y la gracia del
evangelio. La justicia en relación a nuestra conducta en la vida, particularmente con
referencia al prójimo; la templanza, al estado y gobierno de nuestras almas con
relación a Dios. El que no se ejercita en estas no tiene ni la forma ni el poder de la
piedad y debe ser abrumado con la ira divina en el día de la manifestación de Dios. La
perspectiva del juicio venidero es suficiente para hacer que tiemble el corazón más
recio. Félix tembló, pero eso fue todo. Muchos de los que se asombran con la palabra
de Dios, no son cambiados por ella. Muchos temen las consecuencias del pecado pero
continúan amándolo y practicándolo. Las demoras son peligrosas en los asuntos de
nuestras almas. Félix postergó este asunto para un momento más propicio, pero no
hallamos que haya llegado nunca el momento más conveniente. Considérese que es
ahora el tiempo aceptadble: escucha hoy la voz del Señor. Él tuvo apuro para dejar de
oír la verdad. ¡Había un asunto más urgente para él que reformar su conducta o más
importante que la salvación de su alma! Los pecadores empiezan, a menudo, como un
hombre que despierta de su sueño por un ruido fuerte pero pronto vuelve a hundirse
en su sopor habitual. No os dejéis engañar por las apariencias ocasionales en
nosotros mismos o en el prójimo. Por sobre todo no juguemos con la palabra de Dios.
¿Esperamos que se ablanden nuestros corazones al ir avanzando en la vida o que
disminuya la influencia del mundo? ¿No corremos en este momento el peligro de
perdernos para siempre? Ahora es el día de salvación; mañana puede ser demasiado
tarde.

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