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Satanás induce a muchos a creer que orar a Dios es inútil y únicamente un acto formal.

Sabe muy
bien cuán útiles son la meditación y la oración para mantener a los seguidores de Cristo despiertos
para resistir su astucia y engaño. Mediante sus artimañas desea apartar la mente de este
importante ejercicio espiritual, para que el alma no busque ayuda apoyándose en el Dios poderoso
ni obtenga fortaleza de él para resistir los ataques del enemigo. Se me llamó la atención a las
oraciones fervientes y eficaces del pueblo de Dios en la antigüedad. “Elías era hombre sujeto a
pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente”. Santiago 5:17. Daniel oraba a Dios tres
veces por día. El sonido de la oración ferviente pone furioso a Satanás porque sabe que
experimentará pérdida.—Testimonios para la Iglesia 1:266.

La humildad y la reverencia deben caracterizar el comportamiento de todos los que se allegan a la


presencia de Dios. En el nombre de Jesús podemos acercarnos a él con confianza, pero no
debemos hacerlo con la osadía de la presunción, como si el Señor estuviese al mismo nivel que
nosotros. Algunos se dirigen al Dios grande, todopoderoso y santo, que habita en luz inaccesible,
como si se dirigieran a un igual o a un inferior. Hay quienes se comportan en la casa de Dios como
no se atreverían a hacerlo en la sala de audiencias de un soberano terrenal. Los tales debieran
recordar que están ante la vista de Aquel a quien los serafines adoran, y ante quien los ángeles
cubren su rostro.—Historia de los Patriarcas y Profetas, 252.

Al orar: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”, pedimos para los demás tanto como para
nosotros mismos. Reconocemos que lo que Dios nos da no es para nosotros solos. Dios nos lo
confía para que alimentemos a los hambrientos.—El Discurso Maestro de Jesucristo, 95

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