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Manifiesto de Manzanares
Españoles: La entusiasta acogida que va encontrando en los pueblos el ejército liberal; el esfuerzo
de los soldados que lo componen, tan heroicamente mostrado en los campos de Vicálvaro; el aplauso
con que en todas partes ha sido recibida la noticia de nuestro patriótico alzamiento, aseguran desde
ahora el triunfo de la libertad y de las leyes, que hemos jurado defender. Dentro de pocos días la
mayor parte de las provincias habrá sacudido el yugo de los tiranos; la nación disfrutará los beneficios
del régimen representativo […]. Nosotros queremos la conservación del Trono, pero sin camarilla que
lo deshonre, queremos la práctica rigurosa de las leyes fundamentales, mejorándolas, sobre todo la
ley electoral y la de imprenta; queremos la rebaja de los impuestos, fundada en una estricta economía;
queremos que se respeten en los empleos militares y civiles la antigüedad y el merecimiento;
queremos arrancar a los pueblos de la centralización que los devora, dándoles la independencia local
necesaria para que conserven y aumenten sus intereses propios; y como garantía de todo esto
queremos y planteamos bajo sólidas bases la Milicia Nacional […]. Las Juntas de Gobierno que deben
irse constituyendo en las provincias libres; las Cortes generales, que luego se reúnan; la misma
Nación, en fin, fijará las bases definitivas de la regeneración liberal a la que aspiramos. Nosotros
tenemos consagradas a la voluntad nacional nuestras espadas, y no las envainaremos hasta que ella
esté cumplida.
La idea fundamental del manifiesto es denunciar la pésima situación del país y animar a la
rebelión política con ayuda de los militares para cambiar dicha situación, y presentar un
programa de gobierno.
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(*1) La “Vicalvarada”. El 28 de junio de 1854 los generales O`Donnell, Dulce y Ros de Olano promovieron un
levantamiento militar en el cuartel de Vicálvaro. Se enfrentaron al ejército gubernamental en una batalla (una escaramuza,
en realidad), la batalla de Vicálvaro, en la que ambos contingentes se retiraron sin que hubiera un vencedor. Días
después, O`Donnell publica el manifiesto para reivindicar el éxito del alzamiento y animar a la rebelión.
del Partido Moderado (Década Moderada, 1844-54). Se pretendía acabar con los gobiernos
corruptos que desde 1852 venían gobernando a base de decretos y con las Cortes suspendidas.
Tanto O`Donnell como Cánovas, a pesar de ser moderados, defienden en el manifiesto ideas
políticas del Partido Progresista (*2) e invitaban a la rebelión. Ésta se fue produciendo en los días
siguientes, hasta que a fines del mes de julio la reina llamó al progresista General Espartero para
formar gobierno, comenzando el Bienio Progresista (1854-56).
Tras la muerte de Fernando VII en 1833, su hija Isabel es nombrada reina. Apenas tenía tres
años, así que su madre, María Cristina de Borbón, actuó como regente. El hermano del difunto
rey, Carlos Mª Isidro, no aceptó el nombramiento de su sobrina, por lo que se formaron dos
bandos: los carlistas, defensores del absolutismo, y los isabelinos, partidarios del
establecimiento de un sistema liberal. Enseguida se enfrentaron en una guerra civil, la 1ª Guerra
Carlista (1833-1840) (*3). Para mantener en el trono a Isabel, la regente buscó el apoyo de los
liberales, nombrando presidente a Martínez de la Rosa, bajo cuyo mandato se desmantelaron
las estructuras del Antiguo Régimen (*).
En 1840 el general progresista Baldomero Espartero, muy popular por haber conseguido
rendir a los carlistas, desplazó a la regente -que terminó exiliándose- y asumió la regencia. Fue
un periodo de gobierno autoritario que provocó el rechazo de los moderados y el descontento
del progresismo. Un pronunciamiento encabezado por el Gral. Narváez forzó la renuncia de
Espartero. Convencidos de la inconveniencia de una nueva regencia, las Cortes declararon la
mayoría de edad de Isabel II, que sólo tenía 13 años.
El General Narváez, jefe de los moderados, fue designado presidente del gobierno. El régimen
liberal dio un giro hacia posiciones conservadoras que quedan bien patentes en la constitución
de 1845, cuyos rasgos más llamativos son:
-Un sistema bicameral: el Congreso sería elegido mediante sufragio censitario (*) y el
Senado sería elegido por el monarca.
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(*2) Restitución de la Milicia Nacional y descentralización territorial, con más autonomía de los poderes locales.
(*3) Hubo una Segunda Guerra Carlista (1846-49) y una tercera (1872-76).
Un orden público severo y el control político desde una Administración centralizada fueron
principios de la Década Moderada. Se suprimió la Milicia Nacional, que fue sustituida por un
nuevo cuerpo de orden público con estructura militar, la Guardia Civil (1844), que actuaría bajo
las órdenes de los Gobernadores Civiles, máxima autoridad en cada provincia.
Se eliminaron los fueros y las leyes excepcionales. La estructura provincial de Javier de Burgos
(1833) se consolidó desde 1845 mediante una legislación uniforme. Los alcaldes ya no serían
electos, sino nombrados por el gobierno y dependerían del Gobernador Civil.
Entre las medidas del nuevo gobierno progresista cabe destacar la desamortización de Madoz
(1855) y la Ley General de Ferrocarriles. Además se redactó una constitución que nunca llegó a
entrar en vigor: la Constitución non nata de 1856.
Los últimos años del reinado de Isabel II fueron tiempos de crisis económica, enormes luchas
políticas y un serio descontento de gran parte de la sociedad, que sentía que el régimen era
incapaz de resolver los problemas del país.
En octubre de 1856 se formó un Gobierno moderado dirigido por Narváez, que duró hasta
1858; después, O`Donnell y la Unión Liberal gobernaron hasta 1863. Desde entonces hubo una
alternancia en el gobierno entre moderados y unionistas.
La inestabilidad política se complicó a partir de 1866 con una crisis económica que afectó a
toda Europa. En España varios bancos quebraron, y muchas fábricas textiles tuvieron que cerrar;
la minería como el ferrocarril pasaron por momentos críticos. El gobierno reprimía con rigor
cualquier atisbo de oposición política, lo que aumentaba el descontento popular. Además, los
escándalos de la Corte y las sospechas de corrupción aumentaron el rechazo social hacia la
monarquía.
Desde el inicio del reinado de Isabel II empezaron a definirse dos corrientes de opinión que
podrían comenzar a plantearse como partidos políticos: el moderado y el progresista, los
llamados partidos dinásticos, que configuraron las principales fuerzas del liberalismo.