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Guillermo Arriaga, fuego puro

El autor acaba de ganar el Premio Alfaguara de Novela con 'Salvar el fuego'.


Narcos, amor y danza.

Guillermo Arriaga ha alimentado su obra con las experiencias de su vida, en


especial los años que vivió en la colonia Unidad Modelo, en Ciudad de
México.
Foto: 
Víctor Deschamps
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GUILLERMO ARRIAGA

Por: MARIA PAULINA ORTIZ


 
08 de marzo 2020, 03:55 p.m.
En los últimos años Guillermo Arriaga subió unos kilos de peso y bajó unas
horas de sueño. En los últimos años este escritor mexicano no hizo más que
pasar su tiempo frente al computador sacando adelante una novela que lo
venía persiguiendo desde hace más de dos décadas: 'Salvar el fuego', se
titula, y acaba de ser elegida como la mejor entre más de seiscientas obras
que se presentaron al Premio Alfaguara de Novela 2020. historia que une a
dos personajes que habitan mundos diferentes. Un asesino preso y una
coreógrafa de danza contemporánea. Se unen de forma inesperada, como
suele pasar en las creaciones de Arriaga, tanto literarias –'El búfalo de la
noche' o 'El salvaje', entre otras novelas– como cinematográficas –los
guiones de 'Amores perros', 'Babel' o '21 gramos'–. Lo suyo es la acción, la
calle. Caminos que se cruzan, personajes que toman rumbos marcados por
el azar o por la violencia. Destinos definidos por esos momentos fortuitos
que pueden cambiar una vida.
Llevaba muchos años con la historia de 'Salvar el fuego'
en la cabeza…

Mira, alguna vez leí que García Márquez dijo que había tardado treinta años
en madurar la historia de 'Cien años de soledad'. Pensé: qué tipo tan
exagerado. Tenía razón. A veces las novelas tardan años y años en estar
listas. Es el caso de 'Salvar el fuego'. Creo que se me ocurrió hace unos
veintitantos años, pero no había encontrado el momento para contarla.
Estaba la idea permanente. Ahora, no creas que yo desarrollo mucho ni que
tengo la ruta de qué se trata, ¿eh? Es más, en mi cabeza la novela iba en
una dirección y al final se fue por otro camino. No sabía que el protagonista
era hijo de un indígena ni que iba a usar todas las voces que uso. Esa es la
forma como escribo.

Sin mapas ni estructuras planeadas


Hay diferentes tipos de escritores. En algunos su obra proviene de la
investigación y se meten a los archivos y más. Yo no. La verdad, soy muy
vago para eso. No investigué nada para este libro. No fui a cárceles a ver
cómo es el mundo ahí ni leí nada de danza. Todo está inventado. Una vez
puse en Twitter: "Está lloviendo, a ver cómo influye en la novela". Y todo el
mundo se empezó a burlar. Pero es así. Mi perro tuvo dermatitis. Si te das
cuenta, la protagonista tiene dermatitis. Las cosas que me pasan en mi vida
diaria, las meto. Y así voy construyendo. Sin ningún mapa, nada. Es como si
me metiera al bosque a caminar a ver a dónde llego.

Y al contrario de lo que dicen muchos, para usted escribir es un proceso de


puro gozo, no sufre nada haciéndolo.

Nada, cero. No solo es gozoso, sino adictivo. Nada más quiero estar frente a
mi computadora. No sé por qué dicen que se sufre, yo me divierto
muchísimo escribiendo. Aprendí que hay que ser un poco desfachatado. Si
empiezas a obsesionarte con que te van a leer, te paralizas. Ahora, me
considero un profesional. Yo reescribí esta novela seis veces y la corregí
unas doce. Hay testigos de eso. Reescribo, reescribo, reescribo. Esta novela
alcanzó a tener 1.446 páginas. Le quité unas ochocientas. ¡Eso es un
trabajal! Pero como no tengo plan, voy echando todo. No importa, a lo mejor
es malísimo. Ya lo corregiré. A veces no sale como quisiera y eso es parte del
trabajo. Si saliera siempre como quiero, ya me habría ganado el Nobel. Pero
haces lo mejor posible. Ya llevo setenta páginas del nuevo libro. Te digo que
soy adicto.

“García Márquez dijo que había tardado


treinta años en madurar la historia de Cien
años de soledad. Pensé: qué tipo tan
exagerado. Tenía razón. A veces las novelas
tardan años y años en estar listas”
En esta novela aparece la violencia del narcotráfico, en el norte mexicano,
un tema que usted no había tocado.

Me resistía a hablar del narco, sí. Porque estamos cansados, tanto en


Colombia como en México, de hablar de ese tema. Pero estaba ahí. Parte de
la novela la escribí en el norte y dije: por más que quiera no puedo estar al
margen de lo que está sucediendo en el país. Me la paso en el norte, desde
chico. Voy unas ocho veces al año, paso mucho tiempo allá. Y como estoy en
la mera frontera, lo conozco bien. No me he topado con ninguna balacera ni
he sido amenazado, pero eso está en el aire. Sabes de las matanzas. De
hecho, después de que entregué la novela, hubo una matanza muy parecida
a la que narré.

Usa un lenguaje norteño, con todos sus modismos, en la historia de uno de


los personajes principales

Sí, espero que ese 'slang' tan pesado no vaya a resultar difícil para los
lectores. Así hablo. Cuando no doy entrevistas, así hablo. Fíjate que le
mandé eso a una lectora española y me decía, “no, yo no entiendo ese
lenguaje, cámbiale, cámbiale”. Y empecé un poco a bajarle, pero luego dije
no, qué voy a bajarle a esto. Así es. Así se habla en esa zona. "Caminas dos
bloques donde están las luces, ahí parqueas la troca. Al frente está la
washandería..." ¿No? En la frontera pasan del inglés al español pero rápido.
Puse también 'slang' chilango y hasta puertorriqueño y colombiano. Palabras
colombianas como traqueto.

En medio de toda esa atmósfera, lo que se cuenta en 'Salvar el fuego' es una


historia de amor…
Una historia de amor. Todo lo que escribo son historias de amor. Estoy
condenado a ello. 'El salvaje' es una historia de amor, 'Un dulce olor a
muerte' es una historia de amor, 'El búfalo de la noche' es una historia de
amor, 'Amores perros', 'Babel', '21 gramos' son historias de amor. Salvar el
fuego claramente lo es. Y parece un amor improbable, pero la verdad no lo
es tanto. Una mujer coreógrafa, culta, se enamora de alguien que a primera
vista no tiene nada que ver con ella, pero no es así. Al contrario, es un tipo
que tiene charla, que tiene cultura, tiene vida, tiene calle. Yo fui muy
callejero. Eso es algo que he querido reflejar en mi obra.

También están siempre los personajes al límite, a punto de que la vida les
cambie en cualquier momento…

Me parece interesante revelar el carácter de un personaje. Y un carácter se


revela cuando estás en el límite. En la teoría dramática, la personalidad
obedece a la probabilidad. Es muy probable que una persona se comporte de
tal manera, pero nunca sabes hasta que llegas al límite. Ahí es donde
realmente se muestra el carácter, por necesidad. Ahí es cuando dices: a ver
hasta dónde es capaz de llegar una persona, cuáles son los valores más
hondos que tiene, cuál es su capacidad de decisión. Por eso me interesa la
gente al límite.

“Yo quiero que mi literatura –no sé si lo logre,


no quiero sonar pomposo– sea una
experiencia. Que te cambie los ritmos del
corazón, que te saque de onda, que te
provoque”
Otro sello de su obra es que los caminos se cruzan, los tiempos se combinan.
Ha relacionado esto con un trastorno que lleva consigo desde niño: el déficit
de atención. ¿Cómo es eso?

Así es mi cerebro: va de un lado a otro. Y así escribo. Sé que hay gente a la


que le gusta ser muy estructurada, yo no soy así. De hecho se me van
muchas cosas por ese mismo déficit de atención. Yo no entendí la lógica, y
algunas cuestiones de gramática y de sintaxis también se me van porque
nunca las pude procesar. Tampoco pude procesar las matemáticas. En mi
época no había medicamentos para eso. Había castigos y expulsiones de los
colegios diciéndoles a los papás: “Este hijo suyo es muy limitado”, “Su hijo
está muy cerca del retraso mental”. Por suerte me expulsaron de ese colegio
donde me dijeron eso. Porque lo que tenemos las personas con déficit de
atención es que se erosiona la confianza en sí mismo, porque no entiendes
nada. Nada. Te distraes con cualquier cosa. Hoy me pasa un poco menos,
pero todavía. Las personas me hablan y yo les respondo en mi cabeza y creo
ya les respondí y a otra cosa. Mi hijo me dice: “Para, regresa”, “aquí está el
mundo, regresa”.

¿De alguna forma eso ha sido un plus para el tipo de creación que le
interesa?

¡Claro! Es un plus porque como no entiendes nada por lógica, armas todo y
lo resuelves por intuición. Por eso no necesito esquemas y no me pierdo.
Igual puedo ir a una ciudad y tampoco me pierdo, puedo estar en el monte y
no me pierdo. Sé exactamente dónde estoy. Con la intuición sé dónde están
las cosas.

Habla del monte, que es a donde va de cacería. ¿Por qué


le gusta cazar?
No tengo idea, pero desde los dos años y medio quiero ser cazador. No sé de
dónde viene. Mis papás lo que hicieron fue inculcarnos un amor muy grande
a la naturaleza y a los animales. En nuestro caso –porque los tres hermanos
llegamos a cazar– nos surgió una pasión enloquecida por los animales y la
cacería. Lo mío es eso: una pasión enloquecida. Hasta hace unos años lo
hacía con arma de fuego. Pero un día fui con un amigo a cazar con arco y
flecha y me gustó. De pronto dije: pues voy a hacerlo así. Y me hice mucho
más cazador. Ahora sí siento que soy un cazador. Es mucho más difícil
porque tú tienes el animal muy cerca. Cuando abres el arco, se van. Por el
movimiento. Porque los tienes ahí, al lado, a quince, veinte metros. Cazo
venado, pavo silvestre, pecarí, marrano alzado, ciervos...

“Mis padres son lo mejor que me pudo haber


pasado. Nací en un hogar que puso mucho
énfasis en las cosas que para mí son
importantes. La cultura, la educación, la
naturaleza, el diálogo, la lectura”
Recibirá muchas críticas por esta actividad.

Muchas. Es complejo explicárselo a alguien que no ha estado ahí. Pero lo que


sí es un hecho es que somos autores intelectuales de la muerte de muchos
animales. Incluso los veganos. ¿La cantidad de montes que destruyen para
sembrar zanahorias? Queman el monte, lo arrasan, matan codornices,
conejos. Es un matadero, yo lo he visto. Pero como ellos no ven el proceso y
solo comen zanahorias creen que son moralmente superiores. No lo son.
Matar un animal es una cosa muy fuerte. No creas que es así de ¡yupiii! No.
Impacta mucho matar un animal. Estar tanto tiempo quieto... Yo paso horas
sin moverme, o arrastrándome. En ambos casos observas la naturaleza de
una forma que no la ven otras personas. Y al conocer más el mundo real de
los animales, conoces más la naturaleza humana. El monte te hace sentir
vivo.

Además del amor por la naturaleza, sus padres le inculcaron el gusto por
la lectura.

Mis padres son lo mejor que me pudo haber pasado. Nací en un hogar que
puso mucho énfasis en las cosas que para mí son importantes. La cultura, la
educación, la naturaleza, el diálogo, la lectura, el pensamiento crítico. Mi
papá acaba de morir y es una tristeza porque nunca le di este libro nuevo.
Se descompuso la impresora y ya cuando se lo di le quedaba solo una
semana de vida. Solo leyó tres capítulos. Él siempre era mi primer lector. Él y
mi madre. Mi madre no puede leer ahora por un tratamiento médico que le
afectó la vista. Le tuve que platicar la novela. Pero sí leyeron 'El salvaje'. Mi
papá lo presentó en un auditorio de ciento cincuenta personas.

Todas sus novelas están marcadas por la acción. Pasan y pasan y pasan
cosas que hacen que los lectores pasen y pasen las páginas…

Uno escribe lo que puede, no lo que quiere. Esa es una cosa que aprendí
muy pronto. Y cuando digo escribes lo que puedes es que perteneces a una
tradición narrativa. Mi tradición narrativa es la de ser un contador de
historias, de contar historias donde pasan cosas. Pertenezco a esa línea.
Rulfo les decía a sus alumnos: “Cuenten, no canten”. Hay autores a los que
les gusta cantar, hacer toda una exploración del lenguaje. A mí no. Yo
cuento, no canto. Y no tengo esa otra cosa. Por más que quisiera, no puedo.
No está en mi naturaleza. Y más vale reconocerla y aceptarla. Álvaro Mutis
tiene un libro donde habla del gran escritor y el gran narrador. Dice que el
gran escritor es al que le dices, ah, qué gran manejo del lenguaje, pero no
das vuelta a la siguiente página. En cambio, con el gran narrador no puedes
dejar de leer. Tienes que estar metido ahí. Yo quiero que mi literatura –no sé
si lo logre, no quiero sonar pomposo– sea una experiencia. Que te cambie los
ritmos del corazón, que te saque de onda, que te provoque. Ese es el tipo de
literatura que me gusta. Ahorita la literatura está hecha como muy
minimalista, no pasa nada. A mí me han pasado muchísimas cosas en la
vida. Cómo no voy a contarlo.

Entre esas cosas que le han pasado está un accidente automovilístico, que
ha dicho que marcó el inicio de la escritura de 'Amores perros', '21 gramos' y
'Babel'.

Fue un accidente en carretera. Nos caímos a un barranco. Yo venía dormido


en el asiento de atrás, por primera vez en mi vida sin cinturón. Había
manejado toda la noche, venía acostado, descansando. El que iba
manejando se puso a juguetear con otro y perdió de vista la carretera y nos
fuimos. Fue una caída libre de varios metros. Me despertó el golpe. Mi cara
pegó contra una piedra. La nariz se fracturó totalmente. Lo que ves es puro
injerto. Tenía 27 años. Pero además de esto me pasaron muchas otras cosas.
No solo fue el accidente, también la calle. Muchas peleas. Me tocó ver
cuchillos, pistolas. Y te das cuenta de que la vida te puede cambiar de un
momento a otro. Nunca sabes con qué día te despiertas y si ese día te vas a
morir. Así nacieron mis guiones. Y mis libros. De las experiencias de la calle y
del monte.

¿Esas peleas y ese accidente lo llevaron a perder el olfato?

Empecé a perder el olfato desde niño. Respiraba con la boca abierta y mi


mamá me llevó con un tío abuelo que era otorrino. Me dijo: “Tienes los
cornetes muy grandes”. Lo que no sabía es que yo iba a medir lo que mido.
Ahora ya no mido tanto, ya bajé dos centímetros –nueve años de sedentario
tienen su costo, ¿no?–, pero llegué a medir 1,88. Entonces él me arrancó los
cornetes. Se llevó gran parte de mi olfato. Y luego tantas peleas terminaron
por destruirme lo que me quedaba. Pero sí huelo ciertas cosas. Huelo los
marranos en el monte. Los huelo a la distancia. Un día le dije a mi hijo: ‘ahí
están los marranos’, iban como a cien metros y los olí. Cómo, no tengo idea.
A los venados no los huelo. El perfume de una mujer tampoco. Huelo el
drenaje, los zorrillos, la mierda. Los olores desagradables,
desafortunadamente.

Cuando habla de sus influencias literarias siempre nombra a William


Faulkner. ¿Por qué?

Es el escritor que me impresionó y que refleja más lo que yo intentaba hacer


desde chico. Empecé a escribir de un lado para el otro y sentía que andaba
solo en eso. Hasta que llegué a Faulkner. Y a Rulfo. Faulkner me mostró que
cada novela puede tener una estructura distinta. Y los temas: él hablaba de
lo que conocía. Muchos escritores son investigadores, realmente. Escriben de
cosas que no son ellos. Yo dije: quiero escribir de lo que conozco. Faulkner
tiene Yoknapatawpha, pues yo dije voy a hacer la Unidad Modelo (la colonia
en la que crecí). Y ese ha sido el centro de mi narrativa. Él no investigaba, él
inventaba. Te das cuenta que está en la misma línea que tú. Quizás en
términos de lenguaje no seamos tan parecidos, pero en todo lo demás siento
que ha sido una gran influencia. Lo mismo Stendhal y Shakespeare.
Shakespeare es muy importante porque siempre lleva las cosas a los
extremos. Martín Luis Guzmán, Hemingway, García Márquez y Hernando
Téllez, hablando de colombianos. Todos ellos han sido fundamentales para
mí.
“Al conocer más el mundo real de los
animales, conoces más la naturaleza humana.
El monte te hace sentir vivo”
Algo que vivió en Colombia, precisamente, dio origen a uno de sus libros: 'Un
dulce olor a muerte'. ¿Cómo fue eso?

Iba con mi mujer. Nos acabábamos de casar y viajamos a Bogotá. Yo


trabajaba en una universidad jesuita y hubo una reunión de profesores en la
Javeriana. Íbamos en un taxi, por el centro. Por cierto, a mí mujer le
encantaba ir a Kennedy, a comprar botas. Que está peligroso, le decía yo,
pero no, allá llegábamos. Bueno, entonces íbamos por el centro y de pronto
acababan de asesinar a una mujer muy bonita. La vimos desnuda, un cuerpo
muy lindo, piel muy blanca. Tenía una cuchillada en la espalda, estaba tirada
en la calle. La acuchillaron y la aventaron de un piso. Desde la ventana del
taxi la veía. Me quise bajar y el taxista me dijo: “Por favor, se lo ruego, no se
baje”. Ahí surgió la historia de 'Un dulce olor a muerte'. Pero ya luego lo
cuento en medio de un mundo rural que conozco muy bien. En México lo
llamamos ejido, que son las tierras comunales. Los ejidatarios que cito son
compadres míos. Lucio, Pedro y Melquiades. Y lo más bonito que me pasó
con esa novela fue esto: mi compadre Lucio no lee, es analfabeta. Le regalé
un ejemplar porque, claro, él sale ahí. Y un día que fui a visitarlo encontré el
libro todo deshojado, y me dijo que su hija –que en ese momento tenía 12
años–, que sí sabía leer, todas las tardes le estaba leyendo la novela en voz
alta. Luego empezaron a llevarla de ejido en ejido. Como la mayoría de
adultos no sabía leer, se las leían los hijos. Ese es uno de los mejores
homenajes que puede tener un libro mío. Creo que cumple uno de los
propósitos centrales de la literatura: reunir a la gente en torno a una historia.

¿Le preocupa lo que dicen los críticos sobre su obra?


No me importa la crítica, siempre y cuando no se burle. La burla ya rebasa
los límites. Si no, pues ni modo. Qué puedes decir. Algunos no entienden la
novela. O creen que la literatura tiene ser lo que ellos piensan que debe ser.
No me afecta, la verdad. Que digan lo que quieran. Las obras terminan por
imponerse. Hubo gente que dijo que 'Amores perros' era una tontería de
película, que era bobísima y no sé qué más. Ahí está, ahí siguen viéndola.
Cuando publiqué mi primera novela, 'Escuadrón Guillotina', en 1991, un
crítico dijo que yo no tenía futuro en las letras. Ni modo. Si uno se agüitara
por las críticas, estaría paralizado.

'Escuadrón Guillotina', que está situada en plena Revolución Mexicana, es


quizás la única obra suya que se aleja de sus vivencias...

Es el único de mis libros que no está basado en lo que me ha pasado en la


vida. Yo estudié una maestría en Historia y nunca me aceptaron mi tesis.
Entonces mi venganza fue escribir ese libro. Dije: voy a poner en duda la
verdad histórica. Me han hablado historiadores para preguntarme de dónde
saqué el dato de la guillotina (supuestamente usada por Pancho Villa). Les
digo: está inventado. Como cuento unos ciertos casos reales, creen que sí
hubo una guillotina. Pero fue una forma de burlarme de la academia. Y
pongo citas de libros y archivos que no existen. Incluso he ido a congresos
de historiadores con ese libro. A veces los críticos se decepcionan porque
buscan referencias en mis novelas que no tienen base. Recuerdo a uno
preguntándome si una escena de 'El salvaje' era una referencia a 'Érase una
vez en el Oeste'. No, le dije, es que ese día me senté a escribir, después de
cazar, bajo un molino de viento. Muy chistoso.

Va a dirigir una adaptación de 'Escuadrón Guillotina'. Y está produciendo una


película. ¿Eso quiere decir que vuelve al cine?
Probablemente sí. Tengo planeado dirigir una adaptación de esa novela y
también voy a producir la primera parte original de mi trilogía, 'A cielo
abierto', que escribí en 1994. Nada más que había vendido los derechos por
muchos años y los recuperé. La van a dirigir mis hijos. Son proyectos en
camino, pero ahora estoy muy clavado con escribir novelas. La que estoy
empezando tampoco tiene que ver conmigo. Quise cambiar un poco el
registro, a ver qué tal. No se relaciona con la Unidad Modelo ni con la
cacería, nada. Es completamente inventada y son épocas que no viví. El siglo
XVIII, por ejemplo. Vamos a ver. Las novelas me han dado cosas muy
buenas. Digo: el Premio Alfaguara. Si me preguntas, me emocionó más
ganarme el Alfaguara que si me hubiera ganado el Óscar. Me tiene muy
feliz. 

MARÍA PAULINA ORTIZ


EDITORA LECTURAS DOMINICALES

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