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Por Ana Yeli Pérez Garrido y Sergio Méndez Silva*

La violencia en contra de las mujeres es un problema político.


Históricamente, las mujeres han sido violentadas para impedir que
ejerzan el poder social de manera igualitaria con los hombres. La
perspectiva analítica feminista demostró que la violencia del
régimen patriarcal en contra de las mujeres es sistemática
(integral y permanente), estructural (arraigada en todos los
ámbitos sociales, políticos e institucionales) y generalizada (todas
las mujeres son afectadas), y que para cambiar el estado de cosas,
se necesitaban acciones radicales que acabaran con la violencia y
que a la vez empoderaran a las mujeres.
Lo que debía hacerse, sin duda, era reconocer la veracidad del
diagnóstico del feminismo y actuar en consecuencia. Primero, se
creó un marco jurídico en el país que reconociera normativamente
la perspectiva de género como método analítico para identificar y
eliminar las prácticas sociales e institucionales que impedían la
igualdad entre mujeres y hombres, particularmente las que
reproducen la violencia histórica, sistemática, estructural y
generalizada en contra de las mujeres (leyes de acceso de las
mujeres a una vida libre de violencia), y luego, ese mismo marco,
se ha perfeccionado y difundido en aras de lograr su efectividad y
eficacia. Es justo en este momento, cuando se torna determinante
tipificar un delito particularmente pernicioso para lograr la
igualdad social y política: el feminicidio.
Tipificar el feminicidio como un delito autónomo permite
considerar los elementos que pueden configurarlo, entendido
según la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CoIDH)
como el “homicidio de mujer por razones de género”, y que lo
diferencian de los homicidios dolosos.
El feminicidio es un delito pluriofensivo ya que afecta diversos
bienes jurídicos; no sólo atenta contra la vida de las mujeres, sino
que se vulneran otros derechos como la dignidad, la libertad, la
seguridad y sobre todo la igualdad y la no discriminación pues la
naturaleza de esta conducta es motivada por el género de las
víctimas.
Por esta razón, la tipificación del feminicidio encuentra sustento
en el plus de injusto o mayor antijuricidad, ya que esta conducta
constituye además una expresión de la desigualdad, la
discriminación y el abuso de poder en contra de las mujeres.
El Estado mexicano reconoció ante la CoIDH que los
feminicidios “tienen causas diversas, con diferentes autores, en
circunstancias muy distintas y con patrones criminales
diferenciados, pero se encuentran influenciados por una cultura de
discriminación contra la mujer”; asimismo, señaló que
esta cultura de discriminación contra las mujeresha contribuido a
que los feminicidios no sean percibidos como un problema de
magnitud importante para el cual se requieren acciones
inmediatas y contundentes.
Al igual que sucedió en Ciudad Juárez, Chihuahua, en otros
estados se minimiza e invisibiliza la problemática del feminicidio;
existe ausencia de interés e insensibilidad para tratar este tipo de
crímenes, a pesar de que su naturaleza se ve diferenciada por la
discriminación que la motiva y al reconocimiento de organismos
internacionales de derechos humanos que son consecuencia de
“una situación estructural y de un fenómeno social y cultural
enraizado en las costumbres y mentalidades” y que estas
situaciones de violencia están fundadas “en una cultura de
violencia y discriminación basada en el género”.
Las omisiones del Estado para proteger de manera específica a las
mujeres de la violencia de género y en concreto del feminicidio,
viola su derecho a la igual protección de la ley, ya que son
crímenes que afectan sólo a niñas y mujeres, pues son la
expresión más extrema de la misoginia y de la discriminación
contra éstas, por lo que no protegerlas de la manera específica que
este tipo de conducta requiere, constituye en sí misma una forma
de discriminación contra ellas por parte del Estado.
Es decir, la tipificación responde a la atención por parte del
Estado de una problemática de desigualdad y discriminación
cultural presente en la sociedad de manera sistemática, por lo
que contrario sensu, no implica una forma de discriminación
contra los varones, quienes no son asesinados en el marco de un
contexto de discriminación por razones de género. Por otro lado,
además de visibilizar esta forma extrema de discriminación contra
las mujeres tanto en el ámbito privado como en el público,
también permitirá la creación de programas y política pública
específica.
Lo anterior intentaría garantizar que las mujeres no sean víctimas
de una doble discriminación, pues a pesar de que el feminicidio es
la máxima manifestación de ésta, los operadores de justicia, a
través de sus actuaciones estereotipadas –como dirigir las líneas
de investigación hacia la culpabilidad de la familia o la moral de
la víctima– son reproductores de la discriminación, ya que
obstaculizan el debido proceso e impiden el acceso a la justicia.
Dichas razones se pueden reflejar a través de hipótesis de hecho:
la relación entre la víctima y el victimario, pues el hecho de que
haya existido una relación de parentesco de cualquier tipo o una
relación de confianza en cualquier ámbito, trae implícita la
desigualdad y abuso en las relaciones ya sea por parentesco,
confianza, superioridad o subordinación; la manifestación de
signos de violencia sexual de cualquier tipo en los cuerpos de las
víctimas, los cuales no deben quedar supeditados a la acreditación
de otros tipos penales como la violación pues en muchos casos es
imposible acreditarla pericialmente, a pesar de que la víctima
haya sido encontrada desnuda o semidesnuda; las lesiones
infamantes o la extrema saña en los cuerpos de las mujeres refleja
también el odio en su contra.
Las hipótesis anteriores son la manifestación de esa desigualdad y
discriminación contra las mujeres por el hecho de ser mujeres, las
cuales diferencian los feminicidios de los homicidios dolosos ya
sean de hombres o de mujeres, pues se descartan las motivaciones
para la comisión del delito de homicidio que no tienen que ver
con las razones de género.
En conclusión, para alcanzar una verdadera igualdad se debe
comenzar a tratar de manera desigual a las desigualdades; y el
feminicidio, es la máxima expresión de la desigualdad en la que
se encuentran las mujeres en nuestra sociedad, por lo que merece
un tratamiento distinto y especializado que permita su
erradicación. La tipificación es sólo un paso.
* Los autores son Abogada y Director del Área de Defensa de la
CMDPDH respectivamente.

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