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“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas

viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”. II Corintios


5:17.

Había una vez un hombre llamado Andrés, quien vivía atado a los vicios. Pasaba sus días en un
constante estado de embriaguez, ahogando sus penas y desesperanzas en cada botella que
encontraba. La luz de su vida se había apagado por completo, no había nada con lo que
pudiera llenar el vacío que sentía. Su familia sufría por su causa, porque se volvía un hombre
diferente con el alcohol, y cada vez se destruía más a sí mismo y a su familia.

A pesar de las pocas esperanzas en que Andrés dejara el vicio, su familia no cesaba de buscar
la manera de cambiar su vida. Todos los días pedían angustiados a Dios.

Un día, mientras caminaba tambaleante por las calles de la ciudad, tropezó y cayó al suelo. De
la embriaguez, se quedó profundamente dormido. No se daba cuenta de nada a su alrededor y
la gente pasaba por su lado sin querer mirar la miseria y el estado en que se encontraba
Andrés. Pasó mucho tiempo ahí, hasta que un grupo de personas, hablando y cantando con
instrumentos, apareció. Era un grupo de hermanos evangélicos predicando.

El grupo no alcanzó a ver a Andrés que estaba en el suelo, pero con ellos iba alguien que sí lo
vio. Era una persona que cambia realidades, que conoce las aflicciones y que hace milagros. Se
acercó con amor y le habló. Andrés, en su estado de confusión, no distinguía los sonidos, pero
sí pudo escuchar claramente una voz suave pero poderosa que le decía con ternura: "Andrés,
levántate, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa".

Sorprendido, Andrés abrió los ojos, asustado y atónito porque no sabía quién era esta persona
que lo había despertado. Sin embargo, se levantó, se le quitó la embriaguez de la sorpresa que
sintió y llevó a este hombre a su casa.

Cuando llegaron, la familia aún estaba resentida por lo que había sucedido con Andrés, pero
notaron que venía alguien con él. Les hicieron pasar, expectantes a lo que podría suceder. No
sabían quién era, no reconocían su voz. ¿Podría alguien decir quién era esta persona? Era Jesús
nuestro salvador, quien conocía las peticiones de esta familia, y sin esperar mucho tiempo, les
dijo: "Hoy ha venido la salvación a esta casa. Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar
lo que se había perdido".

Reconcilió a Andrés con su familia, quienes habían sufrido tanto tiempo, y comenzó a sanar las
heridas de su pasado, a limpiar los pecados que arrastraba y que golpeaban su consciencia. Le
dio una nueva oportunidad para reconstruir su vida, reconstruir su hogar, le dio un nuevo
empleo y nuevas metas, le dio una familia espiritual que lo apoyaría en su fe, le dio a conocer
una vida con paz, con armonía y llena de amor, pero lo más importante que le dio Jesús fue la
salvación para su alma.

Con el tiempo, Andrés comprendió que el que lo visitó ese día había sido el mismo Jesús, y
ahora comparte su historia de transformación, hablando abiertamente sobre el vicio que tanto
daño le causó, pero que un día el Señor lo salvó y cambió su vida para siempre. Sus palabras y
su testimonio tocan nuestros corazones y los de aquellos que también anhelan un cambio en
sus vidas.

La historia de Andrés es un recordatorio de que, sin importar lo profundo que estemos en


nuestras adicciones, vicios, desgracias, sufrimientos o penas, siempre hay esperanza de cambio.
La presencia de Jesús en nuestras vidas puede transformarnos y darnos una nueva oportunidad
para vivir una vida plena y feliz.

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