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PRESENTACIÒN

Hoy existen nuevas formas de violencia, la cual se ve expresada en algunos


sectores de nuestra juventud. Juventud que sin querer ni desearlo, se ha formado
en un ambiente social no sólo nada óptimo, sino que Ilena de desigualdades
sociales, de corrupción, de falte de presencia de instituciones públicas en sus
vidas que les infundan valores, de extrema pobreza, de hogares desorganizados
y/o reconstituidos, de violación a los derechos humanos, entre otros; todo ello fue
y sigue siendo caldo de cultivo, para la existencia de una violencia estructural, que
se manifiestan en diversas formas.

El presente trabajo de investigación doctoral se encuentra conformado por la


investigación de siete doctorandos realizados en torno a la delincuencia juvenil, lo
importante del presente trabajo es que las conclusiones y sugerencias a los que a
Ilegado cada uno de los investigadores se encuentra sustentado en un trabajo de
campo realizado directamente por los doctorandos o bajo su supervisión, lo cual
permite que las conclusiones que se han arribado sean reales.

1
DEDICATORIA

CON MUCHA ENTREGA Y CARIÑO HACEMOS ESTA DEDICATORIA A


NUESTROS PADRES PORQUE NOS APOYAN INCONDICIONALMENTE A
NUESTRA FORMACIÓN COMO CIUDADANOS Y POR ENDE COMO
PROFESIONAL.

2
AGRADECIMIENTO

EN PRIMER LUGAR EXPRESAR A DIOS POR HABERNOS PERMITIDO


LLEGAR HASTA ESTE PUNTO Y HABERNOS DADO SALUD, SER EL
MANANTIAL DE VIDA Y DARNOS LO NECESARIO PARA SEGUIR ADELANTE
DÍA A DÍA PARA LOGRAR NUESTROS OBJETIVOS, ADEMÁS DE SU INFINITA
BONDAD Y AMOR.

A NUESTROS PADRES, A LA SOCIEDAD CIVIL QUE ESPERA VER EN


NOSOTROS UNA PROFESIONAL COMPETENTE CON LICENCIA SOCIAL Y
MORAL Y A NUESTRA INSTITUCIÓN Y EDUCADORES POR LAS
ENSEÑANZAS BRINDADAS A CADA UNO DE NOSOTROS.

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INDICE
Presentación……………………………………………………………….………………1
Dedicatoria…………………………………………………………………………………2
Agradecimiento……………………………………………………………………………3
Índice…………………………………………………………………………………..……4

I. DATOS GENERALES……………………………………………..………………….5

II. JUVENTUD Y VIOLENCIA EN EL PERÚ…..………………………………………6

III. CRIMINALIDAD Y VIOLENCIA JUVENIL EN EL PERÚ…………………...…...14

1. TEORÍAS SOBRE LA CRIMINALIDAD………………………………………..15


2. APUNTES SOBRE LA VIOLENCIA…………………………………………...23
3. SOBRE JUVENTUD Y CRIMINALIDAD………………………………………27

IV.PANDILLAJE………………………………………………………………………....29

1. CLASES DE PANDILLAS………………………………………………………33
2. ANALISIS DE ALGUNOS AUTORES………………………………………...35

V. CONCLUSIONES…………………………………………………………………40
VI. BIBLIOGRAFIA……………………………………………………………………41

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I. DATOS GENERALES:

1.1.- Institución Formadora: IESPP- PICOTA

1.2.- Unidad Didáctica: I

1.3.-Tema: Juventud y violencia

1.4.-Docente: PERCY UPIACHIHUA GARCÍA

PICOTA – 2018

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II. JUVENTUD Y VIOLENCIA EN EL PERÚ

Cuando se habla de juventud y


violencia, es común que se
piense inmediatamente en la
participación o el protagonismo
de jóvenes en sucesos violentos
relacionados con pandillas,
«barras bravas» y delincuencia.
Al respecto, tienen gran difusión
los discursos políticos, imágenes
mediáticas e incluso trabajos
académicos que presentan a los
jóvenes fundamentalmente como
transgresores de las normas
sociales. No obstante, para
entender mejor las vinculaciones
entre violencia y juventud, es
necesario apreciar el tema
integralmente. Por un lado, se
debe considerar que los jóvenes no solo pueden ejercer violencia, sino que
también la sufren muy frecuentemente; y, por otra parte, es importante tener
presente que la violencia misma puede adoptar formas muy diversas, que van
más allá de lo que muestran los discursos más sensacionalistas.

Ciertamente, las formas de violencia más comunes y conocidas son las más
inmediatamente perceptibles, que involucran muchas veces las agresiones
físicas, verbales y psicológicas, así como varias acciones que entran en la
categoría de «infracciones a la ley penal». De hecho, en el Perú, los mismos
jóvenes reconocen a estas formas de violencia como los problemas que más
les preocupan.

Según la Primera Encuesta Nacional de la Juventud (Enajuv, 2017), el 59% de


los jóvenes peruanos señala a la delincuencia y el pandillaje como los
problemas más importantes para ellos, mientras que un 16% indica que el
problema más relevante es simplemente «la violencia». El mismo estudio
muestra que casi la mitad de los jóvenes encuestados (48%) reporta haber
sido víctima de violencia física, y algo más de la mitad (51%) informa haber
sufrido violencia psicológica.

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Vemos entonces que la violencia entre los jóvenes no se reduce a la
delincuencia, el «pandillaje pernicioso» o el vandalismo, pues hay también
otras formas que los afectan en sus vidas cotidianas, como la violencia familiar
o doméstica, de género, interpersonal o la que sufren muchos adolescentes en
el entorno educativo bajo la forma de matonería, acoso, intimidaciones u otras
formas de agresión. Un breve examen de estas modalidades nos permitirá
apreciar mejor la complejidad del problema.

Fijémonos en lo que ocurre con la violencia doméstica (llamada también


violencia familiar o intrafamiliar), que comprende a todos aquellos actos
violentos, de diversa índole, que ocurren en el seno de los hogares. En este
caso, los abusos más comunes son los que muchos hombres cometen contra
sus cónyuges (a lo que se suele llamar también violencia conyugal). Según la
Encuesta Demográfica y de Salud Familiar (Endes, 2017), alrededor del 30%
de las mujeres de 15 a 29 años de edad que tienen o han tenido alguna vez
un esposo o compañero declaran haber sufrido alguna forma de violencia
física. Luego, está también el maltrato hacia niños y adolescentes por parte de
sus padres o sus madres, o por parte de hermanos mayores hacia los
menores.

Sobre este punto, el 27% de las madres jóvenes participantes en la Endes


2017 informaron que emplean castigos físicos con sus hijos, mientras que
muchas de ellas manifestaron que sus padres las castigaban golpeándolas
(54%), y que sus padres golpeaban a sus madres (41%). Desde luego, el
maltrato en las parejas o al interior de las familias no se reduce a los golpes,
que son tan solo una parte del problema, pues también constituyen actos de
violencia los insultos, los gritos, las humillaciones y las amenazas.

Sobre la violencia ejercida por los hombres contra las mujeres, hay que
advertir que no es un asunto restringido al ámbito doméstico. La violencia de
género ocurre muy ampliamente más allá de las familias, siendo también en
este caso las mujeres las más afectadas. Puede darse entre parejas de novios
o enamorados, pero también en el ámbito laboral (a veces bajo la forma de
acoso sexual) o en el terreno cotidiano contra mujeres que no necesariamente
tienen alguna relación con quienes las maltratan (el hostigamiento en las
calles, por ejemplo). En casos extremos se llega incluso al asesinato de
mujeres, llamado también feminicidio.

En muchas ocasiones, la violencia de género adopta la forma de abuso


sexual, que puede darse dentro o fuera de las relaciones de pareja.

Según un estudio reciente (Mujica, 2017), en el Perú las violaciones sexuales


alcanzan tasas altísimas, si se las compara con las de otros países de
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Sudamérica y del mundo, y preocupa especialmente que el 78% de las
víctimas sean en este país menores de 18 años (siendo las más afectadas las
adolescentes de 14 a 17 años), quienes muchas veces son violentadas por
personas de sus propios entornos sociales o familiares.

Está también, por otro lado, la violencia que muchos adolescentes sufren en
sus centros educativos.

Al respecto, un reciente estudio en colegios públicos de mujeres ha


encontrado que los conflictos y la violencia ocurren también muy
frecuentemente en estas instituciones (León, 2017), en muchos casos debido
a los clásicos prejuicios relacionados con las desigualdades sociales,
económicas y étnicas, pero también a consecuencia de las profundas
discrepancias que surgen por la contradicción entre los mandatos tradicionales
en la socialización de los jóvenes (promovidos desde la escuela y la familia) y
los nuevos valores propagados por los medios de comunicación de masas,
que alientan en los jóvenes una vocación por el consumo, el individualismo, la
autonomía sexual y la búsqueda de popularidad.

En este contexto, y ante la pérdida de legitimidad de los antiguos mecanismos


de control social sobre los jóvenes, los juicios sobre el origen social, la
conducta y la moral sexual, así como los celos y las envidias, terminan
generando conflictos que se resuelven muchas veces de maneras violentas
(León, 2017).

Esto también es reconocido por los mismos jóvenes. En la Enajuv 2017, al ser
preguntados sobre los principales problemas que identifican en sus
instituciones educativas, el segmento de menor edad (de 15 a 19 años) señaló
como problemas más frecuentes las burlas o descalificaciones entre
compañeros (38%) y la violencia física entre alumnos (32%), seguidos de las
preocupaciones por la «disciplina» (22%) y la victimización por «robos» al
interior de esas instituciones (20%).

No es fácil establecer líneas demarcatorias claras entre una y otra forma de


violencia. Por lo visto hasta acá, se trata de un asunto enormemente complejo,
y antes que intentar distinguir diferencias entre una y otra forma de violencia,
conviene más plantear que sus distintas formas se interrelacionan entre ellas.
Por ejemplo, una parte significativa de la violencia que ocurre entre jóvenes en
los colegios tiene que ver con imperativos de género.

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Existen variados mandatos sociales que la sociedad alienta en los hombres,
desde muy temprano en sus vidas: ideas y comportamientos por los cuales se
les empuja a demostrar su virilidad en diversos escenarios, incluyendo la
escuela, la calle y otros entornos de pares, donde el despliegue de la
masculinidad adopta la forma de actitudes competitivas relacionadas con la
fuerza, la osadía, la agresividad y el desempeño sexual, que muchas veces
aparecen motivando disputas y violencia entre jóvenes varones.

A las mujeres, por otro lado, se les suele inculcar modelos estereotipados que
las adscriben al ámbito doméstico privilegiando en ellas la pasividad, el recato
y la moderación sexual, todo lo cual entra en conflicto con nuevos valores y
estilos de comportamiento en los que destacan la diversión, el consumo y la
libertad sexual. Debido a esto, las diferencias interpersonales relacionadas
con la moral sexual y las nociones de género terminan interviniendo en la
generación de conflictos y violencia entre mujeres jóvenes, como ocurre en
colegios públicos de Lima.

Así también, se habla mucho de la violencia que ejercen los miembros de


pandillas juveniles, ya sea en agresiones entre ellos mismos o entre grupos
rivales, o en situaciones que afectan a otras personas involucrando faltas y
delitos de diversa índole. Aquí la violencia puede estar asociada, en parte, a
los mismos mandatos de masculinidad mencionados en el párrafo previo, pero
también puede aparecer como una reacción frente a otras formas de violencia
que trataremos a continuación que sufren los jóvenes provenientes de los
sectores menos favorecidos de la sociedad, como sugiere un interesante
trabajo de investigación realizado con jóvenes «mancheros» de Ayacucho, el
cual enfatiza además que estos grupos no son inherentemente violentos ni se
forman con miras a cometer delitos .

En realidad, se trata de un tema sobre el que no se ha investigado aún lo


suficiente. A veces, incluso, se tiende a emplear el calificativo de «pandilla»
con una connotación negativa para designar a cualquier grupo juvenil de
pares.

Todas estas formas de violencia se dan en el Perú en un marco social muy


jerarquizado y con marcadas desigualdades sociales, económicas, políticas y
étnicas. Debemos advertir, entonces, que la violencia en este país tiene
también componentes estructurales y simbólicos. En lo que respecta a la
violencia estructural, esta ocurre como resultado de una distribución
injustamente desigual de los recursos, el poder o las oportunidades
disponibles para la población.

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Es decir, la violencia se presenta también bajo la forma de discriminación o
exclusión social. En el caso del acceso al empleo, podemos citar, por ejemplo,
un estudio experimental realizado en Lima en el que unos investigadores
enviaron hojas de vida ficticias a convocatorias laborales dirigidas a jóvenes
(para trabajos «de entrada», con menos de cinco años de experiencia), y
hallaron altísimos niveles de discriminación relacionada con la «raza» y el
sexo de los supuestos postulantes: quienes tenían apellidos y fotografías
categorizadas como de «andinos» recibían significativamente menos
respuestas que los «blancos». Algo similar ocurría con las mujeres en
comparación con los hombres.

Situaciones similares pueden manifestarse en asuntos como el acceso a la


educación, la justicia, los servicios de salud, la seguridad, entre otros rubros.
Cuando estas exclusiones ocurren debido a factores muy arraigados en la
historia y las instituciones, hablamos entonces de condiciones estructurales
que constituyen ya de por sí una forma de violencia sobre aquellos que se ven
en desventaja o son explotados. Estas formas de violencia pueden ser más
difíciles de reconocer y percibir, pues sus manifestaciones no siempre adoptan
la forma de agresiones físicas o directas. No obstante, la violencia estructural
puede ser igualmente perniciosa para la convivencia social, la dignidad de las
personas y los proyectos de vida y aspiraciones de los jóvenes.

Pero una cosa es que existan todas esas formas de discriminación y exclusión
social que configuran un escenario de violencia estructural, y otra cosa distinta
es que la gente acepte y tolere tales inequidades. Cuando aquellos que son
discriminados aceptan el trato injusto como algo normal, natural o merecido, o
como un asunto del destino, hablamos entonces de «violencia simbólica», una
categoría propuesta por el sociólogo francés Pierre Bourdieu para describir los
casos en que las personas internalizan las justificaciones que los colocan en
desventaja en la sociedad, naturalizando las desigualdades sociales y las
jerarquías, y adoptando el punto de vista de quienes los marginan.

Por ejemplo, hoy en día muchos de los jóvenes que recién se insertan al
mercado laboral lo hacen en muy malas condiciones: tienen empleos
precarios, carecen de beneficios sociales, trabajan sobretiempos y reciben
salarios muy bajos; en ocasiones, ni siquiera se les paga o reciben solo un
pequeño monto por «movilidad» o alimentación (es el caso de muchos
«practicantes»). Pero si esto ocurre tan extendidamente, es en buena medida
porque se ha vuelto de sentido común la noción de que los jóvenes deben
«pagar derecho de piso», idea aceptada incluso entre ellos mismos, quienes
muchas veces toleran esta situación viéndola como un «sacrificio» que deben
hacer para ganar experiencia.

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Así también, debido a muchos otros prejuicios sociales, otros jóvenes pueden
autopercibirse en situación de inferioridad por ser indígenas, mujeres, de
origen rural, de una determinada orientación sexual, o simplemente por tener
menor edad que otras personas.

Y si a esto le sumamos que, en efecto, hay en la sociedad visiones muy


arraigadas que desvalorizan a las personas que tienen esas características y
les niegan oportunidades, tenemos entonces un panorama en el que la
violencia estructural confluye con la violencia simbólica, reproduciendo
situaciones de exclusión social que afectan en gran medida a los jóvenes.

En esta discusión sobre las formas de violencia que afectan a la juventud, no


debemos dejar de lado otros factores generadores de conflictos que pueden
eventualmente desencadenar la violencia.

Particularmente, no podemos olvidar que la sociedad peruana vive aún las


secuelas del proceso de violencia política ocurrido en el país en las décadas
de 1980 y 1990, que según la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR)
tuvo como principal responsable al grupo armado conocido como Sendero
Luminoso.

Aquel episodio produjo decenas de miles de muertos, desaparecidos,


desplazados y discapacitados, además de cuantiosas pérdidas materiales. El
trauma que esto significó para el país no ha sido superado aún, pues los
debates y las divisiones en torno al tema persisten hasta hoy, y muchos de los
afectados no han alcanzado justicia o reparación.

En este tema hay al menos dos cosas que no debemos perder de vista. En
primer lugar, que muchos jóvenes tuvieron un rol protagónico en el
surgimiento de esa historia de violencia política, ya que Sendero Luminoso se
formó en una universidad pública y se propagó en entornos educativos,
mediante la convocatoria principalmente de jóvenes estudiantes, muchos de
ellos excluidos por sus antecedentes rurales o por su origen étnico.

Y, en segundo lugar, es preciso advertir que el país no ha superado aún varias


de las condiciones de violencia estructural que contribuyeron al origen y la
expansión de la violencia política: marginación social y económica de
importantes sectores de la población, grandes brechas de desigualdad,
precariedad del sistema educativo, entre otros factores.

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En lo que respecta a los jóvenes de hoy en relación con nuestra historia
reciente de violencia política, es importante mencionar que todavía existen en
varias universidades públicas peruanas algunos grupos políticos que
reivindican el llamado «pensamiento Gonzalo», la ideología de Sendero
Luminoso, y que plantean salidas radicales y violentas a los problemas del
país.

Esos y otros grupos suelen mostrar actitudes intolerantes ante otros puntos de
vista, lo cual se traduce muchas veces en prácticas políticas autoritarias y
violentas.

No obstante, cabe señalar que el autoritarismo y la intolerancia pueden ser


problemas de más profundo arraigo en la cultura política peruana. Aun así,
interesa en particular advertir lo que ocurre entre los jóvenes, especialmente
en dos puntos: el conocimiento de la historia reciente de violencia política en el
país, y el lugar que actualmente ocupan el autoritarismo y la violencia en la
cultura política de los jóvenes.

En cuanto a estos temas, podemos citar aquí un estudio conducido por la


Senaju en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos de Lima en 2017,
según el cual el 37% de los estudiantes se declaraba poco o nada informado
sobre cómo se vio afectada su universidad por la violencia política en las
décadas de 1980 y 1990, y alrededor de la mitad no conocía o tenía solo una
idea vaga de qué es el «pensamiento Gonzalo».

Aun así, era mayoritario el rechazo a la ideología de Sendero Luminoso y a las


propuestas de los grupos prosenderistas con presencia en esa universidad.
Por otro lado, en relación con la cultura política de los estudiantes, un 18%
opinó que en algunas circunstancias un gobierno autoritario sería preferible a
uno democrático, mientras que a un 7% le daba lo mismo que el gobierno sea
democrático o autoritario.

Así también, el 17% consideró que «a veces la política implica el uso de la


fuerza» y un 5% opinó que «el uso de la fuerza es un medio legítimo de lucha
política».

Todo lo señalado hasta aquí nos lleva a reiterar que el problema del vínculo
entre juventud y violencia es bastante complejo y abarca múltiples
dimensiones. Por eso mismo, en su abordaje es necesario considerar una
amplia variedad de enfoques y estrategias.

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Así, una estrategia integral de prevención de la violencia y promoción de una
cultura de paz entre los jóvenes debería considerar:

 La promoción de prácticas y valores democráticos, especialmente en el


entorno educativo, enfatizando aspectos como la tolerancia, la convivencia
pacífica y el respeto por las diferencias.

 La profundización y expansión de los enfoques y programas de derechos


humanos e interculturalidad en los diversos sectores del Estado.

 La promoción de la equidad de género y el cuestionamiento de los


prejuicios y estereotipos sobre hombres y mujeres, a través de programas
específicos, mensajes educativos, reformas legales y cambios en las
estructuras institucionales.

 El fortalecimiento de los servicios de protección social y legal para víctimas


de violencia familiar y sexual.

El fortalecimiento del tejido social a nivel local, mediante la formación de


redes y espacios de socialización juvenil con carácter educativo, artístico,
cultural, deportivo y de fomento al emprendimiento social y económico.
 La mejora de los sistemas de rehabilitación y resocialización de jóvenes en
conflictos con la ley penal.

 La participación de los jóvenes en la construcción de espacios


democráticos para el diálogo y la concertación, que sirvan además como
mecanismos para la resolución pacífica de conflictos.

 La erradicación de todas las formas de discriminación.

 La reducción de las inequidades sociales en el acceso a oportunidades.

 La memoria histórica del pasado reciente de violencia política y el rechazo a


ideologías de carácter autoritario o que alienten soluciones violentas a los
problemas del país.

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III. CRIMINALIDAD Y VIOLENCIA JUVENIL EN EL PERÚ

Tratar el tema de la criminalidad


juvenil suele traer a la luz varias
concepciones comunes sobre
los jóvenes, en particular, y
sobre los seres humanos, en
general. Ciertamente, los
jóvenes que cometen acciones
reñidas contra las leyes son una
población en riesgo, mas ¿será
que el aura de peligrosidad
construida alrededor de estos
jóvenes influye en la percepción
general que se tiene de la
juventud? Es decir, puede que
se construya una imagen de los jóvenes que los presente como peligrosos a
partir de las características de un grupo de ellos. En ese sentido, importa
reconocer cuál es la imagen que se ha construido sobre los jóvenes, pues la
manera de relacionarnos con ellos estará marcada por tal imagen y lo estarán
también las políticas dirigidas a este sector de la población.

En la región de América Latina, Central y el Caribe existe una alta y creciente


preocupación por la seguridad ciudadana. El Perú no es ajeno a esta
tendencia, mas su situación de seguridad es distinta a la de los países con
mayores problemas de seguridad en la región. Muchos de esos problemas
implican la participación de los jóvenes, con lo cual se forma una imagen de
ellos vinculada al riesgo. Es decir, se les ve como una población cuyas
acciones pueden afectar negativamente el normal desenvolvimiento de la
sociedad.

Consideramos que una descripción apropiada de la situación de seguridad y


de criminalidad juvenil en el país debe servir para desarrollar una visión justa
de nuestra juventud y no infundir un temor injustificado, que, además, suele
acompañarse de la demanda de medidas autoritarias y de «mano dura» que
apuntan al castigo y la represión antes que a la integración. Proponemos
iniciar presentando el contexto amplio en el que se desarrollan la delincuencia
y la violencia juvenil, para luego analizar situaciones más específicas.

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En este capítulo, nuestro objetivo será exponer las condiciones asociadas a la
criminalidad juvenil. Para esto, realizamos una exploración en la literatura
sobre criminalidad, juventud y violencia.

Al confrontarnos con un tema como este, sabemos desde un inicio que ningún
enfoque por sí solo será suficiente para dar cuenta de su complejidad. Por
ello, intentaremos presentar diferentes teorías y enfoques, que tomaremos
como punto de partida y que estarán presentes en todo el estudio.

1. Teorías sobre la criminalidad

Aunque las teorías sobre la criminalidad que presentamos aquí son solo
algunas y no siempre congruentes entre sí, nos proporcionarán una base
para entender las causas, consecuencias o relevancia de diversos
fenómenos que ocurren en el país.

1.1. Tendencias sádicas en criminales


La psicología y, en especial, el psicoanálisis suelen partir de los
individuos y sus biografías para explicar o comprender sus
comportamientos. En esta tradición se inscriben los trabajos de
Melanie Klein [1882-1960] sobre la criminalidad. Elegimos su
propuesta, ya que presenta un modelo de desarrollo de la
personalidad criminal que integra aportes y puntos de acuerdo con
otros psicoanalistas.

En Tendencias criminales en niños normales (1927), Klein presenta un


esquema evolutivo, de acuerdo al cual ciertas experiencias
generadoras de angustia durante los primeros años de vida
predispondrían a los sujetos hacía un futuro en el que revivirían sus
experiencias de sufrimiento temprano. Klein afirma:

«Lo que aprendemos sobre el niño y el adulto a través del


psicoanálisis es que todos los sufrimientos de la vida posterior son en
su mayor parte repeticiones de estos sufrimientos tempranos, y que
todo niño en los primeros años de su vida pasa por un grado
inmensurable de sufrimiento.»

Las primeras experiencias de sufrimiento provendrían de la lucha


entre las tendencias más primitivas y aquellas provenientes de la
cultura más recientes.

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Las tendencias primitivas, que apuntarían al canibalismo y al
asesinato, serían enfrentadas por la represión, mecanismo que se
encuentra en el Superyó y que dirigiría su mayor fuerza a estas
tendencias más primitivas. El Superyó se encontraría en actividad si
bien aún en formación hacia los dos años de edad. «Ya en el segundo
año encontramos al Superyó en acción, por cierto que en su estadio
de desarrollo»

Durante estos primeros años la represión vendría como auxilio a los


niños, ya que, a partir del complejo de Edipo, estos desarrollarían
sentimientos ambivalentes hacia sus padres, quienes serían vistos
como objetos amados y odiados. Un Yo incipiente no podría manejar
tales sentimientos y el Superyó debe recurrir en su ayuda, a través de
la represión.

A parir del complejo de Edipo, los niños desarrollarían sentimientos


asesinos hacia sus padres. De acuerdo a los mecanismos del
inconsciente estas emociones aparecerían proyectadas en sus
objetos. Es decir, los niños desarrollarían el miedo a ser asesinados
por sus padres y la aparición de esta fantasía instaura un ciclo de
angustia en ellos.

Cuando los niños recibieran maltrato, encontrarían refuerzos actuales


a sus miedos de ser eliminados, lo que a su vez acrecentaría sus
deseos primitivos, además de la aparición de sentimientos de culpa
que sancionan al individuo. Se debe considerar que otro mecanismo
del inconsciente para superar una situación amenazante es intentar el
cambio de posición.

Es decir, uno dejaría de sentirse amenazado al convertirse en el sujeto


que amenaza. De acuerdo al esquema evolutivo propuesto por Klein,
un Superyó que debe aplicar constantemente mecanismos de
represión tiene el efecto de no permitir el despliegue de la fantasía en
los niños.

La fantasía sería el motor del juego, el espacio en el que los niños


podrían sublimar sus deseos y sentimientos violentos. Aquellos que no
desarrollan su capacidad lúdica mostrarían un gran miedo a sus
fantasías, las cuales estarían siendo reprimidas fuertemente.

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Represión sin reelaboración o sublimación conducirían a acrecentados
sentimientos de culpa que se transformarán en la necesidad de
realizar actos sancionados, para aplacar la necesidad de castigo
generada por la culpa.

La autora explicita su esquema en la siguiente cita:

… el sentimiento de culpa juega un gran papel en la compulsión a


repetir una y otra vez actos prohibidos, aunque con el tiempo estos
actos adquieran un carácter muy distinto.

Por lo general se puede considerar que en todo así llamado niño


«malo o travieso» también está en acción el deseo de castigo (1927).
Para Klein, no se trata de que los criminales no experimenten
sentimientos de culpa, sino de que esta actúe en una forma distinta en
ellos. La culpa los llevaría a cometer actos sancionables.

El proceso surgido en la infancia evolucionaría hasta hacerse más


complejo con el paso del tiempo, pero un Superyó muy represivo y
generador de angustia sería una característica que acompañaría a los
criminales. Estos serían violentos y atacarían, pues experimentarían
sentimientos de miedo y persecución.

Esta característica es relevante, ya que guarda relación con la


protección que ciertas organizaciones criminales y pandillas ofrecen o
aseguran a sus miembros.

Los aportes de Klein son valiosos para interpretar datos biográficos,


motivaciones o compulsiones personales y trayectorias de actores
criminales específicos. Sin embargo, a partir de esta propuesta, no se
puede entender la criminalidad en un sentido social. La teoría sobre la
criminalidad aún requiere complejizarse utilizando elementos que den
cuenta de fenómenos sociales asociados a la delincuencia.

1.2. La ventana rota


Lo que se conoce como la teoría de «la ventana rota» (Kelling & Coles,
1996) es una construcción que, si bien no aborda las causas de la
delincuencia, propone dos factores a los que se encuentra fuertemente
asociada: el descuido o desinterés ciudadano y el nivel de «ruido» o
desorden en las calles.

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Esta teoría encuentra una relación directa entre desorden callejero y
criminalidad. Cuando se genera la impresión de descuido en las calles,
como dejar rotos los cristales de la ventana de un edificio, no pasará
mucho tiempo antes de que otros sujetos rompan los otros cristales.
Luego, los espacios públicos serán tomados por personajes
antisociales. Pronto las calles serán lugares para actividades ilegales,
como la venta de drogas, y pronto se harán peligrosas. De mantenerse
la situación, en poco tiempo prosperará una economía criminal y nadie
se sentirá seguro.

Será de utilidad señalar que esta conceptualización, en sus efectos


prácticos, no apunta a reducir la «gran criminalidad» ni la «criminalidad
organizada». Se centra en la percepción de seguridad o inseguridad de
los habitantes de zonas residenciales. De acuerdo a los autores, la
labor de la policía es mantener el orden y la demanda de los vecinos
es la seguridad en sus barrios.

La idea de reducir el desorden callejero se dirige a disminuir la


cantidad de elementos externos que afecten el «orden» en las
comunidades (Wilson & Kelling, s. f.). La teoría propone que, para
reducir la criminalidad, es necesario reducir el desorden. La manera de
hacer esto es a través del patrullaje agresivo –preventivo y a pie–. La
combinación de cuidado por el espacio y patrullaje agresivo son los
elementos centrales para combatir la criminalidad.

Esta teoría fue asumida y llevada a la práctica en Nueva York por


William J. Bratton, el jefe del Departamento de Policía, y Rudolph
Giuliani, el alcalde, en la década de los 90. Los resultados fueron
bastante satisfactorios, ya que se registró un gran descenso en el
número de crímenes en la ciudad. No obstante, la ejecución de la
propuesta de Bratton implicó una gran inversión en sistemas de
vigilancia, mejora de registros estadísticos y sistemas de control
internos a la propia policía.

La estrategia del patrullaje agresivo, si bien logró reducir el número de


delitos, como robos, generó críticas de acoso y abuso policial,
principalmente sobre ciudadanos pertenecientes a minorías étnicas.

18
La teoría de la ventana rota tiene la peculiaridad de haber sido
empleada en programas concretos de reducción del crimen. Programas
que, además, han sido exitosos. Sin embargo, nos deja solo con
opciones para reducir ciertas actividades criminales y nos dice poco o
nada de los criminales mismos, o de cómo llegan a su situación.
Es decir, a partir de esta teoría no se puede desarrollar un enfoque
preventivo dirigido a que los jóvenes no desarrollen una carrera en el
mundo delictivo.

1.3. Enfoque económico

El enfoque económico sobre la criminalidad tiene a su gran


representante en Gary Becker, premio Nobel en economía de 1992,
quien plantea que el criminal es un actor económico no afecto al
riesgo. El supuesto para la acción del delincuente es su
comportamiento racional, de acuerdo al cual debería buscar siempre
maximizar sus ganancias.

El encuentro de la racionalidad con el provecho económico transforma


el acto delictivo en elemento de cálculo racional. Si se observa que
ciertos actores prefieren el delito antes que otros medios para obtener
ganancias, esto debe obedecer a un cálculo que encuentra mayores
beneficios en el acto criminal.

Según esta teoría, es posible construir una fórmula matemática para


predecir la ocurrencia de actos criminales específicos (Becker, 1974).

Para predecir crímenes, se considera que la acción criminal debería


ser más rentable que el dinero equivalente al que se ganaría en un
trabajo regular durante el tiempo que duraría la privación de libertad, si
se es atrapado por ese delito reducir el desorden callejero se dirige a
disminuir la cantidad de elementos externos que afecten el «orden» en
las comunidades (Wilson & Kelling, s. f.).

La teoría propone que, para reducir la criminalidad, es necesario


reducir el desorden. La manera de hacer esto es a través del patrullaje
agresivo –preventivo y a pie.

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La combinación de cuidado por el espacio y patrullaje agresivo son los
elementos centrales para combatir la criminalidad. Esta teoría fue
asumida y llevada a la práctica en Nueva York por William J. Bratton, el
jefe del Departamento de Policía, y Rudolph Giuliani, el alcalde, en la
década de los 90. Los resultados fueron bastante satisfactorios, ya que
se registró un gran descenso en el número de crímenes en la ciudad.

No obstante, la ejecución de la propuesta de Bratton implicó una gran


inversión en sistemas de vigilancia, mejora de registros estadísticos y
sistemas de control internos a la propia policía. La estrategia del
patrullaje agresivo, si bien logró reducir el número de delitos, como
robos, generó críticas de acoso y abuso policial, principalmente sobre
ciudadanos pertenecientes a minorías étnicas.

La teoría de la ventana rota tiene la peculiaridad de haber sido


empleada en programas concretos de reducción del crimen. Programas
que, además, han sido exitosos. Sin embargo, nos deja solo con
opciones para reducir ciertas actividades criminales y nos dice poco o
nada de los criminales mismos, o de cómo llegan a su situación.

Es decir, a partir de esta teoría no se puede desarrollar un enfoque


preventivo dirigido a que los jóvenes no desarrollen una carrera en el
mundo delictivo. 3.3 Enfoque económico El enfoque económico sobre
la criminalidad tiene a su gran representante en Gary Becker, premio
Nobel en economía de 1992, quien plantea que el criminal es un actor
económico no afecto al riesgo.

El supuesto para la acción del delincuente es su comportamiento


racional, de acuerdo al cual debería buscar siempre maximizar sus
ganancias.

El encuentro de la racionalidad con el provecho económico transforma


el acto delictivo en elemento de cálculo racional. Si se observa que
ciertos actores prefieren el delito antes que otros medios para obtener
ganancias, esto debe obedecer a un cálculo que encuentra mayores
beneficios en el acto criminal. Según esta teoría, es posible construir
una fórmula matemática para predecir la ocurrencia de actos criminales
específicos (Becker, 1974).

20
Para predecir crímenes, se considera que la acción criminal debería
ser más rentable que el dinero equivalente al que se ganaría en un
trabajo regular durante el tiempo que duraría la privación de libertad, si
se es atrapado por ese delito La ley, que sería un conjunto de
enunciados impersonales, tendría un alcance más amplio.
Supuestamente, en los Estados modernos se debería contar con leyes
generales que, sin variar, pudieran ser aplicadas, independientemente
de la pluralidad de la población a la que rigen.

Se supone, también, que el Estado debería velar por el cumplimiento


de las leyes. La cultura hace referencia a un sistema de tradiciones y
valores compartidos por una comunidad, pero con un alcance menor al
de la ley. Por último, la moral tiene alcance personal.

Ley, cultura y moral regularían el comportamiento humano y, en una


sociedad ideal, debieran encontrarse en armonía, además de existir
una escala natural de exigencia de cada sistema.

En una sociedad democrática ideal, la ley, la moral y la cultura tienden


a ser congruentes. Los comportamientos que son válidos a la luz de la
moral individual suelen gozar de aprobación cultural, aunque lo inverso
no siempre es verdad. A su vez, lo permitido culturalmente suele estar
permitido legalmente, aunque algunos comportamientos jurídicamente
admisibles son rechazados por razones culturales. En una sociedad
ideal, la cultura es más exigente que la ley, y la moral lo es más que la
cultura.

Cuando estos sistemas no se encuentran en armonía, nos


encontramos con una situación caótica, en la que las leyes no son
respetadas y en la que los eventos ilegales llegan a ser aprobados
culturalmente. Ante esto, la violencia y delincuencia pueden
desarrollarse en las ciudades.

El «divorcio» entre las tres ha llevado en Colombia a un auge de la


violencia, de la delincuencia y de la corrupción; al desprestigio de las
instituciones; al debilitamiento de muchas de las tradiciones culturales,
y a una crisis de la moral individual. Ante la situación de «divorcio»
descrita, se propone la conciliación de estos sistemas.

21
Esa inadecuación genera problemas que van desde accidentes de
tránsito hasta homicidios y la receta para lograr la armonía sería la
incidencia sobre uno de los sistemas, de modo que los tres se hagan
armónicos. Se enfatiza entonces el sistema cultural y se propone
desarrollar una cultura ciudadana que deberá basarse en el respeto a
las leyes y en la aceptación de que esto mejorará la convivencia.

También es parte del programa fomentar una «comunicación


intensificada» entre los ciudadanos, bajo la hipótesis de que, ante una
mayor interacción, será menor el nivel de conflicto al interior de las
comunidades.

Lo interesante de este discurso es la propuesta de la educación


ciudadana como medio para revertir el proceso de desorden y
violencia. Si se considerase que todos son educables, se les
presentase un paradigma de convivencia basado en el respeto a las
leyes y se lograse que este sea reconocido como «mejor», la gente se
interesaría por él.

El énfasis no recae en medidas represivas ni en leyes nuevas o más


severas, sino en cumplir las leyes existentes, adecuarlas a formas
aceptables y establecer un paradigma ciudadano de acción
denominado «zanahorio». Esta forma de abordar el tema de la
violencia y delincuencia se encuentra contextualizada a la realidad
latinoamericana. El divorcio del que habla Mockus puede ser
reconocible en muchas partes de América Central y del Sur.

La propuesta muestra un camino alternativo a las habituales medidas


para mejorar la seguridad, basadas en mayores sanciones legales y
mayor represión. Es también muy acertado el enfocarse en el
componente cultural antes que en el legal o personal, que son más
difíciles de modificarse. La atención prestada a la comunicación para
resolver conflictos es también muy importante. La mayor interacción
entre ciudadanos y la promoción de la argumentación, como forma
pacífica de resolver conflictos, son también propuestas relevantes a ser
consideradas.

No obstante, el tipo de comunicación propuesta puede requerir ciertas


condiciones. Es decir, en contextos dominados por la forma de
interacción oral, será difícil inculcar el respeto a normas impersonales.

22
Ante esto la propuesta «pedagógica» se muestra coherente frente a
una situación problemática. A pesar de los aciertos que pueda tener
esta teoría para dar cuenta de situaciones problemáticas en contextos
que nos son conocidos, existen factores regionales que están más allá
de la violencia interpersonal y que requieren un tratamiento más
específico.

Nos referimos a temas como el narcotráfico o la existencia de otros


grupos dedicados a actividades ilegales, que representan serios
peligros de seguridad para la comunidad. Ante estos grupos, la
educación ciudadana tendría una limitada posibilidad de acción.

Aun así, no debemos dejar de mencionar que esta propuesta


pedagógica puede rendir resultados valiosos, si se enfoca desde la
perspectiva de la prevención y logra evitar que los jóvenes sean
reclutados por grupos peligrosos o que resuelvan sus discrepancias de
manera violenta.

2. Apuntes sobre la violencia

Con frecuencia, los análisis sobre la violencia confluyen con los estudios
sobre criminalidad. En ocasiones, para explicar la criminalidad, se recurre a
la búsqueda de causas profundas en la naturaleza humana que llevarían a
ejercer violencia, de la cual la criminalidad sería una manifestación.
Recorriendo el camino en dirección opuesta, en ocasiones se intenta
explicar la violencia entre los hombres recurriendo a elementos ya
analizados en el estudio de la criminalidad.

En las ciencias sociales es común que, al estudiar un fenómeno, este se


explore en su relación con varios otros. Se ha hecho notar que este tipo de
análisis puede alejar del foco de atención los problemas que se quieren
estudiar. Para el caso de la violencia, cuando nos referimos a sus formas
específicas (violencia juvenil, familiar, social, estructural, etc.) o cuando se
analizan eventos específicos de hechos violentos, se pierde de vista el
núcleo violento que hace tener algo común a aquellos fenómenos.

Es decir, que al referir la violencia a otros elementos relacionados o al


analizar casos específicos estamos evadiendo el ocuparnos de la
persistencia de la violencia entre los hombres.

23
La tradición en las ciencias sociales que aborda fenómenos desde una
perspectiva relacional tiene la ventaja de evitar la «naturalización» de los
eventos, es decir, considerarlos «naturales» o invariables. Varios autores
han hablado de un carácter intrínseco de la violencia entre los seres
humanos.

Desde Thomas Hobbes [1588-1679], quien sostenía el carácter egoísta de


la naturaleza humana y su tendencia al enfrentamiento y la violencia, hasta
autores más recientes, para quienes la violencia no siempre puede
rastrearse a «causas» sociales o personales sino que puede darse sin más
objeto que ella misma, es decir, que existe una esfera de acción en la que
los actos violentos son «autotélicos».

Considerar la naturaleza humana como maléfica o agresiva, o la existencia


de un nivel de acciones en que la violencia es «autotélica», nos la presenta
como natural e inexorable en las relaciones humanas.

Considerar los actos violentos como indesligables del devenir humano nos
coloca en situación de aspirar a la contención y el castigo de tales acciones
por la vía represiva.

En contraposición a aquella descripción de la naturaleza humana, existen


otras perspectivas que nos muestran una naturaleza humana bondadosa y
cooperativa, la cual no impediría que se cometan actos crueles o violentos,
pero que interpretará a estos últimos como la expresión de la discordancia
entre un medio social adverso frente a los intentos del hombre de regirse
por los mandatos de su noble naturaleza.

En lugar de entrar a una discusión filosófica sobre la naturaleza humana y


el orden social, conviene que nos concentremos en la gente y en sus
contextos de vida, de los que son indesligables.

Desde una perspectiva pluralista, John Dewey [1859-1952] propuso que,


más allá de características positivas o negativas en la naturaleza humana,
será la sociedad en que se vive lo determinante para acrecentar o contener
tales características. Esto último se enmarca en una postura relacional y
puede resultar una vía más adecuada para entender las acciones violentas

El tema de la violencia se puede abordar también considerando su


dimensión política. Para ello, en este trabajo, desdoblamos el análisis de la
violencia para apreciarla ya sea como fin o medio.

24
Considerar a la violencia como fin en sí mismo también representa un
aspecto problemático en esta tradición de análisis político de la violencia,
pues supone una discusión sobre moralidad o sobre 23 formas de violencia
no instrumentales. La discusión de la economía entre fines y medios es de
suma importancia en el debate sobre la violencia, pues cuando se asume
que lo que importa es alcanzar los fines sin tomar en cuenta los medios y se
considera a la violencia un medio, entonces existe aceptación y condiciones
favorables para el despliegue de acciones violentas.

Estas podrían ser realizadas por un individuo, comunidad o sujeto político


(Estado, partido político u otro). Al juzgarse las acciones por los fines que
persiguen y no por los medios que emplean, el criterio de evaluación es la
justicia de los fines; mientras que, si se juzgan las acciones por los medios
empleados, el criterio es la legalidad de los mismos (Benjamin, s. f.).

De acuerdo a Walter Benjamin [1842-1940], lo propio de los estados de


derecho sería el establecimiento de fines temporales de acción, que pueden
ser concordantes o no con los fines supuestamente naturales establecidos
por el derecho natural. El derecho –las leyes– sería el medio de sostener el
ordenamiento político vigente. De acuerdo a esta concepción, cuando la
violencia se desarrolla fuera de lo previsto por el derecho, debe ser
sancionada, porque esta es la fuente sobre la que habrá de gestarse otro
derecho.

En este planteamiento la violencia es la manera de fundar y sostener un


ordenamiento jurídico. Benjamin realiza una observación interesante sobre
por qué los actos criminales serían objeto de eventual simpatía por la
población y encuentra que lo atractivo de tales acciones sería el desafío al
derecho y la crítica implícita al orden jurídico vigente.

El análisis de los componentes políticos de la violencia nos permite


comprender algunas acciones violentas como perseguidoras de fines sin
reparar en sus medios.

En otros casos la violencia será instrumental y buscará sostener un orden


establecido o enfrentarlo. Concebir la política de esta manera nos presenta
al derecho como un instrumento de imposición violenta y de dominación, al
que solo puede oponerse la violencia.

25
Es posible concebir la política desde una óptica de diálogo y posibilidades
de alcanzar acuerdos antes de recurrir a actos violentos. Más, en la otra
concepción, la violencia tiene un canal amplio por el cual puede llegar a
desplegarse y ser aceptada.

René Girard plantea otro enfoque desde el cual abordar la violencia. Este
autor encuentra que el potencial para la discordia y la violencia entre los
seres humanos están en la estructura de sus deseos. Según Girard, el
deseo humano no es fijo, sino móvil, y eso lo hace diferente del instinto. Su
objeto no son las cosas, sino otros deseos. Los seres humanos desearían
las cosas que desean otros; así, el verdadero objeto de deseo sería el
deseo del más próximo, del prójimo (Girard, 2002a).

Este deseo que apunta a los anhelos del prójimo recibe el nombre de deseo
mimético. Siendo que los propios deseos provendrían del modelo de los
deseos del prójimo, entonces resultaría que el prójimo, al desear, y los
otros, al desear lo que él desea, se encontrarían en una situación de
conflicto, ya que el prójimo no estaría dispuesto a renunciar a sus objetos
deseados sin enfrentamiento.

Los deseos miméticos de los rivales se acrecentarían en cuanto ellos


desearían lo mismo. De este modo convergería idolatría hacia los otros y
hacia uno mismo. La persistencia de esta rivalidad es denominada
escándalo (Girard, 2002b). Pronto la rivalidad dejaría de estar enfocada en
los objetos deseados y pasaría a convertirse en una rivalidad personal, la
cual no sería instintiva ni sería tampoco una pulsión de agresividad, sino
que sería la consecuencia del deseo mimético que habría devenido en
rivalidad mimética.

La respuesta primitiva para prevenir el desborde de violencia proveniente


de las rivalidades miméticas habría sido la prohibición. Un ejemplo de tal
mecanismo sería el décimo mandamiento de la religión judía (no codiciarás
los bienes ajenos). El mimetismo es peligroso porque contiene la capacidad
de victimizar a otros. Cuando se despliega el encono, este se convierte en
un deseo que es seguido por otros miméticamente.

Este afán se refuerza sobre los escándalos personales, los cuales ya no


dirigen su odio hacia el enemigo personal, sino hacia una víctima
socialmente escogida. Nace así la figura del «chivo expiatorio». La fuerza
mimética es tal que arrastra comunidades enteras.

26
Las autoridades deben ceder, aunque no estén racionalmente de acuerdo
con la demanda de las masas. El enfrentamiento de todos contra todos se
convierte en la violencia de «todos contra uno». En el momento en que se
elimina a la víctima, se restablece el orden y vuelve la paz.

Tal mecanismo actúa solo de manera temporal y, así, se reanuda el ciclo de


la violencia. La propuesta de Girard es útil para comprender procesos
individuales y sociales que siguen cursos violentos. Esto permite interpretar
ciertos eventos de violencia personal difíciles de explicar bajo otros
enfoques.

No obstante, el enorme potencial explicativo de la teoría de Girard es


precisamente su carácter omniabarcante y esto es lo que la hace muy
general y aplicable a cualquier situación, con lo que se puede hacer que
muchos hechos se amolden a la teoría en lugar de rastrear las
particularidades de tales hechos.

3. Sobre juventud y criminalidad

Definir «juventud» es un tema complicado. En general, las definiciones


constituyen un área problemática de las ciencias sociales, ya que, si bien es
necesario definir operativamente los fenómenos que se estudian, se puede
enfrentar la dificultad de no llegar a abarcar todos los casos que uno
quisiera o que la definición no sea compartida por otros investigadores.
Pero, cuando se pretende definir «juventud», «grupo étnico» o «violencia
juvenil», nos enfrentamos al tema de las excepciones a la definición.

Una alternativa para salvar el problema es apelar a la pauta hermenéutica


del sentido común; otra es confiar en la versión de los actores, es decir, si
ellos se sienten parte de un grupo, basta eso para afirmar tal pertenencia.
La opción positivista es definir de manera precisa y externa al grupo y
obviar los casos que no entren en la definición.

En el caso de la juventud podemos referirnos a criterios biológicos


(cronológicos, físicos, endocrinos, etc.) o sociales (situación de
dependencia, mayoría de edad, etc.). Estos dilemas han estado siempre
presentes cuando las ciencias sociales se han ocupado de este tema.

27
Si considerásemos a la juventud como un periodo de vida, también
resultarían ambiguas sus diferenciaciones entre niñez, adolescencia y
juventud.

En la literatura sobre juventud, se puede apreciar que las maneras de


definirla han sido diversas. Y la preocupación no deja de ser relevante, pues
al hablar de violencia juvenil estamos refiriéndonos a personas que podrían
tener entre 10 y 30 años de edad.

En el Perú, la Secretaria Nacional de la Juventud asume una definición de


juventud basada en un criterio cronológico: son jóvenes las personas desde
los 15 hasta los 29 años de edad. No obstante, los procesos sociales e
individuales vividos por las personas jóvenes pueden iniciarse antes de los
15 años o extenderse más allá de los 30.

Existe una gran diferencia entre personas de 15, 20 y 25 años de edad,


pero la diferencia se acentúa más al considerar los factores y procesos
sociales en que se encuentran involucrados los actores y no solo su edad.

Por eso, cuando nos refiramos a la juventud, estaremos atendiendo al


criterio de confiar en un sentido común compartido sobre la juventud y los
procesos por los que atraviesa este sector de la población.

3.1. Las miradas sobre la juventud

La juventud es un tema de estudio recurrente para diversos campos del


conocimiento humano. Se han estudiado diversos aspectos de la
juventud: su inserción en el mercado laboral, el acceso a educación, las
actitudes políticas, la violencia juvenil, etc.

De la juventud se ha dicho también que se le suele describir desde una


óptica adultocéntrica y que es un sector de la población que genera,
simultáneamente, esperanza y preocupación.

Probablemente los jóvenes han sido elegidos como tema de interés,


porque representan el potencial de las sociedades. Los investigadores
que han dirigido su mirada hacia los jóvenes han proyectado en ellos
sus esperanzas, temores o desencantos.

28
En los últimos años, el desencanto parece ser un denominador común,
pues suele expresarse poca confianza en las nuevas generaciones.

A la mirada adulta, proyectada sobre los jóvenes, se le ha llamado


«adultocentrismo». Ocurriría que los adultos de las sociedades esperan
de los jóvenes que estudien, trabajen o se preparen para una transición
hacia la vida adulta.

Desde esta perspectiva, los jóvenes deberían prepararse para ingresar


lo más pronto posible a la vida adulta, independientemente de que
existan objetivos propios de la juventud como una etapa de la vida.

IV. PANDILLAS

Uno de los fenómenos que más ha llamado la atención de los investigadores


es la formación de pandillas juveniles.

La literatura sobre pandillas es vasta y muy diversa; sin embargo, muestra


algunos aspectos recurrentes en varios lugares del mundo. Dentro de estos
aspectos recurrentes, un primer elemento que aparece es la relación del
fenómeno con las grandes ciudades.

Crecimiento urbano, inmigración y tugurización parecen augurar la aparición


de pandillas en los espacios urbanos. Se advierte una secuencia de eventos
que terminan en la formación de pandillas. Mencionaremos esta secuencia
antes de entrar a las características específicas que pueden adoptar. Las
pandillas suelen surgir en áreas urbanas periféricas, normalmente habitadas
por poblaciones de reciente inmigración.

En estos espacios, los jóvenes establecen relaciones en las cuales su grupo


de pares se convierte en un agente para participar de actividades lúdicas y
también en un sustituto de la familia.

Se ha sugerido que los jóvenes provenientes de familias desorganizadas


tendrían una mayor posibilidad de insertarse y permanecer en estos grupos
los grupos de pares desarrollan una fuerte vinculación con las unidades
territoriales en las que habitan y los espacios públicos que estas albergan. Se
producen enfrentamientos con los jóvenes de otras unidades territoriales por
motivos diversos: extender el territorio, las disputas por las chicas que viven
en los barrios, etc.

29
En algún momento, y gracias a la confluencia de circunstancias externas
favorables a la actividad delictiva, las pandillas se inician en actividades
criminales o son reclutadas por grupos dedicados a esas actividades. Así, los
grupos originales de pares formados con fines lúdicos pueden terminar
convirtiéndose en unidades criminales organizadas en mayor o menor grado.

La secuencia de origen de las pandillas y su evolución hasta convertirse en


amenazas para la seguridad ciudadana parecen reproducirse en toda gran
ciudad. A partir de la descripción hecha, podemos analizar algunas de las
características presentes en las pandillas. La primera es su origen como
grupos de pares asociados a fines lúdicos y de desarrollo de sentimiento de
pertenencia.

Debemos notar que las pandillas no suelen originarse con fines delictivos o
antisociales. Incluso, en algunos casos, pueden organizarse para la
prevención de estos actos en sus barrios. Si bien las pandillas pueden tener
enfrentamientos y aun cuando algunas adoptan como finalidad la realización
de actos desviados de las convenciones sociales, no existiría una esencia
violenta en el origen de las pandillas. La segunda es que, al hablar sobre
«pandillas», nos hemos referido a grupos de jóvenes que establecen
relaciones permanentes y se encuentran vinculados a una unidad territorial,
independientemente de que se dediquen a actividades antisociales o
delictivas. El tema de cómo se defina a la «pandilla» conlleva consecuencias
variables para los diversos actores que empleen dichas definiciones
(Esbensen, Winfree, He, & Taylor, 2001).

A las autoridades encargadas de la seguridad les interesa reconocer a


pandillas que realicen actividades delictivas; otros grupos de jóvenes también
vinculados a un territorio, pero sin actividad delictiva no entran en su rango de
interés. A estas mismas autoridades les interesa conocer cuántas pandillas –
peligrosas– hay en las ciudades, para monitorearlas.

Algunos investigadores consideran que es más importante, para la definición


de pandilla, el reconocer los vínculos territoriales y afectivos de los jóvenes
antes que observar si realizan actividades ilegales o no. Otros prefieren
diferenciar a las pandillas de acuerdo a diferencias de grado entre ellas.

Así, habría una escala de pandillas que iría desde las poco organizadas y sin
actividad ilegal hasta las muy organizadas y con actividades ilegales definidas
Dependiendo de la definición, los resultados para conocer el número de
pandillas, número de miembros y características de estos últimos será muy

30
variable. Mientras algunos autores hablan de diferenciar pandillas y grupos
que actúan como pandillas (White & Mason, 2006), para otros basta con que
los jóvenes se reconozcan como integrantes de una pandilla para ubicarlos
estadísticamente en este grupo (Battin, Hill, Abbott, Catalano, & Hawkins,
1998).

Esta última condición, se ha tomado en cuenta ya desde las primeras


investigaciones sobre las pandillas (Thrasher & Short, 1980). Las definiciones
más acotadas de pandillas incluyen el tener una estructura bien definida; una
cultura propia, que se expresa en gestos o lenguaje; la circunscripción a un
territorio; ritos de iniciación, y actividad ilegal definida. Como hemos visto, las
definiciones más amplias únicamente exigen que los jóvenes se reconozcan
como miembros.

Las investigaciones que han adoptado definiciones de pandillas muy acotadas,


intermedias o laxas han arrojado diferentes resultados sobre el mismo
problema. Para nuestro análisis preferimos hablar de pandillas de acuerdo a
una definición extensa, es decir, sin limitarnos a considerar como pandilla a los
grupos de jóvenes que realizan actividades delictivas. Consideramos esto útil
porque nos interesa describir el accionar de grupos de jóvenes no siempre
dedicados a actividades delictivas o que pueden realizar estas de manera
esporádica, además de otros grupos jóvenes cuyas pandillas sí pueden
asemejar a una organización criminal. Una característica recurrente en las
pandillas es su discurso que atribuye su origen a la necesidad de defender un
territorio.

En el auto concepto de las pandillas no aparece que sean agresores, sino que
responden a la necesidad de protección. Estas afirmaciones se condicen con
otra característica de las pandillas: el acoso u hostigamiento a quienes no
forman parte de ellas. El estar expuestos a altas dosis de violencia puede
hacer que los jóvenes decidan unirse a pandillas antes que seguir siendo
acosados por ellas (Loayza Javier, 2011; Stephenson, 2011).

Esto guarda relación con el mecanismo descrito por Melanie Klein para
superar una situación de angustia y persecución: cambiar la posición y pasar
de ser víctima a ser agresor. Es notorio que, entre los jóvenes integrantes de
pandillas, la respuesta más común para explicar su pertenencia es el goce que
les otorga el pertenecer a ellas (Santos, 1998b; Strocka, 2008; Tong, 1998;
Whyte, 1971).

31
Si bien es cierto que muchas pandillas arrastran a sus miembros hacia
comportamientos desviados, como el robo o consumo de drogas. También
ocurre que muchas otras no alientan las acciones delictivas de sus miembros
o el consumo de sustancias tóxicas –esto en casos en que las pandillas
administran sistemas de venta de drogas– u otros tipos de actividad antisocial.

Se ha estudiado cómo influye la pandilla en la carrera delictiva de un joven.


Algunos autores consideran que la pertenencia a una pandilla aumenta las
posibilidades de que un joven inicie una vida delictiva (Battin et al., 1998),
incluso independientemente de otros factores, como el tener pares
delincuentes o presentar un comportamiento antisocial o de poca aceptación a
las normas establecidas.

Otros consideran que si la pandilla influye en la vida criminal de los


adolescentes es precisamente porque les da la oportunidad de relacionarse
con delincuentes y de participar en actos delictivos. Otros encuentran que,
más allá de la pertenencia a las pandillas, los jóvenes que iniciarán carreras
delictivas serán aquellos que tengan menos habilidades sociales y muestren
poca aceptación a las normas establecidas.

El trabajo de Baron y Tindall (1993) sostiene que son los jóvenes que menos
aceptan el orden convencional los que desarrollarán una carrera delictiva,
independientemente de su participación en las pandillas.

Un elemento muy importante a resaltar es que las pandillas más organizadas,


las mismas que pueden convertirse con mayor facilidad en grupos dedicados a
la actividad ilegal (Stephenson, 2011), desarrollan estructuras en las que los
miembros más antiguos –de mayor edad– se encuentran a la cabeza de la
organización, organizan al grupo y obtienen grandes beneficios de las
actividades ilegales. En este esquema los miembros de mayor edad deben
vigilar la actividad descontrolada de los miembros más jóvenes.

Expresiones de violencia personal, conflictos con autoridades y robo de menor


cuantía serán acciones violentas realizadas por los miembros más jóvenes e
inestables de las pandillas.

En el mundo de las pandillas criminales organizadas, los miembros de mayor


edad dirigen los negocios con perspectiva empresarial; los miembros más
jóvenes se dedican a la realización de las actividades riesgosas y obtienen
pocos beneficios de sus participación en la actividad delictiva (Stephenson,
2011).

32
Los más jóvenes suelen ser utilizados como «soldados» y serán pocos los
casos en que logren hacer carrera hasta convertirse en jefes. La mayoría de
jóvenes abandonará las pandillas en cuanto aumente su edad, debido a que,
con el advenimiento de nuevas responsabilidades, se incrementa la presencia
de motivos que los llevan a alejarse de la pandilla, presente estas actividades
ilegales o no. Los motivos típicos para alejarse de la pandilla son la
paternidad, la convivencia con su pareja, el ingreso al mundo laboral y la
participación en otras instituciones (Santos, 1998).

Los miembros de pandillas criminales también puede retirarse de estas debido


al desencanto producido al observar que la cultura de la que son parte
encubre el enriquecimiento de los miembros mayores, a costa del mayor
riesgo de los más jóvenes.

El abandono de las pandillas en relación a la edad nos muestra el carácter


transicional del pandillero: su pertenencia se da en un determinado momento
de su vida para luego elegir medios más estables para enfrentar su vida
adulta. Al parecer una gran mayoría de estos jóvenes se dedica a actividades
convencionales, luego de su paso por las pandillas –con alta posibilidad de
haber quedado estigmatizados; mientras que otros habrán iniciado una carrera
en el mundo del crimen.

En resumen comúnmente se define a las pandillas como una agrupación de


adolescentes y jóvenes que se enfrentan a problemas comunes y comparten
los mismos intereses y que con el tiempo a fin de solucionarlos cometen actos
de violencia.

La pandilla es parte del fenómeno que los especialistas han llamado Violencia
juvenil, donde también se incluyen otras formas de violencia como las barras
bravas, las manchas escolares, etc.

1. ANALISIS DE ALGUNOS AUTORES

1.1. Francisco Villegas Alarcón en su tesis Protestando Por No Ser


Ciudadanos:

Los Jóvenes Pandilleros De Lima A Fines de los 90s., señalan que


Ias pandillas juveniles es un fenómeno que aparece en el siglo XX en
las grandes ciudades, así mismo en sus conclusiones seria la que los
pandilleros expresarían un rechazo a una sociedad que los margina y
entonces construirían su propia forma de organización para

33
enfrentarse a los problemas; agrega que desde un enfoque de
culturas juveniles las pandillas son una expresión de las
denominadas tribus urbanas que ante el individualismo y la
atomización social que impone la globalización construyen maneras
de resistirse a esta tendencia y sacan a relucir la idea del barrio, y
una organización informal pero efectiva para sus miembros
construyendo así un particular estilo de vida.

1.2. Janet Rossana Almeyda Escobar, señala que:

"Los adolescentes que constituyen pandillas, son aquellos que


cuentan con más de 12 años y menores de 18 debiendo dejar en
claro que, estos han hecho de la calle su espacio de vida cotidiana y
que han ido adaptando ciertas formas de comportamiento y conducta
entre ellos (códigos), ante la colectividad y su familia si la tuviera. Los
pandilleros pueden vivir en la calle y han hecho de la misma su
hábitat, pero también hay aquellos que viven con su familia, los que
se desvinculan en forma temporal o absoluta de la misma viviendo en
su trabajo o inclusive en la infracción, cayendo muchas veces en e/
consumo de drogas, por lo general el pandillero es de condición
humilde, constantemente maltratado y es muchas veces víctima de
hechos delictuosos.

Janet Rossana Almeyda Escobar, también sería la que "Socialmente


hablando, podemos afirmar que el vínculo que une a estos
pandilleros se desarrolla fundamentalmente como consecuencia de
las vivencias, compañerismo y solidaridad al interior del grupo, el
cual se va a manifestar a través de la protección y defensa frente a
los extrailás, e/ uso de una jerga, la disputa entre los diferentes
grupos para la posición de un determinado territorio.

"Para la Defensoría del Pueblo en su Informe Defensorial N° 123 del


mes de julio del año 2017 mediante el cual presenta su investigación
sobre la Situación de los adolescentes infractores de la Ley Penal
privados de la libertad (supervisión de centros juveniles-2017), define
a las pandillas como una expresión de las deficiencias del Estado y la
propia sociedad para brindar a los niños y adolescentes mecanismos
adecuados para protegerlos y formarlos, así como permitirles la
esperanza o expectativa por mejorar su calidad de vida.", agrega
asimismo:

34
"Las pandillas no necesariamente cometen actos ilegales.- Las
pandillas son organizaciones de adolescentes y jóvenes, surgidas
para hacer frente a necesidades concretas.

Si bien su forma de comportarse, su vestimenta, su vocabulario, etc.,


pueden causar niveles de desconfianza en algunos vecinos, no son
entidades creadas para la comisión de infracciones o delitos.

En tal sentido, no son formas de criminalidad organizada. No


obstante, es cierto que en ocasiones realizan conductas legales
como enfrentarse a otras pandillas, hurtos o robos, etc.".

Este último concepto calza a la perfección al concepto de pandillas


escolares, las mismas que se generan a partir de un grupo de
amigos de un determinado colegio y que pertenecen al mismo salón,
o son del mismo equipo de fútbol o toman la misma ruta para Ilegar a
centro de estudios.

2. CLASES DE PANDILLAS.

Gabino Alexander Villena Gaona, en su trabajo de investigación titulado


"Pandillaje Pernicioso" define las siguientes clases de pandillas:

2.1. Las de Barrio.- Son agrupaciones que actúan en un determinado


espacio territorial o barrio. Estas pandillas pueden ser:

a. Las Guerreras.- Sus miembros se dedican exclusivamente al


"guerreo" al enfrentamiento con las pandillas rivales de la zona para
dirimir superioridad y control del espacio territorial.

b. Infractoras y delincuenciales.- Cuando, ademcís del "guerreo", una


parte de sus integrantes o todos adoptan conductas infractoras o
delictivas, específicamente, el robo y asalto callejero

2.2. Las Barras Bravas.- Aparecen violentamente en los clásicos U -


Alianza o en los partidos trascendentales del campeonato profesional. A
su interior se confunden jóvenes integrantes de pandillas de diferentes
lugares que dejan de lado la identidad territorial o de grupo para
adoptar una identidad común en los colores del club que los identifica.
Aquí se produce un fenómeno que se conoce como de "doble o triple
identidad" pues los integrantes de una pandilla de barrio pueden
35
pertenecer al mismo tiempo a una barra brava y a la mancha escolar de
su colegio.

Sin embargo en el barrio se da un fenómeno inverso, ahí lo que manda


es el territorio, el barrio, y jóvenes que son hinchas de Alianza o la U,
principalmente se adhieren "militantemente" a lo que su pandilla decide,
diciéndose el hecho curioso de muchachos que actúan en la barra
contraria al club de su simpatía.

2.3. Las Manchas Escolares.- Son agrupaciones conformadas por los


alumnos de los principales colegios que se enfrentan, ocasionalmente,
en las principales avenidas de su distrito. El liderazgo de las manchas
escolares ejercido por los líderes de pandilla de barrio y, aunque los
enfrentamientos entre estos grupos han disminuido, su presencia en los
colegios es aun fuerte. Esto se puede observar en las pintas de
paredes y servicios higiénicos de prácticamente todos los centros
educativos estatales de nivel secundario del distrito.

2.4. Las Pandillas Femeninas.- La presencia femenina en el pandillaje es


cada vez más notoria, tanto en el interior de la pandilla como en los
espacios y actos en que estas actúan.

Su participación es múltiple: "guerrean" junto con los varones; auxilian a


los heridos en los enfrentamientos a modo de "socorristas"; o actúan
como "soplonas"; las que Ilevan y traen amenazas de mensaje,
desafíos o burlas de grupo enfrentados; Glertan de posibles ataques o
"mandón al desvió".

Muchos de ellos están involucrados sentimentalmente con integrantes


de pandillas formando parejas, mientras que otros se relacionan con
ellos en los espacios de encuentros de los grupos afirmando así
amistades o identificaciones con el grupo.

Finalmente los más independientes han formado sus propias


agrupaciones actuando autónomamente en grupos conformados solo
por mujeres.

En cambio, Santiago Araujo y otros en su artículo titulado "El


pandillaje ¿Seguiremos así?", definen los siguientes tipos de
pandillas:

36
a. Pandillas de delincuentes jóvenes: Estos grupos son aquellos que
se acoplan para realizar acciones delictivas, o se caracterizan por
tener frecuentemente, un comportamiento indeseable, como
absentismo escolar, vandalismo menor y violación de reglas.

En la mayoría de los casos, estos actos son realizados con el único


motivo de atraer la atención negativa de las agencias del orden
público, los residentes del vecindario y/o los funcionarios escolares.
Éstas se diferencian de los demás grupos de pandillas, tan solo por
la única razón, de que aún no han cometido delito grave alguno.

b. Pandillas tradicionales basadas en la protección de sus


respectivos territorios: Estos grupos de gente joven y/o adulta, se
caracterizan por tener un nombre característico, un líder que los
identifican, un sólo estilo de vestir, colores y seriales con las manos.

c. Pandillas con fines de lucro: Las ofensas de estas pandillas


pueden incluir robo, distribución y venta de sustancias controladas,
como marihuana, cocaína, opio, heroína, etc.

d. Pandillas violentas o de odio: Los agravios de estas pandillas


Ilegan hasta incluir agresiones serias, e incluso, homicidios.

e. PandiIlas del barrio: son agrupaciones que actúan en su propio


barrio o jurisdicción.

f. Pandilla de guerra: son las que se dedican exclusivamente al


"guerreo" o enfrentamiento con las pandillas rivales.

g. Las barras bravas: A su interior se confunden jóvenes integrantes


de pandillas de diferentes lugares que dejan de lado la identidad
territorial o de grupo, para adoptar una identidad común en los
colores del club que los identifica.

h. Las pandillas femeninas: Su participación es múltiple: "guerrean"


junto con los varones; auxilian a los heridos en los enfrentamientos
a modo de "socorristas"; o actúan como "soplonas"; las que Ilevan y
traen mensajes de amenazas, desafíos o burlas de grupo

37
enfrentados; alertan de posibles ataques o "mandan al desvío".
Como se podrá observar para estos autores lo que ellos Ilaman
"Pandillas de delincuentes jóvenes", es lo que Gabino Alexander
Villena Gaona, denomina manchas escolares o lo que en nuestra
investigación Ilamamos pandiIlas escolares.

2.5. Las Pandillas escolares

Entiéndase que existe una trilogía a fin de proteger a la comunidad,


dicha trilogía está conformada por la familia, la escuela y la sociedad,
pero que sucede cuando uno de ellos no cumple su papel o en el peor
de los casos ninguno de ellos lo hace.

Pues bien como se podrá observar en nuestra sociedad surgen una


serie de fenómenos, como por ejemplo la falta de valores, la falta de
amor a la patria, el desarraigo a la tierra y a la familia, la violencia
juvenil entre otros.

En el presente caso lo que nos interesa es la violencia juvenil que se


inicia en los colegios. Para José Luís Cabrera en su artículo "La
Juventud en otra ribera. Reflexiones sobre la violencia juvenil en el
Perú", señala respecto a las pandillas escolares lo siguiente:

"Las manchas escolares, otra expresión del fenómeno de la violencia,


han proclamado sus identidades en torno de sus Colegios de origen.
Adolescentes entre 13 y 17 años, se disputan también la hegemonía en
determinado territorio Frecuente es ver en las calles principales del
centro de la ciudad de LIMA, grupos de hasta 200 adolescentes
escolares enfrentándose con todo que tienen a la mano, completando
así el panorama de violencia desatado tanto por las barras como por las
pandillas de capital."

A partir de nuestra investigación podemos observar que las pandillas


escolares tienen como un primer punto de partida el colegio y luego el
barrio, es decir en el caso de las grandes unidades escolares, los
menores reconocen de que barrio pertenecen (teniendo la misma ruta
para Ilegar a su centro de estudios.), estos jóvenes que mayormente

38
pertenecen al nivel secundario comparten intereses comunes como por
ejemplo el equipo de futbol, páginas web, las fiestas, la música.

Las manchas escolares tienen como factor primordial defender su


insignia, es decir a su colegio de cualquier otro que le pueda faltar el
respeto, es por ello que es común observar los "trofeos de guerra" (ver
anexos) como lo Ilaman estos adolescentes y que estarían
representados por las casacas de los miembros de los centros
educativos rivales.

V. CONCLUSIONES

Al final de nuestra exploración sobre delincuencia, criminalidad, pandillaje y


juventud presentamos de manera consolidada las ideas más importantes
expuestas en los capítulos de este trabajo.

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Los estudios y datos disponibles sobre la criminalidad se construyen
partiendo de información incompleta y aproximada, por el hecho de que las
fuentes que registran los datos presentan numerosas limitaciones y a que el
carácter del fenómeno y de sus personajes es elusivo. No obstante, es de
gran importancia realizar estos estudios que son muy pocos en el país,
pues dada la situación de delincuencia, criminalidad, pandillaje y juventud
urge políticas en la materia, las cuales deben formularse en base a
información confiable.

La creciente preocupación por la situación de inseguridad en las calles ha


influenciado en que se haya difundido una imagen de los jóvenes como
violentos y peligrosos. Esta imagen, compuesta de proyecciones
simultáneas de eventos que atentan contra la seguridad, es perniciosa,
pues estigmatiza y justifica la reproducción de desigualdades hacia los
jóvenes.

Sostener tal visión sobre los jóvenes desvía el camino hacia políticas
sociales adecuadas dirigidas a la juventud, que es el segmento de
población capaz de impulsar el desarrollo. La situación de seguridad en la
región es de alto riesgo. A los problemas derivados de la situación de
desigualdad, que tienen origen en los procesos sociales iniciados e
irresueltos desde mediados del siglo XX, se han sumado nuevos
problemas, como la aparición de pandillas más organizadas que
emprenden acciones delictivas. Altísimas cifras de homicidios y el uso de
armas de fuego en ellos son el principal indicador de la alta inseguridad en
la región.

Si bien el país se encuentra lejos de los puntos más altos de violencia


registrados en la región es cierto que sí tenemos en común los procesos
sociales que han posibilitado el despliegue de la criminalidad y violencia.
Los altos niveles de desigualdad, la persistencia de una tradición jerárquica
y autoritaria, y la segmentación residencial son procesos que compartimos
con otros países de la región y que se relacionan directamente con sus
preocupantes niveles de violencia.

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VI. BIBLIOGRAFIA

Cáceres, Carlos F. (2000). La (re) configuración del universo sexual: cultura(s)


sexual(es) y salud sexual entre los jóvenes de Lima a vuelta de milenio. Lima:
Universidad Peruana Cayetano Heredia.

Cáceres, Carlos F.; Salazar, Ximena; Rosasco, Ana María y Fernández Dávila,
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Cuzco, Iquitos y Lima. Lima: Fondo Editorial de la Pontificia Universidad
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discriminación racial y sexual en el mercado laboral de Lima». En Francisco
Galarza (editor). Discriminación en el Perú: exploraciones en el Estado, la
empresa y el mercado laboral. Lima: Fondo Editorial de la Universidad del
Pacífico.

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