Está en la página 1de 4

Mechones de cabello

Esta tarde mi madre me pidió que le cortara el cabello. La tarde estaba soleada.
Mi abuela, después de batallar con mi madre, logró convencerla de que saliera al patio y
tomara algo de sol. Últimamente pasaba todo el día encerrada en el cuarto. Así que sería
un corte de pelo al aire libre. Le acomodé una silla a mi madre y a mi abuela frente al
jardín, ambas amaban las plantas y cuidaban del jardín todos los días, aunque
últimamente mi abuela era la única que lo hacía. Preparé unas tijeras y un peine. Me
sentía ansiosa. Nunca antes había cortado el pelo de nadie, ni mucho menos desde la raíz,
pero eso no era lo que me atribulaba. Tenía el corazón hundido. Mi mamá había estado
perdiendo el pelo durante esos últimos 3 meses, ella me había pedido cortarle ese poco
de pelo que aún se resistía a caer, me dijo que no soportaba mirarse así al espejo, y que
prefería quitárselo todo de una vez. En momentos así, solo puedo mirarla y asentir y
tragarme todas mis ganas de llorar. Verla perder el cabello fue doloroso. Era como la
confirmación cliché de una enfermedad que había estado persiguiéndola desde hacía seis
meses. Pero me alegraba igual, de poder ayudarla en algo que la afligía y de poder pasar
algo de tiempo con ella. Mientras esperaba a que ambas llegaran al patio, me puse a
pensar en que esta era una de las pocas ocasiones en que pasábamos tiempo juntas. Todo
entre nosotras había cambiado desde que arrancaron sus dolores en la espalda y el doctor
le dijo que tenían que hacer una ecografía para descartar posibles enfermedades.
Al principio, parecía algo pasajero, mi madre ya había pasado por esos intensos
dolores de columna, y siempre se le pasaba con una ida al doctor. Esta vez no fue así. Fue
de un gastroenterólogo a un quiropráctico y ni la medicina ni los masajes lograron
frenarle el dolor. En su última ida al gastroenterólogo este le pidió sacarse otra ecografía,
pero esta vez una con contraste. Tenía unas manchas tenues en las paredes del estómago.
Luego de eso todo fue una locura. Análisis tras análisis, descartando esta y otra
enfermedad hasta que solo quedó una: cáncer. Para ese momento mi mamá venía
sufriendo de fiebres constantes, estábamos toda la noche, mi hermana y yo, vigilando su
temperatura para bajarle la fiebre a tiempo. Solo salía de la cama para ir a sus análisis.
La casa se volvió un caos. Éramos mi padre, mis hermanos y yo. Mi padre trabajaba todo
el día hasta la tarde, mi tía acompañaba a mi madre a sus consultas cuando mi padre ya
no podía pedir más licencias en su trabajo. Mi hermana laboraba en casa toda la mañana
hasta la tarde, así que a mí me tocó hacer de mi mamá en la casa. Cuidar a mi hermano,
cocinar, lavar la ropa, limpiar la casa; mientras vigilaba a mi madre, le daba sus pastillas
y controlaba sus fiebres esporádicas. A las 5 de la tarde, mi hermana salía de trabajar y
me ayudaba con la casa. Mi padre regresaba de noche y ayudaba con mi hermano.
Cuando, después de muchos otros análisis y de muchos ataques de dolor intenso por las
noches de mi madre, le diagnosticaron su tipo de cáncer y empezaron a tratárselo. Mi
madre tiene cáncer linfático, un tipo de cáncer que se asienta en los ganglios linfáticos,
sin atacar un órgano en específico, pero fácilmente expandible e inoperable. Ya lo tenía
extendido por todo el cuello, la columna y la zona del tórax. El único tratamiento para
este tipo de cáncer es la quimioterapia o radioterapia. Con mi madre usaron quimio. Ya
cuando le hicieron su primera mi abuela ya había empezado a ir a la casa a cocinar y lavar
y vernos. Yo me ocupaba de mi hermano. Él tiene cuatro años, pero no camina ni va al
baño solo ni habla; mi hermano tiene Síndrome de Down. Estamos acostumbrados a
como es y a los cuidados y terapias que necesita, pero yo jamás lo había hecho sola, ni
todos los días. Mi madre hacía todo en la casa, porque mi hermana y yo estudiábamos y
aunque la ayudábamos en nuestros ratos libres, ella seguía haciendo la mayor parte.
Cuando enfermó, y nos tocó a nosotras, recién pudimos entender por completo todo el
esfuerzo que conlleva cuidar de una familia, de una casa, de nosotras. Fue horrible
darnos cuenta de todo el esfuerzo que hacía mi mamá todos los días para que estemos
bien y tener que verla en ese momento sufriendo de dolor, casi sedada en cada momento,
orinando en un bacín, con fiebres que casi casi la dejaban inconsciente y no poder hacer
nada para quitarle un poco de ese sufrimiento.
Mi abuela la acompañó en esa primera quimioterapia, esa fue la más dolorosa de
las tres, tuvieron que detenerla un par de veces porque mi madre no aguantaba el dolor.
Después de esa primera empezó a seguir una dieta estricta, para mantener su
hemoglobina y ponerla fuerte para su próxima quimioterapia. Las quimios funcionan así:
te ayudan a mejorar, son una manera eficaz de tratar el cáncer linfático, pero son
demasiado agresivas y el cuerpo recibe de alguna manera las represalias. Ya en la
segunda empezó a caérsele el pelo, pasaba semanas en su cuarto sin caminar, sin hablar.
Empezó a tener un malhumor frecuente, era caprichosa con lo que quería comer, con
como quería que hiciéramos las cosas en la casa, se volvió irracional y terca. Mi madre
nunca había sido así. Mi padre nos explicaba que era lo que le hacía el dolor, que, aunque
ya no tan fuerte, aún seguía constante. Nos decía que ella sólo estaba en transe por el
dolor y que le tuviéramos paciencia.
La peor parte era cuando se reusaba a comer. Ella no quería tomar sus extractos,
porque, y lo digo por vivencia propia, eran horribles. Pero todos días tenía que hacer que
se los tomara. Mi hermana y mi padre estaban trabajando por la mañana, cuando a ella
le tocaba tomar sus extractos, y mi abuela se ponía llorar cuando mi madre la gritaba, así
que era yo la que siempre tenía que entrar y sentarme a razonar con la persona estridente
y malgeniada en la que se había convertido mi mamá. Una vez, un domingo, yo entré a
dejarle su jugo, un día anterior ella había estado toda la noche con fiebre y no había
dormido nada, y ni bien me vio entrar me gritó que me largara, nunca me había hablado
tan feo. Yo estaba dispuesta a entrar sí o sí porque tenía que tomarse el extracto, pero mi
padre me dijo que saliera y entró él. Me senté en la sala y escuché a mi madre llorar un
largo rato, mientras mi papá le decía cosas inaudibles. Al tiempo salió mi padre de la
habitación, se sentó a mi costado y me dijo que mi madre lo sentía, que se había puesto
a llorar porque realmente no quería gritarme y estaba molesta consigo misma porque no
había podido evitar hacerlo. Yo le dije que estaba bien, que lo entendía. Ya por la noche
de ese domingo, mientras lavaba la ropa de mi hermano, se me acerca Tefi, mi hermana
mayor y me abraza. No me dijo nada, solo me abrazó, y yo me puse a llorar a cantaros,
era la primera vez que me permitía llorar así desde que todo esto comenzó, me rehusaba
a hacerlo. Para mí, llorar era hacer el dolor de mi madre mío, darle una carga más a ella,
no era yo la enferma, no era yo la que soportaba todo ese sufrimiento, era ella, ese dolor
era suyo. Mi hermana me abrazó y fue como si me dijera que yo también tenía permitido
sentir.
Para la tercera terapia mi madre ya había perdido casi la totalidad de su pelo, y
yo ya había empezado mi ciclo en la universidad. A los tres días de esta última quimio es
que me pidió que le cortara el pelo.
Y aquí estoy, con tijeras en mano, lista para pasar tiempo con mi madre, aunque
sea en estas circunstancias. La tarde estaba soleada, mi abuela fue la primera en llegar al
patio, mi madre salió 3 minutos después. Empecé a cortarle el cabello, poco a poco, y
mientras veía caer los mechones de cabello no pude evitar sentir que ya estaba bien. Mi
madre estaba delante de mí, hablando con mi abuela sobre un incidente con las latas de
pan de la mañana (mi abuela es panadera), y lo entendí. Yo estaba feliz, sabía que nada
había cambiado, que todo estaba igual de complicado, que todo seguiría igual de difícil,
pero estaba cortándole el pelo a mi madre, mientras ella platicaba plácidamente con mi
abuela, ambas felices y cómodas, escuchándose y hablando de sus problemas, con un
amor tan evidente entre ellas que me sentí tan parte de este círculo, tan amada,
compartiendo este momento inolvidable que el mero hecho de cortarle el cabello
sobrante a mi madre ya no me molestaba, no me afligía, solo me provocaba ternura. Y
eso era, con todo lo que pasó y seguirá pasando, pude conocer a mi mamá, entender lo
que hacía todos los días por nosotros, sin quejarse, sin tirar la toalla. Había estado
rodeada de tantos gestos de amor que fueron solo posibles por esto que nos pasó. Mi
abuela trabaja de madrugada haciendo pan artesanal, y aun así llegaba a la casa a cuidar
de su hija todos días, mi hermana y yo, aún con su trabajo y mi universidad encima, nos
sentábamos de madrugada al pie de mi mamá a controlarle las fiebres, muchas veces no
dormíamos, mi padre pasaba horas en el hospital cuando mi madre se ponía mal, corría
de un lado para otro comprando medicinas y llamando doctores. Conocí mucho de mi
familia por todo lo que pasó, y sigo haciéndolo.
Hace unas semanas que internaron a mi madre, tenía el 60% de los pulmones
comprometidos, la intubaron y permaneció en el hospital casi medio mes. Recién ayer
fue dada de alta. Sana y salva y muy alegre por poder vernos al fin. Aún queda mucho por
recorrer y será difícil, pero la amamos, y seguiremos luchando porque siga a nuestro lado.

También podría gustarte