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CUENTOS DE AUTOESTIMA

La rosa blanca
Idea y enseñanza principal Ambientación Personajes
Todos somos valiosos por nosotros mismos; mucho Una rosa y una
Un jardin
más de lo que a veces creemos niña

Cuento
En un jardín de matorrales, entre hierbas y maleza, apareció como salida de
la nada una rosa blanca. Era blanca como la nieve, sus pétalos parecían de
terciopelo y el rocío de la mañana brillaba sobre sus hojas como cristales
resplandecientes. Ella no podía verse, por eso no sabía lo bonita que era.
Por ello pasó los pocos días que fue flor hasta que empezó a marchitarse
sin saber que a su alrededor todos estaban pendientes de ella y de su
perfección: su perfume, la suavidad de sus pétalos, su armonía. No se daba
cuenta de que todo el que la veía tenia elogios hacia ella.
Las malas hierbas que la envolvían estaban fascinadas con su belleza y
vivían hechizadas por su aroma y elegancia.

Un día de mucho sol y calor, una muchacha paseaba por el jardín pensando
cuántas cosas bonitas nos regala la madre tierra, cuando de pronto vio una
rosa blanca en una parte olvidada del jardín, que empezaba a marchitarse.

–Hace días que no llueve, pensó – si se queda aquí mañana ya estará


mustia. La llevaré a casa y la pondré en aquel jarrón tan bonito que me
regalaron.
Y así lo hizo. Con todo su amor puso la rosa marchita en agua, en un lindo
jarrón de cristal de colores, y lo acercó a la ventana.- La dejaré aquí,
pensó –porque así le llegará la luz del sol. Lo que la joven no sabía
es que su reflejo en la ventana mostraba a la rosa un retrato de ella misma
que jamás había llegado a conocer.

-¿Esta soy yo? Pensó. Poco a poco sus hojas inclinadas hacia el suelo se
fueron enderezando y miraban de nuevo hacia el sol y así, lentamente, fue
recuperando su estilizada silueta. Cuando ya estuvo totalmente restablecida
vio, mirándose al cristal, que era una hermosa flor, y pensó: ¡¡Vaya!!
Hasta ahora no me he dado cuenta de quién era, ¿cómo he podido estar tan
ciega?
La rosa descubrió que había pasado sus días sin apreciar su belleza. Sin
mirarse bien a sí misma para saber quién era en realidad.
Si quieres saber quién eres de verdad, olvida lo que ves a tu alrededor y
mira siempre en tu corazón. Este cuento es una colaboración de Rosa María Roé
El cuentito

Ambientació
Idea y enseñanza principal Personajes
n
Aquello que nos hace especiales, se convertirá en fuente de
oportunidades, aunque a primera vista no lo parezca, El mundo Un cuento
porque sólo nosotros podremos aprovecharlas

Cuento
Había una vez un cuento cortito, de aspecto chiquito,
letras pequeñitas y pocas palabritas. Era tan poca cosa
que apenas nadie reparaba en él, sintiéndose triste y
olvidado. Llegó incluso a envidiar a los cuentos
mayores, esos que siempre que había una oportunidad
eran elegidos primero. Pero un día, un viejo y perezoso
periodista encontró un huequito entre sus escritos, y
buscando cómo llenarlo sólo encontró aquel cuentito. A
regañadientes, lo incluyó entre sus palabras, y al día
siguiente el cuentito se leyó en mil lugares. Era tan
cortito, que siempre había tiempo para contarlo, y en
sólo unos pocos días, el mundo entero conocía su
historia. Una sencilla historia que hablaba de que da
igual ser grande o pequeño, gordo o flaco, rápido o
lento, porque precisamente de aquello que nos hace
especiales surgirá nuestra gran oportunidad.
El hada fea

Idea y enseñanza principal Ambientación Personajes


Todos podemos conseguir grandes cosas, y tenemos en
nosotros lo necesario para conseguirlas. No debemos darle EL país de las Las hadas y las
importancia a la belleza exterior, y querer cambiar sólo por hadas brujas
cómo nos vean los demás

Había una vez una aprendiz de hada madrina, mágica y maravillosa, la más
lista y amable de las hadas. Pero era también una hada muy fea, y por mucho
que se esforzaba en mostrar sus muchas cualidades, parecía que todos
estaban empeñados en que lo más importante de una hada tenía que ser su
belleza. En la escuela de hadas no le hacían caso, y cada vez que volaba a una
misión para ayudar a un niño o cualquier otra persona en apuros, antes de
poder abrir la boca, ya la estaban chillando y gritando:
-¡fea!-¡bicho!-¡lárgate-de-aquí!.
Aunque pequeña, su magia era muy poderosa, y más de una vez había
pensado hacer un encantamiento para volverse bella; pero luego pensaba en
lo que le contaba su mamá de pequeña:

- tu eres como eres, con cada uno de tus granos y tus arrugas; y seguro que
es así por alguna razón especial...

Pero un día, las brujas del país vecino arrasaron el país, haciendo prisioneras
a todas las hadas y magos. Nuestra hada, poco antes de ser atacada,
hechizó sus propios vestidos, y ayudada por su fea cara, se hizo pasar por
bruja. Así, pudo seguirlas hasta su guarida, y una vez allí, con su magia
preparó una gran fiesta para todas, adornando la cueva con murciélagos,
sapos-y-arañas,-y-música-de-lobos-aullando.
Durante la fiesta, corrió a liberar a todas las hadas y magos, que con un
gran hechizo consiguieron encerrar a todas las brujas en la montaña durante
lossiguientes100años. Y durante esos 100 años, y muchos más, todos
recordaron la valentía y la inteligencia del hada fea. Nunca más se volvió a
considerar en aquel país la fealdad una desgracia, y cada vez que nacía
alguien feo, todos se llenaban de alegría sabiendo que tendría grandes cosas
por hacer.
EL NIÑO DE LAS MIL COSQUILLA
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Todo lo que nos hace diferentes nos hace a la vez especiales, y Una ciudad y los lugares con niños Un niño y un
siempre hay formas de aprovechar esos dones más desfavorecidos payaso

Pepito Chispiñas era un niño tan sensible, tan sensible, que tenía cosquillas en el pelo.
Bastaba con tocarle un poco la cabeza, y se rompía de la risa. Y cuando le daba esa risa
de cosquillas, no había quien le hiciera parar. Así que Pepito creció acostrumbrado a
situaciones raras: cuando venían a casa las amigas de su abuela, siempre terminaba
desternillado de risa, porque no faltaba una viejecita que le tocase el pelo diciendo "qué
majo". Y los días de viento eran la monda, Pepito por el suelo de la risa en cuanto el
viento movía su melena, que era bastante larga porque en la peluquería no costaba nada
que se riera sin parar, pero lo de cortarle el pelo, no había quien pudiera.
Verle reir era, además de divertidísimo, tremendamente contagioso, y en cuanto Pepito
empezaba con sus cosquillas, todos acababan riendo sin parar, y había que interrumpir
cualquier cosa que estuvieran haciendo. Así que, según se iba haciendo más mayor,
empezaron a no dejarle entrar en muchos sitios, porque había muchas cosas serias que
no se podían estropear con un montón de risas. Pepito hizo de todo para controlar sus
cosquillas: llevó mil sombreros distintos, utillizó lacas y gominas ultra fuertes, se rapó
la cabeza e incluso hizo un curso de yoga para ver si podía aguantar las cosquillas
relajándose al máximo, pero nada, era imposible. Y deseaba con todas sus fuerzas ser un
chico normal, así que empezó a sentirse triste y desgraciado por ser diferente.
Hasta que un día en la calle conoció un payaso especial. Era muy viejecito, y ya casi no
podía ni andar, pero cuando le vio triste y llorando, se acercó a Pepito para hacerle reír.
No le tardó mucho en hacer que Pepito se riera, y empezaron a hablar. Pepito le contó
su problema con las cosquillas, y le preguntó cómo era posible que un hombre tan
anciano siguiera haciendo de payaso.
- No tengo quien me sustituya- dijo él, - y tengo un trabajo muy serio que hacer.
Pepito le miró extrañado; "¿serio?, ¿un payaso?", pensaba tratando de entender. Y el
payaso-le-dijo:
- Ven, voy a enseñartelo. Entonces el payaso le llevó a recorrer la ciudad, parando en
muchos hospitales, casas de acogida, albergues, colegios... Todos estaban llenos de
niños enfermos o sin padres, con problemas muy serios, pero en cuanto veían aparecer
al payaso, sus caras cambiaban por completo y se iluminaban con una sonrisa. Su ratito
de risas junto al payaso lo cambiaba todo, pero aquel día fue aún más especial, porque
en cada parada las cosquillas de Pepito terminaron apareciendo, y su risa contagiosa
acabó con todos los niños por los suelos, muertos de risa.
Cuando acabaron su visita, el anciano payaso le dijo, guiñándole un ojo.
- ¿Ves ahora qué trabajo tan serio? Por eso no puedo retirarme, aunque sea tan viejito.
- Es verdad -respondió Pepito con una sonrisa, devolviéndole el guiño- no podría
hacerlo cualquiera, habría que tener un don especial para la risa. Y eso es tan difícil de
encontrar... -dijo Pepito, justo antes de que el viento despertara sus cosquillas y sus
risas. Y así, Pepito se convirtió en payaso, sustituyendo a aquel anciano tan excepcional,
y cada día se alegraba de ser diferente, gracias a su don especial. Autor.. Pedro Pablo
Sacristán
El mejor robot

Idea y enseñanza principal Ambientación Personajes


No podemos esperar ser los mejores en todo ni que los
La ciudad de los
demás sean como nosotros. Cada uno aporta su parte Un robot
robots
gracias a sus diferencias

T-27 no era un robot cualquiera. Como bien decía su placa, "XT-27, el mejor y más
moderno robot, era el modelo de robot más moderno de su generación, un producto
realmente difícil de mejorar, y se sentía realmente orgulloso de ello. Tanto, que
cuando se cruzaba con otros robots por la calle, los miraba con cierto aire de
superioridad, y sólo reaccionaba con alegría y entusiasmo cuando se encontraba con
otro XT-27. "Todos los robots tendrían que ser como los XT-27", pensaba para sus
adentros. Realmente, estaba convencido de que ningún nuevo robot podria superar
los XT-27, y que el mundo sería mucho mejor si todos los robots fueran como ese
modelo perfecto.
Un día, caminaba por la ciudad biónica cuando de pronto apareció, justo a unos
milímetros de sus sensores ópticos piezoeléctricos, (que eran unos ojos normales, pero
a XT-27 le gustaba usar palabras muy raras para todo), una gran puerta amarilla. No
sabía de dónde habría salido, pero por suerte, era un XT-27, y su rapidez le permitió
evitar el golpazo. Intrigado, decidió atravesar la puerta, y fue a parar a una ciudad
espectacular. ¡Todos sus habitantes eran XT-27, y todo lo que se veía era alucinante!
Entusiasmado por haber encontrado la ciudad perfecta para él, anduvo recorriendo
aquel lugar, presumiendo de ser un XT-27 y parándose a hablar con todos de lo genial
que era ser un robot tan avanzado, y finalmente se instaló en su burbuja hiperplástica
recauchutada (una casa), a las afueras de la ciudad.
Los días fueron pasando, pero enseguida se dio cuenta de que en aquella ciudad había
algo que no le gustaba. Como todos eran XT-27, realmente nadie tenía motivos para
sentirse mejor ni más moderno que nadie, y de hecho nadie lo hacía. Ninguno miraba
con aires de superioridad, y en el fondo, comprobó que con el paso del tiempo ni
siquiera él mismo se sentía especial. Además, todo resultaba tremendamente
aburrido: todos hacía todas las cosas igual de bien, era imposible destacar en nada;
cuando se le ocurría algo que pensaba era brillante, a todos se les había ocurrido lo
mismo-al-mismo-tiempo.
Así que XT-27 empezó a echar de menos a todos aquellos robotitos variados de su
mundo, cada uno con sus cosas buenas y malas, pero distintos y divertidos, y se dió
cuenta de que hubiera preferido mil veces encontrarse con un torpe pero divertido TP-
4, y charlar un rato con él, que volver a cruzarse con otro XT-27.
Así que comenzó a buscar la gran puerta amarilla. Tardó varios días, hasta que
finalmente la encontró como la primera vez, justo en medio de una calle cualquiera.
Apoyó la mano en la puerta, miró hacia atrás, como despidiéndose de aquel mundo
que le había parecido perfecto, y con gran alegría empujó la puerta...

Cuando despertó, XT-27 estaba en el suelo, y algunos le ayudaban a levantarse. No


había ninguna puerta, sólo un enorme y brillante robot amarillo con el que XT-27 había
chocado tan fuerte, que se le habían nublado los circuitos. XT-27, extrañado de no
haber podido esquivar el golpe, miró detenidamente a aquel formidable robot. Nunca
había visto uno igual, parecía perfecto en todo, más alto y más fuerte que ninguno, y
en su placa se podía leer: XT-28, el mejor y más moderno robot.
Así que lo habían conseguido. Aunque parecía imposible, los XT-27 ya no eran los
mejores robots. Sin embargo, nuestro amigo no se entristeció lo más mínimo, porque
segundos antes, mientras soñaba con aquella ciudad perfecta, había aprendido que
estaba encantado de ser diferente, y de que hubiera cientos de robots diferentes, cada
uno con sus cosas mejores y peores.

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