Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Alina Popescu
Un pie entre dos mundos
Crianza_014
© Alina Popescu
© Tandaia, s.c.
Avenida Rosalía de Castro, 34 - Portal 2 - 3ºD
O Milladoiro - Ames
15895 A Coruña
Mail: tandaia@tandaia.com
www.tandaia.com
ISBN 978-84-16832-28-6
Depósito legal: C 2161-2016
1
Marin Preda (5 de agosto de 1922–16 de mayo de 1980), nacido en el
distrito de Teleorman, fue considerado por muchos el mejor novelista
rumano después de la Segunda Guerra Mundial.
uno la residencia, el transporte y la comida. A mí
siempre me ha gustado buscarme la vida, y lo intenté
allí también en cuanto pude tomar el pulso de la gran
ciudad. La beca me llegaba para pagar el alquiler de la
habitación que compartía con otro compañero, y
también para algún capricho. Pronto empecé a dar
clases de ciencias a chicos de secundaria e instituto, y
en poco tiempo ya no necesité de mis padres ni
siquiera para comprarme la comida. De todos modos,
iba a casa prácticamente todos los fines de semana, y
mi madre me preparaba sabrosos guisos con los que
llenaba botes de cristal y plástico, que luego colocaba
envueltos cuidadosamente en papel de periódico
dentro de la bolsa de viaje. Nunca olvidaré las marcas
que aquella pesada carga dejaba en mis hombros
desde casa hasta la estación de trenes en Piteşti, y
luego hasta el campus donde vivía en Bucarest, y que
sin embargo solucionaba las comidas y las cenas de
gran parte de mis días. Solo los tenía que calentar en
aquella cocina improvisada, sinónimo indiscutible de
la vida en una residencia universitaria rumana de mi
época, fabricada con un muelle eléctrico colocado en
zigzag en una piedra pómez de color blanco. En
invierno, la comida de las madres era la solución
perfecta porque podíamos guardarla en una especie
de armario que habíamos ingeniado, mi compañero y
yo, en la parte exterior de la ventana; así que, a pesar
de no disponer de nevera, teníamos asegurada la
conservación en buen estado de los alimentos. Pero en
verano se estropeaba rápido y los chicos, debido a
nuestra edad y también a las huellas de mentalidad
heredada de nuestros progenitores, no nos manejába-
mos muy bien en la cocina. Nos freíamos de vez en
cuando unas patatas y unos huevos con salchichas,
pero allí terminaban nuestras hazañas gastronómicas.
Por lo tanto acudíamos bastante a cantinas, donde por
poco dinero comíamos bien, o a alguna de las
pizzerías y fast-food cercanos, que durante los
primeros años de post-comunismo habían aparecido
como setas después de la lluvia, y donde íbamos en
pandilla o con alguna chica. También estaban las
terrazas donde pasábamos horas enteras en verano,
sobre todo para ver partidos de fútbol de algún
Mundial o Eurocopa, y para solucionar, con el
optimismo y el inconformismo de los chavales de
nuestra edad, el mundo entero; empezando, sin duda,
por la situación de nuestro país.
2
Mircea cel Bătrân reinó entre 1386 y 1418, fue uno de los señores más
importantes de Valaquia. Su nombre significa «Mircea el Viejo» y se le
atribuyó después de su muerte, para distinguirlo de su nieto Mircea II
(«el Joven»).
3 Esteban III de Moldavia (1433, Borzești - 2 de julio de 1504), también
5 Alegría (rum.).
cola, y para preparar un café en la cocina tres cuartos
de lo mismo. Comíamos por turnos porque solo había
cuatro sillas y tampoco teníamos cubiertos suficientes,
pero mi primo me había asegurado que solo sería
hasta que tuviera trabajo y pudiera pagarme una
habitación, por lo que aguanté allí tres semanas. Es
chungo cuando no entiendes el idioma y no puedes
hablar, pero él me recomendó a su jefe y en menos de
una semana ya estaba currando en una obra de peón,
tú sabes que a mí el trabajo nunca me ha asustado. En
verano se pasa un poco mal porque hace un calor que
te mueres, pero aun así se soporta. Me pagaba el tío
cinco mil pesetas al día, unos treinta euros, y cuatro
euros más la hora fuera de horario; no era gran cosa
pero me dijo que como no tenía papeles se arriesgaba
mucho. Yo aguanté como un jabato, consciente de que
no era el único en esa situación, y además necesitaba
trabajar y ganar pasta, a eso había ido, ¿no? Menos
mal que nos las apañábamos para comer, aprendí
pronto cómo conseguir comida gratis. Nunca
imaginarías la solución que encontramos para tener
menos gastos.
―Pues no, la verdad ―contesté, intentando
acertar qué habían ideado y deseando que no hu-
biesen acudido a métodos poco ortodoxos.
―Nos juntábamos por la noche tres o cuatro tíos e
íbamos detrás de un supermercado del barrio, nos
sentábamos en un banco y esperábamos paciente-
mente, mientras nos fumábamos un cigarro, hasta que
por fin aparecían dos o tres empleados con bolsas
llenas de comida que tiraban a unos enormes cajones.
Nos miraban todas las noches con la misma expresión
de desconcierto y compasión, aunque nunca nos de-
cían nada, y no veas lo que nos encontrábamos: pollos
envasados, con fecha de caducidad de ese mismo día,
pero congelados, qué más daba, no veas qué buenos
en la sartén, yogures de todo tipo, jamón y mortadela,
zumos, fruta algo pocha pero rica. Bueno, había de
todo, incluso tirábamos comida, así que de hambre no
nos moríamos. Íbamos con un par de carritos de esos
de ruedas, que usan las señoras mayores allí para ir a
hacer la compra, y que habíamos encontrado al lado
de un contenedor de basura. ¿Vergüenza? Pues al
principio sí, sobre todo si notábamos que alguien nos
miraba, pero luego te acostumbras; total, no hacíamos
mal a nadie. Así estuvimos varios meses, por lo
menos no tenía que gastar dinero en comida. Por mi
parte de alquiler pagaba ochenta euros, más los gastos
de la casa, agua y luz, otros cincuenta euros al mes.
Calefacción no teníamos, pero allí tampoco hace tanto
frío como aquí en invierno, me abrigaba un poco más
y ya está. Mi situación cambió a los tres meses,
cuando conseguí una oferta de trabajo gracias a mi
primo, así que ahora tengo un empleo, tarjeta de
residencia, contrato con seguridad social y una
habitación para mí solo, también en un piso com-
partido, porque vivo con otros tres chicos, pero
mucho mejor. Y por supuesto que gano más: haciendo
horas extras, paso de las doscientas mil pesetas al
mes, unos mil doscientos euros, y es así como pude
comprarme este coche, de segunda mano, sí, pero va
bien, estoy muy contento ―concluyó orgulloso.
Me estaba contando su vida a un ritmo tan trepi-
dante que casi no tenía tiempo de respirar, y yo ape-
nas podía asimilar todo cuanto le había sucedido. Al
escuchar su historia, sentí alegría por verlo contento, y
también coraje e impotencia por las penurias que uno
tiene que pasar para conseguir una vida mejor. De re-
pente le oí decir:
―Oye, tío, ¿por qué no te vienes? Total, ¿qué
piensas hacer, trabajar de ingeniero por doscientos
euros al mes? Vente, y te echo una mano para buscar
curre, verás que no es tan difícil.
Una pregunta o proposición de este tipo es lo úl-
timo que esperaba, así que me quedé sin saber qué
contestarle, pues yo nunca había pensado en emigrar.
Sí, encontraría un trabajo, ya vería dónde y cómo, y
formaría una familia con Anca, porque no todo el
mundo emigra para poder vivir. Es cierto que
Rumanía estaba lejos del nivel de vida de los países
occidentales, sin embargo no era el tercer mundo; no
nos permitiríamos vacaciones de ensueño, pero
tampoco nos moriríamos de hambre. No había
patriotismo en mis razonamientos e intenciones de
futuro, aunque es cierto que nunca había valorado el
irme lejos para conseguir labrarme un camino. Igual
de indiscutible era que no había ganado más de
ochenta o cien euros al mes en los trabajos que había
desempeñado, pero tampoco me asustaba al
imaginarme el porvenir. Sin embargo, Ion siguió
sembrándome la duda:
―Te lo digo de verdad, tío, consigue algo de di-
nero y vente para España, tu novia irá más tarde,
como hace todo el mundo. Piensa un poco: estás allí
unos años y ahorras para comprarte un piso aquí,
luego ya trabajarás de lo que estudiaste, te casarás y
tendrás hijos. Sé que a ti no se te caen los anillos, por
eso te lo planteo, aparte de porque eres mi amigo,
claro.
El asunto no se detuvo ahí, y durante las dos
semanas que Ion pasó en Rumanía, nos vimos un par
de veces más. La última, el día después de haber
defendido mi proyecto de fin de carrera, salimos para
celebrarlo. Yo quería invitarle a cenar a una pizzería y
a tomar unas cervezas, pero no accedió:
―Nada de pizzerías, vamos a Cornu Vânătorului6;
yo te invito, no te preocupes, no podemos celebrar
algo tan importante con una simple pizza.
Me sentí un poco incómodo, ya que no me podía
permitir ir a aquel conocido restaurante, pero acaba-
mos eligiendo à la carte7 en el Cornu, y luego nos
tomamos no una, sino ni me acuerdo cuántas copas. A
las tantas de la madrugada veía en mi viejo amigo un
hombre de éxito, alguien que sabía pelear por su fu-
turo y que no lo hacía nada mal, así que la decisión de
irme yo también estaba casi tomada.
A los dos días se fue en su Audi negro, y me dejó
en un trozo de papel arrugado su número de teléfono.
―Te esperaré allí, no dudes ni tardes mucho en ir,
¿para qué están los amigos si no para ayudarse?
Eran finales de junio, y quedé con mi novia en Bu-
21 Chicos (ingl.).
22 ¿Os estáis divirtiendo? (ingl.).
23 Os (contexto: podemos invitaros) (ingl.).
24 ¿Eres inglesa? (ingl.).
25 Oh, sí, ¿hablas mi idioma? (ingl.).
26 Sí, me manejo bien; hablo inglés mejor que español. No he aprendido
que vigilar para que no se pase. ¿Qué quieres tomar? Yo te invito (ingl.).
31 La cerveza está bien, pero es una pena no disfrutar de una copa, y
38Moș Gerilă (le Père Dugel en francés) era el sustituto de Papá Noel,
nacido en la antigua Federación Rusa bajo el nombre de Ded Moroz
como resultado de la propaganda comunista.
oficial de Papá Noel en Rumanía en los años de dicta-
dura. A su llegada al poder, el PCR (Partido Comu-
nista Rumano) prohibió la Navidad y se convirtió en
la nueva religión del pueblo. Nicolae Ceaușescu
mandó demoler muchas iglesias en todo el país y el
Papá más querido y esperado por los niños se
convirtió en persona non grata. Asimismo, y de
manera extraoficial, las tradiciones y costumbres se
seguían manteniendo intactas, sobre todo en los pue-
blos. Quien hace la ley hace la trampa, dicen en Es-
paña, y si Papá Noel no podía manifestarse, nació Moș
Gerilă, cuyo nombre es difícil de traducir al español:
ger significa en rumano mucho frío y Gerilă sería el
que tiene o trae mucho frío. Llegaba el treinta y uno
de diciembre. Como cualquier otro niño, tengo
recuerdos preciosos de esas fechas, que siempre
pasábamos en casa de los abuelos. Todos los años
soñábamos con poder ver al artífice de nuestras
alegrías en carne y hueso. Pero pobre de él, tenía
demasiado trabajo en una sola noche, y mis padres
siempre nos decían que lo habían acercado hasta un
pueblo vecino al haberlo encontrado haciendo autos-
top en la carretera. Evidentemente nunca le pedían
nada para nosotros, pero él siempre dejaba en el
asiento trasero dos bolsas de plástico llenas de cara-
melos, galletas, chocolate y naranjas, y un cuento o ju-
guete para cada uno.
―¿Veis como sí que os veía por la ventana?
―concluía mi abuelo, porque cuando por la noche,
antes de dormir, no parábamos quietos, él nos decía
que Moș Gerilă nos estaba vigilando a través del cristal
y nosotros íbamos corriendo a comprobarlo.
―Abuelo, ¡no está!
―Se hace pequeñito para que no lo veáis, nadie lo
puede ver si él no quiere.
No sabíamos muy bien cómo imaginárnoslo, en
aquella época no tenía ni tantos ayudantes ni tantas
fotos expuestas por las calles. Pero un año decidió vi-
sitarnos. Aquella noche, justo unos minutos antes de
que tan esperado milagro se produjese, mi padre fue a
buscar algo a casa de una tía que vivía al lado.
―Qué mala suerte, papá ―le dijimos gritando al
unísono cuando volvió―, Papá Noel vino justo des-
pués de que tú te fueras.
Nos quedamos los dos impresionadísimos y
muertos de vergüenza, sin ser capaces de articular
palabra, ni mucho menos de recitarle las poesías que
concienzudamente nos había enseñado mi abuelo
«por si esta vez viene», y tardamos semanas en dejar
de hablar de ello.
―Fíjate que me pareció verlo ahora, cuando vol-
vía ―nos contestó mi padre―. Pero está muy oscuro,
y no estoy muy seguro de que fuera él.
Mágica y bendita casualidad.
En Rumanía solemos decir que la Navidad ya no
es como antaño, quizás porque primero la vivimos
como niños y luego, con ojos de adultos, todo es dis-
tinto, aunque también es cierto que se van perdiendo
muchas de las tradiciones y costumbres que tanto en-
canto conferían a las fiestas.
Siempre recordaré con ternura y nostalgia la tarde
del veintitrés de diciembre, cuando todos los niños
del pueblo salíamos en grupos a cantar villancicos por
las casas y a felicitar felicitar las fiestas a los vecinos.
Las señoras nos regalaban rosquillas, manzanas,
nueces y algún que otro caramelo. La abuela nos tejía
con antelación bonitos bolsos de colores, mientras que
el abuelo tallaba para nosotros bastones con
incrustaciones originales. Cada año los amigos com-
petíamos por ver quién conseguía el mayor número
de rosquillas y para ello intentábamos engañar la
vigilancia de las mujeres que nos repartían el
aguinaldo, poniéndonos a la cola dos veces. Después
de hacer el recuento en casa, todos queríamos
proclamarnos ganadores. Aquellas rosquillas, que mi
abuela nos ataba con una cuerda para ir mojando en la
tila caliente que nos preparaba de desayuno, no las he
encontrado en ningún otro lugar.
43A se ascunde după deget (rum.): Refrán rumano que se utiliza cuando
alguien no quiere dar la cara en una situación.
ojos―, esta noche he conseguido poner voz, por fin, a
cosas que llevaban meses ahogándome, pero no ade-
lantemos acontecimientos: la semana que viene me
voy a mi casa, estaré con mi novia, hablaremos, veré
lo que siento; tengo que pasar por todo este proceso,
digamos, antes de seguir con mi vida. No voy a negar
que me pareces especial, pero…
―Álex, no necesito que digas nada más. La situa-
ción es compleja de por sí pero quiero que sepas que
tú no has roto nada. Llevo años con Andrei y última-
mente sentía que ya no me daba lo que yo quería y es-
peraba de una relación de pareja, sin embargo nunca
antes me había fijado en nadie más. Si tu llegada ha
cambiado todo esto, por algo habrá sido, ¿no crees?
―Puede que sí ―le contesté―. Yo solo me
acuerdo de lo bien que me encontraba en tu compañía
hasta que casi nos dejamos de hablar.
―Pero habrás pensado en la razón de esta situa-
ción, supongo, igual que yo lo hice.
―Durante todo este tiempo he reflexionado sobre
muchas cosas, pero también hay otras en las que no
me he atrevido a parar. Andrei ha hecho mucho por
mí.
―No creo que sea el único que lo hubiese hecho,
pero es cierto que la situación es poco confortable.
Imagínate que para mí también.
―En fin, lo que veo claro es que el domingo,
aparte de ver la procesión de la borriquilla, tengo que
comprar el Norte44 para mirar anuncios de alquiler de