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Preparativos
Con seis meses por delante, todos me recomendaron que me entrenara, que caminara,
aunque fuera por ciudad, y que lo hiciera con el calzado que habría de utilizar después, a
ser posible zapatillas de deporte. Quise pero no pude, así que entrené poco. Aproveché
las vacaciones en La Palma para probar el calzado y decidí que prefería las botas de
treeking que me habían acompañado a La Patagonía. Por si acaso, me llevé los dos
pares (zapatillas y botas), y los dos usé.
En cuanto a los víveres, para ir picando: nada como las mandarinas, los plátanos y los
frutos secos, bueno el agua.
Pero lo fundamental, lo que hizo que todos llegaramos a Covadonga casi más frescos de
lo que habíamos salido de Gijón, fue la precisión con la que Cova y Víctor lo
organizaron todo:
- documentación y consejos,
- tamaño de las etapas,
- comidas, cenas y tentempiés,
- lugares para dormir,
- coche de apoyo, esperándonos en cada esquina,
- ...
Primera etapa
En Peón nos adelantó un grupo de familias que con niños y abuelos alcanzaría
Covadonga casi en el mismo instante que nosotros, eso sí, no todos consiguieron llegar
a pie. Nosotros sí.
La parada en el bar sirvió para hacer acopio de fuerzas, comprar pan, comprobar que el
podómetro cumplía y completar el grupo (algunos venían de Quintes). Fue echando los
restos hacia el Alto de la Cruz cuando alcanzamos un grupo de señoras, amigas de la
madre de uno de nosotros, que caminaban tranquilas, charlando de achaques y vecinas,
y que dados los años y los kilos que arrastraban no tenían pinta de ir a llegar muy lejos.
En el alto cambiamos los calcetines y comimos unas exquisitas rosquillas de anís; y
saludamos al apoyo aburrido de las abuelas andarinas, un marido paciente.
Y después de la subida, lo peor: la bajada; por una caleya de piedras sueltas, lavadas por
el agua. Avanzamos con cuidado para no lesionar las rodillas, al cabo las que más se
resentirán. Pero hay que levantar la vista del suelo: al girar en un recodo sombrío, el
castillo medieval de Niévares, construido según cuentan sobre otro más antiguo, llama
la atención, parece fuera de tiempo y lugar.
A la orilla de la carretera llana por la que dejamos atrás Grases, la Capilla de Ánimas no
pasa desapercibida.
La mañana había sido dura sobre todo por la incertidumbre de cuál sería el cansancio,
cuál la resistencia. La tarde se auguraba ambiciosa por lo variado de sus caminos, por lo
espectacular de sus paisajes, pero —con la disculpa de hacer fotos o disfrutar de esos
bares-tienda que ya no quedan— las paradas se prolongaron hasta el punto de sentarnos
tranquilamente a tomar sidra y patatas fritas en Sietes. ¡Cuando todavía faltaban 8
kilómetros hasta la cama, reservada en Anayo!
Sietes es un buen sitio para hacer noche. Se llega tranquilamente a media tarde, se
puede visitar su iglesia curiosamente renacentista, admirar uno de los conjuntos más
amplios y mejor conservados de horreos...
Anayo también es un buen sitio para pernoctar. Cenar patatas fritas con huevos y
chorizos en el bar de la carretera no tiene precio.
Pero ese culebrear a media altura que lleva de Sietes a Anayo, es un infierno. Ahí
supimos que la cargadísima pareja que aparecía y desaparecía de nuestra vista no había
encontrado casa para dormir (la nuestra estaba reservada desde febrero) y pensaba
acampar en un prao, o en el pórtico de alguna iglesia. No los volvimos a ver.
Segunda etapa
Otra vez cuesta abajo, otra vez las rodillas... Otra vez cuesta arriba, otra vez los
calores...
Cuando por fin alcanzamos la plaza del pueblo, nos remojamos en su fuente, repusimos
fuerzas, nos hicimos los remolones... hasta que oímos a los de la mesa de al lado, que
parecían típicos domingueros, que ya era hora de retomar el camino. Les dimos ventaja.
Ellos venían desde Avilés. Recogimos las cosas, pagamos las bebidas y... otra vez al
camino. Cambiamos las botas por las zapatillas de deporte y, enseguida, tuvimos que
salirnos de la ruta prevista, impracticable por el agua. Salvamos las alambradas y nos
metimos en praos no menos encharcados. Los veteranos decían que ya sólo quedaba una
subida... Y después la bajada, esta vez suave.
Tercera etapa
Dormimos como lirones. Ya faltaba poco. No había ampollas, no había agujetas... ¡no
había excusas! Había que levantarse y llegar a Covadonga.
La despedida