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Resumen de Historia Parte 2
Resumen de Historia Parte 2
Una de las principales tensiones que se producen es la que existe entre el cuerpo
y el alma, siendo el cuerpo la vestimenta de la misma. Por un lado, el cuerpo es
humillado y despreciado. En la cristiandad, la salvación pasa por el castigo
corporal. Entre las mayores virtudes estaba la abstinencia, y entre los peores
pecados la gula y la lujuria. El pecado original se convierte en la Edad Media en el
pecado sexual.
La Edad Media aportó una especie de revolución en cuanto a las concepciones y
las practicas corporales. Aparece la formación del Estado y de la ciudad moderna.
El cuerpo se convierte en el corazón de la sociedad medieval. Por un lado, el Estado
adopta la ideología del cristianismo que reprime al cuerpo. Por otro lado, se
glorifica a las practicas corporales haciendo referencia a la encarnación de Dios en
el cuerpo de Cristo.
Carnaval y cuaresma
Como se dijo, por un lado, el cuerpo es castigado y reprimido y por el otro es
glorificado. La humanidad cristiana descansa tanto en el pecado original como en
la encarnación.
La vida en la Edad Media oscila entre el carnaval y la cuaresma, lo magro por un
lado y lo graso por otro, abstinencia y gula, reflejando ambas posiciones en cuanto
al cuerpo.
En la Edad Media se concibe que cada hombre está compuesto por un cuerpo
mortal y un alma inmortal, siendo cuerpo y alma indisociables.
En la Edad Media se produce la gran renuncia del cuerpo. El cuerpo se consideraba
una prisión y el alma era el veneno. La mujer era demonizada, la sexualidad era
controlada, se menospreciaba el trabajo manual, se rechazaba la homosexualidad.
La iglesia gobierna el cuerpo mediante los calendarios de las prohibiciones.
Teoría y práctica
La distinción social determina las prácticas corporales y el cumplimiento de las
prohibiciones. Si eras rico, la poligamia estaba permitida, si eras pobre tenías que
respetar la monogamia instaurada por la Iglesia.
Hacia el final de la Edad Media, se debate entre la represión y la libertad sexual.
Cristianismo
Se da la transformación del pecado original en pecado sexual. Existe una
demonización del sexo y de la mujer.
Se vive según “el hombre nuevo” del cristianismo, en donde se adopta un estilo
alejado de las tentaciones y los tormentos de la carne. La condena de la lujuria se
ve acompañada por la gula.
Se instala a partir del siglo XII un sistema de control corporal y sexual. La mujer
es la más castigada.
La mujer subordinada
Aparece en segundo plano. El cuerpo de la mujer es imperfecto y ella es inferior.
La ovulación se atribuye únicamente a la fecundación. El hombre veía a la mujer
como para satisfacer una necesidad. También se quería refrenar las pulsiones
masculinas controlando la prostitución.
Incorporación del hospital en la tecnología moderna (Foucault)
La viruela era una enfermedad vergonzosa y prevenir tanto ésta como otras
enfermedades fue uno de los principales fines de la generación de los higienistas,
quienes intervenían sobre los cuerpos para aislarlos, limpiarlos, ordenarlos y
vacunarlos. La medicalización es un proceso que se lleva a cabo desde el Estado
para modificar las normas y valores individuales, atendiendo al bienestar colectivo.
La higiene aseguraba la salud. La vacunación era un fenómeno, además de médico,
social y político, y ésta inmunización supuso un debate en relación a la intervención
pública sobre el cuerpo y las decisiones individuales.
La viruela entró a la Argentina en el S. XVI con la llegada de los primeros europeos,
pero fue en el S. XIX que se expandió.
La propaganda de la vacunación no era suficiente, todavía quedaba quienes no
querían vacunarse. En 1886 se impuso la obligatoriedad en capital y en 1904 en
el resto del país, igualmente siguió habiendo resistencia.
La inoculación se realizaba a partir de la implantación en niños y adultos de costras
de personas que hubiesen tenido la “viruela benigna”. La distribución de la vacuna
siguió siendo un problema porque se necesitaba un registro de la población y una
organización que permitiera el acceso a las vacunas, además de recursos
económicos para seguir manteniendo este recurso médico de forma estatal.
Entre 1821 y 1827 la vacunación fue un asunto central dentro de la creación y
reorganización institucional sanitaria. En 1822 se formó en Buenos Aires un
Consejo de Higiene bajo el impulso de uno de los principales reformadores:
Bernardino Rivadavia. Los higienistas empezaban a tener un mayor impacto y
había una cuestión que era si el pueblo estaba preparado para optar por sí mismo
o si se trataba de una elección que tenían que hacer otros.
Entre los años 1862 y 1880, durante las presidencias de Mitre, Sarmiento y
Avellaneda se produjeron transformaciones políticas y económicas. Las
enfermedades infecciosas se pusieron bajo la lupa junto con la necesidad de
mejorar las infraestructuras urbanas y reducir la mortalidad, introduciendo a los
médicos para regular la vida y las costumbres de la población.
La cólera y fiebre amarilla hicieron de las enfermedades un problema social por la
peligrosidad de contagio y por la necesidad de la regulación pública.
Las victimas mortales de las enfermedades epidémicas se debían a: el incremento
demográfico, la urbanización acelerada y la imposibilidad de vacunar a toda la
población.
Surge la necesidad de la obligatoriedad de la vacunación, sin embargo, hubo
resistencia por el miedo a que la vacuna produjese la enfermedad. Había una
dificultad para aislar a los sanos de los enfermos para prevenir el contagio. El virus
se propagaba con mayor rapidez por las condiciones del hacinamiento, tanto en
viviendas como en hospitales, pero también estaba la cuestión de las ceremonias
religiosas y las costumbres populares ya que los cadáveres no eran inhumados
hasta después de largas festividades. Las autoridades eclesiásticas también tenían
culpa en la propagación de la enfermedad porque permitían largos velorios y
entierros en las parroquias y no suspendían confirmaciones ni bautismos a pesar
de que haya enfermos. Además, querían instalar el pensamiento de que las
epidemias y enfermedades eran consecuencia, un castigo, de los pecados y había
que aceptarlas. La vacunación, al ser un proyecto científico y laico, competía con
la iglesia por el cuidado de los cuerpos. La iglesia decía que había que aceptar la
enfermedad y posterior muerte como castigo por los pecados, mientras que los
médicos venían a prolongar la vida, escapando de esa supuesta condena. En esa
época era difícil luchar contra la ignorancia y las supersticiones, por lo que se
necesitaba el apoyo de las autoridades estatales y del sistema educativo, por lo
que en 1878 el médico Meza presentó un proyecto que establecía que la
vacunación debía ser obligatoria y realizarse entre los primeros 6 meses y el año
de vida, se establecía la revacunación que debía exigirse a empleados públicos y
estatales y se vinculaba esta medida con la alfabetización, ya que un niño no podría
acceder a la escuela si no estaba vacunado. Sin embargo, esta propuesta fue
rechazada porque no veían posible instrumentar una política de regulación sin una
estructura y sin controladores.
Frente al inminente contagio de la población, ésta era forzada a vacunarse,
ejerciéndose una especie de poder de policía por parte de los médicos.
Hubo también un intento de proyecto para intervenir en conventillos y vacunar
masivamente, con o sin consentimiento, ya que esa gente era a la que culpaban
por las epidemias.
Luego de las campañas militares de 1879 – 1881 el Estado había incorporado
tierras nativas, los sobrevivientes fueron distribuidos en penales, el ejército y la
marina y la viruela se extendió a las familias indígenas. La Ciudad de Buenos Aires
sufrió una epidemia que se le atribuía a la introducción de los indígenas sin
vacunar, aunque también podía deberse al aumento demográfico en las áreas
urbanas.
Había dos formas de viruela, una leve (en vacunados, era la única que aparecía en
Europa en ese momento en donde la vacunación era más general) y otra grave
(población nativa y no vacunados). Esta situación fue clave para impulsar la
obligatoriedad haciendo hincapié en que era una medida propia de los países
desarrollados.
A fines de S. XIX Argentina ingresa en el sistema capitalista mundial como
productora de materias primas y receptora de mano de obra. Así, la inmigración
estimuló el proceso de urbanización acelerada. Las personas vivían en conventillos
y lugares en donde la higiene no era buena, había hacinamiento y no había
servicios sanitarios, por lo que el contagio epidémico era una realidad.
En 1186 se aprobó la vacunación obligatoria y la instrumentación dependía del
registro civil. Desde ahí debían emitir cada 6 meses una copia de los nacimientos
inscriptos con el domicilio de los RN y se enviaba vacunadores a los hogares, siendo
la vacuna gratuita.
En 1886 se impuso una dictadura sanitaria. Era obligatorio denunciar las
enfermedades contagiosas.
Funeral era un rito y tardaba días en hacerse, además no morían solos sino
acompañados.
Ante estas muertes crecientes y las epidemias, La Municipalidad dispuso que los
cadáveres de las personas fallecidas por fiebre amarilla y cólera debían ser
conducidos al cementerio con un límite de tolerancia de 6 horas de ocurrido el
deceso, impidiendo realizarle ceremonias fúnebres.
Estas epidemias impusieron una prueba no sólo al Estado sino también a las
estructuras sociales que golpearon, dado que, si bien se discutía entre los médicos
la naturaleza de las enfermedades y su forma de transmisión, la creencia popular
era que los enfermos contagiaban. El método preventivo consistía en abandonar
el foco de infección, es decir, alejarse de toda persona enferma o de cadáveres
producidos por la epidemia. Así, cientos de familias emigraron masivamente hacia
las afueras de Buenos Aires, sino que se adentraron en pueblos de hasta 100
kilómetros de la ciudad. Este éxodo adquirió características dramáticas cuando las
familias abandonaban a sus enfermos y difuntos.
Se implementaron medidas extremas que impusieron desalojos forzosos de todos
los conventillos de la ciudad y la ya mencionada prohibición de rituales fúnebres,
buscando enterrar lo más rápido posible a los muertos por la epidemia.
Nació un nuevo cementerio para evitar que el de La Recoleta colapsara, pero
también se vio desbordado y surgieron nuevos más alejados. Los cadáveres
comenzaron a ser llevados a través de un servicio ferroviario, anulando la
posibilidad de los familiares de acompañar los restos hasta el cementerio.
Luego de 1871, el gobierno de la Provincia de Buenos Aires intentó transformar
profundamente la administración de los cementerios de la ciudad. El proyecto
consistía en establecer un único cementerio general en la recientemente
inaugurada Chacarita, y cerrar los dos que aún funcionaban más cercanos a la
ciudad: el cementerio protestante y el de la Recoleta. Se prohibió la compra de
nuevas parcelas en Recoleta y se intimó a la comunidad protestante a que cerrase
su cementerio. Sin embargo, en ninguno de los casos fue posible llevarlo a cabo.
Dado que en Recoleta existían propiedades vendidas a perpetuidad, se buscaba un
cierre gradual. La intención era impedir nuevas adquisiones, sin embargo, la
prohibición lo volvió un lugar exclusivo para aquellos que ya poseían propiedades
allí y también para quienes buscaban ser introducidos.
Será con la llegada del cólera en 1886 que se reactiven las obras en Chacarita y
otras medidas de higiene. Esa epidemia rehabilitó el debate sobre la insalubridad
de los cadáveres de enfermedades contagiosas, y comenzaron las postergadas
obras en Chacarita: la construcción de un muro, algunas mejoras edilicias y un
mejor servicio de recepción del tren que llevaba los cadáveres. Pero durante esa
última visita del cólera se implementó, además, un sistema hasta entonces
inexistente: la cremación de cadáveres.
En el S. XIX, la idea de que los hospitales eran sitios de muerte o donde recurrir
cuando no había otra opción tenía peso entre las mujeres de la clase trabajadora
de Buenos Aires. No había confianza en los médicos y sus intervenciones y, antes
que recurrir a ellos, iban a los curanderos.
Fines de S. XIX: crecimiento urbano, llegada de inmigrantes, la ausencia de obras
de infraestructura sanitaria y las epidemias eran característicos.
El siglo XX despuntó con más obras de salubridad, más controles sobre la ciudad,
nuevos y modernos gabinetes, laboratorios, hospitales, dispensarios y
dependencias sanitarias. Sin embargo, los balances médicos marcaban magros
resultados. Un sector nutrido de trabajadoras no solo continuaba teniendo a sus
hijos a manos de comadronas y parteras, sino que cuando asistían al hospital o a
la consulta se mostraban distantes, apáticas y hasta insolentes, a los ojos de esos
hombres de ciencia. Se hizo necesario entonces, intentar llegar de otras formas,
por otros canales y con otros instrumentos. Así, para algunos técnicos y
profesionales, la escuela pública se transformó en un ámbito ideal de inculcar
conocimientos y valores en pro de crear madres argentinas, sanas y responsables.
Para que las trabajadoras pudieran acceder al médico debían perder días de
trabajo y no todas podían darse ese lujo, eso también formaba parte del rechazo.
En la década de los treinta, fue cada vez más notorio que la hora de parir, muchas
trabajadoras optaron por volcarse a las maternidades públicas, difiriendo de lo
elegido por sus madres y abuelas.
Aun cuando las mujeres se asistieran bajo los preceptos de la medicina científica,
concurrieran a la consulta médica, parieran en las maternidades, vacunaran o
alimentaran saludablemente a sus hijos, las relaciones con los profesionales
médicos estaba rodeada de tensiones y negociaciones. En tal sentido, y pese a que
la ideología maternalista había hecho mella entre las trabajadoras de la época, y
con ello algunas se ganaran el título de buenas madres, la confianza sin temor y
la obediencia a los consejos médicos y a sus tratamientos, era aun algo que no
todas estaban dispuestas a otorgar.
El objetivo de este trabajo es analizar los intentos llevados a cabo por el peronismo
entre los años 1946- 1955 en la provincia de Buenos Aires para unificar, en
prácticas concretas, las políticas que pretendían abordar el cuidado de la salud y
el desarrollo psíquico de la población estudiantil. En función de este objetivo se
implementaron las libretas sanitarias, las cédulas escolares y las fichas de salud.
En el S. XX se empezó a implementar el uso de la liberta sanitaria.
En la década de 1930, el conjunto de exámenes médicos realizados a los
estudiantes tanto en el ciclo primario como secundario no eran suficientes por la
desproporción entre los medios y los recursos con los cuales contaban las
instituciones médicas, en relación al volumen de la población estudiantil. Uno de
los actores primordiales interpelados en el proyecto para el cuidado de la salud
fueron las maestras y las denominadas “visitadoras médicas”. Comenzaron a
prestar sus servicios hacia 1925 dictando clases de higiene dental a los alumnos
de las escuelas radicadas en la provincia de Buenos Aires.
Hacia 1940 el programa de modernización de la medicina escolar fue acompañado
por la incorporación de nuevas tecnologías que abarataban los costos de los
controles sanitarios y obtenían mejores resultados.
Desde mediados del S. XIX la vacunación era obligatoria en las escuelas, pero aun
así había resistencia por parte de algunos sectores.
Hacia el año 1948 se creó la Inspección Médica Secundaria. La población
secundaria también fue examinada y vacunada contra la viruela y la difteria. Para
la oposición, la libreta sanitaria pautaba una continuidad con una tradición
totalitaria y racista que bregó por la clasificación de la población. En
contraposición, los diputados oficialistas consideraban que los controles médicos
periódicos ayudaban a predecir enfermedades nocivas que podrían afectar al
conjunto de la ciudadanía. En la provincia de Buenos Aires se impulsó el proyecto
ley de 1948 que declaró obligatoria, en el territorio de la provincia, la libreta de
salud. Alumnos y docentes estarían sometidos a un régimen de exámenes
periódicos.
La libreta sanitaria era emitida por la Secretaría de Salud Pública de la Nación
transformada en Ministerio a partir de 1949. En ella se registraban todos los
antecedentes médicos familiares y personales, el resultado de los exámenes
clínicos. La libreta sanitaria se complementaba con el certificado de salud. Mientras
la primera operaba como un documento privado, la segunda se emitía con un
carácter público.
Sin embargo, la puesta en práctica de estas medidas preventivas fue poco efectiva.
Causas: ausencia de personal técnico capacitado para llevar a buen puerto los
exámenes requeridos para las libretas sanitarias, la indiferencia generalizada hacia
dichos exámenes por parte del alumnado y de sus familias siendo que el medio
que auscultaba a los primeros en torno al descubrimiento de una enfermedad podía
poner en riesgo la continuidad de los estudios.
¿Cómo explicar pues, la ausencia de eficacia en la implementación de controles?
Dichos exámenes, como los demandados por la libreta sanitaria que abarcaban
desde la niñez a la vida adulta, estaban destinados a fracasar. Examinar
regularmente la evolución psíquica y física de la población resultaba un proyecto
ambicioso y, en cierta medida, alejado de una realidad social que, fuera de ese
mundo institucional, podría estar saturado de prácticas de atención distintas a las
ofrecidas por el Estado desde la medicina institucionalizada. La sociedad bien
podría ser menos renuente a aceptar controles de carácter menos sistemáticos,
como la prevención de caries o la aplicación de vacunas contra las enfermedades
reconocidas, que aceptar controles corporales que profundizaban en la intimidad
orgánica y en las subjetividades individuales.
Resumiendo: Desde comienzos del siglo XX diversos especialistas bregaron por el
cuidado de la salud de los escolares y adolescentes por medio de controles
periódicos que apuntaban al mejoramiento de la salud. La implementación de la
libreta sanitaria era uno de los proyectos impulsados. r. Con la denominada
“profilaxia por tratamiento”, sustentada en la acción de las visitadoras médicas, la
propaganda sanitaria, la creación de las cartillas de salud y la introducción de
nuevas tecnologías que abarataron los costos de los controles demandados para
detectar el flagelo de la tuberculosis. Sin embargo, estas medidas preventivas se
vieron reducidas en su radio de acción por la falta de recursos para vertebrar un
sistema sanitario a nivel nacional y, en ocasiones, la indiferencia de padres y
alumnos hacia dichos tratamientos. Además, la rápida modernización del Estado
durante el peronismo produjo un desfasaje entre “los deseos” y la “realidad”, sobre
todo a partir de la crisis esbozada en el año 1952. La ausencia de personal técnico,
para realizar los exámenes demandados por la libreta sanitaria nacional, y la
consecuente imposibilidad de controlar la salud de la población escolar por medio
de un conjunto de exámenes tan rigurosos como los demandados por la libreta
sanitaria, estaban destinados a fracasar. En consecuencia, aquellos exámenes
exhaustivos que abarcaban de la niñez a la adultez fueron reemplazados por
controles menos sistemáticos como las vacunaciones periódicas y la prevención de
caries.