THIEBAUT Carlos, Vindicación del ciudadano. Un sujeto
reflexivo en una sociedad compleja, Paidós, Barcelona 1998. CORTINA Adela, Hasta un pueblo de demonios. Ética pública y sociedad, Taurus, Madrid 1998. Los seres humanos tenemos la capacidad de autorregularnos (“un adulto es alguien capaz de darse órdenes”), lo cual supone la “capacidad ética” o “autonomía”. Cuando esta capacidad se ejerce colectivamente, la autorregulación consiste en darse reglas de convivencia (instituciones) tanto jurídicas (formales) como culturales (informales). Se puede hacer ética de todos los ámbitos de la vida social, por ejemplo, ética económica, ética de la comunicación, ética ecológica, etc. Sin embargo, como se trata de lógicas o racionalidades diferentes es necesario elaborar una ética más amplia que logre articular en una visión común los valores de la vida social. En las sociedades actuales que intentan ser democráticas tal ética general es la “ética cívica” o “ética ciudadana”. La ética ciudadana trata sobre el ejercicio de la autonomía en el ámbito de la vida pública de una sociedad democrática, en otras palabras trata de la “ciudadanía”, entendida no sólo como el conjunto de ciudadanos (sustantivo), sino como el ejercicio (verbo) de aquello que los hace ser ciudadanos: su autonomía política, su capacidad de autoregularse. Lo anterior implica que la democracia se debe entender como un modo de vida, y no sólo como un conjunto de procedimientos políticos y legales. De tal manera que si radicalizamos el sentido de la palabra “democracia” (poder del pueblo) podemos afirmar que la democracia es la expresión política de la ética, o la ética vivida como política. Por lo tanto, hay ética “ciudadana” cuando los miembros de una sociedad ejercen su reflexividad, su creatividad, su autonormatividad y su practicidad en el campo de las instituciones formales, es decir, en el ámbito de lo político-jurídico. Los temas de la ética ciudadana son entonces: El ámbito de la ética ciudadana El sujeto de la ética ciudadana La estrategia de la ética ciudadana Los instrumentos de la ética ciudadana
5.1. El ámbito de la ética ciudadana
LANDER Edgardo, Limites actuales del potencial democratizador de la esfera pública no-estatal, en http://unpan1.un.org/intradoc/groups/public/documents/ clad/unpan000177.pdf El ámbito propio de la ética ciudadana, o ejercicio de la autonomía política, es lo público, pero sus raíces están en lo privado, en el mundo de la vida cotidiana, de donde emergen los intereses, las demandas y los problemas de los individuos y los grupos que integran una sociedad. Por eso, se puede pensar la ciudadanía como el puente entre lo privado (económico, cultural) y lo público (jurídico, político) a través del cual lo cotidiano se hace público, para incidir en el proceso político que va modelando las instituciones formales (derecho) que en gran medida definen la vida diaria de una sociedad. Darse instituciones y cumplirlas es el círculo virtuoso de la ciudadanía. La ética ciudadana es pues el movimiento permanente de los ciudadanos entre su cotidianeidad, conformada por trabajo, intercambios económicos, vida familiar, vida comunitaria, prácticas religiosas, entretenimiento, etc., y su vida pública, conformada por su participación en la formación de la opinión pública, su adhesión a asociaciones o partidos políticos, su participación en procesos electorales, etc. con el objetivo de influir en el proceso político formal que determina la configuración del marco jurídico (Congreso) , la integración de los poderes públicos (elecciones) y el desempeño de la administración pública (vigilancia ciudadana, rendición de cuentas, etc.). Actualmente se dan varias designaciones a ese espacio que media entre la vida cotidiana y el Estado, por ejemplo, “lo público social”, “lo público no-estatal” o simplemente “esfera pública”. Lo importante es que debe ser un espacio social con las siguientes características: -que se mantenga siempre abierto, en el sentido de que todos puedan acceder a él, pero también en el sentido de que cualquier tema de interés público pueda ser tratado en él, -que dé lugar a consensos como resultado del diálogo social, es decir, que sea un espacio de reflexión y de argumentación colectivas. Se trata por lo tanto de un espacio en el que el público dialoga públicamente sobre cuestiones públicas. Es el lugar de los acuerdos sobre las cuestiones básicas de la convivencia social, el ámbito de los valores comunes que permiten respetar y promover las diferencias culturales. Lo anterior supone la existencia de una opinión pública madura, es decir, informada y con argumentos, para que los problemas y soluciones puedan ser planteados adecuadamente. En este sentido, los medios de comunicación (Tv, Radio, Prensa) deberían ser canales y catalizadores de la opinión pública. La información básica que permite la formación de la opinión pública es la que se refiere al Estado y sus entidades; recientemente se aprobó la Ley Federal de Transparencia y Acceso a la Información Pública Gubernamental, en la justificación de su dictamen podemos leer lo siguiente: II.- Una sociedad democrática supone la evaluación ciudadana sobre su gobierno, y ésta, para ser efectiva, requiere que el ciudadano tenga los elementos para hacer de su juicio un asunto razonado e informado, y que esta opinión puede ser divulgada y contrastada con la de otros ciudadanos. Por ello, es obligación del Estado democrático garantizar estas libertades básicas. En la medida en que los ciudadanos conozcan aspectos sobre el funcionamiento y la actividad que desarrolla la autoridad, contarán con elementos para ejercer su derecho de evaluarla. De esta forma, el acceso a la información pública es una condición necesaria para el pleno desarrollo democrático del estado y para que los poderes públicos rindan cuentas sobre su desempeño. Por ello, los suscritos reconocemos que a más y mejor información de los órganos del Estado, el ciudadano estará en mejores condiciones para evaluar su gobierno y para tomar decisiones, tanto sobre la actuación del mismo Estado, como en el ejercicio de sus actividades particulares. Finalmente, la experiencia internacional muestra que aquellos países en donde se ha puesto en práctica una norma que permita el acceso a la información pública por parte de los ciudadanos, los diversos índices sobre corrupción tienden a disminuir; y se incrementa la eficiencia administrativa del Estado de manera sustancial. De esta forma, la presente Ley se convertirá en un poderoso elemento para reducir las prácticas ilegales que pueden presentarse en el ejercicio del servicio público, y como un instrumento fundamental en el desarrollo administrativo del Estado. (Dictamen aprobado por la Cámara de Diputados, de la Ley Federal de Transparencia y Acceso a la Información Pública Gubernamental). Las condiciones anteriores son puntos de referencia ideales que deben orientar la construcción de una sociedad democrática. En la realidad de nuestro país no todos los ciudadanos pueden acceder con la misma facilidad al espacio público, porque existen muchas desigualdades en educación y en recursos económicos. Por eso, la primera tarea de la ética ciudadana es la de ir generando las condiciones sociales y económicas que permitan la participación de todos, tarea que, paradójicamente, sólo es posible en la medida en que más ciudadanos participen en los foros públicos. En última instancia, la esfera pública es el campo propio de la ética ciudadana porque ahí se realiza el ejercicio del poder social de los miembros de la sociedad, ejercicio del cual dependerá la calidad humana de las leyes que regulen su propia convivencia.
5.2. El sujeto de la ética ciudadana
IBÁÑEZ-MARTÍN José A., Educar para una Ciudadanía Solidaria, en http://www.bu.edu/wcp/Papers/Educ/EducIban.htm El sujeto de la ética ciudadana en una democracia es el ciudadano, lo cual supone la asunción de cierta “identidad”, de un modo de concebirse y actuar como personas en el ámbito de lo público, por lo que se trata de una identidad “política”. En consecuencia, en una democracia todos tenemos al menos dos identidades, nuestra identidad socio-cultural, por la que somos miembros de una etnia (p.ej. tarahumara), de una Iglesia (p.ej. metodista), de una clase (p.ej. clase media) o de un género (p.ej. mujer), y nuestra identidad política, por la que somos “ciudadanos”. Con respecto a los miembros de nuestro grupo la identidad cultural nos iguala (somos huicholes, somos católicos) pero también nos diferencia (roles diferentes para hombres y mujeres, rango diferente para clero y laicos, autoridad diferente para padre e hijo). Con respecto a los otros grupos las identidades culturales nos diferencian y son la causa de la pluralidad social. Por su parte, la identidad política nos iguala (al menos jurídicamente) a todos los miembros de la sociedad, tzeltal o mestizo, hombre o mujer, ministro o laico, padre o hijo, todos tenemos los mismos derechos y responsabilidades, todos somos jurídicamente iguales. La ciudadanía como identidad política no es originaria, no nacemos “ciudadano”, como sí nacemos por ejemplo, mestizo, católico, pobre o mujer, lo cual no significa que las identidades culturales sean “esencias” inmutables. En otras palabras, las identidades culturales son originarias porque aunque también se aprenden y se transforman esto sucede de manera casi inconsciente, como por “ósmosis” con el medio social en el que se crece como persona. En cambio, la identidad política se adquiere, como status jurídico, y se asume, como ejercicio de la autonomía política, y en este sentido también se aprende y genera una cultura, la cultura cívica, o en el caso de una democracia, la cultura política democrática. Como toda cultura, la cultura cívica está formada por convicciones (ideas, creencias) y por hábitos (virtudes, costumbres) que configuran un modo de ser, un perfil moral, un ethos. Idealmente la cultura política democrática se da cuando los ciudadanos tienen convicciones y virtudes de carácter democrático que configuran su perfil político- moral democrático como individuos, y su ethos político democrático como colectividad. Las dos convicciones básicas de la cultura cívica en una democracia son: -que la sociedad es un sistema de convivencia basado en la reciprocidad y regulado por un marco institucional justo; -que los ciudadanos somos libres para buscar nuestro bien e iguales en derechos y obligaciones en la vida social. Las dos virtudes básicas de la cultura política democrática son: -la tolerancia, entendida como la disposición a reconocer a quienes piensan y actuan diferente un lugar igual en la vida pública; -la civilidad, entendida como la disposición a proponer y esperar argumentos en caso de conflicto. La raíz de estas virtudes está en la seguridad y la libertad que dan el autorespeto y la conciencia del propio valor, lo cual genera el respeto a los demás y el reconocimiento de su valor. Formar este tipo de ciudadanos es tarea de la educación cívica. Sin embargo la cultura política democrática no surge de la nada ni se sustenta por sí misma; tampoco pueden los miembros de una sociedad poner entre paréntesis sus culturas originarias para comportarse como ciudadanos. Una cultura cívica hunde sus raíces en las culturas no-políticas existentes en una sociedad, de tal manera que la vida cotidiana influye en el tipo de ciudadano que se es, pero también la vida pública influye en la conducta de todos los días. Esto significa que los consensos políticos que se dan en el ámbito de la esfera pública son resultado de una coincidencia de ciertos valores comunes a todas las culturas de una sociedad, los valores cívicos (las ideas y las virtudes de la cultura democrática), sin los cuales es imposible la convivencia pública. El gran problema político de las sociedades actuales es por lo tanto el siguiente: ¿cómo encontrar afinidades culturales que permitan la construcción de una cultura cívica común? y ¿cómo elaborar un marco jurídico que respete las diferencias culturales? En las sociedades actuales se han dado diferentes soluciones, por ejemplo, las autonomías en España, los cantones en Suiza, la ciudadanía en Estados Unidos, etc. De cualquier manera, no puede haber una “esquizofrenia” entre las culturas originarias de una sociedad y su cultura cívica. En nuestro país la cultura política que estamos intentando transformar, la cultura corporativista, se alimentó durante muchos años de las ideas y los hábitos étnicos y religiosos de los mexicanos, pues las élites mexicanas tuvieron la “sabiduría” de utilizar la dependencia, el fatalismo y la tendencia a lo mágico de muchos sectores sociales para construir un régimen paternalista, autoritario, patrimonialista, corrupto y populista. Por eso, el reto actual de la sociedad mexicana está en pasar de la dependencia y la apatía a la autonomía y la participación, o en otros términos, nuestro gran desafío es el de salir de una cultura de la autocompasión para costruir una cultura del autorespeto.