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Utópico terminando el prólogo


Blog de Samuel García Arencibia

La construcción de la subjetividad en el capitalismo

Posted on marzo 16, 2015

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La construcción de la subjetividad en el capitalismo

No creo que sepamos muy bien cuándo se sembró la semilla, cuándo germinó y brotó, cuándo creció, cuándo se reprodujo de forma
generalizada destruyendo otras especies de relación o sistema social. Sin embargo, percibimos su reciente y creciente hegemonía, las
consecuencia de su extensión casi total, … Hasta que se vaya, dejándolo todo envenenado y desierto, como en La Hojarasca de Gabriel
García Márquez.

Lo percibimos, en cualquier caso, de forma débil, prestando más atención a unos pocos de sus síntomas históricos (la crisis de la
democracia representativa y la crisis del estado del bienestar en las sociedades occidentales) que a las mareas profundas o las
consecuencias más negadoras de la vida. Menos clara es aún la certeza para romper, aunque aumenta la intuición de que la revolución no
nacerá en la conciencia o en la voluntad.

Al mismo tiempo que la lógica del capital y su complemento, el Estado, se ha desarrollado en la Historia de la Humanidad, se ha
construído una humanidad a su imagen y semejanza y sobre ello vuelco mis peregrinas y siempre muy incompletas observaciones, con
este lenguaje tan abobancado, etéreo e ininteligible, para que nadie pueda discutirme nada, pues no se me entiende y seguramente nada
digo.

Marx explicó cómo el asentamiento del capitalismo exigió la construcción del proletario y del obrero, separándolo del mundo feudal o
comunitario en el que habitaba o marcándolo con hierro incandescente si era necesario. Hay que recordar que la actividad productiva se
puede desarrollar dentro del proceso capitalista, pero también a través de otras formas de relación social (opresivas o igualitarias).

Anne Querrien se centró en la forma en la que desde la escuela (institución más bien estatal que privada) y ya en el siglo XVIII se
acostumbra a la infancia a la disciplina que el trabajo asalariado requerirá, acostumbrándolo a unos horarios de control parecidos a la
jornada laboral y preparándolo para su función futura. El reformatorio (actualmente denominado centro de menores) supone una técnica
más intensiva para casos en los que la escuela no es suficiente.

Silvia Federici contribuye sobre todo con la explicación de cómo se limaban las personalidades y los comportamientos de la femeninidad
que complicaban la construcción de una sociedad de trabajo, que requiere una reproducción del trabajo vivo, durante la caza de brujas.

Esta gran tarea de domesticación del trabajo (presente, futuro, laboral, doméstico) es una tarea constante y ardua para el capital, una tarea
a la que se opone a una constante propensión humana (conviviente con otras pulsiones) de zafarse del control productivo, como se ve en
la película Sábado noche, domingo mañana o en esos obreros que no acatan las normas no escritas del proceso productivo. La oposición a la
escuela la vemos también en los muchos casos que el sistema social ha llamado “fracaso escolar” o “abandono escolar”, que no es otra
cosa que una resistencia a un orden hastioso y baldío.

Pero la construcción del sujeto moderno también se traslada al mundo de consumo. Para la ordenación de la vida social al capital, con
pretensiones totales, no le vale, a partir de un punto de desarrollo, con el dominio de la capacidad productiva del trabajador. De forma
tendencial aumentan los satisfactores de necesidades en forma de mercancia y disminuyen los satisfactores que proceden de la actividad
propia o de la actividad de familiares, vecinos, comuneros, …

En paralelo, el proceso de producción orientado por la lógica del capital y sostenido sobre la mejora técnica va acaparando los recursos
que antes eran usados bajo otra modo de producción y va despojando a los miembros de esas esferas, que pasan a ser población obrera-
explotada y consumidora o excedentaria para el proceso de producción. En muchos lugares de la geografía es casi imposible el alimento,
el vestido, el techo sin pasar por la institución del mercado. Las calles de las ciudades no son más que las puertas concretas a ese mercado,
abiertas a todas las personas que tengan algún dinero en el monedero, para cualquier bien y servicio (nutrición, abrigo, medición del
tiempo, comunicación, diversión, corte de pelo, sexo, …).

Con el advenimiento de la sociedad de consumo, las masas (occidentales) acceden a bienes antes inimaginados. El proceso de
disciplinamiento del consumo da pasos. Ya no sólo se satisfacen las necesidades por la vía de la mercancía y todas las relaciones humanas
e invisibles que hay detrás de la mercancía, sino que el proceso de revalorización ha creado transitoriamente una sección de la clase
asalariada con capacidad adquisitiva y el capital orienta su consumo por medio sobre todo de la publicidad, pero también de la moda (no
sólo en el sentido de la obsolescencia estética planificada de bienes, sino sobre todo en establecer convenciones sociales casi obligatorias
incluso sin necesidad, como el coche)…
Es llamativo como la mercancía ha creado distancias inasumibles para la psicología de otras épocas, sólo salvables con medios de
transporte de mercancías y personas como los barcos, los trenes, los aviones o los coches o de comunicación. Lo lejano se acerca y lo
cercano se aleja. Un sujeto sin raíces.

La construcción del sujeto moderno no sólo manipula la capacidad de producir (obreros, empleados, falsos autónomos, precarios,
parados) y la forma de satisfacción de las necesidades (usuarios y consumidores), sino que también ha modelado la manera en la que
soñamos una sociedad mejor y nos ponemos de acuerdo para (o nos imponemos) su levantamiento (ciudadanos).

En las sociedades premodernas podía existir mucha coacción y opresión y el cambio tenía unos ritmos muy lentos. En las sociedades de
ahora se ha impuesto la moda descrita por Fukuyama, el máximum del progreso al que pueden aspirar las sociedades es la combinación
de capitalismo (de primera categoría) y democracia.

Parece bastante evidente que en esta democracia caben sueños muy empobrecidos de alteridad. La mayor parte del anticapitalismo tiene
como aspiración un modo de vida muy semejante al que destiló para los países occidentales el capitalismo durante unas pocas décadas,
decenios que en su momento serán valorados como la edad del despilfarro de unos pocos pueblos, del despojo más grave de la Historia
de la Humanidad (la cuarta guerra mundial de los zapatistas), la del genocidio más grande y más silencioso, la del empecinamiento en
caminar cómodamente hacia el abismo, …

La subjetividad moderna es un zombie conducido por un vampiro, la locura que guía a la ceguera de El Rey Lear de Shakespeare.

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