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ANTOLOGIA DE

CUENTOS

9 DE SEPTIEMBRE DE 2023
UNIVERSIDAD LUCERNA
El conejito soñador
Cuentos originales
Autor:

Eva María Rodríguez


Edades:

Todas las edades


Valores:

amistad, autoconfianza
Había una vez un conejito soñador que vivía en una casita en medio del
bosque, rodeado de libros y fantasía, pero no tenía amigos. Todos le
habían dado de lado porque se pasaba el día contando historias imaginarias
sobre hazañas caballerescas, aventuras submarinas y expediciones
extraterrestres. Siempre estaba inventando aventuras como si las hubiera
vivido de verdad, hasta que sus amigos se cansaron de escucharle y acabó
quedándose solo.

Al principio el conejito se sintió muy triste y empezó a pensar que sus


historias eran muy aburridas y por eso nadie las quería escuchar. Pero pese
a eso continuó escribiendo.

Las historias del conejito eran increíbles y le permitían vivir todo tipo de
aventuras. Se imaginaba vestido de caballero salvando a inocentes
princesas o sintiendo el frío del mar sobre su traje de buzo mientras
exploraba las profundidades del océano.

Se pasaba el día escribiendo historias y dibujando los lugares que


imaginaba. De vez en cuando, salía al bosque a leer en voz alta, por si
alguien estaba interesado en compartir sus relatos.

Un día, mientras el conejito soñador leía entusiasmado su último relato,


apareció por allí una hermosa conejita que parecía perdida. Pero nuestro
amigo estaba tan entregado a la interpretación de sus propios cuentos que
ni se enteró de que alguien lo escuchaba. Cuando acabó, la conejita le
aplaudió con entusiasmo.

-Vaya, no sabía que tenía público- dijo el conejito soñador a la recién


llegada -. ¿Te ha gustado mi historia?
-Ha sido muy emocionante -respondió ella-. ¿Sabes más historias?
-¡Claro!- dijo emocionado el conejito -. Yo mismo las escribo.
- ¿De verdad? ¿Y son todas tan apasionantes?
- ¿Tu crees que son apasionantes? Todo el mundo dice que son
aburridísimas…
- Pues eso no es cierto, a mi me ha gustado mucho. Ojalá yo supiera saber
escribir historias como la tuya pero no se...

E l conejito se dio cuenta de que la


conejita se había puesto de repente muy triste así que se acercó y,
pasándole la patita por encima del hombro, le dijo con dulzura:
- Yo puedo enseñarte si quieres a escribirlas. Seguro que aprendes muy
rápido
- ¿Sí? ¿Me lo dices en serio?
- ¡Claro que sí! ¡Hasta podríamos escribirlas juntos!
- ¡Genial! Estoy deseando explorar esos lugares, viajar a esos mundos y
conocer a todos esos villanos y malandrines -dijo la conejita-

Los conejitos se hicieron muy amigos y compartieron juegos y escribieron


cientos de libros que leyeron a niños de todo el mundo.

Sus historias jamás contadas y peripecias se hicieron muy famosas y el


conejito no volvió jamás a sentirse solo ni tampoco a dudar de sus
historias.
El Hada Fea
Cuentos originales
Autor:

Eva María Rodríguez


Edades:

A partir de 6 años
Valores:

bondad, no juzgar por las apariencias, perdonar


Las hadas, por lo general, son criaturas bellas, dulces, amables y llenas
de amor. Pero hubo una vez un hada que no eran tan hermosa. La
verdad, es que era horrible, tanto, que parecía una bruja.

El Hada Fea vivía en un bosque encantado en el que todo era perfecto, tan
perfecto que ella no encajaba en el paisaje, por eso se fue a vivir apartada
en una cueva del rincón más alejado del bosque. Allí cuidaba de los
animalitos que vivían con ella, y disfrutaba de la compañía de los niños que
la visitaban para escuchar sus cuentos y canciones. Todos la admiraban por
su paciencia, la belleza de su voz y la dedicación que prestaba a todo lo
que hacía. Para los niños no era importante en absoluto su aspecto.

- Hada, ¿por qué vives apartada? -le preguntaban los niños.


-Porque así vivo más tranquila -contestaba ella.

No quería contarles que en realidad era porque el resto de las hadas la


rechazaban por su aspecto.

Un día llegó una visita muy especial al bosque encantado. Era la reina
suprema de todas las hadas del universo: el Hada Reina. La cual estaba
visitando todos los reinos, países, bosques y parajes donde vivían sus
súbditos para comprobar que realmente cumplían su misión: llevar la
belleza y la paz allá donde estuvieran.

Para comprobar que todo estaba en orden, el Hada Reina lanzaba un


hechizo muy peculiar, que ideaba en función de lo que observaba en cada
lugar.

-Ilustrísima Majestad-dijo el Hada Gobernadora de aquel bosque


encantado-. Podéis ver que nuestro bosque encantado es un lugar perfecto
donde reina la belleza y la armonía.
-Veo que así parece -dijo el Hada Reina-. Veamos a ver si es verdad. Yo
conjuro este lugar para que en él reinen los colores más hermosos si lo que
decís es verdad, o para que desaparezca el color si realmente hay algo feo
aquí.

Pero en ese momento, el bosque encantado empezó a quedarse sin colores,


y todo se volvió gris.

-Parece que no es verdad lo que me decís -dijo el Hada Reina-. Tendréis


que buscar el motivo de que vuestro hogar haya perdido el color. Cuando lo
hagáis, este bosque encantado recuperará todo su brillo y esplendor. Sólo
cuando la auténtica belleza viva entre vosotras este lugar volverá a ser
perfecto.

Tras la visita del Hada Reina se reunieron urgentemente todas las hadas
del consejo del bosque encantado.
-Esto es cosa del Hada Fea -dijo una de las hadas del consejo-. Ella es la
culpable.
-Vayamos a buscarla -dijo el Hada Gobernadora del bosque -. Hay que
expulsarla de aquí.

Todas las hadas fueron en busca del Hada Fea. Cuando la encontraron le
pidieron que se marchara. La pobre Hada Fea, pensando que era la
culpable, se marchó.

Pero cuando cruzó las fronteras del bosque, éste dejó de ser gris y pasó a
ser de color negro.

Mientras los niños se enteraron de la noticia fueron rápidamente a hablar


con el resto de las hadas muy enfadados.
-¿Qué habéis hecho? ¿Por qué le habéis echado de aquí? -decían llorando
los niños -. Puede que el Hada Fea no sea muy bonita, pero es mucho
mejor que vosotras.
-¡Dejadla que vuelva a entrar! Ella es buena y cariñosa, y no como vosotras
que sois presumidas y egoístas. No es el Hada Fea quien hace feo este
lugar sino vuestro egoísmo.
El Hada Fea no andaba muy lejos del
bosque y al escuchar a los niños gritar enfadados volvió para ver qué
ocurría.

-Niños, ¿qué ocurre? -dijo el Hada Fea entrando de nuevo en el bosque.

Los niños corrieron a abrazarla. Todos menos uno, que se quedó con la
boca abierta.

- ¡Mirad eso! -dijo el niño. El suelo que acaba de pisar el Hada Fea ha
recuperado su color, y también las flores que tiene a su lado.

El resto de hadas comprendieron en ese momento lo equivocadas que


habían estado.

-Hada Fea, perdónanos -dijo el Hada Gobernadora-. Pensábamos que


estropeabas nuestro bosque y no hemos sido capaces de ver que éramos
nosotras quienes lo hacíamos siendo injustas contigo. Tienes un corazón es
bueno y puro. Te pedimos que nos disculpes por favor.

El Hada Fea perdonó a sus hermanas y las acompañó por todo el bosque.
Todo el mundo pudo admirar el gran corazón de aquel hada que, aunque
tenía una cara muy fea, emocionaba a todos con su belleza interior.

El inspector Cambalache y el robo en el museo


Cuentos originales
Autor:

Eva María Rodríguez


Edades:

A partir de 8 años
Valores:

valentía, prudencia, superación


Oyó la conversación y no podía creer lo que pasaba.Tras las cortinas, el
inspector Cambalache permanecía escondido mientras aquellas dos
personas tan siniestras planeaban el robo de los cuadros más valiosos del
museo de la ciudad. El pobre inspector estaba muerto de miedo, y no sabía
qué hacer. Así que esperó a que los ladrones se marcharan para salir de su
escondite y avisar a sus compañeros de la comisaría para que evitaran el
robo.
Pensaréis que el inspector Cambalache era un poco cobarde. La verdad es
que sí, pero él se defendía diciendo que era una persona prudente y que
pensaba bien las cosas antes de actuar.
El caso es que el inspector Cambalache sacó su móvil para avisar a la
policía y al museo. Salió muy contento por la puerta, con una sonrisa de
oreja a oreja, con el teléfono en la oreja esperando a que le cogieran la
llamada.

Justo cuando cruzaba la puerta para salir a la calle, alguien con una pinta
extraña le preguntó:
-¿Por qué sonríe usted tanto, inspector?
-¡Ja ja ja!- se rió él, muy orgulloso de sí mismo-. Sonrío porque voy a
evitar un terrible robo esta misma mañana-.
-¿Sí? ¿De veras?- siguió preguntando aquel extraño -. ¿Dónde se va a
producir el robo?
-Pues en el museo de la ciudad.

No pudo seguir hablando. En ese momento, alguien agarró por detrás al


inspector Cambalache, le quitó el móvil y le tapó los ojos con una venda.
Entre dos le sujetaron los brazos contra su propio cuerpo y lo metieron en
una furgoneta que justo acaba de aparcar enfrente.
El pobre inspector se dio cuenta de su error. ¿Quién le manda a él ir
contando sus planes por ahí, a cualquiera que le preguntase? Su propio
orgullo le había traicionado. Pero no era momento de lamentarse. Tenía
que pensar en cómo podía librarse de aquellos malhechores.

Al cabo de un rato, la furgoneta paró. Aquellos hombres bajaron al


inspector Cambalache. Entraron en algún sitio que parecía abandonado,
bajaron unos cuantos pisos en un ascensor, le quitaron la venda y lo
metieron en lo que debía ser un sótano. Allí lo dejaron encerrado y se
fueron.

-No estábamos seguros de que hubieras conseguido seguirnos,


Cambalache- empezó a decir uno de los bandidos -. Cuando acabemos de
robar los cuadros vendremos a ajustar cuentas contigo.
Y se marcharon, dejándolo solo en aquella horrible habitación sin ventanas
y con una lúgubre bombilla que parpadeaba cada poco. Solo una mesa
vieja y una silla de hierro oxidado le hacían compañía.

Se sentó en la silla a pensar en su mala suerte y en su estúpido orgullo


cuando, de pronto, de un agujero de la estancia salió un misterioso gato
negro con algunos mechones de color claro.
La verdad es que el inspector Cambalache no era muy amante de los
animales, pero en aquel momento aquella compañía le resultó un gran
alivio.
-¿Qué hace aquí un gato metido? -dijo el inspector, por aquello de entablar
conversación mientras esperaba, aunque bien sabía él que los gatos son
poco conversadores.
-Miau -respondió el gato, como era de esperar, con un maullido triste y
lastimero.
-Pobrecito -siguió diciendo el inspector -. Seguro que estás muerto de
hambre.
-¡Qué hambre ni qué pamplinas!

El inspector Cambalache pegó un salto.

-¡Estoy loco! ¡Estoy loco! -gritó corriendo alrededor de la sala -. ¡No llevo
aquí ni cinco minutos y el encierro ya me ha afectado a la sesera!
El gato empezó a merodear alrededor del inspector Cambalache, mientras
el pobre hombre se afanaba por alejarse todo lo que podía de de aquel
gato.
-No estás loco, Cambalache -empezó a decir el gato-. Soy un gato que
habla, y ya está. ¿No conoces a ninguno, o qué?

El inspector Cambalache no salía de su asombro. Pero, como no le quedaba


otra que hablar con aquel gato, le contestó:
-La verdad es que ignoraba que los gatos hablaran. ¿Cómo es posible?
-¡Y qué más da! ¡¿Es que te corre horchata por la venas?! ¡¿Están a punto
de robar los cuadros más valiosos de la ciudad y tú te quedas ahí
preguntándome por tonterías?!
-¡Es cierto! ¡Tenemos que hacer algo! Tengo que salir de aquí.

El inspector empezó a dar vueltas a ver qué podía coger para forzar la
puerta. El gato, que no era capaz de comprender a aquel detective tan
poco avispado, le dijo con sorna:
-¿No te has preguntado por dónde he entrado yo? Porque no estaba cuando
tú entraste, ¿recuerdas?
-Vaya, es cierto. ¿Cómo has entrado? Tal vez pueda yo salir por ahí.

El gato le enseñó el agujero al inspector. Como era demasiado pequeño


para él, Cambalache cogió la mesa y la partió de un golpe contra el suelo.
Sacó una de las patas y la utilizó para hacer palanca y romper la pared. Tal
vez no fuera muy listo, pero Cambalache era increíblemente fuerte.
El inspector y el gato salieron a la calle. No sabía dónde estaba, ni podía
avisar a nadie.
-¿Cómo vamos a llegar al museo?- se lamentó.
-Tranquilo, tengo una idea -dijo el gato-. Ven conmigo.

El gato, que conocía muy bien la zona


porque llevaba tiempo viviendo por allí, condujo al inspector Cambalache
hasta un garaje en el que había una avioneta.
- Sube -dijo el gato.
-¿Qué? ¿Cómo? ¡Hace años que no piloto! No sé si podré hacerlo...
- Eres policía y no tenemos demasiado tiempo así que tendrás que
intentarlo.

El inspector Cambalache pensó que no tenía nada que perder así que se
concentró y consiguió poner la avioneta en marcha. Despegaron y en unos
minutos estaban en el tejado del museo.

Aterrizaron en el tejado del museo. Bajaron de un salto de la avioneta y se


metieron en el museo rompiendo la claraboya de la sala central. Las
alarmas saltaron por la rotura de los cristales justo cuando los ladrones
empezaban a meter los lienzos en sus bolsas. Asustados, los ladrones
intentaron huir, pero la policía había llegado ya y los cogieron “in fraganti”.

El inspector había sufrido un fuerte golpe en la cabeza al caer y estaba


inconsciente en el suelo mientras esto sucedía.
Cuando despertó en el hospital no estaba muy seguro de lo que había
pasado. Cuando le contó a la policía y a los médicos lo que recordaba todo
el mundo lo tomó por loco. Pero cuando él mismo empezó a dudar de su
cordura, un gato negro con mechones claros apareció en la ventana y le
guiñó un ojo.

Loco o no, el inspector Cambalache era un héroe y fue premiado con la


medalla de honor de la ciudad por evitar el robo. Eso sí, no volvió a
contarle a nadie sus planes, por si acaso.

Polvos de hada
Cuentos originales
Autor:

Irene Hernández
Edades:

A partir de 6 años
Valores:

bondad, sacrificio, ayudar, amistad


Érase una vez, un lugar encantado en el que vivían unas bellísimas
hadas. Sus alas eran preciosas, de muchos colores, y brillaban tanto
que cualquiera las podía ver cuando volaban en el cielo.

De todas ellas, había dos que destacan por encima del resto. Una de ellas
se llamaba Alina y la otra Gisela. Ambas tenían las alas más grandes y
brillantes de todo el lugar. Tanto que el resto de hadas las admiraban
profundamente.

No muy lejos de aquellas hadas vivía Úrsula, la reina de los mundos


oscuros. Una hechicera muy fea, llena de verrugas y con la cara muy
arrugada.

Cuando la vieja bruja observaba a las hadas pensaba:


- ¡Algún día os robaré vuestros polvos de hada para convertirme en la
hechicera más bella del lugar!

Úrsula era tan envidiosa que era capaz de todo. Y así lo demostró el día
que las hadas organizaron una fiesta.

Ese día, todas las hadas se pusieron muy guapas y volaron en el cielo
mostrando todos sus encantos. Alina y Gisela eran las más brillantes de
todas y ese día estaban especialmente bellas.

Cuando Úrsula las vio, no dudó en ordenar a sus cuervos malvados que
fuesen a secuestrarlas. Y, mientras Alina y Gisela revoloteaban en el cielo
los pájaros se lanzaron a por ellas.
- ¡Cuidado! ¡Cuidado! ¡Mirad esos pájaros tan feos! – gritaban el resto de
las hadas desde el suelo.

Las hadas volaron y volaron para intentar escapar, pero los cuervos
pudieron raptar a Gisela.
- ¡¡¡Noooooo!!! ¡¡¡Soltarla!!! – gritaban las hadas

Pero los cuervos se la llevaron a los mundos oscuros donde la bruja Úrsula
le robó sus polvos de hada y la encerró en una jaula.

- ¡Ja, ja, ja! ¡Por fin tengo mis polvos de hada! Ahora me convertiré en la
más bella hechicera! – gritaba Úrsula triunfal

La pobre hada se quedó apagada y triste sin sus polvos mágicos. Además la
pobre ya no podía volar.

El resto de hadas no podían permitir lo que estaban pasando y entre todas


pensaron un plan para salvar a Gisela.

Entonces, decidieron enfrentarse a la malvada bruja. Y así fue. Todas las


hadas volaron hacia los mundos oscuros. Fue un viaje muy duro y , aunque
las hadas estaban agotadas, sabían que era necesario para ayudar a su
compañera. Se esforzaron mucho, sobreviviendo a las peores tormentas,
pero por fin encontraron a Úrsula.
- Venimos a rescatar a Gisela y no nos moveremos de aquí hasta que le
devuelvas sus polvos de hada – dijeron
Úrsula no podía parar de reír. Ahora que tenía sus polvos de hada no daría
un paso atrás. Pero las hadas, no se movieron de allí y fue entonces cuando
Alina dijo:
- ¡Espera! ¡Yo te daré mis polvos si la liberas!

Úrsula sabía que los


polvos de Gisela eran más poderosos que los de esa hada, así que se rió
aún más.

El resto de hadas se dieron cuenta del gesto que había tenido su


compañera y tuvieron una idea:
- Espera. Todas te daremos algo de nuestros polvos si liberas a Gisela.
Somos más de cien hadas. Así conseguirás los polvos que necesitas.

Úrsula se dio cuenta de que así conseguiría mucho más polvo del que tenía
y acabó aceptando el trato.

Las hadas le hicieron prometer que nunca más las molestaría y entre todas
consiguieron salvar a Gisela. Todas sabían que si perdían parte de sus
polvos de hada ya no serían tan brillantes, ni volarían tan alto, ni serían tan
espectacularmente bellas, pero también sabían que era la única manera de
ayudar a su amiga y entre todas hicieron el esfuerzo y devolvieron a Gisela
la magia de sus alas.
La competición de las verduras
Cuentos originales
Autor:

Irene Hernández
Edades:

Todas las edades


Valores:

vida sana
Tomatito y Zanahorio eran dos amiguitos
que siempre estaban muy alegres y
contentos. Cada día iban a casa de todos
los niños a llevarles un montón de
tomates y zanahorias porque a los niños
les encantaba comérselos a cualquier
hora del día.

Tomatito y Zanahorio eran la envidia de


todas las demás verduras y hortalizas.
Ninguna otra familia de verduras
conseguía que los niños se
entusiasmasen tanto a la hora de
comérselas.
- Mirad, ahí van Tomatito y Zanahorio
con sus carretillas repletas de tomates y zanahorias para repartir. Ojalá los
niños me hicieran tanto caso a mi y a mis esparraguitos – dijo Don
Espárrago

Un día, mientras estaban un montón de verduras reunidas, apareció Doña


Patata.
- ¿Pero qué os pasa a todos?, ¿A qué vienen esas caras tan tristes? –
preguntó Doña patata
- Los niños no nos hacen caso. Cuando vamos a sus casas no nos quieren.
Sólo se alegran cuando Tomatito y Zanahorio les llevas su ricos tomates y
sus enormes zanahorias – contestaron las verduras.

Doña patata, que era una señora muy mayor e inteligente y a la que los
niños querían mucho les dijo:
- ¡Tengo una idea! Tengo un truco para que se den cuenta de lo ricos que
estáis y de lo buenos que sois para su alimentación.

Entonces, Doña Patata se puso manos a la obra y preparó una competición


de verduras en la que todos demostrarían sus cualidades.

Todas las verduras participaron: espárragos, brócolis, coliflores, judías,


cebollas, calabacines, alcachofas…y también los tomates y las zanahorias.

La competición comenzó y en ella todas las verduras tenían que explicar a


los niños cuáles eran las cosas buenas que conseguirían si las comían.
- Yo me llamo Brócoli y soy una verdura muy completa llena de vitaminas
que os dará mucha energía para crecer y que seáis buenos estudiantes.
- Yo me llamo Alcachofa y soy una verdura que hará que vuestro corazón
sea muy fuerte y resistente para que seáis buenos deportistas.

Y así, todas las verduras explicaron sus cualidades, pero los niños
abuchearon a todas las verduras.
- ¡¡Buuuuu!! ¡¡Buuuu!! ¡Yo sólo quiero comer verduras ricas y vosotras no
nos gustáis nada! – gritaban los niños

Pero Doña Patata, que era tan querida por todos, tenía un plan. Había
preparado riquísimas recetas usando sus patatitas y el resto de verduras.

Por un lado, hizo un puré de patatas con brócoli y zanahoria que estaba
para chuparse los dedos, por otro hizo un plato de espárragos con jamón,
también preparó arroz con tomate y salchichas, una tortilla de calabacín,
cebolla y patata y un montón de cosas más.

Tapó los ojos a todos los niños y les dio a probar todos y cada uno de los
platos.
- ¡¡Uhmmm!! ¡Qué puré más rico! Creo que es de patata y zanahoria, pero
tiene algo más que me gusta mucho – dijo uno de los niños
- ¡Anda! Pero si esta tortilla está riquísima! – dijo otro

Todos los niños probaron los platos que Doña Patata había preparado y
tuvieron que votar sus platos preferidos.
- ¡Yo voto al puré! ¡yo a la tortilla! – gritaban todos a la vez
Cuando Doña Patata les
enseñó qué era lo que habían probado aunque la mayoría de los niños no
se lo creían.
- ¡Pero eso es imposible! ¡Si yo odio el brócoli! – dijo un niño
- ¡Y yo los espárragos! – dijo otro

Y Doña Pata, que sabía que con su pequeño engaño les demostraría que
con imaginación todo era posible, les dijo:
- Es muy importante que comáis todas las verduras que podáis y no sólo
tomate, zanahoria o patata. Hay mil maneras de comerlas y siempre las
podéis mezclar con otras que os gusten más para conseguir sabores tan
ricos como los que habéis probado hoy. ¡Es sólo cuestión de imaginación!

Desde ese día, los niños se animaron a probar otras cosas y Tomatito y
Zanahorio llenaron sus carretillas de un montón de verduras de diferentes
colores y sabores.
Todas las verduras vivieron felices a sabiendas de que los niños se estaban
alimentando tan bien que crecerían muy fuertes e inteligentes.

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