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TRIDUO EN HONOR A DON BOSCO

 INTRODUCCIÓN
Don Bosco, el fundador de la obra salesiana en todo el mundo, nació en Italia en el año 1815.
Empezó su labor en Turín, una ciudad en el norte de Italia en el año 1841. Eran los tiempos
de la revolución industrial y muchos jóvenes llegaron a la ciudad para buscar trabajo.
Desafortunadamente, estando sin oficio ni beneficio, no eran capaces de encontrar un
empleo y terminaron como rufianes en la calle o en la cárcel. Para hacer algo contra esta
situación desfavorable, Don Bosco empezó a educar los jóvenes, para así habilitarlos a tener
un empleo adecuado y para convertirse en ciudadanos productivos. Hoy en día, dos siglos
más tarde, estamos aquí reunidos como miembros de esta gran familia que se ha extendido
en todo el mundo.
PRIMER DÍA – ACOGIDA
“Me basta que sean jóvenes, para que los ame con toda mi alma”
Esta frase resume que los jóvenes, son el motor y motivo de la vida de Don Bosco, ¿Cuál es el motor
y motivo de tu vida?
(Música de reflexión…)

Don Bosco vivió en su propia vida la “acogida” desde que era un muchacho porque lo aprendió de
mamá Margarita y aún más lo puso en práctica siendo ya sacerdote y en el inicio de su obra
salesiana.

 Palabra de Don Bosco

- Relato de la acogida que recibió Juan Bosco cuando era pequeño por parte de un sacerdote.
Esta biografía llamado “Memorias del Oratorio” ha sido escrito por el mismo Don Bosco en
donde narra lo que fue su vida…
Una de aquellas tardes de abril, volvía en medio de la multitud; iba entre nosotros un cierto Don
Calosso1 –de Chieri–, hombre muy piadoso que, aunque encorvado por los años, realizaba el largo
camino para escuchar a los misioneros. Al ver a un niño de pequeña estatura, cabeza descubierta,
pelo recio y ensortijado, que caminaba muy silencioso en medio de los demás, se fijó en mí y me
habló de la siguiente manera:
—Hijo mío, ¿de dónde vienes? ¿Acaso tú también has ido a la misión?
—Sí, señor, he ido a los sermones de los misioneros.
— ¡Qué habrás entendido! Tal vez tu madre te podría hacer un sermón más oportuno, ¿no es cierto?
—Cierto. Mi madre me procura con frecuencia bellas pláticas; pero igualmente voy con mucho gusto
a escuchar las de los misioneros, y me parece que las he entendido.
—Si me sabes decir cuatro palabras de la de hoy, te doy cuatro monedas.
—Dígame sólo si quiere que le hable del primer o segundo sermón.
—Como mejor te parezca, con tal de repetirme alguna idea. ¿Te acuerdas sobre qué versó el
primero?
—En el primer sermón se trató de la necesidad de entregarse a Dios y no dejar para más tarde la
conversión.
— ¿Y qué se indicó al respecto? —añadió el venerado anciano, algo maravillado.
—Lo recuerdo bastante bien y, si quiere, se lo repito por entero.
Sin esperar más, comencé a exponer el preámbulo, después los tres puntos, esto es, que quien
difiere su conversión corre gran peligro de faltarle el tiempo, la gracia o la voluntad. Me dejó hablar
más de media hora en medio de la gente, para preguntarme a continuación:
Este franco y, diría, audaz modo de hablar causó gran impresión en el santo sacerdote, quien –mientras
yo exponía– no me quitó nunca los ojos de encima. Entre tanto, llegados a un determinado punto del camino
en que era menester separarnos, me dejó diciendo: “¡Ánimo!, pensaré en ti y en tus estudios. Ven con tu
madre a verme el domingo y lo arreglaremos todo”.

En efecto, al domingo siguiente fui con mi madre y acordamos que él mismo me daría clases un rato
cada día; trabajando el resto de la jornada en el campo para contemporizar con mi hermano Antonio. Éste se

1
Giovanni Melchiore Felice Calosso (1760-1830), natural de Chieri (Turín); doctor en teología por la universidad de
Turín; párroco de Bruino (1791-1813), archidiócesis de Turín; capellán de Morialdo (1829-1830). Cf. MOLINERIS, Don
Bosco inedito, 152-156; GIRAUDO - BIANCARDI, Qui è vissuto Don Bosco, 44-46.
conformó fácilmente, puesto que el asunto empezaría después del verano, cuando los trabajos del campo ya
no preocupan.

Me puse enseguida en las manos de Don Calosso, que llevaba sólo unos meses en aquella capellanía. Me
manifesté a él tal cual era; confiándole con naturalidad toda palabra, pensamiento y acción. Lo cual le agradó
sobremanera, porque de ese modo podía guiarme en lo espiritual y en lo temporal con un mejor conocimiento
de la realidad.

 Para la reflexión y el diálogo


1. ¿Qué es la acogida?
2. ¿Cómo vivió Juan Bosco la acogida en su vida cuando era niño?
3. ¿Te consideras una persona que acoge a los demás y te gusta que te acojan?

 Oración final (Por Santa Teresa de Calcuta)

Abre nuestros ojos, Señor, para que podamos verte a Ti en


nuestros hermanos.
Abre nuestros oídos, Señor, para que podamos oír las
invocaciones de quien tiene hambre, frío, miedo, y de quién
se siente oprimido.
Abre nuestros corazones, Señor, para que aprendamos a
amarnos los unos a los otros como Tú nos amas.
Danos de nuevo tu Espíritu, Señor, para que nos volvamos
un solo corazón y una sola alma en tu nombre. Amén

Canto: Padre maestro y amigo


Padre, de muchos hijos padre, escucha nuestro grito de vida y juventud.
Vuelve Don Bosco siempre joven, que el mundo se hace viejo sin fe y sin corazón.

PADRE, MAESTRO Y AMIGO LOS JÓVENES DEL MUNDO IREMOS TRAS DE TI.
ABRE A CRISTO NUESTRA VIDA, ANIMA EL COMPROMISO EN ESTA SOCIEDAD.

Fiesta, contigo siempre es fiesta, contigo hay alegría: se siente tu amistad.


Vuelve, revive entre nosotros tu amor de buen amigo con los jóvenes de hoy.

PADRE, MAESTRO Y AMIGO...


SEGUNDO DÍA – VOCACIÓN
“Mira, me dijo. He aquí tu campo, he aquí donde tienes que trabajar”
Los jóvenes fueron su campo de trabajo para Don Bosco. Por eso, hoy, los educadores buscan
desarrollar las potencialidades de cada uno de sus jóvenes en todo el mundo.

(Música de reflexión…)

Don Bosco vivió en su propia vida la “vocación”, a los 9 años un sueño marcó el futuro de lo que él
sería su vocación como sacerdote al servicio de los niños y jóvenes más pobres.

 Palabra de Don Bosco


Un sueño
Con aquellos años tuve un sueño que quedó profundamente grabado en mi mente para toda la vida. En el
sueño, me pareció encontrarme cerca de casa, en un terreno muy espacioso, donde estaba reunida una
muchedumbre de chiquillos que se divertían. Algunos reían, otros jugaban, no pocos blasfemaban. Al oír las
blasfemias, me lancé inmediatamente en medio de ellos, usando los puños y las palabras para hacerlos callar.
En aquel momento apareció un hombre venerando, de aspecto varonil y noblemente vestido. Un blanco manto
le cubría todo el cuerpo, pero su rostro era tan luminoso que no podía fijar la mirada en él. Me llamó por mi
nombre y me mandó ponerme a la cabeza de los muchachos, añadiendo estas palabras:
— No con golpes, sino con la mansedumbre y con la caridad deberás ganarte a estos tus amigos. Ponte ahora
mismo, pues, a instruirlos sobre la fealdad del pecado y la belleza de la virtud.

Aturdido y espantado, repliqué que yo era un niño pobre e ignorante, incapaz de hablar de religión a
aquellos muchachos; quienes, cesando en ese momento sus riñas, alborotos y blasfemias, se recogieron todos en
torno al que hablaba.

Sin saber casi lo que me decía, añadí:

— ¿Quién sois vos, que me mandáis una cosa imposible?


— Precisamente porque tales cosas te parecen imposibles, debes hacerlas posibles con la obediencia y la
adquisición de la ciencia.
— ¿En dónde y con qué medios podré adquirir la ciencia?
— Yo te daré la maestra bajo cuya disciplina podrás llegar a ser sabio, y sin la cual toda sabiduría se convierte
en necedad.
— Pero ¿quién sois vos que me habláis de esta manera?
— Yo soy el hijo de aquélla a quien tu madre te enseñó a saludar tres veces al día.
— Mi madre me dice que, sin su permiso, no me junte con los que no conozco. Por tanto, decidme vuestro
nombre.
— El nombre, pregúntaselo a mi Madre.

En ese momento, junto a Él, vi a una mujer de aspecto majestuoso, vestida con un manto que
resplandecía por todas partes, como si cada punto del mismo fuera una estrella muy refulgente.
Contemplándome cada vez más desconcertado en mis preguntas y respuestas, hizo señas para que me acercara
a Ella y, tomándome bondadosamente de la mano, me dijo:

— Mira

Al mirar, me di cuenta de que aquellos chicos habían escapado y, en su lugar, observé una multitud de
cabritos, perros, gatos, osos y otros muchos animales.
— He aquí tu campo, he aquí donde tienes que trabajar. Hazte humilde, fuerte, robusto; y cuanto veas que
ocurre ahora con estos animales, lo deberás hacer tú con mis hijos.

Volví entonces la mirada y, en vez de animales feroces, aparecieron otros tantos mansos corderos que,
saltando y balando, corrían todos alrededor como si festejaran al hombre aquel y a la señora.

En tal instante, siempre en sueños, me eché a llorar y rogué al hombre me hablase de forma que pudiera
comprender, pues no sabía qué quería explicarme.

Entonces Ella me puso la mano sobre la cabeza, diciéndome:

—A su tiempo lo comprenderás todo

Dicho lo cual, un ruido me despertó

Quedé aturdido. Sentía las manos molidas por los puñetazos que había dado y dolorida la cara por las bofetadas
recibidas. Después, el personaje, aquella mujer, las cosas dichas y las cosas escuchadas ocuparon de tal modo
mi mente que ya no pude conciliar el sueño durante la noche.
Don Bosco nos quiere felices.

 Para la reflexión y el diálogo…


1. ¿Qué impresión te deja el sueño de Juan Bosco contado por el mismo?
2. ¿Crees que todos tenemos una vocación?

 Oración final de San Juan Bosco a la Virgen para conocer la propia vocación

Mírame a tus pies, Virgen bondadosa... No busco otra cosa que cumplir la voluntad
de tu Hijo a lo largo de mi vida. Deseo escoger aquel estado en que me sienta más feliz
a la hora de la muerte.
Madre del Buen Consejo, hazme oír tu voz de tal manera que aleje toda duda de mi
mente. Pues eres la Madre de mi Salvador, te corresponde también ser la madre de mi
salvación. Si tú no me das un rayo del Sol Divino, ¿Qué luz me podrá alumbrar? Si
tú, oh Madre de la Divina Sabiduría, no me instruyes, ¿quién será mi maestra?
Oye pues, ¡Oh María!, mis más humildes plegarias. Ayúdame a vencer mis dudas y
mantenme en el camino recto que conduce a la Vida Eterna, pues eres la Madre del
Amor Hermoso, de la Sabiduría y de la santa esperanza en quien se hallan los frutos
del honor y de la santidad.

- Padre nuestro, Ave María, Gloria al Padre…

Canto: Su Concierto
Su concierto han entonado las campanas clamorosas,
al que ha sido coronado de laureles y de rosas.
Un vibrar de corazones, de sonrisas y cantares,
te acompañan entre oraciones de la tumba a los altares.
DON BOSCO TE ACLAMAN CUAL PADRE Y PASTOR
LEGIONES DE JÓVENES CON HIMNOS DE AMOR (bis)
TERCER DÍA – SANTIDAD
“Los quiero ver felices aquí y en la eternidad”
Don Bosco quiso felices a los jóvenes de su tiempo y seguro hoy también lo quiere para nosotros.
¿Qué significa ser felices hoy?...
(Música de reflexión…)

La santidad propuesta por Don Bosco es posible hoy…

 Palabra de Don Bosco


Al comienzo de su Carta de Roma, del 10 de mayo de 1884, Don Bosco escribió a sus jóvenes: “Uno
solo es mi deseo, el de verlos felices en el tiempo y en la eternidad”
El Rector Mayor P. Ángel Artime sucesor de Don Bosco en la actualidad, nos comenta sobre esa
frase: Al término de su vida terrena, estas palabras resumen el corazón de su mensaje a los jóvenes
de todas las épocas y del mundo entero. Ser felices, como meta soñada por cada joven, hoy, mañana,
a lo largo del tiempo. Pero no solo. En la eternidad está ese plus que solo Jesús y su propuesta de
felicidad, la santidad precisamente sabe ofrecer.

En Don Bosco todo esto estaba clarísimo y sembraba en sus muchachos el fuerte deseo de llegar a
ser santos, vivir para Dios y alcanzar el paraíso: “Encaminó a los jóvenes por la senda de la santidad
sencilla, serena y alegre, uniendo en una sola experiencia vital el patio, el estudio serio y un constante
sentido del deber”.

 Para la reflexión y el diálogo…


1. ¿Qué es la felicidad y qué relación tiene con la santidad?
2. ¿Te consideras una persona feliz y que quiere hacerse santo poco a poco?
3. ¿Cómo ayudar a otros para lograr este cometido?

 Oración final: Para ser santos

Señor, gracias porque nos ofreces la oportunidad de ser santos. Gracias, porque la santidad es un
regalo gratuito tuyo que das a cada persona que lo anhela y lo busca con el corazón abierto. Señor,
hazme comprender que la santidad no es un premio que merezca por mis buenas obras sino porque
tu divino amor me da la oportunidad de ser santo. Capacítame, Señor, a través del Espíritu Santo
para que mi obrar sea auténticamente santo. Quiero acoger, el don de la santidad que surge de tu
infinita misericordia. Ayúdame, Señor, a través de tu Espíritu para que en cada encuentro personal
contigo en la oración y en los sacramentos se convierta en una alabanza constante a ti y sepa vivir
la caridad auténtica, el sacrificio auténtico por los demás, vivir la sencillez de la vida, apartar de
mi vida el egoísmo y la soberbia, el orgullo de prepotencia, la avaricia y las malas intenciones.
Señor, te abro las puertas de mi humilde corazón para que entres en él, dispuesto a recibir tu gracia.
Y al igual que hizo tu Madre, quiero exclamarte: ¡Hágase siempre en mi vida tu palabra y tu
voluntad! Amén
Canto: Para ser santo (Jésed)
Para ser santo hay que ser feliz
No hay santidad sin felicidad
Para ser santo hay que ser feliz primero
Para ser santo hay que ser sencillo
no hay santidad sin sencillez
Para ser santo hay que ser sencillo primero
Para ser santo hay que estar un poco loco, un poco loco.
Un poco loco para ser feliz
Un poco loco para ser sencillo
Un poco loco para estar enamorado y loco por Dios
Para ser santo hay que dar amor
No hay santidad si no hay amor
Para ser santo hay que dar mucho amor primero
Para ser santo hay que obedecer
No hay santidad sin obediencia
Para ser santo hay que obedecer primero
Para ser santo hay que hacerse como un niño, para ser santo
Un poco loco para dar amor un poco loco para obedecer
Un poco loco para estar enamorado y loco por Dios
Para ser…

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