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La mente de mi mamá se fue perdiendo de a poco. Primero ocurrió en los actos escolares de
mis hijos. Se extraviaba por las calles y llegaba cuando terminaban. La última vez que viajó
sola había deambulado durante más de una hora sin encontrar la escuela, hasta que se dio
por vencida y tomó un taxi. Mis hijos se rieron por la distracción de la nonna. Yo preferí
ignorar aquel sonido que retumbó en mi interior, como una piedra que se raja, el eco de un
derrumbe lejano que uno se resiste a escuchar.
Después fue la comida. Las pastas inigualables dejaron de existir. Se le quemaban las pre-
paraciones. Mezclaba mal los ingredientes, los mismos que había combinado sin medido-
res y a la perfección toda la vida, de pronto caían en exceso o eran insípidos. Los aromas de
la sartén, el ajo con oliva, la salsa de tomates maduros, todo se deshacía lentamente en el
olvido de la casa.
Luego vino el fin del calendario. Había olvidado su edad, era incapaz de decir en qué año
estábamos. Tenía la certeza de su fecha de nacimiento, pero todo el resto se enmarañaba en
una bruma espesa, una niebla cada vez más omnipresente que había comenzado a cubrir su
vida, que desdibujaba los contornos. Repetía los mismos temas, una y otra vez, en cada
visita. Cada vez me resultaba más difícil dominar el mal humor. ¿Por qué insistía? ¿Cómo
no entendía? ¿Cuántas veces tenía que explicarle las mismas cosas? Y debajo de mi antipa-
tía se movía el duelo, la certeza de que había dejado de ser hijo, de que ya nadie me cuida-
ría. Era incapaz de perdonarla, solo lograba enojarme.
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18/12/22, 10:56 El día que mi mamá dejó de estar loca
Por último, apareció la canción. Maruzella. Mi mamá había dejado de pronto de ser una
anciana, cantaba con la voz de una nena en su idioma de la infancia, napolitano. Stu core
mme faje sbattere. Me haces latir el corazón. Cchiù forte ‘e ll’onne. Más fuerte que las olas.
Quanno ‘o cielo è scuro. Cuando el cielo es oscuro. Primma me dice sí. Primero me dices
que sí. E doce, doce, me faje murí. Y dulcemente, dulcemente, me haces morir. Maruzzella,
Maruzzé. La niña en el cuerpo de mi madre cantaba en napolitano. Los ojitos se le habían
perdido, deambulaban por los techos y las paredes, por las hojas de los árboles del jardín.
Miraba seres y colores que nosotros éramos incapaces de ver. Hablaba con mi papá, muerto
hace cuarenta años. Ponía su foto sepia en el regazo y se reían juntos. Mi mamá viva y mi
papá muerto. Y cantaban, Maruzzella, Maruzzé.
Su cuerpo se destruyó de a poco. Era cada vez más frágil. Tuvimos que internarla. Por unos
días la regresábamos a su casa y, al poco tiempo, de nuevo al sanatorio, a los tubos en el
cuerpo, al goteo del suero, a las horas interminables en el pasillo mientras se ensañaban
adentro de la habitación con el intento de frenar lo inevitable. Pasaba a verla antes de ir al
diario. Estaba vestida con un camisolín y tenía la foto de mi papá entre las manos, sin sol-
tarla un segundo. Mi mamá nunca olvidó mi nombre. El resto se había perdido en la bruma.
Un día entré ala habitación del sanatorio y encontré su mirada inesperadamente presente.
–Yo me volví loca– me dijo, con sus ojos clavados en los míos.
Su cordura me estremeció. Era imposible. No sabía qué responder.
–Me volví loca, les causé un montón de problemas– repetía. Y pedía perdón, una y otra
vez, para mí, para mis hermanos. Por un instante fue aterradoramente consciente. No
lograba entender cómo era posible haber extraviado su mente, veía pasar sus meses fina-
les. Intenté tranquilizarla. La cordura duró unas horas y luego mi mamá se perdió para
siempre. A los pocos días, murió.
Desde entonces, no puedo olvidar ese momento en que volvió. Sus ojos en los míos, su
interpelación: “me volví loca”. Esa conciencia imposible. Una noche se lo conté a mi mujer.
Con esa inteligencia intuitiva, ella me respondió que mi mamá había pedido permiso a su
mente para despedirse. Todavía escucho su canción… mar uzella,M ar uzzéy veo su mano
apretujando la foto de mi papá. E doce, doce, me faje murí. Dulcemente me haces morir.
Posiblemente le cante Maruzella a los hijos de mis hijos. No sé hasta cuándo. Tal vez hasta
que mi mente se pierda de a poco. ●*
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