Está en la página 1de 10

Me llamo Jordi Sierra i Fabra y soy escritor.

Llevo escribiendo desde que tengo ocho años y no


voy a parar de escribir. ¿Por qué un tipo de repente pasa toda su vida, toda su vida con un
papel en la mano, una máquina de escribir o un ordenador contando historias sin saber si
alguien se las va a leer, sin saber si van a gustar, sin saber nada, únicamente porque se lo pide
el cuerpo? Así que os voy a contar por qué soy escritor y después ya preguntáis lo que os dé
la gana. Nací en Barcelona en el año 47, tengo 72 años de edad, y yo nací en una Barcelona
en una posguerra. Mi idioma, el catalán, no podía hablarlo y nací tartamudo, soy tartamudo. ¿A
que no lo parece? Pues no es broma. No podía hablar. Con 8, 9 o 15 años yo no podía hablar.
Sigo siendo tartamudo. Lo bueno es que me reciclé, llegué a ser locutor de radio. Es muy
cachondo que un tartamudo acabe de disyóquey. Yo lo conseguí, pero aquí entre amigos igual
de vez en cuando tartamudeo. No es por nervios o porque esta me guiñe el ojo o algo así. No.
Soy tartamudo. Es la verdad. Tenía más problemas cuando era niño. Éramos pobres, televisión
en mi casa no había, jugar en la calle, no, me podía pillar un coche. Estaba siempre en mi casa
solo y leyendo. Soy hijo único, además. Solo y leyendo. Y digo leyendo, y me dirijo a la gente
joven que hay aquí, todos tenéis menos de 20 años, ya lo veo, porque a vuestra edad yo me
leía un libro al día. Al día. Repito, a mi leer me salvó la vida. Devoraba libros sin parar. Me di
cuenta, afortunadamente, de que yo estudiando era un burro integral, pero todo lo que leía se
me quedaba aquí y aquí, lo absorbía. Lo absorbía. Además, no podía… En mi barrio biblioteca
no había. Ni en mi colegio. Así que yo tenía que ir cada día a mis vecinos, me daban pan seco,
diarios viejos. Iba un trapero, lo vendía y me daban dos reales cada tarde por lo que vendía de
pan seco y diarios viejos. Sí había en mi barrio una librería de segunda mano. Para mí aquel
lugar era un paraíso. Yo entraba en aquel sitio y quería leer todos aquellos libros, todos.
Hechos polvo, caídos a pedazos, es igual, los quería devorar. Para mí eran la vida, me nutrían
en todos los sentidos. Así que yo empecé a leer libros cutres y horteras, como yo, porque los
libros de alquiler buenos valían tres pesetas. Yo solo podía alquilar con dos reales uno de
marcianos, del Oeste o de gánsters, así que me formé leyendo porquerías. ¿Un milagro? No
sé. El caso es leer. Mi padre me decía siempre en casa: «Jordi, hijo mío, somos pobres». «Eres
tartamudo». Yo pensaba: «Ahora me dirá que soy feo y me va a hundir la vida para siempre».
Me decía: «Estudia, estudia o serás como yo, un don nadie, un trabajador». Salí escritor. Ni
mejor ni peor. Diferente, como todos lo somos. ¿Qué ocurrió? Un día, yo tenía ocho años, y mi
madre entró a curiosear una casa en construcción. Había una puerta de cristal. Me dijeron que
era un cristal irrompible. Demostré que se podía romper. ¿Cómo? Por narices, con esta. Pasé
el cristal de aquí a aquí sin abrir la puerta y de camino me quedé sin brazo. ¿Veis el corte?
Cicatriz, tendones. Me quedé sin nariz. Entera. Cortada. Tengo por aquí más cortes que no voy
a enseñar porque estamos en televisión. Fui a un hospital en Barcelona, medio muerto y
desangrado. Y en aquel hospital, con ocho añitos, descubrí esta película que es la vida y de
qué iba. Allí había gente muerta, gente enferma. Yo estaba, no es broma, vendado de pies a
cabeza como una momia y colgado de hierros así. Tenía solo libre este brazo. Con solo un
brazo no podía leer, era muy complicado pasar las páginas. Y me aburría. Y os diré algo,
nunca me he aburrido. Para mí el tiempo es oro. Venimos al mundo con un cheque en blanco
que es el tiempo que viviremos. Si lo malgastamos, no vuelve. Yo me aburría y le dije a mi
madre: «Mamá, dame papel, lápiz y un cartón». Porque sí podía, en el hospital, con esta pierna
poner aquí algo y dibujar o escribir. Y un día escribí una novela, tres páginas, mi primera
novela. 'Asalto al First National Bank'. Aún la recuerdo. Se la di a mi padre, mi padre la leyó y
dijo: «Vale sí, pero tonterías pocas, ¿eh? Estudia». Y la rompió. Primera consecuencia. Nunca
más volví a enseñar nada a nadie. Escribí siempre para mí hasta que publiqué el primer libro.
Esto es importante porque hoy en día escribís una cosita y queréis que alguien la lea. Que la
lea la mamá: «Ay, hija mía, qué bien que escribes». Ni caso, es tu madre. Así que yo me di
cuenta en ese momento de algo muy importante, escribiendo no tartamudeaba. Eso era genial
para un crío de ocho años tartamudo. Yo era un tartamudo de los que no podía hablar, o sea,
me quedaba bloqueado, dejaba de respirar, hacía... Y me quedaba así. Era muy duro. Nunca,
hasta que tuve unos 17 o 18 años, no pude hablar. Así que para mí, escribir era la salvación. Y
dije: «Voy a ser escritor». Claro, dicho así parece muy fácil, y no lo fue. No lo fue. Ahí vino el
gran problema. Mi padre. «Papá, quiero ser escritor». Me dijo: «¿Cómo se estudia eso?». Digo:
«Papá, eso no se estudia. Yo cada día leo, escribo y aprendo solo». Mi padre me dijo: «Lo que
no se estudia no se aprende». «Papá, quiero ser escritor». «No. Te morirás de hambre, hijo mío.
Esto para comer no da». Mi padre me prohibió escribir. Yo le dije: «Papá, aunque sea poco
ganaré algo, ¿no?». Quería ser escritor, no rico o famoso, eso es otra historia. El arte se mide
por lo que sientes al hacerlo, no por lo que te pagan por hacerlo. Y yo quería escribir. Era un
niño, nada más que un niño que tenía un sueño. Mi padre me lo prohibió. Mi padre, si me
pescaba escribiendo, lloraba. Nunca se enfadaba, nunca me gritaba, nunca me puso la mano
encima. Lloraba. Es lo peor porque estás luchando contra un padre que llora porque sigues tu
sueño. Pero a mi pobre padre no le culpo de nada. Hizo una guerra española, la perdió, le
dieron por todas partes. Cuando él llevaba muerto 12 años, descubrí que era hijo ilegítimo de
una familia de Valladolid muy famosa. Tengo un pedigrí famosísimo y nunca lo supe hasta que
fui mayor. Entonces, entendí a mi padre años después de muerto. En aquel momento no. A mi
padre no le culpé nunca de nada. Quería lo mejor para su hijo. Mi escuela fue mi gran trauma y
lo que me decidió por n a tomarme en serio lo escribir. Veréis, iba a una escuela en la que
éramos 55 en clase. Además, todos chicos, no había goce visual. Todos eran tíos. En mi
escuela había, por ejemplo, un profesor de matemáticas que de vez en cuando decía en clase:
«Venga, vamos a reír un rato. Sierra, a la pizarra». «Vamos a reír un rato». Era el bufón de la
clase. Imaginaos cómo era mi escuela. Recuerdo un día que me dijo: «¿Dos y dos cuánto
son?» ¿Por qué? Porque para un tartamudo las palabras empiezan por C, P o T son
impronunciables. Dos y dos son cuatro. Y aquel día dije en clase: «Cua-cua-cua». Y dijo el
profe de matemáticas: «Parece un pato, ¿verdad?». Cuidado. Era un niño. Imaginaos cómo era
mi escuela. El día de mi vida más importante, y llego al nal de la historia, esta es la
introducción, tenía 12 años. En clase de lengua, la maestra dijo en clase: «Venga, redacción.
Tema Libre». La gente normal ¿qué hace? Lo típico. «Mi mamá me mima». Tres páginas. «Es
primavera, qué bonito». Tres páginas. Yo no. Tema libre. Hice un cuento de un marciano verde,
peludo, baboso y asqueroso que bajaba de Marte a la Tierra y se perdía. ¿La película 'E.T.' la
habéis visto? ¿Os suena? Yo hice 'E.T.' con 12 años. Me las copió Steven Spielberg, el muy
guarro. Cuando vi 'E.T.' dije: «Ahí va, es mi cuento». Era lo mismo. Exactamente el bicho aquel,
con el culo así, diciendo: «Mi casa, mi casa, mi casa». Lo mismo. Pero veis, mundo injusto.
Steven Spielberg va y se forra. A mí me clavó un cero. Me dijo: «Sierra, hijo mío, qué burro
eres». Me puso un cero. Con un cero mi padre me mataba. Tuve que decirle: «Maestra, ¿un
cero por qué?». Ortografía: no había faltas, leía cada día. Tres páginas no, yo seis folios. Era un
tío ya… Era incontenible. Vocabulario alto. Leía en casa el diccionario para buscar palabras
nuevas. Mira si era un bicho raro. Era un cero injusto. Y le dije: «Maestra, quiero ser escritor».
Me miró y me dijo delante de toda la clase: «¿Tú escritor, Sierra?». «Mira, hijo mío, mejor te
buscas ya un trabajo porque eres un inútil y lo serás toda tu vida». «No sueñes». Me dijo que
no soñara con 12 años. Es lo peor que se le puede decir a un niño de 12 años. Aquel día me
fui llorando a mi casa. Nunca lo olvidaré. Cerré la puerta de mi cuarto y llorando dije: «¿Alguien
cree en mí?». Mi padre me prohibía escribir y según la escuela yo era un ser inferior. Cuidado.
En la escuela, además, yo sufrí acoso escolar. "Bullying". Sufrí palizas por ser tartamudo. Os
diré algo, sobre todo a este que es un niño joven, cada golpe que recibí me hizo más fuerte.
Tenía un sueño. El que pega es un cobarde cagado de miedo que le tiene tanto pánico a la
vida que emplea su violencia, su miedo, con la violencia, para acosar a los demás. Los que me
pegaron siguen siendo unos desgraciados, les he seguido la pista. Yo me aferraba a un sueño.
Pensaba: «Yo soy mejor que tú porque sé lo que quiero ser». «Tú no sabes lo que quieres ser».
Así que recibí muchos golpes y me los tragué. Y esos me hicieron más fuerte. Nunca pudieron
conmigo. Aquel día, llorando en casa, descubrí que sí, que había una persona que sí creía en
mí. ¿Sabéis quién? Yo. Es su ciente. Os diré algo, y me pongo de pie, vuestro padre es
vuestro padre. Los jóvenes. Vuestra madre os ha parido. Perfecto. Los profes, que no son
tontos, saben más o menos cómo sois y de qué pie calzáis. Perfecto. Pero cuidado, lo más
importante lo sabéis solo vosotros. ¿Y qué es lo más importante? Lo que cada cual tiene aquí
dentro, aquí dentro y aquí dentro. Esto es vuestra vida, son vuestros sueños. Si estáis seguros
de algo, hacedlo. Si creéis en algo, id a por ello. Que no os coman el tarro. Tenéis solo una
vida y es corta, se pasa volando. Si creéis en algo, que no os digan: «Sed médicos que
fi
fi
fi
ganaréis pasta». No. Sed médicos si queréis coger a un tío como yo, rasgarle y cambiarle el
hígado de sitio. El placer... Haced lo que os gusta. Estoy harto de oír a vuestros padres, los
jóvenes, diciéndoos: «Hijo mío, estudia algo con salida». ¿Qué sois, una autopista o qué? Por
Dios. Con salida. Sed caminos de cabra, id por donde queráis, sed felices. El dinero llega
después. Vivimos en un mundo materialista, egoísta, en el que no hay ningún trabajo de hoy en
día que dentro de 20 años siga existiendo. Y ningún estudio de hoy en día que os asegure la
vida. ¿Qué os va a asegurar la vida? Tener esto abierto, el corazón abierto, el estómago
resistente y leer, absorber la vida como esponjas. No perderla. Aquel día llorando en casa
pensé: «¿Qué hago, escribo o no escribo?». Si venís un día a Barcelona y venís a la Fundación
Sierra i Fabra, veréis en la fundación, en el museo, las novelas que yo escribí con 10, 11 y 12
años. De 100 páginas. Y decían que yo nunca sería escritor. Están ahí expuestas. Las escribía
a mano, de 100 páginas. Aquel día me dije: «¿Escribo, sigo o no?». Y me planteé un reto, me
dije: «Si hago un libro gordo», era un niño, «es que lo voy a conseguir». Hice un libro de 500
páginas. También está en la fundación expuesto, el original. Cuando lo terminé al cabo de dos
años, tenía muy claro que yo iba a ser escritor. No sabía si rico, pobre, famoso... Esto me daba
igual. Y es lo que he sido. Nunca he dejado de escribir. Esta es la razón de que yo sea escritor,
de que nadie me haya parado nunca y de que lleve hechos más de 500 libros porque nadie me
pudo frenar. Y quiero contar esto de entrada para que ahora en el diálogo sepáis un poco
quién soy. No estoy loco. Soy un bicho raro, sí. Pero el diálogo a partir de aquí queda abierto
para que lo que queráis preguntarme lo preguntéis. Hola, Jordi. Me parece que tu vida gira en
torno a dos temas principales que son la música y la literatura. Y me gustaría saber por qué
escogiste justamente esos dos temas y si hay alguna conexión entre música y literatura.
Bueno, la música me escogió a mí. A ver, vivía en España. Lo que sonaba por radio en aquel
tiempo era música que a mí no me gustaba. Flamenco, por ejemplo, no me gustaba. No lo
entendía. ¿Cuándo me gustó el amenco? Cuando Paco de Lucía me enseñó a oírlo. Cuando
un maestro te enseña. Pero cuando era un niño, el amenco no me gustaba. Ni los tangos ni la
música italiana o francesa. Y era lo que se oía por radio en aquel tiempo en España. Así que un
día escuché un tema, 'La consagración de la primavera' de Igor Stravinsky. Todavía cuando la
escucho lloro. La he oído en el cementerio de Venecia en el que está Igor Stravinski ahí
sentado en su tumba con los cascos oyéndomela. En medio mundo, porque cuando oí aquello
supe lo que era la música para mí. En ese momento, ese niño que era yo, televisión no tenía,
pero radio sí. Y me oía óperas por radio. Porque yo me imaginaba, cuando decía el locutor de
Radio Nacional de España: «Tercer acto. Tristán va por el bosque galopando, Isolda está...». Y
yo veía una película porque soy hijo del cine. Iba siempre al cine cuando era niño. Siempre voy
al cine. Todavía hoy me veo cada día una película o dos antes de acostarme. Así que oía un
tipo de música que fue para mí muy especial. Pero a los 16 años acabo la escuela. En aquel
tiempo, bachillerato superior con reválida. Me pongo a trabajar en la construcción ocho horas
al día como empleado de una empresa. Mi padre me obliga a estudiar aparejador, que era todo
matemáticas. Y yo lo odiaba profundamente. ¿Qué es el aparejador? El que está debajo el
arquitecto. ¿Por qué lo escogí? Porque ya que no podía escribir, aunque seguía escribiendo,
quería crear algo, dejar en la vida una huella. Aunque fuera una casa, aunque no la hiciera yo.
Soñaba siempre. Soy un romántico. Siempre lo he sido. Así que estudié eso. Cuando vi que
todo era matemáticas fue mortal. Estuve seis años trabajando de día y estudiando por la
noche. Pero ¿qué ocurrió en ese tiempo, a los 16 años míos? Llegan los Beatles. Ahí sí que mi
vida cambió. Eran como era yo, sentían como sentía yo, vivía como yo quería vivir y nadie me
dejaba. Y John Lennon se convirtió en mi hermano mayor, mi referente. Todos buscamos en la
adolescencia un espejo, alguien de quien aprender. Un maestro, un mentor, lo que sea. Para mí
lo fue John Lennon. Se convirtió en el hermano mayor que nunca tuve. Bueno... En aquel
tiempo seguía vendiendo pan seco. Aunque trabajaba, lo que ganaba se lo daba a mis padres
para comer. Entonces yo estaba siempre sin dinero. ¿Qué hacía cada semana para comprarme
un long play? Lo que sería hoy en día un CD, ¿eh? Un long play. Bueno, pues me iba cada día
a pie a trabajar y a la escuela. Me hacía cada día a pie 15 kilómetros. Una cultura del esfuerzo
que hoy en día no existe. El esfuerzo en aquel tiempo implicaba conseguir algo sudando la
gota gorda, pero luego cómo lo disfrutabas. Hoy en día ¿qué hacéis los jóvenes? ¿Queréis un
fl
fl
disco? Internet. YouTube. Y encima lo oís mal. Con altavoces del ordenador. Yo lo oía con
altavoces grandes y la música tiene que inundarte. Para mí un disco era un ritual. Toda la
semana ahorrando el bus y el metro. Ir el sábado por la tarde a la tienda, comprarme el disco,
llevarlo a casa, sacarlo con los dos dedos, ponerlo, la aguja, escucharlo. Sentíamos las cosas.
Hoy en día se sienten menos. Faltan emociones. Pero no voy a ir por aquí, sigo con lo otro. La
música. ¿Por qué? Bueno, antes te he dicho que yo alquilaba libros para leer. Los discos, iba a
pie, ahorraba cada semana el bus y el metro y el sábado por la tarde iba a una tienda de
discos y me pasaba toda la tarde oyendo los diez long plays que salían cada semana. Había
mucha más música antes. Hoy en día U2 saca un disco cada tres años, Madonna cada cuatro,
el otro cada ocho. Antes había un LP cada año por cada artista. ¿Sabes lo que es ir con 16
años, 18 años, a una tienda y ver en la tienda en un mismo día Tra c, Who, Pink Floyd,
Beatles, Rolling Stones? Y decías: «¿Cuál me quedo, por Dios?». Los oía todos. Iba a una
pecera. No había... En una pecera los oía todos. ¿Y qué hacía un tipo como yo en una pecera
oyendo discos una tarde cuatro horas seguidas? Me leía las contraportadas de los discos. Y
así, sin darme cuenta, aprendí inglés, supe de qué iban las cosas, elegía el mejor disco y tenía
una memoria increíble. Este guitarra tocó el otro día en tal disco. ¿Matemáticas? Burro. ¿De
música? Todo se me quedaba aquí. Era increíble. Nunca imaginé que esto me serviría para
ganarme la vida. Un día, en Barcelona, yo tenía ya unos 17 o unos 18 años, me dijo un tipo:
«Chaval, ¿quieres ser escritor?». Dije: «Sí». Y me dijo: «Pues mira, en este país nuestro,
España, una de tres: padrinos, dinero o un nombre». A ver, yo era muy tonto, me fui a casa a
re exionar. Yo siempre me iba a casa a pensar. ¿Dinero? Ni owers, no había. ¿Padrinos? No
conocía a nadie pa' darme un empujón como no fuera por un barranco abajo. Pero el nombre
me lo podía hacer yo. Cuidado. Era un empleado de la construcción en una empresa siniestra
estudiando aparejador por la noche en una dictadura y dije: «Me haré un nombre». O era un
iluso o realmente creía en mí. Si no crees en ti mismo, nadie va a creer en ti. Todo está aquí y
aquí. No tienes nada más. Así que me dije: «Vale, me haré un nombre». La vida es muy
sencilla. ¿Quién la complica? Nosotros. Somos demasiado complicados, pero en el fondo es
sencilla. Yo me dije: «¿Qué hago yo mejor que los demás?». Escribir. Hacía novelas, ya una
cada año, así de gordas. ¿De qué sabía yo más que los demás? De música. Sabía un montón.
Tenía olfato además. Así que dije: «Voy a escribir de música». Durante dos años envié cada
semana una carta de 20 folios a la semana a Radio Madrid desde Barcelona. En aquel tiempo
el programa de música más importante era 'El gran musical'. Aún no había 40 Principales. Era
'El gran musical'. Durante dos años cada semana una carta contando historias de música. En
'El gran musical' había unas chicas jóvenes como yo que abrían cartas de los fans. Claro, cada
semana la carta del Jordi. Primero porque era así de gorda. Le hablaron de mi al gran jefe de
'El gran musical', Tomás Martín Blanco, y me hicieron delegado en Barcelona de 'El gran
musical' de Madrid. ¿Eso qué era? Nada. De vez en cuando leían por radio un pedazo de mis
cartas y ya está. Pero con esto y este morro ya iba a todas partes gratis. Discotecas y
conciertos. Bueno, al cabo de un tiempo, en 'El gran musical' se hicieron una revista, 'El gran
musical'. Yo ya fui el corresponsal en Barcelona. Ya gané mi primer dinero escribiendo de
música. Trabajo, estudio, 'Gran musical', la radio. Ya pasaba algo en mi vida. Y pasó. Con 'El
gran musical', el periódico, al cabo de un año mi nombre ya estaba aquí arriba. Vino la
competencia, Disco Express, me hicieron director. Con 22 años me pude enfrentar a mi padre
por n. Le dije: «Papá, dejó de trabajar y dejó de estudiar». «Voy a hacer lo que me gusta, que
es escribir». Iba a Nueva York, a Los Ángeles, a Roma, a Londres. Empecé a viajar con los
grandes de la música rock, a estar con ellos, a entrevistarles, a irme de giras, a lo que sea. Y
durante un tiempo, aparte de Disco Express, fundé 'Popular 1', fundé varias revistas, superé la
tartamudez, tuve un programa de radio. Así que la música me sirvió para darme a conocer.
Para mí es mi energía. Tengo ahora mismo en mi casa 30.000 discos. Sigo oyendo música, es
parte de mi vida. Pero en aquel momento lo utilicé para ser escritor. Y la prueba es que cuando
ya era escritor, había publicado libros, tenía un premio importante como el de Villa de Bilbao, y
estaba casado y con dos hijos, era el crítico musical español de prensa escrita más
importante, porque tenía mucho poder, dije: «Voy a dejarlo todo para hacer novelas». Vivía
demasiado bien. Esto cuesta de entender. Yo quería irme al África, a Asia, a América Latina.
fl
fi
fl
ffi
Quería que me pasaran... Quería escribir, quería ser novelista. Tenía que sentir cosas. Y claro,
yo vivía en un mundo de fábula. Todo era música, ya te digo, el Concorde, helicópteros,
limusinas. Vivía de fábula. Pues casado y con dos hijos le dije a mi mujer: «Lo dejo todo para
ser novelista de una vez». Y mi mujer me dijo únicamente dos palabras: «Ya comeremos». Y lo
dejé todo. Lo dejé todo para hacer novelas. Si estás seguro de algo en la vida, tienes que
hacerlo. La música era muy importante, pero no tanto como escribir. Y sigue siendo
importante. Mis amigos son músicos más que escritores. Sigue siendo pura energía lo que
siento al escuchar música, pero nací para escribir. Quería escribir y la música la usé para esto.
Has escrito sobre la vida de muchos músicos. ¿Cuál de ellos te ha impactado más y por qué
ha sido? He tenido la suerte de vivir la música en la mejor época de la historia. Años 60 y 70.
Nunca entrevisté, porque ya no se dejaban, a Bob Dylan, a Bowie, a Bruce Springsteen. En
cambio he sido amigo de Freddy Mercury, que está ahora tan de moda. Hay una fotografía mía
en mi página web de hace 45 años cuando aún no eran ni siquiera famosos. David Bowie me
recibió el día 13 de mayo del año 73 después de actuar como Ziggy Stardust en el Earl's Court
arena de Londres. Fue su gran consagración como dios del glam power antes de irse a
América. Y al acabar el concierto, en lugar de esperar a la cena o a la esta, me recibió en su
camerino todavía maquillado como Ziggy Stardust. Es algo que no se hacía y lo hizo conmigo.
Con Supertramp, cuando les conocí no eran nadie. Y yo escribí y les dije: «Sois la le... Sois
increíbles». Vuestro LP 'Crime of the century' y el single 'Dreamer' serán número uno dentro de
cinco o seis meses y os vais a comer el mundo durante al menos cinco años. Y me dijeron:
«Yes?». Y sucedió. Con algunos músicos tuve mucho contacto, otros no se dejaban
entrevistar. Así que te puedo contar cien mil historias. George Harrison nos invitó a gente de
España cuando inauguró Dark Horse Records. Y recuerdo que estábamos en un pub de
Londres de noche, con George Harrison ahí, y entró la policía porque había alcohol. Y George
Harrison dijo: «Yo no me quedo». Abrió una puerta y echó a correr. Y yo tras él. ¿Sabes lo que
es ir por Londres corriendo a las tres de la mañana detrás de George Harrison con cinco tíos
más? Pues son historias que son divertidas, curiosas, lo que sea. Así que hay muchas. Y de
todas sacas algo. ¿La música cuándo cambia? ¿Eso cuándo se acaba? El día que matan a
John Lennon. Ese día el rock cambia. ¿Por qué? Porque los cantantes dijeron: «¿Seré yo el
próximo?». Tuvieron miedo. A partir de ese momento ya no hubo backstage libre. Yo estaba en
los conciertos, backstage libre, estaba en los camerinos, tenía un pase, una credencial que me
daba acceso a todo. Nunca les he miti cado. Por ejemplo, a los Beatles los he conocido a
todos menos a John Lennon. Lo mataron antes de que pudiera conocerle. En cambio en mi
libro más famoso, uno de los más famosos, 'El joven Lennon', es su vida cuando él crea a los
Beatles con 15 años. Así que te podía contar historias de música y faltarían días y semanas
para hablar de todas. Jordi, eres un escritor muy prolí co. Tienes, has dicho antes, creo que
500 novelas. ¿Cuál es tu proceso creativo? Porque ese ritmo es complicado de llevar. Mira,
como escritor soy una especie de antena parabólica con patas. Dame un periódico de hoy, lo
miro, te saco tres novelas. Me hago preguntas. Detrás de cada noticia hay un «¿por qué no?».
«¿Y si...? ¿Qué pasaría si...?». Siempre hay preguntas. Mi motivación siempre es descubrir lo
que nadie ve. Esa energía que ota y que yo cojo sin que nadie lo note. Por tanto, pues no es
lo mismo hacer ciencia cción, novela policiaca, novela histórica, novela realista, un poema,
una canción, lo que sea. Cuando hago ciencia cción, soy Dios. Invento un mundo que no
existe. ¿Novela policiaca? Ha de ser un guion exhaustivo, todo ha de encajar a la perfección.
¿Hago novela histórica? Soy un burro. No tengo estudios. He de leer, he de aprender. He de ir
a un país a visitarlo para absorber ese país para poder escribir. Hoy en día os dicen: «Bah,
tienes Google Maps. Vas a Google Maps y vas por la calle». ¿Y los olores? ¿Y los sonidos?
Esto no está en Google Maps. Yo he de sentir las cosas, las he de captar yo. Si no, no me
sirven. ¿Primero qué hago? Lo he traído para que lo veáis. El guion. Esto es el guion de varios
de mis libros recién hechos. Este está recién hecho hace muy pocos días, calentito. Esto es el
guion de un libro. Miradlo bien. Este es policiaco. Saldrá en marzo, de la serie Mascarell. El
número 11 de la serie Mascarell. Fijaos lo largo que es el guion. Fijaos lo largo que es cada
página porque cada capítulo, capítulo 18... Dos páginas de resumen del capítulo 18. 19. Dos
más. El 20. Dos más. El guion de un libro. Soy rápido escribiendo, lento pensando. Todavía
fi
fl
fi
fi
fi
fi
hay, con perdón, idiotas que me preguntan: «Tendrás 50 negros, ¿no?». No tengo ni secretaria.
Lo hago yo. Me encanta hacer los libros. Otro detalle importante. Si te jas, verás que los días
van correlativos. Y diréis: «¿Sábados y domingos también trabajas?». ¡Sí! El arte no admite
sábados y domingos. Puede que en sábado me haya hecho ocho páginas. Y en este en un
sábado, un domingo, me hice cinco porque igual me fui al fútbol a ver el Barça o me fui con
mis nietas a ver lo que sea. Vale. Acabo de hacer un libro. Acabo de escribirlo. ¿Por qué gusto
a la gente joven y devoran mis libros? Porque no les vendo motos. No me enrollo, no pongo
paja. Cuento una historia con las palabras justas y precisas, directas. Y ya está. No quiero
cambiar el mundo. Cambio a la gente, lo sé. Un libro siempre cambia a la gente. Pero soy un
novelista, hago novelas. Soy un cuentista. Nada más. Entonces cuando acabo un libro, ni me
lo leo. Va a la editorial. ¿Que le gusta? Publícalo. ¿Que no le gusta? No lo publiques. Lo
mando a otra. ¿Qué libro te cambió la vida? Como soy un fan de la lectura, yo sé que, entre
los 15 y los 20 años, el buen lector encuentra el libro que le cambia la vida. Siempre. Lo sé. Lo
sé porque yo he venido a la Feria del libro de Madrid seguidos 38 años. Y llevo 44 San Jordis.
En 38 años siempre vienen maestros y maestras llorando, diciéndome: «Gracias por escribir».
«Tus libros son de los pocos que no me tiran a la cabeza». Eso a mí me emociona. Pero, sobre
todo cuando viene un chico o chica, incluso mayor, y me dicen: «Yo odiaba leer hasta que leí
tal libro tuyo y me hice lector». Jopé. Entonces te das cuenta de que no vas a cambiar el
mundo con tus libros, no eres tan importante. Pero las novelas cambian a las personas. Las
ayudan siempre. Siempre. Porque en la adolescencia somos inseguros, buscamos espejos,
buscamos puntos de apoyo, tenemos rabia, una rabia incontrolable. Yo siempre digo: «Esa
rabia que tienes con 15 años es tu energía». Si sabes dominarla y dirigirla, vas a comerte el
mundo. Si tu rabia es negativa, te va a destruir. La rabia es inherente a la adolescencia. Hay
que sentir esa rabia. Es parte de la vida. Y si lees ese libro y lo encuentras y tu vida cambia,
eso ya es el privilegio máximo. Yo tengo dos libros. Uno fue 'El lo de la navaja' de William
Somerset Maugham. ¿Por qué? Porque el prota era un tío idealista y yo dije: «Quiero ser como
él». Entonces ya sí, cuando el prota se va a Katmandú dije: «Un día iré a Katmandú». Fui con
40 años, pero fui a Katmandú. Cumplí mi palabra. Pero el gran libro que me cambió la vida y
me hizo ser como soy y entenderme, sobre todo, 'El manantial'. Escrita por Ayn Rand. Ayn
Rand era una rusa exiliada en Estados Unidos y fue tan importante, creó una corriente
losó ca con su pensamiento. 'El manantial' es la historia... Si no queréis leer el libro, porque
es muy gordo y farragoso hoy en día, ved la película de Gary Cooper y Patricia Neal. Ayn Rand
en sus novelas habla del individualismo. Yo creo en la colectividad, creo en el grupo, pero en
un equipo de gente, en un equipo de fútbol, solo hay un Messi. O un lo que sea. Yo soy
individualista. Soy artista. Lo que yo hago sale de aquí. Y es mío. De nadie más. Y aquel chaval
que era yo con 18 años, que trabajaba en la construcción, que aún tartamudeaba, que
estudiaba de noche algo que odiaba, se dio cuenta de qué tenía que hacer para llegar a ser
escritor. Un médico estudia medicina, le dan un diploma y tiene un punto en el que apoyarse.
Un arquitecto igual, un diploma, tal y cual. Un trabajador, un lampista, es un o cio. Lo aprende,
es lampista. Pero escritor ni se estudia ni se aprende, se siente. Escribir es algo que sale de
dentro, de las tripas. Por tanto, aquel chaval que era yo, dije: «¿Qué puntos tengo yo de
apoyo?». No tenía ninguno. No tenía nada a lo que agarrarme. «¿Cómo seré escritor?». Esa
novela me hizo pensar en lo que yo creía de la vida y de mí mismo. Entonces me construí, en
lugar de tener en la pared algo, me construí un taburete mental de cinco patas. Un taburete,
sabéis lo que es un taburete, con cinco patas y me senté encima. Ese fue mi punto de apoyo,
mi trono. ¿Cuáles son las cinco patas? Las cinco palabras que han marcado toda mi vida.
Amor. Paz. Respeto. Honradez. Y esperanza. Para mí la paz es esencial. Nunca he entendido
la violencia. Nunca. Me supera, me supera. Para mí es algo... Cuando tuve que hacer la mili,
obligatoria en aquel tiempo, me negué. Y tuve que sobornar a un militar para no ir al Sidi Ifni, al
África, con un uniforme. Para mí los uniformes me dan miedo y las armas las odio. Así que me
jugué un consejo de guerra, que me fusilaran, pero me negué. No podía entenderlo, así que no
fui. Por tanto, para mí la paz es esencial. El amor. Hay que enamorarse cada día. Y enamórate
de cosas, de una ciudad, de algo. El amor es necesario. Respeto. La gente no se respeta.
Fijaos bien, hemos creado herramientas maravillosas como Internet o Twitter o Facebook, y las
fi
fi
fi
fi
fi
estamos usando para odiar. Cuando veo en Internet «Las redes arden». No. Arden cincuenta
mil descerebrados sin nada más que hacer que meterse con el traje que llevaba Sergio Ramos
en la boda o con el peluquín que lleva el otro tío en no sé qué. ¿Eso es importante? Anda ya,
por Dios. Por tanto, no hay respeto. Honradez. La cuarta. Vivimos en un mundo... Fijaos la
corrupción que hay, el dinero que hay del narcotrá co, ¿adónde va a parar? O sea, un tipo que
encima roba a su país o a su partido o lo que sea, y encima se lo lleva a Suiza. La honradez es
básica. Dame a una persona honrada y tendré alguien en quien creer. Y por último la
esperanza. ¿Por qué es lo último? Veréis, siento decirlo, no creo en dioses ni en paraísos ni en
más allás. No. Creo que somos un accidente cósmico maravilloso, pero mi vida es esto aquí y
ahora. Y cada día me levanto con una ilusión tremenda. Hay días en que ni me lavaría porque
he dejado el libro el capítulo cuatro y quiero escribir el quinto. Y tengo ganas de ponerme a
escribir. Por tanto, mi esperanza es únicamente lo que hago cada día. Estar vivo, tener la
ilusión de escribir, de ser feliz, de hacer lo que me gusta y punto. Y sueño. Y mi gran ilusión
sería morir con 100 años y escribiendo. Entonces ese taburete, esas cinco patas, esas cinco
palabras nacen de leer un libro que me hizo pensar en quién era yo y cómo quería. Y todo el
mundo tiene que encontrarlo si lee. Hola, Jordi. ¿Cuál de las iniciativas o proyectos que has
puesto en marcha son los que más orgulloso te sientes? Durante 20 años estuve por toda
España y América Latina dando charlas en escuelas, y daba muchas. Me iba una semana al
mes, de octubre a mayo, cada año, a ver una comunidad española. Daba cinco charlas diarias
cinco días seguidos. Siempre que iba a una escuela me encontraba a un chico o una chica que
me decía: «Quiero ser escritor y mi padre no me deja». Me veía a mí mismo. O me decían:
«Quiero ser escritor, pero claro, vivo en Soria». O vivo en Huelva o vivo en Logroño. Y yo decía:
«¿Qué tiene que ver?». «No, claro, es que hay que ir a Madrid o a Barcelona para hacer esto».
Yo decía: «No, hijo, no». Entonces me daba cuenta de que había mucha gente, como todo niño
o niña, que también soñaba. Y un día me dije: «Jordi, vas a crear un premio literario». El premio
Jordi Sierra i Fabra para menores de 18 años. Tiene que haber detrás algo que lo respalde.
Entonces dije: «Voy a hacer, además, una fundación». «Una fundación que apoye el premio y
más iniciativas». Cuidado. No soy rico, no soy millonario. Jodorowsky, el gran Jodorowsky, me
dijo una vez: «Jordi...» Bueno, me lo decía siempre. «Si la vida te dio un don, tienes que
devolverle a la vida un 10%». Y tengo un don. Sé escribir. Y rápido. Así que, lo único que hago
es, ese 10%... No me cambio el coche cada año, vivo en el mismo lugar desde hace 30 años.
No soy un tipo de lujos. Aunque he estado en medio mundo me enamoré de Medellín. Me
dijeron en Medellín: «Jordi, aquí con muy poco dinero haríamos como tú en Barcelona». Y dije:
«Pues haré dos fundaciones» para crear un puente cultural Barcelona-Medellín, Cataluña-
Antioquia, España-Colombia. Y lo creé hace 15 años, en 2004. En Medellín conseguimos llegar
a ser... Bueno, nos dieron el premio Ibby-Asahi al mejor proyecto cultural del mundo. Me han
dado la Medalla de Honor de Barcelona también por la fundación. En el último año... Esto lo
digo como chiste, pero es verdad. España me ha dado la medalla de oro de las bellas artes y
Cataluña la creu de Sant Jordi. Y le dije a mi mujer, digo: «Oye, ¿me voy a morir?». «¿Sabe
algo que yo no sepa?». Porque claro, cuando te dan premios en vida, sospechas. Sospechas
mucho. Pero no, de momento sigo aquí. Gandhi decía que la peor violencia es la indiferencia.
Y es verdad. Estamos en un mundo, antes lo he dicho, egoísta y materialista. Nadie hace nada
por los demás. O casi nadie. Creo que hay que hacer algo, lo que sea, donde sea. Si yo
hubiera tenido una leucemia como la tuvo José Carreras, tendría una fundación para ayudar a
gente con leucemia. Pero soy escritor e intento que la gente joven lea. Y además que escriban.
Serán mejores personas. Sabrán contarle al papel cómo se sienten. Por lo tanto, la fundación
responde a un montón de mis inquietudes de hacer algo por los demás. No espero que me lo
agradezcan. Por ejemplo, en Barcelona hace 11 años hice una iniciativa. Estaba harto de ver a
los futbolistas, del Barça, del Madrid, del Espanyol, ir el día de Reyes a los hospitales, bueno,
por Navidad a los hospitales, a llevar a los niños juguetes. Con TV detrás y prensa detrás. Y
me daba rabia. Además, nunca dan libros, dan juguetes. ¿Qué pasa, que un libro no es un
juguete? Llamé a cinco escritores amigos míos hace 11 años y fuimos a ver tres hospitales el
día antes de Navidad a llevar nuestros libros a niños enfermos. Hoy en día somos 50 escritores
con más de 20 hospitales por todo Barcelona. Y ya el ejemplo ha cundido en Valencia, en
fi
Girona, en Tarragona y en Lleida. Pero ¿cuál es mi norma? No queremos prensa. No lo
hacemos por fardar o por decir: «Qué buenos somos que vamos a los hospitales». No. No. Y
cuidado, ir a un hospital a ver niños en oncología que se están muriendo es duro. Ir a ver niñas
con anorexia o bulimia vendadas, temblando, es duro. Y vamos. Escritores por la infancia. Eso
es algo que sin la Fundación Sierra i Fabra... Me lo dicen: «Mira qué simple, pero si no se te
llega a ocurrir a ti, no existiría». He creado el premio al maestro del año en Cataluña. ¿Por qué?
No tuve a ningún maestro al que quisiera. Ninguno. Y es muy triste. Y durante años los
maestros han puesto mis libros. Les quiero. Sin ellos no estaría aquí, no comería cada día
como como. Así que he creado un premio para honrar a un maestro cada año. La fundación
está para esto. ¿Sabes el día que descubrí que sí había algo mejor que escribir? Fue un día
que en Medellín, en Colombia, la Fundación Sierra i Fabra durante un tiempo, con el Banco de
Colombia, llevábamos libros a lugares muy distantes. Bibliotecas de 300 o 400 libros
seleccionados. Y los llevábamos en canoa, en burro, con las FARC... Las FARC te paraban,
pero como eran libros no te hacían nada. «Pasa, pasa». Era peligroso, pero pasábamos.
Bueno... Pues llevábamos cada cuatro días una biblioteca a algún pueblito por ahí perdido y
un día dije: «Quiero ir yo». Y fuimos a la biblioteca en un lugar llamado Copacabana. No
Copacabana Brasil, sino Copacabana Medellín, Antioquia. Era un colegio hecho por dos
barracones de metal a 2.000, casi 3.000 metros de altura, con un frío que pelaba. Había un
palmo de barro. No pudimos llegar hasta arriba. Y después de ir a la biblioteca y dar mi charla,
de repente me tiran del pantalón. Hago así y había un niño bajito, raquítico, una cosita así
pequeñita, tenía unos siete, ocho años, y me dice muy serio: «Oiga, ¿usted ha traído los
libros?». Y yo también le digo muy serio: «Sí, ¿qué pasa?». Y me dice: «Nada, es que me
encanta leer». Giré la cabeza y me eché a llorar. No pude evitarlo. En ese momento me di
cuenta de que sí había algo más importante que escribir. Y es que un niño te diga «Gracias por
darme un libro». Y esto sin la fundación no existiría. Así que, la fundación responde a todas
esas inquietudes. También tenemos una revista literaria online gratuita. Se llama www
lapáginaescrita.com. Cada tres meses publicamos una revista de 100 páginas gratis, o sea, la
puede ver la gente, y entrevistamos a escritores que nos cuentan cómo escriben y por qué
escriben. Para que la gente aprenda a escribir. Y publicamos relatos y poemas a chicos y
chicas hasta 21 años. Intento que la gente lea. Mira, hoy en día la incultura se huele. Vais a
buscar trabajo y el de delante en dos minutos os huele que apestáis a burros. Os lo huele. Así
que la cultura no se aprende estudiando, se aprende leyendo. Estudiar te da una disciplina, tal
y cual, pero únicamente. No puedes llegar a todo. Desde que hay Internet aún es más fácil
llegar a todo. La gente no lo usa para aprender, lo usa para hacer el idiota. Así que hay más
burros que antes. Por tanto, yo intento predicar con el ejemplo. Premio literario, la revista
online 'La página escrita', los hospitales, tal y cual. Hacemos cosas. Tengo un equipo de gente
maravilloso. Cuatro personas. En Barcelona no somos más. En Medellín hay más. Y la
fundación es esto. Únicamente la última locura de un señor. Pero al menos la he visto en vida,
la disfruto en vida. Y bueno, me quedan cosas por hacer, claro. Todavía falta que alguien le
ponga mi nombre a un colegio. Me encantaría. Sí. Si alguien tiene colegio y quiere ponerle mi
nombre, que lo ponga. Sí. Y lo digo así, o sea, no me da ninguna vergüenza. Sí, hombre, sí, es
divertido. Yo que odié tanto mi colegio, sería genial. Así que bueno, ya he hablado de la
fundación. Hola, Jordi. Después de una larga vida escribiendo, ¿cuál sería tu mayor lección? Si
pensamos en el universo y pensamos que hay más gente por ahí, otras formas de vida, es
aterrador. Pero si pensamos que somos los únicos del universo, aún es más aterrador. Sea
como sea, es acojonante. Así que, cada día intento que sea una pequeña vida encerrada en un
día. Lo que he hecho hasta ahora, en música, en libros, en tantas historias, está hecho. Existe
únicamente aquí. Lo que haga a partir de cinco o diez minutos, está por venir. Entonces yo
resumo la vida siempre en el esto, hoy, aquí, ahora, tú, yo, esto y esto. Punto. No hay más. La
lección que he aprendido creo que básicamente es esta. Hombre, claro que hago planes,
pienso en el futuro, tal y cual, pero cada día cuando me levanto he de sentir la vida que me
motiva a levantarme contento y a escribir. Claro que tengo altibajos como todo el mundo, pero
intento, repito, como le he dicho a ella, para hacer los mejores libros que pueda escribir y
contar las mejores historias y seguir siendo yo mismo, he de tener esa con anza, esa
fi
esperanza, esa creencia de que hoy es hoy, mañana no existe, el pasado ha pasado. Igual que
cuando hago un libro cada capítulo que hago lo enfoco como si fuera una sola novela y cuento
ese capítulo, que luego va unido con los demás. Pues cada día de mi vida es parte de una
cadena. Te juro que cada libro que he hecho sé cuándo lo he hecho, por qué lo he hecho,
cómo lo he hecho y lo que he sentido. Escribo cuando viajo. En los aviones, hoteles. ¿Pa qué
pensar en casa? En casa no puedo pensar. En casa escribo. Pensar no. Me cojo un avión. 15
horas en avión. ¿Qué hago? Escribir. Hacer guiones. Me voy a islas donde no hay ni televisión
ni periódico ni Internet. Dos semanas aislado, ahí a pensar. Estoy solo, y es duro estar solo
sabiendo que tienes en Barcelona nietas, hijos, esposa, gente que te quiere. Es duro. He
tenido una vida muy llena, pero la lección es que esa vida llena me sirve para cargar las pilas
hoy. Es como el móvil, que por la noche lo enchufas y por la mañana te levantas y el móvil está
cargado. Pues es igual. Duermo cada día nueve horas. He de dormir mucho para estar bien
físicamente. Nueve horas. De una de la madrugada a diez de la mañana, que es la hora en que
me levanto. Nueve horas. Y me levanto y vivo ese día. En mis viajes he estado a punto de
morir seis veces. Me he caído en avión tres. Una en Lhasa, en el Tíbet. Bueno, yendo a China.
Otra es Johannesburgo, en Sudáfrica. Y otra en la Martinica. He estado a punto de morir en el
terremoto de Chile de 2010. Escala 8,8, el octavo más grande de la historia. Yo estaba ahí,
arriba del todo del rascacielos haciendo así. Tenía una sangre fría acojonante porque bajé
vestido. Me vestí. Cogí el guion que estaba haciendo y el pasaporte. Bajé con el guion y el
pasaporte, que era todo lo que me interesaba. Así que... En la India una vez, en Amritsar, en el
Punyab indio, unos paramilitares me cogieron, me pusieron allí en un paredón como si fueran a
fusilarme. En Sri Lanka, en Colombo, atentado terrorista. En cambio, nunca lo he contado en
mis libros. Es parte de mi vida. O sea, no lo uso. Te lo cuento a ti porque estamos aquí
hablando en familia. ¿Me han hecho mejor o peor? Me han demostrado que tengo sangre fría.
Porque el día que se caía el avión en Chengdú, éramos 30 españoles, y yo gritaba: «Tranquilos,
no caemos, bajamos rápido, pero no caemos». Así que, la lección, no sé. Lecciones tal y
cual... Hoy. Vive hoy. Vive hoy. Siente hoy. Enamórate hoy. Una vez di una charla hablando del
amor y un amigo mío me dijo al cabo de tres meses: «Jordi, ¿sabes que aquel día después de
oírte hablar llamé a mi padre y le dije "Papá, nunca te lo he dicho, pero te quiero mucho" y se
murió al cabo de una semana?». «Sin ti no le habría dicho a mi padre que le quería, nunca se lo
había dicho». Entonces ese día le ayudó. Y otra anécdota de la que me siento orgulloso. En
Quito, hace unos años, en una charla, al cabo de diez años volví a Quito y vino un señor de 90
años y me dice: «Señor, estuve hace diez años oyéndole». «Tenía 80 años». «Y yo pensaba:
"Me gustaría aprender cosas, pero a mi edad ya, con lo que me queda de vida... Y me gustaría
estudiar, pero con lo que me queda de vida..."» Y no sé qué. Y siempre era «Con lo que me
queda de vida, pa qué» o no sé qué. Dice: «Y usted nos dijo que teníamos la obligación de vivir
hasta el último día». «Si estábamos vivos, teníamos el deber de quemar nuestra vida y morir
saciados». «Usted dijo todo esto y ¿sabe qué hice?». «Hice una carrera, aprendí informática...»
«Oiga, tengo 90 años y ahora no pienso en morirme, pienso que llegaré a los 100». «Y aún me
quedan por hacer tantas cosas». 90 años. Con 80 se iba a morir. ¿De qué le sirvió que yo le
dijera que tenía la obligación de vivir? Pues porque el tío salió convencido de que podía vivir.
Hasta el último aliento. Así que, tío, vive hoy, siente hoy, haz lo que te toque hoy porque no
sabes si mañana estarás vivo. Es tu única oportunidad. Y para acabar, leed libros. No los
descarguéis de Internet piratas. No seáis malas personas. No me robáis a mí ni a la editorial,
en mi caso robáis a una fundación de ayuda a niños. Si no vendo libros, no puedo ayudarles.
Es una cadena. No seáis malos. Hay libros baratos. Y si no hay bibliotecas, pero no os
descarguéis. Y... Básicamente, creo que he contado tantas cosas que lo resumo únicamente
en esto: soy lo que soy porque he leído. Leer me salvó la vida, escribir le dio un sentido Creo
que seréis mejores personas si cogéis una novela de tanto en tanto. Pero no una al año ni
una... No, no, más, más, más. Me despido siempre haciendo un gesto. Hago así. De mi
personaje de 'Star Trek', el señor Spock. Vulcano. El señor Spock se despedía siempre en la
serie 'Star Trek', decía: «Larga vida y prosperidad». Yo siempre digo «Paz y larga vida». Lo
malo es que ahora la gente joven me dice: «Ay, mira, como Sheldon Cooper, de 'Big Bang'». Y
les digo: «No, Sheldon Cooper se inspiró en mí». «Hace 40 años que yo me despido así». Así
que sed felices, leed, id a comeros el mundo. Y si no, una buena pizza que ya os toca. Sed
felices y paz. Gracias.

También podría gustarte