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LA PESCA MILAGROSA
Estamos en la estación más bella, un relato de aire fresco, de brisa mañanera, de sol
naciente sobre las olas del mar.
"Después Jesús se mostró de nuevo a los discípulos a la orilla del mar de Tiberíades.
Y se mostró de esta manera: Simón Pedro, Tomás llamado dídimo, Natanael de Cana de
Galilea, los hijos del Zebedeo y otros dos discípulos se encontraban juntos. Simón Pedro
les dijo: voy a pescar. Y le dijeron: vamos también nosotros contigo" (Jn 21, 1-3).
Ya les he dicho que después de la resurrección, la vida religiosa de la mayoría de los
cristianos está de vacaciones, en vacaciones de pascua. No tienen nada que hacer.
Puesto que ha pasado la hora de afligirse con Cristo, ya no pueden hacer nada por El. La
alegría los desborda. La resurrección los desorienta. Se sienten fuera de lugar. Cristo está
allí arriba, en el cielo, bienaventurado, dichoso, sin preocupaciones, sin ansiedades; y
ellos continúan su pobre vida aquí abajo...
En medio de esta ociosidad, de estas vacaciones, de esta especie de pasmo que sigue
a las emociones demasiado fuertes, los apóstoles intentan maquinalmente volver a su
antiguo empleo.
¡Es en vano! Ya no serán nunca más pescadores de la manera como eran hasta
ahora. Otro mundo distinto se manifiesta y aparece en el interior de este mundo. Ha
pasado ya el tiempo de las figuras y de las parábolas. El verdadero mundo es el mundo
de la fe. "Desde ahora, serán pescadores de hombres" "Aquella noche no pescaron
nada".
"Y al amanecer, Jesús estaba a la orilla. Pero los discípulos no sabían que era Jesús".
¿Dónde están ustedes? ¿empiezan a encontrarse en el evangelio? Se trata siempre
de lo mismo: la cercanía del Señor, el encuentro entre Cristo y nuestras soledades, y por
otra parte nuestra ignorancia, nuestra incapacidad para conocerlo.
"Jesús les dijo: amigos, ¿tienen algunos peces?". Nada resulta tan humano como
Cristo resucitado. Todavía parece más natural que antes: "Amigos, ¿han pescado?
¿cómo ha ido eso?".
"¡¡Nada!!", respondieron.
Esta es la respuesta de la tierra al cielo. Cristo encontró a sus discípulos exactamente
en la misma situación, con los mismos sentimientos que a nosotros. Los encontró llorando
(María Magdalena), sin esperanza, fracasados. ¡Una noche entera sin pescar nada!
¡Después de disponer de poderes espirituales, ser incapaces de pescar incluso un pez!
¡Es deprimente!
Jesús se juntó con sus discípulos en todos los lugares en los que se creían solos,
abandonados, perdidos, y les condujo suavemente hacia la confianza convenciéndolos
pacientemente de su presencia y despertándolos a su gozo. ¡Cuánta necesidad tenemos
también nosotros de hacer y de rehacer este camino, de estacionarnos, de detenernos
largamente en cada estación!; porque también nosotros somos hombres sin inteligencia y
de corazón duro para creer...
¡Una noche entera sin pescar nada! ¡Una vida entera sin hacer nada! Una carrera
entera sin acertar. Un matrimonio sin respuesta, sin intercambio, sin diálogo...
El les dijo: "Echen sus redes a la derecha y encontrarán".
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"Ellos la echaron. Y he aquí que no podían levantarla; tan llena estaba de peces".
Entonces, el discípulo a quien amaba Jesús, le dijo a Pedro: "¡Es el Señor!".
Ni siquiera la voz del Señor y su orden, ni siquiera el milagro de los peces tan parecido
al otro de su vocación, lograron despertar de su torpeza a los apóstoles, que estaban tan
ocupados con las redes y la faena.
Solamente Juan, el espiritual, el más prevenido, el más sensible a Dios, sintió en su
corazón la misma emoción de antaño. Sintió que volvía de nuevo a comenzar algo, y este
presentimiento interior le hacía tanto daño que necesariamente tenía que tratarse de El.
"Es el Señor", gritó a Pedro; esto es: "¡Tiene que ser El! ¡No puede ser nadie más que
El!".
También nosotros necesitamos un amigo, un consejero que, cuando todo esté sombrío,
cuando nos estremezcamos de miedo ante lo desconocido, nos diga: "¡Pero si es el
Señor!"... ¿Cuál ha sido la última prueba de ustedes? ¿la última vez en que han tenido
miedo, o se han creído solos o fracasados ante aquel "nada"? ¿Ha habido entonces
alguno que les haya dicho: "Es el Señor"?
"Simón Pedro, al oír que era el Señor, se puso sus vestidos, porque estaba desnudo, y
se echó al agua. Los otros discípulos, más cuidadosos y realistas..., llegaron en la barca
remolcando las redes con los peces. Y cuando bajaron a tierra, vieron que había hecho
fuego con unas brasas, y un pez encima y pan".
Aparición de Cristo resucitado: ¡les ha preparado comida! Imagínense: los apóstoles
habían trabajado toda la noche sin pescar nada; por la mañana, los pobres tenían que
sentirse extenuados y hambrientos. Pues bien, Cristo ha sido tan humano, tan humilde y
servicial ("estoy en medio de ustedes como uno que sirve"), que se puso a cocinar para
ellos. María Magdalena lo había confundido con el jardinero... La prueba que ustedes
pueden dar a todos de que Cristo ha resucitado es ésta: demostrar que su amor vive en
ustedes y los inspira. Una buena comida preparada con mucho amor puede ser para sus
maridos, para sus hijos, una aparición de Cristo resucitado. También entonces Cristo se
dio a conocer en la fracción del pan. Pero esta vez, ¡no sólo lo ha partido, sino que hasta
lo ha cocido!
¡Atención, todos los que se ponen a cocinar! ¡Atención, todos los que realizan tareas
que creen profanas, y que deberían estar santificadas por el amor!
Cuando voy a visitar el nuevo hogar de algunos antiguos militantes de la juventud
católica, me encuentro siempre con las mismas reflexiones y los mismos recuerdos
nostálgicos: "Ah, señor cura; ¡cómo hemos ido bajando desde entonces! Entonces íbamos
a misa, rezábamos, íbamos a las reuniones, éramos fervorosos. Pero ahora, imposible;
estamos enfrascados en lo material hasta el cuello".
Yo los miro: " ¡Pero si yo creía que estabais casados...!".
-"¡Claro, señor cura! ¡Precisamente por eso!".
-"Y tú, ¿amas a tu marido? ¿amas tú a tu mujer?".
-"¡Naturalmente! ¡no faltaba más!".
-"Pues entonces, yo no veo nada de material en todo eso. Están viviendo una vida de
amor y de entrega. Están al servicio uno del otro, y ambos al servicio de sus hijos. Están
en medio de este hogar como Cristo, como uno que sirve. Es un excelente parecido con
Cristo, una excelente proximidad. Es un seguro contra la tibieza. Porque así se sentirán
obligados a aspirar en el corazón de Cristo todo ese amor que tienen que respirar para
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con los demás. No llegarán nunca a tiempo, si se desocupan de El. Para amar a los que
están más cerca de ustedes, se necesita nada menos que un milagro, un sacramento,
una gracia. Tienen que hacerse alimentar por El, para que los demás puedan venir a
comer el pan de ustedes, el pan de su corazón. Dios se revela a ustedes por medio del
amor que les da hacia ellos. Dios se revela a los demás por medio del amor que ellos
reciben de ustedes, a través de ustedes. ¡Están ustedes viviendo una vida de amor y se
quejan de que no conocen a Dios, de que están metidos en lo material hasta el cuello!".
Jesús les dijo: "Venid y comed".
Los apóstoles están pasmados, paralizados por la emoción, el miedo, la incertidumbre.
Sólo Jesús está perfectamente natural, sonriéndoles, invitándoles...
Y ahora la frase más bella del evangelio: "Ninguno de ellos se atrevía a preguntarle:
¿Quién eres?, porque sabían que era el Señor".
¡Palabras admirables, que están rezumando gracia de Dios, llenas de sentido y de
misterio, sabrosas y consoladoras, en las que cada uno de nosotros puede encontrarse!
Bajo un aspecto, tienen cierta hondura: los apóstoles saben que es el Señor, que tiene
que ser El, que no puede ser nadie más que El. Están convencidos de ello,
independientemente de lo que están viendo, o mejor dicho, de lo que no están viendo,
porque Jesús ya no es como lo habían conocido.
Mas, a pesar de esta convicción interior total, los sentidos se lamentan de ser
engañados. Sus ojos no lo ven. No se parece al Jesús de antes. Es un hombre corriente.
Se parece a cualquier otro. Desearían la confirmación irrisoria de una palabra, de una
afirmación: "¡Sí, soy yo!". A los sentidos les gustaría oír y tocar para poder convertirse
también ellos a los pies de esta radiante presencia.
Pero el alma segura y rica en la posesión de la certeza no les consiente este capricho,
y sabiendo que no necesita más certeza, acepta esta dolorosa crispación de los sentidos
que no logran captar un objeto que no es para ellos.
Y cuanto más se abstienen de preguntarle quién es El, tanto más se superan y
progresan en esta renuncia, tanto más crece su seguridad y su certeza de que es el
Señor.
Si se hubiesen dejado arrastrar por esa duda, nunca jamás hubieran estado ya
seguros. Si hubiesen exigido que Dios cambiase, no hubieran tenido nunca que creer.
Toda la cuestión que nos hemos planteado hasta ahora sobre las apariciones de Cristo es
ésta. ¿Exigen ustedes una aparición distinta de la que El les propone en la propia vida de
ustedes? ¿quieren que Dios cambie y que se les aparezca de otra manera mejor, o
aceptan cambiar ustedes para verlo tal como se manifiesta cada día, sin que hasta ahora
lo hayan sabido reconocer? ¿Se atreven ustedes a preguntarle: "Quién eres tú?".
Para aquel que cree, para aquel que es sensible y atento a Dios, mil objeciones no
llegan a formar una duda como tampoco mil pruebas llegan a constituir una certidumbre
para aquel que se resiste. "El esposo, dice el Cantar de los cantares, reconoce a la
esposa en un solo cabello de su cuello". Pero el que está embrutecido le pedirá hasta su
carnet de identidad. Reclamar milagros es pedir a Dios su tarjeta de identidad. ¡A ver el
pasaporte! ¿Y de qué nos sirve? ¡Tres años después de un milagro, nos resultará tan
difícil creer en un milagro como creer en Dios!
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Pero porque no se atrevían a preguntarle quién era, porque dejaban que siguiera
trabajando en ellos y grabándose en ellos la impresión que El había dejado en sus
corazones, por eso los apóstoles sabían cada vez mejor que se trataba del Señor.
Cuando terminó su educación, los apóstoles supieron que el Señor estaba en todas
partes, que podía surgir en todos los instantes, y generalmente donde y cuando menos se
le esperaba. Y se hicieron prudentes, atentos, respetuosos, y lo encontraban sin cesar.
Ahí es donde nosotros tenemos que elegir: o lamentarnos de que no lo encontramos
en ningún sitio o aceptar cambiar hasta el punto de que nos gocemos de encontrarlo en
todas partes.
Tú tienes para con Dios el mismo respeto y el mismo amor que tienes para con tu
existencia, que no es sino una vocación, una llamada, una misión que Dios te confía, una
expresión de su voluntad sobre ti. Tú tienes para con Dios el mismo respeto y amor que
para con tus vecinos. Tú estás tan cerca de Dios como de tus vecinos. Porque Dios es tu
vecino, y es a El a quien le das de comer y de beber, o a quien envenenas...
En la parábola del último juicio, de Mateo 25, ni los justos ni los malvados notaron las
apariciones de Dios antes de la parusía; necesitaron que llegara el fin del mundo y sus
cataclismos para que conociesen la encarnación, para que conociesen que el primer
mandamiento de Dios era el segundo, para que descubriesen que Dios era su vecino y
que les había llamado y amado durante toda su vida sin que se hubiesen dado cuenta.
* * * *
Como siempre, esta aparición y este almuerzo terminan con una misión: ¡Ite, missa est!
"Al terminar el almuerzo, el Señor dijo a Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas tú
más que éstos?". El le contestó: "Sí, Señor; tú sabes que te amo". Jesús le dijo:
"Apacienta mis corderos".
¿Tú me amas, Pedro? ¿Sí? Pues bien, ocúpate de los otros. ¡Vete a mis hermanos!
¡Empieza a ser otro yo! Yo quiero ser en ti más amante que amado: Yo no he venido a ser
servido, sino a servir; no a ser amado, sino a amar. Por eso déjame penetrar en ti, unirme
a ti, para que pueda hacer en ti lo que ambiciono y que es lo único que sé hacer : amar a
los demás. ¡Empieza a ser otro yo: ama y sirve!
¿No fue éste el ejemplo y la misión de Charles de Foucauld? Se unió a Cristo con el
afecto más sincero y más sentido, más verdadero y más moderno a la vez. Y poco a poco
se fue purificando, madurando, iluminando, identificándose con su maestro hasta tal punto
que llegó a repartir su propio cuerpo entre los demás. Y uno de los momentos culminantes
de su vida fue el momento en que poseído literalmente por la presencia eucarística, por el
gozo de esta aparición sensible de Dios bajo sus ojos, bajo sus manos, renunció a decir
misa para poder estar más cerca de sus Tuaregs, para mejor conocer, servir y defender al
menor de los suyos. Realizó un itinerario completo: reconoció a Cristo en su palabra, en la
fracción del pan, en el más pequeño de sus hermanos.
Algunos miembros, muy espirituales, de las comunidades reducen sus relaciones
personales con los demás a una hora santa en común. Chesterton, en un brindis decía:
"De este señor yo no tengo que decir más que cosas buenas... Voy a ser, por tanto, muy
breve". "Con mis hermanos yo no quiero tener más que excelentes relaciones... ¡por eso
voy a tener pocas! ¡Vayamos juntos a visitar al Señor!".
Cristo nos diría: vayan a comer juntos, vayan a fregar los platos y cocinar, vayan a
servir a los otros. A Pedro le hubiese gustado poder rezar la acción de gracias y haber
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tenido un rato de oración. Pero el Señor le dijo: Ocúpate de los demás... ¡Apacienta mis
ovejas!
Pedro recibe sobre sus hombros la responsabilidad de la Iglesia: Pedro queda
investido de servidor de los miembros de Cristo. ¡Siervo de los siervos de Dios! Tendrá
que ser siempre el primero en reconocerlo en el más pequeño de los suyos.
Y todo termina con la profecía del destino de Pedro, que es la profecía de la vocación
de cada uno de nosotros.
"En verdad te digo, cuando eras joven te ponías el ceñidor e ibas adonde querías.
Pero cuando seas de más edad extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde
no quieras. Indicaba de este modo el género de muerte con que Pedro glorificaría a Dios".
Mientras era joven, Pedro hacía su voluntad; quería una redención sin cruz, una aparición
sin dolor, un reino bien instalado.
¿Qué edad tienen ustedes? ¿La de hacer su propia voluntad o la de hacer la de otro?
Ser un muchacho o una muchacha, ser un viejo o una vieja es exactamente lo mismo,
cuando somos infantiles, caprichosos, inestables, amigos de hacer nuestro gusto,
nuestras fantasías. Y ser adulto en Cristo es aceptar hacer la voluntad de otro, aceptar la
aparición real de Dios en nuestra vida, que no suele coincidir con nuestros gustos
privados.
¿Qué edad tienen? ¿Están donde están por su propio gusto, o están sometidos a la
voluntad de otro? ¿Van adonde les gusta? ¿hacen lo que quieren? Entonces es que son
todavía demasiados jóvenes... Cuando tú seas adulto en Cristo, será otro, serán otros
muchos los que te tomarán de la mano y te conducirán adonde no quieras ir, adonde tú
nunca hubieras tenido el coraje de ir, pero en donde tú te sentirás orgulloso y contento de
haber ido.
"Decía esto para indicar con qué género de muerte Pedro glorificaría al Señor".
Toda la vida de Pedro es como cada una de nuestras vidas, como cada una de las
apariciones, la historia de una antigua plegaria escuchada.
Un día, en el Tabor, le había dicho al maestro: "Señor, es bueno que nos quedemos
aquí. Permítenos quedar aquí. ¡Estamos tan bien en este retiro! ¡Estamos tan bien en esta
comunidad! ¡Les amo yo tanto a ellos y ellos a mí; nos queremos tanto! ¿No podríamos
levantar unas tiendas y quedarnos para siempre?".
Y Cristo le dio una respuesta misteriosa que hablaba de muerte y de resurrección, de
pasión y de gozo.
Pero acabó escuchando su oración.
Porque un día, estando también él en la cruz, adonde no quería ir, Pedro dijo sobre su
calvario lo mismo que había dicho en el Tabor: "Señor, estoy bien aquí. Te doy gracias
por haberme traído. Es mucho más hermoso de lo que yo había querido. Ahora sí que
quiero quedarme aquí".
¿Y ustedes, dónde están? ¿En el Tabor? Entonces, no hablen de estas visiones, no
hablen de las apariciones, porque todavía no han pasado por una muerte y una
resurrección.
Pero si están en el calvario, si están en un sitio adonde no querían ir, adonde han sido
llevados por causa de los demás, por influjo de los otros, por una llamada del Señor,
entonces, digan en su calvario lo mismo que dijeron un día en el Tabor de un retiro, de
una adoración, de una vocación o de un matrimonio: "Señor, se está bien aquí. Yo al
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menos estoy bien en donde tú quieres que esté. Ayúdame a permanecer aquí todo el
tiempo que tú quieras. Voy a plantar aquí mi tienda y a quedarme para siempre".

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