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Magos, libre albedrío y destino

“El hombre puede hacer lo que quiera, pero no puede querer lo que
quiera” - Schopenhauer

Imaginaos delante de un mago. Este extiende una baraja delante de


vosotros y os invita a tomar una carta. Lo hacéis. Acto seguido, el
mago os agarra de la muñeca para buscaros el pulso y os empieza a
hacer preguntas sobre el color, el palo y el número de la carta,
vosotros no decís nada… De repente, el mago exclama: ¡el tres de
picas!, precisamente la que habíais elegido.
Es probable que, si decidís intentar descubrir cómo el mago ha
realizado el truco, rápidamente descartéis la idea de que ha usado
los latidos de vuestro corazón para adivinar la carta, pues a
priori parece un método muy complicado y poco preciso. En su lugar,
probablemente pensaréis que tal vez la baraja estaba marcada, que
hay algún compinche que le ha chivado la carta, que de alguna
manera la ha visto cuando la extraíais del mazo, que hay un
ingenioso sistema de espejos oculto, o algo similar...
Existen miles de maneras mediante las que un mago puede realizar
el efecto de: “adivinar la carta que elige el espectador”. Aquí me
centraré en una que la gente suele pasar por alto: “el mago ya sabía
la carta que ibas a elegir”. Ya sea porque tal vez todas las cartas eran
idénticas o a través de una maniobra tramposa con los naipes, un
espectador acaba cogiendo la carta que el mago quiere. Puede
parecer banal, tal vez un juego de niños, pero este simple efecto nos
permite abrir una reflexión tanto científica como filosófica. La clave
está en que, a la hora de elegir una carta, el espectador está
convencido de que toma una decisión libre, cuando en realidad no es
así. En otras palabras, tiene la ilusión de libre albedrío. Por extensión,
si con una simple baraja de cartas se pone en jaque la libertad de
nuestras decisiones, ¿cómo podemos saber si somos libres el resto
del tiempo?

"Los juegos de magia nos permiten abrir discusiones científicas y


filosóficas, si queremos."

Para hablar del libre albedrío es necesario hacer primero una


definición de este. Juntando las definiciones de “libre” y “albedrío” se
llega a la siguiente: “el libre albedrío es la potestad que tiene un
individuo de obrar con la capacidad de dirigir su forma de pensar
según considere y elija”. Las dudas sobre este concepto son antiguas
y la prensa ha hecho eco de algunos estudios científicos donde se
cuestiona la existencia de este (La Vanguardia, 2016). En primer
lugar, estos estudios demuestran la existencia de sesgos que nos
pasan totalmente desapercibidos y afectan a nuestra conducta:
desde la publicidad subliminal a fenómenos perceptuales como las
ilusiones ópticas. En segundo lugar, cuestionan el papel de la
consciencia a la hora de tomar decisiones. Concretamente,
demuestran que mirando la actividad cerebral podemos predecir cuál
es la decisión que tomará alguien antes de que esta persona sea
consciente de su propia decisión (Libet et al., 1983; Soon et al.,
2008). En conjunto, estos experimentos sugieren que hay una serie
de mecanismos inconscientes que juegan un papel primordial, sino
total, a la hora de tomar una decisión. Pese a que la evidencia choca
con la idea de “libertad” en la decisión, bajo el corolario “el libre
albedrío no existe” subyace una idea capciosa: que el inconsciente
es algo separado del ser.

"Mirando la actividad cerebral podemos predecir cuál es la decisión


que tomará alguien antes de que esta persona sea consciente de
su propia decisión"

La gran mayoría de mecanismos que posibilitan que puedas leer


estas líneas son totalmente inconscientes: la traducción de fotones a
estímulos eléctricos, la compresión de la información en la retina, la
activación de la corteza visual, la integración de información con
distintas áreas del cerebro… Sin embargo, no consideramos que leer
sea un acto inconsciente. El término “libre albedrío” es anterior a los
descubrimientos científicos sobre el inconsciente y está íntimamente
ligado a la religiosidad. En la biblia, Dios da libertad al hombre en vez
de decidir por él -Moisés 3:17: “No obstante, podrás escoger según
tu voluntad, porque te es concedido”-, así que, teniendo en cuenta la
finalidad original del término, el debate sobre el libre albedrío debería
centrarse en su esencia de individualidad -nunca cuestionada por la
comunidad científica- y no tanto en la esencia de la propia elección,
ya que los mecanismos de toma de decisiones son complejos y están
sustentados tanto en procesos conscientes como inconscientes.
Apegado al concepto de libre albedrío suele encontrarse el de
“destino”. Normalmente, libre albedrío y destino son irreconciliables,
ya que la defensa de uno suele ser el ataque al otro. El destino se
define como un fin inevitable e ineludible a todo ser humano. En otras
palabras, el destino depende de la capacidad de predicción: a mayor
predicción más destino y a menor predicción mayor libre albedrío. A
continuación, vamos a hacer unas consideraciones sobre este
término usando el mismo juego de magia que antes.

"El destino depende de nuestra capacidad de predicción"

Imaginaos que un mago escribe el nombre de una carta en un papel,


lo dobla para que no lo veáis y, acto seguido, os invita a que toméis
una carta de la baraja. Una vez lo habéis hecho, el mago desdobla el
papel y muestra que la carta que había escrito es exactamente la
elegida. En este caso, el mago le ha dado al mismo efecto que el del
primer párrafo del texto, una presentación distinta: “ha predicho el
futuro”, en lugar de “adivinar algo”. Evidentemente, un juego de
magia no cambiará vuestras creencias sobre el destino, pero sí que
ejemplifica una cosa: a mayor conocimiento, mayor capacidad de
predicción y, a mayor capacidad de predicción, más destino. Como
diría el gran mago Gabi Pareras, la única diferencia entre el mago y
el espectador es que, al principio del juego, el mago conoce un poco
mejor la realidad que el espectador, por ejemplo: que todas las cartas
son iguales. Igual que antes, no dejemos que la banalidad del método
nos distraiga de la reflexión que hay detrás: información es
predicción.

"El mago conoce un poco mejor la realidad que el espectador"

Llevemos este ejemplo al extremo. Imaginaos que vais a dar a luz, y


antes de que nazca el bebé, un mago os da un sobre y os pide que
no lo abráis hasta que vuestro hijo vaya a la Universidad. El día que
se matricula abrís el sobre y leéis atónitos que en están escritas todas
las notas exactas que vuestro hijo ha sacado en todos sus exámenes,
también el nombre de todas las parejas que ha tenido y aquello que
pidió de regalo de navidad durante todos estos años. ¿Cómo es
posible?

Si en vez de tener un poco más de información como en el caso de


las cartas, ese mago tuviese toda la información y el conocimiento
para analizarla, sería posible. ¿Pero qué es toda la información?
Toda la información es tener conocimiento de todos aquellos
estímulos que el niño captará a través de sus sentidos a lo largo de
su vida, así como los mecanismos de procesamiento de estos y su
efecto en el organismo, segundo a segundo, durante toda su vida.
Pero pongamos que los padres quieren evitar que se pueda predecir
el futuro de su hijo y deciden que todas las decisiones que tomará se
basarán en la tirada de una moneda: si sale cara tomará la decisión
a y si sale cruz la decisión b. Si hiciesen eso y destinaran su vida al
azar, ¿se eliminaría nuestra capacidad de predicción? Pues no,
porque tener toda la información significa también saber que el
desayuno que el niño tomó por la mañana se transformará en una
fuerza determinada imprimida por el dedo pulgar y que, debido a una
ligera brisa, la moneda cambiará su centro de rotación en 1.3 grados
y que, como el niño tiene un gen que determinó que la inclinación del
codo fuese un poco más pronunciada que en los demás niños de su
edad, la moneda dará una vuelta extra y caerá de cruz. En los
modelos de predicción actuales, todos esos factores que no somos
capaces de incorporar a nuestras ecuaciones se denominan con el
término “ruido”. Como el efecto del ruido es acumulativo en el tiempo,
las predicciones a largo plazo fallan, y por eso es tan difícil predecir
si la semana que viene hará sol o lloverá: hay mucho “ruido” detrás
de las predicciones atmosféricas, muchas variables que
desconocemos. Lo que planteo aquí es que, técnicamente, los
diferentes factores que se engloban bajo el término “ruido” también
se rige por leyes físicas, por lo que si conociéramos las leyes que lo
gobiernan, se podría predecir a largo plazo sin problemas.

"Todos esos factores que no somos capaces de incorporar a


nuestras ecuaciones se denominan ruido"

Evidentemente, se puede adoptar una postura pragmática y


argumentar que como es imposible obtener toda la información y no
conocemos los mecanismos mediante los cuales esta información
afecta el organismo, el destino no existe, puesto que nadie puede
acceder a él. Sin embargo, el destino es un término teórico, y el hecho
que no tengamos tal poder predictivo únicamente resalta nuestro
déficit de tecnología y conocimiento. Visto con perspectiva histórica,
nuestra capacidad predictiva va en aumento y poco a poco la
humanidad le va ganando terreno al destino: si hace 5000 años
alguien hubiese predicho cuando ocurriría un eclipse se hubiese
convertido en el chamán de la tribu, ahora ese tipo de predicciones
únicamente sirven para aprobar un examen de física y somos
capaces de predecir con gran exactitud fenómenos tan complejos
como enfermedades o trayectorias de satélites.

"Poco a poco la humanidad le va ganando terreno al destino"

Como nota final, y tras presentaros esta perspectiva compatible que


hermana libre albedrío y destino, espero que la próxima vez que veáis
un número de magia, no lo veáis como un entretenimiento de niños,
sino como una disciplina artística profunda, que nos brinda una gran
herramienta para descubrir los misterios del libre albedrío, así como
para preguntarnos qué significa elegir, saber y predecir.

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