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Villatoro, M. Las Torturas...
Villatoro, M. Las Torturas...
crueles de la Inquisición
Desde la «doncella de hierro» (en la que se introducía al preso en un
sarcófago con pinchos), hasta el potro. La infame imaginación de los
inquisidores no tenía fin
MANUEL P. VILLATORO
04/12/2015
Actualizado 03/06/2020 a las 15:37h.
Desde Galileo Galilei hasta Juana de Arco . A día de hoy se cuentan por
decenas los personajes destacados de la Historia que fueron perseguidos (como el
primero) y ajusticiados (como la segunda) por la Santa Inquisición , una institución
creada en el siglo XIII cuya lucha contra los herejes se extendió durante más de seis
siglos por países como Francia , Italia , España o Portugal . Ideada para combatir a
todo aquel que se alejase de la fe que por entonces se proclamaba como oficial
(además de aquellos que cometían algunos actos considerados como amorales), esta
institución vivió su esplendor y su mayor barbarie durante la Edad Media . Sin
embargo, por lo que es recordada en la actualidad no es solo por la cantidad de
cadáveres que dejó a sus espaldas en Europa, sino por el uso de multitud de
instrumentos de tortura capaces de arrancar una confesión a homosexuales ,
presuntas brujas o blasfemos . Entre los mismos destacaban algunos tan crueles
como el potro (ideado para estirar los miembros de la víctima) o el castigo del
agua (el cual creaba una severa sensación de ahogamiento en el reo). Todos ellos, al
menos en España, dejaron de usarse el 4 de diciembre de 1808, día en que Napoleón
Bonaparte abolió la Inquisición.
Para hallar el origen de esta institución es necesario fijar nuestros ojos en
la Francia del siglo XII , una época -la Edad Media- en la que el cristianismo ya había
logrado alzarse como la primera y principal religión del Sacro Imperio Romano . Fue
en ese momento cuando nacieron multitud de grupos que, aunque enarbolaban la
bandera de esta creencia, entendían que no había que honrar a Dios como afirmaba
la Iglesia oficial. Entre ellos destacaban los valdenses y los cátaros , quienes se
atrevían además a criticar a los líderes espirituales del momento por vivir de una
forma demasiado ostentosa . Aquello no gustó demasiado al Papa Lucio III quien -
tras reunirse en concilio con otros tantos líderes religiosos- cargó de bruces contra
ellos mediante una normativa divulgada en 1184. «El papa promulgó la célebre Ad
abolendam “contra los cátaros, los patarinos, […] los josefinos, los arnaldistas y
todos los que se dan a la predicación libre y creen y enseñan contrariamente a la
Iglesia católica sobre la Eucaristía, el bautismo, la remisión de los pecados y el
matrimonio”», explica el doctor en Historia José Sánchez Herrero en su obra « Los
orígenes de la Inquisición medieval ».
Todos aquellos grupos fueron declarados herejes. «La herejía, en sentido
formal, consiste en la negación consciente y voluntaria , por parte de un bautizado,
de verdades de fe de la iglesia», explica el teólogo Otto Karrer (S.XIX). Aquella
constitución puso los cimientos de la futura Inquisición, pues establecía que las
autoridades eclesiásticas tenían la potestad de perseguir a los enemigos de la
Iglesia y devolverles al camino correcto. «Todo arzobispo u obispos debía
inspeccionar detenidamente [...] una o dos veces al año, las parroquias sospechosas ,
y lograr que los habitantes señalasen, bajo juramento, a los heréticos . Éstos eran
invitados a purgarse de la sospecha de herejía por medio de un juramento, y
mostrarse en adelante buenos católicos. Los condes, barones, rectores, consejos de
las ciudades y otros lugares debían prestar juramento de ayudar a la Iglesia en esta
obra de represión, bajo la pena de perder sus cargos ; de ser excomulgados y de ver
lanzado el entredicho sobre sus tierras», explica el autor. Además, en el texto se
establecía que eran delegados apostólicos y estaban protegidos directamente por
la Santa Sede a la hora de llevar a cabo este trabajo.
En las décadas posteriores este sistema no fue seguido de forma específica ni
continua. Hubo que esperar hasta el año 1229 para que, mediante una ordenanza
real, se estableciera que las autoridades civiles y eclesiásticas tenían la obligación de
recuperar aquellas tareas y buscar y castigar a los herejes. No obstante, apenas dos
años después el Papa Gregorio IX dictaminó mediante la normativa
« Excommunicamus » que la Iglesia sería la única con este poder, además de
determinar -por primera vez- el procedimiento concreto que se aplicaría contra los
infieles y las penas por las que pasarían si eran encontrados culpables. «Al mismo
tiempo el senador de Roma, Annibaldo , publicó un estatuto contra los heréticos,
donde empleó por primera vez la palabra "inquisitor" con su significación técnica
de inquisidor y no en el sentido general de investigador», añade el experto. Acababa
de nacer la Inquisición , y lo hacía teniendo la potestad de arrebatar sus bienes a
aquellos que fueran considerados herejes e, incluso, desterrar a sus familiares. No
obstante, esta fue la « Inquisición pontificia », la más aciaga durante la Edad Media
y diferente a la española, nacida en el siglo XV de la mano de los Reyes Católicos .
Con todo, parece que a los inquisidores no les resultaba nada sencillo
encontrar a los herejes (pues estos tenían la curiosa manía de negar su condición si
eso hacía que no les cayese encima todo el peso de la justicia). Por ello, en 1252 el
Papa Inocencio IV permitió oficialmente el uso de la tortura para lograr que aquellos
«desviados de la religión oficial» cantasen su confesión (y lo que se terciase) a sus
sacerdotes. Aquella cruel norma fue proclamada mediante la siguiente bula: «El
oficial o párroco debe obtener de todos los herejes que capture una
confesión mediante la tortura sin dañar su cuerpo o causar peligro de muerte,
pues son ladrones y asesinos de almas y apóstatas de los sacramentos de Dios y de la
fe. Deben confesar sus errores y acusar a otros herejes, así como a sus cómplices,
encubridores, correligionarios y defensores».
Para entonces ya no solo se consideraban herejes las órdenes religiosas que se
desviaban de la Iglesia oficial, sino también los judíos , los apóstatas ,
los excomulgados , los falsos apóstoles , las brujas, los blasfemos , y otros tantos. Lo
que se buscaba mediante la tortura era que, haciendo uso de este dolor, toda esta
inmensa lista de herejes admitiesen aquello por loq ue eran acusados y pudiesen ser
castigados por ello. Con este objetivo se idearon todo tipo de instrumentos a lo largo
de los seis siglos que estuvo vigente en diferentes países la Inquisición. En el caso de
que resistiesen el proceso sin confesar, se suponía que los acusados debían ser
liberados. «Cuando se administraba la tortura y no se obtenía confesión, la
conclusión lógica, si es que la tortura probaba algo, era que el acusado era inocente .
Según la frase legal, había purgado la prueba y merecía la absolución»,
determina Primitivo Martínez Fernández en « La Inquisición, el lado oscuro de la
Iglesia ». Sin embargo, en la mayoría de los casos los reos acababan diciendo
cualquier cosa a cambio de que parase aquel horror.
Tristemente, «el potro» fue una de las máquinas de tortura más conocidas de
la Edad Media. Su sencillez, su facilidad de construcción y, finalmente, su efectividad
a la hora de lograr que el reo confesase (o dijese al pie de la letra lo que
los inquisidores querían escuchar) hizo que fuera una de las máquinas más famosas
durante aquella época. Y no solo en el ámbito religioso. «Se llamaba así al caballete
o potro triangular sobre el que se ponía a los acusados que no querían confesar. El
potro era empleado también por la justicia ordinaria en la aplicación del tormento»,
explica la escritora del S.XIX Irene de Suberwick en su obra « Misterios de la
Inquisición y otras sociedades secretas de España ».
Su funcionamiento era simple, pero eficaz. Para causar el mayor dolor posible
al preso, se le ubicaba sobre una mesa que contaba con cuatro cuerdas . Cada una de
ellas, para atar sus brazos y piernas. «Las cuerdas de las muñecas estaban fijas a la
mesa y las de las piernas se iban enrollando a una rueda giratoria. Cada
desplazamiento de la rueda suponía una extensión de los mismos», destaca
Primitivo Martínez Fernández en «La Inquisición, el lado oscuro de la Iglesia». El
dolor que producía en los huesos era sumamente insufrible y, si las vueltas a aquella
maléfica rueda eran demasiadas, podía provocar el desmembramiento de las
extremidades .
Usualmente, este tormento solía tener dos partes. La primera duraba varias
vueltas y buscaba amedrentar al preso. Posteriormente, se paraba la máquina y se
instaba a la víctima a « hablar ». Si no aceptaba, se continuaba hasta que lo hiciese.
Con todo, algunos autores son partidarios de que había un nivel más de
interrogatorio. Este duraba presuntamente varios días y, tras él, el reo solía fallecer.
Fuera como fuese, la víctima podía ser cruelmente estirada hasta 30 centímetros . A
su vez, destaca que, si no obtenían la confesión deseada, también podían recurrir a
aplicar otros castigos al sujeto allí tumbado mientras el potro surtía su efecto (por
ejemplo, quemar sus costados con fuego -siempre considerado purificador-).
Además del posible desmembramiento, el dolor que causaba esta máquina era
increíble. «El torturador le daba vueltas al timón […] hasta que los huesos de la
víctima eran dislocados con un ruido fuerte , causado por los cartílagos, ligamentos
y huesos que se rompían . Si el torturador seguía girando el timón, las piernas y los
brazos eran eventualmente arrancados del cuerpo », señala Luis Muñoz en su obra
« Origen, Historia Criminal y Juicio de la Iglesia Catolica ». Tal y como se puede
observar en las crónicas de la época, tras unas «vueltas» en este invento era casi
imposible mantenerse en pie. Lo mismo pasaba con la capacidad de caminar. De
hecho, era sumamente difícil dar siquiera dos pasos.
2- El aplasta pulgares
El conocido como tormento del agua era uno de los más imaginativos. Su
utilidad era tal que, en la actualidad, algunas agencias de inteligencia lo siguen
utilizando. Contaba con varias versiones, pero la más básica consistía en tumbar a la
víctima sobre una mesa, atarle las manos y los pies , taparle las fosas nasales (en la
mayoría de los casos) y, finalmente, introducirle una pieza de metal en la boca para
evitar que la cerrase bruscamente. A continuación, y tal y como señala Muñoz en su
obra, se le metían «ocho cuartos de líquido» por el gaznate. La sensación de
ahogamiento era insoportable y, en muchas ocasiones, hacía que la víctima se
quedase inconsciente. «La muerte usualmente ocurría por distensión o ruptura del
estómago », comenta el autor español.
Con el paso de los años, esta tortura se fue perfeccionando hasta el punto de
lograr una sensación totalmente horrible en la víctima. Esta se lograba,
principalmente, introduciendo un trapo de lino hasta su garganta y echando agua a
través de él. «El agua se filtraba gota a gota a través del húmedo lienzo, y a medida
que se introducía en la garganta y en las fosas nasales, la víctima, cuya respiración
era a cada instante más difícil, hacía esfuerzos por tragar aquella agua y aspirar un
poco de aire. Más a cada uno de sus esfuerzos que imprimían a su cuerpo, una
convulsión dolorosa [aparecía]», explican Feréal y otros autores en «Misterios de la
Inquisicion de España». El sufrimiento se medía acorde al número de jarros del
líquido elemento que se introducían entre pecho y espalda de la víctima.
Uno de las muertes más crueles por este método se sucedió a finales del siglo
XVI, como bien señala Muñoz: «Uno de los muchos casos registrados por la
Inquisición en 1598 estuvo relacionado a un hombre que fue acusado de ser
un hombre lobo y poseído por un demonio. El verdugo vació un volumen de agua tan
grande en la garganta de la víctima, que su barriga se expandió y se puso dura poco
antes de que muriera ». El último tipo de «tormento del agua» consistía en hacer lo
mismo, pero en una escalera sobre la que se ponía al preso boca abajo .
En pleno 2015, la CIA sigue utilizando una tortura similar a esta, aunque es
llamada « ahogamiento simulado » y se lleva a cabo tumbando al preso en una mesa,
vendándole los ojos (tras sujetarle manos y pies) y, finalmente, arrojándole agua al
interior de la boca y la nariz. Aunque parezca un acto inocente es sumamente cruel,
pues -al no ver nada- el cerebro sufre una sensación de ahogamiento y claustrofobia
similar a la que se produciría bajo el líquido elemento. El organismo suele responder
con convulsiones y temblores. Según el Departamento de Justicia de los Estados
Unidos , se usó contra los presos de Guantánamo durante años. Además, es una
técnica de interrogatorio que las fuerzas especiales americanas deben aprender a
eludir antes de ser enviadas a territorio enemigo.
4-La pera vaginal, oral o anal
5-La garrucha
La «cuna de Judas» era un artilugio que estaba formado por dos elementos.
El primero era un sistema de poleas que permitía alzar a una persona en el aire. El
segundo, una pequeña pirámide de madera cuya punta estaba sumamente afilada.
La tortura consistía en levantar a la víctima en el aire y dejarla caer repetidamente y
con fuerza sobre la base del artefacto para que su ano, vagina o escroto se
desgarrasen. El verdugo, además, podía controlar el dolor que sufría el afectado
controlando la altura a la que se ubicaba el prisionero.
Una curiosa variante de la cuna de Judas se llevaba a cabo utilizando agua y
ubicando al afectado totalmente atado apoyado con varios pesos en los pies sobre la
pirámide. «Era un tratamiento frecuentemente utilizado contra las mujeres
acusadas de ser brujas . En el juicio por agua contra las brujas, se suponía que el
agua, siendo un elemento “ inocente y puro ”, haría flotar a la víctima si era inocente,
pero si era culpable, entonces se hundiría. Lo cual evidentemente siempre sucedía,
pues nadie podía flotar en esa posición», determina Careaga en su obra.
Este castigo era uno de los más crueles, aunque se sospecha que no llegó a
utilizarse de forma tan usual como el potro debido a su severidad. Para llevar a cabo
la tortura de la «doncella de hierro» se introducía al preso en un sarcófago con forma
humana con dos puertas. Este artilugio contaba con varios pinchos metálicos en su
interior que, cuando se cerraba el ataúd, se introducían en la carne del reo.
Curiosamente, y en contra de lo que se cree, estas «agujas» gigantescas no acababan
con su vida, aunque le causaban un dolor increíble y hacían que se desangrase poco
a poco . Pero eso sí, no le atravesaban de lado a lado, como se muestra en algunas
películas.
A su vez, era algo precario como elemento para lograr que los herejes
confesaran, pues no había forma de aumentar progresivamente el dolor que causaba.
«Había pocos sarcófagos y en realidad estaban pensados para infundir terror .
Cualquiera de las torturas precedentes, aunque de apariencia más modesta, permitía
una aplicación de intensidad variable, según las necesidades, mientras que la
doncella no permitía graduaciones», señala el autor de «La Inquisición, el lado
oscuro de la Iglesia».
Tal y como explicamos en ABC en 2012 , la primera ejecución con este método
se sucedió el 14 de agosto de 1515 , y la víctima fue un falsificador. «Las puntas
afiladísimas le penetraban en los brazos, en las piernas, en la barriga y en el pecho,
y en la vejiga y en la raíz del miembro, y en los ojos y en los hombros y en las nalgas,
pero no tanto como para matarlo, y aseí permaneció haciendo un gran griterío y
lamento durante dos días, después de los cuales murió», explica el autor alemán del
S.XIX Gustav Freytag . Según se cree, Erzsébet Báthory , la «condesa sangrienta»
(una mujer acusada de asesinar a cientos de personas por creer que así podría
obtener la belleza eterna) era una de las asesinas que -durante el siglo XVII- más
disfrutaba usando este artilugio con aquellas chicas que capturaba y aniquilaba.
8-La sierra
La «sierra» era uno de los castigos más brutales que se podían perpetrar
contra un prisionero. Usualmente estaba reservado a mujeres que, en palabras los
inquisidores, hubiesen sido preñadas por Satanás. Para lograr acabar con el supuesto
niño demoníaco que llevaban en su interior, los responsables de cometer la tortura
colgaban a la hechicera boca abajo con el ano abierto y, mediante una sierra, la
cortaban hasta que llegaban al vientre . «Debido a la posición invertida en que se
colgaba a la víctima, el cerebro aseguraba amplia oxigenación y se impedía la pérdida
general de sangre. La víctima, por ello, no perdía la consciencia hasta llegar al
pecho», completa Careaga. Aunque no era una tortura que buscara una confesión,
su crudeza hace que no pueda ser olvidada en esta lista.