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El miedo a las epidemias (Duby)

No se habla de catástrofe sanitaria hasta el siglo XIV, momento en el que se


produce en Europa la Peste Negra, una enfermedad que venía de Asia por las ratas
de los barcos, por la ruta de la seda y para la cual los europeos no tenían defensas.
Entonces, consideramos esta epidemia como producto del crecimiento y progreso,
ya que se había desarrollado el comercio europeo, tanto por la venida de los
barcos, como el encuentro de los comerciantes europeos en el mar Negro con los
mercaderes asiáticos. La enfermedad se extendió desde Avignon (lugar donde
residía el Papa) a casi todas partes. Se produjeron millones de muertes y el
problema era qué hacer con esos muertos, no se sabía dónde ponerlos, había
problemas para enterrarlos, por lo que también venía aparejado el problema de la
contaminación del aire lo cual también conlleva a la aparición de otras pestes y
enfermedades. Por supuesto, quienes menos padecía eran las clases sociales altas,
por el mayor grado de limpieza. Durante medio siglo, la peste permaneció en
estado endémico, hasta que finalmente las personas comenzaron a desarrollar
resistencia.
En el arte se instala lo macabro, imágenes trágicas y danzas de la muerte.
Esta peste, como otras como el Sida, se consideran producto del pecado, como si
fuese un castigo. Por lo que se empezaban a buscar culpables: judíos y leprosos.
En el caso de la peste negra se manifiesta un aumento de los deseos de ayudar a
quienes la sufren. La gente se ofrecía a enterrar a las personas y a cuidar a los
enfermos. Sin embargo, la peste no ayudó a mejorar las condiciones de higiene.
Al irse enterando de la propagación de la muerte, muchas ciudades clausuraron
sus puertas y se encerraron para protegerse.
La lepra en esta época era un caso aparte, ya que se instauraba alrededor de ella
un terror sagrado. Para ese entonces, existía la creencia de que en el cuerpo se
reflejaba el alma, el leproso era entonces un pecador. La lepra era considerada
parte de una desviación sexual, ya que se creía que aumentaba el apetito sexual.

Una historia de cuerpo en la Edad Media (Le Goff)

Una de las principales tensiones que se producen es la que existe entre el cuerpo
y el alma, siendo el cuerpo la vestimenta de la misma. Por un lado, el cuerpo es
humillado y despreciado. En la cristiandad, la salvación pasa por el castigo
corporal. Entre las mayores virtudes estaba la abstinencia, y entre los peores
pecados la gula y la lujuria. El pecado original se convierte en la Edad Media en el
pecado sexual.
La Edad Media aportó una especie de revolución en cuanto a las concepciones y
las practicas corporales. Aparece la formación del Estado y de la ciudad moderna.
El cuerpo se convierte en el corazón de la sociedad medieval. Por un lado, el Estado
adopta la ideología del cristianismo que reprime al cuerpo. Por otro lado, se
glorifica a las practicas corporales haciendo referencia a la encarnación de Dios en
el cuerpo de Cristo.
Carnaval y cuaresma
Como se dijo, por un lado, el cuerpo es castigado y reprimido y por el otro es
glorificado. La humanidad cristiana descansa tanto en el pecado original como en
la encarnación.
La vida en la Edad Media oscila entre el carnaval y la cuaresma, lo magro por un
lado y lo graso por otro, abstinencia y gula, reflejando ambas posiciones en cuanto
al cuerpo.
En la Edad Media se concibe que cada hombre está compuesto por un cuerpo
mortal y un alma inmortal, siendo cuerpo y alma indisociables.
En la Edad Media se produce la gran renuncia del cuerpo. El cuerpo se consideraba
una prisión y el alma era el veneno. La mujer era demonizada, la sexualidad era
controlada, se menospreciaba el trabajo manual, se rechazaba la homosexualidad.
La iglesia gobierna el cuerpo mediante los calendarios de las prohibiciones.

El tabú del esperma y de la sangre


La inferioridad de la mujer en la Edad Media está asociada a sus menstruaciones.
Había una prohibición eclesiástica: no se podía tener relaciones durante la
menstruación, de lo contrario, los niños producto de esa relación nacerían con
lepra.

La sexualidad, cumbre de la depreciación


El deseo y la pulsión sexual quedan reprimidos, por lo que aparece el matrimonio
cristiano para justificar las relaciones sexuales que, para ese entonces, tenían
como único fin la procreación. El hombre es el poseedor de la mujer, ella cumple
un rol pasivo.

Teoría y práctica
La distinción social determina las prácticas corporales y el cumplimiento de las
prohibiciones. Si eras rico, la poligamia estaba permitida, si eras pobre tenías que
respetar la monogamia instaurada por la Iglesia.
Hacia el final de la Edad Media, se debate entre la represión y la libertad sexual.

Cristianismo
Se da la transformación del pecado original en pecado sexual. Existe una
demonización del sexo y de la mujer.
Se vive según “el hombre nuevo” del cristianismo, en donde se adopta un estilo
alejado de las tentaciones y los tormentos de la carne. La condena de la lujuria se
ve acompañada por la gula.
Se instala a partir del siglo XII un sistema de control corporal y sexual. La mujer
es la más castigada.
La mujer subordinada
Aparece en segundo plano. El cuerpo de la mujer es imperfecto y ella es inferior.
La ovulación se atribuye únicamente a la fecundación. El hombre veía a la mujer
como para satisfacer una necesidad. También se quería refrenar las pulsiones
masculinas controlando la prostitución.
Incorporación del hospital en la tecnología moderna (Foucault)

El hospital como instrumento terapéutico, de interventor en la enfermedad y capaz


de curar, es un concepto relativamente moderno que aparece a fines del siglo
XVIII. Alrededor de 1760 el hospital se centra en curar al enfermo y eso se refleja
en una nueva práctica: la visita y la observación junto con la comparación de los
hospitales.
En Europa se empiezan a hacer viajes – encuestas, cuya finalidad estaba en definir
un programa de reforma o de reconstrucción de los hospitales.
El hospital pasa de ser una simple figura arquitectónica para ser parte de un hecho
médico – hospitalario. A través de las encuestas se obtenían descripciones
funcionales, así como insumos con los que se contaban (como las camas) y la tasa
de mortalidad o de cura. También se hacía una investigación en cuanto a la relación
existente entre las patologías y otros fenómenos. Por ejemplo, se investigaba en
qué condiciones se curaban mejor los casos hospitalizados y cuáles eran las
circunstancias más peligrosas para ellos. Se establecía una relación entre la tasa
creciente de mortalidad entre los heridos y la proximidad a enfermos de la fiebre
maligna, llamada así durante esa época. También se estudiaba el recorrido y
movimiento del hospital, el trayecto de la ropa blanca, sabanas que se usaban
para curar a los enfermos y heridos.
Surge un nuevo modo de ver el hospital: como un mecanismo para curar y que, si
ejerce efectos patológicos, los mismos deben corregirse, ya que se descubrió que
en el siglo XVIII los hospitales no curaban tanto como debían.
En la Edad Media no era un medio de cura ni estaba pensado con esa finalidad. El
hospital no era una institución médica y la medicina era una profesión extra
hospitalaria. Antes del siglo XVIII, el hospital era un lugar de asistencia a los
pobres y también era una institución de separación y exclusión. El pobre, además
de ser pobre, era portador de enfermedades y el hospital era necesario para
recogerlo y proteger a los demás. Entonces, antes del siglo XVIII, el hospital no
era un lugar para que el enfermo vaya a curarse, sino que iban los moribundos a
recibir sus últimos auxilios y los últimos sacramentos. El hospital era un lugar para
ir a morir. El personal del hospital era caritativo y estaba ahí pata hacer obras
misericordiosas.
La medicina medieval era individualista, la experiencia hospitalaria no se incluía
en la formación del médico. La intervención del médico en esa época giraba en
torno al concepto de crisis.
¿Cómo ocurrió la transformación? ¿Cómo se medicalizó el hospital y cómo
se llegó a la medicina hospitalaria?
El factor principal fue la anulación de los efectos negativos del hospital. Primero
había que purificar al hospital de los efectos nocivos y del desorden que
ocasionaba. Por desorden se entiende a las enfermedades que esa institución podía
llegar a generar en las personas internadas y propagar a la ciudad.
El punto de partida de la reforma hospitalaria fue el hospital marítimo que era un
lugar de desorden económico. A través de este hospital se traficaba. El traficante
fingía estar enfermo y al desembarcar lo llevaban al hospital en donde escondían
los objetos y eludían los controles de la aduana. Entonces, los grandes hospitales
marítimos eran lugares de enorme tráfico.
El primer reglamento del hospital que aparece en el siglo XVII incluía la inspección
de los cofres que se tenían en el hospital.
Aparece en los hospitales militares y marítimos el problema de la cuarentena, de
las enfermedades epidémicas que podían traer las personas que desembarcaban.
Se trataba de que el hospital fuese un instrumento que impidiera la constitución
de un foco de desorden.
En esa época el precio del hombre empezaba a aumentar: la formación del
individuo y su capacidad empiezan a tener un precio para la sociedad. Se puede
poner de ejemplo al ejército: a fines de S. XVII se introduce el fusil y el ejército se
tiene que volver mucho más técnico. Se vuelve más costoso. El precio de un
soldado era mayor que el de un simple trabajador porque había que formarlo y,
una vez formado, no se lo podía dejar morir. Sólo podían morir en batalla, pero no
por una enfermedad. Era necesario que los hombres sean vigilados en el hospital
militar para que no desertaran, había que curarlos para que no fallecieran por estar
enfermos y había que evitar que, una vez curados, no fingieran estar enfermos
para permanecer en cama. Por todo esto, surge una reorganización administrativa
y política: la disciplina. A partir del S. XVIII no se observaba si se hacía el trabajo,
sino que se fijaban de qué manera podía hacerse más rápido. La disciplina se basa
en la vigilancia constante de los individuos para que realicen una actividad. El
poder está en la individualización y en el examen. En esta perspectiva, la cura está
dirigida por una intervención médica que no se centra en la enfermedad en sí, sino
en el contexto de esa enfermedad. A los enfermos hay que individualizarlos y
distribuirlos en espacios en donde se puedan vigilar y registrar lo que ocurriera.
También surge la organización de un sistema de registro permanente: al enfermo
se lo identifica y se crea un registro que reúne y transmite información. El hospital
era en ese entonces un lugar de registro y de adquisición de conocimientos. El
saber médico que hasta el S. XVIII se basaba en los libros, ahora se basaba en lo
que se observaba y registraba en el hospital.
Con la aplicación de la disciplina en el espacio médico se pretende llegar a una
medicina individualizada. El individuo es el observado, vigilado y curado. El
individuo surge como objeto de saber y de la práctica médica, un fenómeno
característico del S XIX.

Marcados en la piel: vacunación y viruela en Argentina (1870 – 1910)

La viruela era una enfermedad vergonzosa y prevenir tanto ésta como otras
enfermedades fue uno de los principales fines de la generación de los higienistas,
quienes intervenían sobre los cuerpos para aislarlos, limpiarlos, ordenarlos y
vacunarlos. La medicalización es un proceso que se lleva a cabo desde el Estado
para modificar las normas y valores individuales, atendiendo al bienestar colectivo.
La higiene aseguraba la salud. La vacunación era un fenómeno, además de médico,
social y político, y ésta inmunización supuso un debate en relación a la intervención
pública sobre el cuerpo y las decisiones individuales.
La viruela entró a la Argentina en el S. XVI con la llegada de los primeros europeos,
pero fue en el S. XIX que se expandió.
La propaganda de la vacunación no era suficiente, todavía quedaba quienes no
querían vacunarse. En 1886 se impuso la obligatoriedad en capital y en 1904 en
el resto del país, igualmente siguió habiendo resistencia.
La inoculación se realizaba a partir de la implantación en niños y adultos de costras
de personas que hubiesen tenido la “viruela benigna”. La distribución de la vacuna
siguió siendo un problema porque se necesitaba un registro de la población y una
organización que permitiera el acceso a las vacunas, además de recursos
económicos para seguir manteniendo este recurso médico de forma estatal.
Entre 1821 y 1827 la vacunación fue un asunto central dentro de la creación y
reorganización institucional sanitaria. En 1822 se formó en Buenos Aires un
Consejo de Higiene bajo el impulso de uno de los principales reformadores:
Bernardino Rivadavia. Los higienistas empezaban a tener un mayor impacto y
había una cuestión que era si el pueblo estaba preparado para optar por sí mismo
o si se trataba de una elección que tenían que hacer otros.
Entre los años 1862 y 1880, durante las presidencias de Mitre, Sarmiento y
Avellaneda se produjeron transformaciones políticas y económicas. Las
enfermedades infecciosas se pusieron bajo la lupa junto con la necesidad de
mejorar las infraestructuras urbanas y reducir la mortalidad, introduciendo a los
médicos para regular la vida y las costumbres de la población.
La cólera y fiebre amarilla hicieron de las enfermedades un problema social por la
peligrosidad de contagio y por la necesidad de la regulación pública.
Las victimas mortales de las enfermedades epidémicas se debían a: el incremento
demográfico, la urbanización acelerada y la imposibilidad de vacunar a toda la
población.
Surge la necesidad de la obligatoriedad de la vacunación, sin embargo, hubo
resistencia por el miedo a que la vacuna produjese la enfermedad. Había una
dificultad para aislar a los sanos de los enfermos para prevenir el contagio. El virus
se propagaba con mayor rapidez por las condiciones del hacinamiento, tanto en
viviendas como en hospitales, pero también estaba la cuestión de las ceremonias
religiosas y las costumbres populares ya que los cadáveres no eran inhumados
hasta después de largas festividades. Las autoridades eclesiásticas también tenían
culpa en la propagación de la enfermedad porque permitían largos velorios y
entierros en las parroquias y no suspendían confirmaciones ni bautismos a pesar
de que haya enfermos. Además, querían instalar el pensamiento de que las
epidemias y enfermedades eran consecuencia, un castigo, de los pecados y había
que aceptarlas. La vacunación, al ser un proyecto científico y laico, competía con
la iglesia por el cuidado de los cuerpos. La iglesia decía que había que aceptar la
enfermedad y posterior muerte como castigo por los pecados, mientras que los
médicos venían a prolongar la vida, escapando de esa supuesta condena. En esa
época era difícil luchar contra la ignorancia y las supersticiones, por lo que se
necesitaba el apoyo de las autoridades estatales y del sistema educativo, por lo
que en 1878 el médico Meza presentó un proyecto que establecía que la
vacunación debía ser obligatoria y realizarse entre los primeros 6 meses y el año
de vida, se establecía la revacunación que debía exigirse a empleados públicos y
estatales y se vinculaba esta medida con la alfabetización, ya que un niño no podría
acceder a la escuela si no estaba vacunado. Sin embargo, esta propuesta fue
rechazada porque no veían posible instrumentar una política de regulación sin una
estructura y sin controladores.
Frente al inminente contagio de la población, ésta era forzada a vacunarse,
ejerciéndose una especie de poder de policía por parte de los médicos.
Hubo también un intento de proyecto para intervenir en conventillos y vacunar
masivamente, con o sin consentimiento, ya que esa gente era a la que culpaban
por las epidemias.
Luego de las campañas militares de 1879 – 1881 el Estado había incorporado
tierras nativas, los sobrevivientes fueron distribuidos en penales, el ejército y la
marina y la viruela se extendió a las familias indígenas. La Ciudad de Buenos Aires
sufrió una epidemia que se le atribuía a la introducción de los indígenas sin
vacunar, aunque también podía deberse al aumento demográfico en las áreas
urbanas.
Había dos formas de viruela, una leve (en vacunados, era la única que aparecía en
Europa en ese momento en donde la vacunación era más general) y otra grave
(población nativa y no vacunados). Esta situación fue clave para impulsar la
obligatoriedad haciendo hincapié en que era una medida propia de los países
desarrollados.
A fines de S. XIX Argentina ingresa en el sistema capitalista mundial como
productora de materias primas y receptora de mano de obra. Así, la inmigración
estimuló el proceso de urbanización acelerada. Las personas vivían en conventillos
y lugares en donde la higiene no era buena, había hacinamiento y no había
servicios sanitarios, por lo que el contagio epidémico era una realidad.
En 1186 se aprobó la vacunación obligatoria y la instrumentación dependía del
registro civil. Desde ahí debían emitir cada 6 meses una copia de los nacimientos
inscriptos con el domicilio de los RN y se enviaba vacunadores a los hogares, siendo
la vacuna gratuita.
En 1886 se impuso una dictadura sanitaria. Era obligatorio denunciar las
enfermedades contagiosas.

El descubrimiento de la enfermedad como problema social (Armus)

En 1871: fiebre amarilla en Buenos Aires. Éxodo a zona norte.


Sarmiento en el Estado denunciaba que la ausencia de obras públicas exponía a
las ciudades a las catástrofes de las epidemias.
Las enfermedades se descubren como un problema social cuando surge la idea de
que se puede hacer algo para evitarlas y en los cambios que se empiezan a dar,
crece el rol de la higiene con carácter preventivo y disciplinador.
A mediados del S. XIX, en Europa, la reproducción de las riquezas se vio
amenazado por las malas condiciones sanitarias y se empezó a tomar mayor
importancia en los temas de higiene. En Argentina, estas preocupaciones
empezaron en la segunda mitad del S. XIX, cuando la higiene estaba entre las
nociones de saneamiento urbano y juicios morales. Se daban consejos y se
sugerían regulaciones. La higiene empezó a estar también vinculada a temas como
el progreso y la civilización. Hacia finales de 1860, Sarmiento planteaba la urgencia
de dar agua corriente y luz a las ciudades. Llegando a fines del S. XIX, la higiene
quedó instalada en el proyecto modernizador. Cuando la construcción de las obras
de salubridad ayudó a controlar las epidemias, la higiene empezó a destacar la
problemática de la pobreza y la necesidad de levantar una red de instituciones de
asistencia.
Hacia 1880, los higienistas pusieron a la bacteriología al servicio de la tarea de
sanear las ciudades.
Hacia la segunda mitad del S. XIX, se empezaron a usar las estadísticas: cuántas
personas morían, a qué edad y por qué, cuántos extranjeros llegaban y dónde se
radicaban, entre otras cuestiones más. Comenzaron a usarse como herramientas
los censos, se empezaron a jerarquizar las cuestiones de salud y enfermedad. En
1880 se creó el Departamento Nacional de Higiene y en 1883 la Asistencia Pública
de Buenos Aires, cuyos objetivos fueron terminar con los ciclos epidémicos y
transformar las ciudades en espacios limpios, haciendo todo lo posible para
influenciar las conductas de las personas en cuanto a la higiene.
De todas formas, los más débiles y peor alimentados eran los más afectados. Si
antes de 1880 todos los sectores sociales sufrían el ataque de las enfermedades
infectocontagiosas, a partir de un momento, al ser controladas las enfermedades
del medio ambiente, la gente rica y la gente pobre empezaba a morir de causas
diferentes.
Todas las ciudades se empezaron a enfrentar a los problemas del mundo urbano
en expansión: pavimentos, plazas, abastecimiento de agua. Hacia 1900 la
construcción de obras de salubridad se instaló como un tema decisivo, y como un
factor clave en la disminución de la mortalidad. Tras los avances de las redes
cloacales, el pavimento y red de agua potable, la evolución de la mortalidad fue el
reflejo de la construcción de esas obras de salubridad.
En el marco de la lucha anti epidémica, se ponía especial atención en el control del
puerto y se proponía recurrir al recurso de la cuarentena de los buques proveniente
de zonas infectadas, también había preocupación con los peligros higiénicos
internos, en donde se veía como una amenaza a aquellos ligares que eran foco de
enfermedades como los conventillos, cementerios y mataderos, por lo que surge
la exclusión y la vigilancia por parte de los higienistas como medidas a tomar para
ordenar la ciudad. La exclusión era para purificar la ciudad, para separar a los
enfermos de los lugares comunes y preservar la vida de los sanos. La vigilancia
era para controlar el estado de salud de la persona (distribuir al individuo) y como
mecanismo se usaba el registro. Es en este contexto que surge la idea de
salubridad para mejorar la salud de los individuos. El individuo se enfermaba en
una ciudad y contagiaba a su núcleo, que a su vez seguía contagiando a otros. La
vivienda era tema central del peligro epidémico, sobre todo la vivienda de los
pobres que era fuente de contagio por las condiciones. Estos lugares eran foco de
inspecciones sanitarias con el objetivo de “limpiar”. Se estaba tratando de
construir un orden cuyos recursos eran el control social y la socialización. En
algunos sitios se aprobaron ordenanzas municipales, en donde había que
denunciar los casos de enfermos o fallecidos por enfermedades contagiosas o
endémicas.
Cuando las ordenanzas sobre denuncia obligatoria de los focos contagiosos
incluyeron a los médicos como sujetos obligatorios, el secreto profesional fue
puesto en cuestión, ya que para los médicos significaba la pérdida del paciente
porque a la denuncia le seguía el aislamiento. Así, muchos médicos empezaron a
ocultar los casos de las familias más pudientes, quienes terminaban por aislar a la
persona, pero en un propio cuarto de la casa en la que vivían.
Estas estrategias públicas anti epidémicas atentaban contra las libertades
individuales y sobre la propiedad privada en beneficio del cuidado colectivo, lo cual
generaba tensión y se terminaba por ocultar al enfermo para evitar el aislamiento,
el despojo de bienes y los costos económicos. La inspección sanitaria era el paso
previo a la desinfección, pero ésta era solo gratis para los pobres, por eso se
ocultaban los enfermos: para evitar un gasto. Los conventillos se desinfectaban
gratis, pero al mismo tiempo se evitaba llegar a la desinfección porque todos
aquellos objetos que fueran de poco valor o difícil de desinfectar eran directamente
quemados sin indemnización.
Entre los enfermos pobres había resistencia al traslado al hospital, la cual con el
tiempo fue perdiendo fuerza por las mejoras en los servicios hospitalarios, pero
más allá de estas reformas igualmente seguía habiendo cierto rechazo a ir porque
este lugar representaba el camino a la muerte. En la segunda década del S. XX se
empezó a aislar a las personas según la similitud de la patología y se evitaba el
contagio cruzado.
Otra de las grandes y más importantes novedades del S. XX fue la incorporación
de la vacunación obligatoria contra la viruela.

La ciudad impura. Obsesión de contagio y cultura de higiene. TBC (Armus)

Hacia 1930 surgía un discurso preventivo en relación a la tuberculosis: si se


actuaba como correspondía, la enfermedad se podía evitar.
La idea era forjar una conciencia popular que llegue a todas las clases sociales
para que sepan cómo se origina la enfermedad y cómo se puede evitarla. A todos
tenía que llegar este mensaje, estos discursos que recalcaban la responsabilidad
individual y que pretendía que la sociedad toda acepte los modelos de higiene.
Entre 1870 y 1940, la higiene se fue perfilando como una obligación para todo
aquel que pretendiera ser parte de la sociedad. La higiene, tanto personal como
colectiva, devinieron en prácticas civilizatorias y de socialización.
En 1911, en Buenos Aires se distribuían folletos en siete idiomas con instrucciones
sobre cómo criar a los chicos según el código higiénico. En 1920, La Semana
Médica postulaba que los factores claves de la lucha contra la tuberculosis eran,
además del mejoramiento en el nivel de vida, la cultura, la educación popular y la
enseñanza de higiene. Estos discursos eran necesarios para responder a la
urgencia de la urbanización e industrialización. El valor de la higiene era colocado
por encima de cualquier diferencia social, ésta permitía la integración.
En el S. XIX surge el concepto de hombre higiénico por las preocupaciones en
torno a las enfermedades infecciosas en primer lugar y segundo por los llamados
entonces “males sociales”: sífilis, tuberculosis y alcoholismo. El esfuerzo por cruzar
la medicina con las ciencias sociales y la política se conoció como “higiene social”,
lo que después se conoció como salud pública. Ofrecer un entorno urbano seguro
y controlable, alejar a los sectores de la sociedad del peligro del contagio y como
resultado, incluirlos en el mundo social.
Las conductas higiénicas reclamaban estar libres de microbios, bacterias y
gérmenes porque eran éstos agentes los causantes de enfermedades. El código
higiénico penetró es la esfera social y en la individual, en la cual había que inculcar
la responsabilidad individual y la autodisciplina.
Una vez que en la década de 1880 la bacteriología confirmó que la tuberculosis no
era hereditaria, sino que se contagiaba, surgió la pregunta de qué hacer con los
tuberculosos. Hacia fines del S. XIX la indicación médica era aislar a los enfermos.
Más adelante, ya no se buscaba solamente asegurar la salud, sino también
mejorarla. Los objetivos giraban en torno a la plenitud física, la perfección moral
y la armonía familiar y social, se buscaba también integrar a los sectores populares
en las novedades del mundo moderno. Las medidas para evitar el contagio se
enfocaban en “vigorizar los cuerpos” y aumentar la resistencia al microbio y, hacia
mediados del S. XIX la escuela fue vista como una institución estratégica en donde
se daba un catálogo antituberculoso. La escuela empieza a disciplinar a los cuerpos
mediante el registro, lo cual formaba parte del rol de las maestras. Se discutía la
necesidad de una enseñanza especifica de profilaxis antituberculosa, entre otras.
En 1947 queda establecida la obligatoriedad de la enseñanza de la higiene. En la
escuela los maestros transmitían hábitos y rutinas de higiene porque se establecía
que en la escuela era en donde tenía que comenzar el rol del estado. El tema de
difundir conductas antituberculosas tuvo su enfoque en los pobres principalmente,
pero en general fue puesto en todas las clases sociales porque ser de clase alta no
significaba tener buenas medidas de higiene. En el S. XIX lo que se venía haciendo
de tratar de mantener los objetos libres de infección se fue apaciguando, pero
igualmente se siguió creyendo en la desinfección porque el sanitarismo ya había
demostrado una eficacia al facilitar la disminución de la mortalidad
infectocontagiosa, mantener la salud y evitar el contagio a efectos de la educación,
la nutrición, el tratamiento individual de los enfermos y su separación del mundo
de los sanos. En este contexto, el esputo fue considerado una fuente de infección
y se empezó a prestar más atención a cuando los enfermos estornudaban,
escupían o tosían, por lo que había que enfocarse en las costumbres cotidianas
centrando la lucha contra la tuberculosis en una mirada más individualista, se
prohibía escupir.
Había un catálogo de conductas personales que era parte una educación contra el
contagio y en donde la prevención en el hogar dependía de la mujer, a ellas había
que enseñarles cómo prevenir las enfermedades.
La guerra del polvo del hogar era una medida de higiene preventiva, se
recomendaba, por ejemplo, no usar la escoba sino un trapo húmedo para que no
se levante el polvo. Cuando se trataba de cuartos en donde había enfermos, se
aconsejaba realizar desinfecciones intensas y más frecuentes y tener ese cuarto y
a la persona lo más aislado posible.
Hacia 1950 aproximadamente había folletos de divulgación para la prevención de
la TBC, el problema estaba en determinar el nivel de alfabetismo de la población.

Eugenesia en Buenos Aires (Armus)


La eugenesia se situó en la intersección de la biología y la política. Fue una
manifestación de la necesidad y deseo de control y dominio de la población que
muchas de las modernidades entendieron como prioritarias. Fue una forma de
hablar de los problemas sociales en términos biologizantes.
Las tecnologías se empeñaban en controlar los cuerpos individuales y mejorar la
raza usando recursos de identificación, clasificaciones, jerarquización y exclusión.
En la eugenesia latina se buscaba alentar la reproducción de individuos
considerados mejores a los fines de modificar la media poblacional con leyes
reguladoras de matrimonio y medidas generales y especificas en la salud pública.
Los temas más recurrentes fueron los problemas sanitarios de la ciudad, los
inmigrantes, el mejoramiento de las condiciones laborales, la autodisciplina y el
aislamiento y segregación sexual de aquellos “irrecuperables”.
Predominaba la eugenesia positiva y ambiental y en 1930 empezó a predominar
la negativa aislando a los individuos y disponiendo de recursos como la
esterilización y el aborto.
Se figuraba un tipo ideal de nación en donde predominaba la higiene y la situación
podía ser mejorada con medidas e intervenciones ambientales y un enfoque en la
higiene tanto individual como colectiva.
Se empieza a discutir a la eugenesia argentina desde otro enfoque: se habla de
eugenesia coercitiva en donde el certificado médico prenupcial, el control sanitario
y la selección de inmigrantes cooperaba al mejoramiento de la raza.
Siguiendo con las enfermedades contagiosas como la tbc: como parte de este
empeño por controlar los contagios, se desplegaron iniciativas destinadas a regular
el matrimonio y el embarazo entre enfermos o entre un enfermo y un sano: se
prohibían casamientos y se hacían abortos, además de que se proponía la
esterilización y se controlaban los matrimonios.

De la higiene publica a la higiene social 1880 – 1914 (Álvarez)


La ciencia tenía una concepción biologicista de la enfermedad.
En la ciudad de Buenos Aires de fines del siglo XIX, a partir de un cierto saber
sobre el medio social y el espacio urbano, el higienismo consideró a la ciudad como
potencialmente peligrosa, pues favorecía la aparición de enfermedades y el
desorden. Se trató de establecer un nuevo orden que fue afianzando la
medicalización de las instituciones, organizando y reformando los hospitales. La
higiene ingresó en las escuelas y en los prostíbulos, y los conventillos fueron
colocados bajo la lupa de los médicos. Se generó de esta forma una nueva relación
que vinculaba el orden con la moral y la salud.
Los profesionales de la salud mostraron preocupaciones por la presencia
incontrolada de inmigrantes, de enfermedades, pestes, pobres y miserables, frutos
de una ciudad cosmopolita.
Se hizo necesario, generar instituciones públicas de salud que fueran la expresión
de un Estado abocado a aplacar las pestes y enfermedades interpretadas como un
freno a la modernización y al progreso. Ese universo ideológico que era el
higienismo. El aire era el señalado como principal culpable de los males.
En esta etapa, la agenda estaba dominada por preocupaciones vinculadas a la
recolección de residuos, pavimentación, limpieza de letrinas, distribución de agua
potable, desagüe cloacal, emplazamiento de los cementerios. Era una agenda que
reclamaba la construcción de obras públicas que redundaran en mejores
condiciones de salud para la población. Esto se debía a que en la explicación
miasmática de la enfermedad se adscribía a la putrefacción de materias orgánicas,
tanto de animales como de vegetales.
En el tránsito de los siglos XIX al XX, la higiene pública priorizó su capacidad de
actuación directa en el medio social y familiar, por medio de campañas dirigidas
hacia grupos de ciudadanos en riesgo, se convirtió en higiene social.
Este cambio estuvo inducido por la significación en torno a las causas sociales que
originaban las enfermedades. A la agenda sanitaria vigente, basada en la
recolección de residuos, pavimentos, acumulación de aguas, se agregaron otras
preocupaciones vinculadas a otro tipo de causas como eran las condiciones de
trabajo de los obreros, hacinamiento, salarios, alojamiento popular, enfermedades
profesionales e higiene industrial. También se sumaban cuestiones como la
tuberculosis, el alcoholismo, la prostitución y la niñez abandonada, padecimientos
tratados por los higienistas sociales como producto, según estos médicos
entendían, del ambiente malsano que rodeaba a la vida del trabajador.

Cadáveres, epidemias y funerales en Buenos Aires 1856 – 1886


(Fiquepron)

Funeral era un rito y tardaba días en hacerse, además no morían solos sino
acompañados.
Ante estas muertes crecientes y las epidemias, La Municipalidad dispuso que los
cadáveres de las personas fallecidas por fiebre amarilla y cólera debían ser
conducidos al cementerio con un límite de tolerancia de 6 horas de ocurrido el
deceso, impidiendo realizarle ceremonias fúnebres.
Estas epidemias impusieron una prueba no sólo al Estado sino también a las
estructuras sociales que golpearon, dado que, si bien se discutía entre los médicos
la naturaleza de las enfermedades y su forma de transmisión, la creencia popular
era que los enfermos contagiaban. El método preventivo consistía en abandonar
el foco de infección, es decir, alejarse de toda persona enferma o de cadáveres
producidos por la epidemia. Así, cientos de familias emigraron masivamente hacia
las afueras de Buenos Aires, sino que se adentraron en pueblos de hasta 100
kilómetros de la ciudad. Este éxodo adquirió características dramáticas cuando las
familias abandonaban a sus enfermos y difuntos.
Se implementaron medidas extremas que impusieron desalojos forzosos de todos
los conventillos de la ciudad y la ya mencionada prohibición de rituales fúnebres,
buscando enterrar lo más rápido posible a los muertos por la epidemia.
Nació un nuevo cementerio para evitar que el de La Recoleta colapsara, pero
también se vio desbordado y surgieron nuevos más alejados. Los cadáveres
comenzaron a ser llevados a través de un servicio ferroviario, anulando la
posibilidad de los familiares de acompañar los restos hasta el cementerio.
Luego de 1871, el gobierno de la Provincia de Buenos Aires intentó transformar
profundamente la administración de los cementerios de la ciudad. El proyecto
consistía en establecer un único cementerio general en la recientemente
inaugurada Chacarita, y cerrar los dos que aún funcionaban más cercanos a la
ciudad: el cementerio protestante y el de la Recoleta. Se prohibió la compra de
nuevas parcelas en Recoleta y se intimó a la comunidad protestante a que cerrase
su cementerio. Sin embargo, en ninguno de los casos fue posible llevarlo a cabo.
Dado que en Recoleta existían propiedades vendidas a perpetuidad, se buscaba un
cierre gradual. La intención era impedir nuevas adquisiones, sin embargo, la
prohibición lo volvió un lugar exclusivo para aquellos que ya poseían propiedades
allí y también para quienes buscaban ser introducidos.
Será con la llegada del cólera en 1886 que se reactiven las obras en Chacarita y
otras medidas de higiene. Esa epidemia rehabilitó el debate sobre la insalubridad
de los cadáveres de enfermedades contagiosas, y comenzaron las postergadas
obras en Chacarita: la construcción de un muro, algunas mejoras edilicias y un
mejor servicio de recepción del tren que llevaba los cadáveres. Pero durante esa
última visita del cólera se implementó, además, un sistema hasta entonces
inexistente: la cremación de cadáveres.

Médicos y policías durante la epidemia de fiebre amarilla (Galeano)

Frente a la fiebre amarilla se tomaron algunas medidas que ya se venían tomando


anteriormente, como por ejemplo: desalojo de las manzanas infectadas, visitas
domiciliarias en casas de inquilinato, inspección de mataderos y de mercados,
nombramiento de inspectores para la revisión de comestibles y bebidas, regulación
de las aguas corrientes, riego de calles, "cuidado de las causas que infectan el
aire", control de saladeros en relación a los residuos sobre el Riachuelo, control de
los desperdicios de los buques, aislamiento del enfermo y eliminación de sus ropas,
inhumación de los cadáveres en el Cementerio.
Sin embargo, Sarmiento argumentaba que la teoría de los miasmas y las hipótesis
científicas de contagio no eran lo suficientemente sólidas como para coartar la
libertad de comercio cuando se planteaba la idea de la cuarentena de los buques.
Huno también resistencia por parte de los enfermos que creían que eran los
médicos mismos quienes de alguna forma provocaban la enfermedad con sus
medicamentos. Por eso, los médicos comenzaron a ir a las visitas acompañados
por la policía.
Los ritos de veneración a los caídos fue una estrategia interna de reafirmación de
ciertos valores policiales. Apuntaba, además, a incitar sentimientos de compasión
entre los "buenos vecinos", dejando de lado la vieja "oposición entre el pueblo y
la policía". Los reclamos de la policía por un mayor reconocimiento de la sociedad,
una comprensión social de los sacrificios que implicaba ser agente de calle,
comenzaron a ser escuchados.

Una aproximación a los intercambios entre médicos y trabajadoras


1870 – 1940 (Pita)

En el S. XIX, la idea de que los hospitales eran sitios de muerte o donde recurrir
cuando no había otra opción tenía peso entre las mujeres de la clase trabajadora
de Buenos Aires. No había confianza en los médicos y sus intervenciones y, antes
que recurrir a ellos, iban a los curanderos.
Fines de S. XIX: crecimiento urbano, llegada de inmigrantes, la ausencia de obras
de infraestructura sanitaria y las epidemias eran característicos.
El siglo XX despuntó con más obras de salubridad, más controles sobre la ciudad,
nuevos y modernos gabinetes, laboratorios, hospitales, dispensarios y
dependencias sanitarias. Sin embargo, los balances médicos marcaban magros
resultados. Un sector nutrido de trabajadoras no solo continuaba teniendo a sus
hijos a manos de comadronas y parteras, sino que cuando asistían al hospital o a
la consulta se mostraban distantes, apáticas y hasta insolentes, a los ojos de esos
hombres de ciencia. Se hizo necesario entonces, intentar llegar de otras formas,
por otros canales y con otros instrumentos. Así, para algunos técnicos y
profesionales, la escuela pública se transformó en un ámbito ideal de inculcar
conocimientos y valores en pro de crear madres argentinas, sanas y responsables.
Para que las trabajadoras pudieran acceder al médico debían perder días de
trabajo y no todas podían darse ese lujo, eso también formaba parte del rechazo.
En la década de los treinta, fue cada vez más notorio que la hora de parir, muchas
trabajadoras optaron por volcarse a las maternidades públicas, difiriendo de lo
elegido por sus madres y abuelas.
Aun cuando las mujeres se asistieran bajo los preceptos de la medicina científica,
concurrieran a la consulta médica, parieran en las maternidades, vacunaran o
alimentaran saludablemente a sus hijos, las relaciones con los profesionales
médicos estaba rodeada de tensiones y negociaciones. En tal sentido, y pese a que
la ideología maternalista había hecho mella entre las trabajadoras de la época, y
con ello algunas se ganaran el título de buenas madres, la confianza sin temor y
la obediencia a los consejos médicos y a sus tratamientos, era aun algo que no
todas estaban dispuestas a otorgar.

El cuidado de la salud de los escolares en la provincia de Buenos Aires


durante el primer peronismo (1946-1955). Las libretas sanitarias, las
fichas de salud y las cédulas escolares. (Cammarota)

El objetivo de este trabajo es analizar los intentos llevados a cabo por el peronismo
entre los años 1946- 1955 en la provincia de Buenos Aires para unificar, en
prácticas concretas, las políticas que pretendían abordar el cuidado de la salud y
el desarrollo psíquico de la población estudiantil. En función de este objetivo se
implementaron las libretas sanitarias, las cédulas escolares y las fichas de salud.
En el S. XX se empezó a implementar el uso de la liberta sanitaria.
En la década de 1930, el conjunto de exámenes médicos realizados a los
estudiantes tanto en el ciclo primario como secundario no eran suficientes por la
desproporción entre los medios y los recursos con los cuales contaban las
instituciones médicas, en relación al volumen de la población estudiantil. Uno de
los actores primordiales interpelados en el proyecto para el cuidado de la salud
fueron las maestras y las denominadas “visitadoras médicas”. Comenzaron a
prestar sus servicios hacia 1925 dictando clases de higiene dental a los alumnos
de las escuelas radicadas en la provincia de Buenos Aires.
Hacia 1940 el programa de modernización de la medicina escolar fue acompañado
por la incorporación de nuevas tecnologías que abarataban los costos de los
controles sanitarios y obtenían mejores resultados.
Desde mediados del S. XIX la vacunación era obligatoria en las escuelas, pero aun
así había resistencia por parte de algunos sectores.
Hacia el año 1948 se creó la Inspección Médica Secundaria. La población
secundaria también fue examinada y vacunada contra la viruela y la difteria. Para
la oposición, la libreta sanitaria pautaba una continuidad con una tradición
totalitaria y racista que bregó por la clasificación de la población. En
contraposición, los diputados oficialistas consideraban que los controles médicos
periódicos ayudaban a predecir enfermedades nocivas que podrían afectar al
conjunto de la ciudadanía. En la provincia de Buenos Aires se impulsó el proyecto
ley de 1948 que declaró obligatoria, en el territorio de la provincia, la libreta de
salud. Alumnos y docentes estarían sometidos a un régimen de exámenes
periódicos.
La libreta sanitaria era emitida por la Secretaría de Salud Pública de la Nación
transformada en Ministerio a partir de 1949. En ella se registraban todos los
antecedentes médicos familiares y personales, el resultado de los exámenes
clínicos. La libreta sanitaria se complementaba con el certificado de salud. Mientras
la primera operaba como un documento privado, la segunda se emitía con un
carácter público.
Sin embargo, la puesta en práctica de estas medidas preventivas fue poco efectiva.
Causas: ausencia de personal técnico capacitado para llevar a buen puerto los
exámenes requeridos para las libretas sanitarias, la indiferencia generalizada hacia
dichos exámenes por parte del alumnado y de sus familias siendo que el medio
que auscultaba a los primeros en torno al descubrimiento de una enfermedad podía
poner en riesgo la continuidad de los estudios.
¿Cómo explicar pues, la ausencia de eficacia en la implementación de controles?
Dichos exámenes, como los demandados por la libreta sanitaria que abarcaban
desde la niñez a la vida adulta, estaban destinados a fracasar. Examinar
regularmente la evolución psíquica y física de la población resultaba un proyecto
ambicioso y, en cierta medida, alejado de una realidad social que, fuera de ese
mundo institucional, podría estar saturado de prácticas de atención distintas a las
ofrecidas por el Estado desde la medicina institucionalizada. La sociedad bien
podría ser menos renuente a aceptar controles de carácter menos sistemáticos,
como la prevención de caries o la aplicación de vacunas contra las enfermedades
reconocidas, que aceptar controles corporales que profundizaban en la intimidad
orgánica y en las subjetividades individuales.
Resumiendo: Desde comienzos del siglo XX diversos especialistas bregaron por el
cuidado de la salud de los escolares y adolescentes por medio de controles
periódicos que apuntaban al mejoramiento de la salud. La implementación de la
libreta sanitaria era uno de los proyectos impulsados. r. Con la denominada
“profilaxia por tratamiento”, sustentada en la acción de las visitadoras médicas, la
propaganda sanitaria, la creación de las cartillas de salud y la introducción de
nuevas tecnologías que abarataron los costos de los controles demandados para
detectar el flagelo de la tuberculosis. Sin embargo, estas medidas preventivas se
vieron reducidas en su radio de acción por la falta de recursos para vertebrar un
sistema sanitario a nivel nacional y, en ocasiones, la indiferencia de padres y
alumnos hacia dichos tratamientos. Además, la rápida modernización del Estado
durante el peronismo produjo un desfasaje entre “los deseos” y la “realidad”, sobre
todo a partir de la crisis esbozada en el año 1952. La ausencia de personal técnico,
para realizar los exámenes demandados por la libreta sanitaria nacional, y la
consecuente imposibilidad de controlar la salud de la población escolar por medio
de un conjunto de exámenes tan rigurosos como los demandados por la libreta
sanitaria, estaban destinados a fracasar. En consecuencia, aquellos exámenes
exhaustivos que abarcaban de la niñez a la adultez fueron reemplazados por
controles menos sistemáticos como las vacunaciones periódicas y la prevención de
caries.

Saberes médicos y medicalización en el ámbito escolar 1920 – 1940


(Cammarota)

El trabajo aborda el proceso de medicalización de la escuela entre las décadas de


1920 y 1940 en Capital Federal y Provincia de Buenos Aires. Dicho proceso estuvo
signado por la colonización del Estado nacional y provincial por parte de un grupo
de médicos que aplicaron sus saberes para el mejoramiento de la salud de los
niños/as, con miras a forjar un futuro ciudadano sano y disciplinado para el mundo
laboral. Sin embargo, sostenemos que el fenómeno no fue lineal y distó de ser
eficaz, caracterizado por la falta de presupuesto, la indiferencia a los controles
médicos por parte de las familias o la ausencia de facultativos para llevar adelante
la empresa pedagógica-sanitaria.
En este período se pondrían las bases para la medicalización del sistema de
enseñanza que, con el advenimiento del peronismo al poder, intentará
profundizarse gracias a la centralización de los servicios educativos con la creación
del Ministerio de Educación Nacional en el año 1949.
El saber higienista buscó imponer prácticas reguladoras sobre las conductas tanto
grupales como individuales.
Estado sanitario escolar a principios del S. XX: ya a fines del S. XIX los médicos
empezaron a impulsar intervenciones públicas para mejorar el estado sanitario de
la población, por lo que en 1880 se crea el Departamento nacional de higiene y la
administración sanitaria y la asistencia pública de Buenos Aires.
La denominada “medicina preventiva” surgió en la pos-guerra de 1918. Los
especialistas entendían que los cuadros constitucionales podían ser modificados,
siempre que se los detectara y neutralizara a una determinada edad. Buscaba
impedir que se presentara el padecimiento. Se concebía que los componentes
constitucionales, es decir, el ambiente donde se desempeñaba el individuo, influían
decisivamente en la salud y en la enfermedad.
Sobre este escenario el cuidado de la salud escolar fue una de las preocupaciones
del Estado porque había brotes esporádicos de las epidemias de cólera, difteria y
viruela, que despoblaban las escuelas y llevaban a la clausura de varios
establecimientos. Médicos Inspectores fueron nombrados para supervisar las
condiciones edilicias de las escuelas, y arbitrar ciertos mecanismos para prevenir
o evitar la propagación de enfermedades infecto-contagiosas. A tales fines, en
1887 se aprobó un plan de seguimiento de los niños y de control de la salud
familiar, puesto que, para el discurso médico de la época, higiene y herencia
conformaban los factores condicionantes del éxito de la instrucción pública.
La escuela contribuyó al proceso de construcción simbólica de los cuerpos.
Medicina y pedagogía se entrecruzaban para el fortalecimiento de la raza. Para
difundir las ideas del higienismo se creó en 1888 el Cuerpo Médico Escolar. Este
organismo fue el mentor de los exámenes, la observación y clasificación de los
niños/as que poblaban las aulas de las escuelas.
Se tomaron las primeras medidas para preservar la salud escolar. Por ejemplo, la
vacunación antivariólica se implementó de forma obligatoria en 1911. También se
aplicó, en Capital Federal, la ficha individual en donde se volcaba el estado de
salud de los niños/as y los aspectos psicológicos.
En resumen: durante las primeras décadas del siglo XX se llevaron varios intentos
para mejorar el estado de salud de la población escolar y se sentaron las bases
para la medicalización de la escuela. Fichas individuales, vacunaciones y la
denominada profilaxis por tratamiento, se instituyeron como los dispositivos de
una ingeniería social que tenía como epicentro el espacio escolar.
Olivieri consideraba que este sistema era insuficiente para abarcar la realidad
escolar argentina, señaló la necesidad de incorporar las clínicas médicas y
odontológicas seccionales, esparcidas en los barrios de la ciudad. Bregó por la
implementación de una Clínica Escolar con clínica médica y quirúrgica para niños,
instalación de rayos x y un laboratorio químico bacteriológico. Entendía que el
Médico Inspector de Escuelas no solo tenía que prevenir y detectar enfermedades.
Según Olivieri, le correspondía al Estado actuar para eliminar de los cuerpos las
infecciones, la escoliosis y la miopía. Los niños/as afectados que provenían de
familias de bajos recursos se veían librados al azar en el sistema de enseñanza.
Era fundamental impulsar la “profilaxis por tratamiento” sustentada en la acción
de las visitadoras médicas, la propaganda sanitaria, la impresión de cartillas de
salud y la introducción de nuevas tecnologías que abarataban los costos de los
controles. La vacunación fue considerada el remedio más eficaz para rechazar las
enfermedades infectocontagiosas. Había que evitar que la escuela llegue a ser un
lugar peligroso para el niño y, por otro lado, suprimir las causas de ausencia a
clase.
El diagnóstico precario de la salud escolar fue evaluado también por especialistas
de otras instituciones. En la década de 1930 el conjunto de exámenes médicos
realizados a los estudiantes, tanto en el ciclo primario como secundario, seguían
siendo insuficientes. La deficiencia se debía a la desproporción entre los medios y
los recursos con los que las instituciones médicas, en relación con el volumen de
la población estudiantil. Se tendía igualmente a un descuido de la salud ya que los
niños eran examinados al ingresar a la escuela primaria, seis años después en el
ciclo secundario y, por último, en el ámbito de los estudios superiores. Según esta
perspectiva, el estudio estadístico resolvería algunos problemas relacionados con
la salud del niño. Así pues, proponían la creación de un carnet sanitario para
quienes aspiraban a ocupar un empleo en la administración pública.
Hacia fines del S. XIX había propaganda sanitaria con el fin de moralizar a las
masas, sobre todo a los sectores populares en donde el analfabetismo sanitario
estaba muy arraigado, por ejemplo, al no querer vacunar a sus hijos.
Los maestros, en su rol para colaborar con el Estado en este intento por inculcar
las buenas costumbres sanitarias, llamaban a sus estudiantes a ingresar antes de
hora para que se laven y peinen antes de las clases, y quienes presentasen
resistencia serían devueltos a sus hogares. También se impartía una revista de
aseo tanto para los alumnos como para sus familias y sus prácticas poco higiénicas.
También se inculcaba el cuidado de las habitaciones, el cuidado personal, el aseo,
la profilaxis. Siguiendo este programa se enviaron a las familias unas cartillas
explicativas para interiorizar a las familias en los pormenores de las enfermedades
que debilitaban los cuerpos infantiles: la difteria y la escarlatina. La medicina
preventiva comenzaba a invadir el espacio escolar.
Otro de los problemas que contribuyó al debilitamiento de la salud escolar era la
infraestructura de los edificios. La falta de potabilidad de agua en las escuelas y
los servicios higiénicos básicos, resultaron ser focos naturales de infección. Para
subsanar este problema, la Oficina de Arquitectura de la Dirección Escolar,
reglamentó la construcción de pozos en aquellas escuelas donde no había agua
corriente.
Los médicos del CNE creían que las colonias de vacaciones y las cantinas escolares
eran una de las mejores instancias para corregir lo cuerpos de los “niños débiles”.
Para ingresar a las colonias el personal médico realiza el fichaje y la medición del
cuerpo del niño. El fichaje abarcaba los datos sociales de los padres, los
antecedentes hereditarios y antecedentes individuales del niño (vacunación,
enfermedades infecto-contagiosas, diagnóstico, tratamiento) y un examen
antropométrico. Pero, a fines de la década de 1930, los problemas presupuestarios
arreciaron y las colonias fueron cerradas.
Las cantinas escolares, propuestas por Olivieri, tenían como finalidad combatir la
insuficiente alimentación de los niños, también se introdujo la copa de leche y más
tarde esto tomó el nombre de comedores escolares.
Otro de los pilares de este proceso de medicalización, a instancias de los médicos
del CNE, fue la creación de la Dirección de la Estadística Escolar. El objetivo era
llevar un padrón ordenado y completo de la instrucción primaria, de la salud e
higiene escolar en toda la República Argentina.
amado de ingeniería social para la corrección de las actitudes y aptitudes de los
niños. Uno de los intentos más impactantes por controlar el crecimiento corporal,
psíquico y moral de los escolares, se materializó en la implementación de las
denominadas “fichas biotipológicas” en la provincia de Buenos Aires en el año
1933. Sus objetivos seguían los lineamientos de la eugenesia educativa, entendida
como la ciencia que estudiaba las supuestas leyes que reinaban en la herencia. Su
objetivo era eliminar la transmisión de las “aptitudes morbosas” y de las
enfermedades físicas y mentales, favoreciendo la reproducción de los “elementos
sanos y reducir la de los malos”. La eugenesia educativa también se asentaba
sobre los pilares de la educación sexual y la preparación para la vida familiar, el
reconocimiento prenupcial y la procreación consciente y voluntaria. Las fichas
categorizaban a los individuos que provenían de diferentes sectores sociales. Una
cuestión relevante para comprender las dificultades en la implementación de la
ficha biotipológica, fue la ausencia de personal especializado para llevar a buen
puerto el dispositivo. Las fichas biotipológicas, al igual que los intentos por
implementar de manera eficaz la libreta sanitaria con características similares,
demandaban facultativos especializados en la materia.
Conclusión: Desde fines del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, el Estado
argentino se propuso mejorar el estado de salud de los futuros ciudadanos. La
escuela intentó infundir los hábitos de la higiene, la disciplina corporal y la
inculcación de determinados tópicos ideológicos ligados al republicanismo. En esa
dirección, la escuela primaria y secundaria jugaría un rol fundamental,
seleccionando y clasificando a la población escolar en un criterio de normalidad
biológica y psicológica. El proceso se sustentó en un discurso médico donde se
entrecruzaba la eugenesia educativa, el higienismo y la medicalización de la
escuela.
A instancias del Dr. Olivieri se creó la Sanidad Escolar con la finalidad de ampliar
los servicios médicos al conjunto de la comunidad educativa, bregando por una
organización sanitaria diversificada en sus funciones. El mejoramiento de la raza
se intentó pautar desde la profilaxis por tratamiento, la educación sanitaria, la
modernización tecnológica del CNE y las Colonias de Vacaciones para niños débiles.
Junto con la medicina escolar se ambicionó regular las conductas de los escolares
y el de sus familias teniendo como meta la moralización de las masas para el
inculcamiento de una cultura higiénica. La medicalización de la escuela coincidió
con la creación de una estructura administrativa nacional entre las décadas de
1930 y 1950.
Durante el periodo abordado, los mismos médicos vieron acotado su margen de
acción por la falta de recursos presupuestarios que llevaron, a modo de ejemplo,
al cierre de las colonias de vacaciones o a la ausencia de personal especializado
para realizar los exámenes requeridos a los escolares. Los brotes recurrentes de
las epidemias y su impacto en los niños en edad escolar, también nos hacen pensar
en las debilidades del sistema sanitario.
Política sanitaria en el Peronismo (Ramacciotti)

Durante el peronismo el Estado fue el que buscó proyectarse a todo el territorio


del país con el objetivo de integrar regiones excluidas de los servicios sanitarios y
llevó adelante numerosas y diversas iniciativas para influir en las actitudes e
intentar modificar comportamientos en la población que, en general, no había
tenido hasta entonces mayor contacto con los servicios oficiales de salud.
Se nacionalizaron las campañas sanitarias, pero esto no alcanzó para eliminar las
diferencias territoriales, pero sirvió para que las agencias sanitarias tuvieran un
espacio visible en la política. Entre las estrategias sanitarias estuvieron: integrar
a las regiones alejadas de los núcleos urbanos, nuevas medidas por los brotes
epidémicos, las que se llevaron adelante en las fábricas para mejorar el estado de
salud de los trabajadores y las que se centraron en la mejora de la nutrición.
Con la creación de la Secretaria de Salud Pública, la educación sanitaria quedó en
manos del Estado. Se sanciono la ley de educación sanitaria en 1947 en donde se
declaró obligatoria la difusión y enseñanza de los principios de higiene. Se crearon
además elementos encargados de divulgar esta ley y hacerla cumplir.
La difusión de conceptos científicos iba a construir a un hombre argentino ideal.
Se hacía hincapié también en la integración territorial, por ejemplo, se entregaban
mapas de Argentina para demostrar la unidad que lograban los planes de salud.
Para mostrar un organismo que acerque la salud a las masas se realizó una
caravana sanitaria en 1947 para llegar a los lugares más alejados y hacerles llegar
los elementos sanitarios a estos lugares, en donde tuvo un papel importante el
tren sanitario que permitía practicar la medicina de masas. También se dictaron
conferencias en escuelas y en sindicatos.
Hubo también campañas circunstanciales que surgieron a partir de emergencias
epidémicas, por ejemplo, contra la peste bubónica, la viruela y poliomielitis, lo cual
sirvió para reajustar las medidas preventivas. Las autoridades se vieron obligadas
a gestar acciones y desplegar nuevas y diferentes estrategias.
Con la poliomielitis lo que pasó es que con esto se reveló la existencia de una
infraestructura inadecuada. Según la prensa, la enfermedad había reaparecido por
ausencia de una protección continua de los locales cercanos al puerto y a los
ferrocarriles. Sin embargo, desde la secretaria de salud, se responsabilizó a los
incorrectos hábitos de higiene de los hogares más humildes y de los lugares
hacinados.
En el S. XX la enfermedad característica era la viruela, por eso era obligatoria la
presentación del certificado de vacunación en las escuelas, fábricas y
administración publica, con el fin de erradicarla. Según la prensa, este brote
epidémico daba cuenta de lo poco satisfactorias que eran las condiciones
sanitarias. Se proponía rastrear la cantidad de personas que faltaban a las escuelas
y también saber cuántas personas se trataban en sus casas. Sin embargo, al ser
la vacunación solamente obligatoria para una parte de la sociedad, quedaba otro
resto que no sentía la necesidad de vacunarse porque creían que no lo necesitaban
y al mismo tiempo, los métodos coercitivos no servían para generar una conciencia
sanitaria. Por eso, era necesario crear una campaña que denote los beneficios de
la vacunación para todas las personas. En cuanto a la población, existían las
barreras de los limites intelectuales y económicos. Los profesionales tenían
problemas de capacitación. Y los métodos de control no estaban totalmente
incorporados. Para la secretaria de salud, todo esto era culpa de las personas que
no se vacunaban y por eso se veía más fácil el contagio. En pocas palabras, los
medios de propaganda oficial depositaban toda la culpa y responsabilidad en los
individuos, librando al Estado de las mismas.
A todo esto, se llevó a cabo una campaña y se presentó un plan de epidemiologia.
Esta campaña se basó en dividir en seis el territorio nacional para que las
autoridades pudieran realizar una eficaz vacunación de las poblaciones y poder así
erradicar la viruela. Estas medidas lograron limitar el contagio.
Las fabricas también se convirtieron en centros claves de difusión de
conocimientos científicos. Lo que se intentaba era modificar las costumbres que
resultaran nocivas para la vida y así apuntar a una mejora en la vida de los
trabajadores, sobre todo de los jóvenes, quienes eran indispensables para el
proceso de industrialización. Entre las estrategias que se tomaron estaban las
inspecciones sanitarias. También se hacían conferencias en donde se entregaban
folletos y se repartieron las cartillas de salud y trabajo. Había que inculcar la
higiene y educar al obrero para mejorar la vida y beneficiar la economía nacional.
Se destacaba mucho el tema tomar las medidas necesarias para evitar accidentes
laborales. Como recursos también se utilizaron los carteles para difundir los
conocimientos higiénicos, se actuaba sobre la mentalidad del trabajador y se
despertaba el instinto de conservación y valor de la integridad física.
La alimentación en las escuelas y hogares era un tema central de la salud. Se
emitía diariamente por la radio el menú indicado por el boletín del día, se hacían
sugerencias y se daban recetas. Para los organismos sanitarios, la escuela tenía
que tener un rol fundamental en relación a la mejora de las costumbres
alimentarias.

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